ESTE ES MI HIJO, MI ELEGIDO: ESCÚCHENLO ¡Cuánta gente ha dicho la “suya” sobre Jesús! Discípulos, gente común, Juan el Bautista... el mismo Herodes en su intensa estupidez ha dicho una cosa muy atenta sobre Jesús: “Es Juan Bautista resucitado que he hecho decapitar”. Todos opinan pero a nadie se le ocurre, o nadie puede llegar al corazón del misterio de Jesús. La obediencia al “Jesús solo”, que el Padre ordena “¡escúchenlo!” es el ápice de la revelación: ahora después de la transfiguración, sabemos plenamente quién es él y porqué debemos escucharlo. Al eco de la tierra de la proclamación de Herodes, de la gente y de los discípulos, corresponde desde el cielo la voz del Padre, que confirma la palabra del hijo. El Padre desde el santo monte, da el sello definitivo a la revelación de Jesús y nos muestra su rostro: rostro resplandeciente rostro de gloria al cual Jesús llegará cuando llegará a Jerusalén. Jesús ha empezado a caminar hacia Jerusalén: como Moisés se pone a la cabeza del pueblo para un nuevo éxodo, hacia la Jerusalén definitiva. En el nuevo éxodo que nos propone existe un nuevo maná, el pan partido, una nueva ley, el mandamiento nuevo, un nuevo rostro, el rostro del Hijo obediente. Sabemos que al escucharlo a él, escuchamos al Padre, al verlo a él vemos al Padre. ¡Esta historia es mi historia! Yo soy este discípulo que camina con Jesús, que con el Bautismo se ha comprometido a seguirlo, con la consagración del santo crisma ha recibido la fuerza y la decisión a seguirlo en cada instante y acontecimiento de su vida. Ahora es el Padre que con su palabra de amor nos manda que aceptemos al mesías que pasa a través del escándalo de la cruz. Él es su hijo, y ningún otro: sólo a él hay que escuchar. Una vez más pienso en los discípulos de hoy que en la Eucaristía experimentan, a través del misterio del pan, la gloriosa presencia del Señor transfigurado en la presencia y lo despoja de sus seguridades para lanzarlo a un éxodo hacia Jerusalén en el desierto de cada día. ¿Pero qué sucede? ¿Quién se transfigura? Y ¿Quién transfigura a quién? ¿A caso no soy yo que comiendo de este pan partido siento que se realiza en mí un injerto que me inyecta nueva sangre, que me da una carne capaz de dar frutos nuevos de misericordia y de solidaridad? ¿No es verdad que la transfiguración de la Eucaristía me transfigura y me da pies para amar y caminar con Cristo hasta Jerusalén, hasta la muerte y muerte de cruz? Y dónde han ido a parar las decenas o centenares de Comuniones que tranquilamente o inconscientemente he recibido que no han realizado en mí el más mínimo cambio ni han provocado la más sencilla pregunta: “¿Qué estoy haciendo?” !Esta historia es mi historia! Yo soy ese Pedro que frente a un misterio tan grande, mucho más grande del corazón más sosegado no puede hacer nada más que “dormir” en una actitud de incomprensión, de apatía y de miedo. Cuántas transfiguraciones he buscado como lugar de descanso o de escape de mis compromisos diarios: qué cómoda es la transfiguración cuando me separa de mis compromisos de solidaridad, pero qué dura es cuando me devuelve a una vida de servicio...
ORACIÓN Padre Nuestro, tú eres nuestra luz. Tú guías nuestros pasos para buscarte. Te damos gracias por mostrarnos tu rostro en Jesús. Su vida estimula nuestra fidelidad a tus caminos. Su voz nos habla de vida, su rostro nos habla de amor, su entrega apasionada es un gesto de amor por nosotros. Te alabamos por que Jesús orienta y anima nuestra vida de fe. Con él aprendemos los caminos de la libertad, de la creatividad y belleza.