Los Cuatro Elefantes

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LOS CUATRO ELEFANTES I Tengo insomnio. Siempre tengo insomnio. La televisión encendida en volumen cero delata la hora. El vaso de whisky sobre la mesa de luz está lleno, el hielo se ha derretido. Bebo de dos sorbos la totalidad. Ya no me quema la garganta, y sé que eso es algo peligroso. Significa que ya soy inmune al whisky aunque espero que sea por el exceso de agua. El control remoto de este hotel tiene una pequeña falla en sus botones, los números están trabados y le falta el botón para subir de canal. Solo puedo hacer un zapping descendente. En el canal de la música están pasando un especial con los números uno de Michael Jackson, no puedo escuchar las canciones, pero tiene videos buenos y miro un par, ya nadie hace videos como él. Cada tanto alguna puerta suena con brusquedad, cerrándose sin escrúpulos. La gente no tiene delicadeza para cerrar las puertas en los hoteles, el anonimato es la mejor defensa, y es lo mejor que puede ocurrirle a una persona. Anonimato, que palabra tan lejana ya para mí. Al menos todavía puedo caminar por la calle, son pocos quienes me conocen sin mi disfraz de artista, sin las gafas ni la gorra y auriculares soy simplemente uno más, solo me


conocen de nombre pero no mi rostro. Pero siempre me encuentro con alguien que sí me conoce, y pega el grito y me señala con el dedo, e inmediatamente me veo rodeado de varias personas que pretenden una foto, un autógrafo, un algo que les cambie la vida para siempre; yo, claro, no puedo con esto último, apenas si puedo con las fotos y firmas. Afuera ya comienza el frío. Es la época. Pienso en la gente que no tiene hogar, en los perros callejeros y siento un profundo deseo de beber más whisky para evadir la realidad, debo escaparme cuanto antes, pero la botella quedó destapada en la mesa de entrada, en el pasillo de la habitación. Sonrío para mis adentros recordando una frase de Andrés Calamaro, “si es un sacrificio prefiero que no”, a veces puedo llegar a ser una verdadera larva. Ángela duerme a mi lado. Yace desnuda en posición fetal. Se ve hermosa. Su piel no tiene tatuajes. Tuvo una tarde agitada (como todas sus tardes) de lucha interna contra sus propios demonios, que no son pocos, para luego ceder a mis deseos y perversiones más profundas. Me encuentro a mí mismo haciendo una mueca de ternura en la cara mientras la observo, ¿será eso el amor? Dormida es un angelito. Su rostro es de inocencia. Me pregunto por qué será que las mujeres, incluidas sus propias amigas, la odian. Luego la recuerdo despierta y entiendo.


La observo dormir. Por momentos mueve sus ojos con velocidad. Lo noto en sus párpados. Debe estar soñando. Luego deja de moverlos, se calma y respira profundo. ¿Qué clase de monstruos la estarían atormentando en la pesadilla? ¿Habrá podido escapar? Se mueve y entre abre sus ojos para observarme. Verifica que yo esté allí y continúa durmiendo, como si mi presencia la tranquilizara. Acaricio su pelo y sonríe sutilmente. Me preocupo por la lista de temas. Armar la lista del show es más complicado de lo que parece, un error allí y el público se pierde. Generalmente conviene comenzar bien arriba, le gente llega al show con ganas de cantar y saltar, hay mucha energía y adrenalina contenida, y es recomendable hacer que esa bomba explote lo antes posible, para luego sí poder demostrar un set un poco más tranquilo, con sonidos más acústicos y alguna balada, con el público ya no tan sediento. Se me viene a la mente, de forma súbita, el comienzo de todo. Mi depresión, las pastillas, la soledad, el fracaso. Esto último fue un verdadero cachetazo al ego, yo tenía pensado publicar una trilogía de poemas, pero los números no cerraron, y la editorial canceló mi contrato luego del segundo libro. En Vicky’s Books, por más que se trate de una editorial independiente, no comen vidrio. Eso desató mi furia.


Hubo una fuerte discusión con Victoria, antiguos pases de facturas, trapitos al sol. Las mujeres del clan, incluida Ángela, se pusieron de su lado, los hombres, aunque sabían que el equivocado era yo, del mío. Me exilié al sur a vivir a una cabaña. Conocí a una mujer recién separada que era psiquiatra, con sed de venganza, dispuesta a probar todo, con quien consumía “drogas legales”, ya saben, tener una receta al alcance de la mano es una ventaja, y fue, viendo los resultados, una profunda fuente de inspiración. Si el precio para una buena obra de arte es la muerte de algunas neuronas, bienvenidos sean los funerales. El teléfono de la habitación suena. Trato de atender con velocidad para evitar que Ángela se despierte, eso es algo cercano al amor, dejar que el otro duerma, pero como todo lo que se hace rápido se hace mal, y mi torpeza hizo que tirara el teléfono y el ruido fuese más grande. Ella se despertó a la vez que yo atendí la llamada. -¿Hola? -Hola, le hablo desde la recepción, le transfiero una llamada. -Rocker – del otro lado Dolores estaba un poco nerviosa – Mañana hay que probar sonido temprano, te vas a tener que guardar porque se llenó la ciudad, todos te quieren ver, esto es un quilombo, queda cancelado el Mc Donald. -Ok. -¿Vos todo bien?


Dolores siempre fue la encargada de ponerse todo al hombro. Desde las sombras organiza las presentaciones de los libros, las muestras de cuadros, los estrenos de películas, y ahora los recitales; y aun así siempre le queda tiempo para preguntar por el estado anímico de los demás. Es una dulce, no merezco su amistad. -¿Quién era? – me pregunta Ángela con la voz ronca y me acaricia el pecho. Camina desnuda entre las sombras. Puedo contemplar su silueta. Se desplaza por el dormitorio desnuda con una naturalidad que asusta. Llega hasta la botella de whisky destapada. Me dice en tono de regaño algo así como que si no la tapo se evapora. Bebe del pico un sorbo, como si fuese agua. Limpia sus labios con la mano. Me pregunta si quiero. Le digo que sí y estiro el brazo sujetando el vaso. Me sirve hasta el tope y bebe lo que queda de la botella. Me pregunta si pedimos otra. Le digo que mejor no. Bebo mi whisky casi de un sorbo, esta vez sí me quema la garganta y parte de mí se tranquiliza. Siento escalofríos. Creo que tomé demasiado. Ángela se me sienta encima y murmura algo de manera cariñosa. Me besa. Su boca sabe a alcohol. Sus muslos al costado de mi cadera son serpientes que no pretenden quedarse quietas. Trato de adivinar la hora pero ya perdí noción del tiempo, y los movimientos de Ángela me hacen perder la noción del espacio. Dice una canción de


Solari, “yo no la cambio por nada cuando empieza a cabalgar”. El cielo, a veces, es un lugar tentador. II Tengo insomnio. Siempre tengo insomnio. No hay nada peor para alguien que no puede dormir que el hecho que lo despierten cuando está durmiendo. Tenía un sueño recurrente. Agua. Siempre sueño con agua. A veces veo venir una ola. Otras simplemente el agua comienza a subir, y sube. Si el agua avanza no se puede hacer nada. A veces en el sueño trato de huir. Otras, sabiendo que es un sueño, permanezco quieto y aguardo por despertar. Uno de mis miedos más absurdos es pensar que quizás algún día llegue una verdadera crecida del mar o del rio, y que yo, anestesiado por el insomnio crea que se trata de un simple sueño y me quede quieto y morirme ahogado. Esto último hizo que la pasara realmente mal en un par de estas pesadillas, porque algunas son muy reales, y me despierto angustiado, sudado y con palpitaciones. Ya no puedo volver a dormir. Las olas del mar rompían contra las rocas, yo las escalaba tratando de huir. Abajo los gritos se incrementaban. Iba con una mujer que no conocía. Ella se queda atrás, me dice desesperada que ya no


tiene fuerzas, en su rostro veo el miedo, la resignación y la angustia de saber que el final es inevitable. Sé para mis adentros que yo debo tener un rostro similar. Una última ola avanza y sé que voy a morir. Rezo porque todo sea un sueño. El agua me tapa. Siento como mis pulmones son presionados. Siento que mi cabeza va a estallar. Se produce el milagro. -¡¡Rocker!! – Dolores golpea la puerta ¡¡Rocker!! – insiste. Abro los ojos. Siento la garganta seca y me duele la cabeza. Mi sien late. Mis labios están pegados. En un principio no entiendo nada. Todo el lugar me resulta desconocido. No sé donde estoy. El televisor está encendido sin volumen. La canilla del baño está abierta, y pienso que ese sonido ambiente tal vez haya influido en mi pesadilla. Me siento en el borde de la cama solo para sentir un enorme mareo. Escucho que alguien grita mi nombre y un “la puta madre” de fondo. Me pongo de pie y cuando estoy próximo a abrir la puerta me doy cuenta que estoy desnudo. Digo (o trato de decir) que “ya voy”, pero mi voz no sale, aclaro mi garganta y puedo, finalmente, decirlo. -Dale boludo, que es re tarde – Dolores comprueba que estoy con vida parece más calmada. Me pongo al revés un pantalón deportivo que uso para sentirme cómodo y le abro la puerta. No la invito a ingresar pero ella igual entra, existe esa confianza entre nosotros.


-Hay gente en la puerta, te quieren ver – dice y camina por la habitación – En un rato hacemos la prueba de sonido… - se detiene y hace un silencio repentino. Veo lo que está mirando. Sobre la cama Ángela duerme profundamente. Tiene sus muslos tapados con la sábana arrugada y está abrazando la almohada. -¿Te fijaste si respira? – ironiza Dolores al ver la escena completa con los vasos y la botella de whisky tirada en el suelo – Te espero abajo en media hora. Me recuesto con fuerzas, me tiro “cuerpo a tierra” sobre la cama. Sé que si dejo pasar más de diez segundos volveré a dormirme. El agua de la canilla sigue generando un cálido sonido ambiente que invita a dormir. -¿Qué quería? – consulta Ángela aun con los ojos cerrados y con un murmullo ronco, como si todo el tiempo hubiese estado consciente. Seguro escuchó la ironía de Dolores. Presto atención ya un poco más despierto y escucho unas voces cantando al unísono que vienen de la calle. Dicen algo así como “que lo llevan a dentro como lo llevo yo”. Ángela me pregunta que hora es mientras revuelve en su bolso buscando algunas aspirinas para su creciente dolor de cabeza. Ya la conozco. Siempre busca lo mismo por las mañanas, y


me pregunto cuánto tiempo más soportaremos vivir así. -¿No viste mi celular? – me pregunta a la vez que se viste con una musculosa larga que finge ser un vestido que tapa hasta la mitad de sus piernas. Por algún motivo por las mañanas sí siente vergüenza de su desnudez. La veo caminar hacia el baño. Pienso que es imposible no amarla. Aunque también pienso que cuanto será amor y cuanto pasión. ¿La amo a ella o amo su cuerpo? Recuerdo un viejo poema que escribí, justamente, pensando en ella, en él me pregunto si “¿es el Diablo o solo una mujer hermosa?, ¿es un Ángel o la fría tentación ”, cuando comenzamos esta relación ella era lo que se dice una Lolita. El sonido del agua de la ducha golpeando contra el suelo es otro incentivo para continuar durmiendo, es un sonido parecido al de la lluvia, y se me viene a la mente mi infancia, cuando en mi habitación con techo de chapa las gotas golpeando allí eran el más natural y sano de los somníferos. El teléfono suena y me saca del trance y me ayuda a despertar definitivamente. -Rocker – Dolores está ansiosa – En veinte minutos te quiero abajo. Tengo que bañarme en tiempo record. Interrumpo el baño de Ángela corriendo el riesgo que se enfade y me eche, pero mis sospechas se confirman, ella pasó de ser una simple Lolita a ser una


ninfómana profesional, decidida, dedicada y de tiempo completo. A veces me pregunto si ella me ama o solo ve en mí un objeto de deseo. Me consuelo pensando que para ser objeto soy bastante feo, y que si está conmigo un mínimo de amor debe sentir. Me siento frágil, inseguro, y cometo el error de preguntarle. -¿Me amás? Ella responde con una sonora carcajada y continúa con sus perfectos movimientos pélvicos, ella hace equilibrio en una pierna mientras yo la sujeto por debajo de la rodilla de la otra pierna, me abraza con ambos brazos por el cuello para no caerse, pega su frente a la mía, entre abre su boca y siento su tibio aliento en mi cara, me doy cuenta que está conteniéndose para no hacer ruido, el final no solo es inevitable, sino también placentero. Bajamos juntos a la sala donde Dolores me esperaba, la vi impaciente. Enfurecida. Cada medio minuto mira su reloj. Está apurada. Le pone cara de culo a Ángela que no la saluda ni la mira, y si la miró fue imperceptible porque llevaba gafas oscuras. Ángela quiere desayunar, y quiere que lo hagamos juntos. Dolores dice algo así como que no hay tiempo. Ángela mete presión de manera sutil, me sujeta tiernamente de la mano, entrelazando los dedos, y camina hacia el comedor. Yo voy detrás suyo, hipnotizado, como un perrito, pienso en Gustavo Cerati, “¿qué otra cosa puedo hacer?”, escucho un


insulto murmurado de Dolores, percibo una leve sonrisa de Ángela. Uno a cero. Desayunar, de todas formas, no es una mala idea. III Tengo insomnio. Siempre tengo insomnio. Soy el insomnio con piernas. Hay momentos en los cuales, como diría Andrés Calamaro, “no sé si estoy despierto o tengo los ojos abiertos”, simplemente estoy, pero estar no significa ser. Llegué a probar sonido con sueño y resaca. Tuve que soportar una pelea entre Ángela y Dolores, gambetear a la gente que me esperaba en la puerta del hotel, salir por una puerta trasera y putear a los periodistas. Cuando llego veo que Braian Bauer le da lecciones de bajo a Ton. -Eso es el Do – le decía – Entonces tocas cuatro veces ahí y pasás a La, que es acá – le señala con el dedo – Otras cuatro veces ahí. Es buenísimo. El guitarrista le está enseñando a tocar el bajo al bajista de la banda unas horas antes del show. Supongo que habré hecho alguna mueca de fastidio, porque Dolores me recordó que había sido yo quien escogió a los miembros de la banda, y es verdad. Prefiero tocar con amigos. Ton es el encargado de hacer el arte de los discos. Ya vamos


editando dos, Push Rush y Disorder. Él es artista plástico y no tiene ni idea de cómo tocar el bajo. En el estudio de grabación puede disimular su falta total de conocimiento, porque puede tocar por partes y luego mezclar. Pero no hoy, hoy es en vivo. Veo que Braian desenchufa varias pedaleras, le dice a uno de los sonidistas que “no tengo idea como se usan”, solo necesita, según él, la distorsión y algo de eco. Dolores está tensa. Nadie que haya mantenido una discusión con alguien permanece tranquilo de inmediato. -Nos tenemos que ir por atrás – me dijo ella en el hotel y trató de acompañarme empujándome por la espalda. Ángela caminó veloz unos metros, se puso a mi lado y tomó mi mano. -No – dijo Dolores – Vos no podés venir. -Pero que no voy a ir nena, soy la novia. -¡¡Vos no venís y punto flaca, no venís!! Se insultaron. Se empujaron. Hubo tirones de pelo. Trapitos al sol y todas esas cosas hermosas que se suceden en una pelea de ex amigas. De no ser por mi insomnio la habría disfrutado. Finalmente Ángela debió quedarse en el hotel. Uno a uno. -Resulta que ahora la pelotudita esa es tu novia – atacó Dolores en el taxi – Que bárbaro… refunfuñó – Cuando le conviene es tu novia.


Yo me encogí de hombros. Es raro como a veces las mujeres utilizan diminutivos para referirse a otras muejres. -No sé qué te hará – continuó remarcando la palabra “hará” – Que la defendés tanto. -Yo no la defiendo. -Pero te ponés de su lado. -Bueno, ya está, dejala… Dolores toca la betería en la banda. Fue ella quien se ofreció porque no quería dejarme solo arriba del escenario por diversos motivos. Claro está que en su vida había tocado una batería. En el lugar del show nos esperaban algunos fans y varios periodistas, pero Dolores, vestida ahora de representante, se los quitó de encima con un concreto “sin fotos chicos, sin fotos”. Me acerco a Bauer para preguntarle como va todo, me dice que el retorno es malísimo, que la policía quiere suspender el recital y que se gastó el agua mineral en varias manzanas a la redonda. -Vos pensá – me dijo – Él no sabe tocar el bajo, yo no sé usar las pedaleras, y vos venís de salir de ataques de pánico, ¿qué puede ser peor? A veces el consuelo desconsuela. Probar el sonido no me dio muchos ánimos, para mis adentros yo pensaba que “esto va a salir como el mismísimo ojete”, no teníamos chances que saliera bien. Exploté. Al fin y al cabo soy el líder, soy el compositor y el proyecto lleva mi nombre.


-Paramos, paramos – di la orden levantando la mano derecha - ¿Me explican cómo vamos a hacer música electrónica sin pedaleras y sin bajista? Cuando uno hace una pregunta a un grupo de personas, y estos se rascan la cabeza, solo significa una cosa: la perdición absoluta. Lisa y llanamente estábamos perdidos. -En los ensayos suena bien – intentó una defensa Dolores, que al ver mi repentino gesto de liderazgo habló hasta con cierta timidez. -Esto suena como el orto – dije y di vuelta el teclado que golpeó contra un parlante – Somos una banda de mierda. Me fui al camarín enojado sin voltear mientras escuchaba que la banda hablaba en voz baja e intercambiaban culpas. Una vez allí me miré al espejo, ¿ese soy yo?, le tengo miedo a los espejos, así que lo tapé con una frazada. Intenté llamar por teléfono a Ángela pero no me respondió. Me recuesto haciendo malabares en un sillón de un cuerpo y me duermo. El sueño, lejos de ser placentero, fue una extraña pesadilla. Yo era un simple niño escondido en el asiento trasero de un auto. El vehículo estaba en el estacionamiento de algún supermercado de los Estados Unidos, no había prácticamente gente, yo no podía ver y comprobar eso, pero en los sueños hay cosas que se saben igual. Miro el espejo retrovisor desde donde colgaban dos dados grandes de peluche, adorno de algún casino, uno con el número cinco y el


otro con el dos. Llevo mi vista hacia la izquierda y veo a un hombre con gafas oscuras. Vuelvo mi vista al espejo y noto que el hombre se ríe. Su risa se convierte en carcajada. La carcajada empieza a distorsionarse y todo es una inmensa bola de sonidos. Siento que afuera hay fuego. Yo grito desde el asiento de atrás. Sé que estoy, una vez más, frente al Diablo, el maldito se me aparece en los sueños. Alguien golpea la puerta. Ese pequeño milagro ha vuelto a ocurrir. Trastabillé por el mareo y tardé unos segundos en recordar donde estaba. Aun estaba entre dormido y no me hubiese sorprendido que del otro lado de la puerta se encontrara algún demonio. Dolores me dice que ya es la hora, que la gente está esperando. No recuerdo haber sentido más sueño que en ese momento. Pero tenía que salir a tocar. Me puse mis gafas redondas, la gorra de jean con visera y los auriculares. En el pasillo estaba Braian y Ton esperando. Me sentí el capitán del equipo y tuve esa necesidad de unir a todos para decir unas palabras. -Vos bombo en negra – le recomendé a Dolores haciendo un gesto con mi mano – Si ves que se te complica – me dirigí a Ton – Bajás el volumen y listo, no pasa nada. Vos tratá de no colgar – Bauer tiene tendencia a no poder regresar de los solos de guitarra.


Del resto me encargaría yo, pensé. También se me vino a la cabeza la frase de Duhalde y su “que sea lo que Dios quiera”, y me tranquilicé un poco. La explosión se hizo presente. La gente gritó como loca. La sirena que anuncia las catástrofes envolvió el ambiente. La gente enloqueció. Dolores comenzó a marcar el bombo en negra y sentí por primera vez el coro de la gente y su “ey, ey, ey, ey”, observo a mi amiga, con los brazos en alto golpeaba los palillos al ritmo del bombo, arengando al público. Se me puso la piel de gallina. Esto ya no puede detenerse. Nunca se para a tiempo. Braian largó con su arpegio en Do Menor justo a tiempo para que el platillo y el bajo se unieran a la banda. Estiré mi cabeza para ver, todavía no era mi turno, la gente saltaba y se molestaban entre sí para tratar de llegar delante de todo, contra la valla de seguridad. La segunda explosión me dio el pie que necesitaba. Salí a escena y sentí los gritos. Hice los cuernitos con mi mano izquierda y la levanté. Me senté detrás del teclado y toqué mi parte, y cuando sentí que algo iba mal porque no sonaba mi instrumento me di cuenta que en realidad el coro de la gente estaba tapando el retorno de mis auriculares. La melodía de la canción era coreada por la multitud, el “oh, oh, oh”, dos simples notas, estaban obsequiando alegría a la gente, y yo, lejos de sentirme bien, sentí una profunda tristeza.


Al terminar la primera vuelta de la canción la gente se contuvo un poco y pude oír algo de cómo estábamos sonando. Y lo supe. En vivo estamos lejos de ser una banda de música electrónica. En vivo hacemos rock instrumental. En vivo somos crudos y desparejos. En vivo somos cuatro elefantes pendiendo de un hilo. En vivo corremos ese riesgo plagado de adrenalina de irnos al carajo en cualquier momento. En vivo puede pasar cualquier cosa. Me gusta. Somos los Sex Pistols con un poco más de ensayo. Dolores golpeaba con fuerza el bombo y cada tanto hacía algún rulo en sus redoblantes, no metió un platillo a tiempo en toda la noche, pero quedaba bien, me diría más adelante que piensa en la gente que no quiere y se descarga con los platillos, dándole con fuerza. Braian directamente zapó durante todo el show. Ton no bajó el volumen de su instrumento, pura actitud, a veces pifiaba claro, pero jamás se detuvo. El público inventó cantos de tribuna futbolera con mi nombre, insultó a Pappo y a la policía y pidió que entreguemos a Lole, como se la conoce artísticamente a Dolores. Ella respondió tirando besitos al aire desde su asiento. Whisky es una canción que cierra el primer disco. Fue grabada técnicamente en vivo en un bar del sur durante mi exilio. El piano estaba desafinado, había poca gente y todos estábamos ebrios. Yo comencé a tocar una melodía que se repetía hasta la eternidad, Dolores, que andaba por esos pagos junto


con los demás (incluida Victoria) tratando de rescatarme de las manos del Zoloft, grabó con su celular la secuencia; luego en el estudio se limpió el sonido, se le agregaron unos efectos, y quedó una bonita coda en fade out, que es cuando la canción baja su volumen de a poco hasta desaparecer. Con Whisky cerramos el show, claro que la versión en vivo fue tocada por toda la banda, para que se retiraran de a uno bajo una lluvia de aplausos, hasta que finalmente solo quedó el teclado y yo, con esa hipnótica melodía. Programé el loop (que es cuando se repite automáticamente la parte de una canción) y activé el fade out, me puse de pie y saludé con ambas manos a la vez que las luces del local se encendieron. La gente, un poco cansada y otro poco satisfecha, aplaudió. Me fui. En el pasillo los chicos festejaban. A Dolores se la veía feliz, a Ton le dolían los dedos por las gordas cuerdas del bajo, Braian estaba como si nada hubiese pasado. Les pido perdón por mi reacción en la prueba de sonido. Me dicen que no pasa nada. Nos juntamos en el camarín a beber agua sin saber que estábamos ante el nacimiento de un mito, el camarín de Los Educadores. Luego salimos a la calle cuando ya casi no quedaba nadie. La gente se había retirado casi en su totalidad y el periodismo se cansó de esperarnos. Nos tomamos algunas fotos y firmamos algunos discos. Charlamos un poco con el público. Ton consiguió que una chica se ofreciera para posar


desnuda para sus cuadros, gratis. Él no podía creerlo, hasta ese entonces debía pagarle a modelos o prostitutas para conseguir eso. Braian se perdió en el horizonte de la avenida abrazado a la cintura de dos gemelas dark, y Dolores me dijo un pícaro “me voy a tomar algo con ella”, señalando a una mujer que la esperaba en su auto. Todos ganaron. Canto mentalmente una canción de Fontanet, “hay tantas chicas cantando y para el cantante siempre, siempre dejan tan poco”, sonrío, “no dejan ni un poco”. No necesito ninguna groupie. Ángela ya debe estar alcoholizada esperando por mí en el hotel. Lista para ser el menú del caníbal que hay en mí. Ángela sería la entrada, el plato principal, el postre y la frutilla del postre. Ingreso al hotel. Desde la recepción me llaman. Está el sereno y dos camareras que terminaron tarde de limpiar el comedor. Pienso, dentro de mi ego, que es para felicitarme, para pedirme alguna foto, e inclusive, para ofrecerse, pero no. El señor me da la tarjeta para abrir la puerta de la habitación y me dice que “le dejaron esto”, era un papel. Lo abro. Leo un texto de Ángela escrito de su propio puño, “me fui a la mierda”, rayos. -Bien – digo y hago una pausa - ¿Dijo algo más la señorita? -Sí, que es usted un pelotudo. -Perfecto, gracias – sonrío y subo a mi cuarto.


La canilla del baño de la habitación sigue abierta. La botella de whisky en su lugar. La cama destendida. Hay olor a ella, pero ella ya no está. Me recuesto con una extraña sensación de angustia, de vacío, “del éxtasis a la agonía”, dice Cordera. La extraño. Esta debe ser la soledad de los creadores. Sé que no voy a poder dormir.


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