bittersweet symphony
DESDE EL AIRE (by Vicky)
Si todo lo que tocáramos se convirtiera en oro, el mundo sería un lugar horrible. Si todos nuestros deseos se convirtieran en realidad el mundo sería un lugar previsible y aburrido. Si nosotros dejáramos de existir, desde al aire se vería el mundo tal y como es. No sabemos que hay después de la muerte, como tampoco sabemos que hubo antes de la vida. Con más pena que gloria, Vicky.
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LA ILUSIÓN PERFECTA (by Fantasmitas Blues Band)
La soga en el cuello presiona muy fuerte las calles del pueblo supimos correr sangra tu oído ahora porque te da la hora el Sol de encender. Vencimos los miedos de la calle oscura los vicios del gato dejamos atrás pudimos ir enteros caminar por el viento y ver el ocaso de la Luna. ¿Volveremos otra vez a andar juntos por el barrio? ¿Dejaremos de intentar ser la ilusión perfecta? El árbol del pueblo no puede crecer el lápiz más viejo dejó de escribir se te acabó la risa esa de Mona Lisa no vende más. La mesa está puesta en el bar amigo tu anillo perfecto dejó de girar se acabaron las misas en la plaza del centro no van más.
Algún Prejuicio Condiciona (by Genaro Igartua) De chiquito ya disfrutaba la locura como nadie. Era mi mundo. Emulaba los videoclips de moda en los recreos o en el aula de la escuela, por supuesto el resto de los niños se burlaban, demostrando su falta de criterio y su diminuta mente. Podía hacer lo que quería donde quería: hacer equilibrio en el cordón de la vereda e imaginar que es una cuerda floja pendiendo entre dos montañas, con el vacío bajo mis pies; el total de personas a mí alrededor veían a un chico con cara de un terror extremo caminar por un cordón de vereda. Pero a mí no me importaba. ¿Qué podían saber ellos de la vida si no tenían un poco de imaginación? ¿Qué podrían aconsejarme entonces? Yo era feliz así y no molestaba a nadie. Me envidian, por eso hablan a espaldas mías, por eso me critican ¿Quién es tan libre? Porque la locura nos brinda libertad, nos libera, nos desprejuicia. A medida que fui creciendo me fui dando cuenta que no iba a ser posible convivir con eso mucho tiempo más. Tenía doce años y la pubertad se empezaba a mimetizar con la adolescencia, tiempos de cambio, tiempo de crisis efímeras, tiempo de cruciales definiciones. Una mañana, mientras el café con leche se enfriaba delante de mis ojos, al lado de un platito con tostadas, por la ventana podía verse lo que ocurría en la calle, el viento corría en ráfagas de cincuenta o sesenta kilómetros por hora, no podría precisarlo con exactitud. Sobre el borde de la acera, caminaba una chica que nunca había visto, la más hermosa que haya visto, al menos hasta ese momento. Su pelo onduladamente rubio
llovía sobre sus omoplatos sin ningún tipo de gomita que lo sujete, cubriendo apenas sus ojos celestes como una tarde de primavera. Caminaba procurando no caer, colocando con cuidada decisión cada pie delante del anterior. Me levanté lentamente y caminé en dirección de la puerta ventana, quedé perplejo, adherido a la ventana como una mosca, respiraba con rapidez, como si me faltara el aliento, de a poco el vidrio se fue empañando cubriendo mis ojos de esa condensación sobre la superficie vidriada. Limpié rápidamente la mencionada bruma y ella había desaparecido. ¿Sería una invención más de mí mente? Di las dos vueltas de la llave que me impedía alcanzarla y abrí la puerta con una convicción que casi la destruye. -¿A dónde vas en remerita? –Gritó mi mamá. -Tengo cosas que hacer. –Respondí con urgencia, queriendo hacerme el grande. -Nada de eso, termina tu desayuno y déjate de bobadas. Caramba. Con un brusco empujón me devolvió a mi asiento forrado en cuerina, delante del café con leche que ya estaba frío. -¿Me lo calentás? –Pedí, casi como una súplica. Al principio estaba enojado, miraba a mi mamá con resentimiento y algo de rencor. Con el paso del tiempo este sentimiento se fue extinguiendo lentamente. Transcurrieron los que se supone que son los mejores años en la vida de uno. De día una vida entregada a las responsabilidades, de noche se me encontraba abocado a algunas irresponsabilidades, aunque eran esporádicas noches a la semana, lo cual no me afectaba en mi desempeño diurno. La secundaria finalizó con un promedio
que si bien no me codeaba con los alumnos más destacados, pagaban la medallita barata que me colgaron en el cuello la directora y la vicedirectora del establecimiento una calurosa tarde de diciembre con dos lamparones de sudor estampados en las axilas de la camisa. Nunca me pude olvidar de esa niña. Por supuesto que a esta altura la pensaba alta, de piernas largas, desarrollada y, sobre todo, de mi edad. Imaginé cientos de veces su voz, aguda, pero no taladrante, sin perder la delicadeza. ¿Cuál de todas sería? ¿Cuál de todas esas que cruzan avenidas, puentes peatonales, multitudes aprisionadas como sardinas a gran escala en colectivos sin rumbo? ¿Cuál se bajaría de la unidad y se llenaría de pudor cuando se entere que el precipicio que se vertía bajo sus pies era tan solo un empedrado? El año siguiente a la culminación de mis estudios secundarios fue complejo. La universidad es un mundo con el cual mantengo una relación amor-odio bastante bipolar. Hay momentos en que las discusiones con mis compañeros son tan intensas que los hago perder la paciencia, tanto en las cátedras teóricas como en las prácticas. Lo hago a propósito, opinan en todos los temas para mostrar cuanto saben. Llego inclusive a contradecir mis principios más básicos, pero aun así, ver a un idiota perder los estribos, mientras yo argumento tranquilo y sereno, tiene una doble satisfacción. Una noche, al salir de Introducción a la Filosofía, bajaba las escalinatas de la facultad que daban al centro del predio universitario, en medio de árboles distribuidos equitativamente en toda la longitud del terreno y faroles colocados bajo la misma premisa. La noche estaba fría y me
había olvidado la bufanda sobre la mesa de formica, al lado del mate, de la azucarera y del azúcar derramado sobre la mencionada mesa, por lo que opté por esconder la cabeza en el cuello de la campera, como si fuese una tortuga. A un costado, las puertas vidriadas de la facultad de de psicología se abrían dando paso a los alumnos y las alumnas de diversos niveles de esa carrera, parte de esas personas emprendían el regreso a casa solas o acompañadas, mientras que varias se juntaban en grupitos en el predio a conversar o a planificar la salida del fin de semana. Una chica rompía con todos los esquemas. Caminaba con los brazos formando una ve corta, con las manos unidas a la altura de la cremallera del jean, aprisionando una carpeta. De los bolsillos del pantalón asomaban capuchones de biromes azules, rojas y verdes, además de papelitos y un llavero con forma de pescado, que también era destapador. Sus ojos celestes como un mar paradisiaco eran el complemento ideal para sus blondas ondulaciones capilares. Tenía la mirada baja, el semblante extremadamente blanco, como si en realidad estuviera muerta. Caminó unos pasos y terminó de recorrer la escalera. Me acerqué lentamente, escondiéndome detrás de los árboles, apoyando la espalda sobre la corteza y mirando disimuladamente de reojo a la chica. El lote donde estaba emplazada la universidad parecía un campo minado (al menos yo lo vivía con esa intensidad) ya que mis movimientos parecían propios de una película de espionaje completamente fuera de contexto en relación a la ubicación de mi persona. Creo que varios de los que formaban semicírculos donde conversaban se voltearon para mirarme. No me importó. Ella seguía caminando, lentamente, pero
decidida, se desplazaba en dirección mía, tenía puesto un jean ajustado que le quedaba como pintado en la piel y una remera musculosa blanca debajo de una camisa a cuadrillé desabotonada. Yo permanecía con las piernas tiesas, temblorosas, a punto de vencerse, cada baldosa que ella dejaba atrás era una baldosa menos que faltaba para nuestro encuentro, ella seguía con la mirada baja y yo con la espalda pegoteada con resina que sangraba del interior del árbol. -Disculpame, pero creo que nos conocemos. –Arremetí lleno de timidez. Ella se asustó al principio y luego reaccionó con sorpresa. -No te conozco. –Dijo, mirándome estudiosamente, actuando con superación. -Fue hace ocho años. Vos pasaste caminando por la vereda de mi casa, en realidad por el cordón, estabas como haciendo equilibrio, como si estuvieras sobre un abismo que en realidad era el asfalto. Fui a la puerta ventana para poder salir, pero cuando hubiese podido ya no estabas. Estos sincericidios tienen como resultado dos posibles conductas extremas por quien oficia de oyente: O bien la chica sale corriendo y nunca más vuelvo a saber de ella, cómo también puede que la misma actúe con ternura y me dé una oportunidad. Después de todo la esperé todos estos años con una paciencia penelopesca, me merezco una oportunidad. -Realmente no lo recuerdo. Yo era de hacer esas cosas, pero con el tiempo uno va creciendo, va abandonando algunas conductas conforme al desarrollo físico y mental y bueno, queda lo que queda. No se puede vivir sin superar
algunas etapas, no se puede vivir en el ensueño, la vida no es un ensueño. Ella miró su reloj mientras el esqueleto que sostenía todos estos años se venía estrepitosamente abajo y todo comenzó a perder sentido, a volverse más frío. Luego finalizó su retórica: -Bueno, disculpame, se me hace tarde, chau. Un gusto hablar con vos. Se fue como apareció, caminando lento, con la mirada baja y la carpeta entre su cuerpo y los brazos formando una ve corta, uniéndose por las manos, a la altura de la cremallera. Se perdió cuando la devoró el contorno del predio formado por una extensión de siempre verde. La palabra decepción resonaba en mi cabeza al tiempo que lo hacía una melosa balada pop (me parece que era de Enrique Iglesias) que escuché en el kiosko mientras compraba un chocolate. El murmullo del resto de los estudiantes, que ya comenzaban a dispersarse, se entremezclaba con mis pensamientos. Mientras tanto el sol caía, un perro se acercó a uno de los accesos a la facultad y orinó sobre la puerta, otros alumnos comían medias lunas con mate y yo me sentía el más grande de los imbéciles sobre la faz de la tierra. Nunca más volví a disfrutar de la locura.
Los Ojos de la Doncella (by el que Busca y no Encuentra)
Déjame contemplarte. Quédate quieta mirando el ocaso, Quédate desnuda para poder pintarte. Con cada trazo voraz va apareciendo tu figura, Sobre un tenue lienzo el pincel va pariendo tu cintura, Tu ombligo, tus senos puntiagudos, tu corazón. Pero en tus ojos algo anda mal No consigo que me confiesen su desvelo, Que me hablen de su tristeza, dicen mentiras. Con pinceladas violentas los maltrato, Intento torturarlos para que muestren su pena, Pero no hay caso. Y en una milonga demencial bailamos, Nos agredimos, nos hacemos daño, nos amamos y nos odiamos, Somos el agua en el aceite hirviendo.
Tu retrato va tomando un color carmín. No es de extrañarme, este tango se baila de forma violenta, Vas alcanzando niveles de locura, que te hacen más maravillosa. Quédate quieta, déjame contemplarte, Déjame retratar este momento, déjame verte con tus ojos, Deja que el dolor pase, aunque eso duela. Déjame remediar lo irremediable, Regálame un destello de tus ojos para completarte, Aunque ya sea demasiado tarde. Déjame redimirme, dame el honor de ser tu lazarillo, Déjame guiarte hacia el edén o partamos juntos al averno, Déjame convidarte una manzana, aunque nos cueste el paraíso.
Lo que ahora no valorás después ya no va a existir. (La Vela Puerca)
CHICAS BONITAS (by Rocker)
Por fin, hoy tenemos un nuevo lugar donde escondernos de todas esas gentes que no saben que hacer con sus vidas de esos que dejan que el sistema los carcoma despertándolos de sus sueños antes de dormirse. Nos esconderemos de esas chicas bonitas que no nos miran porque somos poca cosa para sus pechos de plástico y sus gruesos labios de la ciencia ay, que bonitas que son con sus melenas rubias y sus pestañeas postizas. Yo voy a enseñarte como ser un triunfador sin necesidad de triunfar. Vamos a caminar por el pasto haciendo equilibrio en la banquina vamos a escuchar las voces y las risas pero no es eso lo importante y las dejaremos pasar nosotros no tenemos prisa vamos a donde nos lleve el viento ¿Vamos a donde nos lleve el viento?
¡Te digo no! Un camino sin señalizar también es un camino peligroso pero camino al fin. ¿Quién tiene la brújula en un mundo sin caminos? Improvisaremos una teoría cognitiva. Hay que ser bueno, hay que ser fiel, hay que hacer deportes porque sino te vas al infierno hay que dormir el demonio interior y tomar remedios que estén de moda, podemos ver televisión tres horas por día y sacar a pasear al perro. ¡Pero no podemos demostrar todo el amor que sentimos! ¡Ingratos mis deseos que atormentan mis cariños! Yo voy a ensañarte como ser un triunfador con todas esas chicas que se creen tan lindas solo hay que decirles todo el tiempo que son tan lindas. En fin, hoy tenemos un nuevo lugar donde escondernos pueden venir cuantos quieran. ¿Serán tratados bien?
Shh (by Brigitte Godino)
Bendito silencio que por momentos da caricias de creatividad. Lucidez que acompaña un alma en vela lejos de conciliar el sueño. Oh, atormentada belleza dime en este momento el significado del amor. Dime si es que pueden tus labios sellados pronunciar palabra cual es el sentido de la vida. Dime ahora que estás viva que siente un corazón que late.