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editorial
A 50 años de la Reforma Universitaria Vivimos en un presente habitado en su mayoría por quienes no fueron actores ni testigos de lo sucedido en 1967, un año bisagra para la UC en un decenio saturado de historia. Es una época de cambios en que la palabra nuevo adquiere un prestigio inédito. En 1967, la Universidad Católica vivía un proceso de reforma que influyó en todo el sistema universitario nacional, y que había comenzado incipientemente años antes. La necesidad de reforma obedecía a factores externos e internos de las propias instituciones. Debido a la agitación social de la época, a los múltiples cambios, a la politización de la sociedad y a los desafíos que surgían de la misma Iglesia, no es fácil identificar las raíces y motivaciones más profundas de este proceso, pero la documentación de las demandas iniciales del movimiento estudiantil es abundante, en particular desde los cuatro años previos a 1967. Se plantearon propuestas que favorecerían la calidad, a través de la consolidación de un cuerpo de profesores de planta con labor exclusiva. En primer término, se llamaba a potenciar el desarrollo de la ciencia e investigación, y se apreciaba Una visión imparcial de los hechos una falta de formación integral de los estudiantes que impedía una visión global del hombre y del mundo. Segundo, se sentía la falta de un mayor compromiso social de la UC, reflejado en sus nos indica que después de 50 mallas curriculares, en la investigación y en la inclusión. Tercero, se apreciaba una deuda del rol la catolicidad como impronta de la UC. años de este proceso de reforma, de En este sentido, se extrañaba una mirada más inclusiva de lo católico, si bien ya en 1962 en el la UC y el sistema universitario texto “El deber social y político de la hora presente” los obispos chilenos habían llamado a apoyar Además, para predicar con el ejemplo, la Iglesia impulsaba su propia reforma agraria y, en chileno han progresado en forma cambios. marzo de 1967, se publicaba la encíclica Populorum Progressio del Papa Paulo VI, en la cual se llama creciente y sostenida. Este a no desoír los clamores de reforma vigentes en la sociedad. Cuarto, se planteaban problemas de calidad en aspectos académicos y administrativos, lo que implicaba riesgos económicos, de desarrollo se fundamenta en un sustentabilidad y crecimiento institucional. Quinto, se cuestionaba la idoneidad de las autoridades trabajo conjunto de 130 años. universitarias, en particular de la Dirección Superior, por su mecanismo de designación y falta de experiencia en actividades académicas. Finalmente, la participación vinculante de los diferentes estamentos en la conducción de la universidad era una solicitud muy clara. En los siguientes años, varios de estos aspectos se confundieron con la actividad política de la época y estuvieron influidos por presiones partidarias. A pesar de ello, se continuó avanzando en la calidad del proyecto universitario. Una visión imparcial de los hechos nos indica que después de 50 años de este proceso de reforma, la UC y el sistema universitario chileno han progresado en forma creciente y sostenida. Este desarrollo se fundamenta en un trabajo conjunto de 130 años, influido en los últimos 50 por el proceso de reforma, pero además por el riguroso trabajo realizado por las generaciones que han formado la comunidad universitaria. En un año en que se discute el futuro de la Educación Superior, es necesario examinar esta historia y este desarrollo. Ignacio Sánchez DÍAZ Rector
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6 1967: remecer los cimientos
28 La evolución del descontento
CAROLINA LOYOLA ESTAY
POR JORGE LARRAíN IBÁÑEZ
La toma de Casa Central el 11 de agosto de 1967 no fue un hecho aislado. Es parte de un movimiento juvenil que, a nivel mundial y decepcionado de las estructuras de la época, deseaba cambios radicales, fenómeno que marcó el año siguiente (1968). En Chile, la toma de la UC buscó “bajar de la torre de marfil” para vincularse mejor a la sociedad chilena.
1967-2011. Estos dos momentos de las movilizaciones estudiantiles poseen diferencias fundamentales. Para el autor, activo líder en los años 60, hay un hecho esencial; entonces se pensaba que a través de los partidos políticos se podrían cambiar las estructuras de la injusticia, en tanto las manifestaciones recientes reflejan una crisis de la democracia representativa.
14 El rector de la reforma POR MIGUEL LABORDE DURONEA
En junio de 2013, la universidad conmemoró los 125 años de su fundación. Para el video que se proyectó en el aniversario, se entrevistó al rector Fernando Castillo Velasco, quien encabezó el proceso de transformación que se inició en 1967. Su muerte, justo un mes después de ese encuentro, agrega valor a las que serían sus últimas reflexiones sobre su rol en el proceso.
20 Una raíz olvidada:
La clave católica de la reforma POR ELIANA ROZAS ORTÚZAR
El sacerdote jesuita Juan Ochagavía y las profesoras Sol Serrano y Sandra Arenas abordan las profundas implicancias que la renovación del pensamiento de la Iglesia tuvo en los acontecimientos de 1967, en especial el Concilio Vaticano II y el influjo de la Conferencia Episcopal Latinoamericana.
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Diálogos entre la universidad y el pueblo POR PEDRO ÁLVAREZ CASELLI
El autor, historiador de la gráfica nacional, aborda aquí la expresión artística de los años 60 en Chile a través de una selección de imágenes que plasmaron el espíritu de la época; obras que se convirtieron entonces en otro canal para manifestar los anhelos de cambio durante ese periodo.
Despertar del letargo
44 POR BERNARDO SUBERCASEAUX SOMMERHOFF La chispa inicial de las reformas universitarias provino de la Universidad Católica de Valparaíso. La posterior toma de Casa Central de la UC, más la creciente radicalización del alumnado en las universidades de Concepción, Técnica del Estado (actual Usach) y de Chile, ampliaron el proceso.
Reforma Universitaria 1967-2017 52 El vuelo de Rafael
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Ariete, la prensa del movimiento
POR MARGARITA SERRANO pérez
POR REVISTA UNIVERSITARIA
Camarada de Miguel Ángel Solar y adversario político de Jaime Guzmán, Rafael Echeverría se emociona con los días que vivió entre las paredes de Casa Central, durante la toma de la universidad. Este año, como exitoso empresario que se pasea por el mundo desarrollando su coaching ontológico, volvió a recorrer los pasillos de la UC.
La vida de esta revista de la FEUC de 1967 retrató el momento histórico desde adentro. Entretelones de las reuniones, viajes y correspondencia a Roma, contactos con la Iglesia y el gobierno, pormenores de la toma y la contratoma de sus opositores. Es el relato íntimo de una época de crecientes divisiones.
58 Los pilares del cambio:
miradas en perspectiva POR REVISTA UNIVERSITARIA
Algunos protagonistas de la época de la Reforma Universitaria se enfrentan en este artículo a ciertas ideas que marcaron ese momento histórico. Medio siglo después, ellas siguen siendo atractivas, se evocan como utopías imposibles o, con el tiempo mediante, perdieron vigencia.
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La Trastienda
La escena que captura un momento detrás de cada edición de Revista Universitaria, y del acontecer de la Universidad Católica.
agradecimientos
Archivo Patrimonial Universidad de Santiago de Chile Colección Museo Histórico Nacional Sección periódicos Biblioteca Nacional Archivo Histórico del Arzobispado de Santiago Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
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Tomar la ocasión y cambiar el mundo
Archivo Ictus
POR CLAUDIO ROLLE CRUZ
La toma de Casa Central representa el símbolo de un proceso que duró varios años, y cuyos efectos pueden percibirse incluso en la Universidad Católica del presente. Una parte muy importante de la estructura actual de la UC deriva de esas medidas que se pusieron en marcha cuando el ideal de proyección estaba marcado por la imagen de una “universidad abierta y para todos”.
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1967: remecer los
remecer los
cimientos La toma de Casa Central de la UC el 11 de agosto de 1967 no fue un hecho aislado. Habla de un movimiento juvenil que a nivel mundial estaba decepcionado de las estructuras circundantes y que deseaba un cambio pacífico hacia la libertad. En Chile fue un grupo de jóvenes, católicos en su mayoría, cuyos principios los llevaron a tomarse la UC y, con ello, romper las barreras del aislacionismo universitario para vincularse históricamente a la sociedad chilena. Por Carolina Loyola Estay
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El lugar de la toma. La imagen muestra el frontis de Casa Central durante la década de 1960. El acceso principal de la universidad era la puerta ubicada bajo el Cristo. Esta entrada fue clausurada por los estudiantes con cadenas y candados, a las cero horas del 11 de agosto de 1967.
FOTOGRAFÍA ARCHIVO MUSEO HISTÓRICO NACIONAL
n 1959 la Democracia Cristiana Universitaria (DCU) ganó las elecciones de la Federación de Estudiantes de la UC e inició un cambio radical respecto del quehacer de los alumnos como estamento universitario. De acuerdo a sus principios, ellos debían ser un “sector revolucionario tras una nueva universidad y una nueva sociedad”. Pero ¿qué entendían por hombre y sociedad nueva? La Segunda Guerra Mundial y los sistemas sociopolíticos y económicos que surgieron tras ella representaban cadenas de esclavitud a las cuales se había atado a la humanidad. Como señaló el padre Juan Ochagavía S.J., por un lado estaban “las grandes trasnacionales, que apoyaban en muchos países a las dictaduras de derecha, con pobreza y torturas incluidas; y al otro los regímenes comunistas, con sus purgas, estado policial y deshumanización”. La sociedad debía superar aquellas pesadas servidumbres y volver a la sencillez del evangelio. Así lo entendió el papa Juan XXIII quien, precisamente, por iniciativa personal convocó en 1959 al aggionarmento, es decir, al concilio eclesial que imprimió la orientación pastoral renovada de la Iglesia Católica del siglo XX.
Unos cuantos cursos de cultura católica no cubrían la necesidad de una juventud deseosa de empaparse de la “nueva” Iglesia. Al contrario, no recibían las enseñanzas del Concilio y gran parte del alumnado se encontraba en un “alarmante desconocimiento de ellas”. 8
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Este espíritu de renovación era el que compartía la juventud de la DCU, la cual representaba un sector dentro de la política universitaria fuertemente influenciado por la doctrina social de la Iglesia. Su discurso se veía realzado por el nuevo humanismo propugnado por Jacques Maritain, referente obligado de aquellos jóvenes, y por la misión de formar una conciencia de cambio social en un estudiantado de clase alta, más bien apático. Los años transcurridos entre la primera federación demócrata cristiana y aquella de la “toma”, se caracterizaron por la configuración de un discurso y praxis que comenzó a desconfiar de la eficiencia estructural y organizacional de la UC. Los énfasis estaban puestos en cinco puntos: democratización universitaria; compromiso social de los estudiantes; extensión cultural; rol público de la universidad y reforma universitaria. Estos focos fueron madurando con el tiempo. En 1964, durante la IV Convención de la FEUC esos ejes se convirtieron en “la concreción de experiencias y elaboraciones de cinco años del movimiento estudiantil”, tal como señala Manuel Garretón, constituyendo los fundamentos sobre los cuales giraría la futura transformación de la institución a fines de la década de los sesenta.
Se asoma un líder Invierno de 1965. Miguel Ángel Solar, un joven estudiante de Medicina, junto a un grupo de alumnos católicos asistía como todos los domingos a misa en la Parroquia Universitaria. Se trataba de una ceremonia sencilla. Un telón blanco separaba el templo decimonónico de Santa Ana, con sus abalorios barrocos, de una nueva ornamentación: tablones de pino sin cepillar, lienzos, caballetes, un par de vasos como vinagreras y velas. La escena representaba la simplicidad y pobreza del mensaje posconciliar. Tras la solemne y austera eucaristía, se reunían en el patio junto al sacerdote Mariano Puga para discutir sobre la nueva teología. Era el espacio que tenían para
A la vieja estructura organizacional se añadía una evidente atomización de las así denominadas “facultades”, que solo producían profesionales listos para insertarse en el mercado laboral, ajenos a la investigación científica, docencia o creación de conocimiento. hacerlo. La UC en la cual cursaban sus carreras, con unos cuantos cursos de cultura católica, no cubría la necesidad de una juventud deseosa de empaparse de la “nueva” Iglesia. Al contrario, no recibían las enseñanzas del Concilio y gran parte del alumnado se encontraba en un “alarmante desconocimiento de ellas” (revista Ariete, junio de 1967). Más tarde, en septiembre de 1966, durante la asamblea de la DCU, Miguel Ángel Solar fue designado presidente de la FEUC. Su nombramiento implicaba una prosecución del movimiento, hasta ese entonces cauteloso en sus afanes reformistas. Aunque esta nueva federación no estaba vinculada orgánicamente al partido político, sí comulgaba con sus principios socialcristianos abogando por un “deber ser” responsable, auténtico y comprometido con la comunidad, motivo
por el cual canalizaron sus quejas principalmente a través del diálogo con actores sociales y políticos del momento. Sin embargo, la cautela duraría poco. La revista de la federación denunciaba la “agonía” de la autoridad, reflejada en su falta de legitimidad e ineficiencia en la toma de decisiones. Les preocupaba que la universidad fuese denominada “Universidad Católica de Chile”, cuando no representaba ni lo propiamente universitario, ni el nuevo catolicismo, ni lo chileno. A la vieja estructura organizacional se añadía una evidente atomización de las así denominadas “facultades”, que solo producían profesionales listos para insertarse en el mercado laboral, ajenos a la investigación científica, docencia o creación de conocimiento. A esta estructura medieval, hermética, con un consejo superior cerrado a la participación de los estudiantes y otros estamentos, y conformado por miembros que poco o nada tenían que ver con el quehacer cotidiano de la universidad (consejeros de gracia), se añadían las quejas hacia la autoridad superior. Si hasta entonces el diálogo con las autoridades había sido la única vía para manifestar sus quejas, según afirma Manuel Garretón ( y otros autores) en su libro Reforma Universitaria: Pontificia Universidad Católica de Chile, el empantanamiento de las proposiciones estudiantiles ante un poder central displicente había colmado la paciencia de los jóvenes. La hora de poner en jaque al poder universitario constituido había llegado (Garretón y otros autores, 1985).
El discurso de Solar. El entonces presidente de la FEUC, Miguel Ángel Solar, publicó en mayo de 1967 en la revista Ercilla su propuesta para una nueva universidad. FOTOGRAFÍA REVISTA ERCILLA, 1967
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7 de abril de 1967. Miguel Ángel Solar, como presidente de la FEUC, se enfrentó a un gimnasio repleto de gente para dar su discurso de inicio del año académico. Leyó un texto donde detallaba las reflexiones para el futuro de la institución. Con voz firme el estudiante de Medicina se dirigió al rector diciendo: “La superación de la actual crisis de la universidad solamente comenzará cuando sea relevado el actual rector. (…) Cuando su lugar pase a ser ocupado por un hombre de reconocidas capacidades y vocación universitaria”. El 6 de junio, Solar planteó ante el Consejo Superior la posición del movimiento estudiantil a través del documento “Nuevos hombres para una nueva universidad”. Simple y directo. El lema de su presentación hablaba por sí mismo. Primero, una nueva UC en sintonía con los problemas que aquejaban al país; nuevos hombres cultos y profesionales; nueva
0 horas. Se realiza la toma de Casa Central de la UC y de todas las escuelas periféricas. Luego se emite el primer comunicado: “Solo la nueva autoridad y el claustro pleno podrán abrir esta universidad”.
Agosto histórico Día 10
10 horas. Algunos grupos de alumnos intentan entrar a Casa Central por la parte del hospital. Ocurren algunos incidentes, pero los estudiantes no logran su cometido. Asaltos similares se producen, aunque sin resultados, en la Escuela Normal y de Psicología.
Día 11
universidad católica, cristiana en sus cimientos; comunitaria y comprometida; nueva autoridad, representativa, consciente de la urgencia del cambio. Las palabras de Solar cayeron nuevamente en oídos sordos (Garretón y otros autores, 1985). La federación convocó a un plebiscito para los días 26 y 27 de junio de 1967, llamando al estudiantado a pronunciarse respecto de la permanencia de la autoridad de la universidad. Los jóvenes votaron en su mayoría a favor de un cambio (3.221 a favor y 545 en contra). A través del rector el consejo envió con premura a Roma el nuevo reglamento de la universidad para su aprobación. El gesto fue entendido por los alumnos como una tregua por lo que decidieron esperar un mes. En agosto de 1967, la casa de los jesuitas ubicada en Calera de Tango se convirtió en el cuartel general desde donde los jóvenes organizaron la toma. La misma casa de retiro en la que antes el Padre Hurtado había predicado a cientos de jóvenes sobre la función social del universitario sirvió más 11 horas. Se designa una comisión para redactar la respuesta al Consejo Superior. La FEUC denuncia a El Mercurio por hacer aparecer al movimiento como “injusto e infiltrado por elementos extremistas”. Se establece el primer contacto con las autoridades.
DÍA 12
19 horas. En la UC se inicia la sesión extraordinaria del consejo general de la FEUC, a fin de abordar el incumplimiento de parte de las autoridades del acuerdo para designar un nuevo prorrector.
Día 13
Se reciben múltiples adhesiones al movimiento desde distintos sectores del país. El Consejo Superior y el rector emiten una declaración.
19:00 horas. Clase magistral.
Día 15
11:30 horas. Se realiza una concentración de alumnos frente a Casa Central, momento en que el presidente de la FEUC da a conocer las gestiones realizadas, a fin de solucionar el conflicto. FOTOGRAFÍA la tercera de la hora, 1967
FOTOGRAFÍA libro trazos: un retrato de la identidad uc revista universitaria
Se desarrollan reuniones entre alumnos y profesores.
Se desarrollan múltiples reuniones con profesores de todas las escuelas y facultades. En ellas los estudiantes discuten posibles vías de solución. Importantes sectores de académicos se pronuncian a favor de los planteamientos de la federación.
23 horas. Se resuelve iniciar un paro total de actividades estudiantiles por 24 horas, con carácter prorrogable.
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DÍA 14
FOTOGRAFÍA el mercurio, 1967
El día D: una toma de cadenas y candados
• El consejo de presidentes de la FECH emite una declaración en la que expresa su total respaldo a los estudiantes. • Regresa a Santiago el enviado especial de la FEUC a la Santa Sede, José Joaquín Brunner, quien expresa que el Vaticano apoya al movimiento. 22 horas. Gracias a la gestión del senador Ignacio Palma, Miguel Ángel Solar sostiene la primera conversación oficial con el rector de la universidad, en la que se vislumbra la posibilidad de llegar a un acuerdo.
Día 17
El senador Ignacio Palma y el presidente de la FEUC redactan, cada uno, proyectos de acuerdo que, posteriormente, el rector no acepta firmar. En la noche se realiza un foro en Canal 13 entre Miguel Ángel Solar y el director de El Mercurio.
DÍA 18
Las autoridades mantienen su posición de rechazo a los planteamientos del movimiento.
transcurrieron entre el 11 y el 22 de agosto (fecha que los estudiantes entregaron la universidad) fueron de intensas negociaciones entre todos los actores que el movimiento logró involucrar: alumnos, profesores, autoridades, gobierno, Iglesia chilena y el Vaticano. “Nuestra victoria”, dice Ariete, porque
El Ministro de Relaciones Exteriores, Gabriel Valdés, hace gestiones personales con el cardenal para lograr una solución al conflicto.
Se efectúa una gran concentración frente a la universidad en la que hablan los presidentes de la FEUC, FECH y FEUT (Federación de Estudiantes de la Universidad Técnica del Estado). Después se realiza una marcha.
DÍA 16
Si hasta entonces el diálogo con las autoridades había sido la única vía para manifestar sus quejas, el empantanamiento de las proposiciones estudiantiles ante un poder central displicente había colmado la paciencia de los jóvenes. La hora de poner en jaque al poder universitario constituido había llegado.
Día 19
Llega la respuesta del rector a la FEUC, en la cual manifiesta su aprobación al nombramiento del prorrector, con facultades para democratizar la elección de la nueva autoridad y dirigir la planificación académica.
FOTOGRAFÍA revista ercilla, 1967
FOTOGRAFÍA revista ariete, 1967
tarde de refugio para coordinar estratégicamente lo que sería con el tiempo uno de los hitos más revolucionarios en la historia de la UC. Algunos hechos adelantaban el descontento estudiantil. Primero, a través de los discursos que Solar pronunció en abril y junio, con el plebiscito de ese mismo mes y, luego, con la publicación de la revista de la federación, Ariete, cuyos artículos mostraban las demandas insatisfechas. Incluso hasta Roma alcanzó a llegar el rumor de una posible toma de la universidad. Tras días de fútiles conversaciones entre el Consejo Superior y el comité ejecutivo de la FEUC, los jóvenes decidieron finalmente poner en práctica la “operación toma de la universidad”, maniobra a cargo de Carlos Montes, Fernando Lara, Rodrigo Egaña y Luis Enrique Salinas. Era la noche del 10 de agosto. A las cero horas del día 11 se inició la toma de la Casa Central de la universidad. Esta acción fue acompañada por una huelga estudiantil que solo finalizaría con la elección de una nueva autoridad, elegida por un claustro pleno. Los días que
17:00 horas. Reunión extraordinaria del consejo nacional de presidentes de federaciones universitarias, en la que se acuerda efectuar un paro nacional el martes 23, en apoyo al movimiento estudiantil de la UC.
DÍA 20
Se procede a una limpieza general de la universidad. 19:00 horas. El cardenal firma en la oficina del Comité Permanente del Episcopado el acuerdo final. El rector se niega a dar su firma.
Día 21
DÍA 22
Los profesores se reúnen y forman una quina de la que se espera salga el prorrector. El cardenal interviene en el conflicto. Entrevista de los dirigentes estudiantiles con el cardenal, Fernando Castillo y el Padre Viganó. Se logran acuerdos definitivos. Fernando Castillo es aceptado como futuro prorrector y visita los locales tomados.
18:00 horas. Se realiza un segundo encuentro con el rector, sin lograr acuerdos significativos. En Casa Central se concentran solo quinientos alumnos.
12:30 horas. Los estudiantes abren la UC. 19:00 horas. Fernando Castillo Velasco es nombrado prorrector. Presiden el acto el prosecretario general de la UC, el presidente de la Federación de Trabajadores y un representante de los profesores.
FOTOGRAFÍA revista ariete, 1967
FUENTE: revista ARiete, AGOSTO 1967.
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Este espíritu de renovación compartía la juventud de la Democracia Cristiana Universitaria, la cual representaba un sector dentro de la política universitaria fuertemente influenciado por la doctrina social de la Iglesia. Su discurso se veía realzado por el nuevo humanismo propugnado por Jacques Maritain.
tras largos días de conversaciones en torno al futuro de la universidad, el Vaticano aceptó la renuncia del rector monseñor Alfredo Silva Santiago y nombró como prorrector al profesor de arquitectura Fernando Castillo Velasco. La toma y el movimiento reformista que le acompañó no tuvieron un apoyo unánime. Por lo pronto, monseñor Alfredo Silva Santiago, sin representar una oposición tajante, sí fue crítico de la violencia que se desencadenó. Cinco años después de aquel 11 de agosto, evocaba con tristeza la vorágine de acontecimientos que llevaron a su renuncia. “Siempre tuve buenas relaciones con los dirigentes estudiantiles –recuerda–. (…) No dejé la universidad por una imposición, yo había mandado mi renuncia a la Santa Sede, pero me la rechazaron”. Por el contrario, fueron los propios alumnos opositores al movimiento y las autoridades políticas quienes reaccionaron con ímpetu ante los hechos, como recuerda Cristóbal Valdés Sáenz, estudiante de Derecho y presidente de la Juventud del Partido Nacional de la UC. A Valdés le tocó participar en innumerables reuniones para recuperar la universidad, incluso para que algunas escuelas pudieran reanudar las clases en otros establecimientos. Según señala, existió tal involucramiento, tanto a favor como en contra, en torno a todo lo que estaba sucediendo en la UC, que era difícil mantenerse ajeno a lo que sucedía. Tras la toma de la universidad, Valdés, al igual que muchos otros estudiantes, fueron de inmediato a solidarizar con el rector Silva Santiago y participaron activamente en la “retoma” de la Casa Central. “Fui a una movilización efectuada en un fundo de la familia Lyon en Quilicura, donde nos reunimos alrededor de trescientos alumnos (del comando de defensa de la UC), para planificar la “retoma” que se realizaría por el lado de la Facultad de Medicina, es decir por la calle de atrás (Marcoleta). Todo ello se frustró porque Bernardo Leighton, con la aprobación de Eduardo Frei, desplegó el grupo de fuerzas especiales de Carabineros alrededor del recinto, brindando un verdadero cordón de seguridad a quienes participaban en la toma”, cuenta. Una oposición mucho más orgánica que la reaccionaria al 11 de agosto fue la que se configuró en torno al Movimiento
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FOTOGRAFÍA REVISTA ERCILLA, 1967
Gremialista, organización que desde 1966 conformaba un contrapeso importante a la DCU. Con una consigna de apoliticismo, lograrían ganar en 1968 las elecciones estudiantiles, planteando importantes dificultades de gestión para el entonces rector Fernando Castillo Velasco.
El castillo de Velasco Dentro de una quina de nombres propuestos por el profesorado, el 22 de agosto de 1967, monseñor Silva Santiago eligió como prorrector a Fernando Castillo Velasco. Los hechos que siguieron a este nombramiento solo confirmaron la victoria del movimiento estudiantil. El rector renunció a su cargo y lo mismo hicieron los consejeros de gracia del Consejo Superior. La FEUC entregó los lugares tomados. Se terminó la toma y la huelga. La posición de Castillo Velasco como máxima autoridad se confirmó el 7 de septiembre, cuando desde Roma se le designó rector interino de la UC. Dos semanas más tarde, en claustro pleno, se confeccionó una terna que fue directo al Vaticano para la elección del rector definitivo. Finalmente, la Sagrada Congregación de Semi-
La opinión de los estudiantes. En la fotografía vemos el plebiscito convocado por la FEUC en junio de 1967. En la votación triunfó la opción a favor de la renuncia del rector Silva Santiago.
narios y Universidades ratificó a Castillo Velasco, el primer rector laico de la universidad. En mayo de 1968, Castillo se dedicó de inmediato a la construcción de la nueva universidad. La rectoría, apoyada por la federación de estudiantes de la DCU, cuyos integrantes se transformarían en sus hombres de confianza, se convirtió en el centro neurálgico de la universidad. Desde allí comenzó a gestarse la reforma y se instalaron sus primeros pilares. Por lo pronto, Castillo Velasco propuso en el Consejo Superior una participación más activa del estudiantado; la modificación del propio consejo con representatividad de los diferentes estamentos universitarios y una nueva estructura académica: los departamentos, institutos y escuelas (Garretón y otros autores en Reforma Universitaria: Pontificia Universidad Católica de Chile). A este marco general de referencia, que permitió a la comunidad universitaria llevar a cabo su propia reestructuración, se añadió la reorganización de los institutos de Teología, Ciencias Humanas y de Ciencias Matemáticas, Físicas y Química. El objetivo era establecer en ellos centros de estudios interdisciplinarios, para vincular estrechamente el quehacer académico con la realidad social del país y de Latinoamérica. También se inició el proceso de democratización del ingreso de los alumnos a la universidad, mediante un sistema de pago de matrícula en proporción a la situación socioeconómica del núcleo familiar del alumno.
En agosto de 1968, estas decisiones apoyadas por el Consejo Superior eran solo el comienzo de una serie de medidas que pretendían, en el mediano y largo plazo, hacer realidad la reforma. Sin embargo, el mismo consejo liderado por el rector y, cercado por los jóvenes de la Juventud Demócrata Cristiana representada por el presidente de la federación, Rafael Echeverría, notoriamente político en sus planteamientos, comenzó a mellarse producto de las divergencias internas del grupo de la toma. La DCU, con Solar a la cabeza y ocupando cargos directivos en la nueva estructura universitaria, era fiel a la rectoría, mientras que Echeverría confiaba en la Feuc como órgano principal de acción y decisión. Dos meses más tarde se realizaron las elecciones de la federación. Después de casi una década en el poder, la DCU cedió ante el movimiento gremial encabezado por Ernesto Illanes. La nueva directiva no criticó la reforma en sí misma, sino el politicismo con que esta se llevó a cabo, según su parecer. De hecho, el lema de la campaña fue “Por una Reforma Universitaria seria e independiente”, criticando directamente la influencia supuestamente marxista entre los postulados. El triunfo del gremialismo, la fricción de los grupos políticos internos de la universidad y las dificultades del rector para implementar la reforma dan cuenta de una nueva etapa de la lucha política al interior de la UC, pugna que solo vio fin en septiembre de 1973.
La elección de Castillo Velasco. Dentro de una quina de nombres propuestos por el profesorado, el 22 de agosto de 1967, monseñor Silva Santiago eligió como prorrector a Fernando Castillo Velasco. En las imágenes vemos a la derecha el conteo de votos de la elección desarrollada por los profesores. A la izquierda la participación de Castillo Velasco.
FOTOGRAFÍA REVISTA ARIETE, 1967
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El rector de
la reforma El mes de junio de 2013, la universidad conmemoró los 125 años de su fundación. Para el video que se proyectó en el aniversario, el día del Sagrado Corazón, se entrevistó al rector Fernando Castillo Velasco, quien encabezó el proceso de transformación que se inició en la UC. Aquí se reproduce la versión completa de esta conversación, que ahora adquiere dimensiones históricas. Su muerte, justo un mes después de ese encuentro, agrega valor a las que serían sus últimas reflexiones sobre su rol en la institución. Por Miguel Laborde Duronea Fotografía de Álvaro de La fuente farré
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FOTOGRAFÍA archivo histórico uc
El primer rector laico. Fernando Castillo Velasco aparece en la imagen durante una de sus actividades protocolares, en el año 1971.
“Yo tuve la prudencia de sentarme en la universidad tal como era, para mirarla, estudiarla, trabajarla, corregirla, pero nunca hacerle perder su presencia como Universidad Católica de Chile, dependiente del Arzobispado; eso lo conservé y me alegro mucho de haberlo hecho así”. iempre estuvo muy dispuesto a aportar a las iniciativas de la universidad. Le gustaba evocar esos años en que, con espíritu de profesor, le tocó conducir un ambicioso y radical proceso de transformación de su alma mater. Ese día no fue la excepción. A sus casi 95 años, con cierta dificultad para oír y desplazarse, pero con su gentileza de siempre, no tuvo reparos en moverse de un lado a otro según los requerimientos de los camarógrafos e iluminadores. A la luz de los 50 años de la Reforma Universitaria, sus palabras adquieren la condición de un mensaje de carácter histórico, el que aquí transcribimos. —A usted le tocó un rectorado en los años 60, en una época muy convulsionada. ¿Ese ambiente fue algo que se produjo de repente, o usted ya veía señales de que el país y el mundo iban cambiando? —Yo vivía absolutamente marginado de toda actividad política universitaria, era profesor y jefe de la Escuela de Arquitectura y con mucha participación de los estudiantes, pero no tenía vida universitaria. Esa labor era desempeña-
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da por Sergio Larraín, quien un día llegó a decirme: “Quiero que vayas conmigo a una reunión de académicos, al lado de la Parroquia Universitaria”, y nos juntamos alrededor de cien profesores. Se empezó a tratar el tema de nuestra participación y se acordó designar a un grupo de tres para que nos representaran en las conversaciones. Mi nombre comenzó a aparecer en la votación muy reiteradamente, tanto que un profesor que estaba sentado al lado mío me dijo: “¿Quién es ese tal Castillo, que tiene tanto voto?”. Esto a raíz de que nadie se conocía, pero alguien corrió la voz. No sé cuánto influyó Sergio Larraín al hablar de mí antes, porque fue extraño que en un ambiente donde nadie tenía contacto yo apareciera reiteradamente. Así fui propuesto al Gran Canciller como prorrector. Entonces me llamó el cardenal y nos conocimos. Se manifestó contento de la acción que habían realizado los académicos y postuló mi nombre a la Santa Sede. En esos trajines hubo una reunión con el rector de la época, monseñor Silva Santiago, el cardenal Silva Henríquez como Gran Canciller y yo. Recuerdo que estaba sentado entre ellos dos, y comenzaron a conversar y a pelear. En un momento el rector se levantó del asiento y afirmó: “En esas condiciones yo renuncio”. Y el cardenal, sentado al lado, le dijo: “¡Eso es lo que tiene que hacer!”, y monseñor Silva Santiago renunció y se fue.
Cuando llegó el nombramiento de prorrector pasé a ser rector interino y luego se inició el proceso de buscar la democracia interna. Armamos grandes comités de estudio y análisis, con mucha participación de los profesores. Fue una gesta muy bonita, ver cómo se fue generando la democratización del poder en la universidad. —Arquitectura tenía una vocación de cambio, desde el movimiento moderno; ¿Habrá influido esa tendencia? —La Facultad de Arquitectura vivía marginada, al otro lado del río, y no tenía nada que ver con lo que sucedía en Casa Central. Me escogieron a mí y, en parte, yo creo que puede haber sido porque era alcalde y una persona más reconocida. Esa fue la razón porque, como te digo, pocos de los que me eligieron sabían de mí y, sin embargo, tuve el 90% de la votación. O sea, hubo cosas políticas arregladas en su momento. Alguien postuló mi nombre y después desarrollaron la idea. —¿Hay una relación con lo que estaba viviendo la Iglesia Católica en la época? —El cardenal apoyó todo esto con fuerza, rápidamente me llamó y me conoció. Me caló profundo y la Iglesia no aflojó su
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participación y responsabilidad en la UC, para nada. Él conversaba conmigo, con profesores, pero jamás intervino. Asistió a todos los consejos, los presidía y nunca dio su opinión para presionar que la universidad tomara una cierta línea; dejó plenamente abierto el proceso democrático que se estaba realizando, con el objetivo de que la institución buscara su propio camino de desarrollo. —¿También hay un proceso en que la universidad se comenzó a involucrar más en los temas del país? —Era el planteamiento de los estudiantes: participar en los quehaceres del pueblo y que el pueblo estuviera en la universidad. Era lograr una simbiosis entre el pueblo y universidad. La UC no debía ser de la élite, sino del pueblo chileno, algo que era imposible de realizar prácticamente porque este último es muy numeroso y la élite que pagaba matrícula era muy escasa. —Se ha dicho que la Sociología tuvo mucho que ver con aquello de hacer visible una pobreza y una miseria que antes no se veía. —Sí, los sociólogos de la escuela participaron mucho, pero también toda la universidad. De una y otra manera fue un proceso colectivo, de todos.
“El cardenal nunca pidió o exigió o clamó porque la universidad fuese de una determinada manera. Él asistió a todos los consejos superiores y lo único que siempre hizo fue apaciguar los ánimos”.
Claustro Pleno. Para la elección del nuevo rector de la UC, la terna de la cual saldría la nueva autoridad la integraban Fernando Castillo Velasco, Ricardo Krebs y William Thayer. Castillo Velasco contaba con el apoyo del cardenal Silva Henríquez y de los jóvenes universitarios.
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el antecesor. Alfredo Silva Santiago fue rector de la Pontifica Universidad Católica de Chile entre 1958 y 1967, año en que se inició el proceso de Reforma Universitaria y es reemplazado por el arquitecto Fernando Castillo Velasco.
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Panorama. Fue uno de los primeros medios de comunicación institucional y portavoz de la reforma.
Cercanía con Frei. El nuevo rector junto al presidente Eduardo Frei Montalva, discutiendo sobre algunos anuncios en infraestructura universitaria.
—Mirando hacia atrás, ¿usted considera que fue un proceso que se mantuvo dentro de lo esperado, o que se desbocó? —Yo entré ahí ajeno totalmente a lo que era una política universitaria y a la magnitud que tenía la universidad. Estaba en un rincón al otro lado del río en la Escuela de Arquitectura y había desarrollado toda mi vida universitaria como alumno y profesor. Pero creo que el esfuerzo de los estudiantes por asumir responsabilidades en la conducción de la universidad yo también lo hice. Pienso que la UC democratizó su estructura de poder y hubo una participación y capacidad de elegir en todos los ámbitos universitarios –sus directores, los decanos–; fue un cambio muy radical en la forma de organizar la autoridad y yo creo que este es un logro que ha perdurado, aunque llegaron los gobiernos dictatoriales. —¿Usted cree que en la actualidad la UC sigue cumpliendo un rol importante en los temas del país? —La universidad en la que yo fui rector, y la que es hoy, es otro mundo, totalmente distinto. Por ejemplo, se terminaron las facultades y quedó solamente la de Teología. En todo lo demás se llegó a un sistema departamentalizado, un poco copia del sistema americano, pero con muchas peculiaridades chilenas. Estaba contento con lo que se pensaba hacer, pero justo cuando todo eso fue aprobado por el consejo de la universidad vino el golpe militar. Los militares tomaron todos estos papeles y los botaron y trajeron el antiguo reglamento y la universidad no pudo seguir operando con los acuerdos de la Reforma. Hubo coincidencia o casualidad entre el golpe militar y lo que ocurrió en la UC, pero fue muy evidente que lo primero que se perjudicó fue la gran visión de una democratización en el sistema universitario.
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—¿Pero la universidad sigue siendo una investigadora de los problemas del país y un aporte en ese sentido? —Yo creo que la Universidad Católica siempre fue así. En mi época de estudiante hice muchos proyectos que venían de solicitudes municipales, para colaborar con el gobierno en un ámbito nacional. Sin embargo, no creo que antes haya tenido tanta preocupación de servir a su entorno. Fue este movimiento, que culminó con mi elección de rector, el que impulsó la integración de la universidad con los requerimientos del país bajo supuestos muy populares; la institución pertenece al pueblo chileno, no a la Iglesia. Pero mantuvimos un diálogo con el cardenal, quien tuvo la capacidad -aunque él decía que no la tenía- de equilibrar y no destruir la relación Iglesia-universidad, sin imponer nada, dentro del sistema democrático que se estaba estableciendo. El cardenal nunca pidió, exigió o clamó porque la universidad fuese de una determinada manera. Él asistió a todos los consejos superiores y lo único que siempre hizo fue apaciguar los ánimos y controlar un poco el desarrollo de las reuniones, pero sin inmiscuirse en lo profundo de los cambios que se estaban realizando. —Esto lo estamos grabando para el Día del Sagrado Corazón, para transmitirlo con el rector, los vicerrectores y los decanos; ¿le gustaría dar un mensaje, de lo que esperaría usted de la universidad para el siglo XXI? —La universidad ahora es un mundo tan tremendamente distinto al que yo dejé, es tanto lo que ha evolucionado y se ha desarrollado; la capacidad de pensar, de dirigir científicamente... Yo tuve una mínima participación en lo que es, y quién sabe si también la época mía fue buena para asentar ciertas condiciones de relaciones entre los estamentos.
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“No hubo nunca un peligro de destrucción de la obra de la Iglesia, de que los estudiantes que estaban ahí en ese momento, o los que venían de antes, hubiesen terminado con todo”.
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Al servicio de Chile. “Este movimiento, que culminó con mi elección de rector, impulsó la integración de la universidad con los requerimientos del país, bajo supuestos muy populares”, afirmó el rector.
“Fue una gesta muy bonita, ver cómo se fue generando la democratización del poder en la universidad”.
Pienso que en mi tiempo de alumno uno iba a estudiar y después se iba para su casa. Pero luego, cuando fui gestor en la universidad esta era un hervidero de presiones, imposiciones, discusiones y debates…. Al poco tiempo después de ser elegido dimos una cena en el Club de la Unión al doctor Luco, que se iba de su cargo de vicerrector. Ahí el doctor Luco dijo: “Dejo a la universidad en su funeral. Esta se acabó con estos malandrines que llegaron”. Un año después me fue a visitar y me comentó: “Vengo a retractarme de todo lo que dije, porque todo ha sido distinto y lo felicito por lo que ha hecho”. —¿Para qué sirvió esta época de Reforma Universitaria? —Yo creo que lo importante es que fue un acto revolucionario. Se revolucionaron los estudiantes, se revolucionaron los profesores, y el resultado de eso debió ser un caos; sin embargo, en la UC –y creo que, en parte gracias a mí, por preocuparme de buscar acuerdos y no el poder– sirvió para unir a la comunidad. No hubo nunca un peligro de destrucción de la obra de la Iglesia, de que los jóvenes que estaban ahí en ese momento, o los que venían de antes, hubiesen terminado con todo. Yo tuve la prudencia de sentarme en la universidad tal como era, para mirarla, estudiarla, trabajarla, corregirla, pero nunca hacerle perder su presencia como Universidad Católica de Chile, dependiente del Arzobispado; eso lo conservé y me alegro mucho de haberlo hecho así.
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Evento histórico. El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la Iglesia Católica convocado por el Papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959. Este constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo Papa en el otoño de 1962. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura en 1965. En la imagen vemos la salida de los padres conciliares de la Basílica de San Pedro.
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La clave católica de la reforma:
Una raíz
olvidada
El sacerdote jesuita Juan Ochagavía y las profesoras Sol Serrano y Sandra Arenas abordan las profundas implicancias que la renovación del pensamiento de la Iglesia tuvo en los acontecimientos de 1967. El Concilio Vaticano II y todo el influjo de la Conferencia Episcopal Latinoamericana en el rol de las universidades católicas fueron una inspiración fundamental para los estudiantes que empujaron las transformaciones que se iniciaron ese emblemático año.
FOTOGRAFÍA LOTHAR WOLLEH
Por Eliana Rozas Ortúzar
ELIANA ROZAS ORTÚZAR. Periodista y egresada de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Académica de la Facultad de Comunicaciones UC. Además integró el Programa de Graduados Latinoamericanos de la Universidad de Navarra, Pamplona, España.
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¿
Dónde y cuándo se inició la Reforma Universitaria? ¿En febrero de 1967, en la ciudad de Buga, en medio del colombiano valle del Cauca, donde a la sombra de la imponente basílica del Señor de los Milagros tuvo lugar el seminario de expertos sobre la misión de la universidad, convocado por el departamento de educación del Celam? Obviamente. ¿En los meses largos y acontecidos entre 1962 y 1965 en que discurrieron las prolongadas reflexiones y discusiones del Concilio Vaticano II? Por cierto. Una cosa está clara: la reforma no se inició el 15 de junio ni el 11 de agosto de 1967, con las tomas, respectivamente, de las universidades católicas de Valparaíso y de Chile. Todas las cosas que importan, antes de hacerse visibles, se gestan silenciosamente, abonadas por ideas que surgen aquí y allá, que se entrelazan y de pronto cristalizan en hechos que –arrogantes ellos– suelen no reconocerles paternidad. Como si a las paredes de los tradicionales edificios de esas casas de estudio no les hicieran mella los aires de cambio, el viento tuvo que hacerse huracanado para que el interior se transformara. En los recuerdos de José Joaquín Brunner, entonces estudiante de Derecho de la UC, el cruce del umbral de Alameda 340 era como el ingreso a un tiempo pretérito, impermeable frente a los bríos juveniles de los barbudos que entraban sonrientes y victoriosos a La Habana; y del propio Kennedy que encabezaba una nueva generación de demócratas norteamericanos, frente a las luchas por los derechos civiles, la descolonización de África, el hippismo y la revolución de las flores. En su descripción, era como si una vez que la Alameda quedaba a las espaldas, dejaran de oírse las voces de Joan Báez y Bob Dylan. Por eso escoge la palabra “anacrónica” para caracterizar a la institución de entonces que, a su juicio, funcionaba como una “torre de marfil”. Por lo pronto, se trataba de una universidad pequeña. Para 1963, según señala un artículo aparecido ese año en la revista Mensaje, que abogaba precisamente por incrementar el ingreso a la educación superior, la Universidad Católica de Chile tenía 3.705 alumnos, poco más de un cuarto de los de la Universidad de Chile. Una situación que se repetía en las otras universidades católicas. La de Valparaíso, sumada a la del Norte, alcanzaban los 2.863. La mayor parte de los profesores lo eran a tiempo parcial; las facultades no tenían mayor vinculación entre sí; no existía participación de los académi-
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“Se fallaba en lo que constituye lo específico de una universidad: buscar la unidad de las diferentes ciencias con la luz de la Filosofía y la Teología, proyectándose a la sociedad con sus grandes inquietudes y problemas”, explica el padre Juan Ochagavía. cos –ni qué decir de los estudiantes– en el gobierno de la universidad ni en la generación de sus autoridades; y todos los esfuerzos estaban orientados a la formación de profesionales, que se transformaban entonces en casi el único vínculo de la institución con la sociedad. El padre Juan Ochagavía, entonces profesor de la Facultad de Teología y, a partir de 1968, su decano, señala que “se fallaba en lo que constituye lo específico de una universidad, que es buscar la unidad de las diferentes ciencias con la luz de la Filosofía y la Teología, proyectándose a la sociedad con sus grandes inquietudes y problemas”. Y agrega que la falta de académicos de tiempo completo impedía el desarrollo de lo que considera la célula básica del estudio universitario: “la comunidad del profesor con el alumno, que trabajan unidos y cercanos”. La percepción de los estudiantes o, al menos de una mayoritaria parte de ellos, parece haber concordado con estos diagnósticos a comienzos de la década del 60: en 1959, la Democracia Cristiana llegó a la FEUC tras una campaña que acuñó el elocuente eslogan “Hagamos de este colegio una universidad”. La escena de los claustros no solo era contrastante con el paisaje de extramuros, sino que, sobre todo –paradoja mayor en el caso de las universidades católicas– con los aires de renovación de la propia Iglesia. Al referirse al periodo inmediatamente anterior al de reforma de la UC, que describe como “uno de los episodios más difíciles” de su vida, el cardenal Silva Henríquez hace en sus Memorias un crudo diagnóstico: “Para mí comenzó a ser evidente que la UC estaba convirtiéndose en una diócesis dentro de la diócesis. Los planteamientos de los obispos no tenían cabida en ella y los del arzobispo tampoco. Peor aún, los estudiantes no eran escuchados y se quejaban de que la doctrina social de la Iglesia no tenía reflejo en su formación”.
FOTOGRAFÍA REVISTA ERCILLA
Desarrollo integral del hombre. En el contexto del Concilio Vaticano II, la encíclica Populorum Progressio de 1967, que aboga por el desarrollo integral del hombre, por la justicia socioeconómica y la cooperación entre los pueblos, fue la que tuvo mayor impacto entre los jóvenes.
precursor. El padre Ochagavía destaca una meditación que el padre Hurtado dio a estudiantes de la UC, el 5 de junio de 1945, donde ya se refería a la misión social de los universitarios.
FOTOGRAFÍA FUNDACIÓN PADRE HURTADO
Una mirada al pasado “Todo viene de antes”, dice el padre Ochagavía, refiriéndose a que los antecedentes de esas transformaciones hay que buscarlos incluso en un tiempo previo al Concilio. El vínculo de la Iglesia con la institución universitaria se remonta a la Edad Media, en el afán de buscar la unidad dentro de la diversidad de las ciencias, y también se plasmó en The idea of a university, la famosa obra del cardenal John Henry Newman, publicada en 1852, y que se constituyera en una respuesta a la secularización de la vida universitaria que había dado origen al modelo napoleónico. El padre Ochagavía hace notar que muchas de las ideas que luego recogieron el Concilio Vaticano II y, sobre todo, el más relevante documento que en esta materia originó el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), encuentran sus raíces en una reflexión que en la Iglesia venía dándose en la década del 40. De hecho, destaca una meditación que el padre Alberto Hurtado dio a estudiantes de la UC el 5 de junio de 1945, donde se refirió a la misión social de los universitarios llamándolos a estudiar la doctrina social y a involucrarse en la realidad del país. Él les recordó que “el orden social actual no responde al plan de la Providencia”. Las ideas de las que se ali-
El padre Ochagavía explica que la falta de profesores de tiempo completo impedía el desarrollo de lo que considera la célula básica del estudio universitario: “La comunidad del profesor con el alumno, que trabajan unidos y cercanos”. 24
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mentaba el padre Hurtado en este aspecto, dice el sacerdote Ochagavía, podían encontrarse en revistas de la época, como Études y La vie intelectuelle, ambas francesas, la primera de la Compañía de Jesús y la segunda de los dominicos. Y estas reflexiones, a su vez, le deben mucho a la desarrollada por el cardenal Newman. Su diagnóstico es congruente con el de la historiadora Sol Serrano, para quien, en torno a los años 50 hay un periodo de gran riqueza intelectual en la Iglesia Católica, particularmente europea, que impulsa un diálogo con la sociedad y produce el desarrollo de un pensamiento propio acerca de la pastoral. Ella, sin embargo, agrega un matiz. A su juicio, en Chile, desde que la Iglesia se sitúa en el nuevo orden laico, a fines del siglo XIX, se institucionaliza bajo la forma de asociaciones piadosas y de caridad, de vida sacramental y centrada en la diócesis. Luego, proveniente del mismo tronco, una línea propia de las congregaciones se instala en el socialcristianismo. A su modo de ver, al menos en su origen, “el catolicismo más social no es diocesano”. Manifestaciones de ese fenómeno son, según señala a modo de ejemplo, la fundación del Centro Bellarmino, de Ilades, al alero de la Compañía de Jesús, y de la propia Escuela de Sociología de la Universidad Católica, que encabezaba el sacerdote jesuita de nacionalidad belga, Roger Vekemans, cuyo pensamiento se inscribía precisamente en el contacto con lo social. Las páginas de la revista Mensaje, en la primera mitad de la década del 60, daban gran espacio a la necesidad de reforzar el vínculo del cristianismo con lo social. A los artículos sobre los acontecimientos propios de la época –la reforma agraria y la revolución cubana, entre otros– sumó en el periodo un notable número acerca de la situación universitaria. En noviembre de 1961, a propósito de un paro de estudiantes en la Universidad de Chile, el editorial, no obstante rechazar el movimiento, criticaba a la autoridad “más de alguna vez le-
jana, ciega y sorda”. Y casi cuatro años después, en el mismo espacio, se referiría a la misión social de las casas de estudios superiores. En particular, acerca de las católicas, señalaba: “Deben estar en la vanguardia y no en la retaguardia. Deben liberarse de prejuicios y de rutinas y abrirse al mundo (…). Deben dejar de ser clasistas y pasar a ser modelos de sana y auténtica democracia. Deben romper sus cadenas, por doradas que sean, y recuperar su plena libertad”.
La fe que se abre al mundo Aunque a su juicio la declaración conciliar Gravissimum educationis, promulgada en octubre de 1965, “sirvió para abrir horizontes”, el padre Juan Ochagavía destaca, sobre todo, el “espíritu del concilio que estaba presente y activo por todas partes”. En su descripción, lo que lo caracteriza y expresa en los documentos es una mirada de la fe abierta al mundo, una visión positiva acerca de él, un llamado a la participación y a conocer las realidades sociales, económicas, políticas. Esa inspiración es para él “una fuerza mucho más vasta de lo que pueda haber ocurrido en Valparaíso o en Santiago. Esa fuerza estaba operando a través de mucha gente”. “Yo estaba en la Facultad de Teología –recuerda– y sentíamos esa necesidad de que hubiera más participación, más diálogo, más interacción entre las facultades, mayor compromiso social”. En diciembre de 1965, al aprobarse Gaudium et Spes, podía advertirse la elocuencia con que se expresaba la necesi-
“Los planteamientos de los obispos no tenían cabida en ella (la UC), y los del arzobispo tampoco. Peor aún, los estudiantes no eran escuchados y se quejaban de que la doctrina social de la Iglesia no tenía reflejo en su formación”, según las Memorias del cardenal Raúl Silva Henríquez. dad de diálogo, sobre todo entre la ciencia y la cultura, para las cuales reivindica una autonomía. Junto con señalar que “el espíritu científico modifica profundamente el ambiente cultural y las maneras de pensar”, el documento indica que “surgen muchas veces en el propio hombre el desequilibrio entre la inteligencia práctica moderna y una forma de conocimiento teórico que no llega a dominar y ordenar la suma de sus conocimientos en síntesis satisfactoria”. Además de referirse al estímulo de “la participación en los esfuerzos comunes”, exhorta a los cristianos a cumplir con su responsabilidad en la sociedad, guiándose por el evangelio. Precisamente, la renovación de la mirada acerca del laicado es para Sandra Arenas, profesora de la Facultad de Teología, central en el proceso de la reforma. “La toma de conciencia de la identidad propia del laico en la Iglesia y de su rol social en lo
profunda reflexión. En la imagen vemos a los padres conciliares en el Concilio Vaticano II.
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público –explica– emergió con mayor fuerza en movimientos de renovación laical del inmediato pre Concilio. Además, fue recibida por los conciliares –teólogos y obispos– y ese proceso de recepción determinó la manera en que el Concilio definió la naturaleza y el rol del laico, dentro de una nueva imagen de Iglesia. Un paradigma de Iglesia que ya no se entiende en conflicto, ni distante del mundo, sino en una relación dialéctica de mutua colaboración. Entonces, una nueva mirada de laico y de la institución eclesiástica estableció con claridad que lo propio del laicado es lo secular, su misión debe desplegarse en las cuestiones sociales y políticas, en donde se precisa advertir los valores presentes del Reino y potenciarlos”. El gestor del Concilio. El Pontificado del Papa Juan XXIII se extendió entre 1958 y 1963. El punto culminante de su trabajo apostólico fue su iniciativa personal, apenas tres meses después de su elección como pontífice, de convocar el Concilio Vaticano II. Este imprimiría una orientación pastoral renovada en la Iglesia Católica del siglo XX.
El soplo que vino de Colombia Impulsado por el encargo de hacer carne los planteamientos del Concilio en todos los ámbitos de la Iglesia, el Celam convocó a través de su departamento de educación a un seminario de expertos sobre la misión de la universidad, que tuvo lugar en Buga, Colombia, en febrero de 1967. El documento, que los testigos de la época destacan unánimemente como un hito trascendental en el devenir de la cuestión universitaria, no usó edulcorantes en su diagnóstico: “Desgraciadamente, un juicio honrado sobre la realidad nos obliga a reconocer que muchas de las universidades cató-
Fotografía gentileza de arzobispo Loris Capovilla
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licas de América Latina no han estado a la altura de su misión. Consideramos de vital importancia que asuman su responsabilidad concreta, eficaz y abierta al futuro. Deberían, por consiguiente, asumir una actitud de revisión permanente que en las actuales circunstancias significa un esfuerzo bien definido e inmediato de reforma”. Destacando el carácter comunitario de la cultura, el documento realza la necesidad de un diálogo verdadero entre las distintas disciplinas científicas y entre estas y la Teología, para producir una visión convergente y evitar que lo católico se transforme en un adjetivo yuxtapuesto. La realidad universitaria, según plantea, reclama una atención especial por parte de la Iglesia y, al mismo tiempo, indica que “es primordialmente a través de los laicos que el pueblo de Dios se hará íntimamente presente en la institución universitaria”. En cuanto a las casas de estudio católicas, les demanda en primer lugar ser “verdaderas universidades”, lo cual supone no reducirse a la formación de profesionales, sino a cultivar seriamente la ciencia, desarrollar un diálogo interdisciplinario y con la sociedad: “Esta inercia ante la realidad social puede ser condición de alienación (…) por lo que incumbe a la universidades católicas, como foco de concientización de la realidad histórica, enfrentarse al reto cada vez más urgente de la promoción social que entraña el desarrollo”. Y, para mejorar, recomienda a las instituciones católicas, entre otros, procurar de sus profesores una dedicación de tiempo completo; “revisar la estructura de poder, dando participación en el gobierno de la institución y en la elección de sus autoridades, a los profesores y estudiantes, en todos los niveles”; reconocer el legítimo derecho a sistemas organizativos y de representación de los miembros de la comunidad universitaria y fomentar el acceso a los sectores menos favorecidos. Entre quienes fueron claves en la elaboración del documento, el cardenal Raúl Silva Henríquez menciona en sus Memorias a tres personalidades que tenían o tendrían un vínculo con las universidades católicas chilenas: monseñor Marcos McGrath, de la Congregación de la Santa Cruz, por entonces secretario ejecutivo del Celam, quien había sido decano de la Facultad de Teología de la UC a fines de la década del 50; por cierto, el sacerdote jesuita Hernán Larraín, director de la Escuela de Psicología y exrector de la Universidad Católica de Valparaíso, y el profesor brasileño Ernani Fiori, quien en 1966 se había instalado en Chile como muchos otros intelectuales de su nacionalidad, después del golpe militar producido en su país en 1964. Pocos meses después, Fiori se transformaría en
“Muchas de las universidades católicas de América Latina no han estado a la altura de su misión. Consideramos de vital importancia que asuman su responsabilidad concreta, eficaz y abierta al futuro”. Documento Celam, Buga 1967.
“Una nueva mirada del laico y de la Iglesia estableció con claridad que lo propio del laicado es lo secular. Su misión eclesial debe desplegarse en las cuestiones sociales y políticas, en donde se precisa advertir los valores presentes del Reino y potenciarlos”, explica la profesora Sandra Arenas.
FOTOGRAFÍA MEMORIAS DEL CARDENAL RAÚL SILVA HENRÍQUEZ, GENTILEZA EDICIONES COPYGRAPH
vicerrector académico de la UC, bajo el rectorado de Fernando Castillo Velasco, cuando la Universidad Católica entraba de lleno en su período de reforma. Es “innegable” la influencia que tuvieron en el ambiente universitario católico las conclusiones del seminario en Colombia, dice Sandra Arenas: “Allí se asumieron categorías teológico-pastorales fundamentales emanadas del Concilio Vaticano II, tales como el reconocimiento de la autonomía de las realidades terrenas, el rol social del laicado junto al deber de la Iglesia en la formación de líderes católicos, la necesidad de permanente renovación eclesial. La reflexión crítica sobre la misión de la universidad católica en América Latina, en este contexto, redundó irremediablemente en el establecimiento de unos presupuestos teológicos que sostuvieron las orientaciones emanadas de ese encuentro”. “Estas orientaciones resonaron en la UC y la UCV de manera notoria –agrega–. Y resonaron por la resistencia encontrada de parte de un buen sector de los miembros de la comunidad universitaria. Se llegó a una toma y una huelga, medidas ciertamente extremas, precisamente por estas resistencias, que coexistían,
según se advierte cuando uno revisa las memorias de las unidades académicas, con la voz de aquellos que interpelaban a una reforma que respetara el rol académico de la universidad, junto a su rol social”. No pasarían muchos días para que el proceso de transformación decantara. El 15 de junio de 1967 se produjo la toma de la Escuela de Arquitectura de la UCV, con el decidido apoyo de los profesores. Este hito luego se extendería a toda la universidad y finalizaría el 6 de agosto con el compromiso de que, al año siguiente, el claustro eligiría nuevas autoridades. Cinco días más tarde se iniciaría la toma de la UC. “Lo de Valparaíso ciertamente aceleró las cosas”, opina el padre Juan Ochagavía, quien advierte una fuerte inspiración católica entre los estudiantes que impulsaban la reforma, esos que eran asiduos a la parroquia universitaria –por entonces ubicada en Villavicencio, en las cercanías de la Casa Central de la UC–, que hablaban con sus capellanes, que leían las cosas que se publicaban en los diarios y en Mensaje. “No eran expertos en vida universitaria –dice–. Eran estudiantes, pero sin duda ellos vibraron con el Concilio”.
rol de las universidades católicas. En una reunión del Celam, en Bogotá en 1967, aparecen al centro el obispo panameño Marcos McGrath y el cardenal Silva Henríquez.
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FOTOGRAFÍA archivo PATRIMONIAL USACH
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FOTOGRAFÍA CÉSAR CORTÉS
1967-2011:
La evolución del
descontento Estos dos momentos de las movilizaciones de los universitarios poseen diferencias fundamentales que permiten retratar al país y la profunda crítica de su juventud al sistema. Cuando luchábamos por la Reforma Universitaria en los años 60, estábamos inspirados por el pensamiento de la CEPAL y no había desconfianza en los partidos y las instituciones del Estado. Al contrario, se pensaba que a través de ellos se podrían cambiar las estructuras de la injusticia. En cambio, las manifestaciones más recientes nos hablan de una crisis de la democracia representativa y una gran frustración por la creciente desigualdad. Por Jorge Larraín ibáñez
JORGE LARRAÍN IBÁÑEZ Sociólogo de la Universidad Católica y Master of Arts en Sociología y doctor en Sociología por la Universidad de Sussex, Inglaterra. También fue profesor en la Universidad de Birmingham y prorrector de la Universidad Alberto Hurtado. Ha publicado numerosos libros y artículos en revistas internacionales.
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Aporte a la vida intelectual. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) desarrolló un pensamiento original que desafiaba algunos de los supuestos de la teoría del comercio internacional. La ubicación de su sede regional en Santiago, sin duda contribuyó a potenciar su influencia en la vida intelectual del país.
FOTOGRAFÍA GENTILEZA CEPAL
uisiera aprovechar estas líneas no solo para recordar los tiempos de la Reforma Universitaria iniciada hace 50 años, con la toma de la UC, sino también para hacer algunas reflexiones comparativas con el actual periodo de transformaciones iniciadas con los movimientos estudiantiles a partir de 2011. Como estudiante me tocó vivir los comienzos de esta etapa en la década de los 60. Participé desde Casa Central en una unidad (la oficina de control periférico), que se preocupaba de coordinar centralmente las ocupaciones de otras sedes de la universidad en agosto de 1967. Al mismo tiempo dirigía Ariete, el periódico de la FEUC que entre junio y agosto de ese año alcanzó a publicar tres números, el último dedicado a la victoria estudiantil en la toma. Eran tiempos de grandes esperanzas y de profundas convicciones acerca de qué cambios importantes eran necesarios en el país, en la universidad y en la Iglesia Católica. El gobierno de Eduardo Frei había iniciado algunas transformaciones relevantes a nivel de la economía, pero la juventud universitaria de la época, que inicialmente había apoyado su “revolución en libertad” se estaba radicalizando y deseaba avanzar más decididamente. Además, se trataba de una época progresista en la vida de la Iglesia Católica bajo el papado de Pablo VI.
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Desde el pensamiento de la CEPAL, y con la creciente influencia del marxismo, surgieron las teorías de la dependencia y empezó a expandirse el pensamiento socialista. No es sorprendente que la conjunción de todas estas vertientes intelectuales comenzara a ganar importancia en las universidades chilenas. CEPAL: un pensamiento original En esta época se consolidaron las Ciencias Sociales en Chile, en especial la Sociología. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), una organización internacional creada por las Naciones Unidas, bajo la dirección de Raúl Prebisch, desarrolló un pensamiento original que desafiaba algunos de los supuestos de la teoría del comercio internacional. La ubicación de su sede regional en Santiago, sin duda contribuyó a potenciar su influencia en la vida intelectual del país. La CEPAL quería promover la modernización e industrialización de América Latina, pero veía algunos obstáculos
que surgían del comercio internacional. De acuerdo con sus análisis empíricos, los términos de intercambio se estaban deteriorando sistemáticamente para los exportadores de materias primas, porque vendían sus productos a precios internacionales declinantes, mientras los países centrales ofrecían sus productos industriales a precios crecientes. Existía un intercambio desigual entre el centro y la periferia, terminología que fueron los primeros en introducir en las discusiones económicas no marxistas. El trabajo pionero de la CEPAL se focalizó en la existencia de un sistema mundial capitalista, dividido entre centro y periferia, y favorable a los países centrales industrializados. Las naciones especializadas en la producción de productos industriales crecían más rápido que los focalizados en la producción de materias primas y, por lo tanto, la distancia entre las economías centrales y las periféricas aumentaban constantemente. Por eso, la CEPAL proponía la idea de que los estados latinoamericanos modernizaran sus sociedades, cambiándose de economías exportadoras de materias primas a economías industriales, para disminuir su dependencia de la demanda externa por materias primas y sustituirla por la demanda interna. Esta estrategia significaba para el organismo el cambio de un modelo de desarrollo “hacia afuera” por uno “hacia adentro”. Desde el pensamiento de la CEPAL, y con la creciente influencia del marxismo, surgieron las teorías de la dependen-
Pienso que nosotros, los estudiantes de entonces, no éramos tan conscientes de que era deseable y posible incorporar a más del 50% de los estudiantes secundarios a la universidad. Cincuenta años después, en lo que podríamos llamar el segundo momento de la Reforma Universitaria, eso es ya una realidad. cia y empezó a expandirse el pensamiento socialista. No es sorprendente que la conjunción de todas estas vertientes intelectuales comenzara a ganar importancia en las universidades chilenas. La influencia de la revolución cubana de 1959 era instrumental en la promoción de estas ideas. La desilusión con los resultados de los procesos de industrialización, la falta de un crecimiento económico dinámico y el elevado número de contradicciones que surgían debido a la pobreza extendida de sectores de la población, daba origen a una crítica poderosa del sistema capitalista como incapaz de producir desarrollo económico en las condiciones de la periferia.
Realidad social. En esta época se consolidó en Chile una conciencia sobre la necesidad de una transformación social profunda, que permitiera un nuevo tipo de desarrollo. Este pensamiento caló en el ambiente universitario. FOTOGRAFÍA archivo museo histórico nacional
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Hoy existe una gran capacidad de movilización política al nivel estudiantil, pero no veo optimismo ni confianza de que se lograrán los cambios que se estiman necesarios.
Nuevo modelo de desarrollo. La CEPAL proponía la idea de que los estados latinoamericanos modernizaran sus sociedades, cambiándose de economías exportadoras de materias primas a economías industriales. Esta estrategia significaba para este organismo un cambio de un modelo de desarrollo “hacia afuera” por uno “hacia adentro”.
El fracaso del proceso de modernización capitalista era principalmente imputado al imperialismo. Se miraban con gran interés las experiencias políticas y económicas prevalecientes en los países socialistas. El resurgimiento del marxismo y de los proyectos socialistas se relacionó directamente a la necesidad de luchar contra la dependencia y de lograr un desarrollo nacional. En el mundo universitario había entusiasmo por estas ideas. Es en esta época cuando se consolidó en Chile una conciencia sobre la necesidad de una transformación social profunda que permitiera un nuevo tipo de desarrollo. Había aquí implícito un proyecto de nueva identidad, que sería posible por los cambios de carácter socialista cuya meta era el desarrollo económico industrial, en el que el Estado jugaba un rol principal y el valor de la igualdad tenía un lugar central. La lucha política giraba alrededor de cómo lograr desarrollo y bienestar para todos, pero crecientemente esto se fue haciendo sinónimo de la necesidad de cambiar el sistema económico capitalista, de implementar políticas intervencionistas, proteger a los trabajadores y redistribuir el ingreso nacional en su favor.
La nueva identidad por el cambio tenía, por lo tanto, una matriz igualitaria y desarrollista, que combinaba transformaciones profundas con desarrollo industrial promovido desde el Estado y con la ampliación de los derechos de los trabajadores. Así es como se llega en 1970 al gobierno de la Unidad Popular.
Ingenuidad e idealismo Cuando se vuelve a mirar esa época hay cosas que llaman la atención. Una de ellas era lo ingenuos que éramos con respecto a las potencialidades de una economía socialista, y las pocas luces que teníamos sobre sus enormes problemas. Nuestra actitud frente a las experiencias socialistas reales era bastante acrítica, tanto en lo que se refiere a resultados económicos como a la conservación de las libertades democráticas. También me sorprenden algunos aspectos de nuestra propia movilización política cuando los comparo con los movimientos estudiantiles de 2011 en adelante. Había, por cierto, una crítica aguda a la autoridad y a la falta de participación de profesores y estudiantes que también son detectables hoy. Se criticaba al rector arzobispo por su poder absoluto y su enorme distancia con la comunidad universitaria. Pero el contexto era muy distinto. Releyendo algunas páginas de Ariete, se ve el gran respeto por la catolicidad, el deseo de mejorar los intrascendentes cursos de cultura católica y de incorporar las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que se valoraban enormemente.
FOTOGRAFÍA GENTILEZA CEPAL
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Anhelos de transformación. La época de la Reforma Universitaria constituyó un periodo de grandes esperanzas y de profundas convicciones acerca de qué cambios importantes eran necesarios en el país, en la universidad y en la Iglesia Católica.
FOTOGRAFÍA archivo PATRIMONIAL USACH
Si se estudia con cuidado la misma toma, sorprende también cómo esta se realizó siempre manteniendo el diálogo y la consulta con el cardenal Silva, nunca en oposición a la Iglesia. Del mismo modo había muchísimos contactos y conversaciones con el gobierno democratacristiano, donde se miraba con benevolencia las peticiones estudiantiles. De hecho, fue el Ministro del Interior, Bernardo Leighton, quien impidió un intento de retoma de la universidad por parte de estudiantes de derecha. ¡Qué distinto todo esto al clima actual de desconfianza estudiantil con respecto a la Iglesia, al gobierno y al sistema político! Por supuesto, se criticaba a la UC como un reducto clasista, abanderizado con la clase alta del país. Pero pienso que nosotros, los estudiantes de entonces, no éramos tan conscientes de que era deseable y posible incorporar a más del 50% de los estudiantes secundarios a la universidad. Cincuenta años después, en lo que podríamos llamar el segundo momento de la Reforma Universitaria, eso es ya una realidad. La universidad chilena se ha masificado y, aunque inevitablemente eso contribuyó a bajar un poco los estándares de calidad de la enseñanza, es una modificación social muy relevante, y sus efectos en la sociedad todavía no terminan de manifestarse. Tal como recuerdo esos años, había un enorme y creciente compromiso político con el cambio, una confianza en el sistema de partidos y en la política como mediadores de las transformaciones. Una certeza y un optimismo de que una sociedad más justa era posible y de que podría lograrse si
De allí la creciente desafección con la política y la renuencia a votar en las elecciones. Más se puede lograr en la calle que eligiendo representantes. transitábamos a formas socialistas de organización económica. No había rabia ni desilusión en el mundo estudiantil, existía una enorme credibilidad y esperanza en que podríamos realizar los cambios. Hoy día yo veo desconfianza en la política y en la Iglesia Católica. Una desilusión con los cambios logrados, una gran rabia acumulada contra el sistema que constituye nuestra base institucional. Hoy existe una enorme capacidad de movilización política al nivel estudiantil, pero no veo optimismo ni confianza de que se lograrán los cambios que se estiman necesarios. Pienso que en esto influyen dos percepciones decisivas que no existían 50 años atrás. Una es la crisis de la democracia representativa y otra es la enorme desigualdad. La primera idea alude a que, bajo la apariencia de participación ciudadana y de derechos políticos universales, la democracia representativa esconde la ausencia de poder efectivo y una limitada participación de las grandes mayorías. Esto hace ilusoria la idea de que es el pueblo quien toma las decisiones básicas que orientan a la sociedad. La democracia liberal se percibe, entonces, como una pantalla de participación
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Crecientemente los estudiantes de hoy desconfían de los que se eligen como representantes, porque pocas veces cumplen con el mandato que ellos creen haberles dado.
formal que enmascara la concentración del poder en pocas manos. No existe, en realidad, un debate colectivo abierto y las mayorías sociales están efectivamente excluidas de los lugares donde se toman las decisiones. Las posibles diferencias entre los principales partidos de centroizquierda y de centroderecha se han ido borrando o aminorando, lo que daría paso a un consenso dominante que parece sometido a concepciones neoliberales. Esta percepción acerca de que la arena política y las luchas entre partidos son un gran teatro de puras apariencias y que, por lo tanto, las posibilidades de un cambio real en la manera como la sociedad se maneja son mínimas, lleva naturalmente a la frustración e indignación, al descontento social de muchos sectores juveniles. Quizás mucha de la violencia más destructiva que puede verse en algunas marchas y protestas se debe a esta frustración. Los estudiantes de hoy desconfían de los que se eligen como representantes, porque pocas veces cumplen con el mandato que ellos creen haberles dado. De allí la creciente desafección con la política y la renuencia a votar en las elecciones. Más se puede lograr en la calle que eligiendo representantes. Además, aparece el resentimiento contra la desigualdad. Sabemos que Chile destaca por sus índices en esta materia. La concentración de la riqueza en pocas manos es una de las más grandes del mundo. Esto se muestra en los salarios de la mayoría que son muy bajos, mientras los ingresos de los más ricos son enormemente altos. Los ricos tienen todas las ventajas, comparables a las que gozan las clases medias acomodadas de países desarrollados. Mientras tanto el resto sufre una atención médica deficiente; pensiones muy bajas; educación de mala calidad; transporte caro e ineficiente; casas muy pequeñas y de baja calidad en lugares alejados del trabajo y segregados de los barrios buenos, con escasa seguridad frente a la delincuencia y el narcotráfico. Vivir en estas condiciones produce mucha rabia, frustración y desconfianza cuando, al mismo tiempo, los que las sufren ven corrupción en los políticos, desfalcos en las instituciones básicas del Estado y colusiones entre grandes empresas que les cobran precios excesivos.
El peso de la educación Si bien los problemas de la democracia formal y de la desigualdad económico-social han existido por mucho tiempo, recuerdo que no afectaban en forma tan aguda la confianza en los medios políticos tradicionales de movilización, cuando
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RABIA Y FRUSTRACIÓN. La corrupción en los políticos y colusiones entre grandes empresas han provocado desconfianza en los estudiantes.
luchábamos por la Reforma Universitaria en los años 60. No había desilusión con la política ni desconfianza en los partidos y las instituciones del Estado. Al contrario, se pensaba que a través de ellos se podrían cambiar las estructuras de injusticia y atraso en el país. A pesar de la lucha por cambiar al arzobispo rector, el foco principal de la movilización estudiantil en último término estaba más afuera de la universidad que dentro y, en muchos casos, se canalizó en el apoyo al proyecto político de la Unidad Popular. El foco de la movilización estudiantil a partir del 2011, por el contrario, parece estar más adentro que afuera de la universidad. Pero esto tiene que ver, obviamente, con el hecho de que entre el proceso de Reforma Universitaria de 1967 y la movilización a partir del 2011 media la dictadura de Pinochet y la derechización de la Iglesia durante el papado de Juan Pablo II. Porque esos fenómenos implicaron una regresión de importancia, especialmente en los niveles educacionales y universitarios. El logro de la toma de la Universidad Católica de cambiar al rector con consulta al movimiento estudiantil, difícilmente podría reproducirse hoy día en ninguna universidad privada o de Iglesia. En esa época éramos ingenuos con respecto a los problemas de una economía socialista y a la necesidad de cuidar la
FOTOGRAFÍA CÉSAR CORTÉS
democracia. Pero al menos se creía tener claridad sobre lo que había que cambiar para lograr mayor justicia e igualdad y eso estaba, básicamente, fuera de la universidad. Hoy día hay desconfianza con el socialismo, pero hay ingenuidad sobre las potencialidades del sistema educacional. Se ha ido creando una expectativa de que el sistema educacional es la clave de la desigualdad y el único camino para superarla. Aquí, a mi modo de ver, hay un efecto ideológico propio del neoliberalismo: si la gente es pobre es porque no tienen educación, o lo único posible para salir de la pobreza es mejor educación. Lo que no se ve es que la gente es pobre porque gana muy poco, no tiene acceso a participar en las enormes utilidades de sus empresas o no tiene trabajo. Trasladar el peso del problema de la desigualdad a la educación desvía la mirada de la explotación económica. No digo que esta no sea importante para la movilidad social. Pero a pesar de ella, en todo el mundo occidental la mayoría continúa reproduciendo las condiciones de su clase social, aunque exista un estándar de vida más satisfactorio. Hay que darle una cierta cabida a la visión que sostiene que el aparato educacional normalmente ayuda a reproducir las desigualdades del sistema capitalista, no a superarlas. Y esto es así, aún en los países más avanzados de Europa.
Para leer más • La reforma en la Universidad de Chile. Felipe Agüero, Biblioteca del Movimiento Estudiantil, Tomo III, Ediciones Sur, 1985. • La reforma universitaria de 1967 y el lema universidad para todos. Jaime Bernales Leiva, Santiago,1995. • “Universidad Católica y cultura nacional en los años 60: los intelectuales tradicionales y el movimiento estudiantil”. José Joaquín Brunner, Santiago: FLACSO, 1981. • “El movimiento gremial de la Universidad Católica se pronuncia por una reforma universitaria e independiente”. Documento de la Federación de Estudiantes de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 1968. • Reforma Universitaria: Pontificia Universidad Católica de Chile. Manuel Garretón y otros autores, Ediciones Sur, 1987. • “El movimiento estudiantil de reforma y el gremialismo en la época de la reforma universitaria: (1959-1967)”. Andrés Guzmán Gatica, Santiago de Chile, 1990. • La reforma universitaria: veinte años después. Carlos Huneeus, CPU, 1988. • Juventud, Rebeldía y Revolución. La FEUC, el reformismo y la toma de la Universidad Católica de Chile. Alejandro San Francisco, Santiago, Ediciones Bicentenario 2017. • “Reforma y contrarreforma en la Universidad Católica de Chile”, artículo de Luis Scherz García, disponible en el sitio de Memoria Chilena.
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obra de teatro Nos tomamos la universidad. Original de Sergio Vodanovic, dirigida por Gustavo Meza. Taller de Experimentación Teatral (TET), Teatro de Ensayo de la Universidad Católica de Chile. Fotografía de Luis Poirot, 1969, del Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral, de la Escuela de Teatro UC.
La fotografía, como registro y simultáneamente expresión artística, recoge en esta imagen de Nos tomamos la universidad el espíritu que animaba a una generación ávida de transformaciones. Más allá de privilegiar el montaje de una obra clásica de origen europeo, en esta escena de Luis Poirot se prefigura el desarrollo de una dramaturgia nacional con autorías propias, ligadas a personajes, temas y problemáticas propias de la sociedad chilena.
Pedro Álvarez Caselli. Académico y diseñador de la Escuela de Diseño de la Universidad Católica de Chile. Magíster y candidato a doctor en Historia por la UC. Es autor del libro Historia del Diseño Gráfico en Chile (Premio Altazor 2005) y Chile Marca Registrada. Además, es coautor del libro Santiago Gráfico (2007). Ha trabajado como director de arte y creativo en agencias de diseño y publicidad.
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Diálogos entre la
universidad y el pueblo La investigación de Pedro Álvarez se ha centrado en explorar la evolución de la narrativa gráfica nacional. En ese trabajo ha podido abordar la expresión artística que se desarrolló durante la década de los 60 en el país. Este artículo visual muestra una selección y análisis de ese espíritu que se plasmó en afiches, piezas teatrales y artísticas. Obras que se convirtieron en un canal más para compartir el anhelo de cambio que inundaba el alma de los estudiantes y de la sociedad chilena. Por Pedro Álvarez Caselli
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os movimientos estudiantiles vinculados a las grandes transformaciones históricas han testimoniado, de alguna forma, el carácter de los cambios sociales y el espíritu que marcó una época singular. Esgrimiendo la consigna de “nueva universidad”, la Pontificia Universidad Católica de Chile se sumó a esta oleada reformista en un contexto más amplio, donde todos los planteles universitarios sintonizaron, de forma inédita, con las ideas de cambio y de transformación social. Se trataba de contribuir a la creación de una cultura chilena liberada de los modelos impuestos por una circunstancia de dependencia cultural. Para tal efecto, se generaron nuevas instancias de comunicación y expresión gráfica con la finalidad de alcanzar a un pú-
blico masivo. En otras palabras, hacer disponible la productividad universitaria a los sectores medios y trabajadores, como una forma de intercambio y encuentro de experiencias. Como corolario de este abrasivo tramo histórico, surgió un repertorio de artefactos culturales vinculados a un imaginario disruptivo. Este combinó discursos provenientes de los países del este, con representaciones adaptadas de la cultura popular, pero también de la estética modernizante del pop y la sicodelia de Occidente, la pintura mural, el grabado y el legado precolombino. En este mosaico de tendencias, estilos y modas se incubaron las variopintas fantasmagorías de la gráfica chilena del periodo de la Reforma Universitaria, abrazando el compromiso político y social como una condición imperativa. La función de la comunicación, declarada como “la esencia misma del quehacer universitario”, cobró un papel relevante y articulador de un sistema de imágenes provenientes desde diversas disciplinas. Estas formaron un proyecto de participación de las universidades en la transformación de la cultura nacional, con un viraje hacia una postura más pluralista, motivado por la emergencia de gestionar actividades de extensión estrechamente vinculadas con la realidad nacional.
Portada folleto Vicerrectoría de Comunicaciones, Universidad Católica de Chile. Departamento de Diseño, 1970. Archivo Pedro Álvarez Caselli.
Durante la rectoría de Fernando Castillo Velasco, la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Universidad Católica buscó alinear los objetivos de “compromiso”, “democratización” y “modernización” como aspectos centrales de su misión reformista, bajo la égida de la Santa Sede y la Conferencia Episcopal. En la portada de este folleto, que contiene las intenciones programáticas de la vicerrectoría de aquel entonces, se hace evidente la búsqueda de un código visual orgánico y expresivo, inspirado en técnicas y oficios como el grabado, generando un distanciamiento de las anteriores publicaciones de la universidad, dotadas de un carácter más formal e institucional.
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Cartel para el Segundo Festival de Cine Latinoamericano. Organizado por el Departamento de Arte Cinematográfico de la Universidad de Chile, Valparaíso. Diseño de Antonio y Vicente Larrea, 1970. Archivo de Originales FADEU UC.
Si el ámbito publicitario nacional del periodo fijó su mirada en el dibujo y la estética de origen estadounidense, en este cartel para promocionar el cine de Latinoamérica se recurre a una imagen menos convencional. Aquí el uso del contratipo y el diseño manual de los títulos permitió que ciertas imágenes se grabaran en el imaginario colectivo de la época.
Cartel del Primer Festival Latinoamericano de la Canción Universitaria. Evento organizado por la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile, Feuc. Diseño de Vicente Larrea, 1967. Archivo de Originales FADEU UC.
Este afiche es un fiel testimonio de la búsqueda por destacar referentes de la artesanía chilena para promover este tipo de manifestaciones artísticas en un radio más amplio. Se rescata el estudio de la artesanía tradicional y, también, una recuperación de la visualidad de los pueblos originarios, en una suerte de transición sociocultural que se produjo en tiempos de la Reforma Universitaria. 39
Cartel Fidel en la Universidad Técnica del estado. Publicado por Extensión y Comunicaciones de la UTE. Diseño de Enrique Muñoz, 1971. Archivo Patrimonial Universidad de Santiago de Chile.
“El compromiso con su tiempo” fue un axioma que circuló en el ambiente universitario de la época y la recurrencia a íconos como Angela Davis, Malcolm X o el Che Guevara cobró presencia dentro del material impreso y audiovisual que marcó la etapa de la Reforma Universitaria. En este caso, se exalta la figura de “héroe” de Fidel Castro, para fortalecer su presencia en un encuentro con los estudiantes de la capital.
Cartel para el Sexto Festival de Teatro Independiente y Aficionado. Organizado por el Instituto de Teatro y el Departamento de Extensión Universitaria de la Universidad de Chile. Diseño de Vicente Larrea, 1966. Archivo de Originales FADEU UC.
Antecediendo a la Reforma Universitaria, el teatro independiente y aficionado tuvo un fuerte influjo en el movimiento cultural propiciado desde las universidades y los centros de extensión de las mismas, al tiempo que la práctica del cartelismo se acercaba al lenguaje del diseño gráfico moderno. Por lo mismo, en esta imagen se observa una convergencia entre el uso de la técnica de la letra transferible y el dibujo manual, que remite al trabajo de grafistas como Ben Shahn y Saul Bass.
Cartel Quilapayún, Sala de la Reforma. Diseño de Antonio y Vicente Larrea, 1968. Archivo de Originales FADEU.
En este cartel, el protagonismo es adquirido por la gruesa forma logotipada que da nombre a la agrupación Quilapayún, que “sostiene” a los integrantes del colectivo en marcha, siguiendo la línea de las películas denominadas spaghetti western y, por cierto, a la cultura popular vinculada a medios de expresión como el cine, la radio y la televisión. 40
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Portada del programa diseñado para la obra Malcom X. Compañía de teatro ICTUS, 1968. Archivo ICTUS.
En la imagen de la obra de Haber Contreras, dirigida por Jaime Celedón, se advierte el uso del collage y el fotomontaje –a la manera del constructivismo ruso–. Esta es una expresión de activismo político y a la vez una forma directa de centrarse en la realidad social mediante el uso de la fotografía trabajada en varias escalas. Desde la perspectiva de la autoría de la imagen, se trata de subvertir la noción del talento o genio artístico y centrar la atención del autor en objetivos políticos y revolucionarios, como lo hicieron décadas atrás precursores como Gustav Klucis y John Heartfield.
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Cartel Reforma Universitaria. Diseño de Vicente Larrea, Ximena del Campo y Enrique Bustamante, 1966. Archivo de Originales FADEU.
Dedos en alto, quizás una anticipación del puño como acto de desacuerdo o protesta, en este cartel se expresa de forma sintética el germen de la Reforma Universitaria pretendida por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile.
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Portada de libro Universidad y Revolución, de Tom Helder Camara. Ediciones Nueva Universidad, Vicerrectoría de Comunicaciones, Universidad Católica de Chile, Departamento de Diseño, 1969. Archivo Biblioteca de Humanidades Pontificia Universidad Católica de Chile.
El aparato editorial de la Vicerrectoría de Comunicaciones tuvo una política de comunicaciones denominada “Nueva Universidad”. En este contexto, se estableció un departamento con el fin de incrementar una línea de publicación de libros con un alcance nacional e internacional. La cubierta de la publicación de Tom Helder da cuenta de este ánimo reformista, por orientarse hacia nuevas temáticas vinculadas a la esfera de lo popular, las artes y el debate político. Carátula del disco DE Violeta , Isabel y Ángel Parra. Discoteca del Cantar Popular, DICAP. Diseño de Antonio y Vicente Larrea, 1967. Archivo de Música Popular Chilena UC.
Portada del libro de Marx y Engels, Manifiesto Comunista . Ediciones Cormorán, Editorial Universitaria. Diseño de Mauricio Amster, 1970. Archivo Biblioteca Nacional de Chile.
Potenciando una renovación de expresiones musicales que se conoció como Neofolclore, a partir de 1966 se produjo una tendencia a la recuperación folclórica cuyos contenidos apuntaron a temas de orden social. En este disco se propone un diseño que recupera no solo la música, sino también es un reconocimiento al trabajo de Violeta Parra con lana y arpillera. Tres años después, Ediciones Nueva Universidad publicaría el libro Décimas, utilizando el mismo motivo del diseño de Violeta.
Las publicaciones de la Editorial Universitaria se caracterizaron –más allá de sus temáticas– por tener un sello distintivo que les imprimió el influyente diseñador y tipógrafo Mauricio Amster. En esta portada, se utiliza un lenguaje gráfico tradicional, casi neoclásico, que sigue la línea de diseño de libros de editoriales como Penguin Books o Verlag, eludiendo toda pretensión artística.
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FOTOGRAFĂ?A archivo PATRIMONIAL usach
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Despertar del letargo Ocho universidades existían en Chile en la década de los 60. En ese momento, la agitación existente en el mundo comenzó a permear a sus estudiantes. La chispa inicial provino de la Universidad Católica de Valparaíso que, en 1964, inauguró sus talleres de Reforma Universitaria. La experiencia fue exitosa, con sucesivos rectores y profesores partícipes, más el aporte disciplinar de Luis Scherz García, académico del doctorado en Sociología en 1961. La posterior toma de Casa Central de la UC, con sus promotores y detractores, más la creciente radicalización del alumnado en las universidades de Concepción, Técnica del Estado (actual Usach) y de Chile, determinaron el imaginario del proceso ante la opinión pública. El autor de este texto, sociólogo especialista en la historia cultural chilena, vivió personalmente la creciente tensión y el ambiente cultural y social de la época. Por Bernardo Subercaseaux Sommerhoff
Bernardo Subercaseaux Sommerhoff. Es doctor en Lenguas y Literaturas Romances por la U. de Harvard y Licenciado en Filosofía de la U. de Chile. Entre sus publicaciones destacan los cuatro volúmenes de Historia de las ideas y la cultura en Chile (2011).
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FOTOGRAFÍA REVISTA debate universitario
CONTACTO con la realidad. Los trabajos de verano o invierno de los universitarios fueron instancias clave para que los jóvenes pudieran conocer de cerca las necesidades de la sociedad chilena.
Íbamos a trabajos de verano con el entusiasmo de conquistadores y revolucionarios. Queríamos aportar construyendo plazas, escuelas, juegos infantiles, pero también creando conciencia respecto de los cambios y las transformaciones que requería el país.
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uego de cruzar la entrada de la rectoría, en el gran patio central del Pedagógico de la Universidad de Chile, vi que estaban instaladas unas 12 enfermeras vestidas de blanco. Cada una al lado de una camilla en la que se recostaban estudiantes que donaban sangre para Vietnam. Era mi primer día de clases de Pedagogía en Castellano, en 1965. Un recorrido que inicié cuando la guerra ya llevaba diez años y era percibida en imágenes (incluso en portadas de la revista LIFE) como la resistencia de un David ante un Goliat. Un pentágono que utilizaba armas mortíferas y bombas de napalm, liquidando a pequeños vietnamitas que, a pesar de que eran adultos, parecían niños. Antes de iniciar esta carrera había postulado a Sociología de la Universidad Católica, motivado por lo que se conocía del sacerdote jesuita Roger Vekemans, pero fallé en el examen de admisión. En este se preguntaba por el significado de la palabra “fósil”, y yo con mi mochila social y lingüística zapallarina respondí: “fósil=fome”.
Lo que queríamos ser Luego, en abril de ese año, 40.000 marines invadieron República Dominicana enviados por el presidente de Estados Unidos L. B. Johnson, con el propósito de impedir que las fuerzas partidarias del desbancado presidente Juan Bosch volvieran a ocupar el poder. El temor a una nueva Cuba y la Guerra Fría eran parte del ambiente. A ningún estudiante de esos años, por lo menos a ninguno del Pedagógico, se le habría ocurrido postular a Harvard o Stanford. Las velas se enfilaban hacia Cuba. Todos queríamos ser (o parecer) obreros y campesinos. Ariel Dorfman, que era hijo de un alto funcionario de un organismo internacional, cuando iba en su auto a la universidad con patente de diplomático, lo dejaba a muchas cuadras de distancia. Nos avergonzaban intérpretes musicales que agringaban sus nombres como Patricio Núñez, que se transformó en Pat Henry y los Diablos Azules, o los hermanos Carrasco, que se convirtieron en los Carr Twins (1963-1969). En
ese ambiente surgió un grupo musical con nombre mapuche: Quilapayún (tres barbas). A partir de un anuncio en un fichero gané una beca de intercambio a la Universidad de La Habana. Fue el año de los 10 millones de toneladas de azúcar, un programa del gobierno cubano del año 1970 para mejorar la situación económica de ese país. Esto se tradujo en que, durante siete meses, estuve en la zafra cortando caña en una central azucarera de la provincia de Santa Clara. Integré una brigada que se llamaba Ho Chi Minh, que competía en caña cortada con otra que se llamaba Che Guevara. En las noches, con las manos callosas y adoloridas, en un enorme galpón de camarotes, me sentía agotado, pero feliz. Estaba convencido de que mi trabajo ayudaba a los pobres del mundo y permitiría terminar con la miseria y la explotación. Aunque fuese con un grano de arena, quería aportar para terminar con las bombas de napalm (en lugar de estar tendido “de guata al sol” en la playa de Cachagua o Zapallar).
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso:
La pionera
El rector de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), el jesuita Hernán Larraín Acuña, escribió en 1964 un documento clave en el proceso de Reforma Universitaria en Chile: Universidades Católicas: Luces y Sombras, el que fue distribuido en Santiago por la FEUC ese mismo año. Por su parte, Arturo Zavala (1964-1968), primer rector laico de la PUCV, respaldó los anhelos de cambio. Sin embargo, el Gran Canciller monseñor Emilio Tagle se opuso y rechazó los acuerdos del Consejo Superior. Esto desencadenó la toma de la universidad por parte de los alumnos, el 17 de junio de 1967. Desde los balcones del Obispado en Valparaíso, el dirigente estudiantil Ernesto Rodríguez hizo el llamado a los estudiantes. Luego de 50 días se logró un Acta de Avenimiento sobre democratización de la institución, compromiso social y carácter comunitario, cuya consolidación lideró el nuevo rector, Raúl Allard (de 1968 a 1973). El ingeniero químico y sociólogo Luis Scherz tuvo un rol fundamental en esta etapa en la PUCV. Scherz se doctoró en Alemania en 1961 con una tesis sobre “Una nueva universidad para América Latina”. Tras reincorporarse a su alma mater, redactó un influyente documento denominado “Fundamentos de una nueva estructura para la Universidad Católica de Valparaíso” (1964). Luego, Scherz emigró a Santiago, al Instituto de Sociología UC (1965), desde donde criticó del modelo elitista y profesionalizante y promovió una “nueva universidad”, que tuviera “resonancia con el vibrar público”. Otro protagonista de este periodo fue el profesor y poeta Godofredo Iommi, redactor principal del manifiesto de la Facultad de Arquitectura: “Una ola de cobardía cubre nuestra América”. Esta etapa de transformaciones fue pionera en el sistema universitario chileno, y se vivió como un proceso integrado por profesores y estudiantes.
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FOTOGRAFÍA archivo PATRIMONIAL usach
Demandas de la Universidad Técnica del Estado La Universidad Técnica del Estado tenía un historial de varias tomas lideradas por la Federación de Estudiantes de la Universidad Técnica del Estado (FEUT). En 1966 se alcanzó un logro concreto cuando se obtuvo un importante aumento del presupuesto que le otorgaba el Estado y una ampliación de la matrícula para permitir el ingreso de más alumnos (“Universidad para todos”). Al año siguiente, el 20 de agosto de 1968, asumió como rector de este plantel el ingeniero Enrique Kirberg, designado en claustro pleno (votación universal) de profesores y estudiantes, quien luego fue reelegido dos veces. Él condujo un arduo y complejo proceso que, tras varias versiones, finalmente permitió promulgar el nuevo estatuto y llamar a un Congreso de Reforma en julio de 1970. El grupo de teatro de la universidad –Teknos– y conjuntos musicales de los estudiantes –Intipor una mejor educación. Estudiantes de la Universidad Técnica del Estado de las distintas sedes, en Illimani, Cuncumén– serían plataformas para una marcha que demandaba un mayor presupuesto para esa casa de estudio, el 8 de noviembre de 1968. difundir sus demandas y críticas ante la sociedad.
Ir a la Zafra Varios chilenos partieron a la zafra en solidaridad con la Revolución Cubana. La economía de la isla, dependiente del azúcar, necesitaba aumentar su producción y que la caña llegara a las fábricas antes de 24 horas después de ser cortada (en caso contrario comienza a perder peso de inmediato). Sin embargo, con soldados y adolescentes inexpertos, no se cumplían las metas necesarias. Fidel Castro inició el desmantelamiento de la industria el año 2002, tras el fin de la Unión Soviética, su mayor mercado.
Clima intelectual La Reforma Universitaria generó un clima intelectual y cultural situado en un gran horizonte de expectativas. La idea central era democratizar la universidad para ponerla al servicio de los cambios que requería el país. En el trasfondo, existía el convencimiento –compartido tanto entre los jóvenes del continente como fuera de él– de que la tormentosa historia de América Latina había entrado por fin en una etapa resolutiva, y que la soberanía e independencia definitiva del continente se encontraban a la vuelta de la esquina. Julio Cortázar escribió a propósito: “Aquello que tan mal se ha dado en llamar el boom de la literatura latinoamericana, me parece un formidable apoyo a la causa presente y futura del socialismo y a su triunfo, que yo considero inevitable y en un plazo no demasiado largo”. “¿Qué es el boom –se preguntaba– sino la más extraordinaria toma de conciencia por parte del pueblo latinoamericano de su propia identidad?”. Como en esos años no se usaban mochilas ni bolsones para trasladar los libros, los estudiantes los llevábamos en la mano o bajo el brazo. Y tanto creíamos en ellos –sobre todo en los autores identificados con el boom– que los usá-
bamos para seducir: un día Rulfo, otro Sábato, otro Carpentier, Asturias, Arguedas, Onetti, Cardenal, García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa y especialmente Rayuela, de Cortázar. Si se trataba de interesar a una alumna de Filosofía: Sartre, Simone de Beauvoir y hasta Merleau Ponty. Y si la chica era de la jota, Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, o el Manual del materialismo histórico, de Marta Harnecker. Era como cambiarse de camisa. Fue un clima que incidió también en lo académico. La Literatura empezó a ser pensada como un sistema múltiple en que caben diversos subsistemas: la cultura ilustrada, pero también la cultura de masas y la cultura popular. Se publican y valoran por primera vez las Décimas de Violeta Parra, y un profesor de Literatura analiza las revistas del Pato Donald. Los estudiantes no queríamos profesores impresionistas que contaran anécdotas sobre la vida de los autores. Queríamos profesores con una mirada sociohistórica que vinculara las obras con la realidad en que se gestaban. Docentes con una mirada culturológica cultural y prospectiva, y un discurso activo sobre política cultural e identitaria. Alumnos y profesores teníamos un programa en la radio que se llamaba algo así como “Remando juntos”. Este buscaba
La Reforma Universitaria generó un clima intelectual y cultural situado en un gran horizonte de expectativas. La idea central era democratizar la universidad para ponerla al servicio de los cambios que requería el país. En el trasfondo, existía el convencimiento de que la tormentosa historia de América Latina había entrado por fin en una etapa resolutiva. 48
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FOTOGRAFÍA revista vea
FOTOGRAFÍA REVISTA debate universitario
Concepción: El estallido La Universidad de Concepción se encontraba en un momento de renovación. Por gestión del rector David Stitchkin se habían desarrollado convenios con la Fundación Ford y la Unesco para promover la investigación, los institutos (Física, Química, Biología y Matemáticas), la extensión cultural y el aumento de las vacantes. Parecía que los signos de los tiempos no la tocarían; pero fue a la inversa. El control de la masonería en esa institución escogió a un nuevo rector, Ignacio González, opuesto a algunas reformas, lo que provocó la radicalización del estudiantado en favor del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Para este, la universidad era otra plataforma de lucha en un proceso que debía extenderse a todo el país. La masonería llevó entonces de regreso al exrector Stitchkin, respetado por los estudiantes. Luego de aumentarles su participación en el claustro pleno y el consejo superior, Stitchkin renunció en favor de Edgardo Enríquez –grado 30 en la Gran Logia de Chile–, el que multiplicó el alumnado de 4.600 a 17.200. El líder estudiantil Luciano Cruz buscaría asociar la movilización estudiantil a las organizaciones obreras y campesinas, a partir de los mineros del carbón, los obreros de Tomé y los campesinos de Cautín, ya insertos en la política nacional.
“Universidad para todos” fue uno de los planteamientos más generalizados de los estudiantes y de las redes que se establecieron entre las distintas casas de estudio, lo que revela el carácter nacional de las demandas.
El “Piedragógico” Foco principal de manifestaciones (de ahí su apodo), el Instituto Pedagógico fue separado de la Universidad de Chile en 1981, año en que se funda la Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santiago (ASCP), hoy Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Con el retorno de la democracia, la Casa de Bello inició en 1990 el proceso de reconstrucción de la disciplina, el que culminó el año 2015; ahora, nuevamente, imparte las carreras de Pedagogía.
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extender el interés por la cultura y la Literatura a los medios poblacionales de la zona de Macul y de los barrios periféricos de Santiago. Íbamos a trabajos de verano con el entusiasmo de conquistadores y revolucionarios, queríamos aportar construyendo plazas, escuelas, juegos infantiles, pero también creando conciencia respecto de los cambios y las transformaciones que requería el país. Eran años en que en los distintos departamentos y unidades del Pedagógico operaba una suerte de triestamentalidad, todavía no sancionada estatutariamente, largas asambleas y discusiones, a veces temas interesantes, pero también monsergas insípidas y cierta pérdida de tiempo. La democratización universitaria fue una respuesta al autoritarismo y al elitismo que operaba en casi todas las universidades, sobre todo en la Universidad Católica, en la que los catedráticos eran reyes y los profesores jóvenes contaban muy poco. Se pretendía también vincular más directamente la docencia, la investigación y la extensión a las necesidades de la población y del país.
“Universidad para todos” Probablemente el Pedagógico fue, en esos años, uno de los espacios más politizados dentro de la Universidad de Chile. Pero no fue una isla, ni mucho menos. Un grupo importante de estudiantes y organizaciones estudiantiles de la Universidad Católica despertaban de un largo letargo, también se movilizaron los estudiantes de las universidades de Valpa-
raíso, de Concepción y de la Austral de Valdivia. Tomas y movilizaciones por doquier. Y en el frontis de la Casa Central de la Universidad Católica, en agosto de 1967, se colgó un enorme cartel que decía “El Mercurio miente”, que fue la respuesta a los ataques que el periódico había realizado al movimiento estudiantil acusándolo de ser un instrumento del marxismo. En la Universidad de Chile casi todas las autoridades eran partidarias de la Reforma Universitaria, lo que posibilitaba el diálogo entre estudiantes y decanos o rectores. En la Universidad Católica, en cambio, había un fuerte sector conservador que se oponía, de allí que los despliegues confrontacionales del movimiento estudiantil de la UC tuvieron mayor repercusión y presencia en los medios de comunicación. Por otro lado, en esos años, el estudiantado de la Universidad Católica, a diferencia de lo que ocurre hoy día, era mayoritariamente de un sector socioeconómico alto, lo que no sucedía en el Pedagógico. Cuando íbamos a los trabajos voluntarios y se decía mi apellido, advertí varias veces en los participantes, sobre todo en las primeras salidas, una sonrisa sarcástica y hasta algún chiflido. Poco a poco esto se fue diluyendo y comencé a ser plenamente un “compañero”. “Universidad para todos” fue uno de los planteamientos más generalizados de los estudiantes y de las redes que se establecieron entre las distintas casas de estudio, lo que revela como planteamiento el carácter nacional de las demandas.
mayor diálogo. En la Universidad de Chile casi todas las autoridades eran partidarias de la Reforma Universitaria, lo que posibilitó el diálogo entre estudiantes y decanos o rectores. En la fotografía se observa una marcha frente a la Casa Central de esa institución, mientras estaba tomada.
El actor fundamental de la Reforma Universitaria en todo el país fue el movimiento estudiantil. Un espíritu de época que luego se canalizó en grupos políticos como el MAPU, la Izquierda Cristiana y el MIR. Un espíritu que se dio no solo en Chile, sino también en otras naciones de América Latina. Hoy día, mirando hacia atrás, nos percatamos de que en ese periodo vivíamos con efervescencia un clima intelectual y una idea fuerza predominante. Utopías que permeaban la producción intelectual y simbólica en distintas áreas, y también a la vida social y cotidiana. Ideas que se encontraban no solo en los libros, sino que estaban inscritas y mimetizadas de tal modo en lo real, que se hacían indistinguibles de la realidad misma. Por eso llegaban a ser consideradas como una segunda naturaleza a la cual se le confiere un valor absoluto, olvidando su carácter de constructo intelectual e ideológico y su relatividad histórica. Por cierto, todo partía de hechos históricos abusivos y dramáticos, como los señalados al comienzo, a los que se sumaban las condiciones de pobreza y explotación que vivían sectores poblacionales y de trabajadores, todo lo cual incitaba y alentaba ese clima. Y también a la lectura de Marx y Lenin.
FOTOGRAFÍA ARCHIVO MUSEO HISTÓRICO NACIONAL
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El vuelo
de Rafael Aunque la oratoria no era su fortaleza, la pasión y fuerza de sus convicciones lo llevaron a consolidarse como un líder universitario en los años 60. Hoy, las palabras han convertido a Rafael Echeverría en un exitoso empresario y creador del término “ontología del lenguaje”, con el cual se pasea por el mundo desarrollando su “coaching ontológico”. Camarada de Miguel Ángel Solar y adversario político de Jaime Guzmán, se emociona y vibra con los días que vivió entre las paredes de Casa Central, como un joven más de la toma. Este año ha vuelto a recorrer los pasillos de la UC, institución en la que aprendió a soñar y reafirmó sus anhelos de transformar a Chile en una sociedad más igualitaria. Por Margarita Serrano PÉREZ Fotografía ÁLVARO DE LA FUENTE FARRÉ
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FOTOGRAFÍA REVISTA DEBATE UNIVERSITARIo
Entrevista en 1970. Aquí vemos a Rafael Echeverría en una entrevista en la revista Debate Universitario, en el momento en que fue elegido como consejero docente para el Consejo Superior, entidad que ya había integrado como presidente de la FEUC en 1968. El texto tituló: “Me debo a la gente que respeto”.
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l Salón de Honor de Casa Central de la UC estaba repleto. Repleto de gente que se encontraba con gente; de abrazos nostálgicos; de miradas de asombro. De jóvenes que observaban. De adultos que volvían a una fiesta, con los ojos llorosos, después de 50 años. Cuando finalmente se logró dar comienzo a la ceremonia, aparecieron más visibles los oradores de la testera. El primero en hablar fue Rafael Echeverría. Grande, igual de alto que entonces, pero con menos pelos en la cabeza y con una chaqueta de mejor caída. Llevaba varios papeles en la mano. Comenzó su intervención a las once del once de agosto de 2017. Pero algo pasó que no pudo seguir. Algo en la mirada del público lo llevó en otra dirección y comenzó a improvisar. Se produjo un profundo silencio. Y Echeverría, que había sido una de las manos derechas de Miguel Ángel Solar en idear y realizar la toma de la Universidad Católica ese once de agosto de 1967, dejó de hablar desde la razón y empezó a hablar desde la emoción. A poco andar, habló también desde la pasión. En realidad, este encuentro al que asistieron desde el rector en adelante, se llamó “A 50 años de la Reforma Universitaria”. Pero allí quedó desenmascarado el tema: había pasado medio siglo de aquella legendaria toma de la UC, la primera de muchas, que incluso se anticipó en un año al movimiento de París, en 1968.
“¡Qué quieres que te diga! Para muchos de nosotros representó siempre un modelo de cómo había que proceder. Es imposible conocer a Miguel Ángel y no conmoverse con él”. Se enamorÓ de la UC —¿Qué lo llevó a comprometerse en el proceso que estaba viviendo la FEUC en esos momentos? ¿Había un mayor compromiso social o un compromiso cristiano? —Mi compromiso era centralmente social y político. Nunca tuve una formación cristiana muy sólida. Tampoco militaba. Luego de terminada mi secundaria, estuve un año en Francia y desde allí miraba con gran interés todo lo que sucedía en América Latina. Volví a Chile e ingresé a estudiar Economía en la Universidad de Chile. Pero sentí que esa formación no me vinculaba con las problemáticas sociales que me interesaban. Ello me inclinó a estudiar Sociología. Ese año, en 1964, la Universidad de Chile no abrió admisión en esa carrera y no tuve otra opción que entrar a la Universidad Católica. De lo contrario, no la hubiera escogido. Demasiado “pije” y “beata”, diríamos hoy día. Pero, poco a poco, me fui enamorando de ella. Me cautivaba la inocencia que mostraban sus estudiantes, la
No solo un acto político. En el Seminario “A 50 años de la Reforma Universitaria”, organizado por la UC, Rafael recordó los detalles que se vivían dentro de Casa Central durante esos días. El fervor y la devoción con que se llevaban a cabo las conversaciones entre ellos y con personalidades externas que mandaban su apoyo. Era un acto político, pero también un acto religioso.
manera cómo, al menos en Sociología, se comprometían con sus causas. Yo era bastante más político que mis compañeros y lentamente me fui involucrando. Primero fui vicepresidente del centro de alumnos. Luego, me eligieron presidente. Desde ese rol me correspondió vivir la toma del año 67 y rápidamente pasé a formar parte de su comité político. Una vez que esta concluyó, fui integrante de la comisión de estudio que debía establecer las bases de la futura Reforma Universitaria. Sin darme cuenta cómo, me convertí en el presidente de la FEUC de 1968, teniendo como contrincante a Jaime Guzmán. Sin haberlo escogido, la Universidad Católica se convertía en el referente central de mi vida y me daba cuenta de que ella me había transformado en el tipo de persona que entonces era. Desde entonces, siempre me he sentido un producto de las experiencias que me correspondió vivir en esa institución. —Cuando usted pensaba en el “hombre nuevo”, ¿cómo quería que fuera? —Te confieso que el ideal del “hombre nuevo” no fue un elemento muy importante en mi vida. Pensaba más en términos de una sociedad nueva y más justa. Menos discriminadora; más equitativa. Creía que si lográbamos cambiar la sociedad, ello produciría hombres y mujeres diferentes, más solidarios, más generosos. Pero no iba mucho más lejos que eso. En mi caso, la aversión a las injusticias del presente era superior a las expresiones concretas de ideales futuros. —¿Cómo era su relación con Miguel Ángel Solar, el presidente de la FEUC y auténtico líder del movimiento “Once de agosto”? —De inmensa admiración. Era el mejor de todos nosotros. Me impresionaba su integridad, transparencia, mesura con los demás y gran pasión por lo que consideraba justo, su desprendimiento, gran capacidad de escucha y de conexión con los demás, sus vuelos poéticos. ¡Qué quieres que te diga! Para muchos de nosotros representó siempre un modelo de cómo había que proceder. Es imposible conocer a Miguel Ángel y no conmoverse con él. Lograba sacar de nosotros lo mejor de cada uno. Todavía sigue ejerciendo ese influjo sobre mí. Lo aprecio mucho. Haberlo conocido es un privilegio. —Él era un gran orador, sin embargo, usted se quedaba un poco atrás en esa materia. ¿Sería porque dicen que era tartamudo? —Nunca me propuse hablar como lo hacía Miguel Ángel. Bastaba con conocerlo para comprender que, de habérmelo planteado, era una batalla perdida. En ese terreno nunca competimos. Por otro lado, en efecto, yo era tartamudo. Pienso que todavía lo soy, aunque no se me nota. Sin embargo, curiosamente, ese no fue nunca un problema. Nunca permití que mi tartamudez me impidiera expresarme y decir lo que pensaba. Pronto me di cuenta de que incluso podía ser una ventaja. Toma en cuenta que a mi lado no solo estaba Miguel Ángel. Mi gran adversario político fue Jaime Guzmán, a quien derroté en las elecciones de la FEUC en 1967. Jaime tenía la virtud de hablar siempre en limpio y de corrido.
FOTOGRAFÍA REVISTA ARIETE
“Creía que, si lográbamos cambiar la sociedad, ello sin duda produciría hombres y mujeres diferentes, más solidarios, más generosos. Pero no iba mucho más lejos que eso. En mi caso, la aversión a las injusticias del presente era superior a las expresiones concretas de ideales futuros”. Nunca he conocido a una persona que se expresara mejor que él. No había cómo superarlo, menos todavía siendo tartamudo. Sin embargo, me percaté de que cuando yo hablaba y me quedada atrapado en alguna sílaba que no podía pronunciar, la audiencia se identificaba con mi esfuerzo y, muchas veces, me gritaban la sílaba siguiente para sacarme del atolladero. Recuerdo algunos momentos simpáticos. En un foro con Jaime Guzmán, en el gimnasio de la universidad, completamente lleno, quise hacer un alcance sobre el gobierno. Pero una vez que procuré pronunciar la palabra “gobierno”, me quedé atrapado y comencé a balbucear: “go, go”, “go, go”, “go, go”. La audiencia me miraba desesperada. Hasta que a alguien se le ocurrió gritar a gogó, que era una música que entonces estaba de moda. Todos nos largamos a reír a carcajadas. Jaime me miraba sin entender lo que pasaba. Yo había ganado el foro. La gente estaba conmigo. —Después de usted, los reformistas perdieron la FEUC por muchos años y los gremialistas, liderados por Guzmán, pasaron a legitimarse dentro de la UC. ¿Cómo vivió esa derrota? —Fui elegido presidente en 1967, inmediatamente después de la toma. Mi adversario político fue Jaime Guzmán y yo lo derroté, obteniendo el 60% de la votación. El Movimiento Gremial para entonces estaba ya constituido. El problema fue otro. En esa época, de los más de 6.000 alumnos que tenía la universidad prácticamente no había ninguno de izquierda. 55
“En la toma no había gente de izquierda, ni un solo comunista. Es más, no había gente de izquierda en la Católica. Nosotros entregamos la universidad de la forma más limpia y más bella que te puedas imaginar. La cuidamos y la respetamos todo el tiempo”. Hay que tener en cuenta que la izquierda representaba entonces alrededor del 40% de la votación nacional. Ello da cuenta del carácter profundamente elitista que, desde siempre, había tenido la UC. La toma del 67 y el ulterior proceso de reforma tuvo como uno de sus efectos un proceso de radicalización hacia la izquierda de ese estudiantado. Personalmente, junto con otros miembros de mi equipo de la FEUC, vivimos esa etapa. Y antes de terminar nuestro período reglamentario, una vez encaminada la reforma, decidimos renunciar prematuramente para proceder a constituir la izquierda estudiantil, que entonces era inexistente. Eso fue en octubre de 1968. Hoy día podemos cuestionar esa decisión. Pero ella implicó la ruptura del movimiento estudiantil reformista en dos sectores: uno más moderado y otro de izquierda, que iniciaba su gestación y que yo mismo encabezaba. —Entonces, ¿usted siente que el movimiento gremial ganó la FEUC por esas divisiones entre reformistas e izquierdistas? —En la siguiente elección, a fines del año 68, buena parte de este segundo sector estudiantil, más de izquierda, se abstuvo. Eso y no otra cosa, fue lo que determinó el triunfo del Movimiento Gremial. Para quienes habíamos optado por comprometernos con el nacimiento de una izquierda estudiantil, ello era un costo que estuvimos dispuestos a pagar y, por lo tanto, no vivimos esas elecciones como una derrota. Una vez que la izquierda se constituyó entre los estudiantes, avanzamos a crear un movimiento de izquierda dentro de los docentes y trabajadores de la universidad. Cuando vino el Golpe, cinco años
Seminario “1967-2017: Por Una Mejor Universidad”. El 11 de agosto de 2017. Exactamente 50 años después, algunos testigos de la época de la Reforma Universitaria retornaron a Casa Central. En el encuentro, organizado por la UC, estuvieron presentes Rafael Echeverría, presidente de la FEUC de 1968; el padre Juan Ochagavía, decano de la Facultad de Teología entre 1968 a 1970; José Joaquín Brunner, dirigente de la FEUC de 1967; y Hernán Larraín, presidente de la FEUC de 1970. Ellos hicieron un balance del proceso histórico de 1967 y sus repercusiones hasta la fecha.
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después, ya la izquierda estaba consolidada en los tres estamentos. A partir del año 69, una parte significativa del movimiento reformista –no todo– se integraba al Mapu. Yo mismo lo hice.
Sin violencia Cuando terminó de hablar, más sobre entonces que sobre ahora, recordó los detalles que se vivían dentro de Casa Central durante esos días. El fervor y la devoción con que se llevaban a cabo las conversaciones entre ellos y con personalidades externas que mandaban su apoyo, como el propio cardenal Silva Henríquez. Parecía haberse producido allí más que una toma, un rito inteligente con distintas luces que aportaba cada uno, en un clima de solidaridad que debe haberlos contagiado a todos, Era un acto político, sin duda, pero también un acto religioso. —Nosotros nos oponíamos a la violencia, pero no a la reforma. Era muy importante sacar a la universidad de su clima de colegio privado de buena calidad. Piensa que para entrar a ella había que llevar una carta de recomendación y, después, entrevistarse con alguien que viera si eras merecedor de entrar a esa institución. —La famosa frase “El Mercurio miente” fue escrita por ustedes en un cartel inmenso en el frontis de Casa Central, cuando ese diario escribió un artículo sobre los comunistas y la violencia que estaban armando allí dentro… —En la toma no habían personas de izquierda, ni un solo comunista. Es más, no había gente de izquierda en la Católica. Nosotros entregamos la universidad de la forma más limpia y más bella que te puedas imaginar. La cuidamos y la respetamos todo el tiempo. Cómo respetábamos cada sala y le dábamos mucha importancia a su protección. Hoy, gran parte de los movimientos se fundan en exigir derechos. Esa forma no estaba presente en nuestra época. Hay que recordar que todavía faltaban dos años para la elección de Allende, un año para la Revolución de Mayo del 68 en París y varios años para que despertaran otros movimientos en Europa.
Referente mundial. Es un referente mundial en el desarrollo de la disciplina del “coaching ontológico”. Ha creado una red internacional de empresas bajo el nombre de Newfield Consulting, que tiene oficinas en Estados Unidos, España, México, Brasil, Argentina, Colombia y Chile y representación en muchos otros.
Sobreviviente Tiene 73 años, un hijo que vive en Estados Unidos y cinco nietos. Esa es una parte de su cosecha. Pero además ha escrito muchos libros, acumulado honores y postgrados. De este joven tartamudo ya no queda nada. Tal vez, su necesidad de justicia que entonces promovía mediante la política, y que ahora instaló en el lenguaje, también lo llevó a convertirse en un connotado filósofo del lenguaje que le gusta mirar a los otros a los ojos. Este es un capítulo largo y fascinante de su vida. Pero es otro capítulo. En pocas palabras, realizó un invento que se llama la ontología del lenguaje. Y así entró a hacer aportes sustantivos, no solo en la teoría del lenguaje, sino en la vida de muchas personas que asisten a sus cursos en varias partes del mundo y que descubren vida. Es un referente mundial en el desarrollo de la disciplina del “coaching ontológico”. Ha creado una red internacional de empresas bajo el nombre de Newfield Consulting, que tiene oficinas en Estados Unidos, España, México, Brasil, Argentina, Colombia y Chile y representación en muchos otros. Vive en Estados Unidos y Chile, además de viajar muy activamente a los países en los que tiene empresa. Es también consultor organizacional. Trabaja en el área de la educación (sistema escolar y educación superior) y de la Alta Dirección Pública. —¿Cómo sale de la UC, con qué reflexión, con qué emoción vive esos pasos hasta hacer el Doctorado en Londres? —Me casé en abril de 1968, siendo presidente de la FEUC. Luego volví a la Católica como profesor-investigador contratado por el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren), una de las joyas de la Reforma Universitaria. Al poco tiempo fui elegido miembro del Consejo Superior en repre-
Tal vez su necesidad de justicia que entonces satisfacía mediante la política, y que ahora se instaló en las palabras, también lo ha llevado a convertirse en un connotado filósofo del lenguaje. Al que le gusta mirar a los otros a los ojos. sentación de los sectores de izquierda del estamento docente. A mi lado en el Consejo se sentaba Jaime Guzmán, quien era el representante de la derecha docente. El mundo de la Católica era entonces muy chico. En esa calidad me sorprendió el golpe de estado. Los meses posteriores fueron uno de los períodos más importantes de mi vida, junto con aquellos que habían girado antes en torno a la toma del 67. Aunque fui expulsado el 12 de octubre de 1973, con el primer decreto de rectoría del interventor militar, seguimos trabajando desde los patios de campus Oriente. Junto con otros profesores de izquierda, nos correspondió participar en el diseño de una vasta operación para proteger no solo a académicos, sino también a dirigentes políticos y sociales de las garras de la represión. Pienso que hicimos un trabajo importante. En marzo del año 74, fui invitado por el departamento de Ciencia Política de la Universidad de Stanford, en un esfuerzo por rescatar a académicos chilenos que corrían un alto riesgo de caer en las manos de los aparatos represivos de la dictadura. En septiembre de 1974, la Fundación Ford, en una política de ayuda a los académicos perseguidos, me otorgó una beca para sacar mi doctorado en Inglaterra. Tuve ayuda. Soy un sobreviviente. Quienes ocuparon en otras universidades papeles equivalentes a los que yo tenía en la Católica, fueron asesinados. 57
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FUENTE Archivo Histรณrico del Arzobispado de Santiago
Los pilares del
cambio: miradas en perspectiva Existen conceptos fundamentales que movilizan. A medio siglo de la Reforma Universitaria, algunos de sus protagonistas de la época se enfrentan en este artículo a las ideas que marcaron ese momento histórico, para reflexionar sobre los postulados fundamentales que los apasionaron. Ninguno se quedó al margen de lo que estaba pasando. A través de sus acciones intentaron jugar un rol que, sin duda, los define hasta la actualidad. Por Revista Universitaria
“traza una cruz en la ciudad y toma posesión de ella”. La imagen corresponde a parte de un afiche realizado en la Universidad Católica en la época de la reforma. En este se muestra una institución que responde a la comuidad y sirve al país.
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Raúl Allard
“Un sujeto renovado en un país revolucionado” Rector de la Universidad Católica de Valparaíso entre 1968-1973
Y MUSEOGR ONIO HISTÓRICO DE PATRIM FÍA UNIDAD
ARCHIVO PERSONAL RAÚL ALLARD
FOTOGRA
El trasfondo político de este concepto fue la “revolución en libertad” y la “transición al socialismo”. La idea integró los procesos sociales que, con distintos grados de radicalidad, perseguían cambios profundos en lo estructural y lo político. Sin embargo, este no era un objetivo específico de la reforma. A nivel social, “el hombre nuevo” aparecía como un sujeto renovado, en un país revolucionado en busca de una mayor justicia social y nuevas relaciones de poder. Ofrecer las condiciones para que el propio pueblo superara su posición vulnerable, sin paternalismo. Cada uno debía cambiar para asumirse como sujeto de la historia. Había un idealismo juvenil y, a nivel político, cierto voluntarismo que permitió una fuerte transformación en las universidades, pero terminó perdiéndose la propia democracia. Pero el principio era válido para renovar la sociedad. Debían cambiar las personas, mujeres y hombres con actitud de servicio.
ÁFICO PUCV
Hombre nuevo
Nueva universidad Esta sí era una meta específica. Nuestro precursor, Luis Scherz, hablaba más bien de revolución que de reforma, ya que la transformación implicaba superar el carácter profesionalizante, cambiar estructuras y procesos académicos y democratizar el acceso. Arquitectura lanzó su manifiesto y algunos directivos y profesores lo impulsamos en el Consejo Superior mediante una resolución. El acuerdo fue desconocido y se inició una larga toma que culminó con el “acta de avenimiento” y un claustro pleno constituyente, realizado en diciembre de 1967, que presidí por elección del claustro y que aprobó la constitución básica, la que se aplicó en todo lo sustancial. Se suprimieron las facultades; se generaron institutos científicos; se renovaron las escuelas profesionales; surgieron centros interdisciplinarios y espacios para la investigación, con un sistema de interacciones entre unidades académicas que facilitó la formación de los estudiantes. Básicamente, esa estructura se mantiene hasta hoy. Carlos Huneeus, quien 60
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analizó los distintos procesos, concluyó que la experiencia reformista en la UCV es la que más se aproximó al ideal de Reforma Universitaria.
Movimiento estudiantil La voluntad de cambio se manifestaba en el movimiento estudiantil como ente colectivo, que asumía la representación de los universitarios y ejercía el liderazgo de los procesos reformistas. También se aspiraba a una transformación política. En la UCV el proceso no se politizó, porque la propuesta reformista era muy fuerte. La Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Valparaíso (FEUCV) cambió su grupo de dirigentes varias veces, manteniendo relevancia.
Realidad nacional Acercar las universidades a la realidad nacional fue una aspiración junto a los principios fundamentales de autonomía, compromiso, crítica, democrati-
zación, investigación, ciencia, reforma curricular, entre otros. Se trataba de asumir la realidad político-social, desarrollar las funciones universitarias con calidad y rigurosidad, pero no a espaldas de la sociedad sino en diálogo con ella. Así, por ejemplo, coordinamos nuestras actividades con las demás universidades porteñas.
rector reformista. “Había un idealismo juvenil y, a nivel político, cierto voluntarismo que permitió una fuerte transformación en las universidades”, afirma Raúl Allard.
“El hombre nuevo” aparecía como un sujeto renovado, en un país revolucionado en busca de una mayor justicia social y nuevas relaciones de poder. Ofrecer las condiciones para que el propio pueblo superara su posición vulnerable, sin paternalismo. Cada uno debía cambiar para asumirse como sujeto de la historia.
ERNESTO ILLANES
“No siento nostalgia” Presidente de la FEUC 1969 por el Movimiento Gremial No siento ninguna nostalgia por una época caracterizada por una gran división en el país, y que se traspasaba a los estudiantes de la universidad. Aún peor fue la época en que estas divisiones involucraron una violencia que, posteriormente, nos costó tan caro. Este año se cumple medio siglo desde la toma de la universidad –acto de suyo violento–. En cambio, lo que se llama reforma es un proceso continuo y paciente que en nada se asemeja al “griterío” de esa época. He participado de la vida de la UC en buena parte de estos años como alumno, director de una de sus escuelas y profesor, y estoy muy orgulloso de lo que se ha avanzado en este largo transcurrir.
es un concepto que implica gran exigencia y actualización permanente. No dudo que muchos la utilizaban de muy buena fe, pero nada tiene que ver con la imagen que se nos presentaba a los dirigentes de le época: un barbudo con fusil al hombro, mientras cantaban embobados un Padre Nuestro en que se le pedía: “limpia el cañón de mi fusil”. Esto engarzaba con el “ideal” de poner a la universidad “al servicio del proceso revolucionario”, que arrastraba “el carro de la historia”. Quienes se oponían al él debían ser ridiculizados por no entender “los signos de los tiempos”.
Hombre nuevo
Me tocó vivir una auténtica reforma académica en la Facultad de Economía y Administración, que ya contaba con profesores a tiempo completo, investiga-
Es una expresión que aparece en las epístolas de San Pablo y, por supuesto,
Nueva universidad
ción sobre la realidad nacional, sistema semestral y currículum flexible. Además, surgía un área de humanidades, donde aprendimos a apreciar a ensayistas, filósofos, novelista y poetas. Por supuesto, nada era perfecto y el mejoramiento debía ser –como todos lo saben– un proceso continuo. Perdonen mi franqueza, pero pienso que es necesario desmitificar la imagen épica con que hoy se pretende glorificar a la toma de Casa Central, asociando a ella el progreso de la UC en estos cincuenta años. Creo también que las nuevas generaciones merecen saber la postura de quienes no compartieron “los signos de los tiempos”, y que nos opusimos al movimiento que la lideró.
“Pienso que es necesario desmitificar la imagen épica con que hoy se pretende glorificar a la toma de Casa Central, asociando a ella el progreso de la UC en estos cincuenta años”.
Opositor al movimiento. Ernesto Illanes considera importante que las nuevas generaciones conozcan la postura de quienes no compartieron “los signos de los tiempos”.
FOTOGRAFÍA SEBASTIÁN UTRERAS
FOTOGRAFÍA LA
S ÚLTIMAS NO
TICIAS, 1968
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PATRICIO GROSS
Universidad: motor de desarrollo Arquitecto y profesor universitario UC
Nueva universidad La necesidad de cambio y de transformaciones que queríamos para el país, también alcanzaba al sistema universitario. Creíamos en una universidad que fuera el motor de un nuevo desarrollo, abierta a la innovación y la modernidad, con participación de todos sus estamentos y en estrecha comunicación con la sociedad y otras realidades, ajenas a su quehacer habitual. No se ponía en duda su carácter pontificio ni su condición confesional, pero exigíamos que se abriera a los aportes que hacía el Concilio Vaticano II, finalizado en 1965, y a los signos que la propia Iglesia chilena asumía como propios, tales como la Reforma Agraria, que encabezara unos años antes el cardenal Raúl Silva Henríquez. Desde el centro de alumnos de Arquitectura habíamos logrado una participación activa en el consejo de facultad; como alumnos calificábamos a los profesores, exigíamos de la escuela un planteamiento claro sobre la carrera de Arquitectura y el ejercicio de la profesión como servicio a la comunidad y a las personas. 62 revista universitaria
ARCHIVO PERSONAL
Mi formación estuvo marcada por un profundo anhelo de intervenir en la situación existente en el país, con muchos sentimientos encontrados y esperanzas por modificar la realidad imperante. Injusticias, segregación, pobreza, falta de participación y oportunidades para todos. La palabra “cambio” nos interpelaba profunda y urgentemente y nos comprometía a entregarnos más allá de los requerimientos propios de la carrera universitaria, vinculándonos con los movimientos gremiales y la acción social. Me involucré con el pensamiento del Padre Hurtado y participé en la AUC (Asociación de Universitarios Católicos) de esos años. Las ideas del humanismo cristiano eran vigentes para mí y el círculo que me rodeaba, conciliando dos corrientes estrechamente ligadas con nuestra identidad e historia occidental, muy pertinentes ambas con nuestro espacio y tiempo en el Chile de entonces.
PATRICIO GROSS
Hombre nuevo
FOTOGRAFÍA CÉSAR CORTÉS
Humanista cristiano. Patricio Gross estuvo influido por el pensamiento del padre Hurtado y participó en la Asociación de Universitarios Católicos durante su juventud.
“Chile era un país pobre, subdesarrollado, desigual, altamente tradicional y exigido a llevar a cabo reformas urgentes en lo social, económico y político. Urgido por esta realidad y, frente a esta propuesta esperanzadora, se movilizó gran parte del país, muy especialmente la juventud”.
Movimiento estudiantil Entre los estudiantes existía una profunda preocupación por la situación de las universidades y su rol de liderazgo en la investigación y en el desarrollo nacional a través de la formación de sus alumnos. En 1966, ya en la Universidad Católica de Valparaíso había surgido un movimiento de protesta, iniciado desde su Escuela de Arquitectura, para reivindicar una auténtica comunidad universitaria con miras a la excelencia académica. La toma de Casa Central de la Universidad Católica de Chile, en agosto de 1967, es el resultado de un proceso de toma de conciencia, liderado por Miguel Ángel Solar, que exigió a la institución abrir sus puertas y eliminar las barreras que impedían una mayor democracia interna y un diálogo con el país, que también anhelaba cambios profundos. Esta reforma se anticipó un año a la gran protesta de mayo de 1968 en París, con su lema “seamos realistas, pidamos
lo imposible”, iniciada por grupos de estudiantes y que luego se extendió a obreros, sindicatos y partidos políticos, expandiéndose a otros países europeos y al resto del mundo occidental.
Realidad nacional La llegada al poder con amplio respaldo nacional del presidente Eduardo Frei Montalva en 1964, con su “Revolución en Libertad”, abrió nuevos horizontes y movilizó a la gente, especialmente a los jóvenes de clase media y sectores populares, a la posibilidad de construir un país con un desarrollo que alcanzara para todos, en un clima de respeto y dignidad por cada chileno. Chile era un país pobre, subdesarrollado, desigual, altamente tradicional y exigido a llevar a cabo reformas urgentes en lo social, económico y político. Urgido por esta realidad y, frente a esta propuesta esperanzadora, se movilizó gran parte de Chile, muy especialmente la juventud, representada por los movimientos estudiantiles de la época.
JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER
Descorrer el velo: no más torre de marfil Dirigente FEUC 1967
Hombre nuevo Era una manera de decir “nuevas autoridades para una vieja universidad” y nuevos profesionales, comprometidos con la fe, las ciencias, la sociedad y su transformación, frente al viejo molde de un profesional preparado para integrar la elite conservadora del país. La universidad “profesionalizante” de la que escribió Luis Scherz, era objeto de crítica. Lo mismo que la figura aristocratizante del gentleman chileno, típica expresión de clase y de una cultura de la distinción. Todo esto representaba lo viejo que el “hombre nuevo” debía dejar atrás. En cuanto a la imagen de este, seguro que en cada uno de nosotros resonaba con diferentes matices dependiendo de nuestra experiencia, sensibilidad y lecturas: podía ser como “la Maga” y “Horacio” (personajes de Rayuela), o bien parecerse al hombre nuevo de San Pablo, o los personajes de Justine y el Cuarteto de Alejandría, “apenas inferior a los ángeles”. O más parecido a Mefistófeles de Goethe, “el espíritu que siempre niega”. En fin, una idea o imagen que presidía un camino de emancipación.
Nueva universidad Una auténtica universidad, decíamos; no más un colegio mayor, recoleto, parroquial, jerárquico, ingenuo, torre de marfil, vuelto sobre sí mismo y sus conexiones con el orden conservador y oligárquico que, a todas luces, estaba muriendo. Decíamos, por tanto, que la UC debía convertirse en una casa de estudio e investigación y no ser meramente un claustro docente; tener una cultura reflexiva y crítica, y no una de museo y archivo; promover un diálogo tenso entre fe y ciencia y no una mera cultura católica de la letra y el miedo; lograr una apertura al entorno social y no constituir una torre de marfil. Queríamos, en breve, una universidad del pensamiento, del argumento, de la razón, de los saberes modernos, a la vez que capaz de preguntarse por el sentido de las cosas, el valor del otro, la apertura a las preguntas más fundamentales. Una experiencia formativa real y no un mero entrenamiento en unas maneras predeterminadas de “ser y hacer”.
Movimiento estudiantil Pienso que vivimos intensamente la idea del “movimiento” como uno de afirmación generacional, de identidad cultural católica comprometida, de ruptura espiritual y política con el antiguo régimen. Simbólicamente, como rebelión frente a la figura del padre; una emancipación por tanto de la cultura heredada, del habitus conservador, de la represión sexual, de los ritos del pasado. Sí, era sentir que el mundo estaba en movimiento y comenzaba a ser una vorágine donde todo lo establecido, lo que hasta entonces parecía sólido, comenzaba a girar. Se tornaba líquido y moldeable. Recuerdo las lecturas de entonces, tan decisivas: desde José Donoso a José Agustín Palazuelos, de Durrell a Ionesco, de Aníbal Pinto a Jorge Ahumada.
“Queríamos una universidad del pensamiento, del argumento, de la razón, de los saberes modernos, a la vez que capaz de preguntarse por el sentido de las cosas, el valor del otro, la apertura a las preguntas más fundamentales”.
Realidad Nacional Evoco el CEREN (Centro de Estudios de la Realidad Nacional) y los Cuadernos de la Realidad Nacional, revista trimestral de la UC. Era una manera, desde la naciente reforma, de pensar críticoacadémicamente a Chile. El deseo de descorrer el velo sobre una realidad que la vieja universidad mantenía velada. El énfasis estaba en la crítica, las Ciencias Sociales, las teorías sociológicas, la reflexión interpretativa. Algo más en línea con el pensamiento jesuita del Centro Belarmino, DESAL y la revista Mensaje que con las posturas nacionalcatólicas arraigadas en una tradición hispánico-conservadora. La “realidad nacional” no tenía nada que ver con un estrecho localismo. De hecho, en los Cuadernos escribieron Norbert Lechner, Franz Hinkelammert, los Mattelart e intelectuales brasileños y de otros países latinoamericanos.
FOTOGRAFÍA CÉSAR CORTÉS
Una vorágine. Brunner recuerda que su generación sentía que el mundo estaba en un constante movimiento, donde todo lo establecido comenzaba a girar. ARCHIVO PERSONAL
JOSÉ JOAQU
ÍN BRUNNER
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MIGUEL ÁNGEL SOLAR
El gestor de la reforma Presidente de la FEUC 1967
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SOLAR
el verdadero fin. “Lo nuestro era un propósito más bien modesto y creo que se cumplió. El ‘hombre nuevo’ no era parte de nuestras intenciones”, afirma Miguel Ángel Solar.
“Los estudiantes de la Universidad Católica nos movilizamos para que la ‘nueva universidad’ contribuyera a reformar una realidad nacional inequitativa. La manera específica de hacerlo, en el caso de nuestra casa de estudios, era que esta se abriera a la pluralidad social e ideológica chilena: que fuese de todos”.
MIGUEL ÁNGEL
Hace dos años, sin embargo, al cumplir 100 años Revista Universitaria, fue entrevistado por Margarita Serrano, momento en que se explayó: “La moderna Universidad Católica, aquella que cualquier joven chileno quisiera cursar, nació con la reforma en el año 67. Y cuando digo cualquiera me refiero a quienes profesan distintas religiones, ideologías e incluso estratos sociales. En nuestro tiempo no era así, porque ella era mirada como una casa pechoña, lo que la hacía no deseable para científicos chilenos de pensamiento agnóstico”. Respecto al origen de la reforma, la situó “en el año 61, con la primera presidencia de Claudio Orrego Vicuña en la FEUC”. En cuanto a sus causas, comentó: “Yo la veo como un hecho provocado por la Divina Providencia o la vida como ‘el arduo montaje del azar’, frase de Benedetti en su libro El cumpleaños de Juan Ángel. Alguna vez, en las tantas y tan recordadas “conversas” de pasillo, le escuché a mi profesor Juan de Dios Vial Correa que algo de lo sucedido ya estaba previsto en escritos de don Abdón Cifuentes”. Al preguntarle la periodista qué no repetiría, mirando hacia atrás, se refirió a su discusión en pantalla televisiva con René Silva Espejo, por entonces director de El Mercurio: “Después supe que don René había quedado herido por el debate. No se dio un encuentro entre nosotros y yo debí haber insistido. Él estaba ofendido y yo me había defendido con éxito; ahora, a mis 71 años (entonces tenía 23) modificando el refrán, puedo agregar que debí ofrecer al ‘enemigo caído, puente de plata’”.
ARCHIVO PERSONAL
El líder de los estudiantes durante el proceso de la reforma –presidente de la FEUC en 1967–, se resiste a recordar, una vez más, los sucesos de entonces. Nos escribe que “otros ‘le hacen mejor’ a la nostalgia”. A él ya le han preguntado demasiadas veces por ese día 7 de abril de 1967, el mismo de su cumpleaños 23, en el gimnasio de la universidad, repleto por la inauguración del año académico. En ese momento hizo un análisis muy crítico de la institución, y llamó a iniciar un proceso de cambios. Además, cree que solo fue la gota de un vaso que ya estaba a punto de rebalsarse. O el que recibió el último pase en la puerta del arco y así, por estar ahí, fue quien metió “el gol de la victoria”. En un proceso muy legitimado, por el gobierno y la Iglesia, incluyendo la bendición del Papa Paulo Sexto. Director del Departamento de Atención Domiciliaria del Hospital Regional de Temuco, ha hecho historia en la zona como promotor de una medicina familiar que evita al máximo los exámenes y los remedios y se interesa en las raíces y los síntomas de las enfermedades. Católico practicante, vive su profesión como una misión y su aporte a la sociedad. Respecto a nuestras preguntas, resume en una sus respuestas: “Los estudiantes de la Católica nos movilizamos para que la ‘nueva universidad’ contribuyera a reformar una realidad nacional inequitativa. La manera específica de hacerlo, en el caso de nuestra casa de estudios, era que esta se abriera a la pluralidad social e ideológica chilena: que fuese de todos. Lo nuestro era un propósito más bien modesto y creo que se cumplió. El ‘hombre nuevo’ no era parte de nuestras intenciones”.
FOTOGRAFÍA SEBASTIÁN UTRERAS
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FOTOGRAFÍA JUAN DOMINGO MARINELLO
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Elecciones FEUC. En la imagen vemos a estudiantes en campaña para las votaciones de una nueva federación. Los detalles de carteles y rostros de los jóvenes grafican el estado de politización de ese proceso en el que resultó electo Javier Leturia, del Movimiento Gremial.
Tomar la
ocasión y el mundo
La toma de Casa Central representa el símbolo de un proceso que duró varios años y cuyos efectos pueden percibirse incluso en la Universidad Católica del presente. Y es que una parte muy importante de la estructura actual de la UC deriva de estas medidas, que la hicieron crecer, le dieron estabilidad y se pusieron en marcha cuando el ideal de proyección estaba marcado por la imagen una “universidad abierta y para todos”. Por CLAUDIO ROLLE CRUZ
Claudio Rolle Cruz Académico de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política y doctor en Historia por la Universidad Degli Studi di Pisa, Italia. Su labor profesional se centra en el estudio de la historia de Europa y de la música popular.
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E
l espíritu de la Reforma Universitaria que comenzó a manifestarse en la Universidad Católica en agosto de 1967 sigue proyectándose de diversas formas hasta hoy. En 2017 se cumplen cincuenta años de la toma de Casa Central, el acontecimiento que se transformó en el símbolo de un proceso complejo, rico en matices y de una gestación más larga y gradual de lo que frecuentemente se señala. Quisiera proponer como punto de partida una mirada al mundo contemporáneo, situando las raíces de este movimiento, que buscó transformar la universidad, el país y el mundo, en el contexto de los acontecimientos globales ocurridos a fines de los años cincuenta y durante la década sucesiva. Fue un tiempo de desarrollo científico y tecnológico que presenció fenómenos como los inicios de la era espacial y un fuerte desarrollo de las comunicaciones; que incluyó la llegada de la televisión, la cual en Chile se convirtió en tarea de las casas de estudio, en cuanto espacios de investigación y experimentación, de función pública y de reconocimiento de una forma de autoridad. Así, casi una década antes de la Reforma Universitaria y de la reorientación de estas instituciones a la actividad de estudio y pesquisa, el Estado les confió la tarea de la investigación científica y la proyección social de la ciencia a la vida de la sociedad. Son señales de que, previo al estallido de la revuelta de 1967, se caminaba hacia un tipo de institución que superase la tarea de la mera formación de profesionales, se orientase a la generación de conocimiento, la realización de la investigación y a la atención de las necesidades de progreso duradero y profundo del país. Una nación que, en ese tiempo, vivía significativas expectativas de desarrollo político y social, que se fundaban en reformas como las vividas por el sistema electoral, que daban garantías a una democracia que aspiraba a crecer y hacerse más igualitaria y paritaria, al tiempo que aparecía en el escenario la imagen de la revolución como vía de cambio. El atractivo de la revolución había permeado amplios espacios y lenguajes, de modo tal que la Democracia Cristiana alcanzó la presidencia de la república apelando también a ella, pero distinguiéndola de la vertiente cubana y socialista. Sin embargo, donde resulta más importante y significativo buscar indicios que nos ayuden a entender el origen de este
La universidad nacida de los esfuerzos de la reforma y sus propuestas de mejoramiento y cambio prepararon el camino para el crecimiento sucesivo y su inserción en un escenario abierto al mundo. 68
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proceso de generación y nacimiento de una nueva forma de entender la universidad, es en la Iglesia Católica. A fines de los años cincuenta, el anciano Papa Juan XXIII, apenas elegido, planteó un desafío que cambiaría la relación del catolicismo con la modernidad. El Sumo Pontífice propuso abrir las ventanas para que entrase un viento nuevo, e inició un tipo de revolución en la Iglesia que, a partir del Concilio Vaticano II, se verá a sí misma como el pueblo de Dios. No debe sorprender que la revisión crítica de la vida universitaria naciese en las universidades católicas, en las que el viento del concilio y sus mandatos estaban soplando con fuerza. Años más tarde, el mensaje del sucesor de Juan XXIII, Paulo VI, actuó como un mandato en muchos católicos comprometidos con la traducción viva del Vaticano II, quienes se lanzaron a cambiar el mundo, tomando la ocasión de actuar en diversos campos para construir una nueva civilización. Con ese espíritu actuaron los jóvenes que impulsaron transformaciones, en una universidad que cambiaba, pero a un ritmo lento para sus aspiraciones, demasiado clerical en sus formas y en sus tiempos. Según la opinión de los estudiantes cercanos a la FEUC, y también de un grupo de académicos, la UC debía responder al llamado de Paulo VI de actuar promoviendo la justicia y la paz: atender al “llamado para una acción concreta en favor del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad”. Profesores y estudiantes de la Universidad Católica pretendían que esta cambiase, haciéndose más fiel a su misión de incentivar la búsqueda del conocimiento y la verdad, el desarrollo integral y el crecimiento; la capacidad de responder a las necesidades de un país joven, con voluntad de integrar visiones y formas de participación. Una institución que piensa al servicio de la sociedad, más que al de la tradicional formación profesionalizante que había caracterizado a la educación superior en Chile. Tenían motivos para esperar que sus anhelos y expectativas se cumplieran, dados los cambios que estaban ocurriendo en el mundo. Ya desde algunos años antes, tanto los estudiantes a través de la FEUC como las mismas autoridades superiores de la UC, comenzando por el rector Silva Santiago, tenían conciencia de la necesidad de reformas, de revisión de prioridades, de programar el crecimiento de la universidad. Se aplica aquí la sentencia que Alexis de Tocqueville escribió: “El orden social destruido por una revolución es casi siempre mejor que el que lo precedía inmediatamente, y la experiencia muestra que el momento más peligroso para un mal gobierno es, por lo general, cuando se propone realizar una reforma”. En efecto, la disposición al cambio y la necesidad de transformar la universidad en un espacio de investigación y de crecimiento intelectual; la demanda por una nueva forma de docencia que se adecuara a los desafíos de esa época y del país; la voluntad de terminar con malas prácticas –ligadas sobre todo a manifestaciones de desigualdad– estaban presentes antes de 1967, y existen documentos y proyectos que lo testimonian con claridad.
El aspecto donde se puede apreciar mejor la proyección de este momento revolucionario es en el territorio de las estructuras académicas, y los desafíos que se planteaban a la nueva universidad.
Urgencia. La revista Urgencia, de la Vicerrectoría de Comunicaciones, nació en 1967 y en su número dos publicó algunos avances de la reforma.
promover la Investigación. Las universidades tienen el deber ineludible de incentivar la búsqueda de conocimiento. Uno de los puntales de la reforma fue fomentar la investigación y el desarrollo científico al interior del plantel. En las fotografías vemos imágenes del Hospital Clínico de la UC y otras del trabajo desarrollado por científicos en los laboratorios de la institución.
Fue un tiempo de audacia y de confianza en las propias ideas. De valoración de la diversidad y del debate como fundamento de un nuevo tiempo, más abierto también al resto del mundo que, con una sincronía sorprendente, vivió un proceso de revoluciones universitarias profundas pocos meses después. 69
FOTOGRAFÍA JUAN DOMINGO MARINELLO
Democratización. La reforma promovió una mayor participación e inclusión de los estudiantes. La imagen muestra la intensa vida universitaria que se tomaba las calles durante los periodos eleccionarios.
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Salir del aislamiento académico Estallaron entonces varios conflictos relacionados con las maneras de interpretar la forma y el grado de la reforma en la vida de la Universidad Católica. Las propuestas de cambios, impulsados desde la dirección superior, eran insuficientes para un sector importante de los estudiantes que dirigían la FEUC. También para un grupo de profesores comprometidos con el cambio de la sociedad, vinculados al momento del catolicismo renovado con el espíritu del Vaticano II, Buga y de la encíclica Populorum Progressio. Ellos deseaban una participación más directa de todos los componentes de la comunidad en la toma de decisiones y la conducción de la misma; y un compromiso más claro y decidido de la UC con los grandes desafíos del país. Sostenían la necesidad de modernizar la actividad académica promoviendo la investigación y el fortalecimiento de las carreras de investigadores y profesores. Después de superada la primera fase de la crisis –la de la ocupación de la Casa Central– y, una vez renunciado el rector
Silva Santiago por sentirse desautorizado con la nominación como prorrector del arquitecto Fernando Castillo, se puso en marcha un amplio programa de cambios. El proceso se abrió con la elección del rector a través de un procedimiento nuevo, que contemplaba la participación de todos los integrantes de la comunidad a través de la figura del claustro universitario. El órgano de representación de esta comunidad inauguraba una época de un nuevo régimen de participación y daba espacio a grandes debates y ambiciosos procesos de transformación. El objetivo era salir del aislamiento académico y escolástico, para poner a la Universidad Católica muy clara y explícitamente al servicio del país y sus necesidades urgentes. Desde la elección de Fernando Castillo como rector, en noviembre de 1967, se iniciaron una serie de iniciativas que cambiaron la estructura de la universidad, la reorientaron y enriquecieron su misión. Además, se desarrollaron acciones que buscaban eliminar el aislacionismo académico, proponiendo en cambio numerosas instancias de diálogo con la sociedad y estimulando la comunicación de la UC con la vida del país. En este sentido, resultó significativa la creación de la Vicerrectoría de Comunicaciones, que se encargó de la misión de vincular dinámicamente el conjunto de la sociedad chilena, con los desafíos del trabajo de investigación y docencia tradicionales de la vida universitaria. La nueva vicerrectoría cumplió una intensa tarea en los primeros años de trasformación de la universidad. Esta buscaba proyectar hacia afuera del aula sus descubrimientos y trabajos, mostrando un interés vivo y atento para escuchar a una sociedad demandante de cambios y urgida por conquistar una vida mejor. El cine, la música, la artesanía, la plástica y las artes escénicas, las publicaciones y las comunicaciones, en especial Canal 13 (que vivió en aquellos años su momento de mayor cercanía con la UC), permitieron concretar el sueño de servir mejor a la Iglesia y al país, sin renunciar a la propia misión. En este sentido, hay una línea de continuidad de los desafíos y tareas que la UC de hoy se propone, con esta institución en revolución creativa de los años sesenta y setenta. A pesar las dificultades generadas después, debido a la intervención de las universidades por parte de la dictadura, el legado de la Vicerrectoría de Comunicaciones y muchas de sus iniciativas se pudieron mantener y han vuelto a cobrar fuerza en los últimos años.
Promover la inclusión: el valor que se mantiene En “los años de la reforma”, la UC se propuso como tarea mejorar y profundizar los mecanismos de acceso a la universidad, reconociendo las capacidades y talentos; ofreciendo posibilidades imaginativas y originales para acercarse al conjunto de la sociedad. Con los criterios de entonces buscaba formas de inclusión que condujeron a la creación del Departamento Universitario Obrero y Campesino (Duoc), que puso en marcha un ámbito de desarrollo importante e innovador. Su herencia se mantiene hasta hoy, si bien con cambios significativos, pero con una matriz y con retos que mantienen como una preocupación contemporánea la visión de los protagonistas de “la reforma”. Hoy, la UC reconoce como uno de sus más importantes desafíos, el desarrollo de políticas de inclusión y de reconocimiento de los talentos de los jóvenes chilenos. Un aspecto que
FOTOGRAFÍA REVISTA DEBATE UNIVERSITARIo
ya se había puesto en evidencia con fuerza en ese tiempo de intensos cambios. Sin embargo, donde se puede apreciar más claramente la proyección de este momento revolucionario es en el territorio de las estructuras académicas. Esto se reflejó en los desafíos que se planteaban a la “nueva universidad” –nombre que tomaron las ediciones de la UC en los años de preeminencia del grupo propulsor de la reforma– en materia de docencia y de investigación. Durante los últimos años sesenta, se organizaron amplios debates, procesos de planificación y planes de desarrollo programados con criterios estrictos, plazos exigentes y con la búsqueda de recursos a través de créditos para hacer posible el crecimiento de la institución. Una medida fundamental en este sentido fue el aumento de profesores de jornada completa, sentando las bases de la nueva universidad, que combinaba docencia e investigación, en consonancia con una transformación a tono con las necesidades del país. Desde los primeros tiempos de la Reforma Universitaria se regularizaron las carreras académicas y se amplió la jornada de los profesores, lo que les permitió asumir tareas de investigación y de gestión. También se introdujeron transformaciones en los sistemas de enseñanza, en los programas y en las formas de reconocimiento de los cursos, poniéndose así en marcha lo que luego
se ha llamado la “universidad compleja”, que articula múltiples funciones y tiene desafíos poliédricos. Entre las tareas más importantes asumidas por el rectorado de Fernando Castillo Velasco, discutidas y presentadas ante la comunidad representada en el claustro universitario, estaban la reformulación de las facultades y la creación de nuevos institutos y escuelas. En esta labor se subrayó la responsabilidad que representa para la UC y su función pública la tarea de investigación. De hecho, se fundaron un conjunto de centros directamente pensados para establecer un puente entre el trabajo académico de docencia e investigación y las necesidades de la sociedad chilena. Es el caso del Centro de Estudios de la Realidad Nacional, Ceren, o del Centro de Investigaciones de Desarrollo Urbano, Cidu. Estos eran organismos que permitieron vincular las Ciencias Sociales y la actividad de investigación con la proyección a la vida y las políticas públicas. Parte muy importante de la estructura actual de la UC deriva de estas medidas, que la hicieron crecer y le dieron estabilidad y condiciones de trabajo bien consolidadas, que se habían puesto en marcha cuando el ideal de proyección estaba marcado por la idea de una “universidad abierta y para todos”. Fue un tiempo de audacia y de confianza en las propias ideas y de valoración de la diversidad y del debate como fundamento de un nuevo tiempo, más abierto también al resto del mundo
El legado de la Vicerrectoría de Comunicaciones y muchas de sus iniciativas se pudieron mantener y han vuelto a cobrar fuerza en los últimos años.
Canal 13. Este medio de comunicación, que vivió en aquellos años su momento de mayor cercanía con la UC, fue fundamental en la comunicación y extensión del quehacer universitario.
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FOTOGRAFÍA REVISTA URGENCIA
El diálogo de los campus en la ciudad. Otro objetivo planteado durante el periodo fue la reorganización de la infraestructura de la UC, de acuerdo a la reformulación de las facultades y la creación de nuevos institutos y escuelas.
Hoy la UC reconoce como uno de sus más importantes desafíos el desarrollo de políticas de inclusión y de reconocimiento de los talentos de los jóvenes chilenos, lo que muestra un aspecto que ya se había puesto en evidencia con fuerza en ese tiempo de intensos cambios. que, con una sincronía sorprendente, vivió un proceso de revoluciones universitarias profundas pocos meses después. Ellas transitaron por la vía de la innovación y la transformación de las viejas instituciones, en el año 1968 y los siguientes, dejando una profunda huella en la vida de las sociedades europeas.
Un compromiso público sostenido en el tiempo De este modo, con una nueva organización de la docencia y la investigación, que incluyó agrupaciones originales por disciplinas y nuevas formas de administración y colaboración, mientras que se renovaban las opciones de estudio y se modernizaba la enseñanza, la Universidad Católica vivió años intensos de exploración, innovación y propuestas. Estas últimas se distinguieron debido a los desafíos planteados por una mayor participación de la comunidad universitaria. El periodo que convencionalmente es llamado “época de la reforma”, que se inició con la acción de los estudiantes y parte 72
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de los académicos en 1967 y la toma del 11 de agosto, se caracterizó por la intensidad de los debates, por la fecundidad y la elocuencia de las propuestas y la presencia de desafíos exigentes. Ellos buscaban hacer de la UC un espacio de inclusión social y de atenta contribución al desarrollo del país. Este compromiso vivido con intensidad hace 50 años se mantiene vigente hoy en la UC, a través de un compromiso público indudable y sostenido en el tiempo. Esa misma promesa la convirtió en el símbolo del proceso de transformación de un mundo universitario que aparecía anacrónico y con pocos horizontes, y la llevó a plantearse exigentes metas de crecimiento y superación académica en relación con el medio nacional e internacional. En efecto, la universidad nacida de los esfuerzos de la reforma y sus propuestas de mejoramiento y cambio, prepararon el camino para el crecimiento sucesivo y la inserción en un escenario abierto al mundo. Este proceso se vio violentamente frenado con el golpe de estado y la intervención militar de los planteles, con el inicio de una contrarrevolución en la UC, exoneraciones de académicos y un tipo de centralización autoritaria. Pero la fuerza de los procesos puestos en marcha, y las dimensiones “estructurales” de esta transformación modernizante, no fueron removidos enteramente. Hoy es posible reconocer una continuidad entre el diseño de la universidad de la reforma –con sus exigencias de modernización, crecimiento, rigor, participación y servicio– y las tareas que la UC de inicios del siglo XXI se propone para el presente y el futuro. La misión exige tomar este aniversario como una ocasión para seguir participando en el esfuerzo de cambiar el mundo.
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Ariete,
la prensa del
movimiento
Su vida fue corta e intensa, pero hizo historia. Los entretelones de las reuniones, viajes y correspondencia a Roma, los contactos con la Iglesia y el gobierno, detalles de la toma y la contratoma, quedaron en sus pĂĄginas. Un retrato de ĂŠpoca y de una generaciĂłn. Por Revista Universitaria
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L
os testigos de la época concuerdan: los alumnos activos, en favor o en contra de los cambios que se proponían para la universidad, fueron pocos. Por lo mismo, para agitar el ambiente, algunos de los más interesados decidieron, con modestos medios, sacar una publicación cuyo nombre y logo –un ariete golpeando el portón de acceso a la universidad– son un símbolo de sus deseos. Así como los adversarios del movimiento de la toma terminaron ocupando un lugar en la política nacional –Jaime Guzmán o Hernán Larraín, entre otros–, los responsables principales de Ariete también han hecho historia. Jorge Larraín, su director, es sociólogo de la UC, doctorado por la Universidad de Sussex, en Inglaterra. En Chile fue el primer prorrector de la Universidad Alberto Hurtado y un reconocido experto en identidad latinoamericana. Rodrigo Egaña, su representante legal, es economista de la UC y ha ocupado relevantes cargos en la administración pública durante los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría. También los colaboradores de la revista, Jorge Jiménez de la Jara, médico UC y ministro de Salud en el gobierno del presidente Aylwin; y Cristián Gazmuri, abogado e historiador de la UC, doctorado en Historia por la Universidad PantheonSorbonne en París e integrante de la Comisión Presidencial del Bicentenario del país.
reciente nombramiento de 27 nuevos cardenales, siete de ellos superan los 75 años, 14 son funcionarios del Vaticano, casi todos italianos, la mayoría conservadores y apenas dos del mundo subdesarrollado”.
Nº 2, año 1: la relación con la iglesia En la siguiente publicación ya se advierten los conflictos y tensiones del momento. En ella se aclara que “jamás se ha tomado posición contra la Iglesia”, que los obstáculos no venían de ella, sino de “ciertas estructuras y jerarcas”. En el mismo número las emprende contra los gremialistas que se concentraban en Derecho, Agronomía y Economía. Con aspiraciones de abrir camino a una nueva cultura, el periódico incluye una crítica de espectáculos. De la obra MaratSade, por ejemplo, Marat se describe como “el líder revolucionario consciente de la injusticia social, quien vive una pasión obsesionante por destruir la sociedad que él considera podrida”. El auge de las películas de vaqueros a la italiana se observa críticamente. En Por un puñado de dólares o El dólar marcado se advierte que hay muertos en cantidades y “el espectador se venga inconscientemente de todo aquello que lo oprime, pero es así como se logra eliminar la agresividad que la sociedad provoca en los individuos”. Como resultado, afirma, ellas provocan una pérdida de energía que bien se podría volcar en la transformación de la sociedad.
Nº 1, año 1: “Abrir caminos”
Nº 3 y final: “nuestra victoria”
Al equipo realizador le interesaba el mundo público y el devenir de la sociedad. Ello se desprende del primer ejemplar de Ariete, donde se anuncia su razón de ser: “periódico universitario centrado en la problemática de la universidad”, aspira a “abrir caminos a través de los muros que cierran nuestro paso hacia la realidad”. A un precio de 0,50 escudos, postula que la reforma debía orientarse a convertir a la UC en “una verdadera universidad católica chilena”. En ese primer número lamenta que, “en el
Posterior a la toma, la breve serie se cierra con un último número donde aparece un extenso “Reportaje a la toma de la Universidad Católica de Chile”, el que incluye el conocido “Informe Garrone” que la Federación de Estudiantes, FEUC, envió al progresista cardenal francés Gabriel Garrone. En este se le relataba que, desde el año 1962, en la V Convención de Estudiantes de la Universidad Católica, había un debate sobre el mejor camino para hacer bajar a la universidad de su “torre de marfil”, para ser más efectiva ante la realidad; y que se anhelaba desde entonces aumentar la
Apoyo desde Roma. Gran misterio existe en torno a un telegrama decisivo, proveniente desde el Vaticano, y que nunca llegó a su destino, pero que monseñor Angelo Sodano reprodujo más tarde. FOTOGRAFÍA REVISTA ARIETE, 1967
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FOTOGRAFÍA REVISTA ARIETE, 1967
investigación, buscar la formación integral del alumno y superar el modelo profesionalizante vigente en la época. Además, se le informaba que en la convención de 1964 se había analizado la definición de lo “católico” en la misión institucional, la que pasaría por integrar la UC al desarrollo nacional. En 1965 se habría llegado a la conclusión de que eso pasaba por un cambio de la autoridad y la llegada de un nuevo rector. Con optimismo, el texto considera que el proceso tendría buena acogida en la Iglesia chilena, “presidida por el Episcopado de mayor calidad y más progresista de Latinoamérica”, así como por el nuevo gobierno de Eduardo Frei Montalva, “cuyo equipo, comenzando por el Presidente de la República, era en su mayor parte producto de la Universidad Católica”. Efectivamente, como se describe en el Nº 3 de Ariete, las posturas articuladoras del ministro Bernardo Leighton y el senador Ignacio Palma fueron decisivas para mantener el diálogo durante la toma. El reportaje incluye la asamblea en el gimnasio, la sesión definitiva en el Salón de Honor, la aprobación de la huelga y toma, y su planificación en Calera de Tango; también se describe la respuesta de los alumnos opositores –comando de defensa de la Universidad Católica–, quienes se congregaron en el fundo Lo Zañartu de Quilicura. Se reproduce, en versión facsimilar, la conciliadora carta enviada por el cardenal Raúl Silva Henríquez al presidente de la FEUC, Miguel Ángel Solar. La publicación destaca que, en el éxito y los acuerdos, fueron decisivos los profesores, especialmente Ricardo Jordán y Luis Scherz, los que dialogaron con los líderes estudiantiles y organizaron un encuentro de más de 350 docentes en la Parroquia de la Anunciación. También se describe el positivo apoyo de Roma, expresado en un telegrama que nunca llegó directamente –no se ha aclarado dónde se interceptó–, pero que monseñor Angelo Sodano, representante del Vaticano en Chile, reproduciría después: “Visto que perdura el conflicto nacido en la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades de estudios encarga al Comité Permanente del Episcopado Chileno para que, en la persona de su Eminentísimo Presidente el cardenal Raúl Silva Henríquez, Arzobispo de Santiago, obre como mediador de las partes en causa, a fin de estudiar una reforma ulterior de los estatutos de esta universidad y dar inmediatas y oportunas disposiciones a las dos partes, para que termine enseguida el conflicto”.
Se abre la nueva universidad. “No entregamos la universidad, porque es nuestra. Hemos demostrado que somos capaces de destruir una estructura, ahora demostraremos que somos capaces de construir una nueva”, afirmó Miguel Ángel Solar.
El texto “Misión cumplida” registra el último paso, la elección de quien conduciría la reforma como prorrector, proceso en el que Fernando Castillo Velasco obtuvo 44 votos, seguido de Ricardo Jordán y Egidio Viganó, ambos con 33. En la mañana del martes 22 de agosto de 1967, a las 12 horas, se abrieron las puertas de Casa Central, luego de que el jefe de la toma, Carlos Montes Cisternas, entregara las llaves al ecónomo. Miguel Ángel Solar expresa que en ese acto no se entregaba la universidad, sino que se abría a todos. Ariete recoge parte de las palabras del nuevo prorrector, Fernando Castillo Velasco, que pronunció a las 19 horas en el gimnasio: “Pido a Dios, que de seguro está aquí, a los que han trabajado para esta universidad y a los que han de venir a ella, que nos ayuden. Mi papel es breve, pero tendrá que ser limpio, enérgico y vital. Todos los ojos que en este momento me observan están llenos de fe y en ellos veo a verdaderos compañeros. Son miradas amigas. Miradas que –unidas– lograrán hacer de esta casa de cultura una auténtica universidad comunitaria, donde todos trabajen por el bien de todos”. Finalmente, la publicación dedica sendas páginas a los protagonistas; monseñor Alfredo Silva Santiago y Miguel Ángel Solar como “los hombres en conflicto”; el cardenal Raúl Silva Henríquez quien “dio la solución” y, finalmente, Fernando Castillo Velasco quien “fue la solución”. Así se inició una nueva etapa de la Universidad Católica ante el país, como se demanda en el Nº 1 de la publicación: “Chile necesita una universidad que, en su ciencia, su cultura y su arte, esté en el pueblo, presente en todo instante”. 77
Contraportada de la última edición de la revista de la FEUC, Ariete, de agosto de 1967. La publicación definió cerrar así este ciclo, con un mensaje que reflejaba el espíritu que inundó sus páginas. 78
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