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Opinión Ómnibus: Conmemoración, deslealtad, fracaso

Ocurrieron esta semana tres eventos destacables en la geopolítica y relaciones internacionales. Hago referencia a estos en particular por las repercusiones que traerían consigo en el mediano y largo plazo para las partes comprometidas y que apuestan por una conclusión satisfactoria de estos procesos. El primero, la conmemoración del vigesimoquinto aniversario del Acuerdo de Belfast que trajo la paz en Irlanda del Norte. Le sigue la fuga de información secreta pertinente a la seguridad nacional y los intereses estratégicos de los Estados Unidos. Por último, las desafortunadas declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron en torno a las actuales tensiones geoestratégicas en el este de Asia. Vamos uno por uno en plena conciencia de que no son los únicos eventos —en la política mundial siempre hay algo ocurriendo— que se han suscitado en el plano internacional.

El pasado lunes, 10 de abril, el presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, se personó con un séquito en la provincia británica de Irlanda del Norte, para la conmemoración de un cuarto de siglo del fin de la violencia sectaria. Esa catastrófica espiral que enfrentó a unionistas —norirlandeses empeñados en que la provincia se mantenga como parte primordial y estatutaria del Reino Unido y nacionalistas —norirlandeses que aspiran al fin de esta partición, y los seis condados que componen Irlanda del Norte pasen a ser parte, en un proceso de reunificación, de la República de Irlanda.

Celebraciones aparte, el evento trae al ruedo público los problemas suscitados en la provincia a partir del proceso de Brexit. Antes de este y en virtud de que tanto el Reino Unido como Irlanda eran parte de la Unión Europea, el paso fronterizo no constituía problema alguno. Una vez los británicos votaron decisivamente por salirse del bloque político y económico —y engorrados en un complejo y complicado proceso de salida —, arrastraron a la provincia consigo a través de un desafortunado resurgir de controles en la frontera, causando incertidumbre en la estabilidad económica de la localidad y alterando la ya perturbada y delicada dinámica política de norirlandeses. Una solución razonable y permanente es imperativa, en aras de la preservación del vínculo y relación transatlántica entre Washington, Londres y Dublín.

El otro suceso de la semana es la fuga de informaciones altamente secretas que atañen a la seguridad nacional de los Estados Unidos y sus movidas geopolíticas, reflejo de sus intereses y ambiciones estratégicas. Lo más sobresaliente de este infortunio no es tanto el hecho de que los documentos revelan la sobria y realista apreciación de los estrategas y analistas estadounidenses sobre el sostenimiento de las operaciones ucranianas contra los rusos en el larguísimo plazo; no es ni siquiera el hecho de que los Estados Unidos no solo espía a sus adversarios y enemigos además de sus aliados y socios comerciales. Todos espían y se espían, hecho que ya todos —el que más o el que menos —intuíamos. Lo que preocupa es la inevitable e impropia conclusión, además de que los Estados Unidos aparentemente no ha aprendido la lección. De lo primero, me refiero más bien al hecho del sospechoso y presunto perpetrador de la fuga: Jack Texeira. Para aclarar, si la prueba en su contra es veraz, deberá sobrellevar la condena por lo que creo es un acto desleal que raya en traición a su patria. No obstante, el problema no es —algunos lo argumentarán— su juventud, es el hecho de que alguien no hizo suficiente escrutinio al estudiar su trasfondo. Sus ideas y preocupaciones sobre las capacidades de vigilancia del estado —

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