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ALAITZ LANDA 1B
lágrimas. Al día siguiente no fui a clase y me tuve que excusar diciendo que estuve enferma. Aun así me esforcé, me esforcé en aprobar y sacar mejores notas de las que ya había sacado. Estudiaba toda la noche y dormía poco, incluso comencé a descuidar mi alimentación. Todo por cumplir lo que mi padre pedía, por no escuchar insultos y porque no quería recibir más palizas. Pero me consumía, me consumía lenta y dolorosamente. Y callé, me callé, no se lo conté a nadie, tenía miedo de lo que podría hacerme si se enteraba de que había hablado. No hubo problemas hasta que un día el director llamó a casa. Le dijo a mi padre que me había quedado dormida en clase de Lengua, y por supuesto no dudó ni un minuto en azotar mi puerta, entrar en mi habitación, gritarme y pegarme sin cesar. Y así, la cadena se repitió de nuevo, aunque más severo. Me encerró en mi cuarto durante dos días, dándome solo agua. Esto reiteradamente durante dos largos años. Cumplí dieciséis, y tres meses después mi padre me hizo una petición. Me pidió, mejor dicho, me obligó a dejar los estudios. Me dijo que nada más terminar la escuela secundaria comenzaría a hacerme cargo de la casa y la comida. No me quedó otra que aceptar, obedecer, ¿qué iba a hacer?. No tenía nada, ni a nadie; no tenía dinero, amigos, más familia, ni siquiera un lugar donde poder quedarme. No tenía pruebas para culparlo por todo lo que me hizo. Dejé mis estudios y empecé como ama de casa. Mi padre llegaba borracho cada medianoche, a veces me pegaba y otras no, depende como se sentía, yo ya sabía lo que debía hacer. Un año antes, una de aquellas veces que se encontraba de buen humor, me regaló un móvil, es lo que utilicé para recolectar las pruebas necesarias. Fueron tiempos duros, años de mucho sufrimiento y necesidad de apoyo, años de silencio y llantos. Fue muy duro perder a mi madre, y adular a mi padre sin darme cuenta de quien en verdad era. Fue duro salir de eso, pero lo conseguí. Presenté cargos y pruebas, los vecinos me apoyaron en todo momento y les agradezco por ello. Fue duro, pero estoy aquí de pie, más fuerte que nunca. Acabé mis estudios y ahora soy psicóloga. Llevo casos como el mío y ayudo a los que más lo necesitan. Richard fue a la cárcel y puse una orden de alejamiento en su contra. Ahora soy feliz, aunque la medianoche aún me da miedo por todos los llantos y gritos que guarda.
ALAITZ LANDA –BATXI 1B-
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MEDIANOCHE DE POR VIDA
“Volvía a casa un jueves por la noche. Habíamos estado en casa de una amiga celebrando su decimosexto cumpleaños, pero para cuando sonaron las campanas de medianoche, tuvimos que volver a casa ya que al día siguiente teníamos que ir al instituto.
Caminaba por el mismo camino de siempre. Un camino solitario rodeado de varias casas abandonadas. La verdad es que me daba un poco de miedo, pero como había sido una de las mejores tardes de mi vida, estaba como en una nube, reviviendo todos los sucesos, reviviendo todas las conversaciones. Estaba ausente, metida en mis pensamientos, cuando de repente, noté como se acercaba un coche negro. La velocidad disminuía conforme se me acercaba. En el instante en el que el vehículo se paró por completo el miedo se apoderó de todo mi ser. Mi mente comenzó a procesar todo lo que ocurría y me acordaba de todas las estrategias que nos enseñaban en clases de defensa personal. Pero, aunque mi cabeza maquinaba, mi cuerpo no respondía las órdenes. De repente escuché una voz cerca de mí. Venía del coche negro parado a mi lado:
- ¡Oye guapa! - gritó una voz extremadamente grave - Ven con nosotros que nos lo pasaremos en grande.
Quería huir de esa situación, pero ya no me funcionaban las piernas. Quería correr lejos, llegar a casa y meterme en la seguridad y comodidad de mi cama, pero no era posible. ¡Las piernas no me respondían!
Mientras mis pensamientos iban y venían, me di cuenta de que el hombre que me gritó había salido de su asiento de copiloto y se dirigía a mí. No podía huir. Mi cuerpo no me dejaba. Me preguntó si quería ir con ellos a su casa. Que eran universitarios que tenían su propio piso y que lo querían estrenar con una fiesta. Como yo no podía responderle ya que tenía mucho miedo y no podía hablar, me cogió en sus brazos para meterme en el coche. En ese preciso instante mi cuerpo decidió reaccionar y empecé a moverme bruscamente, empecé a gritar, empecé a pegarle patadas. A mi pesar, nada funcionaba. Tenía una fuerza terrible y agoté todas las mías en vano. Me metió al coche negro donde me di cuenta de que había otros tres hombres todos vestidos de negro, todos con brazos musculados llenos de tatuajes.