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LOS CUENTOS DEL TALLER Trimestre 1ยบ Taller de Cuento 1r ESO. 2012-2013


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Los aprendices: Margarita Castro, Alba Comellas, Pablo Fernández, Nacho Martínez, Marc Rubio, Pol Dirvanauskas, Judith Mesa, Pol Mora, Naiara Fernández, Albert González, Eva Tomás, Mireia Urrutia, Marc Saiz, Mireia Albalate, Mª Mei Fernández, Júlia Manonelles, Maria Ruiz y Sheila González.

ÍNDICE

I. CUENTOS INDIVIDUALES 3 1. Un día entre soldados 4 2. Navegando por la red 8 3. Chubasquero rojo como la sangre reciente 13 4. Secuestro clandestino

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5. Mi primer flechazo instantáneo 33

II. CUENTOS COLECTIVOS 38 1. T.T.N.I. 39 2. UN DÍA DE NOEMÍ. 44 3. VIRUS 50 4. NOCHE DE MIEDO 55


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I. CUENTOS INDIVIDUALES

1. Un dĂ­a entre soldados

4

2. Navegando por la red 8

3. Chubasquero rojo como la sangre reciente 13

4. Secuestro clandestino 26

5. Mi primer flechazo instantĂĄneo 33


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UN DÍA ENTRE SOLDADOS Judith Mesa

Era sábado por la mañana, un 29 de marzo del año 1939. Ya hacía más o menos unos tres años desde que había empezado la guerra civil de España. Aquel era otro día duro y muy largo en el campo de batalla. Todos los republicanos seguían resistiéndose ante Franco, aunque él no cedía para nada.

Antonio, un valiente soldado y gran tirador, el mejor de su generación, se levantó como siempre el primero. Con mucho cuidado se dirigió hacia un lado de la gran valla que les separaba del enemigo y divisó, no muy lejos, un olivo. Así que como no vio a nadie, acechando anduvo hacía allí, y cuando estuvo debajo del olivo se alegró al ver que había aceitunas en el suelo, las cogió y anduvo hacia su campamento. Cuando llegó, todos sus compañeros estaban levantados y se asombraron al verle llegar del campo enemigo llevando con él tantas aceitunas, y todos le preguntaron de dónde había sacado aquellas aceitunas. Él no se dignó a hablar, simplemente sonrió y señaló el pequeño olivo que había divisado momentos antes. Se dirigió hacia el comedor para almorzar y todos se lo quedaron mirando y se preguntaban si era capaz de arriesgar su vida un joven soldado por unas simples aceitunas.

Pero en fin, Antonio era un hombre joven, moreno de piel, de ojos y pelo oscuros, bastante atractivo y un gran soldado a quien al parecer le gustaban mucho las aceitunas. Aunque él sabía que en el campo de batalla nada era bonito. De hecho, todo era puro sufrimiento: los compañeros malheridos, monjas intentando sanar inútilmente heridas y bendiciendo a los muertos, que ya eran muchos. Él por eso sabía bien que la recompensa era satisfactoria, que podría con ella olvidar todos sus malos pensamientos o recuerdos que había recolectado durante la guerra. La recompensa era una cosa tan maravillosa y valiosa que por ella valía la pena olvidar esos años.

Sin embargo, por suerte Antonio no estaba solo en la guerra contra los franquistas, su amigo Ulises estaba con él. Ulises era un hombre joven sin mucha experiencia, pero conocía a Antonio desde que era un niño muy pequeño. Antonio adoraba a ese


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pequeñajo desde que nació, lo había cuidado como un hermano y Ulises por lo mismo le adoraba como a un hermano mayor ya que el suyo anduvo desde que era un niño adolescente borracho por el barrio. Ulises era un joven muy atractivo, curioso, fuerte y valiente, un hombre hecho para luchar tal y como Antonio le había enseñado.

Ese día los fusiles disparaban hacía el campo enemigo y llegaban balas desde ese mismo campo. Pero venían con tal agilidad que parecía que nadie las mandaba, parecía que retornaran solas, parecía como si hubiera fantasmas, como si todo hubiera acabado y que incluso ellos, que estaban atacando y apuntaban, como si ya no pudieran hacer otra cosa que seguir disparando y disparando para toda la eternidad.

Por un momento la mente de Antonio dejó de pensar en disparar y decidió hacerle ver lo que estaba pasando a su alrededor, así que se levantó, pero no porque él quisiera, sino por la simple razón de que su mente le obligaba. Tiró el fusil y empezó a dar vueltas lentamente sobre él y al ver el panorama, pensó que para ver eso valía más la pena estar muerto en el suelo, como la mayoría de hombres que ayer por la mañana estaban en el comedor tan tranquilos, como él. Ulises, quien durante un largo rato estuvo a su lado, se lo quedó mirando y le dijo a gritos: ─Antonio, ¿Qué te has vuelto loco? Baja ahora mismo que te van a matar.

Y se lo repitió varias veces pero Antonio no lo escuchaba, estaba ausente. Su cuerpo estaba allí junto a Ulises pero su cabeza... su cabeza estaba muy lejos de aquel lugar, su cabeza se hallaba en un universo paralelo a este, donde estaba con su hija Margarita recién nacida y su esposa Urbana. Estaban en el jardín de una casa enorme donde Margarita ya tenía tres años y corría de un lado a otro, eufórica por no ser atrapada por su padre en el viejo juego del escondite. Lástima que esa maravillosa visión, de un futuro no muy lejano no duró mucho. La voz de su querido amigo Ulises le despertó de ese sueño maravilloso para traerle a la cruel realidad, la cruel realidad de la guerra civil de España en la que él se metió demasiado jovencito y con demasiadas cosas a arriesgar según su opinión.

Veloz como una liebre, Antonio cogió el arma que minutos antes había tirado al suelo por necesidad y empezó a disparar otra vez para toda la eternidad o al menos eso


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pensaba él. Al día siguiente Antonio se despertó en el suelo muerto de agotamiento, enseguida levantó la vista para ver si su amigo estaba bien, seguro y a su lado. Se decepcionó mucho al ver que Ulises no estaba y en su lugar había una gran mancha de sangre. Se levantó desesperado y corrió hacía donde se encontraba la enfermera. Cuando llegó allí, lo único que vio fue el horror: hombres muertos encima de camillas y monjas bendiciéndoles con lágrimas en la cara. Entonces fue cuando Antonio se alegró al no ver a su amigo entre esos muertos. Preguntó a la monja Catalina que andaba por allí con cara de angustia, como todas al ver tantos heridos y muertos sin poder hacer nada.

Catalina era una de las monjas más jóvenes del convento que decidió quedarse allí para ayudar a los soldados. Era una muchacha joven y muy atractiva, de estatura mediana, ojos verdes y muy grandes que te invitaban a mirarlos, una nariz perfecta para una señorita de su edad y el pelo, aunque Antonio no lo pudiese ver, era castaño con unos rizos que te hacían seguirlos con la vista aunque te perdías mucho antes de la mitad, ya que quedaba cubierto con el hábito descolorido.

Catalina le dijo que lo había visto no hacía mucho en el comedor y antes que ella le acabara de contarle lo que tenía preparado, Antonio salió corriendo hacia allí para ir a ver a su amigo. Cuando llegó al comedor, efectivamente Ulises estaba allí y al verlo, se quedó parado delante de él. Ulises volvió la cabeza para poder verle bien y entonces Antonio le dijo: ─Pensaba que te había pasado algo, empecé a preocuparme. Entonces Ulises le miró otra vez y le dijo: ─Pero, ¿Qué no ves lo que me ha pasado? ¿A ver si ahora vas a estar más ciego que yo? ─Ah, es verdad, no me había fijado. ¿Estás bien?─le preguntó Antonio. ─ ¿Cómo? ¿Es que no te habías fijado? Una cosa es estar ciego y otra cosa es ser tonto. ¿No ves que me falta un ojo?

Ulises, durante el tiroteo de anoche perdió un ojo por culpa de una bala desafortunada pero por suerte no pasó de ahí y no le afectó al cerebro. Pero Antonio con intención de subirle el ánimo a su amigo, hizo como si no hubiera pasado nada. ─Pero hombre, ¿No ves que es solo un rasguño?─dijo aún con intenciones de animarle.


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─No es solo un rasguño ─contestó enfurecido por la desfachatez de su amigo. ─Todo el mundo me va a mirar por la calle y va a reírse de mí. ─ ¿Cómo van a reírse de ti si esto no es nada más que una señal de que has luchado a mano armada por tu país? Y además, la mujer que te quiera te va querer por lo que eres y no por lo que aparentas ─dijo Antonio cambiándose de lado para que su amigo le pudiera ver perfectamente.

Cuando Ulises se recuperó, ambos fueron hacía el patio donde el general les había llamado a todos para comunicarles algo. Una vez allí pasaron más o menos cinco minutos y el general empezó su discurso por desgracia de derrota. Y decía lo siguiente: “De verdad que me sabe muy mal que los que estamos hoy aquí seamos menos de la mitad que ayer, de verdad siento haberlos traído aquí arriesgando sus vidas para nada. De verdad lo siento si durante estos días han perdido a algún familiar o a algún amigo, de verdad lo siento, repetía sin cesar, pero es que ya no podemos hacer nada más que irnos cada uno a nuestras respectivas casas y esperar lo peor de la victoria de los franquistas y también me gustaría guardar un minuto de silencio por todas las personas que han muerto durante estos días.”

Cuando acabó el discurso Antonio supo que lo peor ya había pasado y que por fin podría marcharse de allí, regresar con su familia a cuidar de su hija pequeña y a disfrutar de su amigo quien, de milagro, no está muerto.

Cuando ambos llegaron a casa los recibieron con los brazos abiertos y en cuanto lo que les pasó a nuestros soldados, ahora os lo cuento. Antonio fue y es un anciano muy feliz con su mujer, su hija y otros muchos hijos más que tuvo y Ulises se casó con una bella dama llamada Julia a la que le dejó dos hijas maravillosas cuando murió prematuramente a los cuarenta años por culpa de un accidente de coche.

Judith Mesa


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NAVEGANDO POR LA RED Mireia Urrutia Hoy no he podido descansar en toda la noche, cuando eran tan solo las cuatro de la mañana me encendieron y alguien empezó a teclear sobre mí órdenes y tareas a montones. Y yo las empecé a hacer sin tener la ocasión de poder negarme. Pero por suerte las tareas no eran demasiado difíciles, tenía que hacer unas estadísticas con el Excel, buscar el significado de algunas palabras en castellano e información sobre noticias de la actualidad.

Yo, un ordenador Apple de último modelo con una inteligencia insuperable, una enorme pantalla blanca y con un súper teclado de conjunto, estaba haciendo todo el trabajo de un periodista que comparte el escritorio conmigo. Él se llama Paul, es muy alto y delgado, tiene el pelo rubio, los ojos azules y toda la cara llena da pecas. No es demasiado simpático ni alegre, pero sí que es muy hablador. Lo que sí que se le da bien es escoger ordenadores, para eso sí que tiene buen gusto. Por lo que os he dicho aún no os habréis hecho a la idea de dónde vivo, ¿verdad? Bueno, os lo diré brevemente.

Vivo en New York, una ciudad maravillosa con muchas tiendas espectaculares donde poder comprar cualquier objeto por más raro que sea, visitar muchos monumentos y edificios importantes y disfrutar de unas maravillosas calles.

No sé si lo sabréis, pero yo, como vosotros los seres humanos, tengo sentimientos, y son mucho más fuertes que los que tienen las personas, por eso yo me enfado mucho cuando me utilizan para hacer el trabajo de otras personas, como si me sobrase tiempo, y la verdad es que de eso no me sobra, sino que me falta, porque me paso todo el día ordenando mi memoria. Aún no os lo he dicho, pero además de tener sentimientos también tengo muchísima memoria. La almaceno en mi disco duro que tiene una capacidad de 80 gigas, y en él, además de archivar mis recuerdos también guardo todas las tareas que he hecho para el periodista vago, que se pasa todo el día durmiendo en el sofá y después se tiene que despertar de madrugada para hacer las cosas que tiene que entregar ese mismo día.


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Ya me gustaría poder verlo en el trabajo para reírme de él, pero por desgracia no me puedo mover del escritorio, pero claro, si pudiese ya me habría marchado de aquí y estaría en Japón, porqué allí hay mucha más tecnología, es el paraíso de las computadoras.

Ya son las diez de la noche y Paul está durmiendo desde hace ya treinta minutos, ahora es mi tiempo libre, puedo hacer lo que me dé la gana porque ya he acabado de ordenar mis recuerdos y no tengo a nadie que me teclee para decirme que realice más tareas. Antes de apagarme del todo para dormir lo que más me gusta hacer es navegar por internet y averiguar cosas nuevas e interesantes para mí, como por ejemplo nuevos modelos de portátiles, móviles, y televisiones de pantalla plana. También me gusta probar juegos emocionantes de diferentes páginas web para luego poder decidirme por uno. Mis favoritos son los de aventura y misterio, porque con ellos me lo paso bomba y el tiempo se me pasa volando. Venga a dormir, ya es tarde y mañana me tendré que levantar temprano para hacer más tareas. ¡BUENAS NOCHES! Pero, ¿qué pasa aquí? ¿Quién es el culpable de todo este escándalo? Si no para, no hay forma de poder dormir tranquilamente. ¡Eeeehh! que no me habéis oído, llevo mucho rato gritando. Anda, pero mira quién es el culpable de todos estos maullidos, es el mismo gato que vino aquí hace una semana y que siempre se instala encima de nuestra ventana. Vamos, vete de aquí, quiero descansar, solo son las tres de la madrugada. Bueno, no me queda otra alternativa, tendré que hacer lo mismo que hice el otro día, pondré un video de un perro a todo volumen, en mi pantalla y seguro que se marcha corriendo como un cohete. Por suerte mi amo, por decirlo de algún modo, no se entera de nada, duerme como un tronco. Por fin, un poco de tranquilidad. ¡YA TOCABA! Ahora a dormir y hasta mañana.

Buenos días, al final sí que he podido descansar muchísimo. Hoy vamos a cambiar de plan, porque como al final tengo todo el día libre me pondré a mirar mis nuevas actualizaciones que me hizo Paul esta mañana.


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¡Qué bien que ha quedado todo, ahora todo está más organizado! ¿Pero para qué sirve este botón? Será mejor que lo averigüe pronto. Es para hacer fotos, ¡cómo me voy a divertir con este programa! ¿Y este otro, para qué programa es? Voy a apretarlo a ver qué pasa. Madre mía, he suprimido todo lo de mi memoria, pero no mis recuerdos, sino todas las tareas que había hecho para Paul. Si no las recupero seguro que lo despiden del trabajo, pero no por su culpa, sino por la mía, aunque claro, también lo habría podido guardar todo en otro USB para mayor seguridad. Pero bueno, esta no es la cuestión, ahora tengo un problema muy grande. Esto no lo puedo permitir, tengo que encontrar una solución, y rápido.

A causa de los nervios todos mis circuitos sacan chispas, el ratón tiembla, y mi salva pantallas se está poniendo de un color rojo pasión. No lo soporto, pero después de estar una hora pensando en cómo solucionar todo este lío se me han ocurrido dos opciones. La primera es intentar tirar marcha atrás para probar de recuperar toda la información, y la segunda es navegar por la red para buscar información de posibles soluciones. Venga, vamos a probar la primera opción y la más fácil, porque para hacer la otra le tendría que dedicar todo un día entero y tal vez un poco más. Cuando antes termine mucho mejor. Si aprieto una tecla parecida a esta, no da resultado, y tampoco funciona apretar las teclas Ctrl Z a la vez que son para

retroceder.

Ya me empiezo a desanimar, pero

aun me queda otra alternativa, voy a entrar

en la red, y voy a examinar cada página detalladamente hasta que esté seguro de haber buscado en todas partes. Allá voy, en 3, 2, 1, 0!!!!!!!!!!!!!!! ¡Cuánta tecnología hay aquí! Yo, que soy una máquina electrónica dotada de una memoria de gran capacidad y de métodos de tratamiento de la información, capaz de resolver problemas aritméticos y lógicos gracias a la utilización automática de programas registrados en mí, nunca había visto nada igual, como no se me había ocurrido hacer esto antes, a partir de ahora esto será mi entretenimiento favorito. Primero, voy a buscar en el apartado de ordenadores, a ver, a ver, persona que da órdenes, jefe de una ordenación de pagos... Máquina electrónica dotada de... ¡Aquí, esta es!


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Hay mucha información interesante, pero la que yo estoy buscando no la veo por ninguna parte. Espera un momento ¡Aquí esta! Hay una enorme lista en la cual están escritas las advertencias siguientes: 1- Cuando se te bloquea el ordenador, simplemente tienes que apretar las teclas Ctrl Alt y Supr, de este modo ya podrás desbloquear tu ordenador sin ningún problema. 2- Si tu ordenador es muy viejo, puede ser que algún día sientas una olor a quemado, entonces tendrás que limpiar el ventilador de la máquina que lo encontrarás por su base. 3- Si no te puedes conectar a Internet, encontrarás....etc. Hay toda una página llena de advertencias como estas, pero la que a mí me interesa es la número 15. 15- Si eres un poco despistado y has suprimido todas tus faenas, tendrás que seguir los pasos siguientes: -Intenta tirar marcha atrás apretando el botón de retroceder, si no funciona quiere decir que tu problema es más grave, los pasos para recuperarlo todo serán un poco liosos y tendrás que estar muy atento. -Puedes probar de reiniciar el ordenador cinco veces seguidas, después apretarás los botones F5 y F12 a la vez. Y finalmente escribirás las operaciones 2X2 y 2X3 en la calculadora del ordenador. Si esto no te funciona quiere decir que tu problema no se puede solucionar. Espero que todo esto funcione, si no ya me puedo preparar para trabajar toda la noche sin descanso para volver a recrearlo todo. ¡¡¡¡¡Aleluya!!!!! ¡Qué suerte que he tenido! Por fin todo vuelve a estar en su sitio, y además Paul se acaba de despertar. Lo primero que ha hecho ha sido venir a mí para grabarse todas las tareas en su USB para hacer una exposición que le tocaba hacer hoy, 30 segundos más tarde y se hubiera enterado de que le había fastidiado su trabajo. Ahora ya no lo despedirán por mi culpa, pero si continua tan vago esta opción no es segura del todo.

Final feliz para todos, él tiene su trabajo y todas sus cosas, y en la red también encontré información sobre mis problemas, he entendido que Paul me utiliza porque esto es para lo que sirvo, pero a pesar de mandarme un poco confía mucho en mí, porque todas sus cosas las deja en mi cargo y no me maltrata, al contrario. Él siempre me utiliza con


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mucho cuidado, por eso nunca me he estropeado ni he tenido problemas. Y si algún día me pasara algo él haría todo lo posible para intentar recuperarme. Los ordenadores somos los mejores amigos de los hombres, igual que los perros, nos necesitan para muchísimas cosas, sean de trabajo o personales, sin nosotros no sé lo que harían.

Mireia Urrutia


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CHUBASQUERO ROJO COMO LA SANGRE RECIENTE Júlia Manonelles

Era el cumpleaños de papá y yo fui la primera en levantarme de la cama. Papá quería pasar un día tranquilo. “No quiero regalos, ni pastel, ni nada, porque no sería correcto”, dijo. Algunas personas piensan que los cumpleaños son solo cosa de ellos mismos. El cumpleaños de papá es también el día en que murió mamá, hace un año exactamente. Creo que cuando dos cosas como esas ocurren el mismo día, se usan palabras como tragedia o bien catástrofe, que significan algo más que simple mala suerte. Esa mañana esperé a que mi padre se levantara. Tenía las tarjetas de felicitación en la mano. A través de la rendija de la puerta, vi un bulto oscuro bajo las sábanas y una cabeza también oscura hundida en la almohada, papá suspiró profundamente y entonces supe que estaba despierto. En total tenía seis tarjetas de cumpleaños, una era mía y otra de mi hermano mayor, Adrián, y las otras habían llegado por correo. Entreabrí la puerta con el codo y le alcancé las felicitaciones. Cogió la mía, que iba en un sobre azul y dentro tenía un oso gris saliendo de un pastel y diciendo: Un mensaje de mí para ti. ─Gracias, es muy bonita ─dijo con una voz rasposa y seca. ─ ¿Estabas pensando en mamá? ─dije yo. Papá guardó silencio durante unos instantes y luego dijo: ─Tráeme un poco de café, por favor. Aquello no se parecía nada a un cumpleaños, ni siquiera con las tarjetas puestas sobre el televisor, papá bajó el volumen y nos sentamos a esperar a que llegara el resto de familia para ir todos juntos al cementerio a visitar la tumba de mamá el día del aniversario de su muerte. Los abuelos pasaron a recogernos y nos llevaron en su coche. Condujeron lentamente hacia el cementerio. Allí nos encontramos con mi tío y mi tía, y todos juntos caminamos por el sendero de césped, rodeando las lápidas de mármol. Hicimos un círculo todos quietos, nadie habló de ella en ningún momento. Así que nos quedamos todos mirando


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la piedra fría y gris con su nombre escrito: Helena Guzmán. Pensé en mamá, la echaba mucho de menos. Me quedé hipnotizada mirando fijamente el nombre grabado, y mi mente pensaba que ella estaba allí dentro, descomponiéndose…Pero de repente, allí estaba. Mi mamá estaba con su chubasquero rojo junto a uno de los muros del cementerio. Me estaba mirando con una ancha sonrisa y con sus ojos verde césped de mirada amable. Me la quedé observando fijamente sin decir nada, pensando que eso solo era una imaginación mía, nadie se enteró. Solo yo había levantado la vista de la lápida gris. El día siguiente era lunes y tenía escuela. Estuve todo el patio con mi compañera Berta, quien de momento era la única que me entendía, porque ya había perdido a mi mejor amiga, Mía. Ella se había ido con una niña que me resultaba muy irritante e insoportable. No paraban de decirse secretos ni de mirarme de reojo para reírse de mí. Mía y Lidia trataban de hacerme la vida imposible. Siempre igual. El recreo se me hizo eterno, y a nadie le importaba que yo no jugara ni fuera feliz. Estaba sola en un banco con los ojos lagrimosos, las manos y mis piernas delgadas temblaban. Tarareaba mi canción favorita para distraerme, pero seguía pensando que en esa escuela era un bicho raro para todo el mundo menos para Berta. Papá no se había dado cuenta de que yo llevaba días sin hablar. De modo que no hizo ningún tipo de observación cuando señalé la foto de la pizza de champiñones y jamón de la carta. ─¿Por qué nos has traído aquí? ─preguntó Adrián mientras tragaba un trozo de pizza. ─ ¿Os gusta la pizza verdad? ─dijo papá sin levantar la vista. ─Sí, pero no sueles llevarnos a comer pizza. Papá se limpió las manos y la boca con una servilleta y tardó un siglo en contestar. -Vosotros sabéis perfectamente que andamos muy mal de dinero desde su muerte y mi sueldo, no da para muchas alegrías. Tengo que deciros algo ─dijo finalmente. Luego pidió la cuenta con mala cara. ─ ¡¿Qué?! ─gritó Adrián. ─Tendremos que dejar nuestra casa ─aclaró. Adrián empezó una tirada de preguntas:


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─ ¿Qué quieres decir? ¿Por qué vamos a mudarnos? ¿Adónde iremos? ─No digáis nada hasta que veáis el sitio nuevo ─nos ordenó papá. Nada de lo que yo pudiera decirle a papá iba a cambiar las cosas. Nos levantamos y papá nos condujo hacia el nuevo hogar. Estaba bastante más alejado de lo que se hallaba nuestra casa del colegio. Era un piso situado en la comunidad número 4 de Albert Terrace. Es una construcción de ladrillos rojos unidos entre sí por cemento gris. En el interior había una piscina no muy grande pero muy sucia, había un pozo muy antiguo de piedra con nombres escritos sobre el metal. Un coche se detuvo frente a nosotros y de él salió un hombre larguirucho. Se abotonó la chaqueta gris y nos saludó como si fuéramos niños de parvulario. El hombre le dio a papá un juego de llaves, estiró un brazo hacia arriba y dijo: ─Es un piso con vistas excelentes a la zona comunitaria. Además tiene unas habitaciones muy amplias y una terraza de quince metros cuadrados. El comedor es muy grande y con tres grandes ventanas luminosas. Entramos en enorme portal. El hombre larguirucho nos dijo que debería de estar el portero de la comunidad, el Señor Frank. Accedimos al ascensor y unos minutos más tarde pasamos al piso. En el interior las paredes estaban pintadas de un color apagado que hacía pensar en las páginas de un libro viejo. El ambiente olía a gente extraña y a polvo. Miramos por la ventana que daba a la zona comunitaria; una gran extensión de tierra para todos. Papá asintió con la cabeza: ─Un buen lugar para jugar a pelota, ¿no, Adrián? Adrián no contestó, estaba enfadado porque no quería hacer ese cambio. No se quería mudar a esa comunidad en las afueras de Villa Kirrín. A la mañana siguiente me desperté en la cama de la nueva habitación. Olía a tortitas. Salí al pasillo, papá y Adrián estaban en la cocina hablando de mí y no había rastro de las tortitas. ─Simplemente se ha tomado muy a pecho lo del cambio y esas cosas. Ya sabes cómo es ─decía papá.


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─Sí, pero es que lleva una semana sin decir ni mu. Papá, te digo que no suelta ni una sola palabra. No creo que haya abierto la boca desde tu cumpleaños. Algo la ha afectado ─dijo Adrián. ─Es solo uno de sus juegos tontos ─concluyó papá. ─Pues este juego dura más que el Monopoly ─dijo Adrián elevando el tono. Papá me vio junto al marco de la puerta y me dijo: ─Vete a conocer a la vecina de abajo, creo que tiene un hijo. Pídele algo para desayunar. Bajé por las escaleras dejando deslizar mis dedos por esa barandilla fría pintada de rojo. Cuando llegué me quedé mirando el picaporte. No sabía cómo actuar al llamar a la puerta. Finalmente, di dos suaves golpes con el picaporte y salió una señora con el pelo recogido y un plato recubierto de papel de aluminio: ─Uy, hola ─dijo con voz alegre. ─Debes venir de arriba, ¿verdad? Estaba a punto de subir a tu casa; os he preparado magdalenas. Ella estaba muy feliz, me invitó a pasar. Su piso no se parecía nada al nuestro, las paredes estaban pintadas de amarillo, verde y color naranja. Bajo las ventanas había estatuas, plumas, piedras y trozos de corteza de árbol. Los estantes estaban llenos de juegos y modelos. Todos los objetos eran tan brillantes que apetecía tocarlos. Parecían estar bañados en magia.

Había un niño muy pálido sentado en una gran mesa de madera. Lo primero que me llamó la atención de él fueron sus ojos redondos y brillantes, con unas ojeras del color de la luna. Tenía un flequillo largo, rubio y resplandeciente. Con sus finos y delgados dedos manipulaba unos objetos extraños. Su madre le dio dos golpecitos y le dijo: ─Sam, está aquí nuestra vecina. Es una niña de tu edad, parece buena chica. Mientras decía esas frases le tocaba las manos y los dedos de diferentes maneras, traduciéndole en su idioma las palabras pronunciadas. Más tarde, se me acercó y me presentó:


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─Éste es Sam. Tiene once años ─dijo la mujer─ Es ciego y casi completamente sordo, pero por lo demás, es igual que tú y yo. Yo asentí y gesticulé una despedida con la mano temblorosamente. Me dirigí hacia las escaleras y entré en el apartamento. Fui hasta mi habitación y me quedé allí sentada, escuchando música. Más tarde papá me dio el plato que anteriormente contenía las magdalenas. Lo cogí con las dos manos y bajé a casa de la Señora Cooper. Me invitó a pasar a la habitación de Sam. ─Sam tiene su manera propia de ver y le gusta que la gente se haga una idea de lo que les dice ─dijo la Señora Cooper acariciándome la espalda suavemente. Seguidamente, me mostró unas tarjetas con todas las palabras que te pudieras imaginar. En la parte de abajo tenían las letras escritas en español y un pequeño dibujo esquemático de la palabra, y en la parte de arriba, unas bolitas incrustadas, como pequeñas protuberancias. ─Se llama braille ─dijo la señora Cooper señalando las tarjetas. ─Es una especie de alfabeto que Sam puede leer. Sam apoyó tres tarjetas sobre la mesa. Una de ellas tenía el dibujo de una sartén y dos círculos amarillos que decían “tortitas”; en otra, el dibujo de un reloj con la palabra “reloj” escrita y la tercera, un gran número dos. Más tarde la señora Cooper nos propuso dar una vuelta por la comunidad. Me dijo que Sam no se podía bañar en agua fría y que era necesario que lo llevara en la silla de ruedas porque Sam tenía un problema muy delicado en el corazón y no podía cansarse debido a que le habían operado del corazón hacía muy poco tiempo. Cuando salimos, una niebla fría nos rodeaba pero a pesar de eso, hacía calor. Sam me rozó para que le prestase atención. Entre sus manos apareció una mariposa roja como la sangre reciente. La preciosa mariposa salió volando y dio un par de vueltas sobre nuestras cabezas, luego se fue alejando... y de repente esa pequeña y respingona mariposa era mi mamá. Mamá estaba allí con su chubasquero rojo; con una sonrisa tierna. Sus ojos brillaban más que la estrellas por la noche. La sentí en mí, en mi corazón. Sam sonreía dulcemente, él también la sentía. Eso me sorprendió mucho. Pensé en que si Sam también la veía significaba que no estaba loca y que no era porque


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la echaba de menos y me la imaginaba solo para consolarme. Le mostré a Sam cuatro cartas donde en una salía <tú>, <sentir>, <mi> y <mamá>. Seguidamente él me estrechó la mano y me susurró: ─Sí, la siento. Nunca había escuchado su voz. Era temblorosa pero suave, ni aguda ni grave. Era una voz dulce pero sentía miedo en ella. Sam me sonrió y se escuchó la fuerte voz de la señora Cooper. Procedía de la terraza del apartamento de Sam. La señora Cooper decía que subiéramos a merendar. Me giré para ver a mi madre de nuevo pero ella, ya no estaba… simplemente una pequeña y respingona mariposa roja, como la sangre reciente. Al día siguiente, nada más desayunar, bajé a casa de Sam. La señora Cooper le dijo a Sam tocándole extrañamente los dedos que yo estaba allí. Sam se me acercó y me toqueteó la cara para saber quién era. Me cogió la mano y me hizo sentar en la mesa de su escritorio. Agarró una hoja y escribió un pequeño mensaje: < Tú y yo. Uno que siente y otro que ve. >. Era un pequeño poema. Yo sabía bien quién era cada cual. De pronto me di cuenta de la hora que era y pensé que papá se enfadaría si no estaba en casa. Subí y vacié unas cajas. Me di un baño espumoso y dibujé. Más tarde cogí una bolsa de patatas fritas que ya estaban muy rancias. Me vestí y bajé a la comunidad con la bolsa de patatas. Me senté en un banco situado enfrente del pequeño lago. Mientras comía las patatas rancias, lanzaba piedras planas al lago. Había niebla y notaba cómo mi chaqueta se humedecía poco a poco. De repente, una mariposa roja salió de entre la niebla; y de alguna forma, de aquella mariposa salida de entre la niebla, apareció mi madre con su chubasquero rojo. Mamá me dibujó con las manos un corazón perfecto <3. Más tarde me dijo: ─Dile a tu padre que vuelva a tocar la guitarra con el son de los pájaros, que cuando se afeite se dibuje un bigote con la espuma de afeitar, que se ponga camisa y corbata como cuando íbamos a las óperas. Quiero que haga todo lo que hacíamos juntos como si estuviera a su lado…ya que en verdad…lo estoy. Tras escuchar esas bonitas palabras ella desapareció y dejó en su rastro una suave lluvia. Subí a casa y se lo conté a papá, lo cual no fue muy buena idea porque se me puso a gritar. ─ ¡Pero tú ¿qué te crees?! ¡…Oye, este paso es muy duro para nosotros y nos


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cuesta superarlo, y yo te entiendo… pero es que no debes jugar ni con mis sentimientos ni con los de tu hermano! ¡Y ahora márchate! ¡¡No te quiero ver por aquí!! Esas palabras dolían, así que cogí la mochila y bajé corriendo a buscar a Sam. Me lo llevé con la silla de ruedas a la comunidad. Dimos unas vueltas y nos sentamos en el banco de justo enfrente del lago. Saqué una caja de galletitas de mantequilla y Sam y yo nos las fuimos comiendo, saboreándolas lentamente. Poco después apareció un enorme perro gris. Parecía de terciopelo, tenía los ojos amarillos como el sol, con una línea azul luna que rodeaba su pupila; sus enormes orejas caídas le botaban a cada paso que daba. Era un Braco de Weimar. Sin dudarlo un segundo le lancé una manzana. Se la comió rapidísimo. Sam notó su presencia y alargó la mano. El can le lamió la mano pero Sam la retiró rápidamente. ─ ¿Qué…qué es? ─dijo temblorosamente. Yo le mostré una tarjeta donde ponía perro y Sam asintió y volvió a alargar la mano hacia el animal. Estuvo un buen rato acariciándole el lomo mientras yo también le tocaba suavemente la cabeza. Más tarde la señora Cooper se presentó con su ancha sonrisa en la cara y la mirada. Preguntó varias veces por el perro y Sam la contestó haciéndole unos extraños gestos con los dedos. Estuvieron durante un rato hablando así, mientras yo acariciaba al perro. La señora Cooper propuso llevárselo a su casa para darle de comer. Cuando llegué a casa papá me cogió suavemente del brazo y me hizo una señal para que me sentara. Quería que habláramos. ─ ¿Podemos hablar? ¿Me podrías contar a que venía lo de antes? ¿Y lo que dijiste en el cementerio de que la habías visto? …Cuéntame qué te pasa… Asentí con la cabeza. Hacía 36 días que no hablaba. Aquello resultaba muy incómodo para mí. Ni siquiera me acordaba de mi voz…no sabía si hablar o quedarme callada. Le cogí de la mano y me lo llevé hacia el portátil, le escribí a papá la historia completa. Él prestaba toda su atención. Finalmente me abrazó susurrándome un “lo siento". Le di un beso y me marché de casa. Bajé las escaleras y Sam me cogió de la mano. Me tocó la cara para reconocerme y me dijo ─ ¡Nos quedamos el perro! Pero me gustaría que tú le pusieras el nombre.


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Le di una tarjeta donde ponía “Lago”. Quería que se llamara Lago porque al perro le gustaba el agua y nos lo encontramos muy cerca del lago. Sam me sonrió y me susurró al oído el nombre del can. Le di unos cuantos achuchones al perro y me marché a casa a cenar. Durante la cena, nadie dijo nada; todos estábamos concentrados en sacarle las espinas al pescado quemado. Me tomé un yogur y me fui a dormir observando la luna. Era del mismo color que el contorno de las pupilas de Lago. A la mañana siguiente, un rayo cegador me despertó, me levanté rápidamente y me puse ropa cómoda. Me comí una manzana y salí con la bici a gastar calorías por el bosque. Aquel día había una espesa niebla baja y cuanto más me adentraba en el bosque, más subía y más densa era la niebla. Total, que tuve que parar porque no veía nada. Me bajé de la bici y bebí dos sorbos de agua. Cerré la mochila y anduve hacia el frente. Ahí una luz roja se me acercó como una chispa. La chispa desapareció y mi madre me sonreía con su chubasquero rojo puesto. Avanzó unos pasos y pegó sus labios contra mi mejilla. Me besó. Pero yo no sentí el calor y el amor que transmitían antes sus besos. Ahora este beso era frío y aunque tuviera intención de amor, no se transmitía nada de nada. Al percibir mi conmoción por su beso, la sonrisa de mi madre desapareció. En vez de ojos había unos hoyos negros y tristes como el vacío, su cara estaba aún más pálida y sus labios rosados ahora estaban secos y cortados. Ante aquella imagen, rápidamente le dibuje un corazón perfecto con las manos y su cara volvió al estado corriente. Sin dudarlo me acerqué a ella y la besé, pero era como besar un cristal frío. Con el dedo me toqué la mejilla para indicarle que quería otro beso suyo pero en cambio ella me explicó con una profunda tristeza: ─Querida, estoy muerta. Al primer beso trato de transmitir amor, al segundo te dejaría congelada y muy enferma y al tercero morirías como si te clavaran una enorme astilla de hielo en el corazón. Tras aquellas palabras una lágrima corrió por mi mejilla como una perlita resbaladiza. Mamá me acarició el pelo y alzó mi bici. La llevó a la carretera y me susurró: ─Sigue las líneas blancas de la carretera, te conducirán a casa de nuevo. Te quiero, nos vemos pronto. Me monté en la bici y me giré para ver si aún estaba. No, ya no estaba. Solamente un extraño polen rojo siguiendo las corrientes de aire. A mitad de camino se puso a llover


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y, cuando llegué, me reconfortó en casa un baño espumoso y caliente. En cuanto salí, cogí mi mochila y bajé a casa de la señora Cooper. ─ ¡Uy! ¡Qué agradable sorpresa! Últimamente, vienes mucho por aquí. ─dijo ella rápidamente. Me ofreció un vaso de zumo de naranja. En cuanto Sam y yo acabamos subimos a mi casa. Teníamos previsto hacer unos pastelitos juntos. Pero se ve que Sam estaba más interesado en esconderse debajo de la masa para lamer el fondo del molde de los pastelitos. La señora Cooper subió a ver cómo iba, ya que fue ella que nos dio la receta de los pastelitos de chocolate. Más tarde salió a tender la ropa. Yo me fui al baño; cuando volví vi a Sam dando golpes en el parquet. Le silbaba la respiración. Sam se tumbó en el suelo; tenía la cara y los labios azules. ─Busca a mamá ─susurró forzosamente. Salí corriendo en busca de la señora Cooper. Estaba envuelta de ropa. ─Hola, cielo ─me dijo. La cogí de la manga y suponiendo la señora Cooper echó a correr hacia la cocina. Le dio a Sam un inhalador y lo meció en su regazo. ─Se supone que tenemos que esperar hasta que su piel recupere el color rosado ─dijo, tratando de sonreír ─Ay, Sam. Últimamente te dan más espasmos. Cuando vio que Sam empezaba a mejorar su aspecto, lo arrellanó sobre unas almohadas bajo la ventana y dijo: ─Hagamos algo juntos, en silencio. Sam tenía un calendario en la mano y murmuraba para sí. Puso un dedo sobre la fecha en la que estábamos y fue deslizando de casilla en casilla hasta que se detuvo cuando llegó a una pegatina roja donde ponía <Sam>. Seguidamente me susurró: ─El médico dice que difícilmente vaya a durar más de seis años, es triste, lo sé. Me quedé helada y le basé la frente. La señora Cooper volvió con un jarabe y unas vitaminas. En cuanto Sam se las tomó, ella volvió a la terraza a tender la ropa. ─Yo no quiero ser sordomudo ─susurró Sam.


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Le cogí la mano y le acaricié una mejilla. Le senté en su sillita de ruedas y me lo llevé a mi habitación. Apareció la señora Cooper con Lago. Al acariciar su lomo, sentí el calor de su piel húmeda. Nuestro amigo agitaba la cola contento, dando golpecitos a los muebles de mi habitación. ─Bajadlo a pasear por el lago. Le gusta mucho el agua ─afirmó la señora Cooper. En cuanto bajamos me fijé si estaba mi madre. Estaba sentada a lo lejos, en un banco. Giró la cabeza hacia mí y me miró, le brillaron los ojos. Lago fue hacia ella como si también la hubiera visto como Sam y yo. Mamá lo acarició y yo pensé “Sabes mamá, ese perro me recuerda mucho a ti.” Mamá se levantó y se acercó hacia mí. Seguidamente me susurro al oído: ─Ese perro es especial, y tiene suerte de estar en buenas manos. Querida, no te extrañes de que me haya visto. Los perros tienen un sexto sentido muy especial. Ven cosas especiales, cosas que nosotros no veríamos. Ellos perciben cosas con magia y por muy estúpido que sea es la verdad. Yo me quedé pensando en que no era nada estúpido, y ella se giró como si me estuviera leyendo lo que pensaba. Antes me decía que era como un libro abierto, que solo con la mirada ya se sabía que estaba pensando. De repente Sam se levantó de su sillita y me cogió de la mano. Temblaba, sus ojos se movían como dos trocitos de miedo. Me hizo un gesto para decirme que se quería ir de allí. Lo senté en la silla y él impulsando las ruedas con sus máximas fuerzas me llevó hacia el portal mientras que yo llevaba cogido a Lago y mi madre desaparecía entre la niebla curiosamente. Cuando entramos en el portal él salió disparado de su silla de ruedas y se sentó en un escalón de la larga escalera. La silla se cayó al suelo dejando un resto negro de la goma de las ruedas. Lago estaba sofocado y medio ahogado del tirón que le había dado cuando Sam me estiró. Me volví a girar para ver a Sam y éste tenía la cabeza apoyada en otro escalón. Estaba pálido y sus mejillas rojas destacaban mucho sobre su piel. Tan solo habían pasado unos segundos, Sam cerró los ojos y su respiración se fue quedando cada vez más escasa. Yo no sabía con qué ni cómo tratar a Sam, así que corrí escaleras arriba en busca de la ayuda de la señora Cooper. Le dio un par de palmaditas en la mejilla y le aplicó el inhalador. Pero Sam no respondía. La señora Cooper rápidamente me pasó su móvil y llamé a la ambulancia,


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que tardó unos pocos minutos en llegar. Cogieron a Sam y lo tumbaron en una camilla le pusieron una mascarilla de oxígeno y su respiración comenzó a fluir normal. Me monté en la ambulancia al lado de la señora Cooper. Había una enfermera dando vueltas y cogiendo diferentes vasitos con líquidos extraños. Cogió una jeringuilla y absorbió uno de los líquidos amarillentos. Seguidamente se la inyectó y los labios de Sam se cerraron y se volvieron a abrir. En pocos minutos llegamos al hospital y bajaron a Sam de la ambulancia. Se lo llevaron a una sala y cerraron la puerta. La señora Cooper y yo nos quedamos fuera sentadas en unas sillas de espera. Unos cinco minutos más tarde salió una muchacha de la sala y nos dijo: ─Sam saldrá dentro de quince minutos. Le están haciendo unas pruebas de corazón porque se ve que ha hecho mucho esfuerzo en algo. Por favor permanezcan aquí sentadas y les diremos los resultados. Más tarde ya podrán ver a Sam. La señora Cooper y yo nos volvimos a sentar, me quedé pensando en por qué Sam se puso tan nervioso de repente. Por qué se asustó y desgastó sus débiles fuerzas yendo lo más rápido que le permitían aquellas ruedas, que por cierto, después quedaron más que peladas. La señora Cooper llamó a mi padre. Le comunicó que estábamos en el hospital esperando los resultados de aquellas pruebas. Colgó y suspiró profundamente, me agarró la mano y agachó la cabeza. Estaba llorando. Un par de gotas resbalaron, pero las otras se quedaron en su corazón. Sabía lo que sentía, había sufrido igual o parecido cuando mi madre estuvo enferma. La señora Cooper me miró y me besó la frente. Le sonreí y me levanté. Le indiqué con el dedo el cartelito de los baños y ella asintió. Caminé con la cabeza baja por el pasillo estrecho rodeado de enfermos y sufrimientos. Entré en el baño y me mojé la cara; me encerré a hacer pis y cuando salí me quedé observando mi reflejo en el espejo durante un rato largo. Salí del baño y anduve hacia la señora Cooper, ella alzó la mirada. La cara de la señora Cooper estaba empapada y sus ojos no dejaban de derramar lágrimas. Me senté a su lado y le agarré la mano. ─No es la primera vez que me veo en esta situación. Pero es que no es justo. Yo no pido que mi hijo no sea así, solamente pido que no las cosas no se compliquen tanto ─dijo la señora Cooper.


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Me quedé pensando en la buena persona que era la señora Cooper y la suerte que tenía Sam. De pronto un hombre con bata blanca salió de la sala. Llevaba unos papeles en la mano y su bigote marrón se meneaba a cada paso que daba: ─Señora Cooper, su hijo Sam no está en muy buen estado. Ha implicado demasiado esfuerzo en alguna actividad y se ve inconsciente. Deberá estar unos días de reposo y le cambiaremos de sala, le ingresaremos en la sala 112 A. Ahora mismo lo llevaremos hacia allí donde podrán estar con él ya que no tardará demasiado en recuperar la conciencia. Les recomiendo que no le agobien mucho ya que él necesita dormir. Inmediatamente fue a buscar a Sam y salió con él tumbado en la camilla. La señora Cooper corrió a tomarle la mano a Sam. El hombre entró en la sala 112 A e instaló la camilla, después se marchó y dejó al pequeño en nuestras manos. La señora Cooper empezó a besarle las manos y la frente hasta que al fin, Sam despertó. En cuanto sintió la calidez de las manos de su madre, dejó en rastro una sonrisa seca y dulce. Tocó la cara empapada de su madre y dijo: ─Mamá no llores, estoy bien ─abrazó a su madre y la besó. Seguidamente la señora Cooper me dejó paso y Sam me tocó la cara para saber quién era. Sonrió y me rozó la mano. La señora Cooper esperó a que su hijo se durmiera, pero yo tuve que avisar a mi padre por un sms para que viniera a buscarme al hospital. Durante el camino del hospital a casa, papá y yo no nos dijimos nada, supongo que porque sabía que no le respondería. A la mañana siguiente, bajé a la comunidad con Lago. Mamá me estaba esperando y me dijo: ─Cuida de Sam y de Lago. No dejes que Sam empeore. Mamá desapareció sin dejar rastro de su chubasquero brillante, no dio explicaciones de aquellas palabras. Lo que me supuso un día lleno de sospechosos pensamientos y preocupaciones. Me pasé el día entero con Sam en el hospital. Cuando regresé a casa era plenamente de noche, volví a sacar a Lago de paseo. La luna llena estaba totalmente reflejada en el


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lago. Una brisa suave nos envolvía. Lago empezó a aullarle a la luna y yo me senté en el banco mientras lanzaba piedras llanas al agua, observando cómo el perfecto reflejo de la luna se deformaba. De repente, una mariposa roja volteó sobre mi cabeza y se hundió en el lago sin explicación alguna. El chubasquero rojo de mi madre apareció reflejado en aquel azul del lago, con la luna detrás. Por un momento, la mariposa roja salió del lago con su imagen perfecta, intacta de cómo había entrado. Dio un suave toque en mi nariz y volvió al agua. Sin pensármelo dos veces me lancé al agua. El fuerte aullido de Lago se escuchaba de fondo y las mangas del reflejo del chubasquero me agarraron del cuello ahogándome, se me llevaban a las profundidades, me fui con mamá, en una dulce muerte roja, como la sangre reciente.

Júlia Manonelles.


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SECUESTRO CLANDESTINO Pablo Fernández

“Yo te esperaré. Nos sentaremos juntos frente al mar, y de tu mano podré caminaaarr y aunque sepas que toda mi vida, yo te esperaré...”

La música del Ipod de Olivia seguía sonando sin que nadie le prestara atención. ─Apaga la música Olivia, no la estás escuchando ─dijo el padre de Olivia. Olivia es una chica alta con unos ojos azules como el océano Pacífico. Su pelo es de un color marrón miel y ese día brillaba más de lo normal. Es muy tranquila y simpática, siempre está dispuesta a dar su brazo a torcer. Su padre se llama Dennis, es bastante alto y tiene el pelo rubio. Hace un par de días le han notificado que su mujer y mamá de Olivia, ha muerto. Olivia y Dennis están viajando hacia Buenos Aires para el entierro. Iban a Argentina ya que ella murió allí en un viaje de negocios hace dos días. Toda la familia vivía en Chile pero es que allí es tradición enterrar a las personas en el mismo lugar donde se mueren. ─Ahora lo apago papá ─respondió Olivia ante la petición de su padre. ─Tengo hambre papá y aún falta mucho para aterrizar, ¿puedo pedir algo de comer a la azafata? ─Sí cariño, pide lo que quieras. ─Azafata, azafata ¿puede venir por favor? Claro que sí, niñita. ¿Qué quieres tomar? ─Un zumo y una bolsa de patatas.


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─Bien, ahora mismo te lo traigo. Olivia ya se lo había acabado todo. Se puso a dormir y una hora después el piloto dio la orden de ponerse el cinturón, ya que era hora de aterrizar. Dennis entonces la despertó y los dos se abrocharon el cinturón. Aterrizaron sin problemas. Llegaron al hotel y se encontraron tan cansados que pronto fueron a dormir. Por la noche sonó el teléfono. Dennis se levantó a cogerlo y por un momento pensó que soñaba. Cuando averiguó quién se ocultaba al otro lado de la línea, se emocionó. Era su mujer. Dennis no se lo podía creer. La mujer intentaba dialogar pero Dennis le lanzó una lluvia de preguntas. Ella le interrumpió y le pidió que le escuchara: ─Me han secuestrado mientras dormía. Me alojaba en el hotel The Westing y…pip, pip pip, pip, pip, pip,─¡Oh no! Se ha cortado. Noooooo ─gritó desesperado. Dennis esperó a la mañana siguiente para contárselo a Olivia. Cuando se lo contó, Olivia rompió a llorar; pero no de pena, porque su madre estuviera secuestrada, sino porque aún estaba viva y no muerta. Después del desayuno decidieron ir al hotel que Rosario, la madre de Olivia, le había mencionado. ─Una pregunta papá- dijo Olivia. ─¿Sí hija? ─Si mama está viva, ¿a quién íbamos a enterrar entonces? ─Es una buena pregunta, pero no te lo sabría decir. ¡Hija mía! De momento no tengo respuestas, pero las encontraremos juntos. Al finalizar aquella conversación salieron del hotel y los dos se subieron a un taxi. ─Al hotel The Westing, por favor ─dijo Dennis. ─No lo conozco, pero lo buscaré en el GPS ─dijo desconcertado el taxista. ─Buscando destino, espere, por favor ─pronunció la voz metálica del GPS.


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Al cabo de un minuto apareció un mapa de Argentina en la pantalla. ─ ¿Me toma el pelo o qué? ─exclamó enfadado el taxista. ─No, ¿por qué lo dice? ─Porque su hotel está en el otro extremo de Argentina, en Salta, ¡boludo! ─dijo con su cerrado acento argentino. ─Pues muchas gracias, señor borde. Tras pronunciar estas palabras, el padre y la hija se bajaron del taxi y recogieron a toda prisa sus cosas del hotel. Eso les llevó un buen rato. Querían llegar cuanto antes a ese hotel. Fueron al aeropuerto, preguntaron por vuelos hacía Salta, y como era tan urgente les dieron los billetes para un vuelo que salía dentro de dos horas.

El avión iba completo; es más, no quedaba ni un solo asiento libre. Olivia y su padre estaban sentados junto a la ventana. El padre se había quedado dormido mientras que Olivia, miraba por la ventana. Ella se sentía rara. No sabía qué sentir. ¿Qué era mejor? ¿Que su madre estuviera viva pero secuestrada, o que estuviera muerta? Justo en ese momento, sonó el teléfono de Dennis. ─Papá… ─Papá ─repitió. Pero su padre estaba dormido. Entonces Olivia descolgó el móvil y... ─¿Sí? ─Cariño ─dijo la persona que estaba al otro lado de la línea. ─Mamá, ¿dónde estás? ─preguntó desesperada. ─Rápido, daos prisa ─dijo preocupada Rosario. ─Pero, ¿Por qué? ¿Para qué? Mamá, ¿qué te están haciendo? ─preguntó la hija preocupada. ─Lo siento, te dejo, ya llegan...


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─¡Mamaaaaaaaaaá!.. ─gritó llorando la niña. Pero al otro lado de la línea ya no había nadie. Sonó una voz, era el comandante, rogaba desde cabina que los pasajeros se pusieran el cinturón. En ese momento Dennis se despertó. Entonces Olivia le contó todo lo que había hablado con su madre. Dennis la abrazó. Aterrizaron sanos y salvos. Como era por la noche, buscaron un hostal para dormir. Lo encontraron, subieron a la habitación. Era vieja, con dos camas pequeñas y con sábanas algo descoloridas. Pero tenían tanto sueño que no se lo pensaron dos veces. Se metieron en la cama y se durmieron. A la mañana siguiente los dos se despertaron, y se fueron a desayunar a la cafetería del hotel. Ante la taza humeante de café: ─¿Qué piensas hacer cuando lleguemos a ese supuesto hotel, papá? ─No lo sé. Preguntaremos por su habitación, y una vez allí, buscaremos pistas ─dijo Dennis con poca convicción. ─Papá, ¿no sería más fácil si llamáramos a la policía? ─Olivia ¿en serio crees que la policía se va a creer que mamá sigue viva? Para ellos y para todo el mundo, mamá es historia. ─¡Pero mamá está viva! ─dijo Olivia a punto de romper a llorar. ─Ya lo sé hija, pero tenemos que ser fuertes para encontrarla. ─Vale ─respondió Olivia con sus grandes ojos azules como el mar, empapados de lágrimas por aquella triste conversación. Dicho esto, subieron a la habitación a recoger sus cosas, y seguidamente cogieron un taxi. ─Al hotel The Westing, por favor ─indicó Dennis. ─Eso está hecho ─dijo el taxista, más simpático que con el que habían tratado la última vez que preguntaron por aquel hotel.


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El viaje se pasó muy rápido, ya que el taxista no paraba de bromear y de contar chistes muy divertidos. Así que cuando llegaron, Dennis le dio una buena propina. ─Es usted el taxista más simpático que he conocido en la vida. ─¡Muchas gracias, señor! El taxista se fue y en cuanto miraron el hotel que estaba enfrente se quedaron alucinados. Tenía una altura de veinticuatro plantas, por lo menos. Se dirigieron a la recepción y preguntaron por la habitación. ─¿Me podría decir la habitación donde se alojaba Rosario Montoya de la Cruz? ─Claro que sí. Buscaré en la base de datos. ─Ya lo tengo, décimo quinta planta, habitación 153. ─Muchas gracias. Me podría dar la llave para entrar, señorita, es un asunto muy urgente, se lo ruego ─suplicó Dennis. ─Vale, pero me la devuelve de inmediato, ¿entendido? ─Sí, muchas gracias. Llegaron a la habitación. Estaba vacía, nada de nada. Cuando se iban a dar por vencidos, Olivia encontró un número de teléfono en la mesilla de noche. ─Mira papá. ─Muy bien, hija. Dennis, muy contento, llamó desde su móvil. ─¿Sí?, Ferretería La Llave ¿Qué desea? ─¿Por casualidad, le suena el nombre de Rosario Montoya de la Cruz? ─¿Quién es usted? ─Su marido. ─A las cinco en punto en la cafetería del hotel The Westing ─dijo el hombre que se ocultaba al otro lado de la línea.


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─De acuerdo ─asintió Dennis finalizando la conversación telefónica. Llegaron las cinco. Olivia y su padre estaban en la cafetería solos, cuando entró un chico alto y muy musculoso y se dirigió hacia ellos. ─Hola señor...... ─Dennis, encantado ─aclaró él. ─Esta es mi hija Olivia. Por favor, dígame qué tiene usted que ver con mi mujer. ─Dennis, en primer lugar, decirle que no me dedico a hacer llaves. Mi nombre es Marcus y soy agente de la C.I.A. Su mujer ha estado colaborando con nosotros en un caso muy importante de tráfico de órganos. Hace dos noches la secuestraron y decidimos darla por muerta para que los traficantes no piensen que estamos tras su pista. Olivia y Dennis se miraban atónitos, sin poder dar crédito a lo que estaban oyendo. ─Lo siento, dijo Marcus, pero no puedo darles más detalles. En ese mismo momento sonó el móvil de Marcus. Se alejó uno pasos y volvió con buenas noticias. ─Dennis, estamos de suerte. Tienen localizada a Rosario. ─¿En serio? ─Sí, pero no hay tiempo que perder. ¡Al coche! Los tres subieron al coche y a los pocos minutos vieron un montón de coches de policías alrededor de una gigantesca nave industrial. Aparcaron a un lado mientras oyeron gritar a uno de los agentes: ─¡Salgan con las manos en alto! De la nave salió un grupo de hombres. Algunos con armas. Al instante las tiraron al suelo. Detrás de ellos salió Rosario amordazada y se dirigió corriendo hacia su familia. ─Dennis, Olivia, cuánto os he echado de menos ─dijo Rosario. ─Y nosotros a ti mamá.


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─Perdonadme por haberos ocultado lo que estaba haciendo aquí. ─No te preocupes. Marcus ya nos ha puesto al corriente. Los tres se abrazaron y se metieron en un coche policial que les dejó en el hotel.

Pablo Fernández


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Mi primer flechazo instantáneo Eva Tomás

Mi nombre es John y vengo de Newcastle, Inglaterra, una ciudad muy grande que está situada al noroeste del país y está bañada por el río Tyne, que separa este condado de su vecino Gatesheat. Podemos presumir de tener una buena arquitectura, como el Sage Gatesheat, un edificio construido de cristal y hierro donde se celebran los conciertos más variados y a los que yo he ido cuando me lo ha permitido mi bolsillo. Y para los amantes del teatro tenemos el Theatre Royal, allí las funciones son muy diversas y bonitas, pero yo no solía acudir. Vine aquí porque mis padres echaban de menos Barcelona, ya que ellos habían nacido aquí, pero tuvieron que emigrar a Inglaterra para trabajar. Nací allí, hablo perfectamente el inglés, pero también el catalán y el castellano porque mis padres me hablaban en las dos lenguas desde que era pequeño. Recuerdo que era un tres de noviembre. Empezaba a estudiar en el que iba a ser mi instituto, todo era nuevo para mí. Tengo quince años, debo acostumbrarme a todo esto. Pero me lo están poniendo fácil, la gente de Barcelona es muy amable. Me considero un poco atractivo, tengo el pelo marrón con reflejos rubios, largo y liso. Mi madre siempre me dice que tengo los ojos verdes como los relucientes árboles de la primavera, cuando los ilumina el sol. También me han apuntado a un equipo de futbol, que es lo que más me gusta en este mundo. Es ese momento del día en el que disfruto y me siento bien, no hay preocupaciones, soy yo mismo y es algo de mi vida de lo que me siento orgulloso. Mis profesores son muy exigentes conmigo pero es normal ya que me cuesta un poco más que a la mayoría de alumnos. Pero poco a poco me voy habituando. Cuando ya tenía mi grupito de amigos, ya me conocía más o menos todo, me invitaron a una fiesta un viernes por la noche en un local que alquiló un amigo. Me preguntó si quería ir a verlo una tarde. Lo fuimos a ver el otro día, y está muy bien. Es bastante grande y la decoración no estaba mal, si tenemos en cuenta que se trataba de una fiesta para adolescentes. Me dijo si le podría ayudar para organizarlo todo, ir a comprar las bebidas, algo para picar, etc.


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Quedamos el fin de semana para comprar las cosas ya que los días entre semana mis padres no me dejaban, teníamos muchos deberes y también los temidos exámenes. No era una tarea fácil ya que a mí me costaba un poco más por las nuevas costumbres. Pero incluso así, me gustaba aplicarme para poder sacar la mejor nota posible. Ya quedaba menos para que llegara el gran día para mí, ya que era mi primera fiesta en Barcelona y me hacía mucha ilusión poder ir. En el poco rato que duraba el recreo ese era el tema del que hablábamos cada día, quién vendría, qué música poner, sabía mal porque había gente que no estaba invitada, pero claro, había que seleccionar porque no cabíamos todos en el local. Yo tenía suerte al ser invitado ya que era nuevo. La noche anterior a la fiesta no pude casi dormir, los nervios podían conmigo. Por fin llegó el gran día, yo quería causar buena impresión ya que habría chicas y a nuestra edad eso era importante, así que pensé la ropa que me iba a poner. ¡Me probé tantas cosas del armario, que mi habitación quedó hecha un desastre! Pero al final decidí ser yo mismo y causar buena impresión siendo como soy, mis típicos vaqueros, una camiseta y una camisa abierta. Antes de ir a la fiesta, hablamos por teléfono y quedamos en ir directamente al local, así que me duché, y me puse la ropa que ya tenía preparada. Dispuesto a marcharme, solo quedaba despedirme de mis padres y sobretodo preguntar la hora en la que tenía que volver. Decidí ir andando y así se me pasaban los nervios, justo cuando pasaba por debajo de unos balcones oí una canción que me recordó lo que yo iba hacer. La canción era antigua, decía así: “Allí me colé y en tu fiesta me planté. Coca-Cola para todos y algo de come., Mucha niña mona pero ninguna sola, luces de colores, lo pasaré bien...” Parecía mi realidad, excepto que yo estaba invitado a la fiesta y esperaba que hubiera niñas monas y que hubiera alguna sola. Por fin llegué al local, me pareció que había tenido buen gusto al decorarlo, y sí, realmente la gente iba vestida más o menos como yo, menos las chicas, claro. Algunas llevaban vestido, otras faldas, alguna que otros tejanos, así que había gusto para todos.


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Nada más entrar me fijé en una chica, pero primero fui a saludar a mis amigos y decirles que al final la fiesta nos la habíamos currado y había quedado todo muy bien. Cuando fui a buscar una bebida, pensé en coger una para la chica que me había gustado sólo al verla. Otra vez sonó esa canción en mi cabeza mientras andaba por la calle. Y ese trozo sonaba así: “Ella me vio y se acercó el flechazo fue instantáneo y cayó entre mis brazos... yo me preguntaba: ¿quién me la puede presentar? Yo me preguntaba: ¿qué es lo que le voy a contar?” Parecía mentira que la canción estuviera hecha para mí. Así que me inspiré y decidí ir a darle la Coca-Cola y directamente preguntarle si tenía pareja, era ahora o nunca porque si no, podía perder mi oportunidad. Para mí era tan guapa o tenía algo especial que me había gustado desde el primer momento en que la vi. No sabía si era del instituto, así que me atreví a preguntarle. Y sí, resulta que era del instituto, no me había fijado nunca en ella. Me sorprendí bastante porque me contó que sus padres y ella hablan inglés como yo. Estuvimos hablando durante horas, hasta la mínima tontería de nuestra vida nos la contamos. Realmente me lo pasaba muy bien con ella, aunque ya era tarde y tuvimos que despedirnos porque se acercaba la hora que me habían dicho mis padres para llegar a casa. Quise acompañarla a su casa, ya que ella también se tenía que ir y a mí me iba de camino. Aprovechamos los últimos minutos para estar juntos y poder hablar antes de despedirnos. Creí que los dos teníamos muchas ganas de que fuera lunes sólo para poder vernos otra vez. El fin de semana realmente se me hizo eterno, los dos días estuve pensando en ella, cada minuto, casa segundo mi mente era sólo para ella. El sábado por la tarde, uno de mis amigos me llamó para saber dónde había estado metido en la fiesta, que nadie me había visto. Yo le dije que estaba con una chica hablando. Entonces él comprendió que desapareciera del mapa esa noche, y sospechó que algo había pasado entre esa chica y yo, y claro me preguntó con voz irónica ¿Queeé entonces, eh? Yo me sonrojé solo de pensarlo, ¡¡menos mal que no me puede ver la cara!! Y le tuve que contar que había conocido a la chica más maravillosa de la tierra, que teníamos muchas cosas en común y que no pararía nunca de hablar porque con ella era fácil y las palabras salían como si nada… y así estuve hasta que me gritó mi amigo: ¡Basta ya, joder! Me estás rallando. ─Lo siento, pero es que: ¡Soy feliz! ─le respondí casi cantando.


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El resto del día intenté distraerme viendo películas sin enterarme de nada y comiendo pipas para pasar los nervios. Un día ya superado de nervios y de felicidad. El domingo decidí salir a pasear por la tarde, para no estar todo el día en casa y aunque no sabía dónde ir me acerqué sin querer por su casa. Por cierto, se llama Cristina, bonito nombre ¿No? Estuve paseando por la misma acera durante mucho tiempo pero no tuve suerte y no apareció, entonces decidí ir a comer algo, que ya llevaba horas sin engullir nada y el McDonald’s de la esquina me estaba llamando a gritos. Después de comerme dos hamburguesas y una Coca-Cola, salí para marcharme a casa, pero antes eché otro vistazo para ver si había suerte esta vez, pero no. De vuelta vi una iglesia que me recordó la que tenemos en Newcastle, la Iglesia parroquial de Jesmond la Clayton Memorial Church. Es preciosa aunque es muy antigua, creo que la construyeron en 1859 y al mirarla piensas en cómo debía de vivir esa gente, en sus costumbres y si cuando se enamoraban si hacían lo mismo que yo. De vuelta a casa decidí estudiar y hacer deberes porque con todo no había podido concentrarme en nada y lo tenía mal para el lunes si no presentaba mis trabajos, así que “manos a la obra y a hincar los codos”, dije yo todo motivado y desesperado. Acabé los deberes muy tarde, a las once de la noche o así. Les di las buenas noches a mis padres y me fui a dormir porque ya estaba muy cansado. A pesar de lo nervioso que estaba porque ya faltaba poco para ver a Cris, ese sueño no me lo quitaba nadie. Me dormí realmente enseguida. ¡Bien, era lunes! Por fin podía ver a Cristina. Llegué al instituto con mucha ilusión y contento al saber que ya podía verla. En la hora del patio, estuvimos hablando toda la media hora juntos, sentados y abrazados. Cada vez que estaba ella conmigo, a mi vera, junto a mí, me hacía sentir el chico más afortunado del mundo por haberla conocido y poder pensar que podría vivir momentos increíbles con ella. Por la tarde, la invité a dar una vuelta, me hizo ilusión que pudiéramos compartir un paseo en moto. Así que se lo pregunté si le gustaría ir a dar un paseo en mi moto. Cristina aceptó diciendo con su voz dulce y conmovedora: ─Claro que sí, ¿Cómo iba a rechazar una tarde contigo, amor?


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Quedamos a las seis y media, una buena hora para pasar un rato romántico bajo un cielo rojo, de color naranja hermoso. Quedamos en que la pasaría a buscar por su casa, y desde allí ir hacia el mirador de Collserola donde se ve toda Barcelona. ─¡Mierda! ─me dije yo por dentro, no tenía otro casco para dejarle a ella. Se me estropeó el freno de la moto mientras íbamos subiendo hacia el mirador. Empecé a llorar, y Cristina me dijo: ─Amor, ¿qué te pasa?, ¿estás bien? ─Sí, sí, tranquila. Todo va bien ─dije triste y arrepentido. ─Vamos muy rápido, por favor baja la velocidad ─dijo Cristina asustada. ─ ¿Qué? ¿Tienes miedo? ─¡Sí, y mucho! ¡Por favor, baja la velocidad! ─Vale, pero si me dices que me amas. ─¡Te amo! Pero baja la velocidad ¡YA! ─me exigió todavía más asustada ─Claro. Pero si me das un abrazo ¡Fuerte! ¡Muy fuerte! ¡Tan fuerte como jamás lo hayas hecho! Cristina asustada me lo dio y me volvió a decir: ¡Baja la velocidad, Ya! ─Sí mi vida, pero si me quitas el casco y te lo pones tú.

Cristina le quita el casco y se lo pone ella, y le dice de nuevo: ¡¡¡Baja la velocidad!!! Al día siguiente, en las noticias de la mañana emiten un reportaje y las palabras del periodista sonaron así: “En las calles de la ciudad; se ha producido un accidente de tráfico de consecuencias terribles, dos adolescentes circulaban en moto, y uno de ellos ha fallecido trágicamente, no sin antes pronunciar estas palabras: Solo quería que ella se salvara... El chico se había dado cuenta mucho antes de que ella pidiera que bajara la velocidad, de que la moto no tenía frenos. Y le pidió que le dijera que lo amaba y que lo abrazara ya que él sabía que esta iba a ser su última vez... Y que se pusiera el casco para salvarla aun a costa de su propia vida.”

Eva Tomás


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II. CUENTOS COLECTIVOS

1. T.T.N.I. 39 2. UN DÍA DE NOEMÍ. 44 3. VIRUS 50 4. NOCHE DE MIEDO

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T.T.N.I. __________________________________________________________________________

3 - 2 - 1... ¡DESPEGUE!

─Ya estamos en el espacio ─dice el comandante James. Es un chico alto y muy delgado, tiene el pelo castaño y los ojos azules como el cielo por el que navega. No es demasiado fuerte, pero destaca por saber mucho sobre el espacio interestelar y además, es el novio de Rachel, una chica rubia, con los ojos también azules, muy guapa aunque siempre utiliza maquillaje. Ella es muy inteligente y muy importante para el equipo. También participa en la misión. ─ ¡BIEEEN! Llevamos tres meses esperando este momento ─dijo Michael, el piloto de la nave, un chico bajo y más fuerte que James, moreno y con el pelo muy corto, los ojos también los tiene oscuros. Se conocieron en la universidad y desde aquel día siempre han ido juntos. James se puso al frente de la nave y explicó al resto de la tripulación las normas de seguridad y la misión que nos habían encargado desde la NASA. ─Nuestra misión consiste en encontrar un planeta con las siguientes coordenadas: 3441210B. Se trata de un planeta paralelo a la tierra: misma atmósfera, mismos gases y tenemos que descubrir si se dan las mismas condiciones de vida. Esta es nuestra verdadera misión, amigos. Todos aplaudieron el discurso del comandante. El espacio interestelar es muy oscuro en estas latitudes y difícilmente se pueden distinguir estrellas, nebulosas o planetas, a diferencia de lo que podemos ver en la tierra, aquí da sensación de humedad, frescura, y misterio también. ─Eh chicos, me cuesta respirar a causa de la velocidad ─advirtió el comandante.


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─Bueno, la velocidad no es el motivo, eso es por la falta de oxígeno, tendremos que utilizar el tanque, abrir las válvulas y podemos acabar... ─dijo Rachel entre risas. ─No me fastidies. ¡No quiero morir tan pronto! Estas palabras de Jessie ayudaron a relajar el ambiente. Es una chica de baja estatura, con una larga cabellera rubia, los ojos de color miel y tiene una graciosa peca justo en medio de la nariz. Entiende muchísimo de matemáticas y cálculos, y controla bien la nave. ─ ¡Es broma! No te asustes, es muy poco probable, nunca ha pasado pero puede que... ─bromeó Rachel. Ya estaban cansados y querían dormir, así que conectaron el piloto automático y se dispusieron a echar una siesta; o por lo menos, una cabezadita. Michael se encontraban justo al lado de James, y un poco más a la derecha estaba Jessie, tumbada con un vaso de agua medio lleno a su izquierda. En cambio, Rachel estaba encogida un poco más apartada de los demás. Lo cierto es que consiguieron descansar algo. Cuando despertaron, quedaban solamente veinte minutos para llegar a su destino, y entonces todos se colocaron en sus posiciones para volver al trabajo. Al llegar al planeta que aún faltaba por descubrir, tuvieron un aterrizaje espléndido, sin ningún contratiempo. No le dieron ningún golpe a la nave ni nada por el estilo: simplemente aparcaron suavemente, con una maniobra de descenso limpia y bien medida. Pero al abandonar la nave, todos se llevaron una gran decepción, averiguaron que la atmósfera no era estable porque se respiraba un gas tóxico, no tenía nada que ver con la Tierra. Pensaron que los científicos se debían de haber equivocado al mandarles las coordenadas. Antes de regresar a la nave dieron una vuelta por aquel lugar misterioso, pero eso sí, con el traje espacial. Toda la superficie del planeta era marrón y seca, no había árboles ni plantas, ni animales e incluso tampoco había agua, por esa razón no había vida. El cielo estaba cubierto de niebla, y andar por esos alrededores daba un poco de miedo, pero por suerte quedaba algo de luz.


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Finalmente volvieron a la nave ya que solo había desierto y gases venenosos, ahora sí que estaban decepcionados del todo. ─ ¡Abortamos la misión! ─dijo James. -A sus órdenes, comandante ─asintió el piloto Michael. Despegaron y la nave comenzó a elevarse. Sorprendidos, decían que aquello no era posible, y que los cálculos por fuerza tenían que ser buenos, pero no lo fueron. ─Por lo menos, veremos a nuestra familia ─suspiraron todos. ─Pero ahora vamos a comer, ya no aguanto más ─dijo Jessie. ─Tienes razón ─aceptó James. Tras la maniobra de despegue, todo parecía tranquilo. En seguida volvieron a conectar el piloto automático y se fueron preparando para comer alguna cosa. De este modo también se relajaron un poco. En ese momento descubrieron algo muy divertido: la ley de la gravedad, la que nadie se creía, los alimentos se iban volando y era fantástico, ellos también volaban. Les costaba mucho conseguir masticar y tragar en esas condiciones, pero se lo pasaron en grande y, lo más importante fue que se les pasó el tiempo muy deprisa. Quedaban tan solo 45 segundos para llegar a la Tierra. Entonces el comandante James dio la orden de aterrizaje. ─Ya hemos llegado. No hemos conseguido nuestro objetivo, pero estamos de vuelta sin ningún problema de salud ni nada, y eso es lo que importa ─exclamó Rachel. ─Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh, no hay civilización por ninguna parte! ─gritó Jessie. ─Es imposible, las coordenadas eran exactas, tendríamos que haber aterrizado en el mismo sitio del que partimos ─aportó James. El planeta se había convertido en un T.T.N.I. (Territorio Terrestre No Identificado). ─Exploremos un poco, al fin y al cabo puede haber un error en las coordenadas.


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Todos aceptaron la propuesta de James, y partieron en busca de civilización. Cuando ya habían recorrido un par de kilómetros quedaron atrapados en unas arenas movedizas, de forma que, poco a poco pero sin detenerse, desgraciadamente ya se habían hundido por completo, y cayeron en una cueva subterránea. Les faltaba el aire y se sintieron los cuatro muy nerviosos. Allí, en las profundidades, encontraron a dos personas humanas, morenas de piel y con una estatura bastante alta. Una de ellas tenía los ojos azules y la otra los tenía más oscuros. Les guiaron hacia donde estaba el resto del grupo, y allí les explicaron que pronto todos los seres del planeta serán aniquilados, que ahora toda la humanidad ha llegado a su fin, porque los extraterrestres la van a detonar dentro de 48 horas. ─ ¿Y por qué? ─preguntó James. Lo he entendido muy bien, porque hablan nuestro idioma, decían algo sobre que a nuestro planeta les tapaba el sol. ─ ¡Sí, sí es verdad! ¡Los extraterrestres eran muy blanquitos! ─exclamó un niño pequeño que estaba por la zona. Los cuatro tripulantes preguntaron al grupo de personas qué era lo que había pasado, querían saber dónde se encontraba la base de los extraterrestres para dialogar con ellos. Les explicaron que estaba a 236 kilómetros al sur. Entonces los astronautas se fueron en busca de la base, pero se dieron cuenta de que necesitaban un vehículo, y la nave estaba sin combustible. Por suerte una de las personas que estaba por ahí tenía un automóvil articulado muy parecido a una furgoneta y se lo prestó a ellos. Por el camino James preguntó a Michael cuál era el plan, pero ambos se miraron y se hicieron un gesto con la cara como diciendo “No sé”. Se encogieron de hombros y los cuatro se rieron. Al llegar a la base dos extraterrestres bajitos, con la piel de color verde, con tres ojos y con un par de lanzas bastante puntiagudas les apuntaron. ─ ¿Qué hacéis en nuestra base? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? ─Venimos en son de paz, solo queremos dialogar con vuestro líder ─contestó el capitán de la expedición, James.


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Ellos accedieron a su propuesta y los llevaron a la cámara donde se encontraba su líder. Era un ser verdaderamente entrañable, sus tres ojos tenían una triple mirada muy dulce. A pesar del color desagradable de su piel, también verde, su rostro parecía más bien el de un niño atemorizado. Los tripulantes de la misión le propusieron compartir el planeta en vez de detonarlo, y el extraterrestre muy contento accedió. Dijo que sí y la carita se le iluminó por la emoción. Encontraron al resto de la humanidad entre cuevas húmedas y desiertos estrechos y poco luminosos, y nombraron a los cuatro tripulantes exploradores de honor, y desde aquel día, en la Tierra conviven extraterrestres y humanos juntos. Y el sol brilla por fin para todos.

Mireia Urrutia, Pol Dirvanauskas, Pablo Fernández y Alba Comellas. Los Cuatro Fantásticos.


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UN DÍA DE NOEMÍ

Un cuento con dos desenlaces distintos.

Estoy muerta... Hoy cuando me levantado me sentía como si mi cuerpo no funcionara correctamente. El cansancio era muy grande. Me había ido a dormir a las 12 de la noche, para entrar a clase a las ocho, aunque primero tenía que ducharme. Cuando me movía sentía que se me caía todo encima... Al fin desayuné y en ese instante, todo cambió. Todavía estaba cansada pero lo notaba cada vez menos. Lo peor fue cuando fui a coger la mochila. Me la puse a la espalda, y todos los problemas anteriores habían vuelto. ¡Esa sensación era horrible! Cuando estaba bajando en el ascensor me di cuenta de que me faltaban los deberes de catalán y los de sociales. Me puse muy nerviosa, los minutos iban avanzando y cada vez quedaba menos para que abrieran la puerta del instituto. Llamé al timbre de mi casa, le dije a mi madre que pusiera los deberes en el ascensor y que yo lo traería a la planta baja para que bajaran solos. Aquello no pudo ir peor. Justo después de unos segundos, en ese momento se paró el ascensor con mis deberes allí. No sabía qué hacer, llamé a mi padre para decírselo pero me dijo que no había solución y que no me preocupara. Mis deberes estaban allí y la solución de que no me castigaran también. Pensé que podría explicar a los profesores todo lo ocurrido. Me fui corriendo hasta el instituto. La puerta se estaba cerrando, aceleré y le grité al director que se esperara. No me oía, me di más pisa y tropecé con los cordones de las bambas. Me di con el suelo en la boca y me rompí un trocito de diente. Por suerte no fue todo el diente. El director cerró la puerta y sonó el timbre que anunciaba la primera hora de clase. Me levanté como pude y fui hasta la puerta. Me tuve que esperar una hora para que me abrieran. Me esperé en al aula de profesores, porque me indicaron que tenía que estar allí. Estuve allí durante un buen rato. Cuando de repente por culpa de un soplo de viento que entró por la ventana, se cayeron un puñado de hojas de exámenes de primero de la ESO. Estaban todos los grupos, desde la clase A hasta la E. Por curiosidad, como seguro hubieras hecho tú, busqué el mío. Lo encontré y lo miré.


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El examen era de catalán, justo de la asignatura de la que me había dejado los deberes en el ascensor de mi casa. La nota no era demasiado buena, pero tampoco era patética. Había aprobado por los pelos, pero estaba contenta. Justo en ese momento entró una profesora... El corazón me iba a mil. Me pilló, me pilló con mi examen en la mano, y todos los demás tirados por el suelo. ─ ¿Qué es lo que está pasando aquí, señorita? ─me gritó la profesora. Yo no sabía qué decir, me atragantaba cuando intentaba hablar. ─Pu...Pues que...que el dire...director… ─Bien, intenta calmarte y cuéntamelo ya. ─Está bien ─le dije más tranquila. He llegado tarde y el director me ha dicho que me quedara aquí y... No me dejó terminar, se adelantó ella y me dijo: ¿Y qué significan los exámenes tirados por el suelo? ¿Qué significa que estás con los exámenes? No sabía qué decir, me quedé callada, con un silencio absoluto. Más tarde ella se fue y justo en ese momento escuché los pasos del director que se acercaba. La profesora le dijo que quería hablar con él... seguramente de mí. Y sí, así fue. Escuche que le dijo: Ahí dentro hay una niña, un poco alta, morena y con pecas en las mejillas. No sé cómo se llama, pero está allí. Tiene los exámenes de catalán. Todos tirados por el suelo, menos el suyo que lo tiene en la mano. ─ ¿Quién? ¿Noemí? ─No sé... ─Sí, sí que es Noemí. Esta mañana, bueno hace una hora le he mandado aquí porque ha llegado tarde. Quería esconderme…Miré en todas partes, buscando un sitio para ocultarme pero no había ninguno. Pensé que si lo deseaba con toda mi alma, lo conseguiría. Quería desaparecer.


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DESENLACE 1 Cerré los ojos y... de pronto me vi en medio de un cementerio en un pueblo muy pequeño; en el cual, después descubrí que no había ningún habitante. Eso era como un callejón sin salida, no sabía dónde estaba, ni qué sería lo que me ocurriría. Era una noche oscura...Miré a los lados y lo único que veía a mi alrededor eran ataúdes decorados con cruces. La impresión de terror y miedo era cada vez más fuerte. El corazón me latía cada vez más, era como si se me saliera del cuerpo. La sangre me ardía mucho y me corría muy rápidamente por las venas. Tenía miedo, mucho miedo. De repente escuche un ruido y pensé que sería una animal o algún ser vivo. Me acerqué a mirar quién había hecho ese ruido que tanto me había asustado. Entonces vi que era un búho, con esos ruidos que hacen, que parecen sonidos humanos. Me calmé un poco y cuando decidí ir a explorar ese pueblo me encontré a una persona muy extraña tumbada en el suelo. ─ ¿Se encuentra bien usted? ─le dije. Pero él no me respondía. En ese mismo instante se le giró la cabeza y su mirada penetrante me hizo pensar en qué narices era esa cosa. Pensé que estaba mal del cerebro. Pero cuando gritó me espanté mucho y salí corriendo. Esa cosa (que empezaba a pensar que era un zombi) me seguía lentamente pero aun fijando su mirada penetrante. Era espantoso, su piel era rugosa y de un color gris muy raro. Olía muy mal y sus extremidades eran deformes, o eso parecía. Tenía los ojos blancos, un cráneo partido por la mitad y se le veía su pequeño y extraño cerebro. Caminaba torpemente y con los brazos levantados. Cuando por fin lo dejé atrás pero me encontré con cinco más. Eran de diferentes colores, pero el más horrible de todos era de color rosa. Noté que alguien me tocaba los pies, me giré y no había nada. ¡Qué extraño! Pensé en que había sido una alucinación. Mire a mis pies y entonces vi a un conejo mutante que me estaba mordiendo los zapatos. ─ ¡Quita bicho! ─le dije. Y le di una patada. Salió volando por los aires y quedó aplastado contra la cara de otro zombi, pero las risas se habían terminado porque uno de ellos me arrastró hacia su tumba.


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Esa tumba ocupaba un agujero gigante, no lo parecía desde fuera pero era la mayor de todas. Podía pensar que era la del zombi más importante, del más fuerte o del más sabio del cementerio. Al final fue la segunda opción. Cuando vi a ese mazacote de zombi me asusté mucho y el terror me pudo. Le grité a esa criatura con mi vocabulario chapucero: ¡Mi carne no es buena, déjame escapar! El zombi era un poco tonto y se lo pensó, pero al final me afirmó que no. Me llevaron a la cárcel de los zombis, pasaron varios días y me alimentaban con cosas que no quiero contar. Un día me levanté inspirada en una posible huida, quería sobornarle con mi pulsera brillante a un guardia zombi, porque sabía que les gustaban las cosas brillantes. El primer guardia no picó el anzuelo, pero el segundo fue tan tonto que aceptó mi trato. Cuando estaba fuera de la cárcel le di la pulsera y salí corriendo. Al fin estaba en el exterior, entonces cayó algo del cielo e impactó en mi cabeza. Cuando desperté, me di cuenta de que todo era un sueño y de que uno de los profesores me estaba reanimando en el aula. Grité: ¡Déjame, ya estoy despierta! La profesora me soltó y empezó a llorar. Yo le pregunté que por qué lloraba, y ella me respondió que había estado cinco horas y media inconsciente. Al final el día terminó bien y gracias a ese susto me perdonaron los deberes que me había dejado en el ascensor.

Albert González y Pol Mora EL DINOSAURIO


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DESENLACE 2. Pensé que si lo deseaba con toda mi alma, lo conseguiría. Quería desaparecer. Cerré los ojos y de pronto me vi en medio de un cementerio en un pueblo muy pequeñito, en el cual más tarde descubrí que solo habitaban quince personas, o por lo menos eso creía yo, que eran personas… Estaba en medio de un callejón sin salida, no sabía dónde estaba, ni cuál sería mi destino ni qué me ocurriría. Era una noche muy oscura. Miré a los lados y lo único que veía eran ataúdes decorados con cruces y con inscripciones de nombres de persona ingleses. Estaba sentada encima de un ataúd gris, con una cruz en la parte superior y un nombre, Charles Harrod. Así se llamaba aquel difunto que descansaba allí. Tenía miedo, mucho miedo. Pensé en buscar una solución, cuando de repente... un hombre horrible, con la cara llena de heridas apareció a mi lado. No me dijo nada, me cogió de la mano y nos sentamos en un banco, cerca de los ataúdes más grandes de todo el recinto. ─Bienvenida al lugar de los zombis, donde quien entra no sale vivo, ja, ja, ja ─dijo aquel hombre con una voz terrorífica. ¿Zombis? ¿Qué era eso? Me puse a pensar en esa palabra y recordé que una vez en la clase de castellano apareció la palabra ZOMBIE y buscamos su significado en el diccionario: “Por extensión ha pasado en la literatura fantástica, sinónimo de muerto viviente”. El señor se fue y de nuevo me quedé sola. Me levanté como pude y lentamente fui escapando, busqué la puerta de ese enorme cementerio. Tropecé con la rama de un árbol y, al levantarme, el espanto fue terrible. Había cuatro lobos a mi alrededor, con los ojos rojos y muy peludos, mirándome fijamente. Empecé a gritar con todas mis fuerzas y a suplicar: ¡POR FAVOR, SACADME DE AQUÍ! Los lobos permanecían ahí delante, con los ojos clavados en mí. Intenté escapar y lo conseguí. Salí de allí corriendo, muy rápido. Escuché ruidos por detrás de mí, no quería girarme, pero no lo hice. Los cuatro lobos me estaban siguiendo. Yo quería despistarlos pero no sabía cómo. Así que me arriesgué y me tiré sobre una planta muy alta que vi. Allí no me encontraron, ya estaba a salvo. Pasaron quince minutos, veinte, treinta…, así hasta casi una hora que ya hacía que estaba allí. De pronto escuché un ruido, un sonido muy raro. Asomé la cabeza y lo que vi…era realmente fascinante. Había una manada de


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lobos tranquilamente sentados y alguno de ellos aullaba mirando hacia la luna. Yo seguía sintiendo miedo, muchísimo miedo. Recuerdo que en el instituto, cuando me ocurrió lo del director, deseé con toda mi alma aparecer en un sitio distinto, aunque donde acabé no era el lugar más apropiado. Así que no me lo pensé dos veces, y desee otra vez con toda mi alma volver al instituto. Y ¿Sabéis qué? …¡Lo conseguí!!! De pronto me vi de nuevo en mi mesa del instituto, al lado de mi mejor amiga, Clara, y en clase de castellano. Días como este, espero no volverlos a pasar.

María Ruíz, María Mei Fernández y Naiara Fernández. EL DINOSAURIO


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VIRUS Mis ojos verdes miraban a todas partes preocupados, mis labios rosados tiritaban a pesar de que sentía calor. Mi larga cabellera abundante y oscura estaba mojada por el sudor. Quería gritar pero mi clara voz no llegaba, pensaba cómo escapar de ese profundo lamento que notaba por dentro, pero en esos momentos no podía pensar con claridad. La luz me ciega los ojos, un aroma de pan recién sacado del horno me llega, las sábanas sudadas se me pegan a las piernas y busco entre sombras el vaso de agua. Tengo la garganta muy seca. Era lunes por la mañana, no podía ir al colegio porque el día anterior empecé a vomitar sin parar. Seguro que mi amiga me había pegado el virus. Enfadada, me dirigí hacia el comedor, allí me esperaba mi madre con el desayuno preparado sobre la mesa. Le dije que me encontraba muy mal y llamó al doctor Valverde, quien en pocos minutos apareció por la puerta. ─Cariño, cuéntale al doctor lo que te pasa. ─Doctor, siento náuseas, me mareo a ratos, me duele la cabeza y me arde mucho la tripa. ─Bueno, pues vamos a ver qué tal vas de fiebre ─dijo el doctor, mientras me ponía el termómetro. Al cabo de unos minutos me lo retiró, lo acercó a la luz y dijo con cara de angustia: ─Bueno pues tienes 40º de fiebre, me estás empezando a preocupar de verdad. Pensé que el calor me corría por las venas. El suelo daba vueltas y mis pies descalzos sentían el frío del suelo húmedo. ─ ¡Dios mío! ─exclamó mi madre, mientras llamaba a mi padre, toda preocupada. En ese momento me mandó a la cama mientras ella iba a comprar las medicinas para curarme.


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Oía voces con eco, volvía a sentir ese calor como sudor. Pensaba en mis amigos. En el instituto, seguro que hablaban y reían. Creo que me puse aún más enferma pensando por qué yo no podía estar allí. Esa noche me había encontrado tan mal que hasta llamé a mi madre no recuerdo a qué hora. Ella parecía ausente, estaba preocupada pensando en qué me podría estar pasando. Me intenté levantar pero tenía tal mareo que no pude, volví a intentarlo y recorrí lentamente el pasillo hacía su habitación. Mis pies descalzos sentían la fría madera, iba tanteando las paredes para no toparme con ninguna. Llegué hasta la puerta de la habitación de mi madre, la vi sentada en la cama con sus alargadas gafas puestas. Sus ojos verdes miraban al suelo. Llamé a la puerta y como a dos pasos delante de mí, mi madre me observaba con una sonrisa muy floja y un poco falsa. ─Te noto un poco preocupada, ¿qué te ocurre? ─le pregunté. ─Nada cariño, todo está bien, no te preocupes por mí. Siempre me calmaban sus palabras....Yo cerré los ojos y suspiré lentamente intentando llevarme sus palabras muy adentro, ella se levantó sin decir nada y se marchó al baño. Yo la seguí y me volví a la habitación, me eché en la cama, me sentía muy débil. Mis piernas ya no aguantaban más y mis ojos se cerraron en busca del silencio y el descanso. Ya por la mañana mi madre me sirvió el desayuno en una bandeja, tostadas con mermelada de fresa y un chocolate caliente y espumoso. Tenía la boca seca y no podía comentar nada. Mamá me miró con cara triste, me gustaría decirle que la quiero y que no se preocupe, porque seguro que me recuperaría y que dentro de unos días volvería a dar saltos y brincos y podré abrazarla y reír con mis amigos. Todo es muy falso porque hasta que ocurra todo esto falta mucho tiempo. Mi perro vino hacia mí dando brincos. Su pelo resplandeciente y dorado ondeaba. Sus orejas rebotaban, apoyó su húmedo y sano hocico en mi brazo, me miraba con tristeza. Escuché cómo alguien llamó a la puerta y mi madre recibió a la persona que llamó. Era el doctor Valverde. Escuché sus pasos cuando subía las escaleras en compañía de mi madre.


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El doctor se me acercó y me tocó la frente con su larga y templada mano. Me colocó de nuevo el termómetro. ─Tienes cuarenta y dos de fiebre, tendremos que ponerte un trapo húmedo con agua templada. No puedes seguir así, esto es muy preocupante, creo que tu amiguita, la que te pasó este virus, que con ella no se manifestó de forma tan violenta; pero a ti, en cambio, te ha afectado el doble. Tendrás que cuidarte y no salir de tu cama. Vendré a visitarte cada día durante toda la semana. Me tienes muy preocupado. ─Sí, doctor. Ya me pongo el trapo en la frente, pero no ocurre nada de nada. Voy de mal en peor. De repente sonó el teléfono, era mi novio que preguntaba por mí. ─Hola, ¿qué tal está? ─preguntó Marc. ─Pues mal. Ha venido el Doctor y está hablando con ella y dice que tiene mucha fiebre. ─Pues que se mejore y dale un beso de mi parte. A los cinco minutos volvió a sonar el teléfono, era la abuela Julia. De nuevo otro “¿Qué tal está?” ─Pues mal. Ha venido el Doctor y está hablando con ella, dice que tiene mucha fiebre, cuarenta para ser exactos. ─contestó mi madre. Yo estaba escuchando toda la conversación y tenía ganas de que mi abuela Julia viniese a visitarme. Al cabo de cinco minutos el doctor se fue y le dijo a mi madre que me cambiase el trapo de la frente cada vez que se calentara demasiado. Por la mañana del día siguiente, volvió a visitarme el doctor y me dio el alta. Me dijo que había mejorado mucho pero que me anduviese con cuidado, estuve un día de reposo para acabar de mejorar, para sentirme estupendamente. Un día después mi madre me dijo que ya podía ir al instituto, y que les pidiese a mis compañeros los deberes y todos los apuntes. Pensé que al menos por la tarde no tenía clases, porque lo cierto es que estaba muy cansada y débil.


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Aquella tarde saqué a mi perro a pasear un buen rato porque hacía días que no salía de paseo con él y ya lo echaba en falta. Luego, ya en casa, mientras hacía los deberes, sin darme cuenta estaba escribiendo el nombre de mi novio en un papel. Y se me ocurrió que podía ir a verlo. Saqué fuerzas ya que hacía mucho que no nos veíamos y me dirigí a su casa. Cuando llegué a la entrada de la casa, la puerta estaba entreabierta. Grité su nombre y anduve hasta el vestíbulo. Allí lo encontré, estaba tumbado en el suelo. Sin pensármelo dos veces corrí hacia él y apoyé mi cabeza sobre su pecho para comprobar si respiraba, no sabía qué pensar, me fijé en que llevaba su propio nombre escrito en el brazo. Me puse a llorar y llamé a la policía. Estuve llorando sobre su pecho hasta que llegaron los guardias. Cuando volví a casa, mi abuela me estaba esperando con una sonrisa de oreja a oreja, pero le desapareció cuando me vio tan triste, me abrazó y le conté lo sucedido. Me estuvo consolando mucho rato. Me puse a dibujar garabatos porque no sabía qué hacer, tenía el corazón roto. Escribí varias veces con colores el nombre de mi abuela. Bajé para darle de comer al perro y me la encontré tumbada en el suelo del salón, pero lo que me impactó es que tenía su nombre escrito con colores en el brazo. Corrí hacía ella y actué como con mi novio Marc. Esta vez estuve llorando y esperé a que mi madre llegase. Cuando llegó, corrí hacia ella y la abracé asustada. Mi madre, cuando encontró el cadáver de mi abuela, se asustó mucho y estuvimos las dos llorando sin parar. Entonces yo no sabía qué hacer ni qué pensar y llamé a la policía por segunda vez. Cuando llegó la policía mi madre y yo estuvimos muchas horas llorando abrazadas y esperamos la llegada de mi padre. Al día siguiente, me puse a hacer los estúpidos deberes y escribí varias veces el nombre de mi mejor amiga en un papel. Recordé que habíamos quedado para ir al entierro de Marc y salí a buscarla. Llegué a su casa, la puerta estaba abierta. Me adentré en la casa y cuando llegué a su habitación, ahí estaba ella, estaba en el suelo con su nombre escrito en el brazo. Me acerqué rápidamente y comprobé si respiraba. No, nada de nada. Me puse a llorar, y llamé a la policía, me quedé llorando con la cabeza sobre su pecho hasta que llegaron.


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Me obligaron a marcharme a mi casa y me fijé en que mi amiga llevaba escrito el nombre en su pálido brazo... ¿Qué es lo que ocurre? Llamé a mi madre y vino toda escandalizada, me dijo que no era normal, ella me hablaba entre lágrimas. Supuse una cosa y para comprobar si era cierta, escribí el nombre de mi hermano en el techo y escuché que mi madre cerraba la puerta para sacar al perro de paseo. Mi hermano estaba en su habitación sin enterarse de nada, después de escribir su nombre corrí a su habitación y lo vi en el suelo como mi novio, como mi mejor amiga y como mi abuela, con su nombre grabado. Estaba totalmente desesperada, empezaba a pensar que podrían ser imaginaciones mías, los síntomas de mi antigua fiebre. No sabía qué pensar, así que fui corriendo hacia la cocina y escribí mi propio nombre con el cuchillo sobre mi brazo. En una décima de segundo apareció una fría línea roja, que ahora estaba abierta y sangriento. Allí ha empezado mi final. Ahora me quedan pocos segundos para morir realmente, y no sé si existe la reencarnación; si es así, espero volver a nacer siendo un gato o un felino salvaje, son mis animales favoritos. Tampoco me habría importado ser un águila real o un lobo. Ya está. Nada de nada. No veo nada, no siento nada y todo está negro. Asumir la realidad es lo más cruel de las malas noticias. Les deseo suerte a todos, ahora si voy al cielo me encontraré con Marc, y con todos los demás. Espero que allí me pase lo mejor. Adiós.

Julia Manonelles, Mireia Albalate, Nacho Martínez, Judith Mesa. LAS TRES MELLIZAS Y EL AMIGO


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NOCHE DE MIEDO

¡Hoy es la noche de Halloween! Cuatro amigos fuimos aquella mañana a comprar a un centro comercial. Había muchísima gente. Está cerca de Sant Adrià, en Barcelona. Queríamos comprar decorados para la fiesta de esa noche, también comida, y lo más importante, los disfraces..., y es que, además, tuvimos que hacer mucha cola en todas las tiendas. Allí pasamos toda la mañana, particularmente en una tienda donde tenían muchos productos típicos de Halloween. Decidimos comprar unas cuantas cosas: una máscara, unas telarañas, unos muñecos tipo zombis y algunas calaveras. Mis amigos son muy amables y divertidos, aunque algunos tienen un carácter bastante fuerte. Quiero decir que muchas veces se enfadan de verdad. Cuando estábamos caminando por la instalación para ir de vuelta a casa, hubo un apagón en todas las plantas del centro comercial. Nos asustamos mucho porque creíamos que había sido un robo o algún atentado terrorista. A oscuras no notamos nada pero nos robaron las chaquetas, las bolsas y el dinero que llevábamos encima, que no era mucho. Al cabo de unos cuatro minutos volvió la luz y nos dimos cuenta de que nos habían desaparecido la chaquetas, pero no le dimos importancia, quizá solo las habíamos perdido con el susto. Al llegar a casa, los cuatros nos pusimos las máscaras y todo el material de miedo que habíamos comprado. Fuimos a comprobar si asustábamos de verdad y le dimos un susto a mi madre. Casi se desmaya de miedo, dio un grito enorme y cuando vio que éramos nosotros, nos empezamos a reír todos. Ya faltaban pocas horas para que empezara la fiesta, estábamos muy impacientes, con muchas ganas de salir por las calles a pedir caramelos y de ponernos los disfraces. A los cuatro nos encanta esta noche misteriosa. Es nuestra fiesta favorita del año. Decoramos un poco la casa con las calaveras y cuatro telarañas. Ya eran las siete de la tarde y solo faltaban unas tres horas para Halloween. Además de nosotros cuatro, habíamos quedado con otros compañeros de la escuela. Todos teníamos preparada la


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bolsita en forma de calabaza que íbamos a utilizar para pedir caramelos a la gente. Mis caramelos favoritos son los de cola, aunque no sepan exactamente a ese refresco. Cuando oscureció, ya empezaron a ocurrir cosas extrañas. Cuando fui al lugar de la cita con todos los amigos para ir a por caramelos, no había nadie por la calle, ni amigos ni gente corriente. Esperé unos quince minutos pero no aparecían. Cansado de esperar, regresé a mi casa y nada más entrar sonó el teléfono móvil. Eran mis amigos que me decían que dónde estaba, que me estaban esperando. Les expliqué que yo había estado en el lugar antes. Me dieron la dirección y resultó que yo me equivoqué de calle. Fui corriendo y estaban allí. Nos dirigimos a las casas con nuestras calabazas para poner caramelos, llamamos a unas cinco o seis casas, “¿Truco o trato?”. Así nuestras calabazas acabaron llenas de golosinas. Cuando nos hartamos de comer caramelos nos pusimos los disfraces que estaban dentro de la bolsa que traía mi amigo Lucas. Pero la gente nos miraba disfrazados y se reía de nosotros. Empezamos a pensar que no daban miedo; así que fuimos a buscar otros disfraces, los más terroríficos. Con estos sí que asustábamos a los que pasaban por la calle. Algunos hasta nos aplaudían. Hacíamos mucho ruido y estábamos disfrutando de nuestra fiesta favorita. De repente se apagaron las farolas de la calle y toda la iluminación. Eso sí que daba miedo, toda la calle estaba a oscuras y no había apenas nadie. Cuando se encendieron las luces de nuevo, nos faltaban las bolsas de caramelos. Todo era muy extraño, pero una vez más no le dimos importancia, porque creímos que había sido algún amigo gracioso. Pero todo acabó muy bien, a pesar de haber perdido nuestras bolsas de caramelos. Disfrutamos viendo la cara de miedo de las personas que nos veían pasar. Fue una noche inolvidable que esperamos que el año que viene sea como esta o mejor todavía. Ya era muy tarde y nos fuimos a nuestras casas a dormir. Al llegar a mi casa, vi que no había nadie y que faltaban muchos objetos del salón y de las habitaciones. Bajé al sótano para ver si mis padres me estaban gastando una broma y encontré allí todos los caramelos que nos habían desaparecido en la calle. En la parte más oscura del sótano, cerca de una puerta que ya no se utiliza hace años, encontré un rastro de sangre. Me asusté mucho pero pensé al principio que se trataba de alguna mancha de sangre de


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animal. Seguí el rastro y vi como un montón de zombis, sí, de muertos vivientes se estaban devorando a una pobre niña. Efectivamente, la mancha de sangre era de un animal que se habían comido hacía poco rato. Yo, asustado, quería escapar pero al mismo tiempo no podía dejar allí a aquella niña sola; así que cogí la escopeta de mi padre, apunté a varios de ellos cada vez y, en el momento en que ya le iban a morder, maté a cinco de ellos y me escondí. La pequeña estaba horrorizada y en ese momento me vio, y vino hacia mí con sigilo hasta llegar a mi lado. Las bestias furiosas querían vengarse por la carne fresca que les había quitado; pero por fin pudimos salir corriendo de allí, cerré la puerta del desván y justo detrás de mí apareció un zombi despistado que por lo visto estaba vigilando. La niña me advirtió que tenía que recargar la escopeta, lo hice rápidamente y ¡pum! Me cargué a aquel monstruo y el sonido del disparó retumbó por toda la casa. Lo más increíble es que al llamar a mis amigos, resultó que a todos les había pasado lo mismo que a mí. Laura, la niña que salvé en mi sótano, nos explicó que en esa noche de Halloween de 2012 resucitaban los muertos, salían de sus nichos y tumbas en busca de sus familiares para convertirlos en muertos vivientes y llevárselos con ellos al cementerio del Poblenou. La única manera de salvar a nuestros propios padres era ir a buscar el libro de la muerte que se encontraba en la parte más vieja del recinto. Llegamos cuando empezaba a amanecer y nos recibió un hombre huesudo y con la carne algo podrida. Vestía pedazos de ropa negra y portaba en su mano una guadaña enorme y muy afilada. De repente se volvió hacia nosotros y nos dijo: ─Aquí tenéis el libro de la muerte, en él encontraréis el hechizo para salvar a vuestros padres y lograr que los muertos regresen a sus tumbas. ¡Qué los muertos, muertos queden!

Marc Rubio, Marc Sainz, Marga Castro y Eva Tomás. LOS SIN NOMBRE


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