Yaconic 19 - Ilán Rabchinskey

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NÚMERO 19 A Ñ O 5 2 017 yac onic.c om



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DIRECTOR EDITORIAL DANIEL GEYNE danielgeyne@yaconic.com EDITOR EDUARDO H.G. eduardo.h.garay@yaconic.com COEDITOR OTONIEL ZULOAGA otonielzuloaga@yaconic.com EDITOR DE FOTOGRAFÍA MISAEL TORRES misaeltorres@yaconic.com EDITORA GRÁFICA IURHI PEÑA iurhipeña@yaconic.com REPORTEROS MIGUEL J. CRESPO GERENTE COMERCIAL/ RELACIONES PUBLICAS CÉSAR RAÑO cesar.rano@yaconic.com WEB MASTER URIEL LOREDO PRENSA prensa@yaconic.com

COLABORADORES DE ESTE NÚMERO: Adán Ramírez Serret Adrián Román Mariana Mata Renato Farrera Javier Mateos Manuel “Lagraneme” Carrasco Alejandro González Castillo Bibiana Camacho Aura Mendoza J.M. Servín Carlos Velázquez Salvador Verano Miguel Ángel Morales Alberto Acuña Navarijo Jorge Flores Oliver, Blumpi Chepe Ilustración PORTADA Ilán Rabchinskey

EDITORIAL

LA INTUICIÓN Y EL MÉTODO

Sergio González Rodríguez (1950-2017) decía que las versiones oficiales juegan siempre con una apuesta macabra: el olvido, el aburrimiento y la indiferencia. Frente a ello, las expresiones del arte (del lenguaje) pueden adquirir una dimensión proteica, divertida y transgresora. Una vuelta de tuerca que nos lance a confines ignotos de nuestra experiencia. Una apuesta de alto riesgo, sin complacencias, en la que solo tengamos para perder nuestra propia ignorancia. Durante generaciones, la idea de Una revista como la nuestra y todo su contenido explícito e implícito ha transmutado en sus lectores como la posibilidad de enunciar fuera de los Centros, en su propio hábitat. Las historias de este número se cocinaron entre la intuición y el método, la imagen y la palabra, lo clásico y lo nuevo. Con el ingente deseo de ser una propuesta ante lo vacuo. Ahí vamos de nuevo: la construcción de lo alternativo a partir del arte; la cultura vs. la barbarie, como decía y producía Sergio. —Eduardo H.G.

Legales Yaconic. Revista bimestral de distribución gratuita. Publicado por Yaconic S.A. de C.V. Editor responsable Víctor Daniel Geyne Pliego. Todos los derechos reservados, se prohibe la reproducción total o parcial por ningún medio. Número de certificado de reserva de derechos aluso exclusivo 04-2013-031517493700 -102. Los textos aquí publicados son en su totalidad responsabilidad de su autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de Yaconic. Certificado de Licitud de Título y Contenidos No. de expediente CCPRI/3/TC/13/19881.


TRENDIES

Suéter: Scotch & Soda Bermuda: Le Coq Sportif Tenis: Le Coq Sportif

Overol: Scotch & Soda Pág. 5


Fotografia: Misael Torres Maquillaje: Aída Romero Iluminación y producción: Gabo López Asistente de fotografía: Alma Gabriela Valdez Modelo: Sebastián Borges / BROKE Model Management


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AGENDA

JUNIO

ANDY WARHOL. ESTRELLA OSCURA Estrella Oscura, la esperada retrospectiva de Andy Warhol, da cuenta de la diversidad de temas y técnicas que marcaron el arte de Warhol, desde sus pinturas de productos de consumo, hasta sus icónicas series serigráficas.

DEALER - PRIMERA EDICIÓN Feria de ilustración, música, editoriales y diseño. Un evento que encuentra líneas de comunicación entre estas áreas creativas y las reúne en un espacio común. Exposición de Lauren Ys y en la música Gran Sur y Lng/Sht.

MUSEO JUMEX. Miguel de Cervantes Saavedra 303, Miguel Hidalgo. CDMX. 2 de junio - 17 de septiembre. $50 general.

BAZAR FUSIÓN. Londres 37, Col. Juárez, Cuauhtémoc. CDMX. 3 de junio. Entrada libre.

LOS INVENTOS DE DA VINCI Más de 30 reproducciones, tres conciertos y 20 talleres infantiles conforman la exposición Los inventos de Leonardo Da Vinci, del pionero del Renacimiento, artista, músico, pintor, inventor y anatomista. PALACIO DE MINERIA. Tacuba 5, Centro Histórico. CDMX. Hasta el 28 de junio. Entrada libre.

AÑO DUAL ALEMANIA-MÉXICO Con motivo de la clausura del Año Dual Alemania-México 2016-2017, en Plaza de la República habrá clases de alemán, talleres de herramientas, recorridos virtuales y la presentación de Celso Piña, Schlachthofbronx y Nortec Collective.

SYSTEMA SOLAR EN LA BIPO El colectivo Colombiano Systema Solar ha definido su estilo como “Berbenautika”: danza y alegría que combina en vivo cumbia, fandango, champeta y bullerengue, hip hop, house, techno y la mar de recursos.

WELCOME TO PARADISE Con Welcome to Paradise, el fotógrafo mexicano Oswaldo Ruiz activa la investigación y reflexión de la fotografía a través de cada imagen y sus relacion en el espacio; propone así una lógica y una estética de “lo fotográfico”.

PL AZA DE L A REPÚBLIC A . Col. Tabacalera, Cuauhtémoc. CDMX. 9 de junio. Entrada libre.

BIPO SAN ÁNGEL. Av. De La Paz 33 A, San Ángel. CDMX. 16 de junio. General $315.

CENTRO DE LA IMAGEN. CDMX. Hasta el 18 de junio. Plaza de la Ciudadela 2, Centro Histórico. CDMX. Miércoles a domingo entrada libre.


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/JULIO

KING CRIMSON EN EL METROPÓLITAN Los padres del rock progresivo y leyendas de la música, King Crimson, llegan a México. La banda fundada en Londres en 1969 tendrá cinco fechas en suelo azteca como parte de la gira Radical Action Tour.

GAME OF THRONES. TEMPORADA 7 La ovacionada serie creada por David Benioff y D. B. Weiss para HBO llega a su séptima y penúltima temporada. La producción basada en la saga de novelas fantásticas del escritor y guionista George RR Martin se acerca al final.

PORTAL INTERACTIVO LLEGA AL CCD Portal es una iniciativa de arte público creada en 2014 por Amar Bakshi y Michelle Moghtader. A través de pantallas con tecnología audiovisual inmersiva, el público puede interactuar con un extraño en otro lado del mundo.

T E AT R O M E T R OP ÓL I TA N . Av. Independencia No. 90, Cuauhtémoc. CDMX. 14, 15, 16, 18 y 19 de julio. General $480 hasta $2,880.

Original de HBO. Estreno séptima temporada 16 de julio.

CENTRO DE CULTURA DIGITAL. Paseo de Reforma s/n Esquina Lieja, Col. Juárez, CDMX. Hasta el 31 de julio. Entrada libre.

CANDIDA HÖFER EN SAN ILDEFONSO Exposición fotográfica de la artista alemana que ha retratado los colores, estructuras y espacios de recintos emblemáticos del mundo. Imágenes que se distinguen por las atmósferas envolventes que colman la ausencia.

OROZCO Y LOS TEULES, 1947 Basada en la muestra realizada en 1947 por José Clemente Orozco, Los teules es conformada por setenta pinturas y dibujos, con la crónica Historia verdadera de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo como hilo conductor.

LA TEORÍA COMO ACCIÓN. La teoría como acción reconstruye la trayectoria intelectual de Oscar Masotta, pensador, crítico y artista nacido en Buenos Aires en 1930. La muestra ahonda en sus múltiples intereses teóricos: literatura, vanguardia e historieta.

MUSEO ANTIGUO COLEGIO DE SAN ILDEFONSO. Justo Sierra 16, Centro Histórico. CDMX. Hasta el 30 de julio. General $50.

MUSEO DE ARTE CARRILLO GIL. Av. Revolución 1608, Álvaro Obregón. CDMX. Hasta el 6 de agosto. General $45. Domingo entrada libre.

M U A C - U N A M . E s co l a r, C i u d a d Universitaria, Coyoacán. CDMX. Hasta el 13 de agosto. General $20 miércoles y domingo; $40 jueves a sábado.


STORIES


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VIAJE AL NORTE DE LA PIZCA FRUTAL Por Mariana Mata Ilustraciónes: Iurhi Peña Los primeros hombres de la humanidad se caracterizaron por su nomadismo. Avanzar para sobrevivir; adentrarse en nuevos territorios para preservar la especie. Gracias a la recolección pudieron asentarse y comenzar a sembrar. La naturaleza era su hogar, su patio trasero eran ríos, lagos, montañas. El mundo era suyo. Cuatro millones de años después la migración es observada con cierto dejo de “antinaturalidad”; un fenómeno forzado o bien esporádico; vacacional. Nuestra vida se resume al ciclo naces-creces-te-reproduces-y-mueres. Pero en esta explicación hay un par de zonas intermedias que se nos omiten: nacemos, crecemos, estudiamos más de 15 años para conseguir un trabajo que en el mejor de los casos será algo que “nos haga felices”; de lo contrario, será un empleo al que estaremos atados para intentar “vivir mejor”. Resumen: dinero, dinero, dinero. La vida se consume en dinero: para “progresar”, poseer objetos que nos hagan sentir “exitosos”, poder tener hijos… Para morir. Esta nube ideológica de intentar “ser mejor” con un trabajo que no me agradaba, en una ciudad pérfida, gris, henchida de caos y violencia enquistada, me llevó a pensar que quizá debía soslayar esa norma de felicidad godín que me rodeaba. Porque pertenezco a ese grupo de personas al que alguien agrupó en esa definición posmoderna llamada millennials. Sí, esos que vivimos en una cosa llamada virtualidad, de culto a la imagen, atados a una pantalla. Y a veces pienso que, como generación, hemos perdido la capacidad de interacción con el exterior. Todo parece moverse en pos de llenar el Ego, en un paraje de autómatas. Los recuerdos vienen a mí. Días de que ese “tú puedes ser lo que quieras” de la infancia taladraba mi cabeza. Días de que un empleo mal pagado consumía mi espíritu en falsa alegría de quincena. Días de ahogar ese salario en alcohol y drogas variopintas. Días de intuir que más allá, en la periferia de la normalidad, debía haber algo más y yo debía encontrarlo. Porque quizá cuando nos movemos, el combustible que nos impulsa es la acumulación de mierda en la cabeza.


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*** La aventura de la pizca frutal llegó a mí en forma de relato. Tiempo atrás, uno de mis amigos había pasado un verano lleno de correrías, ganado dinero, fumado la mejor mariguana que había probado, vuelto victorioso y con un ánimo renovado. De inmediato, la idea hizo inception en mi cerebro. Tenía 22 años y figuraba como una graduada más en las listas de futuros desempleados de la Ciudad de México. Cinco años después los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) indicarían que en el país, 48 de cada 100 desocupados tendrían completa su educación media superior o superior: un máximo nivel en casi dos décadas y, en el caso de las mujeres, la cifra ascendería a 55 de cada 100. Entonces decidí dejar el turno de ocho horas frente a una computadora en la colonia Condesa, tomar mis 12 mil pesos de patrocinio universitario para pagar pasaporte, visa y el boleto de avión, e ir a trabajar en los campos de fruta a más de tres mil kilómetros al septentrión, en el lugar más caliente de todas las provincias de esa parte del hemisferio. Donde cientos de jóvenes se propagan por los diferentes pueblos del valle en busca de cerezas, manzanas y uvas. Como dice la canción: “Pa´ una ciudad del norte, yo me fui a trabajar”. Viajar con nada más que una mochila no es un viaje de comodidades, pero es una experiencia que se puede convertir en una decisión de vida. En la pizca la ropa limpia no conoce tiempo ni lugar; una cama cómoda y un baño decente son inasibles. (Actualmente, gracias a los datos celulares, internet no es algo alejado de la realidad como lo fue hace unos cinco años). Una vida simple apareció después de dormir por tres meses en un sleeping bag dentro de una casa de campaña, comer gracias a la protección de la imaginación, el Dollarama, las manos y muchos frutos. La ciudad se desvaneció por un tiempo. Vivir para trabajar y así poder viajar se convirtió en mi nueva idea de existencia. Los primeros hombres viajeros me llamaban desde el subconsciente de la historia y yo sentía una imperiosa necesidad de responderles desde aquellos bosques de coníferas, feroces osos y ríos prístinos.

*** Volver… ¿a casa?, fue todo un reto. El ajetreo me era tan ajeno. La prisa con la que caminamos, innecesaria. Con el tiempo entendí ese primer viaje como una rehabilitación: el movimiento funciona como un botón de reset. El campo de trabajo al que pertenezco — periodismo, producción, edición de video, fotografía — está plagado de un puesto que hace algunos años comenzó a figurar en todos lados: el Community Manager, ese ser que pone los títulos para millennials, que incluyen la palabra millennial en cada línea que trata de nada. O sea: millennial. El salario mensual promedio de un periodista en México, de acuerdo con el Observatorio Laboral, oscila entre los 10 mil y 11 mil pesos, que deben servir para pagar renta, alimentación, transporte y —lo que sobra— ocio. Si corres con buena suerte no te tocará viajar cada día seis horas hasta el Mordor de las oficinas capitalinas: Santa Fe, donde el ánimo, la paciencia y todo el tiempo libre se queda embarrado en el asfalto de la avenida Constituyentes. En la pizca mi oficina era un montón de árboles y montañas. Mi herramienta de trabajo no eran mis dedos tecleando como mono en una computadora. Allá solo requería una escalera, un bucket para las cerezas, tijeras para las uvas y otros días un saco para las manzanas. El salario promedio mensual de un trabajador ligado a la comunicación en México, en la pizca equivale a recolectar unos dos días de cereza, cuatro de uva o una semana de manzana. No lo sabía, pero la recolección se convertiría en el único empleo al que desearía volver. *** En la pizca he fumado la mejor marihuana en toda mi vida. He conocido personas de Corea, República Checa, Francia, España, México, Israel, Jamaica, Italia y un buen número de Quebec. He orinado en letrinas; en campos llanos he dejado todo rastro de mi ser enfermo. Después de una ardua jornada (en compañía de mi mente, audífonos y por momentos las voces de mis amigos) la vida se resume en nadar


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en ríos, lagos, caminar por montañas, ver venados, serpientes, arañas, nidos de pájaros… He escuchado historias de vidas impresionantes, de culturas que ni siquiera pensaba que existían. Los dueños de los huertos son de una región en la india llamada Punyab. Su apariencia podría ser como la de cualquier mexicano de no ser por el hecho de que casi todos tienen ojos de color verde, algunos usan turbantes y las historias de su religión incluyen un gurú al que le cortaron la cabeza y aún así peleó contra musulmanes durante 15 kilómetros. Otras historias tienen que ver con una realidad más cercana: la de los campesinos mexicanos, que en sus pueblos llegan a ganar de 50 a 100 pesos por kilo de limones y otros frutos recogidos. En los bosques del norte su vida se va en trabajar por 10 u 11 dólares la hora. Algunos de ellos fueron parte del ejército en algún momento, en Oaxaca o Chiapas, y sus relatos incluyen entrenamientos en Medio Oriente o en Estados Unidos, drogas, persecuciones y balazos. Son personas que trabajan para que sus familias tengan una mejor vida. El último de los barrios que se pueden encontrar allí, y quizá el que integra a más personajes, es el de los pizcadores en movimiento. Jóvenes y veteranos que se reúnen, sin importar su apariencia, y comparten una idea: viajar y conocer el mundo como forma de vida. Ninguno de ellos quiere estar atado a una empresa multinacional. Algunos no han vuelto a casa en algunos años, otros han pizcado durante más de dos décadas. Con el dinero viajan a Latinoamérica, donde los dólares se transforman en una pequeña fortuna. Otros pasan años de su vida dedicados a hacer trimming de marihuana. Me topé con años de viaje, continentes, aeropuertos recorridos e interrogatorios aduanales. Los límites del sistema son habitables,

la utopía existe, aunque este permeada de hedonismo y paranoia fronteriza. Después de la cereza, el valle muere por un par de semanas. Plumps, prunes y uvas de mesa se recogen hasta que llega la temporada de manzana. El clima comienza a cambiar y sabes que el verano termina cuando se amanece con cuatro grados centígrados y las manos se entumen al menor amague de ponerte a recolectar. Para este momento la paga es menor, pero la vida sigue siendo simple. Después llegan las uvas, que terminan al comenzar noviembre. La planilla de empleos alrededor de la pizca también te puede llevar a plantar árboles por dinero, recolectar hongos comestibles en la montaña o pegarte a la montonera que marcha tierra abajo, a California, para continuar con la misión del hippy del siglo XXI. *** Claro, allá no todo es dulce como sus frutos. En el casi un año que he acampado trabajando en esos jardines de hindúes, me han quitado impuestos; y la aventura no se cuenta sin descalabros: pruebas inesperadas que han puesto en tela de juicio mi inteligencia. Camionetas descompuestas a mitad del camino, tener que acampar de emergencia en medio de la noche, correr al hospital por una pierna rota, una picadura de viuda negra, o porque de pronto alguien enloquece. La posibilidad de morir de cáncer después de respirar tanto pesticida ronda en mi mente desde el primer viaje. *** Cuatro años después solo viajo con una mochila de 10 kilos y sigo buscando la rehabilitación de mis condiciones mentales. Durante mi última jornada, encontré en las palabras de un joven punjabi lo que buscaba al escapar de la ciudad: somos parte del universo


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y debemos dejar de angustiarnos por el pasado, o preocuparnos, ansiosos, por el futuro. La vida se construye en el presente. Todo es breve. Somos frágiles y las cosas cambian de un día a otro. El sedentarismo es nuestra norma en este siglo XXI. Pero la realidad es que ser nómadas es algo inherente al hombre, así como el cambio constante. Entonces, ¿por qué vivir siempre en la ciudad, atrapado en una oficina? Opciones, existen opciones, lo único que nos aleja de ellas es la decisión de mandar todo al diablo y saltar al vacío. La inteligencia es la capacidad de resolver problemas, no solo un montón de datos aprendidos desde la infancia. He visto que el dinero sí crece en los árboles, o en un montón de trabajos y programas de voluntariado alrededor del mundo. Bien, soy intolerante a la frustración, a mi constante aburrimiento debido a la monotonía. Soy un caso de hiperactividad y ansiedad que encuentra la simpleza, la funcionalidad y la improvisación en el viaje al norte de la pizca frutal. Creo que, al final, mi vida se resumirá en el mayor número de experiencias que pueda recodar. Los primeros hombres de la humanidad se caracterizaron por su nomadismo, ya saben a qué me refiero.

—Mariana Mata estudió ciencias de la comunicación en la UNAM. Escribe y alterna ser godín con periodos de vagabundez.


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LA TOMA POLÍTICA DE LA AYAHUASCA La ayahuasca, también conocida como yagé, daime o nishi cobin, es una bebida sagrada y milenaria usada con fines terapéuticos y espirituales por los pueblos de la Amazonia desde hace más de cinco siglos. Mezcla de dos plantas, la enredadera de ayahuasca (Banisteriopsis caapi) y la chacruna (Psychotria viridis), el alucinógeno adquiere cada vez más presencia fuera del Amazonas, pero un viaje a las profundidades del Putumayo, en Colombia, da cuenta de su uso político-ritual, casi en estado puro, entre la densidad de la selva y el cerco de la guerrilla.

Por Renato Farrera Fotos: Javier Mateos Durante muchos años Javier asistió con terapeutas para procesar el suicidio de su madre, pero el dolor evadía el análisis de los psicólogos. El sufrimiento ya se había somatizado con arranques de asma y ataques de pánico. Sin embargo, lo que no habían logrado tres psicólogos y seis años de terapia en San Antonio, Texas, la ayahuasca lo logró en solo una sesión. “La primera vez que tomé ayahuasca tuve la visión de una bola negra en la boca del estómago. Era una bola densa, pesada. Empecé a vomitar. Estuve vomite y vomite y vomite”.El taita pasaba por ahí y se acercó a Javier. Le dijo, con su acento colombiano, que siguiera vomitando. “Sígale, que usté está entero”. Javier podía ver cómo la bola negra subía de su estómago a la garganta, hasta que empezó a salir. Al final, cuando quedaba solo un poco, hizo buches con agua y sacó todo. El taita se volvió a acercar para preguntarle si estaba bien.


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A Javier “le cayó el veinte de putazo”: “Me di cuenta de la razón de mi tristeza, de mi sufrimiento. Me llevé las manos a la cabeza y estuve unos segundos así hasta que me dije: ‘No mames… ¡eres un tonto!’… la tristeza estaba ahí como una manera de recordar a mi madre. Librarme de ese sentimiento era como si fuera a olvidarla. Me di cuenta que ella sufrió mucho. Había sido víctima de otras personas que a su vez también habían sido víctimas. Y yo tenía que romper con eso”. “Cuando uno siente dolor se da cuenta que es el ego el que pelea para que no lo olvides —me dice Javier mientras sus manos se mueven sobre su pecho, a la altura de su corazón, dejando expuestos los tatuajes de sus brazos como vestigios de una mitología incomprendida—. Se aferra a ti, es necio y sabe cómo manipularte. Por eso hay que escuchar al corazón, más corazón y menos mente”. Taita es un vocablo que se usa en algunas regiones de Latinoamérica para señalar al padre espiritual o protector en los rituales de ayahuasca. El taita que guió a Javier se llama Andrés Córdoba. Actualmente Javier continúa su discipulado en el yagé bajo la tutela de Andrés y lo ha seguido por Estados Unidos, México y Suramérica.

El taita funkmetalero Andrés Córdoba tiene una mirada penetrante. Mide alrededor de un metro con sesenta centímetros y tiene el cabello negro y largo, como su barba. Nació hace aproximadamente 40 años en el ejido de San Juan de Pasto, un pequeño municipio del departamento de Nariño en el sudoeste de Colombia. Como su madre trabajaba, lo llevó a vivir a Colón, donde fue educado por una “madre de crianza”. Cuando Andrés tenía 12 años se mudó con su familia a Cali buscando nuevas oportunidades. En la adolescencia comenzó a tocar la ocarina y las flautas en una banda de metal folclórico. A esa edad también era un buscapleitos y ya lo habían intentado matar dos veces:

La primera mientras caminaba por la calle y lo rodearon siete personas, que lo apuñalaron. Andrés alcanzó a meterse a un bar pero ya estaba lastimado. La gente le hablaba para que no se quedara dormido y apenas logró llegar al hospital. La segunda ocasión caminaba por un callejón atrás de un mall con un amigo, cuando detectó que se acercaba una moto con dos personas. Las matanzas en moto eran un clásico de ejecución en la Colombia de los ochenta, así que cuando los vio, Andrés se mantuvo alerta. La moto se acercó y el copiloto hizo un gesto extraño. Andrés reaccionó de inmediato, empujó a su amigo y se tiró del otro lado en una fracción de segundo. El eco de la pólvora dejó su ruido sordo y Andrés intentó incorporarse. Sintió la herida: la bala lo había atravesado. Después de estos dos incidentes y tres intentos de suicidio, se internó en la selva para tomar yagé con los Cofanes, un pueblo ancestral que habita al noroccidente de la Amazonía, en la frontera entre Colombia y Ecuador, y que utiliza la ceremonia de la ayahuasca para acceder a sabiduría ancestral. Los abuelos Cofanes se dieron cuenta que Andrés tenía un don y lo invitaron a participar en sus rituales. Andrés comenzó ayudando a llevar el sahumerio y el agua, y con algunos quehaceres en el templo. Después se metió al discipulado. En este, los aprendices toman ayahuasca diario, durante mucho tiempo. Los abuelos Cofanes le apodaban “El duende” porque la ayahuasca le provocaba unas catarsis que lo revolcaban. Por eso y por su apariencia física. Cuando finalizó el discipulado, los Cofanes lo certificaron como médico tradicional. Entonces Andrés decidió llevar el yagé a la ciudad, a las zonas pobres. Comenzó en el barrio de Yira Castro —la comuna donde había crecido—, una pequeña localidad al suroeste de Cali en la que abundan las pandillas. Algunos taitas le habían advertido sobre los riesgos de la misión. Y es que cuando llega un líder espiritual a tratar de rehabilitar personas que están en las pandillas, cierto núcleo de poder se ve atacado. Pero Andrés sabía que era en los barrios pobres donde hacía más falta el yagé, pues ahí es donde está la violencia, el alcoholismo, la drogadicción; donde las personas pierden la fortaleza del espíritu. Javier viajó a Colombia cuando se enteró que Andrés Córdoba tenía un grupo que buscaba rehabilitar a los jóvenes adictos y alejarlos de la delincuencia con el uso de la ayahuasca.


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La toma política del yagé En otro de sus viajes, y luego de aterrizar en Medellín, Javier se trasladó al alto Putumayo, al pueblo de Colón, en un grupo conformado por colombianos, venezolanos, ecuatorianos y algunos estadunidenses. En el Putumayo los Andes se juntan con el Amazonas. El clima es húmedo y frío; el aliento de la selva se extiende entre las arboledas y deja su tacto helado. Cada veinte minutos la lluvia cae en forma de una ligera llovizna y el fango se acumula por doquier. El grupo de Javier se encontraría con el taita Andrés Córdoba para participar en una toma política de yagé. En la región amazónica y cada vez más fuera de esta, las ceremonias de ayahuasca tienen fines terapéuticos y espirituales, pero existe una diferencia entre el tipo de ritual. Por un lado se encuentran las tomas normales, abiertas al público, que son guiadas por un taita, con sus cantos. También existen las llamadas tomas de discipulado, solo abiertas a las personas más cercanas al taita. Estas tienen una connotación más fuerte: los discípulos superan el malestar físico durante la ingesta y adquieren cierta facilidad de palabra. Se dice que el discípulo habla directo del corazón, pero quien realmente se expresa es el Espíritu Santo. Por otro lado, las tomas políticas son ceremonias muy especiales, reservadas para un grupo selecto. En estas se juntan las familias más importantes de los pueblos: delegados políticos, gobernadores, taitas… es decir, personas que tienen una fuerza política y que están en “puestos clave”. En la toma política se toma el yagé para “hablar con el corazón y dejar fuera el ego”. “El ego habla, el alma escucha”, dicen los taitas. Las tomas políticas son un vehículo tradicional para tomar decisiones, arreglar temas comunales y mantener viva la memoria de los pueblos. Desde hace mucho tiempo las comunidades indígenas del Putumayo han sido violentadas por empresas internacionales que buscan tomar ventaja de los recursos de la zona. Movidas por intereses geopolíticos, se lanzan para apropiarse de asentamientos energéticos: yacimientos petroleros, minas de metales preciosos y mantos acuíferos, principalmente. Pero la ambición de los grandes capitales no es la única amenaza para las comunidades. El gobierno, en su intento por hacer despliegues contra la guerrilla, ha legitimado el uso de glifosato (un herbicida de amplio espectro) para exterminar las plantaciones de coca, contaminando huertos, agua y ganado. La toma en la que participaría Javier, en el grupo que conducía el taita Andrés Córdoba, se organizó para hacer frente a las transnacionales. La ceremonia se llevaría a cabo en el cabildo (el equivalente al palacio municipal). Las tomas políticas generalmente buscan realizarse en malocas: una estructura circular, sagrada, que representa el centro del universo y donde viven los antepasados.


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La rasca, la pinta, la borrachera Una vez en Colón, el grupo de Javier se hospedó en un hostal a la espera del taita Andrés Córdoba. Pero este no llegó solo, con él se encontraba otro taita, Richard, un joven de 26 años que ya era conocido como curandero en todo el bajo Putumayo. De mirada reacia, Richard vivía alejado de todo, y solo era posible llegar a su casa en lancha. Ya con los dos taitas a bordo, la siguiente parada fue la casa de uno de los ahijados (hijo espiritual) de Andrés, William, que se encontraba en el pueblo de Santiago, cerca de donde sería la toma. El grupo comería cuy (una especie de roedor doméstico característico de la región) rostizado con arroz blanco y papas al vapor. Javier comió la piel y dejó las entrañas, pero estas fueron alcanzadas en la mesa por Richard, so pretexto de no desperdiciar nada y de que se debe comer bien antes de una toma. En las ciudades existe una falsa creencia sobre los preparativos para la toma de ayahuasca. Se pide que semanas antes los participantes hagan una dieta especial, sin carnes rojas, picante o alcohol. Deben de tomar zumo de frutas un día antes. (En algunas ceremonias se pide ir en ayunas). Pero en Colombia si uno se va a purgar “hay que estar fuertes”. A las seis de la tarde comenzó a bajar el sol. Andrés les comunicó que la toma ya no sería en el cabildo, sino en la casa del gobernador. El grupo abordó un par de taxis y se dirigió a las afueras del pueblo. Luego caminaron entre la selva, el lodo y la humedad, y se metieron por una vereda hasta que llegaron a una colina. Ahí, en lo alto, estaba la casa del gobernador, pero al acercarse no escucharon ningún ruido.

Todavía debían pasar un alambre de púas cercano, caminar colina arriba, entre la maleza. Ahí, en medio de la oscuridad, había una luz: esa era la casa del gobernador. Al cabo de cuarenta minutos de caminar con las piernas metidas en el lodo hasta las rodillas, el grupo llegó a una casa muy antigua, la del padre difunto del gobernador. Javier no veía casi nada, pero podía escuchar el murmullo de las personas. Caminaron dirigidos por algunos focos tenues a un cuarto donde había un ropero antiguo de madera y bancas hinchadas por la humedad. Luego pasaron al cuarto de un fogón construido con ladrillo al ras del piso. El fuego era alimentado con madera húmeda, por lo que el humo lo llenaba todo. El agua de lluvia se había colado entre las goteras dejando charcos en el piso y los focos de la casa apenas alumbraban a las personas, que parecían espectros que se desvanecían. El gobernador se puso de pie y sus botas de plástico chapotearon en el agua. La gente empezó a meter las bancas al área del fuego y otros cargaron la mesa donde estaba el yagé. En las ceremonias de la ciudad se acostumbra diluir el yagé con agua para hacerlo menos denso. Pero el taita Richard no lo disolvió: ofreció la medicina sin rebajarla. Javier tomó la copa y dio un sorbo amargo y espeso. Era un sabor a tierra y árbol. Sintió como si pasara aceite; un trago de lodo resbalando por su garganta. Una vez que todos los asistentes tomaron ayahuasca se quedaron contemplando el fuego, en silencio, esperando que la bebida incendiara su espíritu. El taita Richard, con un penacho de plumas de guacamayo en la cabeza y un collar de dientes de tigre que colgaba de su pecho, comenzó a “echar rezo”. El yagé hace primero una limpieza física y después espiritual. Cuando limpia el cuerpo “de energías negativas” llega “la rasca”. Al desintoxicar el cuerpo, desintoxica el alma. “La rasca” pega fuerte. Las personas gritaban, se tiraban al piso y pataleaban. Otras tantas corrían fuera de la casa, al baño, a vomitar o para buscar aire fresco. A Javier “la rasca” le llegó con un dolor de estómago. Corrió a unas letrinas y vomitó durante veinte minutos, sin descanso. Después llegó la diarrea. Cuando estaba sentado en la fosa séptica se dio cuenta de que algo andaba mal.


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Me tengo que mover de aquí, necesito salirme, estoy perdiendo mucho líquido, pensó, y con la poca fuerza que tenía salió a vomitar a la tierra. Al regresar se dio cuenta que había muy poca agua. Tenía sed, frío y tenía que resolver alguna de las dos, así que fue al cuarto de al lado del fogón a buscar su sleeping bag. Cuando entró, la habitación ya había sido devorada por las sombras. Después de la limpieza física llega “la pinta”, las visiones. La visión es una proyección interna; pueden ser episodios de vida reprimidos que de pronto emergen a la conciencia. También, la conciencia puede abrirse hacia “canales de energía” que normalmente no se ven, como geometría, fractales o mándalas. La ayahuasca no es un alucinógeno, no modifica la realidad, le da forma. Durante “la pinta” los delegados comenzaron a hablar sin parar sobre la historia de los pueblos y los vicios del “hombre blanco”. Hablaron toda la noche. De resistencia, de revolución, del papel del indígena en el mundo actual. Hablaron de la Conquista, de cómo les quitaron la tierra a los indígenas. Describieron el materialismo del mestizo y del “hombre blanco”, de cómo este trajo la avaricia, y de la creencia que tiene de ser superior a la naturaleza. La plática, frenética, se intercalaba con cuentos, fábulas y leyendas. Los indígenas mantienen vivos sus conocimientos mediante la oralidad. Todo lo decían llenos de pasión, de coraje, como una forma de subversión o un acto revolucionario ante el exterminio. Javier se quedó acostado en aquél cuarto oscuro, escuchando y sufriendo. Después de un rato, mientras permanecía envuelto en el sleeping bag, escuchó que lo llamaban. Los calambres le perforaban los huesos. “Dios mío, ayúdame, me siento muy mal… tengo mucho frío”, murmuraba. Había perdido muchos líquidos y para ese momento comenzó a hiperventilar. Después llegaron las lágrimas. Desesperado, quería que el frío se alejara, pero este “frio” era el yagé, que estaba sacando todo su dolor.

Foto: especial

“¿Que pasó ahijado, cómo está?”, le dijo Andrés cuando lo encontró envuelto en el sleeping bag. “Échele ganas que usté es un guerrero. Los guerreros vienen y se forjan en el Putumayo. Usté aguante, usté aguante”. Después, el taita se puso de pie y salió rumbo al área del fogón. Javier estuvo acostado por alrededor de dos horas hasta que se sintió mejor. Poco a poco le regresó la fuerza. Logró sentarse y entró en la tercera etapa de la ayahuasca: “la borrachera”. Ocurre una vez que pasa el efecto de “la pinta”. La gente se siente ebria y se manifiesta la sabiduría del yagé. A las cuatro de la mañana Andrés llamó a Javier para que se pusiera a su lado. Le susurró: “Va a tocar aguantarnos aquí, no podremos llegar al bajo Putumayo. Mañana la guerrilla va a tomar la ciudad de Puerto Asís”.


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La guerrilla selva adentro Gran parte de las rutas que usan las FARC en el trasiego de la cocaína cruza territorio indígena. La guerrilla reconoce a los médicos tradicionales y a los indígenas y los dejan en paz. Dado que hay intereses de compañías por explotar los recursos de esos territorios, las comunidades indígenas y las FARC tienen un interés en común: alejar a las transnacionales de la selva. Pero los motivos son diferentes: los pueblos para evitar el exterminio y el respeto por sus tierras, las FARC para tener los caminos despejados. No hay fricción entre ellos porque el indígena no se dedica a sembrar la planta de coca y si lo hace es para uso ceremonial. El taita Richard había recibido la advertencia que le susurró a Javier a través de una red de contactos. Seguir con el viaje como lo tenían programado era exponerse demasiado. La última vez que tomaron los caminos se quedaron tres meses en paro. Nadie entraba, nadie salía. Dos días después, mientras continuaban su recorrido, Javier leería en un periódico en Sibundoy que la guerrilla había detonado un artefacto en un oleoducto en la vereda el Luzón, provocando un incendio que obligó a cerrar las carreteras.

Los viajeros del tiempo Para los indígenas de la Amazonia, la gente, como los animales, son espíritus, energía. Y esas energías tienen ciclos. Los nativos saben que con la Conquista hubo mucho sufrimiento, y muchas muertes acabaron con sus tradiciones, su cosmovisión y su sabiduría. Esto creó una división entre el indígena y el “hombre blanco”, y se creó un rencor muy fuerte. Sin embargo, dicen, un ciclo se está cumpliendo.

Esta es la razón por la que “el hombre blanco” regresa nuevamente a la búsqueda de la ayahuasca; ha pasado tanto tiempo que esos mismos espíritus que murieron en la Conquista están regresando a reconocer las tradiciones originarias: las plantas sagradas. Y regresan en forma de mestizos. Por eso, las personas que están atraídas por el yagé son llamados “los viajeros del tiempo”. Como Javier, durante la toma política en el alto Putumayo.

—Rubén Falconi es poeta y cronista; es autor del volumen El árbol del ahorcado (2014).



LAS ÚLTIMAS PELUQUERÍAS

Por Daniel Geyne Fuera de su trajín cotidiano, pasmoso y trepidante, las ciudades aguardan sus propias máquinas del tiempo: recovecos en los que rompieron las olas de las décadas, y en cuyos resquicios sobrevive una estampa, casi siempre borrosa, de un “pasado mejor”. Las últimas peluquerías de la ciudad sobreviven adscritas a sus operadores y dueños, como si en esos locales añejos transmutara un pedazo de la vitalidad de esos viejos de pelo blanco, piel arrugada y memorias que zigzaguean entre los buenos y anteriores tiempos y un presente asolador del que se despiden cada día un poco más.


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Como otros oficios de antaño (incluso, en algunos casos, en el de los ladrones viejos), el del peluquero conserva códigos que transitan entre cierto concepto de elegancia y formalidad remota hoy extinta, y el desarrollo mismo de la vida en las calles que dieron forma a una ciudad que, como Cronos, devora a sus hijos en una suerte de relación caníbal irredenta. En las peluquerías el barrio se mantiene vivo, mientras y no por mucho. Un corte de pelo no es corte de pelo, sino la extensión de un rito de renovación estética. En su sentido extremo, la peluquería significa cierto espacio de asepsia en el que, de niño, se hace de todo para no caer en esa silla giratoria, sobre la que ese dentista del cabello ha de despojarnos del Yo que guardamos bajo pelo. La identidad escurre por la manta en forma de queratina, al olvido. La peluquería es, todavía, espacio de echar ojo a la nota roja y a la amarilla: dos ventanas que, muchas veces publicadas en la misma portada de un periódico, revelan la condición de un país cuyos humos de violencia y morbo se mantienen al acecho a la vuelta de la hoja y de las centurias. Pero, cabe la pregunta, ¿sobrevivirán las peluquerías a las demoledoras de la gentrificación, la especulación y la nostalgia por todo ese tiempo pasado fue mejor? Una navaja se afila mientras tanto.


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—Daniel Geyne es fotógrafo, documentalista y director en Yaconic.


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DISCOS REVANCHA Por Manuel “Lagraneme” Carrasco

Special Night Lee Fields & The Expressions

Function Underground V/A Now-Again

Big Crown Records

Lee Fields se ha abierto camino en este milenio con su voz de cantante de soul clásico. Asociado a los músicos del sello brooklynita Daptone, Fields entregó en 2016 uno de los mejores discos de soul de los recientes cinco años. Special Night fue producido por el baterista Leon Michels, líder de la banda de soul instrumental El Michels Affair, y por el guitarrista Thomas Brenneck, uno de los músicos de sesión de Daptone y en algún momento colaborador de Amy Winehouse. La voz agridulce de Fields es capaz de transmitir el sentimiento propio del género justo como lo definieron Sam Cooke y después Otis Redding. A la fórmula, ya de por sí exitosa, se le agregó una dosis de soul y funk moderno que lo desmarca de otros nombres exitosos del soul actual. El viejo Lee debe ser mencionado como uno de los artífices en el renacimiento del soul y como uno de los herederos del legado de Sharon Jones.

30 Sixties Garage, Punk & Psych Monsters Keb Darge & Cut Chemist

The Unseen Quasimoto Stones Throw Records

BBE

El sello Now-Again, fundado por Egon (aliado de Madlib y Peanut Butter Wolf de Stones Throw), es uno de los más respetados cuando se habla de reediciones: ha reeditado zamrock (rock de Zambia), funk/rock de Indonesia y parte de la obra del legendario grupo de funk alemán Whitefield Brothers. Para el Record Store Day de 2017, NowAgain realizó una investigación acerca de bandas de funk/rock psicodélico de afroamericanos y latinos durante los setenta. La selección toma en cuenta algunos nombres conocidos como Michael Liggins y los Blacklites pero eso solo es la punta de iceberg: incluye doce pistas fundacionales del rock psicodélico americano que desafortunadamente no recibieron la atención que merecían cuando fueron lanzadas. Encontrar los siete pulgadas originales es complicado y caro, así que si quieren escuchar distorsiones y atmósferas de psicodelia latina y afroamericana esta es su mejor opción. Seguramente, Function Underground se ubicará dentro de las reediciones más solicitadas este año.

Keb Darge es uno de los coleccionistas de discos más respetados alrededor del mundo. Su especialidad siempre ha sido el deep funk (género que él ayudó a definir) del cual ha hecho varias compilaciones con varios sellos. Su otra especialidad es el rockabilly y garage de los sesenta y setenta. Hace unos meses el sello inglés BBE comisionó a Darge y a Cut Chemist (tornamesista de talla mundial, asociado a DJ Shadow y otrora integrante del seminal grupo de rap de Los Ángeles, Jurassic 5) para que hicieran una selección de garage y punk de los sesenta. Con lo mencionado antes es fácil deducir que el material que incluye esta compilación doble es altamente flamable. Las grabaciones incluidas son extremadamente difíciles de conseguir, así que si se quieren hacer de una fina selección de garage sesentero no hay mejor opción. Con Darge y Cut Chemist no se puede fallar.

El disco debut del personaje amarillo más violento de California es original del año 2000. La invención amarilla de Madlib comenzó como una broma entre el mismo Otis Jackson Jr. y sus vecinos. A Madlib no le gustaba cómo sonaba su voz cuando rapeaba así que decidió alterar su tono para que sonara como si estuviera usando helio. El resultado son rimas llenas de violencia, cultura pop y humor marihuano. El primer track acertadamente se titula “Welcome to Violence” y ahí comienza este viaje de psicodelia y sampleos oscuros al estilo Madlib, acompañado por la enrarecida voz de uno de los productores más prolíficos en la historia del hip hop. Este álbum debut le ganó a Quasimoto convertirse en una figura referencia en la cultura hip hoper de California y al mismo tiempo hacer el cross-over a otras audiencias no necesariamente involucradas con el hip hop. Quas debe ser de los personajes animados más populares y regularmente se le puede encontrar en imágenes que presentan apuñalando personajes de Plaza Sésamo o destruyendo androides de Star Wars. Sin artilugios.

—Manuel “Lagraneme” Carrasco es el dueño de Revancha (revanchadf.com), la tienda de vinilos orientada los ritmos de la diáspora africana, y condujo por once años el programa Scratchamama en Ibero 90.9 FM, dedicado devocionalmente al hip hop.


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DOSSIER

AMY WINEHOUSEHO

DOSSIERE AMY WINEHOUSE PORTADA


1. AMY: PURAS DROGAS DURAS Por Alejandro González Castillo “Cuando estoy con un hombre, hago que se sienta como un rey. No espero que me trate como una reina si yo no le doy lo que necesita. Pero si lo doy todo, espero que también me lo dé todo a cambio. Y punto. Soy muy tradicional. Cocinaré y limpiaré para él, le plancharé las camisas. Pero eso significa que cuando quiera que se porte como un hombre deberá hacerlo. Si alguien se pasa conmigo, será él quien se presente en su casa con un bate de béisbol”. Ahí la declaración de principios que Amy Winehouse sostenía si se le preguntaba respecto a su visión del amor. Y vaya que le fue fiel a su discurso y, naturalmente, operó en consecuencia con el depositario de sus más descarnadas pasiones: Blake Fielder. La pareja se conoció en 2005, en un pub de Camden Town, en Londres. Aquel no fue un flechazo de cupido, sino un zarpazo mortal soltado por el demonio. Apenas un mes después del primer encuentro, Amy ya tenía el nombre del tipo tatuado en el pecho. Y no es que la cantante fuera una santa con rosario colgando del cuello para entonces, de hecho bebía cual cosaco; sin embargo, fue Blake quien le presentó las drogas que en el futuro dominarían su dieta alimenticia para llevarla a la funeraria. La cita con el destino de ese par desataría en la intérprete varias de las bestias que hasta entonces se mantenían bien atadas; aunque, para la buena fortuna de la música, todos esos animales salvajes resultarían provechosos para su desempeño artístico. Y es que habría que destacar que Frank (2003), el álbum que entonces la inglesa tenía en las tiendas de discos, no era precisamente un dechado de bondades. Ahí estaba la voz, la figura; se ausentaba la fiereza apasionada que Billie Holiday poseía. Nadie lo sabía entonces, pero Fielder sería quien desanudaría las sogas que mantenían bajo control a Amy cuando este decidió volver con su ex, tras pasar un efímero romance con la artista. Meses de bloqueo creativo vivió la abandonada al enterarse del suceso, no obstante volvería a las andadas sonoras con una facha diferente y una forma de confrontar la vida también distinta: delgadísima, como un palillo para dientes; forrada de tatuajes, cual presidiaria mala madre; con una cabellera encrespada, tan aparatosa como una tostadora; y el maquillaje remarcado con plumón grueso, como fémina de vida galante. Además, la nueva Winehouse regresó para llevarse las palmas de todos con un disco que vaya que la acercaba a Holiday, su ídolo de toda la vida: Back to black (2006). Sí, el dolor hizo que pintara su alma de negro, un color que le sentaba de maravilla. “No soy alcohólica. Si bebo, es un síntoma de depresión o aburrimiento, pero la gente no lo ve del mismo modo. Solo ve la superficie y cree que la rehabilitación es la clave”. Las palabras soltadas por Winehouse en aquella época (aludiendo a la canción “Rehab”) dejan bien claro que la mujer estaba al tanto de cuál era su problema y cómo había que atacarlo. La situación era que para combatir la depresión y el aburrimiento solo había una medicina, y esta llevaba por nombre Blake. La buena noticia fue que, obligada a no ver al sujeto, el síndrome de abstinencia orilló a la compositora a escribir un puñado de canciones en el que retrató su sufrimiento con una honestidad atroz. Un tema como el que da título a Back to black


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o uno más como “Love is a losing game” no dejan espacio para dudar: sin la escapada de Fielder, Amy muy probablemente jamás hubiese ido más lejos de lo alcanzado con Frank. La ausencia amorosa duró lo justo, finalmente, pues no pasaría mucho tiempo para que esos dos volvieran a encontrarse; empero, para entonces a la pareja ya no le bastaban los besos para mantenerse a gusto. Comparados con Sid y Nancy, con Pete Doherty y Kate Moss, Amy y Blake pronto ocuparon las primeras planas de las publicaciones más amarillas de la isla inglesa. De hecho, literalmente mantuvieron activas las ventas de esos tabloides por meses. Sus juergas, correrías infinitas por los pubs de Camden donde el vodka corría por cántaros, madrugadas salvajes cruzando la ciudad en taxi con tal de encontrar crack, se volvieron tan célebres como en su tiempo lo fueron los discursos pacifistas de John y Yoko y las gamberradas de los hermanos Gallagher. El siguiente paso, por obviedad, fue ascender a la primera división de las adicciones. Gastando alrededor de 700 dólares al día en drogas, la dupla gozó sabroso su estancia bajo los reflectores a punta de alcohol, éxtasis, cocaína y heroína. Resulta hoy día impactante apreciar lo rápido que la de los tatuajes cambió a partir de entonces, cómo se fue transformando en un cadáver andante gracias a la bulimia que padecía y, por supuesto, a las drogas que sus entrañas alojaban. Para esos días, hay que decir, Amy y Blake ya estaban casados. El matrimonio no duraría mucho, sin embargo. Divorciados, con él tras las rejas y ella deambulando ebria y drogada por las calles, el final parecía acercarse. Apareció un nuevo hombre en la vida de la intérprete, ciertamente: Reg Traviss. Pero no dio la talla. Aquélla necesitaba tortura, miseria. Pasión. Desgarbo. Intentó rehabilitarse y procuró también olvidar a Blake. Nada funcionó. Sin remedio, aquel zarpazo diabólico que recibió años tras en un pub, a la orilla de una mesa de billar, la había partido en dos. Enferma, desilusionada, adicta, solitaria y aún enamorada, sufría de enfisema pulmonar cuando fue encontrada muerta luego de caer en un coma etílico. Tres botellas vacías de vodka había a los pies de la cama que la abrazó por última vez. Los análisis arrojaron resultados importantes: en su organismo había 416 miligramos de alcohol por decilitro de sangre cuando 350 resultan letales. “Love is al losing game” cantaba Amy, y lo hacía con un estoicismo ejemplar, tal vez segura del final que se avecinaba. Imposibilitada quizá para diferenciar entre pasiones, pero lista para la entrega absoluta. Sí, siempre preparada para darlo todo. Porque para ella, beber era como regalar un beso a la hora precisa; y recibir el abrazo más tierno, un acto tan dulce como esnifar la coca más pura. Drogas duras las suyas, pues.

—Alejandro González Castillo es escritor y periodista musical. Es co-cordinador del libro 100 discos esenciales del rock mexicano (2012). No tiene ningún tatuaje.


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2. FOREVER BACK TO BLACK Por Bibiana Camacho De nada le sirvió a Amy Winehouse haber ganado cinco Premios Grammy de los seis a los que estaba nominada en 2009 y haber vendido 2.7 millones de álbums. El 23 de julio del 2011, moriría a los 27 años, la precoz joven que asistió a la Sylvia Young Theater School en Londres y luego a la BRIT School for Performing Arts and Technology, una escuela gratuita de arte de donde han salido varias artistas de pop como Ms. Allen y Adele.

Back to black Cualquier artista que inicie y termine un álbum con las canciones “Rehab” y “Addicted” tiene una historia que contar. Amy tuvo muchas. En una entrevista con Los Angeles Times en 2007, cuenta cómo una ruptura inspiró Back to black (2006), y definió su estado anímico en términos de música y alcohol: “No quería despertar bebiendo y llorando y escuchando a Shangri-Las, y luego ir a dormir, y despertar a beber de nuevo y volver a escuchar a Shangri-Las… me puse a escribir las canciones que quería escuchar.” En efecto, la lírica del álbum anuncia la fatalidad; sus letras repiten una y otra vez que las cosas son como son y no tiene ningún caso luchar en contra. Sus letras escavan en las profundidades del alma.Y su vision del amor es aquella temeraria, desesperanzada, masoquista, una que se parece mucho a la adicción a las drogas. Algunas de sus canciones dicen claramente que la felicidad o algo que se le parezca solo ocurre cuando uno tiene a la mano a un hombre, un trago, una droga; o todo junto. Sin duda, Amy no hubiera logrado aterrizar esas letras sin la ayuda de los productores Mark Ronson y Salaam Remi, quienes le sacaron lo mejor, y lograron una equilibrada combinación entre hip hop y soul. De hecho, estos productores han sido artífices de importantes producciones musicales como la banda retro-soul Dap-Kings. Ronson y Remi conviertieron a Winehouse en una estrella internacional, a través de composiciones musicales tan boyantes y llenas de vida que logran transmitir la desesperación, el desamor y la adicción; a través de reminisencias de Frank Sinatra, Billie Holyday, Thelonious Monk, Motown y Nas, el rapero de Nueva York con uno ojo agudo para los detalles narrativos. La peculiar voz de Winehouse fue fundamental para el éxito de Back to black. Nos remite a una mezcla de gin con cigarros y su tesitura es la de una cantante clásica de blues y jazz. Amy fraseaba de manera casual pero confidencial. Su voz es la de los derrotados, los que están peligrosamente enamorados y logra una agridulce dicotomía entre la belleza y la fatalidad.


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Singles Independientemente de las famosas canciones “Rehab” y “You know I’m no good”, hay otras en Back to black en las que vale la pena detenerse un momento. “Love is a losing game”es el principio del final, la conciencia resignada de una relación destinada a morir; sin embargo, la actitud de Amy es de enfrentamiento, no de víctima. En “Tears dry on their own” narra la adicción a un amor que nunca tuvo presente y mucho menos futuro. La pieza está inspirada en “Ain’t no mountain high enough”, soul clásico que interpretaban Marvin Gaye y Tammi Terrell; y a pesar de lo riesgoso que resulta meterse con un clásico, gracias a la producción, la apropiación resulta innovadora y contrastante. Si Marvin Gaye interpretaba con el tono vocal elevado, Winehouse lo hizo con tonos descendentes. “Wake up alone” disecciona el rastro de ir a través del día sin alguien que antes era una presencia constante; se trata de mantenerse ocupada, a pesar de que la presencia fantasmal la persiga todo el tiempo. Con “You know I’m no good” Amy pone en evidencia su propia infidelidad y en “Just friends” revela a un amante apasionado y lujurioso.

Autodestrucción Desde que Winehouse llegó a la escena resultaba evidente que estaba en una espiral de autodestrucción: arrestos por drogas, escándalos públicos y conciertos desastrosos; en muchos de ellos observamos a una cantante que literalmente desfallecía, cada vez con más frecuencia, frente a las cámaras y sus fans. Su cuerpo y aspecto general cada vez lucía más deteriorado. Su adicción y autodestrucción se convirtieron en un negocio que vendía muy bien, a través de un espectáculo triste y grotesco que sin embargo todos se deleitaban en ver. Uno de los ejemplos más evidentes fue en 2006 cuando acudió al show Nevermind the Buzzcocks de la BBC, durante el cual se hicieron bromas grotescas y de mal gusto acerca de su alcoholismo y su adicción al crack. Winehouse, ya borracha, respondió de manera poco educada y violenta al conductor Simon Amstell, quien la había entrevistado en otro programa de la BBC. Este le dijo: “solíamos ser cercanos” y ella le tocó la cara y contestó: “Éramos cercanos. Pero ella está muerta” y luego soltó una sonora y siniestra carcajada.

Imagen Winehouse fue una artista peculiar incluso en el manejo de su imagen. Resaltaba que no se preocupaba por su cuerpo. Si los productores le insistieron o no en que se ejercitara, no solo para lograr una figura armoniosa sino para resistir los conciertos, resulta claro que no hizo caso. Amy usaba su cuerpo con libertad, lo tatuaba a su antojo. Poco a poco sufrió una metamorfosis que era notoria en el escenario. Su estilo, claramente inspirado en las divas de los años sesenta, lucía con un dejo de descuido e irreverencia. Sí les rendía homenaje, pero en superlativo: grueso delineador, labios dibujados, una especie de colmena formada por hebras de cabellos. En sus últimos conciertos aparece con aspecto desaliñado y ebria. Combinaba el glamour de las pin-ups con un estilo de granuja callejera. A pesar de lo anterior, Winehouse irradiaba precisión y formalismo; al menos cuando podía cantar. Su voz, imagen y actitud transmitían emoción y el cataclismo universal del amor, la pérdida y la degradación. Winehouse fue congruente con su música, estilo y vida hasta el final. Forever back to black. —Bibiana Camacho es narradora, traductora y editora; autora de Tras las huellas de mi olvido (2010), La sonámbula (2013) y Lobo (2017).


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3. MÚSICA NEGRA PARA NIÑOS BLANCOS Por Aura Mendoza El escenario está a oscuras, comienza a iluminarse cuando se encienden las lámparas art déco que producen una tenue luz anaranjada… Entran los alientos, las guitarras se posicionan y el baterista toma asiento en el punto más alto del escenario. Los coristas estiran un poco el cuerpo y en el escenario empieza el sutil movimiento que anuncia el inicio. Nadie puede decir exactamente dónde nació. Digamos que fue en Nueva Orleans a finales del siglo XIX. Cuando se mezclaban esclavos africanos y caribeños y “hombres libres”, criollos y mestizos. Digamos que algunos de ellos sabían tocar percusiones, que se juntaron con los que tocaban alientos y formaron esas enormes bandas de metales que después de la Guerra Civil conocieron el ragtime, un ritmo alegre y fiestero; que el beat del ragtime conoció al blues de las canciones de los trabajadores negros en Misisipi, que se juntaron y nació el jazz, la música que escuchaba Mitch, el padre de Amy Winehouse mientras ella crecía. Frank Sinatra sería uno de sus favoritos. Si el jazz viajó de tan lejos y tomó tanto de todas partes, entonces no es raro que una niña de familia judía, nacida en Southgate, Londres, haya formado a los 10 años un grupo de rap. Ni que a los 13 le hayan comprado su primera guitarra y desde ese momento no haya parado de componer ni de cantar. Amy Winehouse sale a escena, está sonriente, camina con ritmo hacia el micrófono y lo acomoda a su altura, no da más rodeos y comienza a cantar, sus movimientos contrastan con los de sus dos coristas, son más breves y juguetones. Hay poco que decir de ella cuando empieza a cantar, solo queda escuchar.

La niña de la voz negra Debido al menor grado de masa muscular que tienen las mujeres con respecto a los hombres, y dado que las cuerdas vocales son músculos, lo más común es que las de una mujer sean más cortas; lo cual además es influido por la carga genética. La voz también depende de la caja torácica y de los movimientos de los labios. Cuando Amy Winehouse, incluso siendo una niña, abría la boca, era difícil adivinar de dónde venía aquel sonido. Parecía que había alguien más atrapado en ese cuerpo pequeño, intentando salir a través de esa gravedad, profunda. Así que la voz, cuando de cantar se trata, obedece a otras genéticas. La diminuta mujer blanca que crece en el escenario gracias a un torrente vocal que se quiebra y tiembla en el momento que debe hacerlo, no es solo la hija de dos trabajadores londinenses, sino de cada canción escuchada y de las constelaciones de ritmos que se han formado en su memoria. Podríamos compararla con Billie Holiday, su cantante favorita, pero solo hablaríamos de una de sus facetas. Y hay mucho más. Es por eso que entre un bonche de hip hop hueco y comercial; y entre una absurda cantidad de pop plástico y jovencitas con voz de niñas haciendo coreografías, Amy fue considerada aire fresco para la música negra mundial. No es solo la voz, es el ritmo, son los graves y agudos, la manera en que juega con el pulso y el compás, el exacto lugar en el que pone el acento. La métrica de lo que hace su voz, se corresponde con la posición de su cuerpo. A más de uno nos recordará el larguísimo aliento de una estrofa en el rap.


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Frank y las calles negras de Nueva York El primer disco de Amy Winehouse, Frank, es un evidente homenaje a Sinatra. Ella tenía 20 años y sus canciones ya eran dolorosamente autobiográficas: amores no correspondidos, la separación de sus padres y hasta un guiño a la muerte de su canario. Todo atravesado por jazz y soul. La mayoría de los temas de este disco son coautoría con dos raperos: Nas y el productor Salaam Remi. Remi, que figura también como productor del álbum, estuvo rodeado de música desde su infancia en Nueva York, con una madre cantante, un padre jazzista, y hip hop en cada esquina de su barrio (en la adolescencia ya tocaba sintetizadores y cajas de ritmos). Entre los consejos de Marley Marl y la creación de demos y remixes, Salaam produjo su primer disco hip hop en 1992. No podríamos decir que se ha especializado en algún género, porque de hecho su clave es la diversidad. Desde Nas hasta Ricky Martin, su constante son los sencillos exitosos, el sonido contundente y, en el caso de Amy, la perfecta mancuerna entre dos personajes influidos por la música negra desde sus inicios. El resultado es un disco en el que se empieza a dilucidar el poder en la composición y la voz de la “atormentada y autodestructiva diva” que se construía a cada nota y cada beat, y que dejaba al descubierto sus influencias: la voz del jazz, el beat del rap, la profundidad del soul y un guiño a un gospel profano que daba un tinte negro a cada track. El beat empieza a bajar, se hace más cadencioso, hay algo que te obliga a moverte, es quizá que el ritmo se parece mucho al sístole y al diástole de tu corazón, al ritmo con el que corre la sangre en tus venas, es el Caribe, la cadencia de las olas jamaicanas, el calor. Ella baila a ese ritmo, su voz se quiebra por el movimiento, los metales se vuelven más contundentes. Nos traga una bocanada de ska.

El retorno del negro Son los años cincuenta y en Jamaica la población rural está llegando a las ciudades. Las plazas se llenan de fiesta, en los sound systems se mezclan el jazz, el rythm & blues y ritmos caribeños como el calypso y el mento. Está naciendo el ska. Ahí, entre una lejana guerra mundial que dará como uno de sus muchos resultados la independencia de Jamaica. Y el optimismo irá acompañado de música, la misma que después adoptarán como protesta los jóvenes obreros marginados en guetos, que no vieron en la independencia ningún cambio real. De ahí viene. Y, cuando tres años después de Frank, Amy Winehouse empieza a trabajar en su segundo disco, aterriza justo ahí. En Back to black, la influencia del ska, del rocksteady y el reggae son claras. A la mancuerna con Salaam Remi, se suma en este disco como productor Mark Ronson, otro judío londinense que llegó a los ocho años a vivir a Nueva York y que también crece rodeado de música, con un padrastro guitarrista y una conexión inevitable con el rock británico.

Back to black es un tejido de las influencias y el talento de cada participante; el homenaje musical a los grupos vocales femeninos sesenteros, los beats de la música obrera caribeña que fue adoptada y reinterpretada en Gran Bretaña, el soul y el r&b, convirtieron el álbum en un hito. Imposible de ignorar. Todo termina con una alargada nota saliendo del delgado cuerpo de la mujer, cantar es sacar los demonios, componer es exponerlos, pero también exorcizarlos. El escenario se queda solo, las luces se apagan, y nos vamos a negros…

—Aura Mendoza es socióloga cedemexicana; acaparadora del micrófono en el karaoke y fan de Selena. Si le dieran un arma cargada, le dispararía a Tom Hanks.


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LIBROS

Esto es agua, México sexy… Idalia Sautto Pitzilein Books

Cáscara de nuez Ian McEwan Anagrama

Lobo Bibiana Camacho Almadía

Por Adrián Román

Por Adán Ramírez Serret

Por Otoniel Zuloaga

Pitzilein Books es una editorial chiquita, independiente. La oferta de nuevos modelos editoriales ha crecido en la reciente década, pero pocas se han atrevido a robarse los derechos de un discurso —Esto es agua— de David Foster Wallace. Y no solo eso: editarlo casi como un poema. Esto es agua es una alegoría en defensa de la vida, y un poco una apología de la tolerancia; se trata de no creer que el éxito está donde parece. O eso parece, porque, pues, luego Foster Wallace se suicidó. Pero lo que importa es que el libro está chido. Las frases de Foster no pierden contundencia; es como editar un disco pirata en los setenta. México sexy: en Instagram anda un tal Alex Tapia demostrando la calidad de su ojo, que transmite su forma de ver la ciudad. Porque Pitzilein no solo es letras. México sexy es un libro de fotos: negro, delgado, sin mayúsculas en la portada. Les va a gustar. English literature dream japanese sunshine glow strong waves in the ocean make loud noises but these ones are small. Ya sé, no es un título normal. Tampoco el libro lo es. Se trata del artefacto literario más atrevido de Pitzilein. La envoltura es un sobre, que funge como portada. (Ulises Carrión habría querido publicar en esta editorial). El libro se despliega en dos partes físicas, y artísticamente en muchas que forman una sola, y que solo tienen sentido si queda atrás el discurso y la idea de lo que un libro debe ser. Pitzilein Books pertenece a Idalia Sautto, quien nació enfrente de la Quebrada, en Acapulco. El proyecto está pegado a otro, discográfico, de nombre Pavlova, en honor a un fantasma que no deja de rondar por las calles del Centro. Crean en lo diferente, arriesguen.

Ian McEwan (1948) es de los pocos autores que nunca decepciona a sus lectores. Es extraño, porque sus novelas no se parecen entre sí pero no podrían ser de nadie más. Ian ha escrito una buena cantidad tocando diferentes tonos; ha sido escatológico, elegante, violento, sórdido, irónico… Sucede que su mente se expande por el mundo a través de sus ficciones; sus historias están ambientadas por un exquisito conocimiento musical, arquitectónico, poético y político…, sin excluir, claro, la depravación natural del ser humano. Su más reciente entrega, Cáscara de nuez (2017), es una novela con un espectacular tono de ironía: quien cuenta la historia es nada más y nada menos que un bebé a punto de nacer. Un feto encantador que además de tener todos los talentos de McEwan como narrador, es aficionado a los buenos vinos y se molesta por las embestidas de su tío. Y es que este feto protagonista siente el pene de su familiar a tan solo unos centímetros. Sí: Cáscara de nuez es una historia terrible contada con un brutal humor negro. Un ser que está a semanas de nacer, pero el mundo que le espera no luce muy bien: sus padres se detestan. El protagonista de cierta manera un Hamlet moderno, quien además de estar preocupado por las conspiraciones de su madre y de su tío, se encuentra bastante intranquilo por su futuro en el desigual Londres moderno, por la calidad de su educación y por cuál será su clase social. Un ser que vive en verdad, dentro de una cáscara de nuez. Como todos.

Desde hace algunos meses he practicado el complicado deporte de dejar los libros inconclusos; soy un deportista de alto rendimiento. Y es que si un libro no te engancha, es válido dejarlo, ¿no?, ¿para qué el martirio? Lobo (2017), de Bibiana Camacho, truncó mi ascendente carrera. Una entrada descriptiva, artera, bastó para retirarme del ingrato deporte. El olor a tierra mojada, los aullidos lejanos y un paisaje oscuro fue la zancadilla de la que ya no pude levantarme. Berenice, la protagonista de Lobo, cruza constantemente dos escenarios que, aunque no se parecen, podrían ser gemelos: la ciudad y El Lobo. ¿Cuál es la semejanza? Las desapariciones. El Lobo, un pueblo casi fantasma, es el lugar en el que Berenice se macera. Donde los personajes y los paisajes la atrapan alejándola de su propósito: obtener un puesto como investigadora. Pero en El Lobo también desaparece la gente; como en la ciudad: sin motivo. Felicia, la conexión para que Berenice logre su cometido, es una académica que vive de glorias pasadas, hinchada de ego, surcando una relación enfermiza. Los puentes se derrumban. Con sutileza, Bibiana Camacho retrató, en esta su segunda novela, las otras desapariciones, esas que no tienen que ver con el crimen. La gente se va, desparece. Lobo también nos pone de frente a la soledad que nos circunda, aunque estemos rodeados de personas. Te quedas sin internet un día, al otro revisas tu Facebook y no tienes ninguna notificación ni mensaje. Tu soledad está rodeada de cientos de “amigos”. Un libro que retrata algo tan cercano nunca sobra, lo inmediato atrae y atrapa.


LETRAS

HENRY MILLER MALDITO, ZEN Y SOLITARIO


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Héroe de mil generaciones, Miller encarna al monstruo solitario que lucha contra todo para imprimir su arte. Estadista de la cosmología del hombre, maestro de la cadencia y genio de la impronta erótica, que se dedicó a explorar las pasiones humanas de manera inédita con una obra tan prolífica como avasalladora.

Por Carlos Velázquez Ilustración: Salvador Verano En Escritos de un viejo indecente (1969) Bukowski narra un encuentro ficticio que sostuvo con Henry Miller. En la anécdota, Charles visita a un octogenario Miller en su mansión de California. Tras emborracharse a sus costillas, Charles sustrae la cartera de su anfitrión cuando este se queda dormido. Pero antes de que consiga escapar y salirse con la suya es doblegado con una llave de karate por el mayordomo mandarín. El incidente describe a la perfección la fascinación tardía que experimentó Norteamérica por el autor de Trópico de Cáncer (1934). El homenaje que Bukowski le dedica a Miller es una paródica reinterpretación del Sueño Americano. Tras mendigar en Europa como integrante de la Generación Perdida, Miller había regresado a Norteamérica a triunfar. A formar parte de la cultura gringa. Porque en los treinta y cuarenta, es decir, en su mejor etapa, en Estados Unidos, más que un escritor, era considerado un pornógrafo. La prohibición de sus libros por obscenidad estigmatizó su figura por dos décadas. Bukowski ridiculizó a Miller como un gesto de admiración. No existe otro mentor de Bukowski que Miller. Era su manera de aceptar que todo había comenzado con él. No es tan inexplicable que Henry Miller haya sido (y sea) el héroe de las generaciones que lo sucedieron. Un resumen del final de sus días arroja un matrimonio con Hiroko Tokuda y un intensísimo romance con la modelo Brenda Venus, cuya correspondencia se publicó con el nombre de Dear, dear Brenda (1986). ¿Cuántos hombres que atraviesen por su octava década de vida son capaces de tales proezas? ¿Cómo consiguió todo esto Miller? Con la escritura.

La primera trilogía Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos. Anoche Boris descubrió que tenía piojos. Tuve que afeitarle los sobacos, y ni siquiera así se le pasó el picor. ¿Cómo puede uno coger piojos en un lugar tan bello como este? Pero no importa. Puede que no hubiéramos llegado nunca a conocernos tan íntimamente Boris y yo, si no hubiese sido por los piojos. Boris acaba de ofrecerme un resumen de sus opiniones. Es un profeta del tiempo. Habrá más calamidades, más muertes, más desesperación. Ni el menor indicio de cambio por ningún lado. El cáncer del tiempo nos está devorando. Nuestros héroes se han matado o están matándose. Así que el héroe no es el Tiempo, sino la Intemporalidad. Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El tiempo no va a cambiar.

Así comienza Trópico de Cáncer. Se trata no solo de uno de los mejores arranques de la literatura universal, sino de uno de los mejores debuts que un escritor aspire a conseguir. Esta introducción predice también la non-fiction. La obra más significativa de Miller es autobiográfica. Es una síntesis del temor que desata la existencia y al mismo tiempo una predicción para el futuro que se extiende hasta nuestros días. Una consecuencia del mundo es pudrirse irremediablemente. Miller nació en Brooklyn en 1891. Su absoluta devoción por sus raíces está retratada a lo largo de su obra, en Nueva York. Ida y vuelta (1978) y en Trópico de Capricornio (1939), que junto al otro trópico y a Primavera negra (1936) conforman la primera de las dos trilogías que Miller pergeñara. Debido a su recalcitrante norteamericanidad, en Estados Unidos no obtuvo la libertad creativa que le era imperiosa. Tras divorciarse y casarse con June, una de las musas más tormentosas que haya existido jamás, en 1930 Miller emigró a París, al encuentro con su destino. Para convertirse en el monstruo de las letras que lucharía en contra de uno de los grandes enemigos del arte: la censura. Uno de los más acérrimos defensores y entusiastas de Miller fue Norman Mailer. Quien a la categoría de pornógrafo le sumo las de genio y loco. Lo comparó y lo encumbró por encima de lo mejor de su época, Hemingway, Fitzgerald y Faulkner incluidos. En 1960 la lectura de Miller en Estados Unidos todavía era minoritaria. La dominante impronta erótica en sus libros impedía que sus otros talentos fueran apreciados. Era un filósofo notable y un estadista del estado cosmológico del hombre. Pero sobre todo era un maestro de la cadencia. Y esta quizá sea su herencia más grande. Miller no era un mero relator de escenas sexuales, su estilo era avasallador y al mismo tiempo una autoridad en materia de escritura. Para advertir esto último es necesario leerlo en su idioma original. Quizá el único autor que ahondó más que Miller en el monólogo interior fue Joyce. El flujo de conciencia es el pilar en el que Miller sustenta su primera trilogía, la cumbre de su producción. Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio fungieron como una bomba moral para la época. Heredero de Whitman y admirador de Emerson, Miller se dedica a explorar las pasiones humanas de manera inédita, lo que le acarrea todo tipo de problemas. Para el establishment literario gringo fue inaceptable. Los pilares naturalistas norteamericanos no debían fungir como sustentos de la autodestrucción, los excesos y la exploración del sexo. Mientras que en Europa, Miller era casi un semidiós.


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La segunda trilogía

Anaïs Nin y el threesome como incentivo literario Henry Miller siempre se consideró a sí mismo un marginal. Creía que el mundo lo miraba de tal forma, excepto por unos cuantos amigos y un par de mujeres: June y la escritora Anaïs Nin. Como todo espécimen de la clase baja, orbitó siempre que tuvo oportunidad alrededor de la burguesía. Sus primeros años de formación estuvo ávido de un mecenas. Era un escritor receloso de su tiempo. Si no escribía un día se enervaba. No dejaba de lamentarse por las horas perdidas. Era un atleta de la escritura. Trópico de Cáncer fue escrito varias ocasiones. Por la futilidad que le provocaba a su autor no encontrar la voz y la estructura que estaba buscando. No era un diario ni confesiones, era una novela. Y la exigencia que le demandaba era la misma escribiera sobre él mismo o no. Entonces apareció Anaïs, quien tuvo en Miller a un conejillo de indias sexual. Mientras servía como el experimento emocional que la también escritora estadunidense necesitaba para conformar su obra, Henry recibía dinero para su supervivencia. Sustento que le permitía dedicarse a escribir sin preocuparse por su manutención. Pero Miller se enamoró. La situación era complicada porque Anaïs era casada. Y al enredo se sumó June, la esposa de Miller, que lo visitó en París arrastrada por los celos y la sospecha de que Henry tenía una amante. Este triángulo inauguró el poliamor. Porque June se enamoró de Anaïs y esta de June. La situación enfureció a Miller. Los conflictos matrimoniales eran un ingrediente más en la lista de sus distracciones y sus sufrimientos. Consciente de su grandeza, Miller luchaba por escribir la mejor literatura de su tiempo.

Miller jamás pudo escapar de June, quien lo manipulaba y humillaba con el objeto de que se esforzara más y más en convertirse en el Dostoievski gringo. Se divorciaron, pero Miller la inmortalizó en la Trilogía Rosada, conformada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1959). La escritura de estas obras fue inspirada por la irrupción de June en la vida de Henry. Antes de convertirse en escritor, trabajó en Telégrafos (otra similitud con Bukowski, que fue cartero) y la conoció en una sala de baile, fichando. Se enamoró y no descansó hasta convertirla en su esposa. La Trilogía Rosada tiene lo mejor y lo peor de la escritura de Miller. Posee la enjundia de Trópico de Cáncer pero también su proclividad a salmodiar. Existen tramos narrativos en los que se dedica a reflexionar con desgarbo. Lo que lo distrae de la trama. El Miller ensayista se desenvuelve a sus anchas pero en detrimento de la cadencia. La consecución de pasajes dedicados a darle rienda suelta a sus pensamientos hace pensar que la trilogía está dilatada innecesariamente. Este efecto estaba ya presente en la primera trilogía, pero de una manera contenida. Con todo, Sexus, Plexus y Nexus son magnificas, irrepetibles e imperdibles novelas. El final de Sexus es estremecedor: June se le escapaba a Henry, pero no con un hombre, con una mujer. Y el dolor que supone para un don Juan como Miller es insoportable. La novela concluye con un Miller aullando y llorando en un sótano por June. Desenlace demasiado escandaloso para la sociedad de la primera mitad del siglo XX. Todo esto es anterior al exilio de Miller en Francia. Y como vemos en Trópico de Cáncer, la enfermiza relación de Henry y June continuó. Sin June como apoyo moral y económico y como motor diabólico, Miller no se hubiera convertido en el escritor que ahora conocemos.

Big Sur, California En 1940 Miller renunció a Europa y se estableció en California. Se dedicó a viajar por el noroeste, a escribir y a pintar. Con Nexus cerraría tres décadas dedicadas celosamente a la literatura. Publicó más de veinte libros. Lo que lo reveló al final como un escritor prolífico, pese a haber deambulado con el manuscrito de Trópico de Cáncer varios años antes de su publicación. Su aura de escritor maldito lo erigiría como padre espiritual de la generación beat. Fue uno de los primeros escritores en abrazar el budismo. Finalmente, en 1964 ganó el juicio y Trópico de Cáncer y su obra en general dejó de estar prohibida en Estados Unidos. Murió como vivió, siempre en una relación con una mujer pero como un eterno solitario.

—Carlos Velázquez es autor de La Biblia Vaquera (2008; 2011), La marrana negra de la literatura rosa (2010) y El karma de vivir en el norte (2013), entre otros títulos.


ENTREVISTA

¿NOS PODEMOS REÍR DEL CANCER? UNA CHARLA CON JORGE COMENSAL Las células del cuerpo humano, así como las personas, eran siervas obedientes; a veces, sin embargo, una muchacha indócil se escabullía del orden, se propagaba y, cuando su estirpe ya era legión, se convertía en una amenaza para el imperio; entonces llamaban al especialista, oncólogo y cirujano, para aplastar la insurrección. Las mutaciones, Jorge Comensal. Texto y fotos por Miguel J. Crespo Sentado a la entrada de lo que alguna vez fue el Cine Lido, releo: “¡Culeeero! ¡Culeeero!”. Y sonrío al imaginar la escena: un loro llamado Benito [Juárez] soltando esas leperadas. Interrumpe mi lectura un hombre delgado de cabello negro y encrespado. “Creo que me vería contigo, porque es mediodía y ese es mi libro”, me dice Jorge Comensal señalando el ejemplar que sostengo en las manos. Asiento con la cabeza y nos saludamos. Sus dedos son largos, delgados y fríos. Luego entramos al Centro Cultural Bella Época. “¡No mames! ¡No mames! ¡Cabrón! ¡Cabrón!”, sigue Benito páginas adentro. Las mutaciones (Antílope, 2016) es la primera novela de Comensal. Un relato realista de 204 páginas lleno de humor punzante, destellos de ironía y precisiones científicas que quizá solo un amante de Bach nacido en la Ciudad de México en 1987 podía escribir. La inmundicia del cáncer, la pérdida del habla y el gusto, ese loro altanero tocayo del Benemérito de las Américas, una terapeuta que utiliza marihuana como terapia ante el veneno de las

quimioterapias y un oncólogo melómano y calculador, tejen la trama de las peripecias del abogado, ateo y sin lengua, Ramón Martínez, el protagonista. “¿Quieres beber algo?”, me pregunta, mientras nos acercamos a la cafetería. “Yo sí creo necesitar cafeína”, ataja antes de que le responda. Jorge camina con cadencia, pero sin simetría. Viste una camisa verde olivo y un pantalón negro. Acaricia con sus dedos al loro Benito despintado de la portada, obra del diseñador Alejandro Magallanes. “Me gusta pensar que es una metáfora: la jaula de la ilustración se deslava con la lectura y al mismo tiempo libera a los personajes de esa prisión”, dice, y luego pide un expreso y un vaso con agua. *** Jorge Comensal es escritor porque es lo que más disfruta; a lo que más dedica esfuerzo. También por aquello del “sentido de la vida”, dice. Luego se acomoda sus anteojos y remanga su camisa. Intempestivamente, me suelta que practica el viejo hábito epistolar. “Aunque me gustaría hacerlo en papel, me parece una


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forma extraordinaria de sostener una amistad y una manera estupenda de cultivar una relación amorosa. A veces la vida conyugal impide que uno se tome el esfuerzo de escribir una carta cuando ves todas las noches a la misma persona”. —¿Estás casado? –le pregunto con cierta tibieza. —Pues no, más bien juntado. —¿Y crees que por escrito se pueden decir cosas que callamos cuando hablamos? —Sí, totalmente. El cuidado y la forma que uno toma al poner por escrito lo que piensa, permite llegar más a fondo en la comunicación, en comparación con la espontaneidad de lo que decimos –responde mientras se rasca el tobillo derecho por encima de sus calcetines largos de color oscuro. Desde niño, Jorge tuvo la punción por escribir. Pensó que la mejor manera de continuar con esa práctica era estudiar Letras Hispánicas. Y gracias a Oliver Sacks descubrió que hay un continente de sucesos extraños al interior de nuestras cabezas; quedó fascinado por la neurobiología y comenzó una investigación en neurolingüística. *** Las mutaciones surgió de un médico impostor. Comensal se disfrazaba con una bata blanca y caminaba con el temple de un doctor entre los pasillos del Centro Médico Nacional Siglo XXI para que los guardias del lugar no le negaran el paso. Ahí convivió varias semanas con personas que sufrían de algún trastorno lingüístico. “Eso me hizo pensar en el peso que tiene la palabra hablada en nuestras vidas. Creo que es la única habilidad

que, al perderse, nos aísla completamente como seres humanos, de una manera brutal”. Jorge recuerda que una mezcla muy agradable de desempleo e inquietud lo llevo a escribir bocetos de lo que después sería su primer libro. “Tratando de ahorrar la cuota del psicólogo, utilicé la novela como material de autoanálisis. Uno se vuelca de distintas maneras hacía los personajes que trata con cierta profundidad, hasta identificarte con ellos. El único que definitivamente no soy yo es el hermano de Ramón, Ernesto. ¿Por qué? Porque no soy rico, ni empresario y espero tampoco ser un cabrón”, suelta con su voz aguda y levemente áspera. La mesera, una regordeta de muecas burlonas, trae el expreso en una mano. “Agua solo tenemos de la llave”, se disculpa. “No importa, está bien”, le responde el comensal con una sonrisa amable. Disfruta pelar el diente. Imagino si Eduardo, un joven hipocondríaco y sobreviviente de leucemia infantil en Las mutaciones, podría beber agua del grifo como lo hará Comensal, sin temor a morir a causa de millones de bacterias que nadarán hacía su garganta, pasando por su tráquea hasta caer al vació de su estómago. —¿Por qué escribir sobre el cáncer? Comensal sorbe con cautela, tiene las piernas cruzadas, me mira por encima de su vaso y responde. —El cáncer es una obsesión de nuestro tiempo. Es una enfermedad simbólica de la época. De ahí la metáfora de que los políticos son el cáncer de nuestra sociedad. De pronto todo da cáncer: el tabaco, el alcohol, la carne asada, las salchichas… tendrías que convertirte en un paranoico para sobrevivir. Pero es el

azar el que tiene la última palabra. La realidad es que en algún momento de nuestra vida nos tocará que alguien querido o nosotros mismos lo padezcamos. Por eso vale la pena verlo directo a la cara. *** Cuando llegué al punto final de la novela de Comensal sentí que de cierta forma estaba curado, sano. Leyéndola me mofé de nuestros pesares, al igual que el hombre de diminutos lunares en el rostro y escritura zurda que la fabricó. Para Comensal los oncólogos son seres que tienen que esconder el alma. Acepta que han encontrado remedios efectivos, pero con efectos secundarios terribles. Aunque esa no es razón para condenar la ciencia médica. “¿Está bien que salvar tu vida te cueste todo tu patrimonio?”, se cuestiona este escritor de 30 años que ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fonca. “No quería escribir una novela lúgubre, con el cáncer como un protagonista oscuro e inevitable de nuestra vida, que solo nos deba provocar miedo y desazón. Porque justo la manera con que enfrento la adversidad es riéndome, con humor negro, de mis propios defectos y circunstancias”. —¿Por qué reír ante lo que normalmente se llora? –Jorge escucha y luego hace una mueca. Un silencio aparece, fugaz, y su mirada regresa a mí: —Para hacer más llevadera la vida. Y no reír ante ello, sino a pesar de ello. Como una forma de rebelión, rebeldía, emancipación. Está en nuestra cultura y no muy explorado en nuestra literatura, que es bastante solemne, por lo general.

“La salud, al contrario de lo que pregonaban los charlatanes naturistas, no era un estado de paz y armonía con el entorno, sino de victoria pasajera sobre el caos.” Las mutaciones (pág. 135).


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Para Jorge la cultura mexa es bastante irreverente ante las desgracias y el malestar. Y esa resistencia se ve reflejada en las introspecciones ácidas que Ramón mantiene junto a su loro Benemérito, que de vez en cuando masculla un “Putitooo” y provoca una especie de risa en el protagonista, quien al no tener lengua escupe un sonido hosco, imagino, parecido a las carcajadas de Comensal. *** Las mutaciones también es una historia de amistad. Comensal toma como ejemplo el Quijote y me explica: “Más allá de contar las desventuras de un hombre enloquecido por las novelas de caballería, es el drama de una amistad improbable entre un noble provinciano y un campesino muy sensato llamado Sancho. Así, toma sentido que un Homo Sapiens convaleciente y mudo sienta un afecto peculiar por un Amazona oratrix maltratado por la vida, pero lleno de vigor y en posición de vociferar aquellas cosas que Ramón no puede”.

—¿En tu caso, qué palabras extrañarías pronunciar? –le pregunto intentando regresar a la nostalgia. —Palabras que me gustan, pero que en realidad casi nunca pronunció, como “aljamía”. Me gustan mucho las palabras agudas: manatí, borní, dormí, carmesí. Sobre todo extrañaría las que surgen en el afecto íntimo. —¿Cómo cuáles? –reviro haciéndome el listo. —Pues esas que surgen espontáneamente en una habitación a oscuras, con la mujer que te gusta y no en una librería a mediodía y con un extraño –contesta sin contener la risa. Termino haciendo al tonto. Debí arrancarme la lengua antes de preguntar.

expreso. Luego sonríe, casi siempre lo hace. Asegura que su carácter esencial es el equilibrio, su ave favorita el cuervo, su músico predilecto Johann Sebastian Bach y su poeta preferido Gorostiza. Y cuando reflexiona sobre el platillo que más extrañaría saborear si no tuviera lengua me dice que no sabe si lo mismo que Ramón. “Él extraña el pozole y la torta de cochinita pibil. Hay algo que yo extrañaría, pero que no lo puse en la novela porque me pareció muy macabro”. Jorge detiene la frase y me mira de reojo. —¿Qué? —La lengua a la veracruzana –dice y suelta una carcajada. Sabe que hay algo perturbador en ello.

*** “Soy miope desde muy pequeño, bastante torpe y sufrí de intensos dolores ocasionados por la migraña. En momentos como esos parece que el cuerpo es tu enemigo; deseaba arrancarme la cabeza”, me cuenta Comensal mientras bebe las últimas gotas de su

—Miguel J. Crespo es periodista y fotógrafo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.


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CINE Y SERIES

WESTWORLD

LA EPOPEYA SINTÉTICA DEL LABERINTO Por Miguel Ángel Morales Cada quien elige el laberinto en el cual perderse. Unos son majestuosos en mayor medida, intrincados y de belleza aterradora; otros: pasillos sencillos y sosos, llenos de guiños que sugieren el camino a la aparente salida, pero que, a medida que se les recorre, uno descubre tramas imposibles. Los laberintos nos dan pistas de su constructor y del espacio en donde se despliegan. Está, por ejemplo, la obra de Dédalo, que esconde al monstruoso minotauro entre sus paredes por las que Teseo debe pasar. O el eterno retorno nietzscheano, con su carga insoportable de repetición: asumir las consecuencias de cada acto en una suerte de loop perenne. O la gris arquitectura metafísica kafkiana, acaso el laberinto más angustiante que nos mostró hace un siglo un mundo que se antojaba fantástico pero que hoy es crudamente real en su desesperanza, burocracia y absurdo. El castillo imposible de penetrar. A mi entender, es justo Franz Kafka quien ha descrito como pocos el poder ambivalente del laberinto como espacio agobiante y terrorífico, pero también como muestra de la ambición humana por alcanzar la totalidad y lo imposible, en un espacio donde conviven el infinito y lo doméstico. Gregor Samsa buscó una salida al morir como perro. Sin embargo, hoy sabemos que el escape es impensable. “Quien sólo busca la salida del laberinto no entiende el laberinto”, reza sabiamente un poeta. Hay tantos laberintos como ejercicios de imaginación: el Hotel Overlook de The shining, con sus corredores amplios y habitaciones interminables, donde Jack Torrance enloquecerá y se perderá entre la nieve; las intrincadas capas del palacio mental de Dom Cobb a las que constantemente se sumergirá sin eludir del todo el recuerdo de su difunta esposa; o la cárcel subterránea propiedad de un pedófilo en esa pequeña obra maestra llamada Prisoners.


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Westworld, la pesadilla laberíntica De entre las producciones cinematográficas recientes, no obstante, tengo cierta debilidad por Westworld. El megafilme de HBO lleva al extremo la pesadilla laberíntica en un típico escenario sacado de cualquier spaghetti western, pero convertido aquí en un centro de diversiones para excéntricos burgueses que aman las experiencias límite. Parecería poca cosa de no ser por su toque de ciencia ficción que logra amalgamar un remake que ya había visto la luz en el lejano 1973, pero que, bajo la mirada de sus nuevos creadores —los estupendos Lisa Joy y Jonathan Nolan— adquiere nuevos bríos y ramificaciones enfermas. Al igual que en aquel filme de Michael Crichton, en la nueva versión pronto descubrimos que los hosts son robots que cumplen mecánicamente las funciones que les fueron asignadas ad infinitum. Hay robots vaqueros, robots damiselas (no tan) en peligro, y robots forajidos. Todo envuelto bajo la idea —hoy en día el arte no es tan diferente de una elaborada campaña de publicidad, parecen decirnos Jonathan Nolan y Lisa Joy, sus creadores— del peligro domesticado: el burgués ocioso que paga por experiencias extremas. Similar a un safari con guaruras, hacer trapecismo con malla de seguridad o el infame black tourism. Pero Westworld, la serie, aspira a más. Ese plus radica en el genio de Jonathan. Hermano del famoso Christopher, considerado un referente de cierto tipo de cine taquillero que no

pierde de vista la rigurosidad, Jonathan se había colocado detrás de su manto desde inicios de la década pasada. Pero el menor de los Nolan posee la mesura que el director de Interestelar a veces pierde. Es uno de los grandes aciertos de Westworld que la desmarca de su predecesora. Y es justo bajo el mando de Jonathan que podemos ver la tersura de un producto accidentado pero con varios momentos de enorme belleza sintética. En efecto, no olvido que algunas de sus tramas no se resuelven con delicadeza (de hecho casi se tambalean), pero el resultado final convence gracias a la dupla Nolan-Joy. Westworld busca que el espectador se identifique más con los anfitriones que con los humanos. Los primeros son meros gólems atados a las órdenes de su creador, el doctor Ford (un obsesivo compulsivo interpretado por el soberbio Anthony Hopkins), en espera de clientes dispuestos a derrochar su dinero en putas, encuentros con bandoleros, peleas de cantina y excesos. En tanto, los segundos parecen desensibilizados, ávidos consumidores de experiencias artificiales. No muy distinto de los usuarios de Instagram u otras redes sociales que consumen una cantidad ingente de imágenes, silenciosos psicópatas en busca de fama provisional.


46 pero ahora se encuentra cargada de un componente de desencanto y cinismo, componentes altamente corrosivos como el poema termonuclear de Oppenheimer.

Un mundo nuevo se asoma Cuando imaginamos un laberinto, aun cuando no hayamos visitado uno propiamente, lo hacemos con los materiales de la ficción: las imágenes que vemos en Internet, nuestros pequeños espacios vitales se han basado en ella para construir espacios urbanos y distinguir a sus distintos ciudadanos. Dicho de otro modo: sabemos que el Viejo Oeste es una ficción que los gringos se autorregalaron para crearse un sentido heroico. Nunca existió en un plano real sino mítico. Pero, ¿quién puede decir que estos mitos son menos reales que los de los antiguos dioses griegos o el del Apocalipsis? Si algo han sabido construir es nuevos espacios para mentes que han dejado de creer en el telos de la modernidad. Lo mismo ocurre con el fake plastic west de Nolan: un mundo nuevo se asoma con la amenaza de volverse eterno. Como un robot.

¿Es propiamente un hombre? Pero volvamos a los robots. Como toda historia de inteligencias artificiales, nuestros personajes plásticos adquieren consciencia; un principio de realidad que les susurra a menudo: “el mundo que habitas es un gran montaje que inevitablemente estás condenado a repetir durante tu miserable programación”. Sí, resuenan todo el tiempo Isaac Asimov, Philip K. Dick y Nietzsche a través de cuestionamientos sobre la naturaleza de lo humano. Robots que sueñan sueños jodidamente vívidos, que uno difícilmente llamaría artificiales. Pero lo son. Y lo terrible de Westworld, repito, es su laberinto: al día de hoy seguimos sin saber qué hay fuera del centro de diversiones, por lo que no sabemos si todo es parte de una trampa en la que el espectador ha caído también a merced de los creadores de la serie. Eso es lo que pasa con los androides: buscan las respuestas a sus preguntas, a su origen, al tiempo que intentan escapar de este infierno virtual diseñado para que los clientes satisfagan sus más bajos instintos. Pese a tratarse de material inorgánico, su autocuestionamiento y capacidad de mentira representa una magnífica parábola de la condición humana, acaso la verdadera naturaleza de la humanidad. Maeve (Thandie Newton, la revelación de la serie) es el ejemplo perfecto de la desmesura humana, una suerte de Frankenstein que al descubrir el engaño de sus dioses busca destruirlos. Su propio laberinto yace en la confusión de su origen, su pasado, y la (im) posibilidad de crearse un futuro lejos de su diseñador. Por otro lado, está la apacible y hermosa Dolores (Evan Rachel Wood), el personaje más sinuoso de toda la serie. Ella es la vívida imagen del laberinto moderno. Mezcla de Madame Bovary (“Dijiste que la gente venía aquí a cambiar la historia de sus vidas. Yo imaginé una historia en donde no tengo que ser la damisela”), Anna Karenina y heroína feminista. Sabemos que ella esconde el crimen mayor del entramado de Westworld, cosa que logra desvelarse después de miles de vueltas de tuerca: Dolores es una Raskólnikov posmoderna atrapada en un laberinto onírico: su crimen la llevará a perderse. En el capítulo final de la primera temporada, increpa a su creador: “Así que estamos atrapados aquí, dentro de tu sueño. Nunca nos dejarás salir”. Socarronamente, Ford le responde con una pregunta: “¿No fue Oppenheimer quien dijo que cualquier hombre cuyo error tarda 10 años en corregir, es propiamente un hombre?”. El mismo universo de Westworld parece estar constituido con una estructura iniciática de pruebas, en las que los juegos de rol y los simulacros ocupan ahora el lugar que otrora tenían las aventuras antiguas, cuando pululaban los héroes trágicos que caminaban de la mano de los dioses. En esta epopeya sintética, el peso del destino vuelve a ser relevante,

—Miguel Ángel Morales es escritor y editor. Cursó la maestría en letras mexicanas en la UNAM. Actualmente es docente en esa institución y edita la revista Crash.mx.


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CINE MEXICANO:

¿YA NO EXISTEN PELÍCULAS SINO CASOS DE PELÍCULAS? Existe la impresión de que cada vez que el cine mexicano contemporáneo pasa a la palestra para reflexionarlo, surge una enconada y estéril discusión entre realizadores, críticos y espectadores que podríamos resumir como Nosotros los pobres del cine de nicho Vs. Ustedes los ricos de la sala comercial. Estéril porque en el fondo, detrás de esa aparente incompatibilidad de formas y ambiciones, habita una preocupación generacional: la permanencia en el imaginario colectivo.

Por Alberto Acuña Navarijo En más de una entrevista, Jorge Ayala Blanco, patriarca de la crítica cinematográfica en México, ha señalado una verdad incómoda pero inapelable: en nuestro contexto postindustrial resulta imposible que los directores construyan carreras a largo plazo, como sí llegó a ocurrir con los realizadores oficialistas del echeverrismo en los setenta. Ya no existen películas sino casos de películas, en los que regularmente confluyen —y se confunden— óperas primas y óperas póstumas. De ahí que ser convocado para escribir un texto que busque conjuntar a autores jóvenes sobresalientes del más actual cine local no se trate de una tarea tan sencilla como pareciera a simple vista. Barajeando nombres, un servidor se encontró con el primer conflicto: si se toma en cuenta que las películas de un director pueden estar separadas por varios años de diferencia, ¿dónde ubicar generacionalmente a un cineasta cuyo debut no es reciente pero su trayectoria es incipiente? Por ejemplo, ¿es pertinente o no incluir a Ernesto Contreras si Párpados azules es de 2007, Las oscuras primaveras, su siguiente cinta, de 2014 y Sueño en otro idioma de 2017? La opción puede ser compactar espectros y distancias. Sin embargo, he aquí un segundo dilema a resolver: difícilmente se pondrá en entredicho que títulos como No quiero dormir sola (de Natalia Beristaín), Halley (de Sebastián Hoffman), Cumbres (de Gabriel Nuncio), Regina (de Javier Ávila), Somos Mari Pepa (de Samuel Isamu Kishi Leopo), Güeros (de Alonso Ruizpalacios), González: falsos profetas (de Christian Díaz Pardo) o Tiempos felices (de Javier M. Henaine), son debuts interesantes e intrigantes. Empero, de algún modo se terminaría seleccionando a sus directores a partir de la inmediatez y lo meramente promisorio, como comúnmente ocurre en este tipo de listados. ¿Podemos considerar lo quimérico como representativo de una cinematografía? Después de descartar las consabidas fórmulas prevaleció un crisol de cinco cineastas contemporáneos, quienes si bien cuentan con filmografías breves, en muy poco tiempo ya logran presumir una personalidad delineada y clara.

Tatiana Huezo, el virtuosismo plástico Tenemos a Tatiana Huezo, quien con su obra documental ha rescatado poéticamente historias anónimas relacionadas con la pérdida, el dolor, la muerte, la memoria, la maldad y el miedo. El lugar más pequeño (2011) se centra en un grupo de hombres y mujeres que rememoran cómo fue subsistir en un pequeño pueblo salvadoreño durante 12 años de guerra civil, así como los efectos colaterales. Aquí se marcan dos constantes para su trabajo posterior: los testimonios en off que le devuelven la humanidad a sus personajes y un virtuosismo plástico, en este caso con una cámara inquieta registrando la cotidianidad de estas personas y su entorno, rehuyendo de una manida iconografía rural propia de escuela de cine.

Hermanándose, Ausencias (2015) y la prodigiosa Tempestad (2016) describen recorridos por un México ominoso y alienado, protagonizados por mujeres despojadas de su identidad y dignidad por un sistema inoperante, mientras que intentan mantenerse ancladas a la realidad. Mujeres que después de años siguen enviando mensajes al celular de su marido secuestrado con la latente esperanza de volverlo a ver, o que fueron absorbidas por el tráfico de personas. El impresionante plano del cielo ennegrecido que vaticina un nuevo estallido de virulencia, a la mitad de Tempestad, captura en segundos el actual estado de ánimo del país.


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David Pablos, la familia maldita En el universo de David Pablos la herencia familiar se traduce como una maldición, una suerte de error de raíz. En el mediometraje La canción de los niños muertos (2008) un padre acompañado de sus hijos preadolescentes se esconde del resto del mundo en una choza a las orillas de una playa desierta tras la muerte de la madre, de la cual estos lo responsabilizan. La inacción de este hombre pusilánime impelerá al único hijo que lo defendía a abandonarlo. En La vida después (2013), un par de hermanos jóvenes que ha tenido que cargar con la depresión y autodestrucción de su madre, cada uno a su manera, em-

prenden un road trip rumbo a Cananea, cuando descubren que ella ha desaparecido dejando una escueta nota. En Las elegidas (2015) un joven se sumerge en una espiral de engaño, chantaje y crimen, cuando es obligado por su familia a introducir jovencitas en el mundillo de la explotación sexual. Con Pablos tenemos tres filmes sobre la ausencia emocional en los que sus respectivos personajes se mueven a partir de un pasado idílico, y en los cuales el director muestra una madurez notable, eligiendo los silencios, los gestos sutiles, las miradas, los encuadres cerrados que reflejan tragedias o sentencian destinos.

Marcelino Islas Hernández, la cotidiana monotonía Marcelino Islas Hernández ha escrito y realizado relatos mínimos, sensibles y cotidianos alrededor del aislamiento, la frustración, la vejez y la monotonía. Martha (2010) tiene como protagonista a una solitaria archivista en una aseguradora que un buen día prescinde de sus servicios, debido a que la tecnología la alcanzó. El encuentro con una joven encargada de digitalizar los papeles de la empresa pasará de la desconfianza a la complicidad. A su vez, en La caridad (2015), un matrimonio que acababa de cumplir su trigésimo aniversario sufre un accidente automovilístico que no solo provoca que él pierda una pierna, sino que pone de manifiesto una crisis soterrada desde hace años atrás, llena de rutinas y vulgaridades (un éxito de los Hermanos Carrión sonando con insistencia, el programa matutino en la televisión, un cuadro tosco y odiado colgado en la sala). La llegada de una atractiva enfermera con su propia historia de relaciones efímeras representará la fantasía inalcanzable.


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Lex Ortega, el más violento del cine mexicano

Manolo Caro, las crisis sentimentales

En los confines se encuentra el enfant terrible del cine gore, Lex Ortega. Si bien en 2015 se estrenó Atroz, su ópera prima, en festivales, lo cierto es que estamos frente a un director con un discurso y una estética completamente definidos gracias a una serie de cortometrajes; ello en una época en la que cualquier publicista convertido en cineasta inofensivo quiere hacer su película de terror. El concepto que redondea Atroz se nutre de las alebrestadas calles citadinas como un monstruo execrable en las que la abyección, el peligro y la muerte están a la vuelta de la esquina. El eslogan de la cinta no pudo pasar desapercibido: “La

Con sus dos primeras cintas, No sé si cortarme las venas o dejármelas largas (2013) y Amor de mis amores (2014), Manolo Caro supo darle la vuelta a las claves del sex-yuppie-com que irrumpiría a inicios de la década pasada, con sus profesionistas treintañeros en eternas crisis sentimentales, a base de diálogos ágiles e ingeniosos, así como una eficaz dirección de actores. Con su tercer película, de título no menos pomposo: Elvira, te daría mi vida, pero la estoy usando (2014), Caro se aleja de estos ambientes afelpados para insertarse en un microcosmos clasemediero con una mujer que

película más violenta en la historia del cine mexicano”. Se trata de un malsano found footage en el que dos psicópatas torturan a una prostituta transexual y graban sus tropelías con lujo de detalle. Uno de estos hombres (interpretado por el propio Ortega) es detenido por un judicial, que desentraña sus parafílias. Ortega no sólo es fan del género como tantos que pululan por ahí; él entiende y asimila sus códigos, además de que sabe sacarle provecho a un gimmick limitado. Por supuesto, queda la interrogante: ¿cuántas walk outs se registrarán con gente indignada cuando la cinta llegue a salas comerciales?

por primera vez debe de independizarse cuando descubre que su marido huyó de la casa y aparentemente sostiene un affaire con un chico menor que él. Cierto, las situaciones en las que se involucran los personajes no siempre terminan siendo verosímiles, pero Caro ha sabido imponer un estilo dramático y visual como ya quisiera más de un colega de generación. No resulta casual que su siguiente proyecto, La vida inmoral de la pareja ideal (2016), sea una temprana culminación de dicho imaginario.

Ni victoria, ni fatalismo Por supuesto, la anterior no se trata de una selección absoluta. Tampoco pretende compartir cierto discurso victorioso y exultante respecto al estado de la cultura nacional, ni su reverso desesperanzador y fatalista, aquel que considera que las imágenes que generan voluntariosamente estos y otros realizadores afines, pertenecen a “un cine de la oscuridad, la clandestinidad y el abandono”, debido a “esa absurda y desigual situación de la exhibición en nuestro país”, tal como fue calificado por el crítico Rafael Aviña1. No, esta selección sencillamente pretende colocarse de manera objetiva en un punto intermedio. Porque el cine mexicano sigue su cauce.

Aviña, Rafael. “El Cine Mexicano de la Clandestinidad”. Blog de Crítica. 17 de marzo de 2016. 1

— Alberto Acuña Navarijo es periodista cinematográfico, cuya cinefagia está más arriba de Godard y más abajo del “Güero” Castro. Nada en medio. Escribe en Cinema Móvil y habla acerca de cine popular mexicano en el programa Derretinas de Radio UNAM.



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EL UNDER GROUND SE ESTÁ MURIENDO En marzo de 2017 fallecieron dos integrantes del cómic underground estadunidense: primero Jay Lynch, el 5 de ese mes y después Skip Williamson, el 16. Con sus muertes se comienzan a apagar las estrellas de aquel movimiento artístico y revolucionario que redefinió desde los remotos sesenta el rumbo de la gráfica y de la cultura pop para siempre. Por Jorge Flores-Oliver, Blumpi Los comix underground, explica Denis Kitchen en el prólogo del controversial libro de Dez Skinn, Comix. The underground revolution, “fueron el hijo bastardo de una generación obstinada”. Kitchen explica que dicha asonada no contó con un plan preestablecido ni un eje reactor, más bien se trató de un movimiento orgánico que se gestó poco a poco hasta hacer explosión. Sin embargo, anota que el número 1 de Zap, del mítico Robert Crumb, fue el catalizador de lo que vino después. Era 1968 en San Francisco.

Humbug, la cuna Pero si Robert Crumb es el padrino de los comix, sin duda Harvey Kurtzman es el padre de todos aquellos enloquecidos artistas. En 1963, cinco años después de la desaparición de su revista Humbug, Kurtzman reunió a un lozano equipo de colaboradores para crear una nueva publicación: Help! También de corta duración —solo se llegaron a publicar 26 números—, Help! contó en sus filas con algunos de los artistas gráficos que luego formarían parte del underground comiquero. Bajo la dirección de arte ni más ni menos que de Terry Gilliam (parte de la troupe Monty Python), en sus páginas se publicó al mismo Crumb y Gilbert Shelton (creador de los Freak Brothers), así como a los mencionados Lynch y Williamson. Pero, ¿quién era ese par y por qué resultó tan importante?


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Bijou Funnies y la revolución del 68 Nacido en Nueva Jersey el 7 de enero de 1945, Jay Lynch fue creador de Bijou Funnies, acaso la publicación de comix más influyente después de Zap. También fue colaborador en la revista MAD, escritor de los cómics de Bazooka Joe y los de Los Simpson. Jay también fue uno de los ilustradores detrás de las tarjetas coleccionables Wacky Packages y Garbage Pail Kids. Sus personajes más conocidos se llaman Nard y Pat, el primero un hombrecillo calvo y conservador; el segundo un gato joven y radical. En una recopilación de Bijou se incluye la siguiente historia ficticia sobre Lynch en esos días, que puede no ser real pero que refleja el acelerado tren de vida contracultural de la era: “Pasé empujando a William Burroughs y David Bowie. A través del humo pude ver a Lynch. Tom Wolfe estaba con él, bebiendo lo que parecía ser un vaso de leche con chocolate y diciendo algo a Lynch, mientras que Lynch armaba una línea de cocaína en la mesa. [...] Allen Ginsberg se acercó y susurró algo a Lynch. Lynch se rió y dijo, ‘Claro, Allen. Mira, estoy muy drogado ahora mismo, ya sabes, luego platicamos’. Allen dijo OK y se perdió entre el humo”. Bijou Funnies incluyó a varios de los artistas más relevantes del underground, y Lynch reconocía que Harvey Kurtzman y sus publicaciones — especialmente Help!— fueron el parteaguas que permitieron el nacimiento de los comix: “Skip y yo habíamos sido educados bajo una dieta continua a base de Harvey Kurtzman. En ese tiempo, 1960-61, decidimos que junto con Shelton y Joel Beck, deberíamos de mandarle material. Para muchos de los artistas underground originales, la primera revista nacional en la que publicaron algo fue Help!, así que, en un sentido, fue el primer comix underground”. Radicados en Illinois, Lynch y Williamson produjeron una publicación satírica llamada Chicago Mirror, dirigida al público hippy. Luego de tres números la revista quebró. Pero tras el éxito obtenido por Crumb con el número 1 de Zap, ambos decidieron retomar su labor como editores y fue así como, seis meses después, Lynch y Williamson lanzaron Bijou Funnies en 1968.

La revista es aún un ejemplo de cómo armar una antología por su naturaleza cooperativa: todos los autores recibían el mismo pago por su trabajo, fueran nuevos talentos o vacas sagradas como Crumb; también, las regalías por la venta de las reediciones de la revista o artículos promocionales derivados de ella se le pagaban a cada uno sin falta. En su primer ejemplar, Bijou incluía cómics de Lynch y Williamson, así como de Jay Kinney, Shelton y Crumb. Más adelante se unieron otros artistas como Art Spiegelman, Spain Rodriguez, Kim Deitch y S. Clay Wilson. Pero no solo fue el éxito de la publicación de Crumb lo que los animó a lanzar su propia recopilación de comix: “Los hippies no tenían sentido del humor”, explicaba Lynch. Con 200 dólares en el bolsillo, que era lo que les quedaba tras la debacle de Chicago Mirror, consiguieron que un editor se comprometiera a imprimirles cinco mil ejemplares por esa suma de dinero. Al final, solo fueron dos mil copias y ellos tuvieron que engrapar los ejemplares. Así nació el número 1 de Bijou, que actualmente es difícil, y caro, de conseguir. En Bijou nacieron los personajes de ambos autores. Por un lado, la pareja de Nard n’ Pat que estaba basada en dos amigos de Lynch y que, como ya dijimos, se trataba de un tipo y un gato. Por el otro, Snappy Sammy Smoot, un personaje de Williamson dibujado en una línea estilizada y espacios repletos de ashurado, con un efecto visual muy psicodélico. Nacido el 19 de agosto de 1945, Mervyn “Skip” Williamson fue, de hecho, el encargado de diseñar la portada de la primera edición del libro de Abbie Hoffman, Steal this book (1971). También fue el director de arte fundador de Hustler y en él está basado el personaje Hippie Skippy, de los Garbage Pail Kids. Snappy Sammy Smoot es un personaje naïve que constantemente se encuentra en medio de acontecimientos políticos. Como un Cándido con-

tracultural, Sammy no pierde su inocencia jamás. En su debut, regresa a su alma mater, donde las cosas han cambiado considerablemente. Al juntarse con unos estudiantes que se encuentran organizando una protesta, termina atestiguando cómo un policia los muele a golpes. “Discúlpeme oficial, pero, ¿no cree que quizá haya violado algunos de los derechos de esos tres jóvenes? Matarlos me pareció un poco extremo”, cuestiona, sin malicia, al policía. Siempre alineado al ala más radical de la izquierda de su país, Williamson contribuyó a alimentar el debate político. En 1968 participó como dibujante de la corte durante el juicio a los Chicago Seven, el grupo de acusados por el gobierno federal bajo los cargos de incitación a disturbios y conspiración durante la Convención Democrática que tuvo lugar en Illinois ese año. El grupo estaba compuesto por Abbie Hoffman, Jerry Rubin, David Dellinger, Tom Hayden, Rennie Davis, John Froines y Lee Weiner. Además, Williamson editó el cómic Conspiracy Capers para reunir dinero y ayudar con los gastos legales de los activistas. Estos acontecimientos fueron también las bases para la aparición de Bijou. En la introducción a la recopilación The Best of Bijou Funnies, de 1975, Marty Pahls lo narra así: “Bijou nació en 1968, y sus espasmos de nacimiento coincidieron con los espasmos de la sangrienta Convención Democrática de Chicago. Mientras los policías del alcalde [Richard] Daley lanzaban gas lacrimógeno a los manifestantes, cuatro caricaturistas principiantes —Jay Lynch, Skip Williamson, Robert Crumb y Jay Kinney— estaban entre los espectadores. Cuando la melé terminó, este cuarteto se limpió las lágrimas de los ojos, se subieron a la línea café del metro con rumbo a la casa de Lynch y comenzaron a producir sus propias lágrimas — lágrimas de risa.”


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El final de una era Con Jay Lynch y Skip Williamson se va una buena parte del corazón de los comix. (Aunque Lynch es conocido por su labor de archivamiento de la contracultura que va de los beatniks a nuestros días, así que esa memoria ha quedado resguardada). Un medio que, en sus propias palabras, “si algo hicieron bien, fue abrir el campo editorial a una situación sin censura. Antes [de los comix] no podías comprar libros de Henry Miller en los Estados Unidos y el Ulises de Joyce estuvo prohibido hasta después de un largo juicio a costa del editor”. Esos mismos comix, que Robert Crumb no duda en llamar revolucionarios y que, sin duda, cambiaron el rumbo de los cómics, la gráfica y la cultura pop para siempre.

—Jorge Flores-Oliver, Blumpi, es ilustrador, dibujante de cómics y periodista cultural freelance. Es autor de Apuntes sobre literatura barata (2012).


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ILÁN RABCHINSKEY EL MEDIO TERRESTRE | RESIDENTES ¿Qué es lo que podemos considerar como “natural” en nuestra relación histórica con el resto de las especies? ¿Qué ha legitimado esa historia? El medio terrestre y Residentes, de Ilán Rabchinskey (Ciudad de México, 1980), son exploraciones sobre la incómoda relación que mantenemos con los demás habitantes del planeta y cuestionan nuestro entendimiento de la historia en el contexto de las ciencias naturales y la representación de lo “salvaje” a partir del siglo XIX.


FOTOGRAFÍA

Estas dos series de obra, complementarias entre sí, fueron capturadas por Ilán en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México, entre 2009 y 2012, los lunes, cuando el recinto permanece cerrado al público. De niño, en compañía de su madre y hermano, Ilán pasó muchas tardes frente a las mismas vitrinas y ejemplares. Fantasía, realidad; escenificación y un meticuloso apego a las características físicas de los ecosistemas, los dioramas de El medio terrestre nos sugieren que no podemos poseer más que lo que hemos destruido. Peculiares atmosferas, imágenes desconcertantes que nos colocan en ambos lados de la fantasía, confrontándonos con nuestro papel de espectadores. Enrarecidos, los seres de Residentes se presentan suspendidos en un espacio negro y amorfo. Con expresiones agresivas que revelan una fiereza que ha sido sustituida por la romántica noción humana de “lo salvaje”. O rostros estoicos, algunos más casi beatíficos, en un éxtasis permanente de revelación o martirio. Por su composición, iluminación y atmósfera, las imágenes nos remiten tanto a la pintura tenebrista del siglo XVII como a la fría perfección del product shot contemporáneo. Estos lugares y objetos pretenden un opuesto: la ilusión de la vida sobre la muerte. Lo artificial como única posibilidad de acercamiento a lo natural.




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Ilustración: Leonardo Trejo

REPORTE GONZO

LA GENTE DEL ABISMO

Por J. M. Servín Vagabundos e indigentes han sido, desde siempre, una presencia habitual en las calles de la Ciudad de México. En mi infancia, hace ya varias décadas, los adultos los llamaban “robachicos” para provocar miedo en los niños desobedientes (como yo) y amenazarlos con que ese señor mugroso, barbudo, que cargaba un costal a la espalda repleto de quién sabe qué, se llevaría a todo chamaco con mala conducta. A los desobedientes, a los raros, a los insumisos, a los malcriados, siempre nos acechaba un costal para desaparecernos. El cine mexicano nos mostró a estos hombres y mujeres sin hogar con compasión, cuando no como motivo de chistorete o de lo chusco (recordemos a la “Guayaba” y la “Tostada” y sus pretendientes borrachines en la trilogía de Nosotros los pobres, a Pedro Infante en Escuela de vagabundos o a Ignacio López Tarso en El hombre de papel). La realidad es que “las personas en situación de calle”, tal y como los designa el lenguaje de la corrección política, son una de las expresiones más crueles de la deshumanización en megalópolis como la CDMX. Cálculos modestos estiman alrededor de cinco mil personas

habitando las calles, una buena cantidad de ellas en la delegación Cuauhtémoc. Un grave problema de abandono en sociedades solipsistas en las que el loco habla en voz alta para sí mismo, abstraído por el embrujo de un teléfono “inteligente”. El tonto sagrado del medievo ha sido reemplazado por el anacoreta del gadget, que aumenta en la misma proporción en que autoridades y ciudadanía se desatienden de lo que he dado en llamar “La gente del abismo”. Esto en clara alusión al gran reportaje de Jack London, El pueblo del abismo, sobre los desposeídos de Londres a principios del siglo XX. En 1902, London fue enviado por el periódico en el que trabajaba para cubrir como reportero la Guerra de los Boers, pero tuvo que permanecer ocioso siete semanas en Londres. Al recorrer sus calles quedó impactado por tanta miseria. Vivo en Bucareli desde hace casi once años y he visto crecer de manera alarmante el número de vagabundos, indigentes y menesterosos que habitan una amplia zona del Centro Histórico y colonias vecinas. Desde 2011 decidí llevar a manera de diario personal, un registro fotográfico de su presencia, en mi vida como peatón que recorre un largo perímetro callejero por gusto o por

trabajo, pero siempre renuente a utilizar el transporte público. A mis perros les debo esos largos paseos matutinos cotidianos, incluso crudo o amanecido, en los que mis “buenos días” me los da la desesperanza de calles cuyos nombres solo me sirven como referente para llevar un registro de estos hombres poseídos por el áurea beatifica de los nihilistas pacíficos. Debo reconocer que desde niño me ha perturbado encontrarme con estos espectros callejeros. Me invade una mezcla de temor, atracción, conmiseración y a veces, por qué no aceptarlo, rechazo. Orinan, defecan y tiene sexo en las calles. Muchos de ellos pasan el tiempo alcoholizados o drogados. En alguna ocasión un indigente barbón y furioso me recetó por la espalda un palazo de escoba. No supe qué hacer más que huir a paso veloz, más sorprendido que otra cosa. La “gente del abismo” ha sido un referente constante desde mis inicios como escritor. Ha sido motivo de reflexión constante sobre las relaciones entre hacinamiento urbano-locura-pobreza-beatitud. No pretendo mucho más que reconocer el legado de Máximo Gorki y Jack London, sobre todo. La historia de la literatura está llena de alusiones y personajes referentes a vagabundos y demás “gente del abismo” (Chejov,

Víctor Hugo, Manuel Payno, José Rubén Romero, Lizardi, Quevedo, Nelson Algren, Bukowski, Jack London y Lee Stringer —este último un exindigente adicto al crack que escribió una crónica demoledora sobre su experiencia en las calles de Nueva York y su posterior redención a través de la literatura—, por nombrar a algunos de los escritores más conspicuos). La fotografía y el cine ofrecen numerosos ejemplos de lo que los desposeídos de las grandes urbes significan como objeto de la lente de los más diversos artistas visuales y documentalistas. Vale la pena mencionar a dos de ellos: Walker Evans y Weegee. Sin duda, todos vivimos en ese angosto lado de la vida que en cualquier momento puede enviarnos a ese pabellón de espectros desquiciados en que se ha convertido la Ciudad de México.

—J.M. Servín es narrador, periodista y editor. Coordina el proyecto de periodismo narrativo Producciones el salario del miedo Es autor, entre otros, de Cuartos para gente sola, DF Confidencial, Por amor al dólar y Al final del vacío. ¡Postre o muerte!




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