Querido Manny: ¿Te acuerdas de aquella extraña vagabunda que se quitaba la dentadura para darnos miedo? Pues está muerta. Ya, lo sé, no es un comienzo agradable, estoy algo nervioso y está lloviendo, el olor que desprende la tierra se está colando por mi ventana y su brisa, como un cachorrito, me va hiriendo la piel con su frío intenso, ha llovido mucho Manny y es por eso que no sé por donde iniciar esta carta.
¿Te acuerdas de aquel cubo de basura que la loca chiflada adornaba con figuras de periódico en el parque? Hacía papiroflexia con los diarios que encontraba abandonados en los bancos de la vieja estación. Flores, barquitos, gatos, perros... todos alrededor de un muñeco de papel con una cara sonriente mal pintada con carboncillo, daba miedo ¿verdad? Pero lo que más daba miedo era cuando nos miraba fijamente con esos ojos y esa cabeza desgreñada cada vez que pasábamos por su lado en aquel parque. Se ponía de pie, nos sonreía y acto seguido llevaba su mano temblorosa hasta su boca y se sacaba los dientes mientras se reía, nos la mostraba, nos mostraba su dentadura babosa en su mano y aquello nos daba un asco enorme pero reíamos, reíamos y reíamos, nos quedábamos afónicos de tanto reír, nos vaciábamos de lágrimas mientras caminábamos, a ti te daban calambres en el vientre y a mí me dolían los ojos por culpa de las carcajadas, nunca supimos porque aquella vieja le gustaba hacer eso día tras día.
Al llegar hasta el final del paseo del parque viejo había un estanco (¿te acuerdas?) y nos pedíamos los puros del anciano, nos sentábamos y con ellos en la boca nos poníamos a charlar de nuestro sueño: ser grandes periodistas. Tú y yo trabajando para un gran periódico, siempre con el sueño de la fama y los premios, los coches y los puros, el
reconocimiento y la historia, esas metas que alcanzaríamos, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Éramos chavales con sueños, y eso nos hacía sentir felices ¿verdad? Pero lo cierto es que la felicidad se acababa a partir de las seis...
Mirabas tu antiguo reloj cada tres minutos cuando veías que el sol se iba alejando, al llegar las seis de la tarde salías corriendo hasta la estación de tren casi sin esperarme, dabas zancadas tan largas que me costaba seguir tu ritmo, te ponías nervioso y yo lo comprendía, no todo el mundo es abandonado por su madre y ésta siga dejándose ver. Comprendía tu sufrimiento, nunca tuviste valor para acercarte a ella y preguntarle por qué lo hizo, eras clavado a esa mujer, tu misma mirada azul, tus mismos rizos rubios incluso parecía tener tu misma forma de andar, con su flor de papel en el pecho, con sus periódicos bajo el brazo y sus dientes tan relucientes como perlas, saludaba a todo aquel que conocía con una amplia sonrisa, era la única mujer feliz en aquella estación y cuando estábamos cerca nos saludaba con una sonrisa. Todavía me acuerdo de aquella vez que le rogaste, de rodillas con la cabeza clavada en el suelo como un avestruz a la monja que te cuidó cuando estabas en el orfanato, "¿quién es mi madre Sor Irene? Necesito saberlo" le decías, Sor Irene, con la mirada mas y mas triste, te negaba toda pregunta hasta que, a modo de acertijo te soltó la respuesta, "una mujer que saluda con una sonrisa y lleva periódicos", lloraste de alegría a pesar de que la respuesta era vaga y confusa. Yo sospechaba que Sor Irene ocultaba algo pero en aquel momento no quise darle importancia.
Días más tarde la tristeza te volvió a ahogar, decías disparates, no te controlabas, decías que tu madre te había abandonado por que "eras un gasto económico" y que por eso te
tuvo que dejar en aquel orfanato, soñabas con tener dinero y plantarte de una vez por todas delante de la mujer de la estación de tren y decirle: "madre, por fin soy un hombre con dinero", me daba miedo todo lo tu cabeza planeaba, estaba nervioso por tu actitud, tu intentabas darme argumentos de peso pero yo solo oía tramas de un culebrón absurdo, tu personalidad empezó a cambiar... Años más tarde nos distanciamos, yo por mi lado y tu por el tuyo, dejé de fumar puros porque ya no tenía sentido, ya no sabían igual, pero supuse que el tiempo lo curaría todo. Una noticia agitó la cuidad, el concurso anual para una beca en periodismo había comenzado, el concurso consistía en hacer un reportaje de temática libre, yo estaba ilusionado, pasé largas temporadas en la biblioteca hasta tal punto que de vez en cuando iba a casa de la señora Hody la bibliotecaria (que por cierto sigue viva) a comer sus deliciosos macarrones con queso. Llegó el día de entregar los trabajos y yo estaba terminando las últimas pinceladas de mi obra de la cual estaba orgulloso, pero estaba tan nervioso que salí de la biblioteca a fumar un cigarrillo, de repente te cruzaste conmigo, pero como un relámpago entraste a la biblioteca y saliste en cuestión de segundos corriendo como un loco, como si estuvieras huyendo...cuando entré no daba crédito a lo que estaba viendo... me habías robado el trabajo, enseguida supe porque lo habías hecho, caí al suelo temblando, mi mejor amigo, el que había sido casi como mi hermano...
Efectivamente ganaste el concurso y te dieron una gran suma de dinero gracias al trabajo que me robaste, a medida que iban pasando los años yo me iba sumergiendo en el alcohol y tu ibas flotando en la fama, era casi obligatorio que tu cara saliera en las noticias, "periodista con premio" "genio de la información" "As de los
acontecimientos”... fuiste un grandísimo hijo de puta ¿qué debía hacer? ¿Te tendría que perdonar? ¿Cómo podría hacerte daño? ¿Cómo podría matarte? Caminaba sin rumbo víctima de una depresión y sin querer choqué con una mujer que me hizo abrir los ojos, tu madre ¿porqué no estaba contigo?
Más adelante me enteré que todavía seguías buscándola, no era la de la estación de tren ¿verdad? Así que fui a investigar por mi cuenta, llegué al orfanato donde te criaste, pero Sor Irene ya había muerto, fue una lástima, ya me empezaba a derrumbar, otra monja que por ahí estaba me contó algo sorprendente, era una monja vieja y algo despistada, pero se acordó de un detalle que hizo que mi corazón latiera con la fuerza de un ciclón, me dijo que cuando te trajeron al orfanato le estabas intentando coger todo el rato los dientes a tu madre que por lo visto estaba enferma... ¿tu sabías algo de eso?
Salí de aquel orfanato como un rayo, por impulso llegué hasta el parque donde solíamos caminar hasta llegar al estanco de los puros, viviste engañado Manny, aquella mujer de la estación no era la persona que estabas buscando, me encontré al fin con la vagabunda loca de la dentadura postiza acompañada de sus manualidades con periódicos, me acerqué hasta ella y vi otra vez aquel muñeco de papel con aquella sonrisa diabólica, lo cogí con fuerza Manny, "¿tiene nombre este muñeco?" le pregunté gritando, pero la vagabunda no articulaba palabra porque estaba totalmente perpleja por mi actitud, insistí, insistí, ella quería agarrarlo pero yo no le dejaba, saqué el mechero y amenacé con quemarlo si no me decía el nombre del muñeco, la vagabunda quedó tirada en el suelo gritando, llorando y vomitando, mis amenazas cada vez se iban pareciendo a promesas, la llama de mi mechero bailaba cada vez más cerca del muñeco y ella
desesperó, se acordó que un día fue humana y no un maldito mono ¿comprendes lo que te quiero decir? ¡Aprendió a hablar sobre la marcha! Y dijo al fin un nombre....el tuyo Manny. Solo estaba enferma mentalmente y nos sacaba la dentadura porque de pequeño a ti te gustaban sus dientes o lo que fueron sus dientes... me acerqué a ella. Manny ¿te acuerdas de aquella extraña vagabunda que se sacaba la dentadura para darnos miedo?...Pues está muerta.