Pontificia Universidad Javeriana Maestría en Educación Seminario Modelos Pedagógicos Docente: Rafael Reyes Angela Patricia Vargas González
DEJAR APRENDER: EL SENTIDO DE LA EXPERIENCIA EN LA EDUCACIÓN “La educación tiene que ver siempre con una vida que está más allá de nuestra propia vida, con un tiempo que está más allá de nuestro propio tiempo, con un mundo que está más allá de nuestro propio mundo... y como no nos gusta esta vida, ni este tiempo, ni este mundo, querríamos que los nuevos, los que vienen a la vida, al tiempo y al mundo, los que reciben de nosotros la vida, el tiempo y el mundo, los que vivirán una vida que no será la nuestra y en un tiempo que no será el nuestro y en un mundo que no será el nuestro, pero una vida, un tiempo y un mundo que, de alguna manera, nosotros les damos... querríamos que los nuevos pudiesen vivir una vida digna, un tiempo digno, un mundo en el que no dé vergüenza vivir.” (Larrosa, J. 2006. p.2)
“Enseñar es más difícil que aprender porque enseñar significa: dejar aprender” (Larrosa, J. 1996. p.33-34). Inicio mi escrito con las palabras de Jorge Larrosa, pues, éstas contienen la esencia de los planteamientos que quiero desarrollar, ya que, pensar en la educación no es una labor fácil, pensar en la educación implica reflexión, implica al docente un hacer intencionado y ser consiente del fin que se persigue, implica reconocer al otro como un ser humano, entre muchas otras. Pero, más importante aún, dejar aprender es comprender que el aprendizaje se da de adentro hacia fuera, no se impone, se trasmite o se controla, por el contrario, es por medio del aprendizaje que el estudiante produce un mundo distinto al que se le dio, se transforma y da sentido a su propia vida… una vida que: como bien se menciona en el epígrafe, va más allá de la vida del maestro, en un tiempo que no es el tiempo del maestro y en un mundo distinto. En este marco, la experiencia cobra sentido y un gran valor, pues, lleva a pensar la educación de otro modo, más precisamente, como la posibilidad que se le brinda a aquel que se está educando de producir sentidos, de transformarse en direcciones desconocidas y hacia sí mismo, de tomar su lugar en el mundo… de ser de otro modo. En este sentido se reconoce que “la verdadera experiencia es la que hace consciente al hombre de su finitud y de su propia historicidad, la que le permite reconciliarse consigo mismo, reconocerse a sí mismo a partir de la confrontación con el otro, con el mundo de las cosas, del pasado y de la tradición. […] Es esta experiencia la que permite integrarse, autoformarse espiritualmente, pues en esto consiste la tarea histórica del espíritu humano, no en autocomplacerse sino en enfrentarse a la realidad de la vida, con todo lo dura y extraña que parezca, hasta reconocerla al menos como propia y familiar” (Flórez, R. 2000. p. 222) Así pues, la experiencia se constituye en un saber que revela al hombre singular, al ser en su propia finitud. Además, se trata de un saber que es particular, personal y subjetivo (así diversas personas se enfrenten al mismo acontecimiento su experiencia no es exactamente igual), de este modo, nadie puede aprender de la experiencia del otro. Y, finalmente, el saber que se produce de la experiencia no puede separarse de