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Mujeres del Mundo Unidas 8M 2022 Autor: Michelle Gaytan

El 8 de marzo está próximo, los carteles que comienzan anunciando y convocando a las feministas y mujeres de toda la república a la movilización organizada, se hacen presentes en los grupos y posts en redes sociales y algunos canales de noticias.

Y aunque muchos de inmediato se preguntan, Y con sincera angustia, ¿qué pasará con los (regularmente deteriorados, debido a la falta de presupuesto gubernamental y poco cuidado de la misma población) edificios y monumentos que forman parte del valioso patrimonio histórico y cultural de la Nación?, otros se preguntan ¿por qué busca el movimiento feminista manifestar su negación al Estado y los elementos simbólicos y materiales que conforman su poder?

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Sobre la primera interrogante, me gustaría poder reflexionar sobre la utilidad que tiene para la sociedad contemporánea, perpetuar los elementos que constituyen el poder y control de Estado, y sobre el empeño que tiene éste en borrar la memoria, ocultar lo sucedido, silenciar, invisibilizar y deslegitimar los movimientos y sus acciones.

¿ A quiénes benefician estos valores? ¿Por qué nos preocupamos tanto por conservar una cultura que refuerza un sistema de poder que perpetúa la desigualdad y la depredación voraz del planeta?

Hemos apresurado los pasos del destino finito de los recursos sobre la tierra, y vivido las consecuencias negativas, para que muy pocos se beneficien, y aún así continuamos avanzando en la misma dirección, defendiendo su permanencia, atrapados.

Lo que me lleva de inmediato a la segunda cuestión: ¿Por qué las feministas le declaran la guerra al Estado de manera tan radical?

Atendiendo la reflexión anterior; las feministas se manifiestan de manera simbólica en contra del Estado y los valores culturales, poniendo en crisis elementos claves, como por ejemplo; la familia: con el reconocimiento del trabajo doméstico, reproductivo y de cuidados, considerado culturalmente como algo inherente a la mujer, es decir, que forma parte de nuestra naturaleza femenina, invisibilizando lo que este trabajo representa, es un deber que la mujer asume con felicidad, ya que le permite la autorrealización.

A pesar de los logros obtenidos y avances en contra de las desigualdades, gracias a las luchas de mujeres de olas anteriores, la cultura patriarcal permanece en el fondo, en raíces que amenazan con volver a crecer, sigue permeando en los valores y comportamientos, se instala silencioso, invadiendo todos los sectores de la sociedad.

Actualmente, las mujeres podemos estudiar y trabajar “como cualquier otra persona”, pero las condiciones y terreno en el que transitamos no es parejo, la diferencia comienza desde el núcleo familiar; en muchos hogares todavía se asume que al ser mujeres terminarán ejerciendo en el hogar “su papel de madre y esposa”, o si es el caso, sacrificará su vida para cuidar y atender a los enfermos en casa, poniendo su formación académica en segundo plano, muchas veces las mujeres se enfrentan a situaciones de falta de apoyo familiar para completar su formación profesional, pues se privilegia el acceso a los recursos a los hijos varones, ya que se espera que sean ellos quienes continúen “a la cabeza” de la familia.

Además tendrán que enfrentarse a la aceptación y naturalización de múltiples formas de acoso, violencias y micromachismos que vivirá en sus espacios académicos y laborales. La mujer, al acceder a su derecho a la educación, está rebelándose contra el rol familiar de trabajadora doméstica, cuidadora, cocinera y fuerza laboral (como es el caso de muchas mujeres que trabajan sin paga o que hacen extra en negocios familiares “siendo buena hija/ esposa/ hermana/ mujer”).

Al salir del hogar, la familia, como estructura social, entra en crisis, pero no por el abandono de la mujer, pues al contrario, a esta se le ha cargado al doble o triple el trabajo, pues al ser absorbida como una fuerza de trabajo en un sistema capitalista, debe cumplir con las exigencias y ritmo que el mercado impone, siendo igual de explotada que cualquier otra persona, y luego cumplir en casa con lo que se espera de ella como mujer en la familia; pues aunque el trabajo reproductivo , doméstico y de cuidados ya se reconoce como trabajo que debe remunerarse, muchas mujeres se enfrentan a la falta de igualdad en el reparto del trabajo no remunerado en los núcleos familiares, la presión cultural le impone a las mujeres asumir el trabajo doméstico y los cuidados de niños, adultos mayores y enfermos.

A pesar de los retos a los que se enfrentan las mujeres en todos los sectores, debido a la cultura patriarcal, hemos logrado ocupar espacios en todas las áreas profesionales y sectores en la sociedad, abriendo camino para otras más.

Respecto a la violencia, esa que nos causa miedo y preocupa tanto, es importante destacar que va en aumento hacia las mujeres en el mundo, a partir de su participación en el ámbito público; Cuando la mujer decidió rebelarse y salir del espacio privado, rechazando el trabajo doméstico y reproductivo como algo intrínseco del género femenino, es justamente cuando la violencia de género se manifiesta cada vez más brutal y cotidiano.

Los casos de feminicidios con marcas de violencia extrema son cada vez más comunes y cada día suman más; reflejando un marcado odio al género. Nos matan porque al romper con el rol de mujer en la familia, los valores culturales cambian, y eso implica transformación, y una nueva repartición del trabajo. Nos matan porque ya no es posible controlarnos fácilmente, las mujeres se han vuelto cada vez más independientes, tomando el control de su cuerpo y su vida, eso implica una pérdida de poder, el trabajo que antes se sostenía “por amor y deber”, ahora es reconocido como un trabajo que debe ser retribuido y que las mujeres pueden rechazar libremente.

Y es claro que un sistema que nos hace pensar, querer y sentir que debemos continuar consumiendo por encima de las consecuencias, que explota todos los recursos a su alcance incluyendo los humanos, que más allá del bien común busca la máxima obtención de beneficios individuales y que controla nuestros alimentos, salud, economía, política y más terrible, nuestra mente, nos hará rechazar los cambios y transformaciones de fondo que exigimos las mujeres. Pues el mismo sistema está perdiendo poder y una fuerza de trabajo que antes no era remunerada.

La respuesta para las mujeres ha sido apostar por estéticas de ruptura y resistencia, generando un golpe de percepción radical en aquellos que participan como espectadores, dando un mensaje claro de oposición al Estado, y a sus elementos históricos y culturales que lo sustentan.

Es en el acto disruptivo que la realidad se nos impone y genera incomodidad, miedo, enojo, tristeza, risa, pero también reflexión y cambios estructurales. Gracias a las intervenciones, el artivismo y la iconoclasia que practican las feministas en sus manifestaciones, se han gestado los diálogos sociales necesarios para reflexionar respecto a la cultura y sistema social y económico, que ha generado que la violencia a la mujer aumente diariamente, y preguntar por qué el Estado no actúa, teniendo el 98% de impunidad.

En sus instituciones queda la marca de la vergüenza y la sangre de muchas mujeres que vivieron el odio y frustración de alguien que no pudo controlarlas, descargando en ellas la violencia, arrebatándoles las vidas, que siguen sin obtener ni verdad, ni justicia. Queda la marca en las instituciones de los violadores de niñas y mujeres que siguen en las calles y muchas veces hasta conviviendo con sus víctimas de manera cotidiana, las pintas y okupas feministas dejan expuestas a las instituciones que incluso dentro de sus procesos reproducen violencias, que ni creando nuevos institutos y ni con los aumentos de presupuesto cada año, pueden garantizar a las mujeres espacios seguros y de contención adecuados para atender los casos de violencia de género.

A las feministas más radicales llamadas bloque negro, las acusan de ser violentas, pero no hay nada más violento que la desigualdad, aunque están los daños a la infraestructura del Estado, las mujeres (a pesar de la permanente violencia a la que diariamente se enfrentan en todas sus esferas sociales) no generan ambientes de violencia durante sus manifestaciones, por el contrario, protegen a cada una de las que se suma, todas nos cuidamos en la marcha porque sabemos que luchamos contra un sistema y una cultura que se resiste al cambio. Se ha visto que alejan radicalmente a los hombres que buscan provocar y poner en riesgo a las demás mujeres, a los medios de comunicación que construyen la noticia sin visión de género, sesgada, sensacionalista, manipulada,

provocando únicamente morbo y desinformación, contribuyendo al imaginario de la feminista que únicamente busca destruir sin sentido.

La policía se hace presente para las mujeres solo en cuanto a su capacidad para reprimir e intimidar en los movimientos, tristemente los bloques de mujeres policías están al frente de las formaciones, sin percatarse que hemos perdido doblemente, no sólo por su situación de violencias a la mujer a las que se enfrentan ellas mismas, sino porque voluntariamente se someten a la violencia del Estado y se prestan como arma de guerra. Y por eso las feministas tienen claro una cosa “ la policía no me cuida, me cuidan mis amigas”.

Pero en ningún momento se busca agredir directamente a los hombres como acción en contra del sistema o como estrategia para combatir las desigualdades, si así fuera no tendríamos que esperar a las marchas, podríamos hacerlo en nuestros espacios privados, en los entornos cercanos, que es desde donde nos toca vivirla a nosotras. ¿Por qué entonces alejamos a los hombres si no los queremos eliminar del planeta como estrategia para recuperar nuestros derechos?

Por la misma razón por la que hay múltiples feminismos, somos diversas, buscamos cosas distintas y estamos en cierta forma determinadas por un contexto cultural, social, histórico y económico, sabemos que no hay una sola forma de ser mujer, como tampoco hay una sola forma de ser feminista.

Los feminismos son diversos como realidades en el mundo, pero todas estamos de acuerdo en algo, la prioridad en la agenda es respecto a la violencia contra la mujer, y por retomar el control completo de nuestro cuerpo, incluyendo los asuntos de reproducción sexual. Por eso nos unimos, por los aspectos en común que, independientemente de que tan diversas sean las mujeres, nos hacen eco de la misma forma.

Personalmente creo que sí existen los hombres feministas, han estado presentes en la historia de los movimientos, sin embargo, la toma de conciencia para el hombre implica estar dispuestos a una pérdida de privilegios y más trabajo repartido; la asistencia de un hombre en espacios que se plantean como exclusivos para las mujeres, no es apoyar nada, al contrario, evidencia una resistencia. Eso no implica que no podamos ser empáticos y entender las causas y apoyarlas, pero es importante saber que podemos participar en los movimientos en diferentes niveles y formas de accionar, generando cambios significativos, entendiendo cuál debe ser nuestro papel en el movimiento, lo más importante es la reflexión introspectiva y los cambios personales hacia el entorno más cercano.

Las mujeres seguimos asumiendo los trabajos domésticos, además del trabajo profesional, seguimos viviendo acoso y desigualdad en nuestros entornos cercanos, y la violencia sigue aumentando, pero también hemos logrado avanzar en muchos sentidos, por eso es que es importante manifestarnos, todas las mujeres, unámonos para cambiar el destino del mundo.

Este 8M las mujeres del mundo se unirán para manifestar que estamos juntas, entre todas nos cuidamos, y nos manifestamos en contra de la violencia y las desigualdades del mundo. Resistiendo como acto de ternura y principalmente autodefensa.

Nos vemos el 8 de marzo, desde cada una de nuestras trincheras.

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