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Iván Prado Sejas

PENUMBRA CATALÍTICA Iván Prado Sejas

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Iván Prado Sejas, escritor, crítico literario, poeta y ensayista. Es Psicólogo, formado en la Universidad de Brasilia, con Maestría en Dirección y Administración de Empresas, Terapeuta Gestalt y Docente Universitario. En Cuento y Relato ha producido: Los Sueños del Padre (2017), Cuentos en 2 minutos (2009) y Vuelo hacia el Infinito (2020). Cuentos del autor están en Antologías: Las Remotas Edades (Coautor, Miguel Esquirol), Las Imposibilidades Posibles (Coautor Gonzalo Montero), Sueños y Encanto (Coautor Gonzalo Montero. En Poesía ha producido dos poemarios: Arawi Valluno (2010) y Mujer Eterna (2011). Asimismo, ha publicado poemas en la revista bilingüe ILLA (2015), en Antología de la Poesía Quechua. 3ra. Ed., (2014) de Hermógenes Ortuño y en la antología Poesía Quechua en Bolivia (2016) de Julio Noriega Bernuy. Asimismo, ha publicado poemas en revistas, blogs y webs literarios. En Novela, ha publicado: Inka Kutimunña (1998), Las Amazonas, Poder y Gloria (2006), El Crepúsculo en la Noche de los Tiempos (2008), Samay Pata (2012) y Hananpacha (2014) Ha escrito crítica literaria, reseñas y ensayos en la revista norteamericana Amazing Stories y critica sociopolítica en la revista América Latina en Movimiento. Ha publicado sus trabajos en blogs, revistas y webs.

PENUMBRA CATALÍTICA

Estaba yo caminando por un campo en penumbras donde apenas se divisaban siluetas de seres que parecían humanoides. No era sueño y no era realidad. ¿Qué es?, ¿dónde estoy?, me preguntaba. El piso parecía mojado, pero no sentía la humedad del agua en la planta de mis pies. Era extraño. El aire que respiraba no era el aire que conocía. Me preguntaba dónde yo estaba. Recuerdo que horas antes, estaba llegando a mi casa y salió a recibirme Peke, una cachorra chapi. Me incliné y la acaricié. Extrañamente, no me recibía como otros días, de forma eufórica. Esta vez la sentía como quejándose. Supuse que no le habían dado el alimento del día. Y por eso le dije, acariciándole el lomo: “¡Ya!, ¡ya! Ya te daré tu comida. ¡Tranquila!”. La levanté y me dirigí hacia la puerta de ingreso. La abrí y noté que no estaba asegurada. ¡Qué extraño!, pensé. “Fiu, fiu, fiu”, lancé mi silbido característico, indicando que había llegado a la casa. Nadie contestó… Habilité mi celular y fijé mi vista en la pantalla. Me apareció la fecha: 11/11/2049. Vi la hora. “Bueno, son las nueve de la noche, ya mi gente debería estar acá”, me dije. Entré a la cocina, las luces estaban prendidas, pero no había nadie. Solté a Peke y ella se acurrucó lanzando gemidos. Me parecía raro, nunca la había visto así. Salí nuevamente hacia la sala y llamé en voz alta a mi esposa: “¡Karen!, ¡Karen!, ¡Karen!” No había ninguna respuesta. Tampoco respondían mis hijos Soledad y Carlos. Seguramente todavía no han llegado a la casa, pensé. Me dirigí a las gradas para subir a los dormitorios. Peke que normalmente se adelantaba para subir, esta vez se quedó quieta. Y luego de lanzar sus gemidos se fue hacia la cocina. Pensé y balbuceé “Bah, qué extraño…, no puede ser”. Una sensación de ansiedad me invadió. Mientras iba subiendo las gradas, me venía a la mente la frase: “Eso de vivir tan lejos de la ciudad…”. Nunca, nunca nos había sucedido nada. Ya vivíamos allá más de veinte años. El campo nos agradaba. Vivir en la falda de la montaña era muy agradable… Llegué al tope de las gradas y me encaminé por el corredor hacia el dormitorio principal. Apenas di los primeros pasos, se abrió la puerta y una luz azul intensa salió del cuarto. Antes de cualquier reacción, esa luz me envolvió y perdí el conocimiento.

Ahora, estoy caminando por un lugar desconocido. No llevo mi ropa, apenas visto un enterizo que cubre todo mi cuerpo. No sé en qué momento me vistieron con este traje. Había vacíos en mi mente, cuando intentaba rememorar a Karen, a mis hijos, parecía que algo sustraía mis pensamientos. Alguien deseaba que no piense. Parecía ser simplemente un objeto andante. Tampoco tenía miedo. No sentía ni frio ni calor. A ratos me venía un pavor y sentía caer el sudor de mi frente. Al instante, se abrió una especie de puerta. El ambiente se iluminó y estaba en una sala donde las cuatro paredes, el techo y el piso eran de color blanco, con apariencia cristalina. La luz parecía salir de las paredes, no había focos o lámparas. Yo intentaba estar alerta… De inicio vi ingresar a la sala siluetas transparentes. Tenían la apariencia de seres invisibles. Ingresaron varios. Luego escuché una voz metálica, que me decía que no me harían daño. Algo en mi interior me expresaba que no debía creer en aquello que me decía la voz. Inmediatamente, vinieron a mi mente las imágenes de Karen, Carlos y Soledad. “¡¿Dónde los tienen?!”, grité. Mi voz reverberó en el ambiente. Las siluetas parecían olas en movimiento. Al rato una de las paredes se convirtió en pantalla y se proyectó la imagen de un lugar extraño. Las imágenes fueron cambiando, y poco a poco, al ver las proyecciones, sentí que me encontraba en otro planeta. ¡Fuimos abducidos!, pensé. Un sentimiento de rabia me invadió. Entonces, quise moverme para atacar a los entes. No podía. Una energía me aprisionaba. Cerré mis ojos e intenté reunir todas mis fuerzas… Cada uno de mis músculos se crispaba. Debía moverme… Debía salvar a mi gente… Mi respiración era jadeante…, el tiempo parecía estar detenido. De pronto, un rayo luminoso salió del lado derecho de la habitación e ingresó en mi cerebro. ¡Sí, penetró! Me sentí atontado. Extrañamente, mi respiración se calmaba y mi jadeo desapareció. Luego, se proyectó otra especie de pantalla en el vacío y veía la imagen de un cerebro digital, lleno de luces minúsculas. Algo me decía que era mi cerebro proyectado como un holograma. Veía dentro de la imagen, en la parte central, una zona que se fue haciendo rojiza. Yo quería matar, destruir, deshacer, herir, explotar…

¡Malditos!, ¡¿qué me hacen?!, quería expresar, no podía…, esta vez, sólo mi mente “gritaba”. Al rato, la luz roja fue avanzando hacia otras zonas del neocórtex. Mi cuerpo era una marioneta de sensaciones. En el momento en que mi zona auditiva fue sobreestimulada escuché voces detrás del vidrio. Los que estimulaban mi cerebro no se dieron cuenta. —A lo sumo, por la maquinación que montamos, este sujeto pensará que le secuestraron extraterrestres —dijo uno de ellos. —¡Eso sí! Armamos toda la trama para que piense eso. En este momento se le inyectará el virus 30K, que es uno súper mejorado al que inyectamos en el planeta, entre el 2019 y el 2021, para generar una pandemia, pero sobre todo un caos económico —comentó otra voz y lanzó una risa burlona. —Nuevamente compraremos acciones a precio de gallina muerta después que las bolsas de valores hayan pisado fondo —dijo el otro. —Asimismo, los países en bancarrota, por los efectos de la nueva pandemia, tendrán que prestarse dinero de nuestras instituciones financieras y seguirán dependiendo de nosotros… No podía creer en aquello que mis oídos escuchaban. Ciertos humanos me estaban usando en sus experimentos para sus jugadas sucias. ¿Quiénes eran? Abrí mis ojos e hice intentos de ver a través del vidrio. Comencé a sudar por el calor de los reflectores. En ese momento, escuché a mis espaldas el ruido de un brazo mecánico. Yo no podía girar… Por un segundo se me vino a la mente la idea de la muerte. Sentí un pinchazo por encima de mi glúteo derecho. Un líquido empezó a penetrar en mi cuerpo. En mis sensaciones alteradas, empecé a sentir miles de agujas que subían por mi espalda abriendo con violencia cada tejido orgánico que encontraban a su paso. Un dolor insoportable fue recorriendo mi dorso. En el momento en el que las agujas llegaron a mi cuello, sentí como si alguien me quisiera ahorcar. Yo tosía y tosía…, apenas podía respirar. Me dejé caer al suelo, y pedía auxilio. Unos sonidos guturales salían de mi garganta… Nadie acudía a mi llamado. Lo último que me vino a la cabeza, antes de perder la conciencia, fue la imagen de Peke y en sus ojos vi a Karen, Soledad y Carlos. Ellos tenían que estar vivos; los sentía vivos, a pesar de la penumbra…

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