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Ana Triveño G
CUANDO DESPERTÓ Ana Triveño G.
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Ana Triveño G. es una escritora independiente que se dedica a escribir novelas juveniles de narrativa fantástica. Nació el 11 de septiembre de 1991 en Cochabamba, Bolivia. Estudió Comunicación Social en la Universidad Católica Boliviana “San Pablo” y obtuvo un máster en Escritura Creativa en la Universidad de Salamanca. Es miembro fundador de la Sociedad de Escritores de Narrativa Fantástica y Ciencia Ficción SUPERNOVA y miembro honorario de la Asociación de Escritores Bolivianos ESCRIBO. Recibió las distinciones “Capital de las Flores” en la categoría Mérito Cultural otorgado por el Gobierno Autónomo Municipal de Tiquipaya y de “Ciudadano meritorio” otorgado por el Concejo Municipal del Gobierno Autónomo Municipal del Colcapirhua, así como reconocimientos por parte de la Cámara de Diputados de la Asamblea Legislativa Plurinacional, del Ministerio de Educación, del Gobierno Autónomo Departamental de Cochabamba y de la Cámara Departamental del Libro de Cochabamba. Tiene diez obras publicadas: siete novelas, dos libros de cuentos y una investigación, entre las que destacan La luna de Apolo y La Muerte quiere morir. También ha participado en numerosas antologías como: De imposibilidades posibles y Escritoras cochabambinas.
CUANDO DESPERTÓ
Cuando despertó, el mundo seguía allí. ¿Por qué no habría de estarlo? Uno pensaría que sería más efectivo cuestionarse algo más específico, menos confuso, como un dinosaurio. Pero no, ella se sintió aliviada al comprobar que el mundo realmente seguía allí, tal como lo había dejado antes de irse a dormir. Para comprender esta situación es necesario recorrer algunos días atrás, cuando su vida era relativamente normal. Su rutina consistía en levantarse a las 8:30, salir a trotar al parque que estaba a cuadra y media de su casa y regresar para tomar un baño y comenzar a cocinar. Normal. Rutinario. Aburrido. No importaba si era lunes o sábado, ella continuaba corriendo. Aquel día, ocurrió algo fuera de lo común. Mientras trotaba, el Sol pareció desvanecerse por un segundo. Sus pies siguieron avanzando, uno delante de otro. ¿Lo había imaginado? Miró alrededor para ver si alguien más lucía confundido. Todo seguía tranquilo. ¿Nadie había notado que el Sol se había apagado por un segundo? Dio vuelta el parque, no se detuvo. Persistió en encontrar un rostro, solo uno, que demostrara su misma inquietud. Entonces advirtió algo. ¿Acaso ella mostraba inquietud? Aprovechó los autos que estaban estacionados en las aceras del parque para observar su reflejo. Ella no lucía alterada, apenas transpiraba por el ejercicio que hacía. Nadie sospecharía que, por dentro, estaba aterrada de que el Sol se hubiera apagado por un segundo. Bueno, al menos así tenía más sentido. Todos ocultaban su pánico. Decidió adelantar su ducha antes de dedicarse a cocinar. Se retiró del parque sin detenerse, comenzando a enumerar las razones por las que el Sol pudo haberse apagado. La primera era la más sencilla, porque se había quedado dormido. No obstante, para esto el Sol tendría que haber estado muy cansado. Según los científicos de la web, el Sol recién se agotaría en unos cinco mil millones de años. ¿Se habría desmayado entonces? Pobre Sol, de ser él seguro que ella también se tomaría un descanso repentino, de improviso, que nadie notase. Tal vez ni siquiera era la primera vez que se apagaba durante un segundo, sino la primera que alguien como ella lo
notaba. Tenía sentido. De esa manera no tenía que preocuparse, puesto que, si ocurría con frecuencia, no era nada anormal. La segunda teoría que tenía respecto a la ausencia momentánea del Sol era porque otro objeto lo había tapado. Tendría que ser un objeto muy grande y ser lo suficientemente resistente al calor como para poder acercarse tanto a la estrella. Siendo sincera, aquella posibilidad le aterraba. Ya era tiempo desde que las autoridades habían reconocido que existía vida inteligente fuera del planeta, aunque nunca brindaban más explicaciones. ¿Eran bondadosos? ¿Curiosos? ¿Agresivos? Esta última posibilidad la descartaba, ya que, si fueran realmente hostiles, ya estaríamos en guerra con ellos. Pero entonces, ¿por qué otro ser querría cubrir el Sol? Si lo que pretendía era asustarnos, lo habría hecho por más tiempo, nadie más pareció notarlo. ¿Y si pretendía hacerlo más tiempo, pero no pudo? Tal vez había explotado, o se había derretido por las altas temperaturas. Quizás otra nave había aparecido y lo había derribado para evitar que la Tierra entrase en pánico o lo considerara como una declaración de guerra. De todas formas, así haya sido solo un segundo, le asustaba la idea de que hubiera una nave capaz de lograr esa hazaña. Esperaba equivocarse. Tenía una tercera hipótesis, pero era la más descabellada. Tanto, que ni siquiera quería pensar en ella. Sus consecuencias podrían ser aún más tenebrosas que la segunda idea, no creía poder superar una crisis así. Por eso, enterró esa idea en lo profundo de su mente, desviando sus pensamientos hacia el agua que recorría su cuerpo. Una purificación en toda regla, dejaría ese misterioso segundo en el pasado. El Sol ahora seguía brillando, así que podía hacer como que nada había pasado. Al día siguiente, cuando despertó, el Sol seguía ahí. Sonrió al comprobar la presencia intensa del astro en el cielo, saludándola de buen ánimo como si quisiera desmentir el hecho de que el día anterior había dejado entrever su cansancio. Ella hubiera seguido su rutina, la de salir a trotar, bañarse y cocinar, de no ser porque otra anomalía se dio justo cuando recorrió la cuadra y media de su casa al parque. El parque no estaba. En su lugar había una serie de edificios que conformaban un condominio majestuoso. Vasto, repleto de ventanas y balcones que revelaban vidas y vidas como si el parque jamás hubiera estado allí. La gente que pasaba por la acera seguía su camino sin
inmutarse. ¿Acaso nadie echaba de menos aquel parque? No veía a nadie alterarse por la llegada del repentino monstruo de cemento. ¿Cómo era posible? De pronto, un hombre la empujó con brusquedad. Pasó por su lado derecho mientras se disculpaba sin siquiera voltear. Estaba apurado. Desapareció al doblar la cuadra en dirección a su casa. Ella se frotó el hombro golpeado, lo miró enojada, mas no hizo nada. En su naturaleza no estaba el ser conflictiva, no valía la pena perseguirlo por algo como un ajuste de cuentas. No, ella no era esa clase de persona. Sin embargo, cuando volteó nuevamente, se encontró frente al parque de siempre. Ah caray. ¿Que no había habido un condominio hace unos instantes? Ella se frotó los ojos, observó a todos a su alrededor y verificó que el Sol siguiera funcionando bien. Todo parecía normal. No había edificios, solo árboles, bancos y juegos para niños. ¿Su mente le había jugado una mala pasada? ¿Había imaginado todo? Decidió avanzar y seguir con su rutina. Ingresó al parque con lentitud, como si fuera a chocarse con una muralla invisible. Luego pisó firme, para verificar que el suelo existía. Entonces comenzó a trotar, un pie delante del otro, sin detenerse, sin dejar de pensar en lo que había ocurrido hace apenas instantes. ¿Había imaginado el condominio? Y las personas que vivían en él, ¿las había imaginado también? Había sido demasiado. Cada ventana, cada balcón. Todo en él contaba una historia. Eran vidas que se hallaban viviendo en ese lugar, ¿dónde habían ido? ¿Acaso solo se habían desvanecido? El universo no podía ser tan cruel. Estaba segura de que había visto unas toallas colgadas en una de las barandas, un grupo de macetas atestadas de plantas sobresaliendo de otro balcón. Una abuela fumando junto a una ventana y un niño sonriéndole desde otra. No podía haberse inventado todo, ¿cierto? Ella no tenía tanta imaginación. ¡Ese condominio había estado ahí! Fue cuando comenzó a sospechar del hombre, aquel que había chocado con ella y la había hecho voltear. De no haber sido por él, el condominio seguiría existiendo. No le pareció justo. Tenía que buscarlo y hacer que se disculpe por cada vida perdida por su causa. Ah, ¿pero valdría la pena buscarlo? Si estaba con tanta prisa de seguro ya no estaría por ahí. Nunca lo había visto en su vida. Tampoco quería perder el tiempo de esa
manera. Guardó un minuto de silencio por los habitantes de ese condominio que había vivido apenas… ¿Cuánto? Quince segundos a lo mucho. Sí, un minuto le pareció suficiente. Luego de eso volvió a su casa a ducharse y preparar su almuerzo. Otro día más pasó. Cuando despertó, el Sol seguía ahí. Salió impaciente y confirmó, ante su alivio, que el parque también seguía allí. Parecía que ese día no ocurriría nada diferente, que esas anormalidades habían parado. Ya no quería más problemas con su realidad. Porque eso es lo que eran para ella. Problemas de irrealidad. Al menos para lo del condominio era la única explicación. Era eso o pensar en lo mismo que su teoría final del Sol apagándose por un segundo, y eso simplemente no podía ser. Era demasiado. No. La explicación era otra. Aquel día trotó en el parque como siempre, sin ningún cambio, sin ninguna sorpresa. No pudo dejar de sonreír ante aquel triunfo y esto le ganó un silbido seguido de un “hola, guapa” proveniente de alguno de los negocios que rodeaba el parque. Lo ignoró, porque su día estaba perfecto sin extraños. Su día estaba bien sin tener que lidiar con personas que apenas figuraban en sus pensamientos. Así como no iba a perder el tiempo buscando al hombre que había hecho desaparecer el condominio, tampoco iba a perderlo con aquel sujeto que le había silbado. Regresó a su casa y ni bien se dirigió a la ducha, se vio saliendo de
ella.
Un momento. Ella todavía no se había bañado. ¿Cómo es que su cuerpo estaba completamente mojado? ¿Por qué su cabello goteaba ante la falta de una toalla en su cabeza? ¿En qué momento había perdido la ropa? Se confundió. ¿Ella ya se había bañado? Giró para revisar su baño y lo encontró seco. La ducha no mostraba indicios de haber sido utilizada. ¿Entonces por qué estaba en esa situación? Nuevamente sintió miedo. Observó a su alrededor para verificar que se encontraba sola. Revisó hasta el techo. ¿Qué podía haber en el techo? Aun así, se aseguró de que estuviera despejado. Absurdo. Patético. Ridículo. Era una situación propia de la vejez: no recordar lo que uno mismo había hecho. Sin duda había visto mal el baño, debía de estar mojado. Ella tenía que haberse desvestido, duchado y ahora solo le faltaba cubrirse con una toalla. Estaba buscándola entre sus cosas
cuando escuchó algo: “Hola, guapa”. Miró a través de su ventana, percatándose recién que estaba desnuda y que desde la ventana se podía apreciar las de sus vecinos de enfrente. Corrió sin pensarlo y la cerró de golpe, corriendo al mismo tiempo sus cortinas. Su corazón latía con fuerza. ¿Aquel hombre la había seguido? Nuevamente se sentía confundida. ¿Por qué no podía tener un día normal? Vio recién su toalla olvidada a un costado de su cama. La tomó para cubrir su cuerpo y avanzó firme hasta su entrada, donde verificó que la puerta estuviera bien asegurada. Respiró un par de veces y procuró calmarse. Primero el Sol, luego el parque, ahora ese lapso momentáneo seguido del piropo callejero de ese hombre. Solo quería pensar en dormir y despertar en su mundo de siempre. Ya no quería más sorpresas. No estaba dispuesta a seguir buscando explicaciones para esas irrealidades. Por ese día, no cocinó nada y se fue directo a dormir. Cuando despertó, el Sol seguía ahí. El parque también seguía allí. Pensó que el día anterior había sido un sueño, o más bien una pesadilla. ¿Cómo podía su mente imaginar esas cosas? Por un momento, se alegró de haberse despertado por fin. Mientras trotaba por el parque, una sombra cayó a su alrededor de golpe. Apenas un segundo. Ella estaba mirando el suelo, pero entendió lo que había pasado: el Sol había vuelto a apagarse por un segundo. Cerró los ojos con fuerza para pretender que no lo había visto, cuando tropezó con algo y se cayó de bruces sobre una anciana. —¿Estás bien, querida? ¿Te lastimaste? Era la abuela del cigarrillo quien la sujetaba. Detrás podía apreciar la ventana que daba a la calle, al lugar donde ella había estado parada el día que el parque desapareció. Se dio cuenta que estaba en el interior del condominio, en uno de los departamentos. El olor a cigarrillo era intenso, ¿cuántos se fumaría esa señora en las mañanas? —¡Hola, guapa! —escuchó a su espalda. Al voltear, tras ella se encontraba nuevamente el parque. La brisa fría no tardó en reemplazar el aroma del cigarrillo. El condominio otra vez había desaparecido junto a sus habitantes. ¡Esa pobre abuela! Un fuerte golpe la sacó de sus pensamientos. Cayó al suelo protegiéndose la cabeza con las manos. Al elevar la vista vio al mismo hombre que la había empujado el otro día, caminando a toda prisa en
dirección contraria. Esta vez ni siquiera se disculpó. Cuando se levantó, su cabeza dio contra una maceta colgada. Dejó escapar un quejido de dolor al tiempo que sobaba la parte superior de su cráneo. Vio la maceta con irritación, entonces comprendió que nuevamente estaba dentro el condominio, en otro balcón. —Hola, guapa. Esta vez ya no había sido un grito, sino un susurro. Justo detrás de su oreja. Toda su piel se erizó y reaccionó dando un salto hacia el frente, con la esperanza de alejarse del dueño de tan temible voz. Se vio entonces en su propia habitación, frente a su ventana, desnuda y mojada. Comenzó a gritar. Buscó su toalla y se cubrió rápidamente. Estaba sola, mas no se sentía sola. Se apresuró en cerrar su ventana, pero cuando deslizaba sus cortinas, alguien le tocó el hombro. Volvió a gritar. Al girar vio que era el niño que la observaba desde el condominio. Estaba de regreso ahí. Ésa no era su casa. Varias voces comenzaron a hablarle. El niño, la anciana, el hombre que la empujaba, el hombre que le lanzaba piropos. No pudo más y cerró los ojos. Se encogió haciéndose un ovillo ahí mismo, donde estaba, sin tener certeza de dónde exactamente estaba. Todo a su alrededor tembló. La tierra comenzó a crujir. Más gritos se escucharon. Pánico. Temor. Desesperación. Pareció una eternidad hasta que todo quedó sumido en un profundo silencio. No oía nada, no sentía nada a su alrededor. ¿El mundo había desaparecido ahora? No quería comprobarlo. Si lo veía entonces sería real. Tal vez podía aguantar un poco más, hasta que todo regresara a la normalidad. Entonces la teoría que tanto la aterraba volvió a ella. No pudo distraer su mente de hacerlo. ¿Qué tal si era ella quien desaparecía? ¿Qué tal si era ella quien saltaba entre dimensiones? ¿Qué tal si era ella quien no existía en realidad? Trotar, bañarse y cocinar. Un bucle que estaba dispuesta a seguir eternamente. No recordaba que hiciera otra cosa alguna vez. ¿Seguiría con vida? ¿Había vivido siquiera alguna vez? Quizás en un pasado, pero sospechaba que ya no. ¿Cómo había muerto? Justo cuando creía que comenzaba a perder la razón, oyó su corazón. Unos latidos constantes, profundos, magníficos. Palpitación tras palpitación, un pie delante del otro. Latido, uno, latido, dos. Como si cada
latido sonara en el agua. Refrescante, purificante. Más lento, más lento, más… lento… Cuando despertó, el mundo seguía allí. Se levantó con la mente en blanco, dispuesta a vestirse y salir a trotar. Eran las 8:30, el parque a cuadra y media de su casa estaba relativamente tranquilo. Luego, al volver, tomaría un baño y se prepararía algo de comer. O eso planeaba hasta que ocurrió algo que, al parecer, nadie más notó: el Sol pareció desvanecerse por un segundo…