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a bducción edi tor i a l —
El color salido del espacio h. p. lovecraft Traducción por Juan Cortés
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los m i tos de ct h u lh u —
Al oeste de Arkham las colinas se yerguen salvajes y hay valles de profundos bosques que ningún hacha ha cortado jamás. Hay oscuras y angostas cañadas donde los árboles se inclinan fantásticamente y donde finos arroyuelos gotean sin haber capturado nunca el destello de la luz del sol. En las laderas más apacibles hay granjas, antiguas y rocosas, con desproporcionadas cabañas cubiertas de musgo que empollan eternamente los secretos de la vieja Nueva Inglaterra a sotavento de grandes cornisas, pero todas ellas están vacías ahora; las amplias chimeneas desmoronándose y los tejados pandeándose peligrosamente bajo los techos abuhardillados. El viejo pueblo se ha marchado y a los extranjeros no les gusta vivir allí. Francocanadienses lo han intentado, italianos lo han intentado, y los polacos vinieron y partieron. No se debe a nada que pueda ser visto o escuchado o tocado, sino a algo que es imaginado. El lugar no es bueno para la imaginación y no trae sueños reparadores durante la noche. Debe ser esto lo que mantiene a los extranjeros alejados, pues el viejo Ammi Pierce nunca les ha contado nada de lo que recuerda de los días extraños. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco trastornada por años, es el único que aún queda, el único que alguna vez habla de los días extraños; se atreve a hacerlo debido a que su casa se encuentra muy cercana a los campos abiertos y a los transitados caminos alrededor de Arkham. el color salido del espacio
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Había una vez un camino sobre las colinas y a través de los valles que corría recto donde el erial maldito está ahora, pero la gente dejó de usarlo y un nuevo camino fue abierto haciendo una curva lejos hacia el sur. Vestigios del antiguo todavía pueden encontrarse entre los hierbajos del regresivo yermo, y algunos de ellos seguirán sin duda persistiendo aun cuando la mitad de las cuencas hayan sido inundadas para el nuevo embalse. Entonces los oscuros bosques serán cortados y el erial maldito dormirá muy por debajo de las aguas azules cuya superficie reflejará el cielo y ondulará el sol. Y los secretos de los días extraños serán uno con los secretos de las profundidades, uno con el saber oculto del océano antiguo y todo el misterio de la tierra primigenia. Cuando fui hacia las colinas y valles para inspeccionar el terreno para el nuevo embalse, me dijeron que el lugar era maligno. Esto fue en Arkham y, puesto que se trata de una muy antigua ciudad llena de leyendas de hechicería, pensé que tal malignidad debía ser algo que las abuelas habían susurrado a los niños a través de los siglos. El nombre «erial maldito» me parecía demasiado excéntrico y teatral, y me pregunté cómo había llegado a ser parte del folclore de un pueblo puritano. Entonces vi con mis propios ojos esas oscuras, enmarañadas cañadas y laderas hacia el oeste, y dejé de pensar en nada que no fuese en aquel viejo misterio. Era de mañana cuando las vi, pero las sombras acechaban siempre allí. Los árboles crecían muy densamente y sus troncos eran en exceso grandes para cualquier bosque sano de Nueva Inglaterra. Había demasiado silencio en los mortecinos pasadizos entre ellos, y el suelo era demasiado suave con el húmedo musgo y los restos de infinitos años de pudrición. En los espacios abiertos, sobre todo a lo largo de la línea del viejo camino, había pequeñas granjas a la ladera: a veces todas sus edificaciones en pie, a veces sólo una o dos, y a veces únicamente una solitaria chimenea o una hundida bodega. Hierbajos y zarzas reinaban, y salvajes criaturas furtivas susurraban en lo subterráneo. Sobre todas las cosas había una neblina de intranquilidad y opresión, un toque irreal y grotesco, como si algún elemento vital de perspectiva o claroscuro estuviese torcido. No 4
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me pareció extraño que los extranjeros no se quedaran; esta no era una región para conciliar el sueño. Era demasiado parecido a un paisaje de Salvator Rosa, demasiado parecido a una xilografía prohibida en un cuento de terror. Pero incluso todo ello no era tan malo como el erial maldito. Lo supe en el momento en que me lo encontré en el fondo de un espacioso valle; ningún otro nombre podría ajustarse a tal cosa, y ninguna otra cosa podría ajustarse a tal nombre. Era como si el poeta hubiese acuñado la frase luego de haber visto esta región en particular. Debía ser, pensaba mientras lo veía, el resultado de un incendio, pero ¿por qué nada nuevo había crecido nunca sobre esas cinco hectáreas de desolación gris que se abrían bajo el cielo como una gran mancha corroída de ácido entre bosques y campos? Yacía largamente hacia el norte de la línea del antiguo camino, pero usurpaba también un poco hacia el otro lado. Sentí una extraña renuencia a aproximarme, y lo hice sólo al final debido a que mi trabajo me llevaba a través y sobre él. No había vegetación de ningún tipo en la amplia extensión, sólo un fino polvo gris o ceniza que ningún viento parecía capaz de barrer. Los árboles cercanos eran malsanos y mal desarrollados, y muchos troncos muertos aguantaban o yacían podridos en los bordes. Mientras caminaba apresuradamente vi los ladrillos y las rocas tumbadas de una vieja chimenea y una bodega a mi derecha, y el bostezo negro de las fauces de un pozo abandonado cuyos vapores estancados jugaban extraños trucos con los tintes extraídos de la luz del sol. Incluso la larga y oscura escalada entre los bosques de adelante me parecía bienvenida en contraste, y ya no me extrañaron más los susurros asustadizos de la gente de Arkham. No había casas ni ruinas cerca, incluso en los viejos días el lugar debió ser solitario y remoto. Y al crepúsculo, temiendo volver a pasar por ese siniestro lugar, caminé tortuosamente de vuelta a la ciudad tomando la curva de la calzada en el sur. Vagamente deseé que se reuniesen algunas nubes, pues una intimidación extraña desde los profundos huecos estelares había reptado hasta mi alma. Al anochecer consulté a la vieja gente de Arkham acerca del erial maldito y a qué se referían con «los días extraños» de los que el color salido del espacio
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tanto murmuraban evasivamente. No pude, sin embargo, obtener una respuesta certera, excepto que todo el misterio era mucho más reciente de lo que yo había pensado. No era para nada un asunto de antiguas leyendas, sino algo que había ocurrido en la vida de quienes aún hablaban. Había sucedido en los ochenta y una familia había desaparecido o sido asesinada. Mis interlocutores no eran precisos, y puesto que todos coincidieron en que no prestara atención a los locos cuentos de Ammi Pierce, salí en su busca a la mañana siguiente luego de escuchar que vivía solo en una vieja cabaña tambaleante donde los árboles comenzaban a volverse espesos. Era un lugar terriblemente arcaico que había empezado a exudar el tenue hedor miasmático que se aferra a las casas que han permanecido en pie por demasiado tiempo. Sólo golpeando la puerta persistentemente pude despertar al anciano, y cuando arrastró encogidamente sus pies hasta la puerta pude notar que no se alegraba de verme. No era tan endeble como había esperado, pero sus ojos caían de un modo curioso, y sus ropas descuidadas y su blanca barba lo hacían parecer muy deteriorado y lúgubre. Sin saber cómo lanzarlo a contar sus historias, fingí que me movían los negocios; le hablé de mi inspección y le hice vagas preguntas acerca del distrito. Era, por mucho, más brillante y educado de lo que me habían hecho pensar, y antes de darme cuenta ya había comprendido tanto del asunto como cualquiera de los hombres con los que había hablado en Arkham. No era como otros rústicos que había conocido en los sectores donde los embalses serían construidos. De él no hubo protesta alguna por los kilómetros de viejo bosque y tierras de cultivo que serían borradas, aunque quizá las hubiese habido si su casa no se encontrase fuera de los límites del futuro lago. Alivio fue todo lo que mostró; alivio por el destino de los oscuros y aciagos valles por los que había vagado toda su vida. Estarían mejor bajo el agua —mejor bajo el agua luego de los días extraños. Con esto dicho, su ronca voz se volvió baja, su cuerpo se inclinó hacia adelante y su dedo índice derecho empezó a apuntar temblorosa e impresionantemente. Fue entonces que escuché la historia, y mientras la enmarañada voz rasgaba y susurraba yo temblaba una y otra vez a pesar 6
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del día de verano. A menudo tuve que hacer volver al anciano de sus desvaríos, completar puntos científicos que él sólo repetía en su menguante memoria a partir de la charla con los profesores, o establecer puentes sobre brechas donde su sentido de la lógica y la continuidad se habían roto. Cuando terminó no me extrañó que su mente se hubiese quebrado un poco o que la gente de Arkham no hablara mucho del erial maldito. Volví presuroso a mi hotel antes de la puesta del sol, reacio a que las estrellas apareciesen sobre mí al aire libre, y al día siguiente regresé a Boston para renunciar a mi puesto. No podía adentrarme nuevamente en aquel turbio caos de viejos bosques y laderas o enfrentarme una vez más al erial maldito donde el pozo negro abría sus fauces hacia lo profundo junto a las rocas y ladrillos tumbados. El embalse será pronto construido y todos los antiguos secretos estarán seguros para siempre bajo brazas de agua. Pero ni siquiera entonces creo que visitaría aquella región durante la noche; al menos no cuando las siniestras estrellas brillen en el cielo. Y nada podría convencerme de beber el agua de la ciudad de Arkham. Todo empezó, dijo el viejo Ammi, con el meteorito. Desde los antiguos juicios a las brujas que no había habido ninguna leyenda extravagante, y ni si quiera entonces estos bosques occidentales eran la mitad de temidos que la pequeña isla del Miskatonic donde el diablo mantenía su Corte junto a un extraño altar de piedra más antiguo que los indios. Estos no eran bosques encantados y su fantástica anochecida no fue nunca terrible hasta los días extraños. Entonces había llegado la blanca nube en el mediodía, la cadena de explosiones en el aire y el pilar de humo desde el valle adentrado en el bosque. Y para el anochecer todo Arkham había oído acerca de la gran roca que había caído del cielo y que se había incrustado en el terreno junto al pozo de la casa de Nahum Gardner. Aquella era la casa que se había alzado donde el erial maldito llegaría a formarse: la elegante y blanca casa de Nahum Gardner, rodeada de fértiles jardines y huertos. Nahum había ido a la ciudad a contarle a la gente sobre la roca, y había pasado por la casa de Ammi Pierce durante el camino. Ammi tenía entonces cuarenta años y todas las cosas sombrías el color salido del espacio
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quedaron fuertemente fijas en su mente. Él y su esposa habían ido con tres profesores de la Universidad de Miskatonic, que se habían apresurado a la mañana siguiente para ver al extraño visitante del desconocido espacio estelar, y se preguntaron por qué Nahum lo había descrito tan grande el día anterior. Que se había encogido, dijo Nahum mientras señalaba el gran tumulto pardusco sobre la tierra rasgada y el pasto carbonizado cerca del arcaico pozo en su patio delantero, pero los hombres sabios respondieron que las rocas no se encogen. Su calor persistía, y Nahum declaró que había resplandecido débilmente durante la noche. Los profesores golpearon la piedra con un martillo de geólogo y la descubrieron singularmente dúctil. Era, en verdad, tan blanda que parecía plástica, y, más que escoplear, arrancaron una muestra para llevarla de vuelta a la universidad y hacerle pruebas. Se la llevaron en un viejo balde prestado de la cocina de Nahum, pues incluso el pequeño trozo se negaba a enfriarse. En el viaje de vuelta se detuvieron en casa de Ammi para descansar, y parecieron quedarse pensativos cuando el señor Pierce les señaló que el fragmento se estaba empequeñeciendo y que el calor había quemado el fondo del balde. En realidad no era grande, pero quizá habían tomado menos de lo que habían supuesto. Al día siguiente —todo esto sucedía en junio de 1882— los profesores habían vuelto a presentarse con gran excitación. Al pasar por el terreno de Ammi le contaron las extrañas cosas que la muestra había hecho y cómo se había desvanecido por completo cuando la pusieron en un recipiente de vidrio. El recipiente había desaparecido también, y los hombres de saber hablaron de la extraña afinidad que la roca tenía con el silicio. Se había comportado de manera increíble en aquel ordenado laboratorio: no había sufrido ningún cambio y no había ocluido ningún gas al ser calentado sobre carbón, se había mostrado totalmente negativa en la burbuja de bórax, y pronto se probó a sí misma absolutamente no volátil a cualquier temperatura producible, incluyendo la del soplete de oxihidrógeno. En un yunque apareció altamente maleable y en la oscuridad su luminosidad era muy notoria. Negándose tercamente a enfriarse, pronto tuvo a toda la 8
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universidad en un estado de real excitación, y tras calentarlo en el espectroscopio desplegó brillantes bandas distintas a cualquier color conocido en el espectro normal; se habló intensamente de nuevos elementos, de propiedades ópticas bizarras y de otras cosas que los perplejos hombres de ciencia suelen decir cuando se enfrentan a lo desconocido. Caliente como estaba, le hicieron pruebas en un crisol con todos los reactivos apropiados. El agua no hizo nada. Lo mismo el ácido clorhídrico. El ácido nítrico e incluso el agua regia apenas sisearon y salpicaron sobre su tórrida invulnerabilidad. Ammi tenía dificultad en recordar todas estas cosas, pero reconocía algunos disolventes a medida que se los mencionaba en el orden habitual de uso. Amoniaco y soda cáustica, alcohol y éter, nauseabundo disulfuro de carbono y una docena de otros; pero a pesar de que el peso iba disminuyendo regularmente a medida que pasaba el tiempo y de que el fragmento parecía enfriarse un poco, no hubo ningún cambio en los disolventes que demostrase que habían atacado a la sustancia en lo absoluto. En cualquier caso, se trataba sin lugar a dudas de un metal. Era magnético en gran medida, y luego de su inmersión en los ácidos disolventes parecieron haber débiles vestigios de las figuras de Widmanstätten encontradas en hierro meteórico. Cuando ya se había enfriado considerablemente, las pruebas se llevaron a cabo en vidrio; y fue en un vaso de vidrio en donde dejaron todos los trozos sacados del fragmento original durante el trabajo. A la mañana siguiente tanto los trozos como el vaso habían desaparecido sin dejar rastro, y sólo un punto carbonizado marcaba el lugar sobre el estante de madera en donde habían estado. Todo esto le dijeron los profesores a Ammi mientras descansaban en su puerta, y una vez más fue con ellos para ver al rocoso mensajero de las estrellas, aunque esta vez su esposa no lo acompañó. Ciertamente se había encogido esta vez, e incluso los más serios profesores no podían poner en duda la verdad de lo que veían. Todo alrededor del parduzco y menguante terrón cerca del pozo era un espacio vacante, excepto donde la tierra había cedido; y mientras que el día anterior había sido de unos buenos dos metros, el color salido del espacio
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ahora era de poco más de uno. Estaba aún caliente, y los sabios estudiaban su superficie con curiosidad mientras desprendían un fragmento más grande que el anterior con un martillo y un cincel. Excavaron más profundamente esta vez, y al abrirse paso a través de la masa empequeñecida pudieron ver que el núcleo de la cosa no era del todo homogéneo. Habían dejado al descubierto lo que parecía ser el costado de un gran glóbulo de colores imbuido en la sustancia. El color, que se asemejaba al de algunas de las bandas en el extraño espectro del meteoro, era casi imposible de describir, y fue sólo por analogía que lo llamaron color. Su textura era lustrosa, y al tacto parecía prometer al mismo tiempo fragilidad y oquedad. Uno de los profesores le dio un repentino golpe con el martillo y reventó con una explosión pequeña y nerviosa. Nada fue emitido desde su interior, y todo rastro del núcleo se desvaneció con la punción. Dejó tras de sí un vacío espacio esférico de unos siete centímetros de diámetro, y todos juzgaron probable que otros fuesen descubiertos a medida que la sustancia envolvente se fuese consumiendo. La conjetura resultó ser vana, así que luego de fútiles intentos de encontrar adicionales glóbulos por perforación, los buscadores se fueron con su nuevo espécimen —que probó, empero, ser en el laboratorio tan desconcertante como su predecesor. Fuera de ser casi plástico, poseedor de calor, magnetismo y una leve luminosidad, de leve enfriamiento en poderosos ácidos, poseedor de una gama espectral desconocida, de consumirse al aire, y de atacar los compuestos de silicio con mutua destrucción como resultado, no presentó ninguna característica identificable en absoluto; al final de las pruebas los científicos de la universidad se vieron forzados a reconocer que no eran capaces de clasificarlo. No era nada de este mundo, sino una pieza del gran exterior, y como tal se dotaba de propiedades externas y obedecía a leyes exteriores. Esa noche hubo tormenta eléctrica, y cuando los profesores partieron al lugar de Nahum al día siguiente se encontraron con una amarga decepción. La roca, magnética como era, debía tener alguna propiedad eléctrica particular, pues se había «tragado los rayos», según Nahum, con singular persistencia. Seis veces en la 10
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misma hora el granjero vio los rayos golpear el surco en el patio delantero, y cuando la tormenta había terminado no quedaba nada sino un agujero desigual junto al antiguo pozo medio ahogado con la tierra que había cedido. Excavar no dio frutos, y los científicos constataron el hecho del cabal desvanecimiento. El fracaso era total, de modo que no quedaba nada más que hacer que volver al laboratorio y examinar de nuevo el fragmento que habían dejado por precaución en plomo. Dicho fragmento duró una semana, al final de la cual nada de valor había sido aprendido. Cuando hubo desaparecido, ningún residuo quedó atrás y con el tiempo los profesores se sintieron apenas seguros de haber visto con sus propios ojos aquel críptico vestigio de los insondables abismos del exterior, aquel solitario, extraño mensaje proveniente de otros universos y otros reinos de materia, fuerza y entidad. Como era de esperarse, los periódicos de Arkham, con el fomento del colegiado, hablaron mucho del incidente y enviaron reporteros para entrevistar a Nahum Gardner y a su familia. Al menos un diario de Boston envió también un escriba, y Nahum se convirtió rápidamente en una especie de celebridad local. Era una persona delgada y afable de alrededor de cincuenta años que vivía con su esposa y tres hijos en la agradable huerta del valle. Él y Ammi se visitaban con frecuencia, igual que hacían sus esposas, y Ammi no tenía más que elogios hacia él luego de todos esos años. Parecía ligeramente orgulloso de la notoriedad que su terreno había atraído y habló con frecuencia acerca del meteorito en las semanas que siguieron. Esos meses de julio y agosto fueron calurosos, y Nahum trabajó duro en la cosecha de heno de su apacentadero a lo largo de la quebrada de Chapman’s Brook; su espléndida carroza se vistió de profundos baches entre medio de las sombreadas sendas. La labor lo cansó más de lo que lo había hecho en otros años, así que sintió que la edad había empezado a venírsele encima. Entonces vino el tiempo de la fruta y la recolección. Las peras y manzanas lentamente maduraron, y Nahum aseguraba que sus huertas prosperaban como nunca antes. La fruta alcanzaba tamaños fenomenales e insólito brillo, y en tal abundancia hubo el color salido del espacio
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que encargar barriles extra para manejar la cosecha futura. Pero con la maduración vino una gran decepción; de entre toda esa hermosa colección de suculencia especiosa no hubo ni un solo fruto que fuese comestible. Entre el fino sabor de las peras y las manzanas se había deslizado un amargor clandestino y enfermizo, de modo que incluso la más pequeña de las mordidas inducía a un perdurable disgusto. Era lo mismo con los melones y tomates, y Nahum tristemente vio que la totalidad de su cosecha se había perdido. Rápido en conectar eventos, declaró que el meteorito había envenenado el suelo, y agradeció al cielo que la mayoría de los otros cultivos estuviesen en las tierras altas junto al camino. El invierno se cernió precoz y muy frío. Ammi veía a Nahum con menor frecuencia de la usual y pronto se dio cuenta de que empezaba a lucir preocupado. El resto de su familia también parecía haberse vuelto taciturna, y se encontraban lejos de participar con continuidad de las idas a misa y los varios eventos sociales del paisaje rural. Para esta reserva o melancolía no pudieron hallarse motivos, pese a que todo el grupo familiar confesaba de cuando en cuando el empeoramiento de su salud y un sentimiento de vago desasosiego. El mismo Nahum dio la más definitiva declaración cuando dijo que se encontraba perturbado debido a ciertas huellas en la nieve. Se trataba de las usuales pisadas de ardillas rojas, conejos blancos y zorros, pero el agricultor melancólico profería haber notado algo no del todo bien en su naturaleza y disposición. Nunca fue específico, pero al parecer pensaba que aquellas no eran características propias de la anatomía y los hábitos que las ardillas, conejos y zorros debían tener. Ammi escuchaba sin interés estas habladurías hasta que una noche en que conducía su trineo de vuelta del Clark’s Corner pasó frente a casa de Nahum. Brillaba la luna y un conejo atravesaba corriendo el camino, y los brincos de aquel conejo eran más largos de lo que Ammi o sus caballos hubiesen estimado natural. Estos últimos sin dudas se hubiesen desbocado si su dueño no hubiera empuñado firmemente las riendas. Después de eso Ammi mostró mayor respeto por los relatos de Nahum, y se preguntó por qué los perros Gardner parecían tan 12
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acobardados y temblorosos cada mañana. Habían casi perdido, se dio cuenta, el espíritu de ladrar. En febrero los chicos de McGregor, de Meadow Hill, salieron a cazar marmotas, y no lejos del terreno de Gardner ensacaron a un espécimen muy peculiar. Las proporciones de su cuerpo parecían ligeramente alteradas en una extrañeza imposible de describir, en tanto su rostro había tomado una expresión que nunca nadie había visto antes en una marmota. Los chicos, genuinamente asustados, se deshicieron de la criatura de inmediato, de modo que sólo sus grotescos cuentos sobre ella llegaron a las personas de la comarca. Pero el arranque de pánico que habían sufrido los caballos cerca de la casa de Nahum era ahora conocido por todos; rápidamente comenzaban a tomar forma las bases para un ciclo de leyenda susurrado. La gente aseguraba que la nieve se había derretido más rápido alrededor del terreno de Nahum de lo que lo había hecho en cualquier otro lugar, y a comienzos de marzo hubo una sobrecogedora discusión en el almacén general de Potter en Clark’s Corner. Stephen Rice había pasado por las tierras de Gardner aquella mañana y había notado los vegetales viciados que surgían a través del lodazal cerca de los bosques a lo largo del camino. Nunca antes habían sido vistos de tal tamaño, y lucían extraños colores que no podían ser puestos en palabras. Sus formas eran monstruosas y el caballo había bufado ante un hedor que golpeó a Stephen de una manera que no tenía precedentes en absoluto. Esa tarde muchas personas pasaron para ver la vegetación anormal, y todos coincidieron en que plantas de aquella especie no debían nunca brotar en un mundo sano. La mala fruta del otoño anterior fue mencionada a discreción, y corrió de boca en boca que había veneno en las tierras de Nahum. Por supuesto que era el meteorito; y recordando lo insólita que les había parecido la roca a los hombres de la universidad, varios granjeros fueron a hablar del asunto con ellos. Un día hicieron a Nahum una visita, pero siendo hombres de poco amor hacia el folclore y los cuentos campestres, fueron muy conservadores en cuanto a sus conclusiones. Las plantas eran ciertamente singulares, pero toda la hierba viciada es más o menos el color salido del espacio
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singular en forma y olor y color. Quizá algún elemento mineral de la roca había entrado a la tierra, pero sería pronto filtrado. Y en cuanto a las huellas y los caballos asustados, por supuesto que no eran más que meras habladurías agrestes que un fenómeno tal como el del aerolito ciertamente lograría motivar. No había realmente nada que hombres serios pudiesen hacer en casos de chismorreos disparatados, pues los supersticiosos hombres rústicos dirían y creerían cualquier cosa. Y así los profesores se mantuvieron al margen durante los días extraños. Sólo uno de ellos, al recibir dos ampollas de tierra para analizarlas en una faena policial más de un año y medio más tarde, recordó que el extraño color de la hierba viciada era muy similar al de las anómalas bandas de luz que habían sido mostradas por el fragmento del meteoro en el espectroscopio de la universidad y al del frágil glóbulo imbuido en la roca del abismo. Las muestras en este análisis dieron las mismas insólitas bandas en un comienzo, aunque luego perdieron la propiedad. Los árboles florecieron prematuramente alrededor del hogar de Nahum, y durante las noches se balanceaban ominosamente al viento. El segundo hijo de Nahum, Thaddeus, un muchacho de quince años, juraba que se balanceaban también cuando no había viento, pero ni si quiera los chismosos dieron crédito a esto. Ciertamente, sin embargo, la inquietud habitaba el aire. La totalidad de la familia Gardner había desarrollado el hábito de escuchar cautelosamente, mas no a la espera de algún sonido que pudiesen nombrar a conciencia. Esta escucha era más bien producto de los momentos en que la conciencia parecía a medio camino de escabullirse. Desafortunadamente tales momentos incrementaron semana tras semana hasta que se hizo comentario común que «algo andaba mal con toda la familia de Nahum». Cuando salió la primera saxífraga tenía otro extraño color, no exactamente igual al de las plantas viciadas, pero claramente relacionado e igualmente desconocido para cualquiera que lo viese. Nahum llevó algunos capullos a Arkham y se las mostró al editor de la Gazette, pero el dignatario no hizo más que escribir un artículo humorístico acerca de ellas, en el cual los oscuros miedos de los campesinos eran elevados a un delicado 14
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ridículo. Fue un error de Nahum el contarle a un estólido hombre citadino acerca de la forma en que las gigantescas, superdesarrolladas mariposas nocturnas se comportaban al entrar en conexión con aquellas saxífragas. Abril trajo una especie de locura a la gente de la comarca y comenzó el desuso del camino que pasaba por el terreno de Nahum, lo que llevó a su ulterior abandono. Era la vegetación. Todos los árboles de la huerta florecían progresivamente en extraños colores, y a través del pedregoso suelo del corral y la dehesa adyacente se levantaban unos brotes bizarros que sólo un botánico podría conectar con la flora propia de la región. No era posible ver ningún color enteramente sano excepto en el verde del pasto y el follaje; por todos lados surgían frenéticas y prismáticas variaciones de algún enfermo y subyacente tono primario que no tenía lugar entre los tintes conocidos del planeta. Las plantas y sus flores se volvieron una amenaza siniestra, y sus brotes sanguinarios crecían insolentes en su perversión cromática. Ammi y los Gardner consideraron que la mayoría de los colores poseía una especie de obsesionante familiaridad, y decidieron que les recordaban al color del glóbulo quebradizo del meteoro. Nahum aró y sembró sus diez acres de apacentadero y la meseta vacía, pero no hizo nada con la tierra alrededor de su casa. Sabía que no sería de ningún uso, y tuvo la esperanza de que los extraños brotes del verano extrajesen todo el veneno del suelo. Estaba preparado para casi cualquier cosa ahora y se había acostumbrado a la sensación de que algo cerca de él esperaba a ser oído. Que los vecinos esquivaran su casa le pesó, por supuesto, pero más pesó en su esposa. Los chicos estaban mejor: asistían a la escuela cada día. Pero no podían evitar estar asustados debido a los murmullos. Thaddeus, joven especialmente sensitivo, era el más afectado. En mayo vinieron los insectos y la casa de Nahum se volvió una pesadilla de zumbidos y serpenteos. La mayoría de las criaturas no parecían ordinarias en su aspecto y en sus movimientos, y sus hábitos nocturnos contradecían toda previa experiencia. Los Gardner adquirieron el hábito de vigilar durante la noche; observaban al azar hacia todas partes en busca de algo… aunque el color salido del espacio
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no podían decir qué. Fue entonces que reconocieron que Thaddeus había estado en lo cierto acerca de los árboles. La señora Gardner fue la siguiente en verlo por la ventana mientras vigilaba las ramas hinchadas de un arce que se recortaba contra el cielo iluminado por la luna. Las ramas ciertamente se movían, y no había viento. Debía ser la savia. La extrañeza se había adentrado en todo lo que crecía ahora. En cualquier caso no fue un miembro de la familia de Nahum el que hizo el siguiente descubrimiento. La costumbre los había embotado, y lo que no pudieron ver fue vislumbrado por un tímido vendedor de molinos proveniente de Bolton que pasó por el lugar una noche, ignorante de las leyendas de la región. Lo que contó en Arkham fue publicado en un corto apartado en la Gazette, y fue ahí donde todos los granjeros, Nahum incluido, lo vieron primero. La noche había sido oscura y el resplandor de las lámparas de la calesa tenue, pero alrededor de una granja en el valle que todos supieron por el reporte que debía ser la de Nahum la oscuridad se cernía menos espesa. Una sombría aunque visible luminosidad parecía ser inherente a toda la vegetación, pasto, hojas y florecimientos afines, y en un momento determinado una pieza separada de la fosforescencia pareció removerse furtivamente en el patio cerca del granero. El pasto hasta entonces parecía intacto, y las vacas pacían libremente en el solar cercano a la casa, pero hacia finales de mayo la leche comenzó a estar mala. Entonces Nahum condujo a las vacas hacia las tierras altas, luego de lo cual el problema cesó. No mucho después de esto el cambio en el pasto y en las hojas se volvió evidente para el ojo. Toda verdura se había vuelto gris y había comenzado a desarrollar una muy singular cualidad de resquebramiento. Ammi era ahora la única persona que visitaba el lugar, y sus visitas se fueron haciendo cada vez más escasas. Cuando la escuela cerró los Gardner fueron virtualmente cortados del mundo y dejaron que Ammi hiciera a veces sus compras en el pueblo. Decaían de forma curiosa, tanto física como mentalmente, y nadie se sorprendió cuando la noticia de la locura de la señora Gardner comenzó a dejar su estela en los alrededores. 16
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Sucedió en junio, cerca del aniversario de la caída del meteoro, y la pobre mujer gritaba acerca de cosas en el aire que no podía describir. En su delirio no había un solo sustantivo específico, sino verbos y pronombres. Las cosas se movían y cambiaban y revoloteaban, y sus oídos zumbaban ante impulsos que no eran del todo sonidos. Algo le había sido arrebatado, estaba siendo absorbida por algo, algo que no debería ser se estaba incrustando en ella, alguien debía hacerlo alejarse, nada se estaba nunca quieto en la noche, los muros y las ventanas se desplazaban. Nahum no la envió al manicomio del condado, sino que la dejó vagar en la casa mientras fuese inofensiva para sí misma y para otros. Incluso cuando su expresión cambió no hizo nada. Pero cuando los chicos comenzaron a temerle y Thaddeus casi se desmaya frente a las caras que le hacía, decidió encerrarla en el ático. Hacia julio había cesado de hablar y se arrastraba en cuatro patas, y antes de que el mes terminase Nahum tuvo la demente noción de que su mujer se había vuelto ligeramente luminosa en la oscuridad, del mismo modo en que sucedía con la vegetación cercana a la casa. Fue un poco antes de esto que los caballos huyeron en estampida. Algo los había despertado durante la noche y sus relinchos y patadas en sus establos habían sido terribles. No parecía haber nada que pudiese calmarlos, y cuando Nahum abrió la puerta del establo salieron todos desbocados como asustadizos ciervos del bosque. Tomó una semana rastrear a los cuatro, y fueron encontrados enteramente locos e inmanejables. Algo se había roto en sus cerebros y cada uno debió ser sacrificado por su propio bien. Nahum tomó prestado un caballo de Ammi para cargar heno, pero este no quiso aproximarse al establo. Rehuyó, se resistió y relinchó, y al final no pudo hacer nada más que dejarlo en el patio mientras los hombres usaban su propia fuerza para mover el pesado vagón lo suficientemente cerca del henil para la dispensación conveniente. Y mientras tanto la vegetación se volvía gris y frágil. Incluso las flores cuyos tonos habían sido tan extraños eran grisáceas ahora, y la fruta brotaba gris y enana e insípida. Las flores del aster y los tréboles dorados surgían grises y torcidos, y las rosas y zinnias y malvas del jardín frontal tenían un aspecto tan blasfemo el color salido del espacio
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que Zenas, el hijo mayor de Nahum, decidió cortarlas. Los extraños y ampulosos insectos murieron durante aquel tiempo, incluso las abejas que habían abandonado sus panales y se habían guarecido en el bosque. Hacia septiembre toda la vegetación se desmenuzaba rápidamente en un polvo grisáceo, y Nahum temió que los árboles muriesen antes de que el veneno abandonase el suelo. Su esposa ahora sufría tandas de terroríficos gritos, y él y los chicos vivían en un constante estado de tensión nerviosa. Rehuían de la gente, y cuando la escuela abrió los chicos no volvieron. Pero fue Ammi, en una de sus raras visitas, quien primero observó que el agua del pozo ya no era buena. Tenía un sabor maligno que no era exactamente fétido ni exactamente salado, y Ammi aconsejó a su amigo cavar otro pozo en los terrenos altos para usarlo hasta que el suelo volviese a la normalidad. Nahum, sin embargo, ignoró la advertencia pues para ese entonces ya se había vuelto impávido hacia las cosas extrañas y desagradables. Él y los chicos continuaron el uso del suministro contaminado, bebiéndolo tan lánguida y mecánicamente como comían sus magras y mal cocidas comidas y hacían sus ingratas y monótonas faenas a través de sus días sin propósito. Había algo de necia resignación en todos ellos, como si medio caminaran en otro mundo, entre hileras de guardias sin nombre, hacia un cierto y familiar destino. Thaddeus se volvió loco en septiembre luego de una visita al pozo. Había ido con un balde y había vuelto con las manos vacías, temblando y agitando sus brazos, y a veces cayendo en lapsos de vanas y tontas risitas o en murmuraciones acerca de «los colores móviles de allá abajo». Dos en una familia era bastante malo, pero Nahum fue muy valiente al respecto. Dejó al chico correr a su antojo durante una semana hasta que empezó a trastabillar y a herirse a sí mismo, entonces lo encerró en una habitación del ático en frente de la de su madre. La forma en que se gritaban entre ellos por detrás de sus puertas bloqueadas era algo terrible, especialmente para el pequeño Merwin, que los imaginaba hablando en algún espantoso lenguaje que no provenía del planeta Tierra. Merwin se estaba volviendo horriblemente imaginativo, y su inquietud 18
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había empeorado luego del encierro del hermano que había sido su gran compañero de juegos. Casi al mismo tiempo comenzó la mortalidad en el ganado. Las aves de corral se volvieron grisáceas y murieron rápidamente; su carne fue encontrada seca y maloliente al ser cortada. Los cerdos se volvieron desmesuradamente gordos y de pronto comenzaron a experimentar repugnantes cambios que nadie pudo explicar. Su carne era, por supuesto, inútil, y Nahum estaba al borde de perder el juicio. Ningún veterinario rural se acercaría al lugar, y el veterinario de Arkham estuvo abiertamente desconcertado. Los cerdos comenzaron a volverse verdes y frágiles y a despedazarse antes de morir, y sus ojos y hocicos desarrollaron peculiares alteraciones. Resultaba inexplicable pues nunca habían sido alimentados con la vegetación infecta. Entonces algo golpeó a las vacas. Ciertas áreas o a veces todo su cuerpo aparecía misteriosamente arrugado o comprimido, y atroces colapsos o desintegraciones se hicieron comunes. En las últimas etapas —siendo la muerte siempre el resultado— padecían el mismo gris y la fragilidad que había asaltado a los cerdos. No podía tratarse de envenenamiento pues todos los casos ocurrieron en un cobertizo cerrado y sin molestias. Ninguna mordida de bestias merodeadoras podía haber traído el virus, ¿acaso existe alguna bestia viva capaz de traspasar obstáculos sólidos? Debía tratarse de una enfermedad natural, sin embargo qué enfermedad podía causar tales estragos estaba más allá de cualquier alcance de la mente. Cuando llegó el tiempo de la cosecha no había ningún animal sobreviviente en el lugar; el ganado y las aves de corral estaban muertos y los perros habían escapado. Estos perros, tres en número, se habían desvanecido todos una noche y nunca se había vuelto a oír de ellos. Los cinco gatos se habían ido hacía un tiempo, pero su partida había sido apenas notada pues parecía no haber ningún ratón y sólo la señora Gardner consideraba mascotas a los gráciles felinos. El diecinueve de octubre Nahum se tambaleó hacia la casa de Ammi con espantosas noticias. La muerte había alcanzado al pobre Thaddeus en su habitación en el ático, y lo había alcanzado de una forma que no podía ser contada. Nahum había cavado el color salido del espacio
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una tumba en el solar familiar cercado detrás de la granja y había metido allí lo que había encontrado. No podía deberse a nada proveniente del exterior puesto que los barrotes de la ventana y el seguro de la puerta se hallaban intactos, pero era muy similar a lo sucedido en los establos. Ammi y su esposa consolaron al hombre afligido lo mejor que pudieron, pero este se estremecía a medida que lo hacían. Un rígido terror parecía adherirse alrededor de los Gardner y de todo lo que tocaban, y la propia presencia de uno de ellos en la casa era un soplo de regiones innombradas e innombrables. Ammi, reticente, acompañó a Nahum hasta su casa e hizo lo que pudo para calmar los histéricos sollozos del pequeño Merwin. Zenas no necesitaba ser calmado. Últimamente no se dedicaba a hacer nada que no fuese quedarse mirando hacia el espacio y obedecer lo que su padre le decía; Ammi pensó que ese destino era muy misericordioso. De cuando en cuando los gritos de Merwin eran contestados débilmente desde el ático, y en respuesta a una mirada indagadora Nahum dijo que su esposa se estaba debilitando. Cuando la noche se acercaba, Ammi se las arregló para marcharse; ni si quiera la amistad podría hacerlo quedarse en ese lugar cuando el tenue brillo de la vegetación empezara y los árboles pudiesen o no menearse sin viento. Era realmente afortunado Ammi de no ser más imaginativo. Incluso como estaban las cosas, su mente apenas se había torcido, pero de haber sido capaz de conectar y reflexionar acerca de todos los portentos que ocurrían a su alrededor, se hubiese vuelto inevitablemente un total maniaco. Hacia el crepúsculo regresó apresurado a casa, los gritos de la mujer loca y de los niños nerviosos campanilleando horriblemente en sus oídos. Tres días después Nahum entró de un bandazo en la cocina de Ammi muy de mañana. En ausencia de su amigo balbuceó una historia desesperada mientras la señora Pierce escuchaba en un apretado terror. Se trataba del pequeño Merwin esta vez. Había desaparecido. Había salido tarde en la noche con una lámpara y un balde de agua para no volver más. Hacía días que parecía caerse a pedazos y era difícil saber qué tramaba. Gritaba ante cualquier cosa. Un frenético chillido había llegado desde el patio 20
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entonces, pero antes de que el padre pudiese alcanzar la puerta, el chico había desaparecido. No se veía el brillo de la lámpara que había llevado consigo ni rastro alguno del niño mismo. En ese momento Nahum pensó que la lámpara y el balde habían desaparecido también, pero cuando llegó el amanecer y el hombre volvió pesadamente de su búsqueda nocturna en los bosques y campos, encontró unas cosas muy curiosas cerca del pozo. Había una machacada y un tanto derretida masa de hierro que había sido sin dudas la lámpara, mientras que un asa enrollada y unos retorcidos aros de hierro detrás, ambos semifusionados, parecían insinuar los remanentes del balde. Eso era todo. Nahum estaba más allá de la imaginación, la señora Pierce estaba blanca y Ammi, cuando llegó a casa y escuchó el relato, no pudo hacer ninguna conjetura. Merwin había desaparecido y nada bueno podría salir de contarle a la gente en los alrededores, quienes rehuían de todos los Gardner ahora. Era inútil, asimismo, contarle a los citadinos en Arkham que se reían de todo. Thaddeus se había ido y ahora Merwin se había ido también. Algo se arrastraba y se arrastraba y esperaba para ser visto y sentido y oído. Nahum no tardaría en partir y quería que Ammi cuidara de su esposa y de Zenas si le sobrevivían. Todo debía tratarse de una sentencia de algún tipo, pese a que no podía imaginar cuál era el motivo, puesto que, hasta donde sabía, siempre había caminado rectamente por el camino del Señor. Por casi dos semanas Ammi no vio a Nahum. Preocupado por lo que podría haber pasado, superó sus miedos y visitó el lugar de los Gardner. No salía humo de la gran chimenea y por un momento el visitante se temió lo peor. El aspecto de toda la granja era chocante: el pasto marchito y las hojas mustias y grisáceas sobre el suelo, vides cayendo en restos frágiles de los arcaicos muros y frontones, y grandes árboles desnudos rasgando el cielo gris de noviembre con una estudiada malevolencia que Ammi no pudo sino sentir que provenía de algún misterioso cambio en la inclinación de las ramas. Pero Nahum estaba vivo después de todo. Yacía débil sobre un sillón en la cocina de techo bajo, pero perfectamente consciente y apto para dar órdenes simples a Zenas. La habitación tenía un el color salido del espacio
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frío letal, y como Ammi temblaba visiblemente, el anfitrión gritó roncamente a Zenas para que trajera más leña. La leña, ciertamente, era muy necesaria; el cavernoso fogón se hallaba sin luz, vacío, una nube de hollín flotaba en el viento gélido que bajaba por la chimenea. De pronto Nahum le preguntó si la leña extra le hacía sentir algo más cómodo y entonces Ammi vio lo que había pasado. El sólido cable se había roto al fin y la desdichada mente del granjero se había vuelto inmune a más dolor. Interrogándolo con tacto, Ammi no pudo obtener datos claros acerca del desaparecido Zenas. «En el pozo… él vive en el pozo» era todo lo que el nublado padre podía decir. Entonces destelló en la mente del visitante el súbito recuerdo de la esposa loca y cambió el objeto de sus preguntas. «¿Nabby? ¡Tómala, aquí está!» fue la sorprendida respuesta del pobre Nahum, y Ammi pronto vio que debía investigar por sí mismo. Dejando al inofensivo balbuceador en el sofá, tomó las llaves del clavo junto a la puerta y subió las crujientes escaleras hacia el ático. El encierro y el aire maloliente dominaban el lugar y no había sonido en ninguna dirección. De las cuatro puertas a la vista sólo una estaba cerrada con llave, de modo que probó varias del anillo que había tomado. La tercera probó ser la correcta, y luego de poco revolver Ammi empujó la baja puerta blanca. El interior era absolutamente oscuro pues la ventana era pequeña y la oscurecían las toscas barras de madera; Ammi nada podía ver sobre el piso entablado. El hedor estaba más allá de lo soportable, y antes de ir más lejos tuvo que retirarse a otra habitación y regresar con sus pulmones llenos de aire respirable. Cuando al fin entró vio algo oscuro en la esquina, y cuando pudo verlo claramente no pudo ahogar un rotundo grito. Mientras gritaba creyó ver cómo una momentánea nube eclipsaba la ventana, y un segundo después se sintió frotado como por una odiosa corriente de vapor. Extraños colores danzaban frente a sus ojos; de no haber estado en ese momento entumecido por el horror, hubiese recordado el glóbulo en el meteoro que el martillo del geólogo había destrozado y la mórbida vegetación que había brotado en primavera. Como estaba, empero, sólo pensaba 22
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en la monstruosidad blasfema que lo confrontaba y la cual con toda claridad había compartido el destino sin nombre del joven Thaddeus y el ganado. Pero lo más terrible acerca de aquel horror era que se movía lenta y perceptiblemente mientras continuaba desmenuzándose. Ammi no me dio más datos en particular de esta escena, pero la forma en la esquina no reapareció en su relato como un objeto móvil. Hay cosas que no pueden ser mencionadas, y lo que es hecho por humanidad es a veces cruelmente juzgado por la ley. Comprendí que nada movible había quedado en ese ático y que haber dejado algo con capacidad de movimiento allí hubiese sido un hecho tan monstruoso como condenar a cualquier ser explicable al eterno tormento. Cualquiera que no hubiese sido un estólido granjero se hubiese desmayado o vuelto loco, pero Ammi atravesó consciente el umbral de la puerta y selló el maldito secreto detrás de él. Ahora había que hacerse cargo de Nahum: debía ser alimentado y atendido y removido hacia algún lugar en donde pudieran cuidarlo. Cuando comenzaba su descenso por las escaleras, Ammi escuchó un ruido sordo abajo. Incluso pensó que un grito había sido ahogado bruscamente y recordó nervioso el vapor pegajoso que se había frotado en él en aquella aterradora habitación de arriba. ¿Qué presencia ingresaba su voz en juego? Oprimido por un vago terror, escuchó nuevos sonidos abajo. Indudablemente sucedía una especie de arrastre pesado y se oía el más detestable y pegajoso sonido, una especie de diabólica e inmunda succión. Con un sentido asociativo que lo aguijoneaba hacia alturas febriles, pensó inexplicablemente en lo que había visto arriba. ¡Dios mío! ¿Qué misterioso mundo onírico era este al que había penetrado? No se atrevió a moverse ni atrás ni adelante, sólo se quedó ahí de pie temblando en la curva oscurecida del rellano de la escalera. Cada minucia de la escena ardía dentro de su cerebro. Los sonidos, la sensación de expectación pavorosa, la oscuridad, el precipicio de escalones angostos y —¡Santo Cielo!— la tenue pero inconfundible luminosidad de toda la madera a la vista: ¡los peldaños, las paredes, los listones expuestos y las vigas! el color salido del espacio
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Entonces irrumpió el frenético relincho del caballo de Ammi afuera, seguido inmediatamente de un traqueteo que daba cuenta de una delirante fuga. Al cabo de un instante tanto el caballo como la calesa se encontraban más allá del alcance del oído, dejando al hombre aterrorizado en las oscuras escaleras la tarea de preguntarse qué los había expedido. Pero eso no era todo. Había otro sonido allá afuera. Una especie de chapoteo líquido —agua— , debía ser el pozo. Ammi había dejado a Hero desatado cerca de este y una rueda de la calesa debía haber movido el mojinete y derribado una piedra. Pero aun así la pálida fosforescencia brillaba en aquella detestable cabaña vieja. ¡Dios! ¡Qué antigua era la casa! En su mayoría construida antes de 1670 y el techo abuhardillado no después de 1730. Se escuchó cómo algo se arrastraba débilmente sobre el piso escaleras abajo, y Ammi se aferró fuertemente a un pesado bastón que había tomado en el ático sin propósito aparente. Infundiéndose coraje, lentamente terminó su descenso y se dirigió valientemente hacia la cocina. Pero no llegó a completar el camino: lo que buscaba ya no se encontraba allí. Había salido a su encuentro y aún vivía en cierta manera. Si se había arrastrado o si había sido empujado por fuerzas externas, es algo que Ammi no podría decir, pero la muerte había tomado parte en ello. Todo había sucedido en la última media hora, pero el desplome, la tonalidad gris y la desintegración ya se encontraban muy avanzados. El cuerpo era horriblemente frágil y algunos fragmentos secos caían descamados. Ammi no pudo tocarlo, pero miró horrorizado hacia la distorsionada parodia de lo que había sido un rostro. «¿Qué pasó, Nahum… qué pasó?» murmuró y los agrietados e hinchados labios fueron sólo capaces de crepitar una respuesta final. —Nada… nada… el color… quema… frío y húmedo… pero quema… vive en el pozo… lo he visto… una especie de humo… justo como las flores de la última primavera… el pozo reluce al anochecer… Thad y Merwin y Zenas… todo lo vivo… sorbe la vida de todo lo vivo… en la roca… tiene que haber venido en la roca… envenenó todo el lugar… no sé lo que quiere… la cosa redonda que los hombres de la universidad extrajeron de la roca… 24
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la aplastaron… era del mismo color… justo el mismo, como las flores y las plantas… debe haber habido más de ellas… semillas… semillas… han crecido… lo he visto esta semana… debe haber golpeado fuerte a Zenas… era un chico grande, lleno de vida… derriba primero tu mente y luego se apodera de ti… te quema… en el agua del pozo… tenían razón sobre eso… agua perversa… Zenas nunca regresó del pozo… no se puede escapar… te absorbe… sabes que algo viene, pero no sirve de nada… lo he visto muchas veces desde que Zenas fue tomado… ¿dónde está Nabby, Ammi?... mi cabeza no está bien… no sé cuánto ha pasado desde la última vez que la alimenté… la tomará a ella también si no somos cuidadosos… sólo un color… su cara se está tornando de ese color algunas veces durante la noche… y quema y absorbe… vino de algún lugar en donde las cosas no son como son aquí… uno los profesores lo dijo… tenía razón… mira, Ammi, seguirá sorbiendo más… sorbiendo todo lo vivo… Eso era todo. La cosa que habló ya no podría hablar más; había cedido completamente. Ammi colocó un mantel rojo de mesa sobre lo que quedaba y salió por la puerta trasera hacia los campos. Trepó por la ladera hacia las tierras altas y trastabilló hasta su casa por el camino norte y los bosques. No podía pasar junto al pozo del cual su caballo había huido. Le había echado una mirada a través de la ventana y se percató de que ninguna piedra faltaba en el borde. Las ruedas de la calesa no habían derribado nada después de todo; el chapoteo lo había producido otra cosa; algo que había entrado al pozo luego de hacer lo que había hecho con el pobre Nahum. Cuando Ammi llegó a su casa, el caballo y la calesa ya habían vuelto y lanzado a su esposa a un acceso de ansiedad. Luego de tranquilizarla sin darle mayores explicaciones, salió hacia Arkham y notificó a las autoridades de que la familia Gardner ya no existía. No condescendió en detalles, simplemente contó las muertes de Nahum y Nabby, la de Thaddeus ya era conocida, y mencionó que la causa de muerte parecía ser el mismo extraño padecimiento que había matado al ganado. Asimismo dejó constancia de las desapariciones de Merwin y Zenas. Hubo una larga interrogación el color salido del espacio
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en la estación de policía y al final Ammi fue compelido a llevar a tres oficiales a la granja de los Gardner, además de al juez de instrucción, el médico forense y el veterinario que había tratado la enfermedad de los animales. Ammi fue de muy mala; la tarde estaba avanzada y temía la caída de la noche sobre aquel lugar maldito, aunque era de cierto consuelo estar acompañado de tantas personas. Los seis hombres siguieron la calesa de Ammi en un carro y llegaron a la plagada granja alrededor de las cuatro. Pese a estar acostumbrados los oficiales a experiencias espantosas, ninguno se mantuvo impasible frente a lo que encontraron en el ático y bajo el mantel de mesa rojo en el piso inferior. El entero aspecto de la granja con su desolación gris era suficientemente terrible, pero aquellos dos cuerpos desmoronándose sobrepasaban todas las barreras. Ninguno podía mirarlos largamente, e incluso el médico forense admitió que había muy poco para examinar. Algunas muestras podían ser analizadas, por supuesto, de modo que se ocupó de obtenerlas. Fue así que se produjeron misteriosos resultados en el laboratorio de la universidad donde los dos frascos de polvo fueron finalmente llevados. Bajo el espectroscopio ambas muestras ofrecieron un espectro desconocido, muchas de cuyas bandas eran precisamente iguales a aquellas que había revelado el extraño meteoro el año anterior. La propiedad de emitir este espectro se desvaneció en un mes, luego de lo cual el polvo consistió principalmente en carbonatos y fosfatos alcalinos. Ammi no les hubiese contado a los hombres acerca del pozo si hubiese sabido que intentarían hacer algo ahí y ahora. Se acercaba la puesta de sol y estaba ansioso por estar lejos. Pero no pudo evitar mirar nerviosamente hacia el bordillo rocoso del pozo, y cuando un detective lo interrogó tuvo que admitir que Nahum había temido a algo escondido en el fondo, tanto que jamás siquiera llegó a pensar en explorarlo en busca de Merwin o Zenas. Luego de eso no harían otra cosa que vaciar y examinar el pozo inmediatamente, de modo que Ammi tuvo que esperar temblando mientras cubeta tras cubeta de agua maloliente era acarreada y vaciada sobre el terreno mojado. Los hombres inhalaban 26
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con disgusto el fluido y hacia el final de la faena se agarraban sus narices en contra de la fetidez que estaban destapando. No fue un trabajo tan largo como temieron que fuese pues el agua era fenomenalmente baja. No hay necesidad de hablar demasiado acerca de lo que encontraron. Merwin y Zenas estaban allí, en parte: los vestigios eran principalmente esqueléticos. Había además un pequeño ciervo y un gran perro en similares condiciones y un buen número de huesos de animales más pequeños. El cieno y el limo del fondo parecían inexplicablemente porosos y burbujeantes, y un hombre que descendió en un dispositivo de retención con una gran lanza se encontró con que podía hundir el asta de madera a cualquier profundidad en el fango del piso sin toparse con ninguna obstrucción sólida. Ya caía el ocaso y los faroles del lugar fueron encendidos. Entonces, cuando resultó evidente que nada más podría sacarse en limpio del pozo, entraron a la casa y conferenciaron en la antigua sala de estar mientras la intermitente luz de una espectral medialuna retozaba lánguidamente sobre la gris desolación de allá afuera. Los hombres estaban francamente confundidos con la totalidad del caso y no pudieron encontrar ningún elemento en común lo suficientemente convincente como para conectar las extrañas condiciones de la vegetación, la desconocida enfermedad del ganado y los humanos y las inexplicables muertes de Merwin y Zenas en el pozo contaminado. Habían oído los comentarios de la gente del campo, es verdad, pero no podían creer que algo contrario a las leyes naturales hubiese ocurrido. No cabía duda de que el meteoro había envenenado el suelo, pero la enfermedad de las personas y los animales que no habían comido nada surgido de aquel suelo era otro asunto. ¿Se trataba acaso del agua del pozo? Muy posible. Sería una buena idea analizarla. ¿Pero qué peculiar locura podría haber hecho que ambos chicos saltaran al pozo? Sus destinos habían sido tan similares y los fragmentos mostraban que ambos habían padecido la misma muerte gris y quebradiza. ¿Por qué todo era tan gris y quebradizo? Fue el juez de instrucción, sentado cerca de una ventana que daba al patio, el que primero notó el brillo alrededor del pozo. La el color salido del espacio
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noche ya se hallaba totalmente asentada y el abominable terreno parecía brillar levemente con más que sólo los espasmódicos rayos lunares, pero este brillo era algo definitivo y distintivo; parecía disparado hacia arriba desde el agujero negro como el rayo amortiguado de un faro, arrojando torpes reflejos sobre las pequeñas piscinas en el terreno donde el agua había sido vaciada. Era de un color muy extraño, y mientras los hombres se agrupaban alrededor de la ventana, Ammi lanzó una violenta exclamación. El extraño haz de miasma fantasmal era para él de naturaleza familiar. Había visto el color antes y temía pensar en lo que pudiera significar. Lo había visto en el repugnante y frágil glóbulo del aerolito dos veranos antes, lo había visto en la demente vegetación de la primavera y creía haberlo visto durante un instante aquella misma mañana a través de los barrotes de la pequeña ventana de la terrible habitación en el ático donde cosas innombrables habían sucedido. Había destellado allí durante un segundo y luego una pegajosa y aborrecible corriente de vapor se había frotado a él y entonces el pobre Nahum había sido arrastrado por algo de ese color. Lo había dicho, en el final, había dicho que eran los glóbulos y las plantas. Luego de eso había sucedido la fuga en el patio y el chapoteo en el pozo. Y ahora ese mismo pozo arrojaba progresivamente a la noche un pálido e insidioso rayo del mismo tinte demoniaco. Da crédito de la viveza de mente de Ammi que se intrigase incluso en ese tenso momento con algo que era esencialmente científico. No podía sino inquirir sobre la naturaleza de la exacta impresión causada por un vapor vislumbrado bajo la luz del día, a través de los barrotes de una ventana bajo el cielo matutino, y la causada por una exhalación nocturna vista como una niebla fosforescente sobre un negro y maldito paisaje. No estaba bien, iba en contra de la naturaleza, y pensó en las terribles palabras finales de su amigo condenado: «vino de algún lugar en donde las cosas no son como son aquí… uno los profesores lo dijo…». Los tres caballos afuera, atados a un par de árboles marchitos junto al camino, comenzaron a relinchar y a patear frenéticamente. El conductor del carro se dirigía a la entrada para hacer algo, pero Ammi puso una temblorosa mano sobre su hombro. 28
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—No salga allá afuera —susurró—. Hay muchas cosas que no sabemos. Nahum dijo que algo que vive en el pozo absorbe la vida. Dijo que debía ser algo que había crecido de una bola redonda como la que todos vimos en la roca del meteoro que cayó hace un año desde junio. Que sorbe y quema, dijo, y que es una nube de un color justo como el que brilla afuera ahora, ese que apenas puede verse y que nadie puede decir qué es. Nahum pensaba que se alimentaba de todo lo vivo y que se volvía cada vez más fuerte. Dijo haberlo visto la semana pasada. Debe ser algo proveniente de más allá del cielo, como los hombres de la universidad dijeron que era el meteoro. La forma en que está hecho y la forma en que funciona nada tiene que ver con el mundo de Dios. Es algo de más allá. Así que los hombres se detuvieron indecisos mientras la luz del pozo se volvía más fuerte y los caballos amarrados pisaban y relinchaban en creciente frenesí. Fue realmente un momento atroz; con el terror de aquella casa aciaga y maldita, cuatro juegos de monstruosos fragmentos humanos —dos sacados de la misma casa y dos sacados del pozo— en la leñera de atrás y aquel eje de desconocida e impía iridiscencia proveniente de las limosas profundidades de enfrente. Ammi había refrenado al conductor en un impulso, olvidando que él mismo se hallaba ileso luego de haber sido rozado pegajosamente por el vapor colorido en la habitación del ático, pero quizá resultó igualmente acertado que actuase como lo hizo. Nadie podrá nunca saber qué había afuera de la casa esa noche y, pese a que la blasfemia del más allá no había herido aún a ningún humano con la mente no debilitada, no hay relato de lo que podría haber hecho en ese último momento con su fuerza aparentemente incrementada y las especiales señales de propósito que pronto desplegaría bajo el nuboso cielo iluminado por la luna. De repente uno de los detectives que estaba hacia la ventana dio un corto y afilado grito. Los otros lo miraron y luego rápidamente siguieron sus ojos hacia el punto en el cual su vago extravío había sido atrapado. No hubo necesidad de palabras. Lo que había sido cuestionado de los cuentos de los campesinos ya no era cuestionable, y esto debido a la cosa que vieron y sobre la el color salido del espacio
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cual todos acordaron en susurros más tarde que, al igual que los días extraños, jamás sería mencionada en Arkham. Es necesario hacer preceder que no había viento a esa hora de la noche. Poco después sí sopló un poco, pero en ese entonces el aire estaba absolutamente inmóvil. Incluso el tiradero en su cerco, gris y marchito, y los flecos sobre el techo del carro permanecían quietos. Y aun así en medio de aquella tensa, impía calma, las altas ramas desnudas de todos los árboles en el patio se movían. Se retorcían mórbida y espasmódicamente, arañando en una convulsiva y epiléptica locura hacia las nubes lunadas, rasgando impotentes el aire nocivo como si fuesen empujadas por algún ajeno e incorpóreo vínculo con horrores subterráneos que se retorcían y forcejeaban debajo de sus negras raíces. Nadie exhaló durante varios segundos. Entonces una nube de negro espesor se posó sobre la luna y la silueta de las ramas engarradas se desvaneció momentáneamente. Un grito general emergió en este punto: apagado por el temor, pero fornido y casi idéntico en cada garganta. El terror no había desaparecido con las siluetas, y en un temible instante de oscuridad más profunda los observadores vieron retorcerse a la altura de la copa del árbol mil pequeños puntos de tenue e impío resplandor, tambaleándose sobre las ramas como el fuego de San Telmo o las flamas que bajaron sobre las cabezas de los apóstoles en Pentecostés. Era una constelación monstruosa de luz innatural, como un saciado enjambre de luciérnagas necrófagas danzando infernales zarabandas sobre una ciénaga maldita, y su color era el mismo que Ammi había aprendido a reconocer y temer. Entretanto el eje de fosforescencia del pozo se volvía cada vez más brillante, trayendo a las cabezas de los acurrucados hombres un sentimiento de condenación y anormalidad que superaba con creces cualquier imagen que sus mentes conscientes pudiesen formar. Ya no brillaba, se vertía hacia afuera. Y en la medida en que el torrente informe de indesignable color abandonaba el pozo, manaba directamente hacia el cielo. El veterinario se estremeció y caminó hacia la puerta frontal para echar la doble barra. Ammi no temblaba menos y tuvo que apuntar, 30
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a falta de voz, cuando quiso llamar la atención de los demás sobre la luminosidad creciente de los árboles. Los relinchos y estampidos de los caballos se habían vuelto absolutamente aterradores, pero ni un alma del grupo en la vieja casa se hubiese aventurado a salir por nada del mundo. El brillo de los árboles iba en aumento a la vez que sus incansables ramas parecían tensarse más y más verticalmente. El bosque alrededor del pozo brillaba ahora y un policía apuntó torpemente hacia el establo de madera y hacia las colmenas de abejas cerca de la muralla de piedra en el oeste. Comenzaban a brillar también, aunque los vehículos de los visitantes parecían hasta ahora inafectados. De pronto se produjo una gran conmoción, un galopeo en el camino, y mientras Ammi alzaba la lámpara para tener mejor visión se dio cuenta de que la desesperación frenética de los caballos agrisados había derribado el pequeño árbol al que estaban atados y ahora huían con el carro. El sobresalto sirvió para soltar algunas lenguas, y turbados susurros fueron intercambiados. —Se extiende a todo lo orgánico que hay en los alrededores —murmuró el médico forense. Nadie respondió, pero el hombre que había estado en el pozo insinuó que su larga asta debía haber removido algo intangible. —Era terrible —agregó— No había fondo en absoluto. Sólo cieno y burbujas y la sensación de algo acechando allá abajo. El caballo de Ammi todavía coceaba y gritaba ensordecedoramente afuera en el camino, y casi ahogaba el tenue temblor de la voz de su dueño mientras mascullaba sus reflexiones informes. —Vino de la roca… creció allá abajo… se apoderó de todo lo vivo… se alimentó de ellos, mente y cuerpo… Thadd y Mernie, Zenas y Nabby… Nahum fue el último… todos bebieron el agua… se hizo fuerte en ellos… vino de más allá, donde las cosas no son como son aquí… ahora vuelve a casa… En ese momento, mientras la columna del desconocido color llameaba inesperadamente fuerte y comenzaba a trenzarse en fantásticas sugestiones de formas que cada espectador describió más tarde de forma diferente, el pobre y atado Hero profirió un sonido que ningún hombre había oído antes o desde entonces el color salido del espacio
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en un caballo. Todos en la sala de estar de bajo techo taparon sus oídos y Ammi volvió el rostro de la ventana lleno de horror y náusea. Las palabras no podrían transmitirlo. Cuando Ammi miró hacia afuera de nuevo, la desdichada bestia yacía acurrucada e inerte en el suelo iluminado, entre los astillados restos de la calesa. Ese sería el final para Hero hasta que lo enterraron al día siguiente. Pero en ese momento no había tiempo para lamentarse; casi exactamente en el mismo instante un detective silenciosamente llamó la atención de los demás hacia algo terrible en la mismísima habitación en la que estaban. En los lugares en que la luz de las lámparas era ausente estaba claro que una tenue fosforescencia había empezado a impregnarse a la totalidad de la casa. Fulguraba sobre el suelo de tablas, en los fragmentos del andrajoso tapiz y brillaba sobre los marcos de las pequeñas ventanas. Corría hacia arriba y hacia abajo en los pilares esquineros, se acordonaba alrededor del estante y el manto de la chimenea, e infectaba incluso las puertas y los muebles. Cada minuto la veía fortalecerse, y al final se hizo muy evidente que las cosas sanas y vivientes debían abandonar la casa. Ammi les mostró la puerta trasera y el sendero a través de los campos hacia las tierras altas. Caminaron y trastabillaron como en un sueño, y no se atrevieron a mirar atrás hasta que estuvieron lejos en las alturas. Se alegraron de que existiese esa salida; ninguno de ellos podría haber cruzado por el camino frontal, por el pozo. Ya era suficiente con pasar a través de los luminosos graneros y establos, y a través de aquellos fulgurantes árboles frutales con sus retorcidos, diabólicos contornos; gracias al cielo las ramas hacían sus peores retortijones en las alturas. La luna se cubrió bajo unas muy negras nubes mientras cruzaban el rústico puente en Chapman’s Brook, y tuvieron que ir a tientas desde allí hasta los prados abiertos. Cuando se voltearon a observar el valle y el distante territorio de Gardner en el fondo, tuvieron una visión terrible. Toda la granja irradiaba con la espantosa mezcla del desconocido color: árboles, construcciones, incluso el pasto y las hierbas que no se habían vuelto aún grises y frágiles. Las ramas se extendían todas 32
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hacia el cielo, coronadas con lenguas de fuego vil, y centelleantes espirales del mismo fuego monstruoso se cernían sobre la casa, el granero y los establos. Era una escena de una visión de Fuseli, y sobre todo lo demás reinaba la orgía de luminoso amorfismo, el arcoíris extraterrestre e indimensionado del veneno encriptado en el pozo; hirviendo, sintiendo, lamiendo, extendiéndose, centelleando, estirándose y burbujeando malignamente en su cósmico e irreconocible cromatismo. Entonces, de súbito, la espantosa cosa salió verticalmente disparada hacia el cielo como un cohete o un meteoro sin dejar atrás ningún rastro y desapareciendo a través de un agujero redondo y curiosamente regular que apareció en las nubes antes de que nadie pudiese decir o hacer algo. Ninguno de los observadores podrá jamás olvidar esa visión, y Ammi se quedó blanco mirando las estrellas de la constelación del Cisne, Deneb fulgurando por sobre las otras, donde el desconocido color se había fundido con la Vía Láctea. Pero su mirada fue atraída rápidamente de vuelta a la Tierra debido al estrépito en el valle. Había sido sólo eso. Un crujido de madera y un estrépito, no una explosión como muchos otros en el grupo afirmaron. Aun así el resultado fue el mismo: en un febril, caleidoscópico instante, surgió de la granja maldita un fulgurante cataclismo eruptivo de innaturales chispas y sustancias, borrando las miradas de los pocos que lo vieron y enviando hacia el cenit nubes bombarderas de tales colores y fantásticos fragmentos que nuestro universo debiese necesariamente repudiar. Se sublimaron rápidamente en vapores y siguieron a la gran morbosidad que se había desvanecido, luego de un segundo se habían desvanecido también. Atrás y debajo sólo había una oscuridad a la cual los hombres no se atrevieron a regresar, y por todas partes un viento que parecía precipitarse hacia abajo en congelados tornados negros provenientes del espacio interestelar. Chillaba y aullaba, fustigaba los campos y los distorsionados bosques en un demente frenesí cósmico, hasta que pronto el tembloroso grupo se dio cuenta de que no sería de ninguna utilidad esperar a que la luna mostrase lo que quedaba de la casa de Nahum. el color salido del espacio
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Demasiado impresionados incluso para aventurar teorías, los siete hombres estremecidos anduvieron penosamente hacia Arkham por el camino del norte. Ammi se encontraba peor que sus compañeros y les rogó que lo llevaran hasta su propia cocina en vez de continuar directamente hacia la ciudad. No deseaba cruzar los anochecidos bosques golpeados por el viento solo hacia su casa por el camino principal. Había sufrido una conmoción que los otros se habían ahorrado, y sería ahora abrumado para siempre por un miedo creciente del que no se atrevería a hablar durante muchos años. Mientras el resto de los observadores en la tempestuosa colina habían mantenido estólidamente sus rostros hacia el camino, Ammi había mirado un instante hacia atrás, al sombrío valle de desolación que tan recientemente había sido el refugio de su malhadado amigo. Y de aquel afligido lugar lejano vio que algo se alzaba débilmente sólo para hundirse de nuevo en el lugar del cual el gran horror sin forma había sido disparado hacia el cielo. Era sólo un color, pero no un color de nuestras tierras o cielos. Y porque Ammi reconoció ese color, supo que sus últimos remanentes aún acechaban abajo en el pozo. Nunca ha estado desde entonces totalmente bien. Ammi nunca volvería al lugar de nuevo. Ha pasado ya casi medio siglo desde que sucedió el horror, pero él nunca ha estado ahí y estará contento cuando el nuevo embalse lo borre del todo. Yo debería alegrarme también; no me gustó la forma en que la luz del sol cambiaba de color alrededor de la boca de aquel pozo que pasé. Espero que las aguas sean siempre muy profundas, aunque ni así las beberé alguna vez. No creo que visite los campos de Arkham en lo sucesivo. Tres de los hombres que estuvieron con Ammi regresaron a la mañana siguiente para ver las ruinas bajo la luz del día, pero no había verdaderas ruinas. Sólo los ladrillos de la chimenea, las rocas de la bodega, uno que otro resto metálico y mineral aquí y allá, y el borde del nefando pozo. Excepto por el caballo muerto de Ammi, el cual se llevaron y enterraron, todo lo que alguna vez había tenido vida ya no estaba. Cinco misteriosas hectáreas de un polvoriento desierto gris quedaron y nada ha crecido ahí desde entonces. Hasta hoy se 34
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arrellana abierto hacia el cielo como una gran mancha carcomida por ácido entre bosques y campos, y los pocos que alguna vez se han atrevido a observarlo pese a los cuentos rurales lo llaman «el erial maldito». Los cuentos rurales son raros. Pueden ser incluso más raros si hombres de la ciudad y químicos universitarios se interesan lo suficiente como para analizar el agua de aquel pozo en desuso o el polvo gris que ningún viento parece nunca dispersar. Los botánicos también deberían estudiar la atrofiada flora en los bordes del lugar; podrían echar luz sobre las leyendas que dicen que la plaga sigue expandiéndose poco a poco, quizá una pulgada al año. La gente dice que el color de la vegetación colindante no es del todo correcto en primavera y que criaturas salvajes dejan extrañas huellas en la nieve de invierno. La nieve nunca parece tan abundante en el erial maldito como lo es en cualquier otro lugar. Los pocos caballos que quedan en esta era motorizada se vuelven asustadizos en el valle silencioso y los cazadores no pueden contar con sus perros estando cerca de la mancha de polvo gris. Dicen también que sus influencias en la mente son muy malas. Los números se volvieron raros en los años luego de la muerte de Nahum y a menudo carecían del poder de resolverse. Entonces las gentes fuertes de mente abandonaron la región y sólo los extranjeros intentaron vivir en los desmoronados caseríos. Sin embargo no pudieron quedarse, y uno se pregunta a veces qué revelación más allá de la nuestra les habrán otorgado sus salvajes y ajenas historias de magia. Sus sueños por la noche, protestan, son horribles en aquel grotesco lugar, y seguramente la sola mirada al reino oscuro es suficiente para agitar una fantasía morbosa. Ningún viajero ha escapado nunca a la sensación de extrañeza en esos profundos barrancos, y los artistas tiemblan mientras pintan gruesos bosques cuyo misterio es tanto del espíritu como del ojo. Yo mismo soy curioso de la sensación derivada de mi única y larga caminata antes de que Ammi me contara su historia. Cuando el ocaso llegó, vagamente deseé que algunas nubes se reuniesen, pues una misteriosa intimidación habían infligido en mi alma los vacíos celestiales. el color salido del espacio
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No me pregunten mi opinión. No sé… eso es todo. No hubo nadie a quien cuestionar excepto por Ammi; la gente de Arkham no habla de los días extraños y los tres profesores que vieron el aerolito y su glóbulo coloreado están muertos. Si hay otros glóbulos, eso depende. Uno debe haberse alimentado a sí mismo y escapado, y probablemente hubo otro para el cual fue demasiado tarde. No hay duda de que sigue ahí abajo en el pozo: sé que había algo impropio en la luz que vi sobre el borde miasmático. La gente del campo dice que la plaga se expande una pulgada al año, de modo que quizá existe algún tipo de desarrollo o alimentación incluso ahora. Pero cualquiera que sea el demonio que se cría ahí debe estar atado a algo, de otro modo se propagaría rápidamente. ¿Está pegado a las raíces de aquellos árboles que arañan el aire? Uno de los sucesos que ahora se cuentan en Arkham es sobre robustos robles que durante la noche brillan y se mueven como no deberían hacerlo. Qué es, sólo Dios lo sabe. En términos de materia supongo que lo que Ammi describió podría ser llamado gas, pero este gas obedecía a leyes que no son de nuestro cosmos. No era fruto de los mundos y soles que brillan en los telescopios y en las placas fotográficas de nuestros observatorios. No era ningún soplo de los cielos cuyos movimientos y dimensiones nuestros astrónomos miden o consideran demasiado vastos para ser medidos. Era sólo un color salido del espacio, un horrendo mensajero proveniente de reinos en un infinito más allá de toda la Naturaleza como la conocemos, reinos cuya mera existencia aturde el cerebro y nos adormece con negros abismos extra-cósmicos que se abren frente a nuestros delirantes ojos. Dudo mucho que Ammi me mintiera a conciencia, y no creo que su relato sea sólo un fenómeno de la locura como me previno la gente de la ciudad. Algo terrible vino a estas colinas y valles sobre ese meteoro, y algo terrible —pese a que ignoro en qué proporción— aún permanece. Me alegraré al ver el agua venir. Mientras tanto espero que nada le pase a Ammi. Vio demasiado de la cosa. Y su influencia es insidiosa. ¿Por qué nunca ha sido capaz de mudarse? La claridad con la que recuerda las últimas palabras 36
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de Nahum: «no se puede escapar… te absorbe… sabes que algo viene, pero no sirve de nada…». Ammi es un anciano muy bueno. Cuando la gente del embalse comience con las faenas debo escribirle al ingeniero en jefe para que mantenga un ojo en él. Odiaría pensar en él como la gris, retorcida y quebradiza monstruosidad que persiste más y más en enturbiar mi sueño.
H.P. Lovecraft Publicado originalmente en 1927 © de la traducción, Juan Cortés, 2015 Traducción por Juan Cortés Ilustración: Francisco Schilling Diseño: Gwendolyn Stinger Reservados todos los derechos de esta edición para Abducción Editorial Curicó 372, Santiago de Chile
Impreso en Santiago de Chile abduccioneditorial.com