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APRENDER E
N Ó I S I M
En nuestros últimos dos destinos del año, descubriremos que ser misionero es mucho más que ir a un lugar lejano para ayudar a otros.
Natalia Jonas es profesora y traductora de Inglés y editora en la ACES. Fue misionera en Tailandia y en Líbano.
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o sé cuándo surgió en mi mente la idea de ser misionera. Sé que fue durante mi adolescencia, en algún momento. Terminé mis carreras universitarias y ni siquiera esperé a la ceremonia de graduación. Me embarqué en la primera de dos grandes aventuras misioneras que me cambiaron y transformaron muchas perspectivas que yo tenía de la vida.
Tailandia Ayudar a los que más tienen Llegué a Tailandia con poca información, mucha expectativa y la intención de “cambiar el mundo”. Iba a enseñar inglés a una escuela de idiomas, en la ciudad de Ubon Ratchathani, la ciudad con mayor proporción de wats (templos budistas) por habitante. La coordinadora de la escuela de idiomas era Carla, una estadounidense con la sonrisa más grande que hayas visto y el corazón igual de enorme. Pero las primeras semanas no fueron fáciles. Aprendí a manejar mi bicicleta por el lado izquierdo de las calles, comencé a acostumbrarme al calor abrazador de la zona y descubrí que mai pet, la frase clave que me habían enseñado para pedir comida sin picante, no funcionaba. Pasaron meses antes de que alguien me enseñara que mai pet significa “solo un poquito de picante” (uno o dos chiles nomás), y que si no quería nada de picante tenía que decir mai sai prick. El idioma tailandés es, en cierto aspecto, similar al chino. Se escribe con