N° 2 diciembre 2018
Revista del Taller de Producción Gráfica Redacción (FCEdu UNER)
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El futuro llegó hace rato Roberto Turco Habichayn:
«Nos llamábamos “centro de estudiantes reformista” y éramos el diablo para el sistema»
Un portal a otro universo Saquen una hoja En tiempos del cambio, un presupuesto universitario de ajuste y retroceso ¿100 años de qué? En sus marcas, listos, ¡ya!
REDACCIÓN: Sofrano: Ignacio Etchart, Sofía Ocampo Baudino, Franco Grassi
La tormenta después de la tormenta
Dedé: Aquiles Díaz, Julián Díaz HoldbackGirls: Thamina Habichayn, Julieta Boschiazzo, Valentina Juri Ómicron: Germán Acquafresca,
Sobre derechos y garantías
Gian Franco Cornejo, Gabriel Schamne DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: Fedra Venturini, Lucía Martínez, Luna Rodríguez, Marilina Camino Gomensoro, Daniela Todero FOTOGRAFÍA: Agustín Sinelli, Lucas Ormaechea
Posta fue elaborada en el marco del Proyecto de Innovación e Incentivo a la Docencia: «Revista producida por estudiantes del ciclo lectivo 2018 del Taller de Producción Gráfica-Redacción». DOCENTES RESPONSABLES: Guillermo Hennekens, Leonardo Caudana, Cecilia Barrandeguy. Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Octubre/Noviembre de 2018.
Editorial
EL FUTURO LLEGO´ HACE RATO Los pasillos, las aulas y las calles visibilizaron una problemática que los medios hegemónicos resolvieron ocultar. Hace un año, en esos mismos espacios, un grupo de estudiantes se planteó revelar la idea, un componente revolucionario y político. Esta idea llegó a nuestras manos y la propuesta tiene como baluarte cantar la posta, mostrar una parte de la realidad y del contexto que nos rodea. Decidimos plasmar en las distintas notas lo que fue y es la lucha por, de y en la Universidad Pública. Una institución que, como el resto de la sociedad, hoy sufre políticas sociales y económicas de gran ajuste. Frente a esta feroz embestida, posicionarse en su defensa es atender una responsabilidad histórica que nunca se debe ignorar. Vamos a leer, escribir, releer y reescribir una y otra vez cuestiones tales como las memorias revolucionarias, relatos que encasillan la convivencia de lo que fue la toma de la Facultad de Ciencias de la Educación e intentaremos adentrar a nuestros lectores en la diferencia entre lo público y lo gratuito. Esa es nuestra idea: buscar que lo ocurrido dentro de estos espacios escape de la frivolidad de las paredes y salga a las calles. La Posta que nos han pasado es y será una herramienta de lucha, sobreviviente portavoz de ideales que dignifican. Relata realidades de la juventud estudiantil ante hechos históricos durante planos pesimistas. Que la Posta se siga pasando y nada quede oculto. Que podamos expresarnos libremente. Que marchemos hacia adelante y nunca hacia atrás. Que el pasado sea fuente de aprendizaje. Que la universidad sea un camino de reflexión y de disputa, y no sólo una carrera por obtener un título. Construir, deconstruir, formarse y crecer. De eso se trata. Somos jóvenes y estudiantes que llenamos las aulas con nuestras ganas de desarrollarnos, de alterar lo establecido y alcanzar lo que aún no se ha logrado. Esta revista intrépida sacude hasta a sus responsables. Ser conscientes de lo que está sucediendo con la educación pública hoy es tener claro qué universidad deseamos. En tiempos en los que la reflexión y la crítica son reprimidas, tomar la palabra y comunicar no es tarea inocente, sino reveladora.
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Rebeldía en vigencia
Roberto Turco Habichayn
«Nos llamábamos “centro de estudiantes reformista” y éramos el diablo para el sistema» Por HoldbackGirls
La Reforma Universitaria de 1918 marcó el camino que tomó la Universidad Pública hasta nuestros días. El gobierno tripartito y paritario, la fuerza del movimiento estudiantil y el laicismo de la educación fueron algunas de sus premisas. En el 58 y el 59 el conflicto conocido como Laica o Libre tuvo su momento de auge debido a la lucha de los estudiantes por una universidad sin religión, y Roberto Turco Habichayn fue uno de sus protagonistas.
¿Cuáles eran las características de la universidad en la década del 50? Estábamos en época del peronismo y, desde el punto de vista estudiantil, los programas a cumplir eran muy influenciados por la política nacional. El gobierno de Perón fue populista y de mucha fuerza, de manera que el movimiento de los estudiantes nunca se presentó como oficialista sino como de la oposición. De hecho, conocí la cárcel por dentro a causa de una resistencia muy firme que molestaba bastante a Perón y, sobre todo, a Evita. ¿Qué herramientas tenía el estudiante para defender sus derechos? El estudiante siempre tuvo una cosa en contra: las huelgas, porque pierde cursos, vienen los exámenes y no se presenta a rendir. Hay toda una serie de «sacrificios» que demandan que no tenga recursos para seguir esperando. De forma inmediata se ve afectado, pero logra la proyección hacia una universidad mejor. La primera gran huelga fue el 15 de junio de 1918 y, 10 años después, hubo otra que siguió los postulados que se trataron de llevar adelante en la Reforma ―destacó haciendo referencia a las manifestaciones estudiantiles que interrumpían la actividad cotidiana―. A todas esas luchas nosotros las conocíamos por la historia y entendimos que fueron movimientos extraordinarios, que afianzaron una premisa nunca dejada de lado: la unidad obrero estudiantil. 4
Roberto trae consigo una mochila cargada de poderosos y firmes ideales que le sirvieron para defender la universidad que deseaban tener en esa época. A sus 88 años, el Turco continúa siendo aquel estudiante de Medicina de pensamiento anarquista que decidió seguir lo que sus antepasados del 18 le dictaron. Los conflictos con la cgt de Perón, las malas interpretaciones del marxismo y el comunismo de Stalin y el surgimiento de varias universidades privadas marcaron su paso por la educación superior desde 1951. ¿Cómo organizaban la militancia? En un momento éramos un puñado de muchachos que podíamos seguir en la lucha, no es que fuéramos héroes sino que las circunstancias nos lo permitían. Veníamos del interior y vivíamos solos, en cambio los que siempre fueron de Córdoba estaban muy controlados por sus padres, a pesar de que ya eran responsables y ciudadanos. Teníamos firmes principios y no era tan simple como admirar tal o cual postura, sino que militábamos de verdad. Una vez hicimos una volanteada muy grande y la ciudad se inundó, ya que fuimos casa por casa y repartimos más de 50 mil folletos. El sacrificio que hacíamos era muy sentido por la gente y por suerte no tuvimos pérdidas violentas de compañeros, pero terminar en la cárcel era casi cotidiano. En ocasiones algunos iban a Encausados, una ex prisión donde funcionaba el Servicio Penitenciario, pero nunca me tocó estar ahí.
¿Por qué los detenían? El Estado era tan policíaco que teníamos que pedir permiso para hacer nuestras reuniones. Eran públicas y estaban conformadas por una comisión directiva que se llamaba «Federación Universitaria de Córdoba», que contaba con un representante del centro de estudiantes de cada facultad. Yo, que estaba en el de Medicina, iba como delegado a la fuc a elegir a las autoridades que nos representarían en la Federación Universitaria Argentina. Antes, las universidades eran sólo seis: Universidad Nacional de Córdoba, del Litoral, de Tucumán, de Cuyo, Universidad de Buenos Aires y Universidad Tecnológica Nacional. Cada una enviaba a su delegado al encuentro, desde el cual surgía la autoridad nacional. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la Reforma? En el 18 quedó manifestada la apertura de la institución y desde entonces las universidades absorbieron bastantes compañeros de Latinoamérica. Cuando se creó la Federación Universitaria se proyectó por toda América Latina y hasta había profesores que apoyaban el movimiento estudiantil porque ideológicamente traía principios que creían válidos. Entre ellos estaba el diputado socialista Alfredo Palacios, con quien teníamos muchas coincidencias. La rebelión del 18 fue de tal magnitud que en el Mayo Francés se la nombró y pasó a la historia como una serie de premisas que fueron haciendo variar la composición y la dirección de las universidades. Nos daban poca participación en el gobierno porque estaba formado por varios delegados representantes de los profesores y de los egresados, pero sólo había dos estudiantiles. La Reforma dejó huellas muy profundas como la frase que dice «la universidad sin la religión de mi mujer», una cosa machista pero que refiere a una enseñanza absolutamente laica. Sin embargo, todavía hoy, el gobierno tripartito y paritario no se alcanzó, se incumplieron un montón de aspiraciones. ¿Cómo fue el conflicto conocido como universidad Laica o Libre del 58 y el 59? En aquellos años entramos a tomar la Escuela Normal de Córdoba saltando la reja y sin saber que adentro nos esperaban los estudiantes pro catolicismo. Uno de ellos sacó un tutor de una planta y me lo dio por la cabeza ―expresó señalándose una cicatriz―. Cuando
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teníamos tomada la Facultad de Ingeniería, los clericales encabezados por los curas presentaron una resistencia muy fuerte. Recuerdo que uno de ellos era el sacerdote Ernesto Leyendecker, reconocido fascista, que nos golpeaba con un fierro. La lucha era anticlerical y a muerte, no la ocultábamos. ¿Qué buscaban con el movimiento laico? Cambios en la enseñanza, por ejemplo cómo se formaban las cátedras. Defendíamos lo que introdujo la Reforma: el concurso por oposición, es decir, que el conocimiento se demostrara dando clases. Además, pedíamos que el gobierno universitario tenga paridad, porque si no todo lo que aportábamos, al igual que las propuestas de los egresados, era dejado a un costado. Siempre hubo una oposición y una resistencia muy grande, pero todo ese orden debía ser sacudido. ¿Qué debe tener un verdadero movimiento estudiantil? Lo mismo que debe tener un movimiento obrero para defender su disciplina, es decir, la función que cumple un sindicato. En las huelgas el estudiante a veces pierde el año, pero no es una farra de romper cosas, sino que se necesita de muchísima responsabilidad. No estábamos pidiendo que nos regalaran nada, todo lo contrario, queríamos que fuera efectiva la enseñanza. No se trataba de calentar el asiento para pasar el año sino que la cosa era un poco más profunda. Nosotros nos constituimos como revolucionarios. Nos llamábamos «centro de estudiantes reformista» y éramos el diablo para el sistema. Esa tarde, mirando la inmensidad de la ciudad de Buenos Aires por la ventana de su departamento en Almagro, el Turco se refirió a la independencia de los centros de estudiantes de su época. Militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores y presidente de la FUC, se negaba, al igual que sus compañeros, a ser parte de un movimiento estudiantil oficialista. ¿Qué relación tienen los centros de estudiantes con los partidos políticos? Los centros deben ser independientes porque no se puede ser reaccionario políticamente y, a la vez, progresista o revolucionario como estudiante. Tuvimos ejemplos muy interesantes de dirigentes gremiales en-
Córdoba, como Agustín Tosco, que en aquel entonces era Secretario General del Sindicato de Luz y Fuerza. Tuve una fuerte amistad personal con él ―contó nostálgico mientras señalaba una foto de ambos pegada en su puerta― y entendía a la perfección cómo organizar un movimiento. La lucha… la lucha es muy linda ―comentó con una sonrisa espontánea y pícara―. En esa época, llegabas directamente para combatir y eso no excluía tu ideología, pero no actuabas en función de algún partido político sino de la causa. En una charla colmada de recuerdos aislados que permanecen intactos a pesar del tiempo, contó cómo fue su militancia después de recibido. Su subversiva intervención al provocar un apagón en toda la ciudad durante el Cordobazo, su exilio en octubre del 76, las palabras que intercambió con Salvador Allende, su primer encuentro con Tosco y el cruce con Augusto Timoteo Vandor. Aquel día, el Turco rememoró un pasado revolucionario que se hace aún más vigente en los días de lucha que está atravesando la Universidad Pública.
Tiempo de transformaciones
Un portal a otro universo
Por Dedé
El paso de la escuela a la universidad implica una enorme transición. Sin embargo, el eje está puesto en nuestra futura profesión y no se tiene en cuenta lo que supone ingresar a este nuevo ámbito.
La noche anterior al primer día de carrera mi cabeza rebobinó, como mínimo, un año hacia atrás. Acostado en la cama, no soñé sino que pensé dormido. Como en una película, las imágenes fueron más claras que en el 4K de los televisores actuales. Voy a intentar desandar esa gran cinta que mi mente reprodujo en la oscuridad de la habitación. Los primeros fotogramas que se presentaron fueron los de la secundaria. En mi último año se dio una paradoja, una contradicción, un choque de sentidos. Fue el período de la escuela que más disfruté. El viaje de egresados, las recepciones y colaciones me mantenían relajado, viviendo el día a día. También fue cuando me sentí más presionado, el futuro estaba al acecho, había llegado hace rato. Retumbaron en mi cabeza las charlas de orientación vocacional que pretendían ayudarnos a elegir nuestros trabajos. Recordé a algunos profesionales hablando respecto a sus ocupaciones, a los profesores más cercanos comentándonos acerca de sus estudios y hasta la charla de una psicopedagoga del Instituto Becario. En el sueño, también viajé a la Expo Carreras de la Unl y entré a varias facultades de Paraná. Además, la materia Pasantías me aproximó a los lugares en los que podía desempeñarme. La pregunta «¿de qué vas a trabajar cuando seas grande?» nunca me asustó tanto y necesitaba una respuesta casi inmediata, como si fuera fácil de construir. Durante el último año de la escuela secundaria, el ovillo que era mi cerebro se enmarañaba cada vez más. Los que tuvimos suerte, recibimos un cálido y tranquilizad
dor «estudiá lo que vos quieras» de nuestros padres. Otros, en cambio, sufrieron presiones que los incitaban a dedicarse a alguna actividad «porque ganás bien», «por prestigio» o «porque es lo tuyo». Estas influencias provenían de familiares, profesores, amigos y hasta del inconsciente colectivo. Los consejos referían a un futuro lejano, a un posible trabajo, a «qué vas a hacer», «a qué te vas a dedicar». Las opiniones de mi entorno pasaban por alto todo aquello que no fuera buscar un título y acceder al mercado laboral. Nadie me contaba acerca del mundo nuevo con el que me iba a encontrar. Es que la universidad es justamente eso: un universo. Es una especie de galaxia que empecé a explorar ese caluroso lunes 14 de febrero, cuando comenzó el curso de ingreso. El olor a café con leche pausó esa película y me trajo de nuevo a la realidad, junto con el aroma a otra paradoja. A mis 18 años, ya era grande para algunas cosas pero muy chico para otras. Mi madre, expectante, me ayudó con el desayuno, mientras yo me vestía para conocer por fin una cara del ámbito adulto. Esa mañana, hasta las pequeñas dudas se hicieron gigantes. El uniforme había quedado atrás, pero eso trajo un problema: ¿qué ropa debía ponerme? La ansiedad decidió que eso no importaba tanto. Estaba apabullado, salí de casa corriendo. Al principio me sentí como un astronauta que no puede respirar sin su indumentaria especial, en una atmósfera totalmente nueva. Atravesé por primera vez la puerta del edificio de calle Buenos Aires 389, con la mochila rebotándome en la espalda. Allí me encontré 9
a muchos otros navegantes espaciales que buscaban el aula, cada uno con su traje. Este primer día no se equipara con el inicio de la primaria o de la secundaria, el aire era distinto, maduro y adulto. El Ciclo Introductorio fue como atravesar un portal hacia un universo desconocido. Sin embargo, la aventura no fue instantánea como en las películas, sino que se trató de una transición llena de matices, un viaje en sí mismo. De a poco, los trabajos grupales y el tiempo compartido me vincularon con mis nuevos compañeros. Todos íbamos despojándonos de nuestras vestimentas particulares y dejábamos que el aire nos llene. En esa etapa salí de una dimensión y entré a otra, que me parecía infinita. En los siguientes meses me vi flotando en el ambiente, en un universo sin el sonido ensordecedor del timbre que anunciaba las horas, el canto de Aurora o la bandera nacional flameando. Estaba suspendido, como si no hubiese gravedad, entre palabras con significados que desconocía: «promover», «regularizar», «parcial» o «coloquio». Acá no existían preceptores que me indicaran los horarios o los momentos de recreo estipulados. Tampoco tenía que pedir permiso para ir al baño, y podía irme de clases sin dar explicaciones. En este nuevo mundo había más autonomía. Pero debo hacer una aclaración, actualmente estoy cursando el tercer año de Comunicación Social y esa transición con la escuela quedó lejos. Este ambiente nuevo ya es parte de mí y soy más responsable que nunca de mi rumbo académico. Aquí no existe el control parental propio de la educación primaria y de la
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El ingreso a esta nueva etapa implica una vorágine de sentimientos y cambios en la forma de vida.
media, o al menos no es explícito. Ahora conduzco mi nave, pero en un universo incluso más complejo que el estudiado por los astrónomos. Este espacio me hace cuestionar mis pensamientos y eso me genera incomodidades y turbulencias. Las presiones, los miedos y las ansiedades de un mundo diferente, que viví en los primeros meses, fueron mutando pero se mantuvieron conmigo. Hoy la convivencia constante con estos sentimientos me enseña que el viaje es perpetuo porque nunca estoy estancado en un solo lugar, este no es sitio para eso, es un ámbito para pensar y hacer. No hay un único camino o destino y las caídas son más que los triunfos. Al saber que no hay una dirección, ya no me siento sin rumbo en un universo sin final.
Presión académica
Saquen una hoja Las presiones estudiantiles forman parte de la experiencia universitaria, como los kilos de apuntes, los litros de mate o las horas en colectivo. Nos acompañan desde que ingresamos a la facultad. La frase «hacés lo que te gusta, no te podés quejar» es tan repetida como falsa. Estudiar lo que queremos no anula las situaciones de agobio que vivimos en incontables ocasiones. A pesar de la autonomía que nos brinda, entrar a este ámbito implica adentrarse en otra estructura, con sus determinadas disposiciones. Hay muchos procesos de adaptación que debemos llevar a cabo, que luego naturalizamos como ya dados. El estrés es la respuesta del cuerpo a toda exigencia nueva, aun cuando ésta es elegida. Es una relación particular entre los individuos y el entorno, cuando el contexto se torna amenazante o desbordante. Se produce ante el exceso de obligaciones académicas y sociales, y da como resultado un estado constante de intranquilidad, presión y desmotivación. Cuando esto se prolonga en el tiempo pueden generarse crisis emocionales ligadas a la ansiedad e incluso a la depresión. Aquí aparecen los nervios, la preocupación excesiva y diversos indicadores propios de cada persona. Las repercusiones de esta condición son múltiples y en distintos ámbitos: el psicológico, el físico y el cognitivo. Además de ser subjetivo, el estrés académico tiene fundamentos al interior del sistema. La forma de enseñanza es una de sus principales causas y del sentimiento de fracaso reiterado. Michel Foucault sostuvo que clasificar y asignar a los alumnos, tanto en cualificación como en cuantificación, tiene la función de «señalar las desviaciones, jerarquizar las cualidades, las competencias y las aptitudes, pero también castigar y recompensar».
Por Dedé
Esta penalización permite distribuirnos en tiempos y espacios y, sobre todo, genera una presión constante sobre nosotros. La evaluación ininterrumpida, que incluye al examen propiamente dicho, es una instancia en donde se vuelve visible esa estructura y su control. Este método hace que no nos dé igual un 4, un 5, un 6 o un 10. Esto genera la insistente opresión a lo largo de todas las prácticas, trabajos y etapas por las que atravesamos. La organización nos juzga, mide, compara, clasifica, disciplina y demanda tiempo y fuerza. Habrá que preguntarse si los enfermos somos los estudiantes, o lo es también el sistema.
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En segundo plano
En tiempos del cambio, un presupuesto universitario de ajuste y retroceso Por Ómicron
Una crisis regresiva, tanto económica como social, en la que pensar lo público se vuelve cada vez más un sueño que una política estatal. Docentes y estudiantes frente al desmantelamiento de la universidad. Lo que un gobierno neoliberal, con el fmi al acecho, prioriza para 2019.
Educación y Cultura ocupará el 6,7% del Presupuesto 2019. Esto implicará un recorte de $20 mil millones en educación
La educación es uno de los pilares fundamentales de las sociedades modernas y en ella descansan los anhelos más profundos de un futuro próspero de las naciones. Los niveles primario y secundario, pensados como obligatorios, son vitales para el crecimiento individual, al mismo tiempo que dotan de conocimiento sobre las normas de convivencia colectiva. Al ingresar al mundo universitario, las personas construyen su trayecto académico. Quienes optan por formarse en este ámbito desean alcanzar ciertos objetivos planteados previamente o durante su transcurso, ya sea como estudiantes o docentes. En la actualidad, el título universitario se ha vuelto más necesario y exigido dentro del universo laboral que se complejiza y se especializa, dejando al margen a quienes no tienen las posibilidades de completar esta etapa. El nivel de desigualdad social condiciona las posibilidades de cursar una carrera. Por lo tanto, pensar en una Universidad Pública, Laica y Gratuita es imprescindible para asegurar un acceso igualitario al conocimiento y constituirse como profesional. En este sentido, Argentina es uno de los países precursores en América Latina y en el mundo en concebir la formación académica como una realidad y un derecho. Resulta fundamental tener en cuenta la dimensión económica de esta polí-
tica de Estado y, por ende, el presupuesto universitario tanto en su funcionamiento como en la crisis que atraviesa. EDUCACIÓN MERCANTILIZADA A nivel mundial, en el marco de un sistema capitalista, la educación ha sido pensada desde una lógica liberal de progreso individual, con la tarea de formar ciudadanos con ciertas aptitudes y valores para afrontar las demandas del mercado. A la par del desarrollo colosal de la industria, el objetivo inicial de la burguesía fue que la clase obrera sea adiestrada, para su posterior explotación en condiciones laborales, con conocimientos que responden al mismo interés. El sistema se ha encargado de ejercer los mecanismos necesarios para atribuirle valor monetario a la educación. La universidad se mercantiliza de manera funcional al capitalismo. La desigualdad y la exclusión en los saberes se reproducen. Se origina un mercado en el que se exigen posibilidades y se ofrecen privilegios. Argentina, al igual que muchos países latinoamericanos atravesados por gobiernos neoliberales, ha experimentado este paradigma de la educación. Desde que Cambiemos asumió el poder se aplicaron políticas de ajuste económico y social, que afectaron drásticamente a la Universidad Pública. A eso se le suma el hecho de que el incremento del presupuesto está por debajo de los niveles de inflación. UN PRESUPUESTO DE CRISIS Un trabajo elaborado por la Confederación Nacional de Docentes Universitarios señaló que este año el total destinado a la universidad, según el Presupuesto 2018, fue de $107.6 mil millones, pero para septiembre ya se habían recortado $1.056.4 millones. Las áreas de infraestructura y desarrollo de proyectos de extensión e investigación fueron las más afectadas. El Presupuesto General de la Nación 2019, que al momento de redactar este informe ha obtenido su media sanción, presenta un panorama de cómo viene la mano para el futuro, con la promesa de «alcanzar el déficit cero». Las reducciones del gasto público y la caída del Producto Bruto Interno reflejan el camino por andar. El fmi ha regresado a la agenda oficialista de Argentina para «salvarnos» del déficit fiscal, cuando en realidad los resultados son un aumento de la deuda y una sociedad vulnerada por el continuo ajuste. Considerando la delicadeza de este contexto, el plan a ejecutar no es de buen augurio. La reacción social se intensificó en las últimas semanas y replicó el «No al Presupuesto 2019» frente al Congreso de la Nación, mientras éste se debatía en la cámara de Diputados, con la consecuente represión policial. De esta forma, reafirma un 13
rumbo económico que pretende reforzar las relaciones de dependencia con el exterior, promover el individualismo y cambiar derechos por privilegios. En este sentido, las decisiones del gobierno reflejan las prioridades a sostener. El descontento social no conmovió a los senadores y lo sancionaron de todos modos. Para 2019, los fondos destinados a educación serán un 17% más bajos que en 2016, a la par de un incremento estimado de 500 mil estudiantes al sistema, lo cual significa, de manera vulgar, más personas y peor calidad de enseñanza para cada una. Pero el problema no se origina por la sobrepoblación de las aulas. Si lo pensamos así, desestimamos el valor de lo público como igualdad de posibilidades y tentamos a suponer que el conocimiento se debe comprar mientras el Estado se ocupa de otros gastos. Además, aparecen necesidades edilicias en aumento: por un lado, edificios antiguos que no han sido refaccionados y, por otro, nuevas obras proyectadas pero sin conclusión. Si bien dos tercios del presupuesto educativo son destinados prioritariamente a la universidad, los números no son muy altos en términos reales. El valor nominal ha prometido un amplio ascenso pero, con las escaladas del dólar y la creciente inflación, el fondo universitario para 2019 disminuirá. Por lo tanto, las diferentes casas de estudio deben ajustarse a una estrangulación presupuestaria que afecta al salario docente, los gastos de mantenimiento, los proyectos de extensión e investigación, las becas, los insumos y los servicios dirigidos a estudiantes, como fotocopiadoras y comedores. No sólo se está degradando la institución pública, sino el derecho a tener un presente y un futuro digno. DESMANTELAMIENTO SISTEMÁTICO «¿Qué es esto de universidades por todos lados? Basta de esta locura», dijo Mauricio Macri en 2015, pocas semanas antes de ganar el balotaje y la Presidencia. En la misma línea ideológica, la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, afirmó: «Nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad». Aparentemente, para el gobierno, el número de instituciones de educación superior es preocupante porque significa darles la oportunidad a los sectores más vulnerables de avanzar con sus estudios.
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El salario docente tendrá una reducción real del 23% en 2019.
La cantidad de ingresantes, que había crecido en los últimos años, empieza a retroceder por problemas económicos. Alquileres, expensas, apuntes, materiales y dificultades para conseguir trabajo formal son factores que al acumularse, a la par de la inflación, conducen muchas veces a la deserción universitaria. Mientras se intensifica el aprieto de llegar a fin de mes, los estudiantes, docentes y no docentes se ven perjudicados por todos los recortes. Efectivamente, el Estado está aplicando medidas de manera sistemática para desmantelar la Universidad Pública, considerándola un gasto prescindible y no una inversión. En concordancia con los intereses del capital privado, se busca implícitamente limitar el derecho de estudiar a un sector popular. En mayo de este año, el Ministerio de Educación de la Nación anunció el recorte de incumbencias de varias carreras. Es decir, para poder ejercer las prácticas profesionales contempladas en el título de grado habrá que realizar posgrados arancelados. Las más afectadas son aquellas declaradas de interés público, como Medicina, Arquitectura, Psicología y Bioquímica. La Universidad Pública, dentro de este plan, se vuelve una mercancía por explotar. LO QUE PASA EN LA UNER En 2018, la Universidad Nacional de Entre Ríos recibió $1.200 millones para cubrir sus necesidades. En comparación con otras, se encuentra entre las más afectadas de la repartija. Esta situación responde a la política de Estado de priorizar ciertas carreras que se acoplan a los requerimientos del país. El rector de la uner Andrés Sabella señaló que «el presupuesto tuvo un crecimiento real de un 10% con respecto a 2017», lo que configura un plano desalentador, ya que la inflación en lo que va del año ha sido del 40% aproximadamente, con una previsión de hasta un 50% a fines de diciembre. En julio, la universidad ya había ejecutado el 75% del total de los fondos asignados, lo cual manifiesta problemas de planificación o falta de
dinero, sumados a la difícil tarea de gestionar hoy un organismo que, en la segunda mitad del año, sólo se financiará con el cuarto que queda. Según la vicerrectora Gabriela Andretich la mayor parte del dinero se destina al pago del salario docente, mientras que el monto restante se divide entre gastos de mantenimiento y de servicios, becas y proyectos de investigación y de extensión. Para el año entrante, se debate un aumento del 25% del presupuesto, lo que reafirma aún más la despareja distribución en comparación con otras universidades que serán beneficiadas con un incremento por encima del 40%. MIRADA AL 2019 El Ministerio de Hacienda de la Nación elaboró un documento titulado «¿A qué se destinan los fondos públicos?», en donde se esquematizaron las políticas y acciones gubernamentales contempladas en el Presupuesto Nacional 2019. Para Educación y Cultura serán destinados $230 mil millones, el segundo lugar de un listado de prioridades que encabeza la Seguridad Social con el 60.8% del total. De esta forma, «atendería a 59 universidades nacionales, impactando en 1.600 millones de estudiantes. Por otra parte, se asistirá a miles de jóvenes en el marco del Progresar y se llevarán adelante obras de construcción, ampliación y refacción de infraestructuras». Sin embargo, es innegable la degradación del financiamiento y el debilitamiento de las políticas nacionales. En 2019 se observará un descenso real del presu-
puesto educativo del orden del 10% y el monto de las becas de ayuda económica será igual que en 2018, lo cual en un contexto de crecimiento del desempleo y la pobreza compromete las trayectorias formativas. A raíz de la inflación, los fondos destinados al aumento salarial de los docentes sufrirán un congelamiento. Esto es parte de la estrategia política que implicó la anulación de la Paritaria Nacional Docente desde 2017. El análisis en conjunto de la evolución del presupuesto y las políticas educativas en los tres años de gestión de Macri ponen en evidencia el desfinanciamiento de la educación y la pérdida de presencia del Estado en la vida universitaria de todo el país. Un presupuesto debe responder a las necesidades sociales y, si se desea construir una universidad para todos, es necesario invertir para que los estudiantes ingresen, permanezcan y egresen, para que los docentes tengan un salario digno y mejores condiciones laborales, y para que el transitar por las puertas de la academia sea un derecho universal, más allá de toda nivel de vida.
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Conquistas estudiantiles
¿100 años de qué?
Por Ómicron
Aureliano Babilonia descifró que lo escrito en los pergaminos era irrepetible y comprendió que todo lo que estaba condenado a cien años de soledad no tenía una segunda oportunidad. La universidad busca hace un siglo la utópica democratización que la revuelta estudiantil expresó en el célebre Manifiesto Liminar de la Federación Universitaria de Córdoba. ¿Son papeles condenados a la historia o un proceso todavía incompleto? El 15 de junio de 1918 los alumnos sellaron sus ideales e inmortalizaron reformas en los estatutos académicos. Autonomía política, cogobierno estudiantil, extensión universitaria, periodicidad de las cátedras, concursos de oposición, y lo más importante, gratuidad de los estudios superiores, son frutos de aquella reñida lucha. Hoy, después de un siglo, seguimos hablando de cuestiones que ya deberían estar saldadas. Si bien elogiamos la Reforma como el instante inicial del activismo estudiantil, que a su vez dio origen a movimientos trascendentales como el Cordobazo o el Mayo Francés, interpretamos que no todas sus banderas tienen plena vigencia. Los recortes presupuestarios y el aumento de gastos cotidianos del estudiante obstaculizan considerablemente la permanencia y el alcance del título. Debemos dejar de creer que no pagar un arancel a la institución es sinónimo de la gratuidad resaltada por la rebelión del 18. El voto estudiantil tiene poco peso en decisiones meramente gubernamentales, por lo que la idea de cogobierno tambalea. Como consecuencia, los centros de estudiantes ocupan el lugar de fuerza de choque y de mesa de recepción de quejas colectivas. Ni que hablar de la estigmatización social del alumno que busca participación política. «¿Por qué mejor no te dedicás a estudiar?» es el comentario más escuchado. No se nos debe escapar como universitarios el principio de democratizar cada espacio en el que nos desenvolvemos. El carácter revolucionario del estudiante debe primar por sobre las demandas académicas, ya que es fundamental para abordar los problemas de la educación pública. La toma de facultades fue, quizás, la mejor manera de reivindicar el centenario de la revuelta de Córdoba. 16
Mercantilización
En sus marcas, listos, ¡ya! Por Dedé
En una competencia olímpica, los atletas saltan vallas mientras corren durante 400 metros para llegar al final antes que los demás. En la tele vemos a deportistas de elite de diversas nacionalidades, aunque en estas pruebas siempre ganan estadounidenses o jamaiquinos. Los estudiantes nos parecemos a ellos, en una universidad que simula esas pistas con obstáculos en donde tenemos que cruzar la meta antes que nadie. Pasar la línea de llegada significa ingresar al mercado laboral. Con el modelo neoliberal, que cobró fuerzas en los años 90, todos los ámbitos de la sociedad argentina se modificaron, incluido el sector educativo. Este sistema busca reducir la influencia del Estado y dejar la economía libre al juego de la oferta y la demanda. Para ilustrar la situación, entre 2000 y 2013 los países latinoamericanos redujeron en promedio un 10% el presupuesto destinado a la educación superior. Los organismos financieros internacionales determinan a los Estados sudamericanos. Un informe del Banco Mundial sugiere fomentar el desarrollo de las instituciones privadas, diversificar los préstamos mediante distintas fuentes y redefinir el rol del gobierno. Estas políticas se mantienen hasta hoy: en 2017 la entidad recomendó a Brasil arancelar su Universidad Pública. En ese contexto, el presidente Mauricio Macri arrojó la desafortunada frase «caer en la escuela pública». La Academia es concebida como un medio para conseguir un fin. Es una rueda del engranaje comercial y productivo, en donde el conocimiento es parte de la acumulación del capital. La Organización Mundial del Comercio considera a la educación como un servicio, un bien que puede intercambiarse. Desde esta perspectiva adopta un valor utilitarista, que tiene como eje el desarrollo y la formación para que luego nos desempeñemos en el mercado del trabajo. Al igual que en cualquier empresa, la universidad busca calidad y eficiencia. Bajo esta mirada, fomenta la competitividad entre los alumnos, como si verdaderamente estuviéramos en una carrera deportiva. Impulsa el individualismo, que cada uno vaya por su andarivel. Hoy, este paradigma está orientado a la elite, a la excelencia, a quien pueda pagarlo y mantenerse en la delantera.
Nos encontramos inmersos en un sistema feroz, entre miles de pistas de competición, en el que debemos repensar la cultura académica. Tenemos que exigir a los gobiernos el financiamiento de la ciencia y de la educación. El rol de la universidad es cuestionar, criticar y transformar la realidad, su tarea es producir conocimiento científico y ser matriz de pensamiento de la sociedad, articulándose con la población y el Estado. Debe abarcar el mayor universo posible, no excluir o delimitar. El riesgo es inmenso, la enseñanza superior puede acabar como los demás servicios: sólo para quien pueda pagarla y bajo las reglas del mercado. Esperemos no terminar viéndola, desde afuera y por la tele, igual que las carreras de los atletas de elite.
De compañías fracturadas
La tormenta después de la tormenta Por Sofrano y HoldbackGirls
El diálogo es una construcción teórica entre dos o más partes con perspectivas opuestas, legítimas y válidas. Por eso, desde la Redacción de posta decidimos que ambas posturas encarnadas en la toma de la FCEdu estén presentes en este escrito.
Los murmullos y el aviso por el micrófono daban indicios de que la asamblea estaba por empezar. Era viernes 14 de septiembre, el reloj marcaba las 18 y la esquina de Alameda de la Federación y Buenos Aires era el centro de atención. Con la calle cortada, el moderador, junto a la secretaria de actas, dieron por comenzada la sesión. Luego de 23 días de toma de la Facultad de Ciencias de la Educación, decidida por el cuerpo estudiantil, se acercaba un quiebre. La ocupación del edificio fue compartida al principio, a pesar de que días antes varios no estaban de acuerdo. Evidenciaba el descontento frente a las políticas de ajuste del presidente de la Nación, Mauricio Macri, que afectaron a la educación pública en su totalidad. Además, el motor de lucha se había vuelto nacional, siendo Paraná una de las primeras ciudades en implementar la iniciativa. Pero todo tiene su fin. La toma de la Facultad de Trabajo Social generó la necesidad urgente de acompañar esa medida desde la
La Asamblea es el mayor órgano de decisión de cuerpo estudiantil, basado en un sistema democrático directo y participativo.
fcedu. En el comienzo, la herramienta de resistencia pretendió constituirse como la unidad de los estudiantes. Pero todo era apariencias, porque los partidos y los lineamientos políticos nunca se pueden dejar de lado. Las diferencias se ocultaron al comienzo y se evidenciaron al final, más allá de que una gran cantidad de alumnos independientes hicieron carne la batalla.
Pero el levantamiento en la fts, sucedido el 12 de septiembre, contribuyó a generar un escenario susceptible a la violencia. Otra derrota de la misma magnitud (165 a 48) no podía repetirse en Educación. Como rompe hielos, la primera moción consistió en redactar un documento repudiando los dichos de un profesor de la casa por aseverar que «los pobres se embarazan para cobrar planes». Tras acordar unánimemente el rechazo de esta brutal sentencia, se saltó de la sartén al fuego. Mientras incontables oradores repetían las consignas de ambas posturas como discos rayados, la llama se acrecentaba. Lo que había empezado como comentarios por lo bajo, susurros y miradas suspicaces, se transformó rápidamente en gritos e insultos que se escuchaban de una punta de la calle a la otra. Los discursos pasaban, las acusaciones de «ser» eran moneda corriente. A medida que el micrófono cambiaba de manos, el aire recorría enunciados enteros que siempre terminaban en «¡pero ni en pedo lo digo enfrente de todos. No salgo vivo de ahí!». Quedó inmortalizada la imagen de esta asamblea por tener más convocatoria que las anteriores. Frente a la puerta del edificio ocupado se erigía un gran número de personas que apoyaban la moción de levantar la toma, aunque nunca lo explicitaron y lo ocultaron bajo el velo de «buscar otras estrategias de lucha». Pero había un grupo que quería continuar irrumpiendo el espacio. La posibilidad de que gente ajena a la facultad interviniera y pusiera fin a la resistencia era inconcebible. La opción de que votaran sólo los alumnos de la casa, únicos responsables de comenzar la toma, no era para nada descabellada. El problema se presentó al momento de distinguir quiénes eran estudiantes y quiénes no.
La dificultad de esta propuesta consistía en negarle al resto de la ciudadanía universitaria, compuesta por docentes, graduados, personal administrativo y de servicio, la posibilidad de ejercer su derecho a elección. No sólo los alumnos forman parte de la facultad. Luego de ásperas intervenciones y reclamos que repetían adjetivos como «absurdo» o «indignante» (incluso se escuchó a una profesora gritar desaforadamente en los pasillos «¡ésta es la Dictadura del Estudiantado!»), se les permitió, como si necesitaran permiso, votar a quienes no lo fueran. Pero muchos, insultados por la situación, se negaron a hacerlo. Fue imposible lograr que la gente que no pertenecía al alumnado se abstuviera de participar. Algunos profesores que deseaban habilitar las aulas para dar clases finalmente se mostraron a favor del levantamiento de la toma. Es por esto que una docente enojada con sus colegas caminó alzando la mano al son de «¡si ellos votan, yo también!». Dentro de los parámetros del sufragio seleccionado, se veían brazos de personas que jamás pisaron el edificio, ni participaron de la medida de fuerza. Incluso había artistas callejeros votando a favor de continuarla como única herramienta de lucha.
La base es indispensable para toda construcción colectiva. Y el movimiento universitario no supo estar a la altura de lo que la circunstancia requería.
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La tensión crecía, las intolerancias hacían eco en la esquina y la situación estaba llegando a un punto sin retorno. Empujones, prepotencias, amenazas y denuncias eran las formas de llevar adelante el debate. «Jamás pensé ver algo igual. No puede ser que se traten así entre compañeros» expresaba una profesora, entre llantos y respiraciones cortadas. El diálogo se había abandonado hace rato. La polémica lo era todo. La intolerancia y la estigmatización fueron los sostenes de cada enunciado que cruzaba la asamblea. En eso se basaba la construcción colectiva de una herramienta que se proponía hacerle frente al desguace planificado de la Universidad Pública. Las exhaustivas medidas de seguridad que se llevaron a cabo para asegurar una elección transparente se presentaron de diferentes formas. Primero se planteó que los grupos se dividieran de modo claro y distinto para facilitar el conteo, pero la proposición fue rechazada inmediatamente por lo absurdo de su naturaleza. Terminó siendo una simple contabilización de manos alzadas, cuyo resultado fue de 104 a 104. Tras numerosas propuestas de voto calificado que no proliferaron, que iban desde colocar pulseritas de colores a quienes lo merecían, hasta descargarse el Certificado de Alumno Regular en el celular y presentarlo al moderador, se planteó la posibilidad de que algún sector se sentara para agilizar la diferenciación de opiniones. La factibilidad de esta consigna provocó una respuesta casi inmediata. Con dos posturas bien marcadas, las personas se dividieron de una forma claramente distinguible. Los cuerpos evidenciaban lo que las mentes pensaban y los sufragios explicitaban. La polarización fue automática e instintiva. Entre gritos que iban desde risas hasta insultos, el paso a seguir era evidente: había que votar
otra vez. Teniendo en cuenta el desenlace anterior, se reforzaron las medidas para garantizar la fidelidad de la elección. Mientras una cámara vigilante filmaba en primer plano a quienes ejercían su decisión, el nuevo final fue la gota que rebalsó el vaso. Entre miradas atónitas y suspendidas, con cuerpos inmóviles y una estática en el aire que superaba lo increíble, el moderador volvió a declarar un empate. Esta vez fue 113 a 113. Las reacciones eran indescriptibles. Dos resultados iguales, luego de haber contemplado absurdos mecanismos de control, escapaban del entendimiento del público. Finalmente, una muchacha se acercó por detrás del moderador y con palabras firmes y seguras, sentenció la noche: «Ya fue, esto tiene que pasar a cuarto intermedio». El lunes 17 sería otra asamblea, otro día, otras determinaciones por tomar. A través de un documento, tres de las cuatro agrupaciones que participaron de la medida de fuerza (La Colectiva, Frente Universitario Popular y La Federación Juvenil Comunista + Independientes) presentaron ese día su distanciamiento, bajo la consigna de «la toma es un medio, no un fin». Otra vez las lágrimas, las vo-
ces entrecortadas por suspiros y nudos en la garganta acompañaron la lectura del escrito. La falta de objetivos claros estuvo presente desde la asamblea en la que se decidió ocupar la facultad. Ante la imposibilidad del consenso inicial, durante la toma se defendieron intereses e imaginarios particulares, que terminaron imponiéndose como consigna colectiva. Por eso, el quiebre y el abandono no fue tan sorpresivo. Independientes junto a Indignadxs fueron los que continuaron sosteniendo la medida de fuerza. Dos días después, tras una reunión con el rector, la toma de la Facultad de Ciencias de la Educación finalizó. Cuando no hay diálogo entre las partes, hay polémica. Y si las partes sólo imperan verdades, todos pierden. Tal como definió un estudiante avanzado al volver a cursar después de 28 días: «Vengo a ver cómo sigue esto».
Inversiones, no costos
Sobre derechos y garantías Por Sofrano
Pensar la Universidad Pública dentro del contexto económico e histórico. La gratuidad de la enseñanza se debe a la inversión del gobierno en las universidades. En Argentina, el monto lo establece la ley presupuestaria que presenta el Poder Ejecutivo, que es aceptada o rechazada por ambas Cámaras Legislativas. En la última sesión del 15 de noviembre, la Cámara de Senadores de la Nación aprobó el Presupuesto 2019, donde la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología tienen un recorte del 10%, la formación docente del 39%, las becas estudiantiles del 35% y la Universidad Pública del 18%. Un relevamiento realizado por el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana explica que «el valor de todos los productos indispensables que conforman la Canasta Básica Total para que una familia pueda vivir adecuadamente durante un mes, en agosto pasó de $19.859,58 a $22.346,22, lo que significó un incremento del 12,52%».
Si la Universidad Pública da la posibilidad de aprender e instruirse sin ningún tipo de gasto institucional, el contexto económico es fundamental. Pero si la formación académica sufrirá recortes de tal naturaleza en el futuro próximo, posiblemente nos encontremos ante un nuevo éxodo de lavadores de platos híper calificados. En un país donde más del 80% de los estudiantes asisten a facultades estatales y éstas representan por encima del 50% de la investigación científica y brindan asistencia técnica a sectores públicos y privados, una distribución progresiva del ingreso es fundamental. Se necesitan políticas educativas que estimulen el accceso, la permanencia y el egreso de los alumnos.
En 2014 se inició el sistema de becas Progresar, que alcanzaba al 78% de jóvenes que no estudiaban, que no trabajaban o que estaban en situación de precarización o insuficiencia salarial. En febrero del presente año, el Gobierno Nacional reformó este programa con el objetivo de construir «una política pública de estímulos que posibilite una organización más eficiente y coherente, instalando criterios homogéneos que contribuyan al mejoramiento de las condiciones de vida». Entonces, mientras que en un inicio se suponía a los beneficiarios como sujetos de realidades heterogéneas, de distintas procedencias y capacidades, hoy se los considera como personas que necesitan de un estímulo para el bienestar individual. La acción estatal produce ciudadanos y construye imágenes y discursos sobre los grupos sociales, influyendo en sus condiciones de existencia. Lo que expresa una política, un decreto o una ley, traduce una forma de concebir al otro, particular y colectivamente. Este nuevo paradigma afirma la posibilidad de competir en escenarios similares. La universidad depende directamente del pasado del alumno para que la «recepción» y «ambientación» sea plena. Estos ejes son los pilares de una investigación desarrollada por las licenciadas en Comunicación Social Emma Céparo y María Antonella Cerini, titulada «Informe del Estudiante que ingresa a las Carreras de Ciencias de la Educación y Comunicación Social. Características e Inserción Universitaria». En este análisis, consideraron la influencia de ciertas variables como la escuela de la que provienen los estudiantes, el nivel de escolaridad de sus padres, la situación laboral y ocupacional del ingresante, sus actividades de recreación, la convivencia durante el cursado, la orientación vocacional y el uso de las tecnologías de la comunicación. Cuestiones que parecen cotidianas o intrascendentes, en realidad resultan fundamentales para el desarrollo ideal del estudiantado en su etapa más importante de formación. Posteriormente, el informe explica que «la principal dificultad que presentan los alumnos es la organización y el tiempo de lectura», algo que probablemente debiera trabajarse en los primeros años del secundario. Las preocupaciones por adquirir métodos y hábitos de estudio son recurrentes entre los estudiantes.
El factor económico es determinante en los ingresantes de 2018. Sin políticas públicas, económicas y sociales, el desarrollo pleno de la educación se vuelve un privilegio de pocos. No sólo por las necesidades adquisitivas, sino también por el desfasaje teórico y de exigencias que hay entre la escuela secundaria y la universidad. Si efectivamente se piensa que esta última no es un lujo ni una prerrogativa de determinados sectores, sino un derecho universal, humano y ciudadano, se debe estar dispuesto a revisar una gran cantidad de prácticas, de tradiciones, de representaciones y de prejuicios. Para quienes apuestan al modelo público y gratuito, no se trata solamente de enfocarse en la retención o en la tasa de graduación. Se debe ampliar la base, sin que haya una alta demanda en torno al nivel de la enseñanza. Una universidad de calidad, realmente lo es, si es para todos. Asimismo, se la debe percibir como un lugar de encuentro entre diferentes trayectorias educativas y múltiples historias de vida, a través de programas de fomento y de acompañamiento, comprendiendo la diversidad de quienes forman parte de la vida académica. Definitivamente la opción que convoca supone la necesidad de seguir trabajando en la adecuación de una realidad educativa que contemple la relación entre la facultad y el secundario, además de una ampliación de los sistemas de sostenimiento para jóvenes con bajos recursos. Hoy el alumno de la Universidad Pública, ante los ajustes y la flexibilización, debe estar preparado, organizado y articulado para sostener la eficacia y la gratuidad. Además, asegurar que el ingreso y la permanencia del resto de los estudiantes, quienes deben hacer de sus derechos una garantía.
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