Revista Ágora

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ÁGORA Año 1, N°1 - Octubre 2017. $45.

SARA EMBON: “FILOSOFAR ES APOSTAR A QUE OTRA REALIDAD SEA POSIBLE” DEBEMOS DESOBEDECER(NOS) ¿Cuándo fue la última vez que transgrediste?

GRAMÁTICA, SAL DE ESTE CUERPO Las dos caras de las etiquetas

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SUMARIO

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Debemos desobedecer(nos)

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Un lugar donde la magia se vuelve realidad

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Debate sincrónico acerca de la felicidad

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Sara Embon: Filosofar es apostar a que otra realidad sea posible

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Yo narciseo, tú narciseas, él narcisea

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Los oscilantes caminos del amor

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Gramática, sal de este cuerpo

22-23 Europa: en busca de la identidad perdida 2


Y TU POSTURA ¿CUÁL ES?

REDACCIÓN Yasmín Fellay Paula Gonzalvez DISEÑO GRÁFICO Carla Albornoz Lucila Rodriguez FOTOGRAFÍA Lucila Rodriguez

STAFF

Nos dicen que debemos obedecer porque es la única manera de que la sociedad funcione en orden. Nos repiten que hay comportamientos que tenemos que evitar ya que no son de “personas normales”. También aseguran que todo tiene un límite. Pero no nos podemos conformar. Porque años atrás nos dijeron que el sol giraba alrededor de la tierra y, gracias a que no nos conformamos, hoy entendemos que no somos el ombligo del mundo. Y porque no nos conformamos estamos escribiendo estas líneas. Nos lastima una sociedad que camina con los pies atados y los ojos vendados pero siempre apurada, nos duele ver a personas enfermas de necedad y pereza y, por sobre todo, nos cansa la arrogancia de los poderosos que creen que pueden silenciarnos. Para emprender la lucha contra todo lo que nos fastidia creemos que la filosofía es nuestra mejor aliada porque, como dijo Darío Sztajnszrajber, es “rascarse donde no pica”. O donde quieren hacernos creer que no pica. Porque sí pica, y mucho, creamos Ágora. En la revista pretendemos combinar el rigor del periodismo con las herramientas de la filosofía para generar pensamientos y nuevas lecturas de lo que nos ocurre como sociedad. En esta primera edición entrevistamos a Sara Embon, una docente de Filosofía en escuelas secundarias de Santa Fe. Ella nos comentó cómo, aprovechando su rol docente y sus conocimientos, ayuda a los jóvenes con los problemas que trasladan desde sus mochilas culturales y sociales hasta el salón de clases. Además, podrán leer una crónica sobre La Redonda y sus mil maneras de renovar la risa y el juego. Para calar aún más hondo nos animamos a preguntarnos ¿quiénes somos? ¿debemos tener una sola identidad pura y verdadera? ¿cómo nos mostramos en las redes sociales? de la mano de Jacques Lacan, Guy Debord y Zygmunt Bauman. Como es sabido, nada de lo que vive en estas páginas es objetivo. Son subjetivos desde los temas hasta los criterios de redacción que elegimos. Por eso los invitamos a despegarse de nuestra mirada para refutarnos, para ir más allá de lo que nosotros pudimos. El más ambicioso de nuestros deseos será el de convertirnos en constantes preguntas que claman para así transformar juntos nuestra cultura, nuestra manera de ver el mundo y de entendernos a nosotros mismos. Que comience el juego.

ILUSTRACIÓN Carla Albornoz Lucila Rodriguez COLABORACIÓN Gaspar Boiero 3


OPINIÓN

DEBEMOS DESOBEDECER(NOS) Por Paula Gonzalvez

La vida como una cárcel, como un descampado que no puede dejar de gritarle oraciones absurdas a todos los espacios grises que lo conforman. La vida como una lucha por colorear de humanidad lo sombrío que hay en las apariencias, como una imagen de la muerte. La vida como equivalente a morir, como suciedad guardada debajo de la alfombra. La vida solamente como aquello que el poder necesita que seamos, como esclavos de un paradigma. No debiera ser posible que sigamos resignados a que la vida se limite a un mero resistir. ¿Cuándo fue la última vez que te dijiste que podías hacer algo o que te pusiste a reflexionar en lo mucho que un par de manos y un cerebro activo podían provocar? En un mundo repleto de opiniones seguidoras de la tradición y la moda, pensar diferente es transgredir la realidad. Esas voces calumniadoras gritan que la existencia es así y que no se la puede cambiar. Pero en la contra-historia siempre existieron, también, los susurradores, aquellas almas que se animaron a realizar un cambio. En muchos casos les costó la vida, como a Sócrates. En otros, dejaron un

hilo de pensamiento transgresor para quienes se atreviesen a leerlos, como Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán, además, rechazaba a todo aquel que se limitase a seguir a la mayoría y que no cuestionara nada ni tuviera pensamientos críticos. Los aborrecidos debieran ser los sedentarios que no salen de su zona de comfort, aunque tristemente conforman la gran masa social de La Mayoría. El grupo de Los Pocos (o de Los Otros, Los Diferentes, Los Raros) necesitamos garras viejas que fortalezcan las uñas de lucha con las que cargamos actualmente. Es posible afirmar que el peor vestigio que dejó la última dictadura cívico-militar en nuestro país fue el de la imposibilidad para pensar a la transgresión por fuera de las connotaciones negativas arraigadas a lo entendido como subversivo. Es como si, desde entonces, la palabra “política” generase tanto terror como el barrote del milico. Ni hablar acerca de la rebeldía: a toda costa se intentó y se sigue intentando que el niño crezca dentro de ciertos márgenes que delinean lo supuestamente correcto, para que ni siquiera

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ABCDEFGHIJKL NÑOP QRSTUVWXYZ 4


se le ocurra pensar que puede obrar de forma diferente a como siempre le enseñaron que debía hacerlo. Así, todo queda acumulado en un mismo paquete: ser rebelde es, entonces, igual a ser un subversivo, lo que equivale a decir que estás haciendo algo incorrecto que tranquilamente podrías haber evitado realizar. La Mayoría cree que es posible quedarse sentado e inmutado, pero cuando el alma sabe que algo debe cambiar, ¿cómo evitar actuar? La desobediencia de Sócrates no fue la misma que la de Ernesto “Che” Guevara y, sin embargo, es posible afirmar que hay un hilo que los une. Ambos dos se atrevieron a pensar diferente en momentos en el que el sólo hecho de razonar era casi una prohibición y animarse a hacerlo ponía en riesgo inclusive a la coraza física del corazón: el cuerpo peligraba de muerte porque así lo estipulaba el Estado. El filósofo griego, además de animarse a pensar por sí mismo, no paraba de hacer preguntas incómodas, como un niño. Sócrates era un niño preocupado que necesitaba que las cosas fueran diferentes. En definitiva, era lo que en términos nietzscheanos se denomina Superhombre. “Ser cronopio es contrapelo, contraluz, contranovela, contradanza, contratodo, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosa que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley”, redactó el gran escritor Julio Cortázar. Quizás él ya conocía la propuesta del pensador alemán que estipulaba que para llegar a ser un Superhombre y lograr una transformación social la persona debía atravesar tres estadios. En un primer momento, el alma se convierte en camello: debemos ser seres capaces de soportar las grandes cargas que nos presenta la vida y el propio peso de nuestras convicciones. Ser camello es poder resistir cuando los docentes no confían en tu potencial para comprender alguna teoría, cuando tu familia

te exige que estudies una carrera para poder tener una vida en el futuro, cuando los periodistas anuncian que las cosas siempre fueron así y que no cambiarán, cuando un desconocido en la calle te grita “¿por qué estás marchando, si total no provocás ninguna diferencia?”. La segunda metamorfosis es de camello en león. Esta fiera, con tenacidad y rabia, puede enfrentarse y rugir un fuerte “no” a los cánones impuestos por la tradición en la sociedad, logrando reafirmarse en sus propios ideales. El león puede gritarle en voz alta y fuerte a cada una de las personas nombradas antes, deslegitimar sus leyes morales y legales, tirar a la basura todos los “no podés” de la costumbre. La tercera y la última transformación se materializa en el cuerpo de un niño, quien pronunciando el “sí” es capaz de crear el mundo porvenir que tanto se está esperando. Sólo con esta metamorfosis una persona se puede asir de su propia voluntad y recrear su realidad. Quizás el mayor de los problemas, sin embargo, no sea a la hora de enfrentarnos ante el mundo exterior. A veces es más difícil quebrar el mundo interior, que se siente demasiado cómodo

acurrucado en la panza de la mamá que le dicta cómo debe comportarse. Por dentro, tal como bebés asustados, nos causa terror que los muros de seguridad que con tanto esfuerzo erigimos deban ser derrumbados. Pero sentimos más pánico al darnos cuenta que somos nosotros mismos quienes, además, queremos destruir ese edificio. En el fondo seguimos refugiados en el saber que sólo así podremos sentirnos con mayor paz y plenitud en la infelicidad del mundo, que sólo así transformaremos ese pequeño pedazo de espacio en el que vivimos para poder habitarlo lo más fielmente posible a nuestro verdadero ser. Aun con todo ese gran pensamiento que nos ampara, el desafío se da puertas para adentro porque, a nuestro alrededor, todos parecieran estar cómodos con que continuemos viviendo una existencia banal. La iniciativa, entonces, no quedan dudas que deberá provenir de algún rincón del interior. Hay que ser valientes para provocar un corte y desafiarnos de todas formas. Para esos momentos en los que aún queden resquicios de duda, una frase de Nietzsche nos puede consolar: “Ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”.

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CRÓNICA

UN LUGAR DONDE LA MAGIA SE VUELVE REALIDAD Por Paula Gonzalvez En un rincón del Parque Federal santafesino se levanta una estructura imponente cuyos ladrillos, aparentemente fríos, quizá desentonan con la inmensidad verde que los rodea. Al llegar a su entrada se puede leer cómo se llama ese espacio cultural. Inmediatamente te descoloca: “La Redonda, Arte y Vida Cotidiana”. El primer insight es fácil de realizar: es La Redonda porque el edificio tiene forma de semicírculo. Pero después viene la parte más difícil de digerir: ¿qué tiene que ver eso con el arte? Y más: ¿qué une al arte con la vida cotidiana? La entrada al espacio es cuadrada y pequeña. Estacionadas en el medio hay dos máquinas que parecen muy antiguas y colgadas de las paredes hay herramientas. Al consultar con los coordinadores uno se entera lo que no podría saber a menos que tuviera una edad considerable. Estamos parados sobre un espacio restaurado que formaba par-

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te de la ciudad en la época de los trenes: allí ingresaban las locomotoras de todos los alrededores para ser arregladas. Los oriundos conocían al lugar como La Redonda, justamente por su forma. Aunque ya sabemos cómo es la historia del ferrocarril, no éramos conscientes de que todos los lugares arrastran memoria como las personas y sus energías quedan guardadas en las paredes. Un edificio que es construido con cierta finalidad no puede utilizarse, de la nada, para otra cosa, porque va en contra de sí mismo. “Ahora nos gusta decir que en vez de hacer viajes en tren hacemos viajes con la imaginación, y en lugar de arreglar las locomotoras, arreglamos vínculos”, expresó emocionada Lucina, una de las coordinadoras pedagógicas, a un grupo de niños. El espacio se adapta, no se traiciona. Infidelidad hubiera sido que el Estado dejase ese gran terreno en las manos de cualquier empresario. El primer desfasaje témporoespacial real te atraviesa el alma una vez que cruzás la entrada.


Mirás para arriba y es como si el techo estuviera en las nubes y para llegar tuvieras que pasar toda una cortina de guirnaldas y adornos, porque aquí siempre se está de fiesta. Luego ves hacia adelante y no podés creer la inmensidad. Finalmente, te observás a vos mismo: sos tan pequeño, como un insecto en una iglesia bien antigua. Al principio pareciera que el único sentido que tenés es la vista, tus pupilas no quieren que se les escape nada. Además percibís a las paredes vibrar con una energía de otro mundo o, al menos, de otro tiempo. Pensás: ¿cuántas personas habrán pisado antes este mismo punto? La Redonda forma parte de un proyecto cultural, junto a La Esquina Encendida y El Molino Fábrica Cultural, que se llama Tríptico de la Imaginación, impulsado en gran medida por la ministra de Innovación y Cultura de la provincia, María de los Ángeles González, mejor conocida como Chiqui González. “El juego es una forma de ser y estar en el mundo”, expresó emocionada una vez la Chiqui en una capacitación para los residentes de estos espacios, y agregó: “Es el mundo de la metáfora, de las posibilidades”. Por eso ella confía en él, ya que nota su capacidad para reinventar la existencia. Al jugar nos creamos a nosotros mismos en otras realidades y también creamos a la realidad. Quizás faltó aclararlo: estos son lugares repletos de dispositivos lúdicos, pero de esos que no te vas a encontrar en ningún otro lado. Aquí todos jugamos, pero son los chicos los que nos recuerdan cómo hacerlo y nos ayudan a ver el mundo desde esa capacidad transgresora propia de los que, en categorías nietzscheanas, podemos denominar Superhombres o, mejor dicho, niños. Entonces, el juego es nada menos que la construcción y transformación social y colectiva. El primer tramo de La Redonda es recto y se lo denomina “pa-

saje de rituales”. Remontándonos a nuestras historias nativas, en febrero, época de carnavales, se nos invitó a crear a nuestro propio Rey Momo y a depositar en un papel una travesura que hayamos realizado. Luego se encendió una fogata en la que quemamos todo lo que habíamos escrito. Actualmente, y sin

perder el espíritu de festejo, este pasaje retornó a sus dispositivos habituales, en los que se construyen piñatas y farolitos. ¿Para qué gastar fortunas en empresas productoras cuando podemos hacerlos nosotros? Junto a es-

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tos juegos descansa el Panel de Nosotros, un espacio inaugurado en vacaciones de julio. Allí, luego de ya un tiempo transcurrido, hay cientos de pequeños yoes colgados: la actividad es poder pensar cómo creemos que somos y luego hacer un muñeco que pueda representar esa idea.

Finalmente tu mini yo se agrega a ese gran panel que, al igual que La Redonda, quiere simbolizar que en lo público nos encontramos todas las almas perdidas. Entonces, lo público es personal. Algunos dispositivos se van agregando con motivo de las fechas especiales, como fue en el Día de la Memoria, la Verdad y La justicia, o más recientemente para recibir a la primavera. Pero hay otros que ya se fusionaron con la identidad del lugar y son inamovibles porque las metáforas que los atraviesan siguen haciéndonos eco en el cuerpo. Dos de ellos son el Ring de Escritura y el Ring de Lectura, ubicados uno en cada ala del centro cultural. Sus títulos generan ruido:

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¿un ring no debiera ser para pelear? ¿Se combate con palabras? ¿Se juega a leer o a escribir? Las preguntas no dejan de aflorar en la cabeza. Otro espacio es Mitoformas, en el que cada cual está invitado a experimentar nuevas sensaciones, ya que no estamos acostumbrados a jugar con barro (sí a jugar dentro de él, pero no con él). El barro para la ciudad suele simbolizar miedo porque es innegable que su origen viene del río, ese que nos mató muchos seres queridos y nos borró demasiadas historias. El equipo pedagógico de La Redonda propuso cambiarle el sentido al barro, transformándolo en el cuerpo de seres mitológicos con historias nativas y personalidades reales. El eje del juego es el relato que se inventa ya que, desde entonces, esa criatura pasa a convertirse en algo verdadero. Otro gran sector de metáforas es el de Leonardo Da Vinci, que está ambientado con una de las máquinas para volar que él creó. Entonces, en Bocetos se trae a la actualidad el deseo de poder volar como un pájaro que tanto desvelaba al pintor italiano. Siendo sinceros, ¿quién nunca lo quiso? En la mesa repleta de tinta china y carbonilla dejamos que la imaginación cumpla nuestros sueños y creamos nuestra propia máquina para volar, la cual puede tomar cualquier forma. Si de los bosquejos del artista nació luego el helicóptero, ¿por qué no se podría inventar algo nuevo a partir de los nuestros? Es posible que suene raro para esta era capitalista que algo en lo que me esmero para producir no se traduzca en ganancias que traerme a casa. Aun así, casi nada de lo que se hace en los espacios del Tríptico es para llevarse, porque se intenta construir un significado diferente. Lo público es de todos, no sólo mío, y por eso debo cuidarlo. Después de ya siete años de su inauguración, en La Redonda casi ningún niño pregunta si se puede llevar su dibujo, mitoforma, o lo que


fuera. Evidentemente, se fue generando un cambio. En una de las puntas, al lado del teatrillo, está El Bar de Todas Las Escuchas, donde sólo hay mesas y sillas, pero la metáfora queda implícita y rodeando a quienes se sientan, porque un bar también es de encuentro y para contar secretos. Junto a él aparece una mesa blanca, que es la de las Utopías. Allí se discute acerca de lo que la vida nos propone como casi imposible, para pensar si realmente eso es tan así. En algunos debates ocurrentes nos preguntamos: ¿Acaso no podremos volar como pájaros o inventar una ciudad donde vivan todos? ¿Quiénes son todos y por qué algunos pareciera que no ingresaran en esa categoría? ¿Qué es ser eternamente feliz o por qué la expresión del plato siempre lleno? A un par de metros de esa mesa está el Almacén de Palabras, donde muchos frascos de condimentos agrupan a los vocablos de una forma distinta a la tradicional. Se clasifican en palabras: que no queremos oír más, necesarias, frutales, lluviosas, libres, poéticas, que dan miedo, y muchos otros encasillamientos. Pero las personas van aún más allá de esta ruptura y deciden transgredir el juego también por dentro: “No sé si hay una palabra que no vaya a querer oír nunca más en mi vida, capaz hay alguna que no me gusta escuchar ahora. Pero, ¿jamás de nuevo? No creo”, expresó muy serio un niño de aproximadamente nueve años a la coordinadora del dispositivo. Exactamente en la otra punta de La Redonda está el dispositivo de Los Colores De Tu Vida, en el que se extiende una estructura gigante que pretende imitar el espectro visible de colores de un arcoíris. Ya que sabemos que un color es mucho más que una tonalidad, la propuesta del juego es poder repensar qué me hace sentir el rojo por ejemplo, o a dónde me transporta el violeta, para consultarnos cosas como: “¿de qué color se siente un re-

cuerdo?”, o, “¿qué textura tiene la amistad?”. A su lado tenemos la Playa, en la que chicos totalmente desconocidos se ponen a cocinar con la arena pizzas y tortas, tal como si del patio de su hogar se tratara y como si fueran conocidos de toda la vida. Casi en el centro del espacio cultural encontramos el Bosque Blanco, en redor del cual la mayoría de los adultos se sientan a tomar mate, quizá sintiendo que realmente están en una plaza. Enfrente del bosque está Enredos. Allí, más que tejer telares o alfombras se entrelazan totoras de historias. Como si conversáramos con los abuelos, los adultos se suelen sentar a coser e inmediatamente a contarte de sus vidas; los chicos los imitan. En las grandes rondas de personas que se forman se escriben cuentos de vida, con telas reales y simbólicas circundando el ambiente. A lo largo de la estructura edilicia que caminamos, el piso no es un elemento que pase desapercibido: al recorrerlo te enfrenta el juego sin que siquiera puedas pensar si querés ser partícipe o no, porque te vas encontrando con frases, actividades, o simplemente pequeñas exposiciones para observar. Cerca de las seis y media de la tarde el sol comienza a caer desde el Parque Federal y golpea contra la semi-circunferencia de puertas vidriadas. Un acogedor calor te abraza mientras advertís que el espacio comienza a llenarse de aún más poesía de la que tenía, como si se lo estuviera filmando en tonalidad sepia o con una grabadora antigua. En esos minutos el tiempo se desvanece y sólo queda un movimiento en cámara lenta de las personas que se divierten. Un lugar especial para presenciar este fenómeno natural es arriba del Ring de Lectura. Con una obra que te guste mucho, como El libro de los abrazos de Eduardo Galeano por ejemplo, ingresás y te recostás sobre uno de los almohadones que hay dentro. Siendo apenas consciente del cambio provocado

por el movimiento del sol, sentís que levitás y que lo único que existe en el mundo sos vos y ese libro flotando. Después caés en la cuenta de la existencia física del ring y observás a un par de niños leyendo las nuevas versiones de la Caperucita Roja o los poemas de María Elena Walsh y relatos de Pablo Bernasconi. Es entonces que comenzás a ver cómo ellos también están casi volando. El ring se llena de esa magia que sólo podrían dar las historias que se cuentan dentro junto con la poesía de un ocaso. Caído ya del todo el sol aparece la luna por fuera y todo se empieza a apagar. Quedan retumbando en los oídos sólo un par de expresiones de diferentes personas: “La felicidad está en nuestras manos”; “¿por qué a mí no me dejan volar?”; “hace no mucho me dije que tenía que hacerme cargo de mi felicidad”; “no te rías así, me hacés cosquillas”. Al atravesar de nuevo la puerta de entrada un sentimiento agridulce te come por dentro: no querer regresar a ser un adulto. Propongo que no lo hagamos y que nos quedemos por siempre pensando y viviendo como niños.

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OPINIÓN

DEBATE SINCRÓNICO ACERCA DE LA FELICIDAD Por Yasmín Fellay Eran las diez de la noche cuando se los vio pasar caminando por la peatonal paranaense. Iban Sócrates, con un libro en las manos, intentando leer sin caerse; Epicuro, con una sonrisa imperturbable estampada en su cara; Aristóteles, pensando infinitamente; Zenón de Citio, controlando cada paso al andar; Immanuel Kant, vestido con sobriedad; Sigmund Freud, absolutamente ebrio y tambaléandose; Étienne Cabet, mirando con preocupación a sus compañeros; y Darío Sztajnszrajber, observándolos silenciosamente.

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Llegando a calle La Paz se desviaron hasta Salta e ingresaron a Russell Beer Pub. Sonaba Astros, de Ciro y los Persas, cuando Diógenes de Sinope ingresó al lugar vestido con una remera que apenas llegaba a taparle el cuerpo y se unió al grupo. Aristóteles: creo que es un buen momento para pedir una cerveza. Una sola no genera ningún problema y es como un torrente de felicidad en el cuerpo. Sócrates: pero Aristóteles, la felicidad jamás pasa por las cuestiones materiales. ¿Dónde olvidaste tu filosofía de que para ser feliz el hombre debe desarrollar el pensamiento? Esa es la virtud que le es más propia y que lo hace ser quien es, decías. Aristóteles: no cambié de opinión, para nada. Vos no me estás comprendiendo. La felicidad se basa en dominar los instintos naturales a través de nuestro pensamiento, en encontrar el punto medio entre los extremos. Por eso siempre es una actividad y no un estado, como algunos dicen. A mí, una Quilmes me parece razonable en gusto y precio y, además, funciona perfectamente para satisfacer el antojo. Tomar diez sería diferente, ¡qué se diría de mí!


Diógenes de Sinope: ¿qué importa lo que piensen los demás? Por mí pidamos 20. Sócrates: no estoy en contra de que tomemos alcohol esta noche, lo que no me parece correcto es que bases tu felicidad en un placer tan banal como lo material en vez de fundamentarla en el desarrollo del saber y del autoconocimiento. Zenón de Citio: compremos una birra y una pizza. Sólo les pido que el motivo que nos guíe sea el de cubrir nuestras necesidades racionales de alimentación e hidratación y no el de satisfacer nuestros placeres. El punto no está en el problema en sí sino en la interpretación que hacemos de él. Sigmund Freud: yo no concuerdo con ustedes. La felicidad tal como la conocemos, ese famoso estado de plenitud tan anhelado, no es alcanzable. Lo único que existe es la sensación provocada por instantes efímeros, ya que nosotros percibimos lo feliz por contraste con lo triste. Lo que hay son muletas, ayudas para hacer de nuestros malestares algo menos insoportable. La cerveza es una de ellas porque mediante sus efectos químicos bloquea parte de nuestros sentidos. ¡Liberemos nuestras inhibiciones por un rato y pidamos esa birra! Étienne Cabet: lo que me resulta gracioso es que enfoquen el debate en su composición teórica y no en su posibilidad empírica. ¿No son conscientes de que habitamos una existencia corrompida? ¡Abran los ojos! No se puede ser feliz en un mundo infeliz y por eso necesitamos comprometernos en su transformación. La felicidad es una construcción utópica pero a la vez alcanzable si nos decidimos a luchar por ella.

Zenón: y entonces ¿qué hacés acá tan tranquilo, Étienne? A mí me parece que el secreto no está en pelear por lo que queremos sino en renunciar a todos nuestros deseos para así reconciliarnos con la imperfección de la existencia y no frustrarnos cuando algo no sucede como esperábamos. Étienne: estoy acá, con ustedes, porque no puedo cambiar el mundo yo solo. Epicuro: claro, estás con nosotros porque somos tus amigos, los únicos que te ofrecemos la oportunidad de no sufrir en esta vida. Les pido a todos que dejemos de discutir, démosle lugar a la paz, a la imperturbabilidad del alma, que es la única felicidad verdadera. Si la cerveza nos ayuda a evitar el dolor y no nos genera dependencia, está todo bien. No necesitamos experimentar los placeres más intensos o poseer grandes cosas, tampoco debemos luchar por un cambio; más bien disfrutemos de las cosas sencillas, como tener la posibilidad de existir, caminar por calle San Martín, charlar con amigos en un bar. Diógenes: masturbarse en una noche de verano. Sócrates: ¡qué vulgar! Cuando dije que teníamos que conocernos a nosotros mismos no me refería a eso. Diógenes: o mejor, me voy a comer un pedazo de torta con crema saboreándola fervientemente hasta chuparme los dedos. Y después voy a hacer mis necesidades en público. Epicuro: como un animal. Diógenes: claro. Los problemas que tenemos son producto de la civilización. ¡Somos infelices porque abandonamos completamente el estado de naturaleza original del que todos fuimos parte! El comportamiento más

humano es el de un animal pulsional. La forma de ser feliz no está en encontrar el punto medio entre placer y razón, ni en conocernos, ni en transformar la realidad sino en quitar de nuestras espaldas el peso insoportable e inútil de las costumbres y tradiciones. ¿Alguien va a pedir la Quilmes, por favor? Immanuel Kant: con todo respeto, a mí me parece que ustedes erraron de camino porque más importante que ser feliz es cumplir con el deber. La clave está en que existan reglas formales que garanticen que nadie avasalle a otra persona con el fin de alcanzar su propia felicidad. Diógenes: pero Immanuel, ¡el mundo es mejor sin reglas! Kant: no, Diógenes. Antes de actuar debemos pensar si queremos que aquello que estamos por hacer se convierta en una ley universal. Nosotros no podemos ser la excepción: si es correcto que yo mienta entonces es correcto que cualquier ciudadano lo haga, si está bien que nos masturbemos en este bar entonces está bien que todos lo hagan. Diógenes: no veo cuál es el problema. Freud: todo esto confirma la inseguridad sexual propia del hombre. Darío Sztajnszrajber: esperen un poco y no nos desviemos del tema. Entonces ¿la felicidad es alcanzable o es mejor considerarla como un horizonte siempre abierto, como una búsqueda posible de lo imposible? ¿Podemos ser felices haciendo el mal o serlo solamente nosotros, sabiendo que a nuestro alrededor hay tanta gente que sufre? ¿Es alcanzable la plenitud acá, en la tierra? Creo que no somos quién para decir que alguno de nosotros es más feliz que otro, o que un camino es más o menos certero. Pero pregunto: ¿no será la felicidad el comenzar aceptando que en la condición humana no lo podemos todo?

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SARA EMBON: “FILOSOFAR ES APOSTAR A QUE OTRA REALIDAD SEA POSIBLE” De raíces santafesinas y corazón paranaense, Sara Embon estudió Ciencias de la Educación en Rosario y vivió en Jerusalén antes de asentarse en la capital entrerriana. Actualmente es docente de filosofía de cuarto y quinto año del secundario de las escuelas santafesinas Ángela Peralta Pino y Generala Juana Azurduy, ubicadas en los barrios Santa Rosa de Lima y San Lorenzo, respectivamente. Ella se define como una profesora loca porque cree en el imposible de que algo de lo que hace logre cambiar y ayudar a sus alumnos y por confiar en que la realidad que sueña para ellos se concrete. Desde la acogedora comodidad de su casa y con el ritmo claro y lento de quien es consciente de sus movimientos, pudo demostrarnos que la filosofía no nació para quedarse encerrada en libros.

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ENTREVISTA

En el aula La educadora se refirió al principal problema que padecen los jóvenes de barrios marginales: la dificultad para construir su identidad y sus proyectos de vida, debido a la carencia de una mirada ajena. Comentó de qué manera planifica las clases y cómo aprovecha sus conocimientos con el fin de ayudar a los estudiantes en su vida personal, tanto dentro como fuera de la escuela. Opinó acerca del lugar cercano que debe ocupar esta disciplina para lograr transformar la sociedad y qué debemos hacer para borrarle la fama de saber erudito. ¿Cómo es tu relación con la filosofía? Carnal, cercana, esencial. De chica me atrajo porque me otorgó un espacio para pensar y hacer divagaciones mentales. Actualmente me acerco a la filosofía desde mi rol de docente, para relacionarme mejor con mis alumnos, ayudarlos con sus problemas y en la construcción de sus proyectos de vida. Estoy convencida de que cada autor provoca un eco dentro nuestro y nos hace reflexionar, por eso busco que mis clases los movilice, provocándoles preguntas y haciéndolos razonar. Quiero que la filosofía sea para ellos una experiencia con el pensamiento, que no se quede en la repetición y lectura árida de un texto.

"QUIERO QUE LA FILOSOFÍA SEA PARA ELLOS UNA EXPERIENCIA CON EL PENSAMIENTO” ¿Cómo abordás las clases? Varío todos los años. Voy conociendo a cada alumno, observo sus experiencias de vida y sus preocupaciones y en base a eso organizo mis clases. Generalmente no sigo el plan de estudios porque me doy cuenta de que no responde a sus necesidades. Básicamente elijo un tema y hago un ejercicio para que piensen y otro para que puedan ver cómo aplicar a su vida lo aprendido. De todas formas, lo que hace la diferencia es la pasión que una le pone.

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¿Cuáles son los ejercicios puntuales que utilizás? Lo último que hice fue trabajar la ética aristotélica. Le llevé a cada chico una lista con once dilemas morales para que ellos razonaran y tomaran una posición. La clase siguiente propuse más cuestiones para debatir en conjunto y poner en diálogo nuestras posturas con las de Aristóteles. Otro ejercicio que les doy es que escriban todas las preguntas que se les ocurran y me las entreguen de forma anónima. Después, cuando las mezclo y las leo en voz alta, ellos mismos se sorprenden de lo que les pasa por la cabeza a los compañeros que ven todos los días. ¿Cuáles son los principales problemas de tus alumnos? Sus barrios están fuertemente golpeados por la pobreza, la droga y el delito. Por eso, sus dificultades son la construcción de su identidad y de sus proyectos de vida. Ellos dejan de observarse y de creer en sí mismos porque la mirada propia se construye a partir de la ajena y a ellos nadie los ve, nadie les muestra que su existencia importa ni que se puede salir adelante por un camino distinto al de las drogas. Otra de sus preocupaciones es que les matan a sus amigos o familiares y no se hace justicia por ellos. También los entristece sentirse excluidos social y económicamente en comparación con los barrios céntricos. Es tanta angustia la que guardan que, a veces, les impide pensar.


¿Cómo actuás al respecto? Me preocupo e involucro, los escucho, no me quedo indiferente. Sobre todo les doy lo que les falta: una mirada subjetiva que los sane y los haga sentir incluidos y sostenidos. Veo qué están necesitando y, de acuerdo a eso, les regalo libros, les escribo cartas, tengo charlas personales, les hago ver lo valiosos que son. También ellos mismos me buscan fuera de clase o por Facebook cuando precisan un consejo, pero lo que en verdad buscan es amor, sentir que alguien está para ellos. ¿Cómo te das cuenta de que tu aporte los ayuda? Ellos me lo dicen pero además yo misma veo sus cambios. Muchas veces luego de que les hice notar alguna virtud y los orienté en qué carrera elegir, compruebo que siguieron mi consejo y que les está yendo muy bien. Por ejemplo, tengo una alumna que está muy angustiada porque cree que la felicidad no existe y que ella no sirva para nada. Así que le hablé y le resalté todo lo positivo que observo en ella y lo que creo que puede lograr. Después de unos días se acercó a contarme que quiere ser estilista, lo que significa que hay una lucecita que se encendió dentro suyo y que podría convertirse en su motivo para seguir viviendo. Entonces, la filosofía los ayuda a convertirse en artesanos de sus propias vidas, a darse cuenta de que son ellos quienes eligen lo que hacen o dejan de hacer y porqué.

“LA FILOSOFÍA LOS AYUDA A CONVERTIRSE EN ARTESANOS DE SUS PROPIAS VIDAS” dolió mucho fue el de una adolescente de tercer año que estaba muy mal y yo esperaba con ansias que pase de año para poder contenerla. Unos días antes de empezar el ciclo lectivo se suicidó y a mí se me partió el alma porque yo ya tenía grabada su risa y su rostro en mi corazón, la estaba esperando y sabía que si llegaba a cuarto yo iba a impedir que eso pase. Ahora estoy preocupada por un chico que me está diciendo, entre chistes, que no quiere vivir más. Todo eso lo cargo y me lo llevo a casa. ¿Qué lugar le deberíamos dar a la filosofía en la sociedad? Uno más cercano, que la convierta realmente en una herramienta para la vida y le borre la fama de saber erudito, difícil e inalcanza-

ble con el que se la asocia. Todos tenemos una filosofía de vida, ciertos supuestos y concepciones que actúan como disparadores y nos mueven de manera instintiva sin que nos demos cuenta. Esta disciplina tiene un ritmo distinto al de nuestra sociedad, requiere que hagamos una pausa y pensemos: “¿por qué estoy haciendo esto?”, “¿qué es lo que me duele?”, para poder elegir si queremos seguir así o si es mejor modificar algunas de estas concepciones para poder cambiar nuestra vida. Filosofar es apostar a que otra realidad sea posible, respondiendo estas preguntas podemos entendernos más a nosotros mismos, lo que nos posibilita comprender mejor a los otros y lograr que la existencia se torne más agradable.

¿Cómo te afectan sus realidades en tu vida personal? Me paso varias horas en mi casa pensando cuál es la mejor forma y el momento indicado para ayudarlos. A veces me entristece cuando de tarde me entero que un alumno al que le di clases a la mañana está internado o tiene problemas de salud y nadie lo lleva al médico. Un caso que me

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OPINIÓN

YO NARCISEO, TÚ NARCISEAS, ÉL NARCISEA Por Yasmín Fellay

“NO ME MIRO EN EL ESPEJO PARA VER SI ESTOY BIEN O MAL, SINO SOLAMENTE PARA SABER SI SOY. SI SIGO AHÍ. NO SEA QUE HAYA OTRA PERSONA METIDA DENTRO DE MI PIEL”. GUILLERMO CABRERA INFANTE

¡Luces, cámara, acción! Un conjunto de imágenes en movimiento empiezan a sucederse rápidamente, una tras otra, al tiempo que tu verdad empieza a desaparecer para cederle lugar a la que la pantalla te presenta. Sin embargo, sabés que esa otra realidad no es cierta, que es pura ficción, que esto entre el aparato y vos no es más que un pacto de credibilidad que dura lo que tarda en terminar el capítulo, que después seguís con tu vida y fin. Entonces desaparecen los fotogramas, la computadora se oscurece y por un momento te quedás anonadado, perplejo, mirándote a través de tu reflejo, ocupando el lugar que hace tres segundos le pertenecía a la serie, a la mentira consensuada socialmente. Y, con suerte, un par de preguntas se agolpan dentro tuyo: ¿Así soy yo? Y si ahora estoy ahí ¿quién está del otro lado, ocupando mi cuerpo? ¿Cuál es el verdadero y cuál el falso? ¿Hay alguno verdadero? Decía Jacques Lacan que el estadio del espejo es fundamental en la configuración del yo de cada sujeto, de su identidad y, por lo tanto, de la visión de la realidad que lo acompañará durante toda su vida. Es a través del reconocimiento de su reflejo que el niño pasa de un narcisismo primario, en el que todo gira en torno a

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él, a una etapa en la que el objeto de su amor está afuera. En este siglo de las comunicaciones y los avances tecnológicos, los cambios llegaron hasta nuestro cuarto de baño para reemplazar al viejo espejo colgado arriba del lavatorio por otro que es negro, fácilmente trasladable y que al encenderlo pone a funcionar a miles de algoritmos produciendo luces y la ilusión de los colores. Tal vez llegó la hora de que despertemos al viejo psicoanalista de su eterno letargo para contarle que en este nuevo estadio del espejo posmoderno los hombres volvimos atrás y nos estancamos en un inevitable narcisismo primario. Transitamos nuestro día a día en un mundo diseñado para mirarnos el ombligo. Desde que abrimos Facebook y nos chocamos con la pregunta “¿en qué estás pensando?” hasta que caemos en Instagram y nos sometemos a su imperativo de convertir cada segundo de nuestra vida en una foto publicable, pasando por el auge de las selfies —que no en vano tienen su nombre— y su consecuente inclusión en todos los teléfonos celulares. Pocos años atrás, quien tomaba una foto no salía en ella, su identidad aparecía borrada. Ahora es él quien debe protagonizarla o, al menos, aparecer nombra-


do en los agradecimientos por haber capturado tan magnífico momento. Todo remite a nosotros. Si me junté con mis amigos tiene que saberlo todo el mundo. Si no lo hice, también. Si no nos mostramos no existimos o, como escribió Zygmunt Bauman en Amor líquido: “El que deja de hablar queda fuera. El silencio es igual a la exclusión”. Si bien pareciera que el motivo de nuestro interés por mantenernos conectados reside en los demás, lo cierto es que sólo nos importan si son de ayuda para nuestra propia fama. En las redes sociales somos omnipotentes y podemos hacer lo que queramos con nuestros contactos al punto de transformar todos los espacios cibernéticos en algo muy parecido a un campo de concentración: si no nos gusta alguien lo “eliminamos” o, para no ser tan crueles, podemos “bloquearlo”; si quiero que alguien pase a estar en contacto conmigo lo “agrego a mis amigos”, como si las personas fueran un elemento más que quito o pongo en mi mochila. Pero quienes no nos interesan son al mismo tiempo los que nos determinan constantemente qué debemos hacer y qué no, qué debemos publicar y qué no, cómo debemos ser y cómo no. El rol del Otro, que en la teoría de Lacan cumple la tarea de modelo y de modelador, solía ser ocupado por la madre. En la actualidad aparece sin rostro, se hace presente como una masa anónima. Así, de a poco, una persona que

no conocemos se va metiendo en nuestra piel y empieza a ocupar nuestro cuerpo. Lo preocupante no reside, como muchos creen, en que no nos mostramos “tal cual somos” en las redes. ¿Existe un yo verdadero, una identidad íntima y pura que sea la absoluta verdad sobre lo que uno es? Conviene dudarlo. Lo que hay son diferentes elecciones sobre cómo narrarnos, cómo mostrarnos, quiénes ser de acuerdo al momento y al lugar en el que estamos. Somos uno y muchos a la vez. Los espejos que nos engordan, los que nos alargan, los que nos oscurecen y los que nos iluminan, todos están plasmando a la misma persona pero desde distintas perspectivas. El problema aflora cuando empezamos a creer que somos nuestro reflejo, que la imagen nos retrata fielmente. Está en la esencia del espejo invertir lo que mira, dilatarlo, achicarlo o deformarlo. Para poder elegir con libertad cómo ser y de qué manera presentarnos nos está faltando un elemento esencial del estadio del espejo: un tercero, ese que nos separe del deseo del Otro tácito que nos domina desde el otro lado de una pantalla, ese que nos ayude a dejar de ser apéndices de la opinión de un montón de gente anónima. En La sociedad del espectáculo Guy Debord escribió: “El espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida social como simple apariencia. Pero la crítica que llega a la verdad del espectá-

culo descubre en él la negación visible de la vida”. La paradoja de vivir amando a nuestro yo virtual es que nos negamos a nosotros mismos al confundirnos con una sola y simple imagen, al dejar de lado todo lo que nos hace inmensos y únicos por entrar en un molde aburrido y estereotipado. Sin embargo, la solución no reside en hacer desaparecer todo tipo de espejos; el hombre siempre los necesitó para contemplarse. Como explica Bauman, lo que nos lleva a la constante dependencia de nuestro reflejo es la esperanza de alcanzar la personalidad adecuada para ser amados. Buscamos que nos amen. El miedo de no agradar es el que nos lleva a elegir el peor medio: encerrarnos en nosotros mismos y vivir pendientes de nuestra apariencia. La paradoja es que, tanto en el siglo de los griegos como en el de las luces, no se ha encontrado un mejor camino para lograr que nos amen que relegarnos a nosotros mismos para tornar la mirada hacia el que tenemos al lado. Son los demás en quienes están grabados los más profundos y variados rasgos de nuestro ser. Son los demás quienes nos enseñan los distintos colores de nuestra propia paleta. Son los demás nuestra historia, nuestros incansables para qué. Son los demás nuestro mejor espejo. Si tenemos su compañía podemos apagar las numerosas pantallas, quedarnos en paz y seguir preguntándonos honesta e incesantemente de qué va esto de la identidad.

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LÍNEA DE TIEMPO

LOS OSCILANTES CAMINOS DEL AMOR

Siglo V a. C.

1200-146 a. C.

“Si tú saltas, yo salto ¿recuerdas?” pronuncia Rose emocionada mientras besa a Jack al compás de nuestros corazones que, del otro lado de la pantalla, empiezan a latir cada vez más fuerte, conmovidos por el amor. Pero ¿es esto el amor? ¿Sacrificar el bien propio para poder estar con la persona amada? ¿Es un sentimiento? ¿Existe? ¿Por qué? Cuando amo ¿importo yo o el otro? Escuchamos y usamos esta palabra muchas veces al día y de muy variadas formas pero, a menos que seamos amigos de Quevedo, no solemos colocarla en la cuerda floja de los interrogantes. Por eso, quisimos poner en perspectiva nuestra forma de entenderlo actualmente a través de una línea del tiempo en la que mostramos cómo fue cambiando su concepción hasta llegar a nuestros días. Resulta indispensable que, a través de las preguntas, sigamos abriendo puertas que nos conduzcan a nuevas formas de entender y practicar el amor para poder convertirlo así en un sinfín de posibilidades de cambiar nuestro mundo.

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Los griegos: Tenían muchas formas de definirlo: eros, filia, aphrodisia, epithemia (pasional, filial, sexual y deseante). La explicación más difundida fue la primera. Eros es un Dios que nos flecha, provocándonos un estado de enamoramiento apasionado que distorsiona nuestra percepción: todo se vuelve más dulce, más bueno, más interesante. Como se desprende de su nombre, dota de erotismo cualquier actividad humana.

Aristófanes: Cada uno de nosotros somos mitades que nos desprendimos de un todo que nos constituía. El amor intenta unir nuevamente nuestras dos fracciones para que podamos formar parte de una misma naturaleza. Es, entonces, la búsqueda de un faltante cuyo hallazgo nos lleva a la plenitud. Sócrates: Es un medio para alcanzar la belleza y la bondad pero no posee en sí mismo ninguna de estas cualidades. Por lo tanto, no es un Dios. El amor a las cosas o a las personas es un reflejo del amor a la belleza del mundo de las ideas. Dos personas dejan de lado cualquier egoísmo y se elevan juntas hacia el absoluto.


Siglo XVII

René Descartes: Forma parte de las seis pasiones primarias de las cuales surgen todas las demás. Es una emoción del alma causada por la atracción que ejercen en ella ciertos objetos que parecen convenirle. Se pueden distinguir dos tipos de amores muy distintos: el que desea poseer al objeto de su pasión y el que no espera nada a cambio.

Siglo XVIII

Jean-Jacques Rousseau: En el estado natural del hombre el amor de sí es un instinto de autoconservación que, junto a la piedad, lo ayuda a vivir pacíficamente. Al entrar en la civilización el ser humano corrompe dicho amor de sí convirtiéndolo en un amor propio que es vanidoso, egoísta, codicioso y lujurioso y que ve a sus semejantes como instrumentos para satisfacer sus deseos.

Siglo XIX

Siglo XV

Marsilio Ficino: Es una creación de Dios. Su fin es el goce de la belleza que puede ser encontrada en las almas, en los cuerpos y en las voces. Los medios para alcanzarla son la mente, los ojos y los oídos. Por lo tanto, el resto de los sentidos nos alejan del amor y nos conducen a la lujuria y el furor.

Siglo XX

Siglo XII

Santa Hildegarda de Bingen: El amor, presente en Dios y en cada producto de su creación, es el motor del universo. Su ausencia causa enfermedades de todo tipo y los remedios pueden encontrarse en la naturaleza, en la comunicación vivificante con el Ser Supremo y en el mantenimiento de una vida saludable y equilibrada.

Jean-Baptiste Joseph Fourier: El amor es el placer capaz de proveer la felicidad a nuestra sociedad. Sin embargo, para que lo logre es necesario liberarlo de las cadenas que le imponen las religiones, la moral y la hipocresía de los gobiernos y evitar que la sexualidad sea un elemento de sumisión al poder.

Simone Weil: El amor humano es una traducción del amor divino. Dios es el todo y no puede agregar nada más a lo que hay, por eso para darnos vida debió retirarse, mutilarse, ir en contra de sí mismo. Cuando amamos hay una prioridad del otro y una pérdida del yo. No hay posesión, sino entrega. Elegimos perder para que el amado pueda ser. Erich Fromm: Es una actividad que consiste en dar más que en recibir y que ayuda al hombre a superar su sentimiento de aislamiento. Aprender a amar es un arte que requiere disciplina, concentración y paciencia. No hay recetas sobre cómo practicarlo porque es una experiencia personal. Se manifiesta de distintas formas: amor propio, fraternal, filial y erótico.

Siglo XXI

Siglo III

Santo Tomás de Aquino: Es la pasión más importante cuyo único fundamento es el bien. Dos de sus efectos son: el éxtasis, salir de uno mismo para donarse al otro; y la dulce herida, sacrificarse para alcanzar un beneficio. Dios, de quien procede el tipo de amor más perfecto, es el motivo y el fin último de todas las acciones.

Slavoj Žižek: Es un acto violento porque significa seleccionar lo que se estima y lo que se odia introduciendo un desequilibrio en el mundo. Para amar a otra persona debemos dejar de lado las idealizaciones y apreciar incluso sus imperfecciones. En medio de una sociedad convertida en la políticamente correcta, el amor es una de las pocas cosas que nos siguen mostrando la verdad.

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OPINIÓN

GRAMÁTICA, SAL DE ESTE CUERPO Por Paula Gonzalvez

“NO ME PREGUNTEN QUIÉN SOY NI ME PIDAN QUE SIGA SIENDO EL MISMO”. MICHEL FOUCAULT Hay un cuerpo que no se puede ver porque lo ocultaron. Las palabras lo nombran, le hacen eco y lo apagan. Generalmente tiene forma pero todos lo ven deformado. Quizás debiéramos encontrar mejores conceptos para afirmar sin tapujos ni enfoques negativos su existencia. Todas las personas de sexualidades disidentes caen en el bolsillo del lenguaje que invisibiliza.

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Si es posible afirmar -como Michel Foucault confiaba- que una lucha por el saber y las significaciones es siempre una lucha por el poder, entonces resulta imperioso preguntarse por las leyes gramaticales que moldean a punta de sangre los cuerpos, los sexos y las sexualidades. Aunque el cambio de siglo en el que escribimos nos permitió validar muchos derechos que en la época del filósofo francés eran prohibidos, algo permanece en las tinieblas y nos sigue enfermando. En la patria que nos cobija, al igual que en la mayoría de los países del mundo, la homosexualidad ya no es más ilegal gracias a la decisión de la Organización Mundial de la Salud de cambiarla del rubro de enfermedad al de lo natural. Esa es la razón por la que todos confían en que también quedó alejada de la categoría de lo anormal, pero pongamos los pies en la tierra: ¿en qué momento una persona no se sintió diferente al afirmarse como miembro de la comunidad LGBTTIQ+ o al sentirse representado por alguna de esas siglas? Y también nos consultamos: ¿qué mujer no advirtió alguna vez en su propia carne que era inferior a los hombres? Sin lugar a dudas estos son tiempos como los de antaño: de lucha. La instauración social de las etiquetas abrazadas bajo la bandera del orgullo fue necesaria para obtener una primera aceptación de las sexualidades disidentes y diversidades de género. Estamos seguros de que las marchas y manifestaciones que


involucraron poner el cuerpo en juego allanaron los caminos para la adquisición de derechos fundamentales, como a la vida, a la libertad de expresión, a la identidad. Pero la lucha actual debe ir por un lado diferente. Expresiones tales como “gay”, “lesbiana”, “bisexual”, “transexual”, “transgénero”, “travesti”, “intersexual”, “asexual”, junto a muchas otras que se incorporan día a día dentro del signo “+”, al igual que los estereotipos que se construyen acerca de lo femenino, son todas clasificaciones que nacieron despectivamente y con motivo de discriminar. Nosotros luego quisimos transformar su significado en algo positivo, apropiándonos de los términos, pero es muy difícil ir en contra del motivo que les dio origen. Por eso, aún se siente como si algo no llegara a estar bien. La filósofa foucaultiana y estadounidense, Judith Buttler, que escribió acerca de la teoría queer, opina que “las categorías nos dicen más sobre la necesidad de categorizar que sobre los cuerpos mismos”, porque no hay mejor forma para definir lo que es normal que contrastarlo con lo diferente. Así, lo anormal se nombra como opositor de lo que supuestamente es bueno para la humanidad. El discurso heteronormativo disciplina los cuerpos en base a una forma ideal y ficticia de ser hombre o de ser mujer, reglamentando el comportamiento. Esta ilusión de género se mantiene dentro del marco obligatorio de la reproducción heterosexual. Pero lo que es normal ahora puede que no siempre lo haya sido. Pensemos en Grecia, por ejemplo, donde la homosexualidad era algo normal. O en la Alemania del siglo pasado, en la que la homofobia era lo natural. En consecuencia, y por la necesidad que todos tenemos de sentir que pertenecemos y que somos aceptados, escondemos las facetas que creemos incorrectas: una enfermedad, un amor que supuestamente no debiera ser, un imaginario de la persona

en la que te querés convertir, un placer prohibido. El cambio de épocas hace que algunas cosas se normalicen y, como partida doble de un asiento contable, crece al mismo tiempo una nueva anormalidad que funciona como contraste para la regla. El camino que Buttler propone seguir es el de la deconstrucción del binarismo de género y del abandono de la lucha en pos de la naturalización de las etiquetas, para poder pasar a usar nuevas expresiones que nos sean propias, como “queer”. Propongámonos ir más allá: ¿no sería mejor prescindir, directamente, de todas las etiquetas? Hoy en día, lo único que ellas hacen es separar más y más. Demasiadas identidades nuevas (viejas identidades con nuevos nombres) se agregan todo el tiempo al “+”, ¿pero con qué sentido? ¿La lucha no era hacia la igualdad, porque cada cual puede seguir siendo humano, hacer y pensar su cuer-

po como guste y amar a quien quiera? El sexo biológico dejó de ser sólo algo natural desde el momento en que se lo cargó con ciertas características de comportamiento. Y el sexo no es lo mismo que el género: este último se asemeja más bien a al cómo pensamos nuestros cuerpos, indiferentemente de lo biológico. Sin embargo, ambos son construcciones sociales y culturales porque es el lenguaje, ya cargado de significaciones y maneras de poder ser, quien les dio y sigue dando sus formas. Tal como en el poema de Susy Shock, Reivindico mi derecho a ser un monstruo, la propuesta ahora es: no nos percibamos tampoco en esos términos, sino como cuerpos que sienten más allá de todo género, aún a sabiendas de lo incómodo que pueda ser esto para la norma y el sistema. Así, quizás, todas nuestras identidades perdidas se vuelvan a encontrar en un espacio sin limitaciones.

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OPINIÓN

EUROPA: EN BUSCA DE LA IDENTIDAD PERDIDA Por Yasmín Fellay La opinión reflejada en este artículo es producto de los intercambios, debates y coincidencias nacidas de charlas con Alan Regueiro. Este filósofo argentino actualmente está viviendo en España mientras realiza un Doctorado en Filosofía. ¿Quién mejor para ofrecernos una mirada sobre la realidad europea que alguien que la vive todos los días?

El mundo se está enfrentando a lo que Stephen O’Brien, jefe de ayuda humanitaria de las Naciones Unidas, denominó la mayor crisis desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Inanición, hambrunas, asesinatos masivos, atentados, guerras civiles y dictaduras visten de luto a buena parte de Asia y África más seguido de lo que imaginamos y transforman a Europa en la única esperanza de salvar vidas o, al menos, prolongarlas. Sin embargo, el viejo continente no siempre es el lugar donde los refugiados pueden sentirse seguros. Por momentos preparada para recibirlos, de a ratos lista para maltratarlos y esquivando atentados por doquier, su paisaje diario no se reduce a la torre Eiffel rodeada de personas de la alta alcurnia ni a la pintoresca Venecia limpia y pura. En medio del caos, la filosofía ocupa un rol esencial. Alan Regueiro nos contó que la crisis que está sufriendo este continente es de carácter existencial: no sabe quién es ni a dónde va. Su situación es similar a la de una señora que no quiere aceptar su edad y empieza a tener la vida de una adolescente: compite con su hija, usa su ropa, sale al boliche, se busca novios, entre otras cosas. Está actuando como un continente posmoderno que no quiere reconocer el pasado que lo moldeó y que, en parte, lo hace quién es.

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La ética posmoderna puede sintetizarse con eficacia en la frase “nada es verdad, todo está permitido” que pronunció antes de morir Hassan-i Sabbah, mítico líder de la antigua secta de Los Asesinos. Jean-François Lyotard en La condición postmoderna sostiene que todas las culturas modernas o primitivas utilizan narrativas para dotarse a sí mismas de significado. Este movimiento propone, entonces, el fin de los relatos de progreso, la supresión de las reglas y la eliminación de las estructuras verticales. Aunque la propuesta es atrayente hay otras características que no podemos pasar de largo: la indefinición y la pérdida de sentido. El individualismo no es malo por sí mismo porque te obliga a definir tu identidad y defender tu libertad. Sin embargo, en nuestro tiempo es muy difícil definirse y cuando se logra hacerlo es de una manera perecedera y relativa, por lo tanto si no sé quién soy y todo me da igual porque no hay límites ni verdades, tampoco le encuentro sentido a estar viviendo. Esta combinación de características deriva en un problema de orden antropológico: se perdió el verdadero concepto de libertad inherente al hombre. Lo que reina hoy es un mal entendido sobre ella que soslaya la capacidad de razón y trascendencia, exige y exalta derechos que no son y quita obligaciones que deberían


ser. El atentado ocurrido en agosto en Barcelona, que provocó 13 muertos y 100 heridos, fue llevado a cabo por una furgoneta que subió a la rambla, un paseo muy concurrido y famoso en España. Dicha escena sólo pudo ser posible porque en el lugar no se habían colocado los clásicos masetones de contención. Quien tomó la decisión de prescindir de ellos fue Ada Colau, la alcaldesa de dicha ciudad, y su justificación residió en su deseo de no coartar la libertad de los transeúntes. Entonces, mientras quienes viven allí están embelesados por las consignas de este actual movimiento y creen que todo es relativo, hay un Oriente real y verdadero que se les está viniendo encima. Proponer un gobierno posmoderno en medio de la realidad europea actual es como dar una clase para ciegos con un Power Point. Además, el desorden es agravado por la sobrepoblación. Cada refugiado llega con una cultura a la que hay que respetar pero sin perder la propia. Es a la vista de esta crisis europea y en respuesta a ella que los filósofos están intentado una recuperación antropológica del hombre, consistente en volver a la pregunta griega ¿qué es el hombre? y ¿qué sentido tiene su existencia? Siguiendo la línea de los filósofos europeos pero calando más fuerte aún, Regueiro dice que lo que Europa necesita es aceptar y reconocer sus raíces griegas y cristianas, porque de ellas surgió. Hay estructuras de pensamiento propiamente occidentales que ya están implantadas culturalmente; no se puede violentar a una población arran-

cándole todo de raíz y esperando que al otro día florezca reluciente y sin rasguños. Esto no significa que lo ideal sea volver al molde original, a los castillos, las reinas y las cruzadas, sino que es necesario que reconozca su pasado para poder entenderse y darse una identidad que la ayude a encontrar un rumbo, un sentido. Recién entonces podrá abrirle las puertas a lo nuevo de una forma madura, como la señora que sabe que tiene 60 y no 15. Además, el cristianismo, en su sentido filosófico, siempre tuvo como esencia la búsqueda de tres trascendentales: la belleza, la bondad y la verdad. Si de repente se quitan todos ya no se sabe qué buscar y lo que se busque seguramente será banal. Son cada una de las personas que habitan Europa las que, en mayor o menor medida, siendo

conscientes o no, padecen esta crisis en carne propia. Pero la reflexión no debiera ser sólo de ellos sino también de quienes, aun viviendo del otro lado del mapa, somos perjudicados por el posmodernismo de alguna u otra manera. Preguntarnos quiénes fuimos nunca está de más para comprender quiénes queremos ser. Por el contrario, es imperioso. Por último hay, según Regueiro, un interrogante que Europa tiene pendiente y necesita recuperar para ver qué respuestas nuevas surgen y que, si entendemos a la filosofía como la ciencia que estudia las cosas por sus causas primeras, vendría a ser la más importante: la pregunta por la existencia o no existencia de Dios. Porque si uno quiere empezar a pensar, debe comenzar por el principio.

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¡El próximo número de sale en marzo!

La 2ª edición incluirá:

ÁGORA

CAREN SCHIBELBEIN:

“SER LIBRES ES EL RESULTADO DE MILES DE COMBATES CON UNO MISMO”

YO Y MIS YOES ¿Por qué no animarnos a ser otros?

A JUGAR, MI AMOR El simulacro de la vida cotidiana

...y ¡mucho más!

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ÁGORA todos los derechos reservados © 2017


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