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Devocional
Nuestros padres nos decían: «No aceptes ninguna golosina de alguien que no conoces»; y «no aceptes que un extraño te lleve a algún lado»; y «no hables con extraños». Sin embargo, si estamos en el lugar del «extraño» queremos que alguien nos hable. Tarde o temprano, estaremos en lugar de ellos. Los extraños (forasteros o extranjeros) son personas cuyos aspectos, o ropas, o costumbres, o acentos, u ocupación, o nivel de educación no coinciden con los de la comunidad que los rodea.
No obstante, todos hemos sido extranjeros en uno u otro momento. ¿Recuerda la experiencia de ser extranjero? ¿Cuánto tiempo pasó adivinando dónde ir o qué hacer antes de que alguien le mostrara hospitalidad, o simplemente bondad?
Quizá es tiempo de dejar de lado el miedo a los extraños y no pasar de largo sino abrirles las reservas de bondad de nuestro corazón. ¿Puede ser que un desconocido o un extranjero sea el desfibrilador de Dios para el reavivamiento personal por el que hemos estado orando?
He aquí seis razones por las que Dios nos pide que amemos al que no conocemos, al foráneo, al extranjero:
1. Las noticias diarias nos dan razones para ser precavidos hacia los desconocidos o extraños, mientras que las Buenas Nuevas son una razón para mostrarnos
compasivos. Dios nos insta a amar a los demás porque él los ama. Nos ama a todos, y todos nosotros nos hemos alejado de él. Al aceptar el desafío de amar a los foráneos (y sí que es un desafío), emulamos el carácter de Dios. Al rechazar las oportunidades de hacerlo, caemos dentro de su amonestación: «Hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama también al extranjero y le da pan y vestido» (Deut. 10:18), y «testificaré sin vacilar […] contra los que hacen injusticia al extranjero» (Mal. 3:5).
Los desfibriladores humanos de Dios
Seis maneras de transformar nuestra vida mediante el amor hacia los extraños
2. Amar a los foráneos cultiva nuestra memoria y
ejercita nuestra inteligencia empática. «Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto» (Lev. 19:34). Y también: «No oprimirás al extranjero, porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto» (Éx. 23:9). ¿Qué pasaría si, cuando desconocidos o extranjeros se cruzan en nuestro camino, los vemos como recordatorios de que una vez fuimos nuevos («extranjeros») en una escuela? Fuimos nuevos en una comunidad, acaso rodeada de vecinos con los cuales no parecíamos tener mucho en común. Fuimos nuevos en un trabajo, procurando saber cómo movernos dentro del edificio. Fuimos nuevos en una iglesia, en la que nadie nos dijo «Buen día» o nos dio un abrazo, un apretón de manos o siquiera nos señaló dónde estaba el baño. Fuimos «extranjeros», y Dios quiere que ese recuerdo nos motive para alcanzar a otros.
3. Amar a los extranjeros es una expresión de verda-
dera adoración. No hay verdadero ayuno y oración u observancia del sábado si no amamos a los extranjeros dentro de nuestras puertas (Deut. 5:14, 15; Isa. 58). Nuestros diezmos y ofrendas no hacen la diferencia en el Cielo en comparación con cuestiones de peso como la justicia, la misericordia y la fe (Mat. 23:23). A Dios no le impresiona una ostentación religiosa que carece de amor por el prójimo. ¿Por qué? Los extranjeros son parte del «cuarteto de los vulnerables». 1 Dios expresa repetidamente una afinidad especial hacia esos cuatro grupos en pasajes como: «Así habló Jehová de los ejércitos: “Juzgad conforme a la verdad; haced misericordia y piedad cada cual con su hermano; no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre […]”. Pero no quisieron escuchar, sino que volvieron la espalda y se taparon los oídos para no oír […]. Y aconteció que, así como él clamó y no escucharon, también ellos clamaron y yo no escuché, dice Jehová de los ejércitos» (Zac. 7:9-13).
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4. Amar a los forasteros demuestra nuestro amor por Cristo y cuán listos estamos para vivir en el reino.
«Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo,porque […] fui forastero y me recogisteis […]. De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mat. 25:34-40). ¿Qué pasaría si, cuando vemos personas que parecen no tener nada que ofrecernos, sentimos repentinamente la mirada de aquel que es la fuente de todo lo que tenemos? ¿Qué si, en lugar de pensar que solo compartimos nuestra abundancia con unos desconocidos, vemos que Jesús nos alcanza para levantarnos de nuestra pobreza espiritual?
5. El Antiguo Testamento y también el Nuevo nos recuerdan que somos extranje-
ros en este mundo, ocupando sin pagar una tierra que le pertenece a Dios, mientras esperamos un mundo
mejor. «La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es, y vosotros como forasteros y extranjeros sois para mí» (Lev. 25:23). «Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo» (Fil. 3:20). ¿Confiamos realmente en Dios como nuestro guía de confianza en este mundo? ¿Confiamos en que Cristo se ha ocupado de la legalidad de nuestra documentación en el Cielo? ¿Muestra nuestra generosidad que nos vemos y que vemos nuestras pertenencias como posesiones de Dios? ¿Creemos que su hospitalidad celestial supera la hospitalidad que él espera que mostremos?
6. Las recompensas no se limitan a promesas de
bendiciones futuras. Como sostiene el teólogo Miroslav Volf en Exclusion and Embrace [Exclusión y aceptación], «Puede no ser demasiado afirmar que el futuro de nuestro mundo dependerá de lo que hagamos ante la identidad y la diferencia. Es un tema urgente. Los guetos y campos de batalla del mundo, en las salas, las ciudades o las cordilleras, testifican indudablemente de su importancia». 2 En un mundo actualmente convulsionado por la exclusión violenta de los extranjeros, podemos ofrecer los valores contrastantes del mundo venidero. Al abrazar a los extranjeros, somos la prueba viviente de que el sacrificio de Cristo ha «derribado la pared intermedia de separación» entre los extranjeros de diversos trasfondos (Efe. 2:14). ¿Podría existir una defensa más poderosa para tener fe en Jesús? Además, nuestros hogares terrenales se volverán atractivos para los invitados celestiales (Heb. 13:2). La paz, la reconciliación social y la visitación angélica están ahora disponibles si invitamos a Cristo para que dé una sacudida a la corriente espiritual de nuestro corazón mediante el amor a los extranjeros.
1 Nicholas Wolterstorff, Justice: Rights and Wrongs (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 2010), p.76. 2 Miroslav Volf, Exclusion and Embrace: A Theological Exploration of Identity, Otherness, and Reconciliation (Nashville, Tennessee: Abingdon Press, 2019), p. 9.
Carl McRoy es director de Ministerios de Publicaciones en la División Norteamericana y vive en Maryland, Estados Unidos.