3 minute read

Voces jóvenes

Voces jóvenes

La enfermedad, la vacuna y la solución

« T us resultados de la prueba del Covid-19 dieron positivos», dijo mi esposa al darme la noticia dos días antes de nuestro viaje navideño para ver a la familia. Me quedé totalmente helado. Ahora entendía todo. Esa sensación de ardor en la garganta, la fatiga, la tos seca, los dolores musculares y en las articulaciones que había experimentado por días. ¡Todo tenía sentido! Dado que soy médico en enfermedades infecciosas, había tratado a cientos de pacientes de Covid-19 en los últimos dos años de la mortal pandemia. Ahora era mi turno de ser paciente.

El médico se convierte en paciente. Esto se va a poner interesante.

Al haberme contagiado con la variante ómicron, que es altamente transmisible, tuve que aislarme de mis seres queridos para no contagiarlos. Eso significó que no pude pasar tiempo con mis padres y abuelos en Navidad, como ha sido la tradición de mi familia. Por primera vez en la vida, pasé Navidad en cama, sintiéndome por el suelo, tanto física como emocionalmente. Solo, desanimado y aislado fue aún más difícil de soportar que los dolores que sentía. Como sucede con muchos en todo el mundo, no se puede subestimar el impacto del Covid-19 sobre la salud mental.

Me había dado las dosis de la vacuna seis meses antes del diagnóstico, y eso jugó un papel importante en mi rápida recuperación de la enfermedad una vez que la contraje. En siete días terminó el período de aislamiento, y me encaminé hacia una recuperación completa. Las publicaciones científicas han confirmado el papel de la vacunación para reducir la severidad de los síntomas y prevenir la muerte, además de acelerar la recuperación.

Así es como funciona la vacuna. Mucho antes de tener la enfermedad, mi cuerpo había sido preparado para sanar.

Mucho antes de que se le diagnosticara a la humanidad la enfermedad moral llamada pecado, Dios ya había creado la vacuna para esa pandemia: el plan de redención. Este bien pensado plan había sido establecido mediante Jesucristo, para nosotros, «antes de la fundación del mundo» (Efe. 1:4). Cuando Adán y Eva cayeron, Dios les explicó la oferta de la vacuna para sanarlos. Miles de años después, Cristo mismo heriría al pecado y a Satanás para siempre (Gén. 3:15). Se les explicó a los israelitas, los descendientes de Adán, la manera en que se llevaría a cabo este plan, mediante los planos del Santuario. Como lo expresó David: «Dios, santo es tu camino» (Sal. 77:13). Los procedimientos, las ceremonias y la estructura del Santuario señalaban al ministerio futuro de Cristo.

Asimismo, el Santuario era un lugar de sanación para los pacientes humanos que sufrían de enfermedades contagiosas. Cuando los enfermos habían quedado aislados de sus familias y comunidad durante un mínimo de siete días (como fue en mi caso), iban al Santuario y se presentaban ante el sacerdote, que los declaraba sanos y listos para reintegrarse a la sociedad (compare con algunos ejemplos de enfermedades de la piel en Lev. 13).

Esos pensamientos me fueron de gran consuelo durante mi enfermedad, y aun después, cuando recibí la vacuna de refuerzo. Sabía que, a pesar de sentirme aislado, tenía un Sumo Sacerdote en el Santuario celestial que promete no dejarnos ni abandonarnos jamás mientras intercede en nuestro favor (Heb. 4:14-16; 13:5). Cristo, que es la vacuna para el pecado, la enfermedad más mortal de todas, busca declararnos sanos aun antes de que caigamos. ¿Cómo logró hacer esto por nosotros? «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él» (2 Cor. 5:21). Nuestro gran Médico se convirtió en paciente.

Frederick Kimani es un médico consultor en Nairobi, Kenia.

This article is from: