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Puedo contarle una historia?

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Salud y bienestar

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«¡La iglesia se está hundiendo!»

¿Puedo contarle una historia?

DICK DUERKSEN

La iglesia era de un rosado brillante, plantada sobre el terreno siempre congelado, en una esquina de Utqiagvik, en Barrow (Alaska, EE. UU.). «En el extremo del mar congelado y tan cerca del Polo Norte que confundía a la brújula». Desafortunadamente, el permafrost debajo de la iglesia se estaba derritiendo más que nunca, y la iglesia adventista rosada se estaba hundiendo. ¡Alguien tenía que hacer algo!

Jim John, pastor de la iglesia Northside de Anchorage, unos 1170 kilómetros al sudoeste, escuchó que Dios lo llamaba por nombre.

«Tengo un gran mapa de Alaska en la pared de mi oficina, un mapa con unos pocos puntos desparramados que muestran nuestras iglesias y escuelas, y entonces este enorme espacio vacío. Hay más de doscientos pueblos en Alaska sin presencia adventista. No hay caminos, de manera que la única forma de llegar a esos lugares es por aire, o enviando programas de radio».

La radio es constante y está disponible para todos, por lo que la Asociación de Alaska ha escogido producir programas en idiomas locales. Conseguir que funcione una estación de bajo poder en cada aldea remota requiere de una torre de radio, equipos especializados y muchísimos permisos. Un desafío perfecto para los adventistas interesados en los ministerios.

La iglesia Northside se sumó a la Asociación para levantar torres de radio en un par de pueblos remotos y entonces escogió concentrarse en Utqiagvik, donde se encuentra la iglesia más septentrional de Norteamérica (y quizá del mundo). * * *

En el año 2020, cuando el pastor Jim y un pequeño equipo llegaron a Utqiagvik, se encontraron con un desafío inesperado. La iglesia estaba inclinándose precariamente, y los cimientos se estaban hundiendo.

«Eso cambió nuestra misión –dice el pastor Jim–. El edificio había sido construido sobre pilotes sobre el permafrost, pero esos pilotes se habían hundido, y la situación estaba empeorando año a año. La radio aún era importante, pero primero teníamos que transformar el edificio en un lugar de culto seguro».

Los miembros estaban sumamente desanimados. «Es nuestra iglesia –dijeron–, pero es una gran iglesia rosada que está inclinándose y hundiéndose».

Las reparaciones tendrían que ser llevadas a cabo en el breve tiempo en que Utqiagvik experimentaba la ruptura del hielo en primavera. Allí es cuando todo pasa a ser una pasta espesa.

«Tomamos las medidas, hicimos los cálculos, e involucramos a todos –recuerda el pastor Jim–. Teníamos el mejor equipo posible de personas listas para hacer milagros más allá del Círculo Polar Ártico. Estas las personas correctas, que sabían apoyarse en Dios para hallar la solución correcta».

Diseñar esa solución requirió de un año completo de planificación, muchísima logística y una carga completa de milagros. Recuerden que no hay rutas en Utqiagvik. Cada pieza de madera, cada trozo de acero, y todo lo que se necesite para levantar una iglesia, tiene que ir a Utqiagvik por barco, en una embarcación que llega solo una vez al año. * * *

El equipo llegó a la conclusión que la mejor manera de nivelar la iglesia sería hacerle nuevos cimientos. Una telaraña gigante de doce vigas de flexión de acero que contara con un sistema completo de nivelación. Cada viga sería fabricada en el estado de Washington, entonces cortada para calzarla en un contenedor de siete metros, que sería enviado a Utqiagvik en el barco. Era un desafío costoso y abrumador.

La Asociación no tenía dinero para el proyecto, pero el pastor Jim y otros realizaron llamadas telefónicas y enviaron cartas explicando la necesidad. Pronto, tres iglesias y un grupo de amigos de oración escogieron financiar el proyecto de nivelar la iglesia.

Todos oraban constantemente. «La iglesia que se hundía pesaba 42 mil kilogramos. Las vigas de acero, hasta 544 kilogramos cada una. Y nadie había hecho algo así en un lugar como Utqiagvik, donde es frío y hay nieve, viento y fango, y donde cada palada pronto se llena de agua. ¡Señor, por favor, ayúdanos!»

Siete voluntarios dedicados a la misión calcularon su viaje a Utqiagvik para que coincidiera con el viaje anual del barco, en el verano de 2021.

Antes de que el acero pudiera ser colocado bajo el edificio, los voluntarios tuvieron que cavar trincheras profundas para colocar la red de vigas de flexión por debajo del edificio. Después de descargar las vigas del contenedor, tendrían que atornillar el acero para formar toda la red, un proceso que requería una precisión increíble.

«¡La iglesia se está hundiendo!»

«Este era un sistema cuidadosamente diseñado de doce vigas de flexión entrelazadas –describe el pastor Jim–. Había una sola forma en que podían calzarse las vigas, y los agujeros tenían que estar en el lugar correcto, ni siquiera unos milímetros desfasados, o no se podría levantar la iglesia. Esto requería usar un taladro de alta velocidad enfriado con aceite que había sido diseñado especialmente para taladrar 288 agujeros a través del acero en el clima de Utqiagvik».

Todos los obreros eran voluntarios que no tenían experiencia alguna en taladrar agujeros precisos en el acero mientras se les congelaban los dedos. Llegaron voluntarios de la comunidad para ayudar. Hasta el equipo de fútbol americano de la Escuela Secundaria de Utqiagvik se sumó para cavar las trincheras.

«La gente paraba a preguntar qué estábamos haciendo –recuerda uno de los obreros–. Nos reíamos, y les decíamos que estábamos ayudando a Dios para levantar la iglesia. Entonces nos pedían que más tarde pasáramos también a trabajar en sus casas».

Cuando se habían cavado las trincheras y se habían fijado las vigas de flexión en una perfecta red, los voluntarios trataron de deslizar los cimientos de diez metros por debajo de la iglesia. Pero la red era muy difícil de manejar, y las poleas y los gatos mecánicos eran demasiado débiles para hacerlo.

«Oré toda la noche –recuerda el pastor Jim–. Necesitábamos un montacargas telescópico mecánico que pudiera plegar y empujar la red de acero por debajo del edificio. Ese montacargas era la única pieza del equipo que podía funcionar. Sin él, el proyecto estaba condenado al fracaso».

«A la mañana siguiente, me sentí impresionado de ir a ver a Scott, el director del Departamento de Obras Públicas, y preguntarle si tenía el montacargas con brazo telescópico que necesitábamos. Parecía una idea alocada. Es una máquina muy rara, y que hubiera una en Utqiagvik sería un verdadero milagro».

El pastor Jim estaba sumamente sucio, como alguien que había estado trabajando en el barro durante semanas. Pero se sacudió parte del barro, caminó hasta la oficina, y preguntó: «¿Puedo hablar con Scott?»

Scott escuchó con atención. —Los he estado observando –respondió–. El barco llegó hace un par de semanas con las cosas de ustedes y las nuestras. Creo que vino una de esas máquinas en el barco. ¿Necesitan un operador? —¡Sería maravilloso! —Bueno. Mañana iremos para allá.

Fue un trabajo tremendo, pero después de mucho empujar y arrastrar y levantar y golpear y soldar, la iglesia rosada quedó nivelada por sobre sus nuevos cimientos.

Todos vitorearon a los empleados de Obras Públicas. Entonces el operador se volvió a uno de los voluntarios y le dijo: «Es muy bueno lo que logramos hacer hoy. Nos acaban de avisar que solo tenemos el montacargas por hoy. Mañana se va con sus nuevos dueños. ¡Qué bueno que logramos hacer esto!»

El equipo de voluntarios quedó atónito ante la noticia. «El milagro perfecto de Dios llegó en el mismo barco en que venía nuestro acero –dijeron, maravillados–. ¡Dios se nos adelantó a cada paso del proyecto!»

Antes de regresar a sus casas, los voluntarios también colocaron la torre de radio y pintaron la iglesia de azul. De un azul puro, de color celestial.

Dick Duerksen es un pastor y narrador que vive en Portland, Oregón,

Estados Unidos.

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Vol. 18, No. 3

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