H
acía tiempo que no había tenido la oportunidad de ser testigo de Dios y ayudar a alguien de manera significativa. Parecía que me estaba volviendo inútil como cristiana; no estaba marcando ninguna diferencia positiva en los demás. No obstante, eso cambió hace poco, gracias a una salida con un grupo de adolescentes. COMENZÓ CON UN FAVOR
Un sábado por la mañana temprano, un vecino llamado Nyamka, que también es el pastor de la iglesia adventista a la que asisto, me envió un texto preguntando si mi esposo Deegii y yo podíamos llevar a sus
hijos a un lugar en las afueras de la ciudad, para un encuentro de adolescentes de la iglesia. Él no podía hacerlo porque tenía que dirigir el culto en línea. Aceptamos, y Deegii y yo terminamos pasando el día con el grupo. Se había planificado una salida similar para el sábado siguiente, y Deegii y yo volvimos a asistir. No obstante, poco después de llegar comenzó a llover, y todos corrimos a resguardarnos. Una mujer que dijo ser la responsable del parque apareció y habló con Deegii y Solongo, una líder de diecinueve años. La mujer dijo que estábamos en una propiedad privada y que teníamos que irnos. Nos
Fe en acción
Un ejército mundial de jóvenes Hay muchos más de los que pensamos
sorprendimos pero, con su permiso, y después de que Deegii pagara un arancel, nos dirigimos a una ger, esa yurta tradicional mongol. Éramos unas quince personas. Allí nos resguardamos de la lluvia, mientras nos presentábamos para conocernos. Solongo agradeció entonces a Deegii y a mí por pagar el alquiler de la yurta. Aunque era sábado, un día en que no solemos hacer ningún negocio, Deegii había pagado el arancel como una ofrenda a Dios, para que estos jóvenes no se perdieran la oportunidad de acercarse a Cristo, a la naturaleza y entre sí. Más tarde, Solongo me contó su historia. Hasta hace unos años, había sido parte del grupo de los mongoles que son budistas, (51,7%)* la religión preponderante en el país. Pero su vida comenzó a cambiar en noveno grado cuando Boloroo, una líder adventista que solía vivir en Zamiin-Ud y que ahora es mi vecina, visitó la escuela de Solongo e invitó a las jovencitas a una sesión de manualidades en su hogar. Aquí comparto parte de mi conversación con Solongo, que obviamente ama a Dios y anhela compartir su amor con los demás.
Jóvenes de la Iglesia Adventista en Ulán Bator (Mongolia), posan para una fotografía. Milena Mendes está arrodillada (al frente, en el centro), con abrigo rojo. Solongo está arrodillada (extremo derecho) de camiseta negra.