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Devocional
Devocional
En busca de la teoría del todo
Nuestro mundo es complejo, y las personas siempre han estado buscando respuestas. Los astrónomos, físicos, teólogos y filósofos se aproximaron a los misterios de la vida con respeto y asombro. En busca de una teoría del todo que explique el mundo, los científicos profundizaron en los misterios del universo y exploraron conexiones asombrosas. A pesar de ello, hasta ahora no han hallado una teoría del todo. «Si Dios creó el mundo, su principal preocupación fue ciertamente no construirlo de manera que pudiéramos entenderlo», se dice que afirmó el físico mundialmente famoso, Alberto Einstein.
UNA BÚSQUEDA ANTIGUA
En los días de Jesús, los fariseos también estaban buscando la teoría del todo. ¿Qué mantiene al mundo unido? ¿A qué puede reducirse el todo? Buscaron en la Torá. Los Mandamientos eran el centro de la revelación divina. ¿Pero cuál es el más grande? Era una pregunta de debate popular entre los escribas. Parecía imposible de responder. Por ello, los eruditos preguntaron a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?» (Mat. 22:36, NVI). La respuesta de Jesús se resume así: Ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo (cf. vers. 37-40).
He aquí la teoría del todo que mantiene unidas todas las cosas. El amor en tres dimensiones: amor a Dios, amor al prójimo y respeto por sí mismo. Puede ser que no siempre veamos con claridad el amor a Dios y el respeto propio, pero amar al prójimo es sumamente concreto. Jesús sabía lo que decía cuando expresó: «Ama a tu prójimo». Después de todo, él mismo amó a sus prójimos incondicionalmente. Trató a cada persona con respeto. Jesús sabía cómo dar a cada persona un sentido de valía: Zaqueo, la mujer junto al pozo de Jacob y el centurión romano en Capernaum. El amor incondicional
de Jesús logró separar la persona de sus acciones. Es por ello que pudo incluso amar a los que lo detestaban.
JESÚS: UN HOMBRE DE CONFLICTO
Aunque Jesús amaba a las personas incondicionalmente, jamás evitó el conflicto solo para conservar la paz, para que todos se sintieran cómodos. Podía mostrar enojo. Pero aun en su enojo, jamás violó la dignidad de otros, sino que se comunicó sobre la base de hechos. Llamó claramente al pecado por su nombre. Por ejemplo, se refirió a los fariseos como «generación de víboras», lo que no era una expresión de afecto. Sin embargo, Jesús ofreció sólidas razones para dar este reproche. Alertó a Pedro sobre las tres veces que lo negaría, antes de que sucediera (Mat. 26:34); y cuando su familia llegó para sacarlo del centro de la escena, preguntó provocativamente: «¿Quiénes son mis hermanos?» (Mat. 12:48).
JESÚS: HOMBRE DE VALOR
Jesús podía colocar el dedo donde dolía, pero jamás escatimaba alabanzas para los demás. Sus alabanzas, sin embargo, no ofrecían exquisiteces sin sustancia. Se acercaba a cada persona en forma auténtica. No cultivaba prejuicios, ni siquiera los que ya eran parte de la cultura general judía: las mujeres como personas de segunda categoría; los gentiles como perros; los cobradores de impuestos como traidores. No: Jesús se distanció de simplificaciones imperfectas y siempre fue derecho al grano. Con amabilidad y respeto, separó el pecado del pecador y respondió al anhelo de aquellos con quienes se encontraba. Eso lo convirtió en el mejor embajador del Reino de Dios.
EL PODER DEL APRECIO
Conocemos ese fenómeno, pero hoy se lo llama de otro modo. Lo llamamos aprecio. El aprecio se acerca a otros como seres integrales. Se dice que está asociado al respeto, la buena voluntad y el reconocimiento, y se expresa en atenciones, intereses y amistad.
Parece un sueño, ¿no es así? Todos queremos que nos noten y reconozcan. Disfrutamos de cumplidos sinceros, alabanzas o algo de atención. Comenzamos a progresar cuando alguien realmente nos escucha y nos ve. Nos sentimos agradecidos por el respeto y el interés auténtico. El aprecio nos entibia el corazón, cultiva nuestro valor y nos da alas. Llegamos a ser mejores personas porque alguien cree en nosotros y nos da valor. Ya sea un mero conocido, un amigo o un familiar cercano, todos progresamos cuando nos demuestran aprecio.
Las grandes empresas también han descubierto esta teoría del todo y la han convertido en un gran tema. Difícilmente hay un seminario que no haga referencia a la tan celebrada cultura del aprecio. Ese enfoque genera supuestamente unidad, y motiva a los empleados para que den lo mejor de sí. En ocasiones, uno podría pensar que las condiciones paradisíacas están por regresar a una compañía, y que la reconciliación universal es inminente. Aun así, esto responde a una necesidad básica de la condición humana.
Es por ello aún más importante que demos el lugar adecuado a la estima y el aprecio en la vida diaria de la iglesia. Especialmente en el contexto de una iglesia o congregación local, a menudo damos por sentado a las personas. Esperamos un elevado nivel de compromiso en nuestros miembros, sin reconocer la importancia de cada miembro individual. Aguardamos el momento en que el Maestro dirá a los redimidos: «Bien, buen siervo y fiel» (Mat. 25:23) y olvidamos que también nosotros somos llamados a ofrecer bondad y aprecio a los que nos rodean, incluidas nuestras congregaciones. Si queremos ser embajadores del reino de Dios, somos llamados a reflejar la actitud de amor y atención de Cristo por aquellos con quienes nos relacionamos. Dios quiere que compartamos un poco del paraíso en este mundo, no importa dónde vayamos o qué hagamos.
LA TEORÍA DIVINA DEL TODO
Allí está, entonces, la teoría divina del todo. Puedo verla una y otra vez en las Escrituras y en la vida de Cristo. «El Señor enseñó este principio [la Regla de Oro] para que la humanidad fuera feliz y no desdichada; pues la felicidad no puede llegar por ningún otro camino fuera de este –escribió Elena White sobre esta actitud incondicional de aprecio–. Aprovechad cada oportunidad de contribuir a la felicidad de los que os rodean, compartiendo vuestro afecto con ellos. Las palabras de bondad, la mirada de simpatía, la expresión de aprecio, pueden ser para el solitario y que lucha como una copa de agua fresca al alma sedienta. Una palabra de ánimo, un acto de bondad, pueden hacer mucho por aligerar las cargas que pesan sobre los hombros cansados […]. Vivid a la luz del amor de Cristo. Entonces vuestra influencia bendecirá al mundo».
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El aprecio auténtico nunca ha hecho mal a nadie. Por el contrario, el aprecio es el bálsamo que sana nuestra vida diaria.
* Elena G. White, My Life Today (Washington, D.C.: Review and Herald Publ. Assn., 1952), p. 165.
Claudia Mohr trabaja en la oficina de prensa de la Iglesia Adventista en Alemania. Vive con su familia en el Campus Adventista Marienhöhe, en