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Fe en crecimiento

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Voces jóvenes

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El toro predicador

El ceño de Natanael revelaba gran preocupación cuando se dirigió a su pastor. —Pastor Timoteo, necesito su consejo. Los enfermeros del hospital adventista cercano están ofreciendo ayuda médica aquí en nuestra aldea. Usted nos ha advertido a menudo sobre las doctrinas erróneas de los adventistas. ¿Es seguro ir a esa clínica?

El pastor Timoteo pensó con detenimiento qué responder. Como pastor y principal jefe de todo el distrito de Kwaibaita, era muy respetado por la gente de su comunidad en las Islas Salomón. —Necesitamos atención médica aquí en la aldea –admitió–. Puedes aceptar los medicamentos de los adventistas, pero no escuches sus enseñanzas. Si te dicen algo de la Biblia o la iglesia, ignóralos.

Después de que Natanael se fue, el pastor Timoteo se sintió culpable. En sus veinte años de pastor, había hallado algunos textos de la Biblia que lo hacían pensar sobre los adventistas… quizá tenían razón en ciertas cosas. Eso del cuarto mandamiento, por ejemplo…

Pronto se sacó esa idea de la cabeza. ¿Qué dirían sus miembros si de pronto cambiaba de parecer respecto de los adventistas y sus enseñanzas? —Tenemos mucho trabajo en la huerta esta mañana. El terreno de taro tiene que estar lleno de malezas después de tantas lluvias, –dijo el pastor Timoteo a su esposa y a Bofanta, su hijo de 10 años, un día de septiembre de 1990. Era sábado de mañana, pero eso no le molestaba, dado que no creía que el sábado era el día de reposo.

Los tres caminaron por el sendero que se alejaba de la aldea. El pastor Timoteo abrió el portón del campo que tenían que cruzar para llegar a la entrada de la huerta. Mientras alcanzaban el final del terreno cercado, su esposa habló. —Mira, todas las vacas están de frente, mirándonos. Parecería como si quisieran bloquearnos el camino. —Parecen soldados en formación –dijo el pastor riéndose–. Supongo que se harán a un lado cuando nos acerquemos.

Tesoro bíblico:

Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco, y me siguen.

Juan 10:27

Pero las vacas no se movieron. Esto le pareció muy raro y sugirió a su familia que tendrían que esquivarlas.

Al fin de la hilera había un gran toro musculoso que los miraba fijamente. Cuando la familia llegó más cerca, el toro comenzó a hablar en lengua kwaibaita. —¿Por qué van a la huerta ahora? ¿No saben que es el séptimo día, el sábado del Señor?

El pastor quedó atónito. —¿Escuchaste eso? ¡Creo que el toro habló! –susurró, estupefacta su esposa.

El pastor miró a su alrededor, con la certeza de que había sido un error. Pero no había nadie cerca.

Entonces escuchó la voz otra vez.

—¡Timoteo! –Su cabeza se volvió para mirar al toro–. ¡Timoteo, te estoy hablando a ti!

Sí, el sonido venía del animal. Hasta movía la boca al hablar. —Tienes que estar endemoniado para hablar de esa forma –le dijo el pastor con una voz temblorosa. —No soy el diablo –replicó el toro–. Soy la voz de Jesús que te habla.

Ahora sí, el pastor Timoteo era todo oídos. —Hoy es el sábado de Dios. ¿No sabes que Dios te dio seis días para trabajar, y que el séptimo es día de reposo? ¿Has sido pastor y no sabes eso? ¿Cuán ciego puedes ser?

Tiene razón, pensó el pastor, me he rehusado a aceptar la verdad todo este tiempo.

Pero el toro no había terminado. —No tienes que trabajar en la huerta hoy. Ve a tu casa y lee Jeremías 1:5. Compártelo con tu gente. Entonces busca al pastor adventista, el pastor Bata. Él te explicará mejor todas estas cosas.

Continuará el mes próximo.

Esta historia apareció en KidsView en junio 2011.

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