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DIOS, dador de todo bien, nos ha dado un PAÍS excepcional con riquezas materiales que no bastan sino sobran a los diez millones de habitantes que posee. Sus recursos naturales pueden alimentar al triple o al cuádruplo de los habitantes de hoy. Basta abrir los ojos para darnos cuenta de ello: La SIERRA para los productos de clima frío y templado, la COSTA para los de clima ardiente; ríos, lagos, valles, bosques tropicales, páramos, terrenos pródigos en brindarnos productos en abundancia; mar, islas como las GALÁPAGOS, que conservan todavía la belleza paradisiaca de épocas milenarias desaparecidas ya de este planeta… Padre CÉSAR A. DÁVILA G.
Derechos Reservados
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Contemplar una ciudad desde las alturas, surcadas por un avión supersónico, otear los últimos confines del horizonte, mirar allá en lontananza la difusa silueta de las montañas, más acá pequeños hilos de plata que se descuelgan por los peñascos y zigzaguean por la llanura, a la derecha la jungla milenaria, a la izquierda extensos campos inconfundiblemente tatuados con el trabajo del hombre, las nubes que se desperezan en la altura, etc., esto es lo que el hombre ha realizado cuando ha querido averiguar quién es DIOS. Poetas, rapsodas, filósofos, teólogos, eruditos, nos han descrito a su manera lo que ES DIOS. Aquí está planteada solamente la Trascendencia Divina.
Cuando no concebimos a DIOS como el Ser único, con todos Sus atributos y perfecciones en grado infinito.
Cuando ese Ser viene a convertirse en Algo propio nuestro, cercano, accesible a nosotros, Algo de quien formamos parte, en otras palabras, cuando entra en relación nuestra, hablamos entonces de la Inmanencia Divina.
Esta es la diferencia entra Trascendencia e Inmanencia Divina.
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Padre CÉSAR A. DÁVILA G.
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El profeta Simeón en el evangelio de san Lucas en el capítulo II, hablando del Señor, cuando le tiene en sus brazos, dice: “Mis ojoshanvistoatuSalvador,quelo has colocadoantetodoslospueblos;unaluz paraalumbraralasnacionesygloriade tupueblodeIsrael”.
Simeón habló inspirado por el Espíritu Santo. Fue al templo inspirado por este mismo Espíritu, al encuentro del Salvador.
Conoció por inspiración que tenía en sus brazos no a una criatura cualquiera, no a un judío que no tenía nada que ver con la historia de su pueblo, sino al MESÍAS PROMETIDO, y por eso su saludo con su canto alqueesGloriadesupuebloyLuz quevieneparaalumbrarlasnaciones…
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Debemos ir conociendo más y más esta persona del Señor, sencillamente por aquello que nos explica el apóstol san Pablo, que dice: “SimorimosconCristoviviremos conÉl.SiperseveramosreinaremosconÉl.Silenegamos,tambiénÉlnosnegará.SilesomosinfielesÉlpermaneceráfielporque negarseasímismonopuede.SimorimosconCristoviviremosconÉl”.Esto quiere decir, que, si nosotros le conocemos, le amamos y seguimos sus enseñanzas tenemos también asegurada nuestra salvación, tenemos asegurado eso de vivir para siempre con Él; y si perseveramos con Él perseveramos en la fe, y si perseveramos en seguir su doctrina reinaremos con Él.
P. CÉSAR A. DÁVILA G.
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En su corta vida de nación independiente que no alcanza aún a dos centurias, el Ecuador cuenta con hijos que le han dado lustre dentro y fuera de sus fronteras, no solamente en los campos del saber humano sino en los muy pocos trajinados caminos del espíritu. Si intentáramos realizar un balance entre el esfuerzo, la constancia, la tenacidad, y hasta el heroísmo que requiere la realización de cualesquiera obras humanas cuyas proyecciones no rebasan casi siempre los limitados linderos de espacio y tiempo y si tratáramos de evaluar este mismo esfuerzo, constancia, decisión y heroísmo que se requieren para llegar a la meta de los logros del espíritu, tendríamos que decir que la distancia entre lo material y lo espiritual, es muy grande.
No es común que un hombre posea la doble corona: la de los iluminados en el campo de los conocimientos humanos y la de los poseedores de la ciencia trascendental del espíritu que culmina en la unión vivencial con ese Dios Bendito.
Nuestro compatriota cuyas pupilas se abren a este mundo en la más bella de las ciudades ecuatorianas, Cuenca cuya tradición ancestral se finca esencialmente en las conquistas del espíritu. Ha ceñido su frente con esta doble corona: de la gloria humana y de la gloria divina. Atildado escritor, filólogo de altos quilates, académico, humanista, poeta, brillante estilista y gramático y, sobre todo, genial educador, aporta a la Patria un acervo incalculable de gloria y prestigio. Las páginas de la historia del hombre están jalonadas por nombres que siguen iluminando el sendero de sus hermanos con sus obras y con sus grandes virtudes humanas. Nuestro HERMANO MIGUEL no solamente pertenece a esta clase de hombres. Él dio un paso más allá, que
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contados hombres solamente lo dan: El paso a la SANTIDAD, es decir, a esa comunión real con ese Dios Bendito. ¿Cuál es el camino para conseguir esta meta? La práctica de eso que los hombres llamamos virtudes –diría mejor- esa disposición del hombre para que Dios se manifieste en él. La santidad es esto: dejar a Dios que realice su obra, dejar que ese soplo divino, que el Espíritu Divino se manifieste en el hombre y por el hombre; abrir de par en par y desde adentro las puertas del santuario de nosotros mismos para que la luz de Dios que denominamos gracia, entre a raudales y realice su obra. La santidad no es otra cosa que la armonía cabal del Yo Divino con el yo humano. Cuando el yo humano cede el paso a ese Yo Divino, su fruto es la santidad. Pero ésta no es tarea fácil como alguien pudiera imaginar.
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Nuestro querido Hermano Miguel realizó esta tarea durante toda su vida, lo diríamos sin equivocarnos. En el lenguaje litúrgico el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia de este hecho comprobado plenamente, se llama “canonización”.En esto no caben equivocaciones. Quien realiza oficialmente esto en nombre de Dios y de la Iglesia, es el Papa.
Cuando después de cerca de una centuria le admiramos, sucede lo mismo que cuando miramos una hermosa pintura desde lejos: se destacan mejor, su humidad, su paciencia, su obediencia, su profundo amor a la niñez y algo que sus biógrafos frecuentemente olvidan: su oración. La oración es la llave con la cual todos podemos abrir el Reino de Dios que cada uno llevamos dentro de nosotros mismos. Sin ella es imposible.
Querido Hermano
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Miguel: ¿Cuálseríasu mensajeasuquerido ECUADOReneldíade su glorificación? Seguramente nos recomendaría que amemos como usted amó a los niños, a los jóvenes; que trabajemos para que la PAZ en el orden político y social reine entre nosotros, que los poderes del Estado no desvirtúen su acción con esas luchas estériles y fratricidas que avivan las pasiones del odio, de la intriga, del egoísmo, que trabajen por todos los asociados, pero de un modo especial por los humildes y los marginados; que la Iglesia ecuatoriana compenetrada del momento histórico que le ha tocado vivir, profundice en tomar conciencia de la misión eminentemente espiritual que está llamada a desempeñar, que todos los ecuatorianos tratemos de comprender que antes que cualquier otro valor, antes que cualesquiera otra meta, antes que cualesquier otro fin, antes que todo y sobre todo, primero está DIOS. Él es el valor sobre todo valor, la meta suprema, el fin sobre todo fin.
Esto lo comprendió y lo vivió nuestro nuevo santo compatriota.
P. CÉSAR A. DÁVILA G.
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La Virgen Bendita en toda la redondez de la tierra, desde el momento que Ella la dejó físicamente, no dejó de velar por sus hermanos, Ella es nuestra hermana mayor, después de Cristo; la primera, la gran hermana mayor, hermana y madre al mismo tiempo, Madre Bendita y hermana. Ella no abandona a sus hermanos y no abandona a sus hijos en ningún momento y por eso es que multiplicó los signos, los monumentos para que le recuerden sus hijos.
Ella suscitó a las mentes, a las conciencias de muchos amigos suyos, de muchos devotos; para que levantaran esos monumentos que son una especie de jalones en la historia de la humanidad, para que recordando los demás esos monumentos que Ella inspiró la invocáramos y llegáramos a Ella.
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Esos monumentos que están jalonados a través de la historia son numerosísimos, incontables, porque no hay iglesia que se levante sobre la tierra, ninguna iglesia en que no haya un recuerdo de Ella, algo que nos invite a enviarle nuestra onda mental. Siempre hay una imagen, una estampita, una estatua, una iglesia, algún signo, alguna palabra que nos recuerde que debemos entrar en contacto con Ella, con esa Bendita Madre. Por eso hay en la Tierra, innumerables santuarios consagrados especialmente a Ella. Hemos visitado, hemos tenido el gran privilegio de visitar muchos de esos santuarios atendiendo a una llamada de Ella. No precisamente porque necesitara hacer esa visita a tal o cual Santuario; así como ustedes sienten Su presencia así lo SIENTO YO, pero en esos lugares se siente más de cerca, se siente más fácilmente el IMPACTO DE SU PRESENCIA.
He estado en Italia en el Santuario de Loreto; también en Jerusalén en la Gran Basílica de la Resurrección y en la gran Basílica de la Natividad que tienen recuerdos de Ella. En Europa, en esos santuarios célebres y modernos de LOURDES, de Fátima, que son una bendición para la humanidad. En América, en el gran Santuario de México de la Virgencita de Guadalupe; en el Ecuador en el Santuario del Quinche y en los demás santuarios que se levantan a lo largo de nuestra República, en ese Santuario de la Dolorosa del Colegio. En ese Santuario vecino de nuestra República, el Santuario de Las Lajas.
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Esos santuarios son hitos, signos de que nosotros somos hijos de esa Madre, hermanos menores de esa hermana. Ella quiere que le pensemos y acudamos a Ella siempre. Esos Santuarios, esas imágenes, esos signos de la presencia de la Virgen María, no tienen otro objeto. Si no tenemos a la vista algo que nos recuerde la presencia de la persona que queremos, sencillamente no recordamos, somos olvidadizos. Por eso llevamos en nuestra cartera el retrato de alguna persona a quien queremos íntimamente, llevamos en el cuello colgada alguna imagen que nos recuerde aquel signo de la presencia de alguien a quien nosotros queremos recordar. Son signos de la presencia de quienes nosotros queremos recordar, a quienes amamos de verdad. Tenemos que recordar siempre a la Virgencita, a Ella que está lista para ayudarnos.
P. CÉSAR A. DÁVILA G.
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Estos lazos internos, estas vibraciones íntimas que nacen de lo más profundo de nuestro ser, ésas son las que perduran a través del espacio y por toda la eternidad. Y esto es lo que estamos haciendo precisamente: Sembrando esta semilla de eternidad en cada uno de nosotros. Por este amor, por esta unión íntima, por esta comunión tan grande que existe entre todos ustedes.
No es preciso recomendarles, ustedes lo saben y ustedes ya me entienden: Que, para mí, la mayor recompensa –si yo puedo pedirle a Dios, a Él alguna recompensa, aunque yo no lo pido porque tengo absolutamente todo- la mayor recompensa sería ésta: DE QUE USTEDES PERMANEZCAN SIEMPRE UNIDOS, UNIDOS ÍNTIMAMENTE COMO LO ESTÁN AHORA.
Y unidos siempre, absolutamente siempre, siempre. Que entre ustedes haya esa verdadera hermandad, ese verdadero amor. Esa verdadera sinceridad, esa verdadera comprensión que existe.
Y que ésta vaya acrecentándose día tras día…
¡Esto es lo más grande que nosotros podemos ofrecer a Dios!
Nuestra unión, nuestra mutua comprensión.
Y esto tiene que extenderse también a los demás, a quienes se extiende nuestra acción: En la fábrica, en el taller, en el almacén, en el negocio, en el comercio.
Tengan en cuenta ustedes, que cuando SE DA AMOR, SE DA TODO. Y cuando se da amor se recibe –en recompensa también- amor, sea a quien fuere.
¡Enviemos siempre este mensaje y estas vibraciones de amor a todos!
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P. CÉSAR A. DÁVILA G.
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Siempre las cosas de Dios que tocan a los hombres, se realiza por medio de los hombres. Esta es una ley y esta ley es la que se cumple siempre: una obra de Dios no se realiza sino por intermedio del hombre, el hombre es el instrumento de esa realización divina.
Los apóstoles mis queridos hermanos, los apóstoles fueron esos instrumentos de mediación entre Dios y el hombre, pero según la voluntad del mismo Cristo, del gran Maestro, del Hijo de Dios, de ese Dios Bendito que vino acá a esta tierra para señalarnos el camino de ir a Dios. Ese Dios Bendito que no quiso que nosotros viviéramos una vida desentonada a la realidad nuestra, sino una vida profundamente incrustada en el seno de la sociedad. Ese Dios ve que son necesarios los hombres, para la realización de Su obra, y ese es el motivo por el que escoge a sus discípulos.
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Pero esa obra de Dios, esa obra de Cristo no podía truncarse apenas nacida, cuando comenzaba recién la historia de la humanidad. Porque la verdadera historia de la humanidad comienza con la venida de Él. Así humilde, así pobre, así despreciado y desconocido por sus enemigos, así calumniado por ellos, así crucificado en la cruz. Así quiere, según la expresión del apóstol, siendo blanco contradictorio de los hombres, presentarse a la faz de los hombres como el Hijo de Dios y como el conductor de esta nueva humanidad. Pero esa obra no debía realizar propiamente Él sino sus apóstoles. Y a ellos, mis queridos estudiantes, a ellos les comunica Su Espíritu, ese Espíritu suyo, ese Espíritu que lo recibe del Padre: elEspírituSantoquelesdaeldía dePentecostés,y con eso, es el arma con la cual conquistan el mundo. De allí de la Palestina –donde estaremos después de pocos días- de allí de la Palestina viene la LUZ, nace la LUZ. Y luego los apóstoles, primero Pedro y luego ´Pablo y otros apóstoles vienen acá, al corazón del IMPERIO ROMANO. Aquí en esta Roma Imperial va a establecerse otro reino. Pero no un reino como los que idearon los emperadores, no un reino cuyas últimas resonancias lo vemos
nosotros en el foro, en el coliseo y en los demás monumentos de la antigüedad. Eso, nosotros hemos visitado todas esas ruinas, esas ruinas solamente son los símbolos, símbolos de un imperio material destruido, de un imperio material que quedó ya, no, ni si quisiera en segundo término sino quedó, quedó completamente destruido.
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Lo que ahora subsiste es esa Roma, pero esa Roma nueva, esa Roma ya no esa Roma imperial sino esa ROMA DE CRISTO, no importa que a través de la historia haya tenido tantas vicisitudes aún esa Roma de Cristo. Pero esa Roma de Cristo tiene mis queridos estudiantes, tiene un representante y tiene –digámoslo así- una cabeza –porque es así- tiene una cabeza esa nueva Roma. Esa nueva Roma mis queridos estudiantes, esa nueva Roma comienza con los pontífices, comienza con el primer pontífice. Esa Roma comienza con Pedro el apóstol, que viene acá a Roma a predicar y a fundar la primera comunidad cristiana. Y esa Roma de Pedro, esta Roma de Cristo y el apóstol Pedro es la que continúa a través del tiempo y del espacio. Por eso aquí, a las puertas de esa gran Basílica en que nos ha tocado esta celebración eucarística, a las puertas de esta gran Basílica hay una inscripción que alude a esta gran misión y a esta desempeñanza de esta Iglesia establecida por Cristo sobre la roca de Pedro aquí en Roma. Y que es, dice: LaIglesia, lamadreycabezadetodaslasiglesiasdelaurbeydelordendelaTierra .
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Así es, mis queridos estudiantes. Y ¿por qué? ¿Cuál es el fundamento en realidad, el fundamento sobre el cual se basa toda esta iglesia? Lo hemos escuchado en el Santo Evangelio, es la fe y lafedePedro . Ese Bendito Señor, no escoge ni a Pablo, no escoge a Andrés, ni a Bernabé, ni a Juan el discípulo amado aquel que le amaba entrañablemente… escoge a Pedro. Pero lo escoge por una razón y la razón está determinada en el santo Evangelio, esa razón es su fe, después de que el apóstol confiesa que Él es el Mesías, es ese Cristo… “Bienaventurado eresSimónhijodeJuan,porqueestonotelohareveladocarneni sangre,sinomiPadrequeestáenloscielos.” Y luego añade, que sobre su fe que es fundamento… sobre su fe: edificaré mi Iglesia . ¡Y así levanta la Iglesia, sobre la fe de Pedro el apóstol!
Y esto precisamente, mis queridos hermanos, los demás pontífices, el pontífice actual: el Papa Pablo VI, él continúa esa misma trayectoria. Nosotros desde Pablo VI hasta Pedro, Pedro I, nosotros seguimos la sucesión de los apóstoles y de Pedro a Cristo.
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Miren, la fe, mis queridos estudiantes, la fe en Cristo, la fe en Su Doctrina es el fundamento en que se sustenta todo ese gran andamiaje de la Iglesia.
Y nosotros mis queridos estudiantes, tenemos también que poner conciencia en eso si queremos que el Reino de Dios, ese reino de Cristo se propague. Y si queremos nosotros ser instrumentos de Dos, en sus manos, en las manos del Señor, tenemos también que ser cristianos de fe. Esa es la única condición que se nos pide: LA FE, pero la fe en CRISTO, esa fe vivencial que debemos tener nosotros en ÉL. Entonces, así estaremos cumpliendo nuestra misión. Falta mucho esa fe verdadera, esa fe en la persona bendita del Señor, fequetodopuede,fequeesmáspoderosa quetodoslospoderesdelaTierra.
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Pues bien, así en esta gran Basílica nos hemos, nuestra adhesión a quien es el prototipo –digámoslo así- de la fe de Pedro… Por eso en esta celebración eucarística encomendemos de una manera especial a esta Iglesia que es la cabeza de todas las Iglesias – a la Iglesia de Roma- también encomendemos a nuestras Iglesias particulares, a nuestra Iglesia del Ecuador, a nuestros obispos, a nuestro Cardenal, a nuestros sacerdotes a quienes tienen encargo de llevarnos por el sendero hacia DIOS, a quienes son instrumentos de la Obra Divina…
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“EsteeselmensajequedeÉl(PadreCelestial)hemosoídoyosanunciamosqueDiosesLUZyqueenÉlnohaytiniebla alguna”(I Jn 1, 5)
No hay en la Biblia una definición más precisa y clara de Dios que ésta.
Si vamos examinando uno por uno todos los seres de la creación; si la ciencia, la filosofía y la religión han descubierto que existe en los seres del plano físico mucha belleza –hay que decir que la gran sinfonía del Universo es la más bellapor su relación con la Luz. No hay nada más hermoso que la luz.
Las obscuras noches no son más obscuras y desesperantes, porque se cobijan con el manto salpicado de la luz de las estrellas. Si Dios no hubiera suspendido en la inmensa bóveda celeste esas miríadas de estrellas rutilantes, si las estrellas desde los confines más remotos del espacio no nos enviaran el saludo de su luz; si en las noches sólo hubiera tinieblas, el hombre hace tiempo hubiera rendido tributo al dolor y a la desesperación de la muerte.
Todos buscamos la luz, todos suspiramos por la luz, todos amamos la luz, todos nos sentimos hermanos de la luz.
Si dejáramos que despierte en nosotros ese ángel dormido que llevamos dentro, cantaríamos como Francisco de Asís el sublime canto a la blanca luz.
Los libros santos nos traen en sus páginas el mensaje de Dios-Luz, el mensaje del Verbo-Luz, pero nosotros no ponemos atención a este mensaje.
Desde los abismos infinitos de la majestad del Padre se difunde a todos los seres la Luz de su presencia: En cada uno de nosotros vibra esta luz y no la comprendemos. La luz luce en el seno de nuestras tinieblas, pero nuestras tinieblas son tan densas que no dan paso a la luz.
Padre CÉSAR A. DÁVILA G. Guía Espiritual y Fundador de AEA