PLANTAGO Daniel Patricio Moreno Delgado El mercado de Sonora era como me habían dicho: inmenso, repleto de gente y con baratillos en los que se vendía de todo. Llevaba horas recorriéndolo. Estaba acalorado y cansado, pero la enfermedad y mi pobreza me obligaban a seguir hasta encontrar el plantago, hierba que prometía salvar mi vida. Ya me había resignado a fracasar en mi búsqueda cuando vi un tramo del mercado por el que no recordaba haber pasado ¿Cómo es que no lo había visto? Era difícil no notarlo con su letrero Remedios para todo mal parpadeando sobre una abertura por la que bajaban unas escalerillas desgastadas, de cemento. Conforme descendía me llegaba un olor parecido al incienso. La tienda era inmensa, consistía en un largo pasillo con anaqueles a los lados y un mostrador al fondo. Me sorprendió la iluminación a velas, los muchos frascos, amuletos, alumbres y lebrillos sobre los anaqueles y, detrás del mostrador, la cantidad enorme de muñecos vudú fijados con clavos en la pared. «Santería», pensé disgustado dispuesto a dejar el lugar, entonces me di la vuelta y vi a esa anciana alta, cubierta por un vestido negro que sugería luto. —Busco el plantago —atiné a decir.