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RETRATOS DE ISABEL I LA CREACIÓN DE UN ÍCONO

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Merly Paloma Lugo Rodríguez

no era La priMera ocasión en La que ingLaterra se enfrentaba a la idea de ser gobernada por una mujer. De hecho, el país acababa de atravesar un período sumamente sangriento alimentado, precisamente, por la hermana de la entonces heredera del trono. Los ánimos estaban un tanto perturbados, por lo que toda la atención de los ingleses inevitablemente recayó sobre la nueva reina Tudor. Sobre esto, cabe señalar dos aspectos del gobierno de Elizabeth I: representó una serie de cambios tanto para el estado en el que se encontraba el reino a mediados del siglo XVI, como para lo que tradicionalmente se esperaba de un soberano, comúnmente varón. Por consiguiente, esto repercutió en la representación de su imagen en retratos, misma que jugaría con las particularidades de la reina, así como con el ideario monárquico de la época. Ahora bien, es necesario profundizar en el contexto que rodeaba al trono, una vez que Elizabeth logró hacerse con él.

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Elizabeth Tudor, hija de Enrique VIII y de su segunda esposa Ana Bolena, nació en 1533. Debido a los confictos iniciados por su padre con la Iglesia y también a sus múltiples matrimonios en un intento de concebir un heredero varón, Elizabeth pasó a último plano en cuanto a su derecho al trono, pues fue considerada ilegítima para tomar aquel cargo por la anulación del matrimonio de sus padres. Sin embargo, en un giro de acontecimientos, Elizabeth terminó sucediendo a María I —hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón— quien le arrebató el puesto a Lady Jane Grey, supuesta sucesora de su medio hermano Eduardo VI. Respetando la ley de sucesión, la hija de Ana Bolena ascendió al trono en el año de 1558. Como se mencionó anteriormente, el mal sabor que dejó María, reina católica, a sus súbditos provocó que estos recibieran un tanto escépticos a Elizabeth I; reina a quien su género representaba un obstáculo a pesar de haberse declarado protestante.

Con tan solo 25 años, en un panorama complicado, Elizabeth I asumió el cargo de la Corona de Inglaterra por los siguientes casi 50 años, hasta 1603. A lo largo de todo este período, se construyó una imagen alrededor de su fgura como reina que no logró continuar su dinastía; es decir, no contrajo matrimonio ni concibió heredero alguno, convirtiéndose así en la última monarca Tudor. Estos hechos apelaron a su condición de mujer para asignarle un rol que quedó plasmado en una gran cantidad de retratos, los cuales reafrman su posición de autoridad. Pero antes de adentrarnos en la representación de Elizabeth, es importante saber en qué consisten las obras pictóricas de retratos de monarcas. La representación de una fgura de autoridad en una efgie, como puede ser un retrato, un sello, una moneda, etc., signifca en cierta medida la ratifcación de su poder con tan solo plasmar su fgura. Eventualmente, los retratos comenzaron a utilizarse con fnes incluso propagandísticos. Durante las primeras décadas del siglo XVI, los retratos de Estado se alejaron un poco de su carácter estético atribuido a los artistas renacentistas y se centraron únicamente en la reiteración de la imagen, además de la legitimación monárquica.

Dadas las circunstancias de la Inglaterra Tudor, inmersas en un factor ideológico-religioso, la reproducción de la fgura del soberano fácilmente podía convertirse en la difusión de una imagen sagrada. Esto sucedió precisamente con Elizabeth I, sobre todo por las intenciones de reivindicar a la Corona tras el fallido gobierno de su predecesora. Los retratos de la reina comenzaron a cargarse de simbolismos, no sólo políticos sino también religiosos. No obstante, antes de que esto sucediera, Elizabeth fue retratada como un miembro más de la realeza. En este punto se iniciará un estudio de las pinturas que enmarcan a la reina en un concepto determinado, según su condición social y de género. Para lo siguiente, analizaré, de forma descriptiva, una serie de retratos de la monarca en donde pueden percibirse con mayor facilidad algunos elementos que contribuyen a la construcción de su imagen, elaborados en distintos períodos de su vida y gobierno.

Uno de los retratos que menos carga simbólica tiene (por la sencilla razón de que fue elaborado aun cuando Elizabeth era una princesa y, como ya se mencionó anteriormente, no se esperaba que ascendiera al trono en algún momento) es la pintura que data de 1546 cuando ella tenía 13 años. En el retrato, la joven Elizabeth se encuentra en una posición de perfl tres cuartos, ataviada con un amplio vestido de color rojo opaco, detallado con perlas y otras piedras, así como con adornos dorados; con hombros descubiertos y un ornamento en forma de cruz sobre el pecho.

En las suaves y delgadas manos que sostienen un libro, lleva algunos anillos. Sobre su cabeza reposa un tocado que combina con el vestido, pero que deja ver su cabello rojizo. Todo lo anterior puede aludir a su juventud e inocencia, sin olvidar su posición real y su apego a la Iglesia. Su rostro goza de mayor detalle, aunque su mirada no está dirigida hacia algún punto específco. Detrás de ella, se sitúa un cortinaje en color rojo quemado y pardo que cubre las paredes de la habitación. A la izquierda del cuadro, se encuentra un libro abierto, en blanco, sobre un atril, haciendo referencia a su inteligencia y a la disposición de la familia a la educación. Se trata de un retrato con cierta simplicidad, tal como la presencia de la princesa entonces resultaba. A pesar de que fue restituida como parte de la línea de sucesión, tras ser considerada ilegítima desde muy temprana edad, su posible mandato aún se veía bastante lejano. Sólo bastaron 12 años para que se hiciera realidad.

Construcci N De La Imagen De Isabel Como Reina De Inglaterra

Una vez establecida en el trono, la creación de la imagen de la reina Tudor comenzó a desarrollarse. El retratista y miniaturista inglés Nicholas Hilliard realizó en el año de 1574 el retrato del pelícano. Las diferencias con la primera pintura son bastante evidentes. El rostro de la reina se nota mucho más severo y con apenas unas delgadas líneas para defnir sus rasgos, sin opacar su blanca y tersa piel. Porta un vestido suntuoso de un color similar al anterior, aunque se le suman partes en color crema, pero las perlas y joyas se mantienen, así como una diadema pequeña sobre sus rizos rojizos. Nuevamente se muestran sus manos, esta vez sostienen lo que parece ser una pequeña pila de pliegos o sobres que denotan a un personaje envuelto en negocios o asuntos importantes. Es necesario señalar los símbolos que se encuentran sobre los hombros de Elizabeth I: del lado izquierdo se ubica un escudo de una rosa roja que posa una corona; esto refere a la casa reinante Tudor. Mientras, a la derecha, hay una for de lis que representa la constante demanda de Inglaterra por el trono francés. Y por encima, en la parte superior se halla una corona imperial; a partir de esto, el autor refeja la superioridad del reino dentro de una posición de indudable poder y riqueza.

Ahora bien, considerando que para el momento en que el retrato fue realizado, la reina tenía poco más de 40 años. La insistencia por parte de sus súbditos y de la Corte para conseguir un marido y sustentar la continuidad de la dinastía en el poder con un heredero fue rechazada por ella misma. En suma, la reina defendió a la Iglesia protestante; además, logró arraigar su imagen sagrada. Elizabeth I adquirió la denominación de “La reina Virgen”. De esta manera, las siguientes representaciones pictóricas se apegaron a esta consideración y su imagen se fortaleció obteniendo el reconocimiento y admiración de los ingleses. Cabe resaltar que las perlas en sus retratos son símbolo de su virginidad. Asimismo, el broche que se posa sobre su pecho consiguió protagonismo por su simbolismo religioso. El pelícano tiene connotaciones bíblicas, puesto que en aquella época se decía que este animal, en específco la madre, era capaz de abrir su propio pecho para alimentar a sus crías con su sangre. Esto se condensa en un sentido de sacrifcio, redención y caridad por parte de la soberana para con su reino. Es en este momento que su fgura se torna incluso maternal y protectora, no muy ajeno a los ideales de una mujer de aquel periodo. Tan sólo un año después, un retrato más fue realizado; en este, la reina porta un vestido que nos recuerda a una armadura propia de un caballero medieval. Esto puede referir a la necesidad de plasmar a la regente no necesariamente como un ente femenino, sino como lo contrario: con una armadura que la coloca en disposición para enfrentarse a la guerra y con un rostro carente de expresiones, que le da un aspecto masculino, o bien, andrógino. Por esta razón, es posible que, para acreditar y consentir su gobierno, hubo que representarla con rasgos de un rey. Entre los años 1560 y 1580, se produjo El retrato del cedazo. Este también se centra en el objeto que lleva la reina en su mano, además de que posee mayor cantidad de elementos simbólicos. Entre ellos, destacan el vestido negro decorado con perlas y el accesorio que lleva alrededor del cuello; estos denotan la riqueza de la Corona, pues se trataba de prendas bastante costosas por el material con el que eran hechas. No se puede omitir su rostro inexpresivo, ni su cabello rojizo —se decía que poseía gran cantidad de pelucas— y su tocado modesto. A la derecha, se aprecia un espacio en donde se encuentran miembros de su Corte pasando el tiempo y disfrutando. En la parte posterior, se vislumbra un globo terráqueo; este elemento puede verse en retratos de otros gobernantes también: representa las ambiciones del reino en expandirse, así como el dominio territorial de éste.

Los elementos restantes hacen referencia a la mitología grecolatina. Del lado izquierdo, en la columna se presumen ilustraciones sobre la historia de Eneas, héroe de Troya, quien abandonó a la reina de Cartago, Dido, por cumplir con su labor como rey; lo que posteriormente llevó a la fundación de Roma. Esto hace alusión al hecho de la deliberada elección de Elizabeth I de no contraer matrimonio para así dedicarse al gobierno del reino de Inglaterra con quien, se dice metafóricamente, la soberana se casó. Por lo tanto, puede ser vista como una acción un tanto heroica de su parte. Finalmente, el tamiz que se encuentra en la parte inferior equipara a la reina con el personaje de Tuccia, sacerdotisa/virgen vestal de la Antigua Roma cuya virginidad fue cuestionada. Entonces, de acuerdo con la creencia de que los dioses efectúan milagros sobre aquellos que sus virtudes han sido cuestionadas injustamente, Tuccia llevó agua en un tamiz o cedazo sin derramar ni una gota. De esta manera, logró probar su pureza; nuevamente se hace énfasis en la castidad de Elizabeth I como una de sus grandes virtudes, además de sobreponer su labor monárquica, sublimando así su imagen a los relatos grecolatinos. Como último ejemplo, tenemos El retrato de la Armada; elaborado 30 años después de que Elizabeth asumiera el trono, al mismo tiempo que Inglaterra se enfrentaba con España y venció a su ofensiva militar denominada “La Armada Invencible” tras un intento fallido de invasión. En la pintura está plasmada la posición de la reina ante el conficto: las ventanas que se encuentran en el fondo dan hacia el mar y muestran dos escenarios contrarios. En la ventana izquierda se observan las fotas inglesas en un ambiente de calma, pero preparadas para el enfrentamiento. A la derecha, las naves españolas se muestran en medio del caos y la tormenta, a punto de ser abatidas por el mar. La reina, rodeada de un lujo desmedido, porta un fastuoso vestido color negro y crema, con demasiadas perlas tanto en la prenda como colgando de su cuello y en el tocado. Su cara, imperturbable, está rodeada por una gorguera de encaje y en sus manos sostiene un abanico color blanco. A su derecha, descansa la corona imperial Tudor y, en la parte inferior, un globo terráqueo bajo las fnas manos de la reina, como símbolo de dominio y control, con un dedo que apunta fuera de Europa y que presuntamente está dirigido hacia América; esto es en relación con los deseos de expandir el reino inglés. En la esquina inferior derecha, se encuentra una escultura de bronce con forma de sirena que hace referencia a las criaturas mitológicas que engañaban a los marineros a su conveniencia, lo que indica la habilidad de Elizabeth para vencer a la fota de España. Para el momento en que este retrato fue realizado, Elizabeth I ya había consolidado su gobierno, sobre todo por el evento mencionado. Esto le hizo conseguir cierta estabilidad política para Inglaterra, aquello enmendó los errores de su padre y de su hermana, lo que le ganó la admiración de sus súbditos.

Sin embargo, a partir de los elementos que conforman el retrato anterior, podemos deducir que realmente la fgura de Elizabeth per se, pasó a segundo plano. Su cuerpo escondido y reducido por todo su suntuoso atuendo, probablemente importado, que ya bien hablaba de su posición, fue opacada por la representación ideal de poder. Roba la atención toda la parafernalia que monta un escenario alrededor de la propia reina. A pesar de toda la riqueza innegable de la Corona, la reproducción de su efgie no signifcó una separación entre la reina con los ingleses, ya que mantuvo la Corte abierta para mantener cierto contacto con el “pueblo”. Aunque, más bien, fue su idealización con tintes religiosos la que pudo crear cierto vínculo. De esta manera se confguró la imagen de una reina virgen como madre abnegada pero poderosa, frme e inteligente. Cabe mencionar que el rostro de Elizabeth siempre luce jovial para mantener la imagen de un reino estable y evitar sospechas de los súbditos de que pronto terminaría su gobierno.

Comparaci N Con Enrique Viii Y Mar A I

Podría continuar examinando más retratos de la reina Elizabeth I, sin embargo, quisiera enfatizar los elementos de una imagen intencionalmente creada junto con otros cuadros de la misma dinastía para así poder señalar las diferencias en cuestión de género, así como de los factores políticos que infuyeron en el ideario. Como se ha mencionado previamente, Elizabeth

I fue la última de la casa Tudor en ocupar la Corona. No obstante, fue la única que pudo establecer un mandato sólido y duradero. Su padre, Enrique VIII, también fue representado en retratos, aunque su gobierno no creó tan buenas relaciones.

En un cuadro realizado en el año de 1540, destaca la sencillez en comparación con el último retrato mencionado de su hija. El fondo es monótono, el rey se encuentra de frente posando con una mano en la cintura. Si bien su vestimenta demuestra su posición, no hay mucho detalle en los elementos que él porta: lleva en la mano derecha un guante y en la otra, empuña una daga. La falta de simbolismos apela a la poca necesidad de validar su gobierno, ya que se trata de un monarca varón que implementó deliberadamente reformas para conseguir anular sus matrimonios; además de mandar a decapitar a sus esposas bajo el cargo de traición y adulterio. Su mera imagen bastaba para reconocer al soberano. No obstante, su voluminoso cuerpo no pasa desapercibido, ni tampoco sus rasgos faciales con un poco más de detalle que los de Elizabeth; esto remarca la idea de que el mismo Enrique consigue el protagonismo por sí solo.

Por otro lado, en la efgie de su hermana María I, encontrada en el Museo del Prado y elaborada unos cuantos años antes de su muerte en 1554, puede notarse también una diferencia que contrasta con los retratos de Elizabeth. No es tan sencillo como el de su padre, pero no está llena de elementos lujosos ni exuberantes que simbolicen su condición como mujer casada o como madre. Su indumentaria luce sofsticada, aunque sobria y su rostro se nota un tanto viejo. El único símbolo presente es la rosa que lleva en su mano que refere a la casa Tudor. Los colores de la pintura son lúgubres tal como pudo ser su gobierno, pues antepuso sus intereses ideológicos, cobrando la vida de muchos.

De acuerdo con esto, podemos resaltar los componentes que dieron signifcado a los retratos de la monarca. Aquellos simbolismos fueron aplicados a su fgura por la insistencia de evidenciar las condiciones de la reina asignadas a partir de su género, como la virginidad, pureza, castidad, la maternidad o el matrimonio. Y no sufciente con ello, otorgar a su imagen aspectos masculinos para reconocerla como autoridad, como si su legitimidad de sucesión, acciones políticas y carácter propio no bastaran para cargar con el peso de la Corona; esto únicamente para cumplir con las expectativas del reino de Inglaterra. Entonces, lo que se puede observar en los retratos no es precisamente a Elizabeth en sí, ni su personalidad o individualidad, sino a la monarca; en otras palabras, un conjunto de ideas expresadas por medio de símbolos que conforman su imagen como regente de un país. De esta manera, las efgies logran su cometido: representar ideal y estratégicamente a la líder del reino, así como las condiciones de la Corona, ante sus súbditos y a otros dirigentes.

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