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MI MADRE

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AURELIA

AURELIA

Priscila Penélope Bisher Peña

Mi madre tenía un amante. Desvelaba por fregar trastes, destellar la casa, hasta por fuera. Recuerdo su aroma, para mí, un sedante, un cariño que porta rife, protección de carácter militante.

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Mi madre amaba a mi padre, le conocía cada maña, cada lamento le pertenecía. Ella me contaba relatos del pasado, cosa que a sólo a mí confaba por las mañanas.

Los martes sí, los miércoles no; los sábados sí, y los domingos por qué no salíamos a caminar por el barrio donde me crió, entre tendederos donde el chisme se corría, este jugando a hacerse valiente.

Por una manta se ocultaban la cara y era así como uno mentía, con ambas manos atadas después de hacer de comer, limpiar otra vez, planchar la ropa, darle un beso al bebé. Arrastrando sus pies por las zapatillas, sólo se escuchaba eso, ni las vajillas.

Ni su llanto en la oscuridad que mi padre negaba presenciar.

Al poco tiempo le descubrí a mi madre, la que si se está desmoronando la casa, es la primera en detenerla con su espalda.

La que fregaba trastes, sigilosa, cual ratón, que la lengua se la devoró, de belleza envidiable.

Su melancolía le justifcaba un corazón insaciable.

Mi madre en meses, le descubrí a su amante.

Que la protegía del dolor.

De cara blanca, esculpida.

Mi madre tenía a su amante.

Era la muerte.

Con la que soñaba hospedarse.

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