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LA HISTORIA: ECO DE VIDA Y MUERTE

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Armando Roa Torres

Los exploradores del pasado no son hombres totalmente libres. El pasado es su tirano, y les prohíbe que sepan de él lo que él mismo no les entrega, científcamente o no. Marc bLoch, IntroduccIón a la HIstorIa

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Ningún grupo es amnésico. Acordarse para él, es existir; perder la memoria, es desaparecer. charLes-oLiVier carboneLL, la HIstorIografía

VisLuMbrar La eXperiencia deL caMbio en eL uMbraL deL espíritu puede convertirse en una faena compleja si olvidamos que, sumergidos en la ininterrumpida transición de nuestra existencia, la alteración y el equilibrio, permanencia y vicisitud, son porciones de la realidad que funden y moldean en paralelo la vida misma. De modo que distinguir ambos jirones con la fnalidad de comprender y explicar a las ánimas de tiempos remotos se vuelve una labor muy seductora.

Resulta tenebroso y cautivador el deseo de conocer y reconocer tiempos de antaño; no obstante, terminamos de retocar con las últimas pinceladas cuando descubrimos que el lienzo del recuerdo está aún incompleto. Se revelan la inestabilidad y la confusión de la memoria como los invencibles demonios que imposibilitan nuestras vanas intenciones por traer de regreso al recuerdo intacto. Lo anterior se debe a que sólo podemos recordar aquellos instantes que elevan nuestro espíritu más allá de nosotros mismos, es decir, los que nos han trascendido y, en consecuencia, que sobrepasaron los horizontes del momento preciso en el que ocurrieron; el resto permanece perdido y confuso en las tinieblas u olvidado por siempre. Asimismo, las brevedades que tienen un signifcado abismal, que le han consagrado un sentido a la vida y que han salvado de la insignifcancia a un acontecimiento, son las únicas que sobreviven al mortal paso de nuestros días. De manera análoga, las diversas sociedades que han habitado y poblado todos los confnes del mundo a lo largo de los siglos se han preocupado por satisfacer la insaciable necesidad de rescatar y preservar, para su devenir generacional, lo más signifcativo e importante hasta su propia actualidad.

Apenas ganamos consciencia del interminable andar de tantas décadas cuando, paradójicamente, el cambio está ya refejado a nuestro alrededor y ninguna fuerza humana o espiritual que pretendan modifcar el ayer pueden hacerlo.1 Tanto individuos en sociedad, como sociedades con múltiples individuos, han buscado desesperadamente por centurias una manera de combatir y vencer defnitivamente a un oscuro príncipe llamado pasado, protegido por su inconmensurable muralla a la que conocemos como tiempo. ¿Cómo defnir al interminable conficto en el que estamos coludidos los exploradores del pasado?; ¿cómo combatir contra el pasado y el tiempo?; ¿por qué y para qué declarar esta guerra?; ¿terminará algún día?

1 Véanse Erich Kahler, “El signifcado del signifcado”, en ¿Qué es la historia?, trad. Juan Almela, México, fce, 1966, pp. 13-23; Charles-Olivier Carbonell, La historiografía, trad. Aurelio Garzón del Camino, México, fce, 5ª reimpr., 2017 [1986], pp. 9-11 y Tzvetan Todorov, “La conservación del pasado”, en Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo xx, trad. Manuel Serrat Crespo, Barcelona, Península, 2002, pp. 146-160.

Intentaremos responder en las siguientes líneas a estas viejas interrogantes y con ello, tratar de superar las nuevas que se manifesten. II

Es la historia un enemigo grande y declarado contra la injuria de los tiempos, de los cuales claramente triunfa. Es un reparador de la mortalidad de los hombres y una recompensa de la brevedad de esta vida. fray Juan de torqueMada, Monarquía IndIana

Bautizamos como historia al acontecer del hombre en el tiempo, pero hay que hacer tres distinciones. En las primeras dos diremos historia entendiendo cualquier realidad del pasado e Historia a la disciplina que investiga y da cuenta de las realidades históricas. Del confictivo matrimonio de ambas nace la tercera: Historiografía. José Gaos ––flósofo español llegado a tierra mestiza desde 1938 tras la guerra civil peninsular––propuso magistralmente “reservar la palabra ‘historia’ para designar la realidad histórica” y usar el término Historiografía “para designar el género literario o la ciencia que tiene por objeto la realidad histórica”. A la sazón, lo que se indaga y conoce son las realidades históricas. De hecho, en griego, historia ( ίστορία ) signifca averiguación.2

En enero de 1961, como parte del ciclo Trevelyan Conferences impartido por un diplomático e historiador británico en Cambridge, tuvo lugar la primera ponencia donde concluyó lo siguiente:

2 Para la solución de la ambigüedad en los términos ya dichos, cf. José Gaos, Notas sobre la historiografía, en Álvaro Matute, La teoría de la historia en México, 1940-1973, México, sep, 1974, pp. 66-93, el subrayado es mío, y las propuestas de Javier Rico Moreno, “Análisis y crítica en la historiografía”, en Rosa Camelo y Miguel Pastrana (ed.), La experiencia historiográfca, VIII coloquio de análisis historiográfco, México, unaM / iih, 2009, pp. 199-212.

Mi primera contestación a la pregunta de qué es la Historia será pues la siguiente: un proceso continuo entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fn entre el presente y el pasado.3

La primera pregunta la arroja el historiador a los hombres de épocas remotas; no obstante, lo que recibe como respuesta son sombrías y confusas voces que le susurran las sendas por las que encontrará los restos de lo que alguna vez fueron. No es un pasado, sino múltiples y diferentes pasados; reino de tímidos soberanos que nunca se nos revelarán plenamente, protegidos por el destructivo recorrido del tiempo a través de las décadas y los siglos. Vestigios, monumentos, memoriales, cartas, diarios, crónicas, leyendas, libros, proverbios, cantares y mitos son algunas de las reliquias que los tiranos olvidaron llevarse consigo, y que el tiempo ha perdonado de la muerte; pero como todo soberano, nunca es de far. Por eso, no hay que creerle ciegamente. Si preguntamos toscamente, la voz que aún vive en cada fuente no nos dirá lo que deseamos conocer, sólo nos permitirá saber lo que está acostumbrada a decir y después de eso, no contará ni una sola palabra más. Si deseamos conocerla a fondo, no debemos alojarla en un interrogatorio ni ponerla ante el tribunal. Es menester dejarle claro que no se juzgará y arremeterá en su contra; antes bien, somos los emisarios de aquellas almas que ya no pueden escucharse en el mundo de los vivos, y tenemos la hermosa encomienda de hablar por ellas, conocerlas lo mejor posible, comprenderlas y explicarlas, aceptando que sus vidas también estuvieron, en su mayoría, bañadas de rebosante humanidad.

Iii

Si la historia no nos sacara de nosotros mismos, ¿cómo encontraríamos por medio de ella una subjetividad menos egoísta, más mediata, en una palabra, más humana? pauL ricoeur, HIstorIa y Verdad

La inquisición histórica […] nos hace partícipes de experiencias no vividas, pero con las cuales nos identifcamos y formamos nuestra idea de la pluralidad de la aventura humana. enrique fLorescano, la funcIón socIal de la HIstorIa

Determinar si nuestro conocimiento de los diversos pasados es objetivo o relativo se ha convertido en un tormento para los emisarios de los muertos. Abarcar todo el pasado es como caminar sin rumbo a través de dunas desconocidas: obra posible, pero inútil. Edmundo O’ Gorman, uno de los más titánicos pensadores mexicanos, pronunció a fnales de 1945 que los historiadores debemos buscar una visión auténtica en lugar de una visión completa de otros tiempos; la primera es concreta, la segunda, abstracta.4 Y sigue teniendo razón; la selección y delimitación espacio-temporal que desempeña el historiador al inquirir en el tiempo es imprescindible para rendir cuentas de la polisémica actividad humana en un momento y lugar específcos sin perdernos en el viaje.

Resulta pues que el historiador conoce una o varias realidades históricas del pasado. La controversia ahora fota entre estudiar al hombre o al tiempo; la solución es que sabemos del hombre mediante el andar de los años. Los portavoces del ayer somos humanos en el tiempo, nos movemos en la Historia, somos historia. En 1946, tres años después de su muerte, los manuscritos del respetable historiador inglés Robin G. Collingwood vieron la luz en un libro donde se anotó que:

4 Véanse Edmundo O’ Gorman, “Consideraciones sobre la verdad en historia”, en Ensayos de flosofía de la historia, selección y presentación de Álvaro Matute, México, unaM/iih, 2007 [1945], pp. 13-20, y Álvaro Matute y Evelia Trejo, La Historia, cdMX, Seminario de Cultura Mexicana, 2018, pp. 7-14.

La historia es “para” el autoconocimiento humano […] Conocerse a sí mismo signifca conocer primero, qué es ser hombre; segundo, qué es ser el tipo de hombre que se es, y tercero, qué es ser el hombre que uno es y no otro. Conocerse a sí mismo signifca conocer lo que se puede hacer, y puesto que nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta, la única pista para saber lo que puede hacer el hombre es averiguar lo que ha hecho. El valor de la historia, por consiguiente, consiste en que nos enseña lo que el hombre ha hecho y en ese sentido lo que es el hombre.5

Los historiadores somos parte de una procesión que no vemos desde el cielo, sino que participamos activamente en ella, y, por ende, el sentido que redituemos a nuestro discurso y la reconstrucción que entreguemos de lo ocurrido no puede escapar de la atmósfera actual desde donde hacemos ίστορία . A comienzos de la segunda mitad del siglo XX , un flósofo francés apuntó que “es la refexión la que nos asegura constantemente que el objeto de la historia es el mismo sujeto humano”; el historiador, como cualquier mortal, se mueve en la historia, hace Historia, vive en ella y de ella a la par. En suma, es miembro de la interminable encrucijada de la humanidad.

La escurridiza entidad “naturaleza humana” ha mudado tanto de país a país y de un siglo a otro, que es difícil no considerarla como fenómeno histórico al que confguran las convenciones y condiciones sociales imperantes. edward h. carr, ¿qué es la HIstorIa?

Cada generación tiene la necesidad ineludible de enfrentarse con su pasado, su realidad vital, y, por lo tanto, cada generación pronuncia su verdad. edMundo o´gorMan, ensayos de fIlosofía de la HIstorIa

5 R. G. Collingwood, Idea de la Historia. Edición revisada que incluye las conferencias de 1926-1928, ed. prefacio e introd. Jan Van der Dussen, trad. Edmundo O’ Gorman y Jorge Hernández Campos, México, fce, 4 reimpr., 2017 [1946], pp. 69-70; desde 1978 hasta hoy los manuscritos se pueden consultar en la Bodleian Library, en Oxford University.

6 Paul Ricoeur, “Objetividad y subjetividad en historia”, en Historia y Verdad, trad. Alfonso Ortiz García, Madrid, Encuentro, 1990 [1955], p. 40.

Hace poco, un divulgador pronunció en una conferencia que la historia es una sucesión de causas y efectos, nada en la historia puede estar fuera de eso. Unos minutos más adelante, afrmó que la mente humana es idéntica en todas las culturas.7 Si ambas frases se toman como válidas, habrá que sustentarlas para que lleguen a serlo.

Uno de los males que más han fagelado al conocimiento histórico en los últimos dos siglos es dar por sentado que existen entidades ya constituidas previamente en una especie de vacío, a las cuales la historia les sucede como una eventualidad o accidente, en una palabra, el mal del esencialismo.

El síntoma más signifcativo de este padecimiento y al cual trataremos es el famoso ente llamado naturaleza humana. Un segundo achaque abrumador para la labor histórica ha sido la necesaria ley de causalidad, aferrada en postular un vínculo lineal entre un hecho y otro. En este caso, versaremos sobre el síntoma de la norma causa-efecto en la historia.

En 1940 se publicó un artículo del ya referido flósofo peninsular José Gaos en una revista de la UNAM en el cual escribió:

Es innegable el que nos parece que los caballos de Aquiles o el perro de Ulises no son diferentes de nuestros caballos y perros, que las bandadas de aves o los bancos de sardinas de la época prehistórica no eran diferentes de las que vemos pasar sobre nuestras cabezas o los que persiguen los pescadores del día —al modo como diferentes de nosotros nos parecen Aquiles y Ulises.8

Hablar de naturaleza humana es una ilusión. Es innegable que existen algunas actividades que son homogéneas para distintas sociedades alejadas entre sí por el tiempo y el espacio, como el desarrollo comercial y económico, la jerarquización socio-política, la expansión geográfca de las fronteras o las creencias morales y espirituales; también se ha distinguido que es en las sociedades más “civilizadas” donde afora más fácilmente la barbarie.9 Sin embargo, acoger como real la idea de que la mente humana es igual por todas partes en todas las épocas no nos coloca en mejor posición que en la que se encuentran el cardumen de peces o la colmena de abejas. Hay que insistir y enfatizar que la historia es un “proceso cuya realidad primaria es la rica variedad de los individuos”, ya que no se trata de un pasado del hombre cualquiera, sino de nuestro pasado, sustancialmente diferente al de estos, y del de aquellos.10 Tampoco podemos afrmar que los fenómenos a escala social carezcan de importancia en vista de los genios individuales. Edward H. Carr percibía en la segunda entrega de las Trevelyan Conferences que:

7 Juan Miguel Zunzunegui, “Los mitos de la conquista”, México, como parte de la Cátedra Alfonso Reyes, Tecnológico de Monterrey, transmitida de manera virtual el 21 de septiembre de 2021.

8 José Gaos, “Sobre Sociedad e Historia”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 2, núm. 1 (1940), pp. 13-14; También se puede consultar en José Gaos, Obras Completas, VII. Filosofía de la flosofía e Historia de la flosofía, México, unaM, 1987, pp. 157-169.

No es que la noción del hombre como individuo induzca ni más ni menos a error que su noción como miembro de un grupo; lo que induce a error es el intento de separar ambas nociones.

Para fnalmente colegir que los hechos históricos son “los hechos acerca de las relaciones existentes entre los individuos en el seno de la sociedad”.11 Ambos horizontes son inseparables y en la medida en que tropecemos con la inexorable relación que vincula al individuo en la sociedad —de la que es producto— con la sociedad consecuente de genios individuales aledaños, caeremos más en la cuenta de que la frase la mente humana es idéntica en todas las culturas es una falacia que simboliza el escaso sentido común y la insufciente seriedad de quien lo sostenga actualmente.

Repetidas ocasiones hemos escuchado sobre la indiscutible fórmula científca de acción-reacción: a toda causa, una consecuencia directa.

9 Véase, por ejemplo, Edgar Morin, Breve Historia de la Barbarie en Occidente, Buenos Aires, Paidós, 2006, pp. 13-41.

10 Véase Edmundo O’ Gorman, “La Historia: Apocalipsis y Evangelio”, en Historiología: Teoría y Práctica, estudio introductorio y selección de Álvaro Matute, México, unaM/iih, 1999, p. 204.

11 Edward H. Carr, op. cit., pp. 113 y 118 respectivamente. La conferencia se tituló “La sociedad y el individuo”.

Desempeña bien su trabajo en el mundo de las ciencias naturales, pero no lo sufciente en el de las ciencias sociales; mucho menos en la Historia. Se ha dicho que nada en la historia puede estar fuera de eso; hay una pequeña ración de verdad en ello. Es inequívoco, por ejemplo, que, si un grupo intenta despojar violenta y deliberadamente de todo su patrimonio a otro, éste reaccione contra aquel de manera semejante. Al mismo tiempo, es irrebatible que, la existencia de una ruta comercial lo sobradamente extensa y accesible como para que su potestad signifque la hegemonía mercantil y económica, desatará incontables pugnas que busquen su dominio total; sin embargo, debemos reconocer que es absurdo y peligroso encadenar los acontecimientos históricos a los eslabones de causas y efectos.

Pongamos que el movimiento civil armado conocido como la Independencia en México fuera consecuencia directa del virreinato castellano, y que éste a su vez haya sido generado por el arribo de los aventureros europeos al continente americano. No terminamos ahí, puesto que el Nuevo Mundo se inserta en la “historia mundial” tras el Descubrimiento de América, éste sería un inevitable resultado de la autoridad cristiana en la península, lo cual a su vez sería ocasionado por la caída del Imperio bizantino, y así hasta llegar, con suerte, a los días de Heródoto en las islas griegas o de Moisés en los desiertos de Egipto. No se trata de atender únicamente a los grandes acontecimientos ni a los protagonistas clásicos de la historia, los pequeños sucesos y genios también trascienden y merecen a veces hasta mayor importancia que los convencionales. Para evitar tomar por indudable la disparatada afrmación de que la actual situación política, económica y religiosa de México es consecuencia directa de las acciones de un sujeto como Hernán Cortés, es menester reconocer que la causalidad y el esencialismo, llevados al límite, son áridos páramos en los cuales intentar sembrar la explicación histórica resulta una labranza improductiva y carente de signifcado.12 V

El objeto de nuestros estudios no es un fragmento de lo real, sino el hombre mismo, considerado en el seno de los grupos de que es miembro. Lucien febVre, coMbates por la HIstorIa

A fnales del siglo XX, en 1992, un admirable flósofo mexicano refexionaba sobre los prodigios que logra el historiador frente a los hechos. Señalaba la anécdota bíblica del profeta Ezequiel dándole vida a un valle de huesos secos y deleitándose ante la milagrosa resurrección de todo un ejército. Desde otro ángulo, el historiador español Ramón Iglesia ––también exiliado a México en 1939 tras la guerra civil peninsular–– amparaba una Historia menos industrializada en contra de aquella que porfaba por “separar lo más posible la historia de la vida”.13 El primero, en tono proverbial, orientaba al historiador a insufar vida a los hechos, concederles un signifcado; el segundo, resistía los constantes atentados que trataban de hacer a la Historia una ciencia. El siglo XIX, vio nacer la causalidad y el esencialismo, dos confnes inalcanzables actualmente en nuestra disciplina simplemente porque la ίστορία no puede ser científca.

Durante casi un siglo entero, un libro de historia respetable debía ser erudito, imparcial y sólido; tenía que dejar hablar por sí solos a los interminables documentos ofciales consultados en innumerables bibliotecas y archivos gubernamentales; su contenido se limitaba a los aspectos políticos con el objetivo de aleccionar el conocimiento histórico a las riendas del ascendente progreso positivista. Los ámbitos social, económico y cultural fueron barridos del mapa por su insignifcancia para la época; se aniquilaron las facciones literarias y críticas-flosófcas, y el historiador debía únicamente narrar lo que realmente pasó. 14

12 Véase Edmundo O’ Gorman, “Fantasmas en la narrativa historiográfca”, en Ensayos de flosofía de la historia, selección y presentación de Álvaro Matute, México, unaM/iih, 2007 [1945], pp. 103-110, pues ilustra extraordinariamente la austeridad de sentido de la causalidad y el esencialismo para la explicación histórica, y sobre dicha ilustración expongo mis argumentos de manera análoga a la suya. Cf. Edward H. Carr, “La causación en la historia”, op. cit., pp. 153-175; aquí se exponen opiniones interesantes que versan sobre la causalidad y el azar en la historia.

13 Véase Miguel León-Portilla, “El tiempo y la historia”, en El historiador frente a la historia. Corrientes historiográfcas actuales, México, iih, 1992, p. 60, y Ramón Iglesia, “Sobre el estado actual de los estudios históricos”, en El hombre Colón y otros ensayos, México, fce, 1986 [1944], pp. 26-32.

En suma, el historiador decimonónico era materia vacía y deshumanizada cuya maldición era morir en la eterna búsqueda de lo inédito y en caso de dar con ello, compilarlo enciclopédicamente y desentenderse de la corpulenta obra que había ensamblado sin sentido alguno; empero, no por ello sus exuberantes estudios carecen de mérito. Posteriormente, otro historiador mexicano proponía una resignifcación de los testimonios ya existentes mediante la heurística15, es decir, el arte de buscar los materiales necesarios, asegurando que la imaginación precede a la investigación y manifestando la envergadura que tiene el quehacer crítico frente a los hechos y todo aquello que pueda ser utilizado para la reconstrucción del pasado.16

La historia científca pretende dar con las leyes que gobiernan el comportamiento de la naturaleza humana, ¡como si en verdad el humano fuera predecible siempre!; estudiando su actuación mediante postulados descaradamente generales de causalidad, buscando demostrarlo mediante la comprobación de innumerables fuentes, y alejando al historiador de la exquisita incertidumbre de la vida, volviéndolo impasible y apático al presente, deshumanizándolo.

Vi

Cuando mis pálidos restos oprima la tierra ya, sobre la olvidada fosa, ¿quién vendrá a llorar? / ¿Quién, en fn, al otro día, cuando el sol vuelva a brillar, de que pasé por el mundo, quién se acordará? gustaVo a. bécquer, rIMa lxI

¿Qué historiador no ha soñado, como Ulises, en alimentar las sombras con sangre a fn de interrogarlas? Marc bLoch, IntroduccIón a la HIstorIa

Dar una conclusión al viaje que hemos emprendido es imposible porque no terminará nunca. La Historia no es un museo de objetos muertos o curiosidades que se pueden contemplar pasivamente en una vitrina; nuestra labor no se reduce a una insignifcante colección de interesantes ¿sabías que?, mucho menos a la vacía memorización exhaustiva de fechas, nombres, acontecimientos, lugares. Conocer es una obligación del historiador, no una virtud. Generalizar en nuestra disciplina es útil, pero no esencial. No estudiamos a las sociedades e individuos del pasado para predecir el futuro ni para adiestrar al presente inmediato, sino para comprender y explicar nuestra realidad. La guerra contra la crueldad del inmortal y despiadado tiempo al cual el historiador mortal, fnito y humano debe encarar, no cesará jamás. Somos el fruto cambiante, inestable, indeciso y pasional de la realidad versátil en la que existimos, y gracias a eso, nuestra reunión con los muertos será eterna hasta el fn de los tiempos, pues a ellos debemos en parte lo que somos y podemos ser; poseemos el maravilloso compromiso de llevar nuestro espíritu hasta los más oscuros valles para encontrarlos y escuchar sus historias, pero ellos no pueden acompañarnos de regreso.

Y una vez aprendidas sus encrucijadas, de regreso a la realidad vital, debemos concederles una nueva oportunidad para ser escuchados en nuestro mundo. Finalmente, y en virtud de ello, al conferirle un sentido y un signifcado a su antigua vida, sin querer, lo estamos haciendo con la nuestra también; pues en la medida en que tentamos la delgada superfcie del mar que separa el ayer del hoy, distinguimos un confuso refejo tras el cual vislumbramos la pertenencia de ambos horizontes a la misma humanidad. Es la Historia un sagrado obsequio que nos permite disfrutar la estimulante y dolorosa experiencia de sentir esa desconocida e imprevisible esencia que baña nuestro afortunado espíritu de la efímera aventura a la que llamamos Vivir.

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