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MI PATRIA, LA MUERTE

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SARA URIBE, ANTÍGONA GONZÁLEZ, OAXACA, MÉXICO, SUR EDICIONES, 2012.

José Francisco Andrade Cruz

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Mi patria, eL coMaLa de ruLfo, el San Fernando de Sara Uribe, el pueblo de muertos para ambos, dónde llegamos buscando a alguien, tal vez un cuerpo, un familiar o simplemente un recuerdo y terminamos dándonos cuenta de que nosotros también estamos muertos. Muertos de angustia, de vivir así, consumidos por la impunidad y la violencia. ¿Cuántos Pedro Páramo se acumulan en el país? Malhechores desgraciados que se rigen bajo su propia ley, ¿cuántos Tadeos se siguen sumando a su lista de víctimas bajo la complacencia del Estado?

En el poemario titulado Antígona González (2012), la queretana Sara Uribe (1978) no sólo hereda la tradición rulfana, sino que también retrata un mundo que se ha sintetizado con la obra del escritor jalisciense. En 1955, Rulfo inmortalizó el comienzo de su novela de la siguiente forma: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro

Páramo”.1 En 2012, Uribe reitera ese viaje que, como mexicanos, seguimos haciendo: “Vine a San Fernando a buscarte, Tadeo. Vine a ver si alguno de estos cuerpos es el tuyo”.2 La escritora asimila la herencia de la muerte que, desde 1955, Rulfo ensayaba como fcción, pero que con el paso del tiempo se ha convertido en la realidad de un país que hasta la fecha sigue azotado por la violencia.

El poemario de Sara Uribe narra la búsqueda de Antígona González, mujer tamaulipeca que busca el cuerpo de su hermano Tadeo, a quien asume muerto y víctima del crimen organizado. Si bien el calvario de Antígona es el hilo conductor que le da unidad al poemario, la obra está compuesta por una polifonía de voces que se integran y se interponen una tras otra a lo largo del texto. Esto, con la fnalidad de exponer que el caso de Tadeo no es el único, ni es poco común. Al contrario, la muerte y las desapariciones forzadas son la constante que, por años, ha ido aumentando en un país que se trasluce impune.

Las voces o fragmentos que aparecen provienen de la apropiación, intervención y reescritura de notas de prensa, testimonios de familiares de víctimas, de colectivos dedicados a la búsqueda de desaparecidos en México, de blogs de activistas que dan apoyo y seguimiento a casos de violencia y desaparición, textos académicos, poemarios, piezas de teatro y de teoría referente al mito clásico de Antígona. Todas las voces confuyen y se conectan, todos los fragmentos crean un testimonio colectivo que busca humanizar nuevamente a las víctimas que, por miedo y el efecto de la impunidad, son tratados como cifras o reportes que poco a poco los han despojados de su nombre, de su memoria, de lo que eran y continúan siendo para sus familiares.

El título de Antígona González no es una elección al azar. El propio texto refeja su importancia aludiendo a la mitología clásica. Retoma la historia de una mujer en busca del cadáver de su hermano y a la que la ley (su tío, gobernante de Tebas) no le permite dar sepultura. Este ritual, particularmente, era de extrema importancia en la Grecia clásica pues se pensaba que esta ceremonia era la que permitía el traslado en paz del alma de los muertos a la otra vida.

En el poemario, además de la referencia clásica, Sara Uribe hace un recuento de todas las reinterpretaciones y tropicalizaciones que la cultura ha hecho del mito clásico de Antígona y que, en su mayoría, se han convertido en una constante histórica que representa la búsqueda de desaparecidos. “No quería ser una Antígona, pero me tocó”3 dice una de las voces poéticas que aparecen durante el relato. El propósito de Antígona González y el de todas las demás Antígonas es: “El descanso de los que buscan y el de los que no han sido encontrados. Quiero nombrar las voces de las historias que ocurren aquí”.4

La escritora no sólo se atiene a retratar la violencia y el doloroso camino que siguen los familiares en su periplo para dar con los cuerpos de sus seres queridos, sino que también narra su viaje interior; lo desgastante y deshumanizante que es vivir esta procesión a la cual se le suma la impotencia por la impunidad e indiferencia expresada por las autoridades, así como el miedo de involucrarse o molestar al crimen organizado y sufrir las represalias. Además de la pena y el dolor, Uribe añade el peso de la realidad. Antígona González debe continuar con su vida, debe seguir trabajando, atendiendo alumnos, asistiendo a juntas, seguir adelante, a pesar de ya no sentirse dueña de ella, rebasada por todas las circunstancias que la han consumido.

Yo también estoy desapareciendo, Tadeo. / Y todos aquí, si tu cuerpo, si los cuerpos de los nuestros. / Todos aquí iremos desapareciendo si nadie nos busca, si nadie nos nombra. / Todos aquí iremos desapareciendo si nos quedamos inermes sólo viéndonos entre nosotros, viendo cómo desaparecemos uno a uno.5

Verso tras verso, Sara Uribe teje un diálogo polifónico, rico en referencias culturales como las ya mencionadas reinterpretaciones de Antígona. Esto le confere al texto un elemento estético nutrido de diversas tradiciones y fuentes que invita al lector a buscar y descubrir el origen de cada voz que se cita y desaparece. Sin embargo, conforme avanza el poema, la escritora va dejando al lector cada vez más solo, hasta encontrarse de frente con testimonios desgarradores, presentados de golpe y sin ninguna sutileza que disminuya su horror. “¿Fue usted quien declaró muerto al cadáver?

Es lo más difícil que me ha tocado hacer en mi vida”.6 Este encontronazo con una realidad hosca y cruel se asemeja al proceso que viven las mismas Antígonas y que deja al lector embargado por un sentimiento desolador.

El poemario se estructura en tres partes, empezando con “Instrucciones para contar muertos” donde se enuncia el dolor de quien perdió a un familiar. Le sigue “¿Es esto lo que queda de los nuestros?” donde Antígona González evoca la memoria de su hermano y lo funde con una memoria colectiva de seres queridos y recuerdos que de pronto se esfumaron. Cierra con “Esta mañana hay una fla inmensa”, en esta última parte, Uribe borra las distancias entre cada Antígona para fnalizar con la contundencia de los fragmentos individuales recopilados de diferentes testimonios.

Diseñado para presentarse como monólogo bajo el encargo de Sandra Muñoz, actriz y codirectora de la obra estrenada el 29 de abril de 2012 por la compañía A-tar, el texto de Uribe ha logrado trascender fuera de los escenarios. Esto, debido a que además de ser una crítica a la negligencia política y la violencia de México, se ha convertido en un diálogo que conecta al lector

5 Ibid. p. 95

6 Ibid. p. 89 afectivamente con las víctimas de violencia, así como con sus familiares. Es imposible no salir diferente tras la lectura de Antígona González, a través de sus páginas nos involucramos más y más con estas voces que en el fondo buscan un objetivo humano y colectivo: paz, justicia y una vida digna. La pluma de Sara Uribe se traduce en un concierto de voces que fnaliza con la propia voz del lector. Leer Antígona González es convertirse en una más, en un ente en duelo, en una consciencia en la vigilia de la espera, en la rabia de la impunidad. Nadie sale libre de este libro, nadie se salva de convertirse en uno más, víctima o victimario “vivos estamos porque esta guerra no se acaba: Vivos estamos. Los que no nos hemos ido. Vivos. Aquí”.7

Si no cooperamos, si no nos convertimos en Antígona, ellos van a venir por nosotros, cada vez están más cerca, infltrados en el gobierno, en la ley. Le deja al lector la última palabra, después de un periplo doloroso, le cede el turno al lector, es momento de continuar nuestro viaje, de tomar la batuta. Antígona González se pregunta al fnal “¿Me ayudarás a levantar el cadáver?”,8 esperando que pronto logremos librar esta guerra, esperando que nosotros sí logremos salir vivos de Comala, de San Fernando, de esta patria que se ha convertido en muerte.

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