Miles de voces dirán que no fue en vano es una publicación de Café del Cerro Ediciones Registro de Propiedad Intelectual: 2022-A-185 ISBN: María Eugenia Meza Basaure © Diseño de Ximena Milosevic Díaz Edición de Clara Pérez Gutiérrez Retoque fotográfico de Ana María Baraona Henríquez Impresión Larrea Marca Digital Santiago de Chile, enero de 2022 Todas las fotos e imágenes de autor/a conocido/a, o pertenecientes a un archivo institucional o personal, están debidamente identificadas y autorizado su uso. La investigación que dio origen a este libro contó con el apoyo del Fondo de la Música en su línea de Investigación y Registro de la Música Nacional / Investigación, Publicación y Difusión del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
miles de voces dirán que no fue en vano maría eugenia meza basaure
Este libro fue escrito con la compañía espiritual de mi madre, padre y ancestros. Con el apoyo de Catalina, Clara y Edita. Y con la paciencia de mis amigas y amigos que, por años, me escucharon decir: “no puedo... estoy haciendo la historia del Café del Cerro”.
Para los artistas y trabajadores que amamos en vida y que siguen presentes en nuestros corazones y recuerdos. Honor y gloria. “Y la muerte perderá su dominio. Los muertos desnudos serán un solo muerto. Con el hombre en el viento y la Luna de occidente; cuando se descarnen los huesos y desaparezcan los huesos. Donde hubo codos y pies aparecerán estrellas. Y aunque se sumerjan en profundas aguas tendrán que resurgir. Y aunque los amantes se extravíen perdurará el amor. Y la muerte perderá su dominio. Y la muerte perderá su dominio”. Dylan Thomas
Aída Kleimkopf Andrés Bobe Antonio, Toño, Suzarte Benedicto, Piojo, Salinas Carlos, Negro, Medel Carlos Trujillo, Carloco Desiderio, Chere, Arenas Fernando González Franklin Caicedo Gastón Guzmán, Quelentaro Gervasio Gonzalo, Payo, Grondona Hugo Lagos Humberto Duvauchelle Inés Délano Ismael Durán Iván Pojomowsky Jaime Chamorro Jaime Vivanco John Smith Jorge Guerra
Luis, Pato, Valdivia Margot Loyola Monto Yarza Nelson Schwenke Orietta Escámez Oscar Olavarría Osvaldo, Gitano, Rodríguez Pablo Villafaña Patricio Bunster Pedro Pablo Humire Ricardo García Roberto Parra Rodrigo Álvarez Santiago Feliú Santos Rubio Sara González Sergio Bravo Tati Penna Víctor Parra Vicente Feliú
índice Nosotros, los de antes Ha llegado carta Retroceda, mire y recuerde El persistente pulso de la vida La historia de Ernesto con Antonia El engranaje humano Una cocina entretenida y eficaz Intuición, más que nada, intuición Diverso, joven y ... fiel Amedrentamientos y ataques Incitación a la Punta del Cerro Puertas adentro / Puertas afuera Innovando para atraer Haciendo camino en conjunto Una presencia nada de fugaz Develando el modelo de gestión El cierre fue definitivo De nostalgias y memorias Recordar para reconocer El valor del Café Mario y Maggie Referencias: fuentes vivas y documentales
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nosotros, los de antes
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Contradiciendo la conocida frase de nosotros los de antes ya no somos los mismos, podemos asegurar que nosotros SÍ seguimos siendo los mismos: los mismos ilusos y soñadores de siempre; los que amanecimos con Allende y despertamos con Pinochet. La generación bisagra que aprendió a golpes, pero que ha sabido enseñar con amor; la generación inmortal, que sobrevivió al horror sin dejar de sonreír. Somos los mismos constructores de sueños y esperanzas; emprendedores con capital y riesgo propios; apostadores de la vida, cuando la muerte nos rondaba el domicilio; equilibristas en el difícil arte de ser personas sin pasar por encima de los demás. Eternos rastreadores de la ternura, capaces de descubrirla y acogerla donde esté, ya sea en los aplausos a un artista al que queremos, en la sonrisa de un niño perdido en una playa de Punta Arenas o en la punta más alta del Morro de Arica.
A fin de cuentas, todo y nada ha cambiado, para nosotros, los mismos de ayer. Hablar del Café del Cerro ha sido -y será por mucho tiempo- una manera de reconectarnos, de apretar el botón correcto: el de la memoria que nos hace distinguir a nuestros iguales entre tantos diferentes; que nos ayuda a reconocernos en la calle, en una fiesta familiar donde, de la nada, llega alguien y te dice “sí, yo también fui al Café del Cerro alguna vez”, o encontrarte en un concierto con un artista famoso que nos pregunta “¿Te acordás querido Mario, te acordás querida Marjorie, lo que fue nuestra lujosa pasada por el Café?”. Y acto seguido se canta una canción donde la palabra luz se repite tantas veces, que hasta la oscuridad se queda vacía, porque hace de la noche un nuevo día. Con Marjorie Kusch, mi querida socia y compañera de toda la vida, la única palabra que nos surge con fuerza en las primeras páginas de este libro que cuenta esta parte central de nuestra historia, es gracias.
Gracias a quienes ayudaron con sus recuerdos al rescate de la memoria; gracias a los músicos, humoristas, actores, artistas extranjeros, bailarines, artesanos, pintores, gráficos, pegadores de afiches, cuidadores de autos, cocineros, lavaplatos, lavacopas, bartenders, garzones, cajeros, sonidistas que dieron vida al Café.
Gracias a los periodistas, a los de los medios de oposición y a los de la prensa oficialista que se las jugaron por difundir nuestra labor.
Gracias a los que estuvieron y ya no están.
Gracias a la gente de las municipalidades de Providencia y Peñalolén, que nos permitieron revivir lo que era encontrarnos en la música, bajo el alero de nuestro mural.
Gracias a los amigos del diario vivir en los talleres: diseñadores, editores, periodistas y poetas de la revista La Punta del Cerro, nuestro órgano oficial. Gracias a los clientes frecuentes y a los esporádicos; a toda la gente que aún se acuerda del Café; a los que pasaron por el Café un día y no lo olvidaron jamás. Gracias a las parejas que se armaron entonces y que ahora son hermosas familias; a los artesanos que animaron nuestras noches en la vereda de Ernesto Pinto Lagarrigue.
Gracias a quienes en los pasados años nos han recordado en artículos de prensa, series de televisión, documentales.
Gracias a la gente que hizo su vida al lado nuestro, que estuvo ahí de principio a fin, y que nosotros no olvidaremos hasta que se acaben los tiempos. Y a ustedes que leen este libro, gracias, gracias, gracias... Mario Navarro Andrade / Maggie Kusch Punta Arenas, 2021.
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ha llegado carta
¿Qué otro panorama mejor podría ofrecer Santiago de noche que la cartelera semanal del Café del Cerro?
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En plena dictadura, con el toque de queda institucionalizado, siempre a alguna hora de la madrugada, las imágenes de hombres sin rostro, con trajes camuflados, premunidos de bototos, cascos y fusiles se normalizaba de tal forma, que esa era la manera de vivir que teníamos los jóvenes chilenos entre el 73 y el 87. Había que hacerle el quite a los milicos y arrancarse de los pacos, pero todos sabíamos cómo sortearlos... Así se podía llegar sin grandes apremios al Barrio Bellavista, calle Ernesto Pinto Lagarrigue 192, esquina Antonia López de Bello. Bello, bello barrio, como diría Redolés.
IMÁGENES DEL CAFÉ DEL CERRO
Distinto era cómo había que esquivar a los que no eran pelaos rasos ni vestían uniformes, esos que andaban de civil, con chaquetas de cuero, lentes oscuros y arriba de un Fiat 125. Esos, esos mismos, llegaban noche tras noche camuflados al Café del Cerro... y el primer contra-control con que se encontraban era el de la Señora Eliana -madre de Marjorie Kusch, mi amiga, la Maggie o la Chica, pareja de Mario Navarro-, quien con su postura de dama inglesa infranqueable como un tótem y con su intuición infalible siempre supo a quién debía dejar pasar y quién no podía cruzar el umbral. Gracias a ella entramos al Café del Cerro todos los que podíamos y se quedaron fuera todos los que se tenían que quedar. Sin duda, la inteligencia de la Señora Eliana superó a la DINA y a la CNI.
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Franca Monteverde y Nelson Schwenke con Martina y Emiliano Navarro Kusch. (Archivo Navarro/Kusch).
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Su cartelera -que para el público disidente de la época de la dictadura era su máxima identificación- para los exponentes culturales, cantautores, músicos, bailarines, artistas gráficos, poetas, grupos emergentes y consagrados, fue un refugio y un espacio potente de trabajo, donde pudieron, con algún grado de seguridad y estabilidad, expresarse y recibir una remuneración que les permitió continuar, en alguna medida, con el desarrollo de sus proyectos personales y colectivos. Desde una perspectiva más sistémica, el espacio de expresión del Café del Cerro permitió impulsar, mantener y nunca detener, durante el período más oscuro y opresor de la dictadura, la potente voz del Canto Nuevo para el desarrollo de la cultura chilena y de la música latinoamericana prohibida, que allí, en un lugar privilegiado, se podía interpretar y escuchar.
Instituciones radiales (nunca televisivas) y culturales de la época fueron capaces de sostener proyectos importantes para este cometido, pero el Café del Cerro lideró una alternativa muy arriesgada, abriendo un espacio de expresión inédito para los creadores y artistas chilenos, siendo así conocidos y reconocidos por un tremendo público, también subterráneo para la época, y ahora, en la actualidad, tan consistente que vuelve a manifestar su disidencia y declarar la esencia de sus derechos en cada oportunidad de expresión social. Me atrevo a dar fe de que el Gatti, Pippo Guzmán, el Payo, Lucho Le Bert, Hugo Moraga, Isabel Aldunate, Eduardo Peralta, Congreso, Arak Pacha, Schwenke y Nilo y tantos otros tuvieron un potente espacio de expresión en el Café del Cerro, una fuente de trabajo remunerada y un lugar de luz para el encuentro, cercanía e identificación en las circunstancias tan oscuras que les tocó vivir.
Doy fe de que la Señora Eliana fue un pilar fundamental para el control de la contrainteligencia de la dictadura. Doy mi inmenso reconocimiento por el rescate de la cultura chilena y latinoamericana que, gracias a su aporte, su genialidad y generosidad, Mario Navarro contribuyó a liberar de los subterráneos pasillos de la dictadura. Maggie, con su familia y entorno de amigos cercanos, hizo lo propio para ponerle pilares y sostener el proyecto. Doy mi testimonio personal de que, ante situaciones de apremio de cualquiera de los compañeros de oficio, ya fuese del ámbito del sonido, artistas, cocina, garzoneo, gráfica, etcétera, el Café de Mario y Maggie abrieron siempre sus puertas para dar el puntapié inicial a los ahora tradicionales Bingos Solidarios. Con varias Schwenketones realizadas en el Café del Cerro, lideradas por el incondicional Marcelo Nilo y el grupo de músicos de la época, pudimos contar
con los recursos para adquirir, de contrabando, las drogas para una seguidilla de quimioterapia que ni el Estado, Fonasa o la familia éramos capaces de solventar... Nelson, mi compañero, pudo combatir su agresivo cáncer, entre otras hierbas, gracias a este tremendo apoyo. Cuando en tiempos como estos, de pandemia, en los que pareciera, de nuevo, que todo está perdido digo como lo hace Fito Páez: Querida Maggie, querido Mario, Y a sabiendas que Nelson ya lo hizo, Hoy, ¡yo vengo a ofrecerles mi corazón! Solo agradecer y maravillarme porque la vida nos juntó. Sinceramente, Franca Monteverde La Calera, 2020.
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retroceda, mire y recuerde Nosotros, los de entonces, nos aferrábamos a todo lo que pudiera representar una brecha, una esperanza. Ciertas cosas, ciertos lugares, ciertos sonidos fueron a la vez tabla de salvación y botella lanzada al mar; mensaje para ver si alguien más... para ver si éramos más. Para ver si éramos muchos. Y lo éramos.
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Sobre todo si escuchábamos juntos a Schwenke y Nilo, al Santiago, a Moraga, a Gatti, al grupo Abril... Mirando esos años a la distancia, me vuelvo a sentir envuelta no solo por los sonidos, sino por esa atmósfera mezcla de temor, complicidad, ansiedad y alegría por compartir unas horas que parecían hacernos estar en otro país. En esa atmósfera que se vivía en el Café del Cerro pasé tardes y noches reporteando y ejerciendo la amistad. Este libro, con esta memoria y esta historia, fue pensado hace ya varios años. En un auto y en
un infausto momento. Con Mario Navarro y Maggie Kusch -sus creadores, dueños, gestores y alma- íbamos camino a Concón, a despedir en su forma física a Nelson Schwenke. Y entonces pensamos que la mejor manera de honrarlo era plasmar en un libro la historia del Café. Ese lugar que nació del empuje de ellos, entonces una pareja extremadamente joven que enfrentó la crisis económica y la censura, el temor y las amenazas, venciéndolas, y que se transformó en un espacio legendario donde tantos, como Schwenke y Nilo, encontraron una casa. Se sabe que la memoria es subjetiva. Que guarda y desecha al igual que hacemos cuando ordenamos cajones. Con esa idea comencé este libro. Las más de cien entrevistas realizadas entre parte de los que vivimos esos años arrimados a la calidez del Café, ayudaron a que se despejara esa nebulosa en
“El juego de la luz y la sombra, la sensación del o la paseante que pasa por ahí haciendo revivir la obra. Todo este libro es eso: un revisitar desde el presente, con las luces y sombras del recuerdo”. MEM
que los recuerdos se confunden. Aferrándonos a lo bueno de una época, dejando de lado lo que atentaba contra nuestras vidas. El recuerdo falla, a veces, en los datos, las fechas. Ahí entró a tallar la prensa, que siguió al Café desde sus primeros días y que ayudó a despejar posibles errores. En lo que no falla es en la emocionalidad y la reflexión asociada a los hechos. Y esa densa capa es la que da sustento a esta investigación. Mirar hacia atrás implica escudriñar un pasado iluminado por el presente. Es un ejercicio de espejos que, en este caso, tomó mucho tiempo, mucho más que el pensado en un inicio, dada la vastedad de fuentes -documentales y vivasque implicó la investigación. Como de una caja encantada, la reconstrucción de la cartelera anual entre septiembre de 1982 y enero de 1992 fue haciendo emerger cientos de personajes que aportaron con sus múltiples talentos. La obligada frase antes de la palabra fin no es en este caso cierre definitivo, porque es bien posible continuar ensanchando la banda de los recuerdos por la vía de entrevistar a quienes, pese a todos los esfuerzos, no pudieron ser encontrados. Las entrevistas tomaron un largo tiempo y, dada la pandemia, los formatos para realizarlas fueron muchos: presenciales, vía telefónica, por zoom, por correos electrónicos, whatsapp, messenger. Comenzaron en 2012 y finalizaron mientras escribía, porque aspectos que originalmente eran menciones, pasaron a adquirir mayor importancia y nuevos personajes requirieron ser contactados.
Esa distancia temporal hizo que el país, los entrevistados y entrevistadas y quien escribe transitaran desde un momento en que primaba la desorientación y el desencanto -donde ningún espacio de confluencia se vislumbraba equiparable a los que ayudaron a sobrellevar los 17 años de dictadura- hacia el estallido social, el Plebiscito por una Nueva Constitución, en plena pandemia por el Covid-19, la instalación de una Convención Constitucional y la elección de Gabriel Boric Font como el presidente electo de la República más joven de la historia de Chile, que llenó de esperanzas a un 55,87% de los votantes. Es decir, en un tiempo donde -por más dificultades que existan, por más que presenciemos el despertar de fuerzas que pensábamos conjuradas por el empuje de la verdad-, es posible avizorar un mejor Chile. Justamente por eso, porque esperamos estar construyendo un nuevo y mejor país, resulta clave volver al pasado, para rescatar parte de la memoria cotidiana y de la lucha cultural. Esta investigación interroga la memoria de quienes vivimos el Café del Cerro desde esquinas muy diversas, partiendo de la hipótesis de que, sin este espacio, el arte que allí se expresó no habría existido de la misma manera. Su objetivo fue buscar respuestas en el pasado de Chile. Entendiendo, a la vez, que dar sentido desde el ahora a ese pasado al que me dirigí no puede sino ser en función del presente, tanto mío como de quienes entrevisté.
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Como telón de fondo de mis búsquedas y entrevistas estuvieron presentes algunas lecturas sobre lo cotidiano en la historiografía y las memorias sociales. De ellas tomo la idea de considerar ambas como procesos subjetivos y colectivos, fuertemente relacionados con las identidades sociales de los grupos que las sostienen y con sus proyectos de cambio, aunque siempre vividas desde la individualidad, donde se mezclan recuerdo, olvido y silencios. Sobre todo, anclé en lo que expusieron el politólogo Norbert Lechner y el sociólogo Pedro Güell (Lechner, Güell, 1999) cuando anotaron que la “memoria es la herramienta con la cual la sociedad se representa los materiales, a veces fructíferos, a veces estériles, que el pasado aporta para construir el futuro”. Escudriñar un pasado iluminado por el presente. Ejercicio de espejos que, en este caso, busca rescatar parte de la memoria cotidiana y de la lucha cultural de casi una década. Volver a iluminar el escenario en que ciertas propuestas alternativas emergieron o se consolidaron, logrando instalarse, pese a la violencia de Estado, quizá porque fueron como esos artilugios que en las ollas a presión permiten al vapor ir escapándose de a poco. Siguiendo esa lógica, el Café del Cerro constituye ese material fructífero, porque desarrolló un modelo de gestión y de construcción de un espacio muy diferente a lo que había en la época, y ciertamente no reeditado. Hoy, que analizamos la cultura desde las políticas públicas y las estrategias individuales y colectivas, podría resultar eficaz mirar cómo se fue levantando este centro donde confluyeron vertientes incluso antagónicas,
como se pensó por entonces (Canto Nuevo/ Rock&Pop), y cómo las decisiones tomadas a pulso e intuitivamente conformaron un modelo. Esos lugares y lo que ocurrió tras sus murallas, la música que allí tuvo su apogeo, forman parte de la historia de Chile. La afirmación anterior está respaldada por la historiografía y las ciencias sociales, que han revalorizado las fuentes no tradicionales, planteando la significancia de lugares, objetos y vida cotidiana, e indicado que las aparentes pequeñas cosas, como la música, los espacios y acontecimientos que la rodean, también integran la Historia, esa con mayúsculas. Reafirman esta idea Juan Pablo González, musicólogo, y Claudio Rolle, historiador, en su artículo Escuchando el pasado: hacia una historia social de la música popular (González y Rolle, 2007): “(...) los últimos decenios, los historiadores han descubierto las ricas posibilidades que ofrecen las fuentes musicales para la mejor comprensión de la historia y, en el caso de la música popular, se nos abre una atractiva ventana para conocer las formas de reaccionar de una sociedad frente a procesos y circunstancias históricas de cambios profundos y porfiadas continuidades. De este modo, los cambios políticos y económicos mundiales, los nuevos medios de comunicación, las trasformaciones en las prácticas musicales, y los cambios de esfera de influencia cultural, nos dan claves de interpretación de y desde un patrimonio musical que ahora se propone como objeto de estudio”.
También gravitó en esta búsqueda la noción de lugares de memoria; es decir, aquellos espacios donde esta se cristaliza y refugia. Como señala el historiador francés Pierre Nora, quien acuñó el concepto, “la memoria es la vida, con grupos vivos y en evolución permanente y con deformaciones sucesivas; está abierta a la dialéctica del recuerdo y la amnesia, por lo que es vulnerable a las utilizaciones y manipulaciones. Es tanto afectiva como mágica y como depende de los grupos, hay tantas memorias como grupos, por lo que es múltiple, colectiva, plural e individualizada” (Allier Montaño, 2010). En el mismo sentido, el filósofo y antropólogo también francés Paul Ricoeur, en su libro La memoria, la historia, el olvido, establece la existencia de “una especie de fenomenología de los fragmentos, no necesariamente dispersos, de la memoria propiamente dicha. Será justamente a propósito del último punto que se llama la atención del lector sobre el par compuesto por lo que con frecuencia llamamos la memoria única, singular, especial y quizá organizativa respecto de lo que, en el extremo opuesto, reconocemos como los recuerdos, siempre plurales, cambiantes e inaprensibles” (Ricoeur, 2003). Valga lo anterior para explicar la presencia de recuerdos contrarios, opiniones encontradas, a lo largo de este trabajo. Junto con la memoria oral, ocupó un rol importante en esta investigación el archivo de prensa atesorado por Mario y Maggie a lo largo de los años, los cambios de casa, de ciudad. Cómo no valorar esos textos, desde la humilde cartelera diaria a las elaboradas críticas y reportajes, pasando por entrevistas y notas de diverso tamaño. Esas
publicaciones me permitieron armar una suerte de radiografía de la música de los 80, amén de recuperar intenciones y objetivos de creadores, creadoras y productores. Y, de paso, dieron cuenta de la relevancia de los archivos periodísticos, así como de los fotográficos, ya sea de personas o de instituciones. En este último caso, agradezco la agilidad y acuciosidad de las y los profesionales del Archivo Nacional Administrativo, que conserva el fondo fotográfico del diario Fortín Mapocho, así como del Centro de Documentación e Informaciones (CDI) de Copesa y de la Biblioteca Nacional que recibiera el legado del sello Alerce. Para no cansar con la reiteración de las referencias, solo las declaraciones aparecidas en medios o las citas de libros irán con su correspondiente identificación. No así las que correspondan a entrevistas realizadas directamente por mí. Para dejar este tema zanjado, al final aparecerá la lista de ellas con la fecha y el formato usado para llevarlas a cabo. Las voces de quienes gestionaron este espacio acotado -y a la vez inmenso y casi inabarcable- que fue el Café del Cerro, así como las de quienes lo habitaron, jugando diferentes roles dentro y fuera del escenario, es el material central de este libro. A todos y todas quienes aceptaron recorrer el camino de vuelta a esos años extraños, contradictoriamente brillantes y oscuros, les agradezco el tiempo y la emoción que permitieron que hoy usted retroceda y recuerde. María Eugenia Meza Basaure Ñuñoa, 2021.
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la vida
Foto: Patricia Alfaro. Fuente: Archivo Nacional de la Administración.
el persistente pulso de la vida
Había miedo. Mucho miedo. Y una esperanza que iba aumentando y asomándose. Los 80 en Chile, con su terror soterrado y siempre presente, con la muerte rondando en cada esquina y la crisis económica mordiendo los tobillos, fueron años duros. En paralelo, la gente -todas y todosalimentábamos a diario la tremenda confianza en el cambio que crecía de modo individual y colectivo. En el ámbito de la cultura, desde mediados de los 70 habían comenzado a brotar iniciativas espontáneas primero, articuladas después, que dieron lugar a una población creadora que fue dejando atrás de modo cierto y seguro el llamado apagón que se vivió en los primeros años, a punta de muerte, exilio, prohibiciones y la instalación de lo banal en la cultura oficial. Y ya para los 80, una red -en parte organizada, en parte archipiélago- demostraba que el sustrato de las artes, y de las expresiones en general, estaba bien asentado. Diversos libros dan cuenta de este fenómeno, mostrando la potencia y vitalidad de los distintos movimientos desarrollados antes del cambio de década y sin cuya experiencia lo
ocurrido en los 80 hubiese sido diferente. Entre ellos: ACU rescatando el asombro: historia de la Agrupación Cultural Universitaria (Víctor Muñoz Tamayo, Libros La Calabaza del Diablo, 2006); Ecos del tiempo subterráneo. Las peñas en Santiago durante el régimen militar (1973-1983) (Gabriela Bravo Chiappe y Cristián González Farfán, LOM Ediciones, 2009); La voz de los setenta: Un testimonio sobre la resistencia cultural a la dictadura (1975-1982) (Eduardo Yentzen, s/editorial, 2014); RG Resistencia Gráfica Dictadura en Chile APJTaller Sol (Nicole Cristi y Javiera Manzi, LOM Ediciones, 2016), El Canto Nuevo Chileno. Un legado musical (Patricia Díaz-Inostroza, Editorial Universidad Bolivariana, 2007). Así, en los 80 -pero con una historia detrásexistieron muchos pequeños/grandes lugares que se llenaron de voces. Algunos eran momentáneos, otros fueron quedando. Eran espacios parroquiales, de colegios, universitarios, deportivos, restaurantes medio destartalados, centros culturales, viejas casas remodeladas y transformadas en un nuevo tipo de boliche que mezcló una gastronomía embrionaria con la presencia de aquellos sonidos que la radio
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y la tevé eludían. De ellos, uno en particular ha pasado a la historia de la ciudad de Santiago y a la memoria cultural del país: el Café del Cerro. Mario Navarro y Marjorie Kusch, sus creadores, dueños y gestores, eran una pareja extremadamente joven que puso su empuje para enfrentar y vencer la crisis económica y la censura, el temor y las amenazas, creando un pequeño escenario donde prácticamente nació y creció la mayoría de los mejores músicos de la década; un espacio que se transformó en leyenda.
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Ciertamente los recuerdos, transformados en testimonios, han enriquecido el entramado de la historia social sobre los recientes acontecimientos de la vida del país, dando lugar a una acumulación importante de textos. En el sentido de la valorización de un espacio a la vez empresa y lugar cultural, destacan la puesta en valor del Goyescas, famosa sala de espectáculos de los años 40-50, realizada por el musicólogo Juan Pablo González, como parte de su extensa obra de investigación sobre la música popular chilena. Y, ya en un plano similar a este último, el ya mencionado Ecos del tiempo subterráneo (Bravo Chiapp y González Farfán, 2009), riguroso rescate de las peñas existentes en Santiago en la época de la dictadura. Pero antes de cruzar la puerta de la casona de Ernesto Pinto Lagarrigue 192, Barrio Bellavista, donde entre septiembre de 1982 y enero de 1992 funcionó el Café del Cerro, es necesario dibujar
el sustrato histórico-cultural sobre el cual fue levantado. Así que, sin más, retrocedamos. El Café del Cerro abrió sus puertas en 1982, un año antes del inicio de las grandes protestas contra el régimen, y en medio de un descalabro económico provocado, entre otros factores, por la crisis internacional del petróleo, la feroz dependencia nacional de los préstamos extranjeros que llevaron al país a tener una deuda externa altísima y por la aparición de las llamadas industrias de papel, basadas en la especulación financiera y no en la producción de bienes y servicios. Habían terminado abruptamente los tiempos de la plata dulce (la vida con el dólar a cambio fijo, muy por debajo de los precios internacionales). Comenzaban los años en que la dictadura viviría agudos problemas de legitimidad. Quien ponía un pie en el país a mediados de 1982, se encontraba con un pueblo gris, cabizbajo, que veía con desánimo cómo se desmoronaba la supuestamente próspera economía nacional, que había mostrado ciertos síntomas de bonanza hacia fines de los 70 de la mano de las políticas económico-laborales puestas en marcha por los civiles del grupo llamado Chicago Boys. Eran denominados así porque venían de postgraduarse en la Universidad de Chicago, donde habían sido discípulos del gurú del neoliberalismo, Milton Freedman. Dominaban el sector económico dentro del gobierno militar, con el credo del
libre mercado descrito en su biblia, El Ladrillo, documento base de toda la política económica posterior. (Para profundizar en este aspecto, existe una bibliografía interesante, pero el documental Chicago Boys (2015), de los periodistas Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano, resulta una muy aclaradora investigación). Eran los años del PEM y POJH (Plan de Empleo Mínimo y Programa de Empleo para Jefes de Hogar, respectivamente), que pagaban sueldos miserables por trabajos de bajísima calificación, aceptados por la gente para hacer frente a una cesantía que bordeaba el 20 por ciento. Eran los tiempos de las ollas comunes y, al otro lado de la vereda, los de la compra de las carteras vencidas, estrategia de salvataje del Estado al sistema bancario privado. En medio de esa realidad y ánimo, el 15 de septiembre de 1982 se abrieron las puertas del Café del Cerro en un Barrio Bellavista que todavía no soñaba con ser el epicentro de la nueva bohemia santiaguina. Solo el clásico restaurante Venezia, a una cuadra, y la Galería (de arte) del Cerro prefiguraban lo que llegaría a ser el sector años más tarde. El Café abrió un mes después de que en Santiago fuera convocada la Marcha del Hambre, que recorrió las calles del centro de la capital y cuyos manifestantes se enfrentaron con Carabineros, y de que fuera asesinado el dirigente de la ANEF (Asociación Nacional de Empleados Fiscales) Tucapel Jiménez. Un tiempo que cerró, en diciembre, con la condena de la Asamblea de Naciones Unidas al gobierno militar por violación
sistemática de los derechos humanos. El Café se venía a sumar a una incipiente lista de locales que empezaba a poblar las carteleras de los diarios bajo el rótulo de Recitales. ¿Cuál fue la razón por la cual el régimen permitió la existencia de estos sitios y estas expresiones, claramente alternativas y antidictatoriales, que conformaron lo que se llamó resistencia cultural? Una de las teorías al respecto es la de José Santis Cáceres, expresada en su artículo Lugares de la vida nocturna en Santiago de Chile entre 19731990. Bosquejo para un proyecto (Cáceres, 2009), que plantea una finalidad para aquello: “generar una situación de calma interna, frente a las detenciones, torturas y desapariciones vividas por muchos ciudadanos y ciudadanas en el silencio terrorífico de la noche”. También les pudo haber parecido un placebo frente a la crisis económica. Son posibilidades. El local ya estaba instalado en el imaginario colectivo opositor cuando, en mayo de 1983, comenzaron las protestas nacionales. En su cara diurna, estas mostraron paros, abstención de realización de trámites y compras, e inasistencia a centros de estudio; en su versión nocturna, cortes de energía eléctrica, barricadas, apedreamientos y cacerolazos. Antes de que comenzaran estas acciones hubo otras de este tipo, pero la diferencia radica en que estas protestas implicaron convocatorias creativas -como lo reflejaba un panfleto de aquel mayo del
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83: “El 10 de mayo es el Día de la Madre y, el 11 de mayo, el Día del Pare”- y coordinación entre las organizaciones sociales -cuya reorganización era efectiva a 10 años del golpe-, así como entre ellas y los emergentes partidos políticos de oposición que habían formado la Alianza Democrática (AD, creada en marzo) y el Movimiento Democrático Popular (MDP, septiembre). La AD estuvo integrada por algunas fracciones del Partido Socialista (PS-Núñez, Unión Socialista Popular), Democracia Cristiana (DC) y Partido Liberal. El MDP agrupaba al Partido Comunista, el PS-Almeyda, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), la Izquierda Cristiana (IC) y el Movimiento de Acción Popular Unitaria (Mapu).
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La primera de las once protestas que hubo en total, tuvo lugar el 11 de mayo de 1983. Fue convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre (encabezada por un joven Rodolfo Seguel, entonces denominado el Walesa chileno, en referencia al líder de la oposición al régimen polaco) y llamó a participar a todos los habitantes del país. El Café no abrió ese día. Y las movilizaciones, con su carga de represión y valentía, se extendieron hasta 1986. Meses después, el 11 de noviembre, en el atrio de la catedral de Concepción se quemó a lo bonzo el obrero Sebastián Acevedo, padre de Galo y María Candelaria, que habían sido detenidos dos días antes y de quienes no tenía noticias. Como reacción, en noviembre del 83, nació la segunda
organización de mujeres contra la dictadura, Mujeres por la Vida -que se dio a conocer con el documento Hoy y no mañana-, activo durante todos los años siguientes mediante la realización de diversas acciones y que dejó en la memoria colectiva de Chile y América Latina una frase -Democracia en el país y en la casa- y una imagen, capturada por la fotógrafa Kena Lorenzini, de una manifestación en las escaleras de la Biblioteca Nacional. Recordemos que la primera fue el fundacional Círculo de Estudios de la Mujer, creado en 1979 bajo el alero de la Academia de Humanismo Cristiano. Igualmente en homenaje a este padre inmolado, el Movimiento Contra la Tortura, encabezado por el sacerdote jesuita José Aldunate, formado por familiares y amigos de personas detenidas por organismos de seguridad y creado el 14 de septiembre de 1983, fue renombrado como Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo. Durante esos años, la dictadura jugó sus cartas a dos bandas: mientras por un lado sacó a la calle enormes contingentes de militares para ahogar las protestas -hasta 18 mil efectivos- por otro, nombró como ministro del Interior, en 1983, a Sergio Onofre Jarpa, destacada figura de la derecha, quien permaneció en el cargo hasta 1985 e impulsó algunas políticas de apertura, inaugurando una etapa de dos años que se ha dado en llamar la Primavera de Jarpa. Algunos exiliados pudieron retornar, el régimen permitió elecciones
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Salir a la calle. Mostrar lo que pasaba. Una osadía que se pagaba caro. La imagen derecha inferior muestra la detención del sacerdote José Aldunate (Movimiento contra la tortura Sebastián Acevedo). Fotos de esta página y anterior: Foto 1: Patricia Alfaro. Foto 2: Anselmo Córdoba. Foto 3: sin crédito de fotógrafo/a en archivo. Foto 4: Jaime Muñoz. Foto 5: Ricardo González (Fuente para todas: Archivo Nacional de la Administración).
en colegios profesionales y federaciones, a la par que los civiles proclives al gobierno militar se reorganizaron como partidos políticos. Pero, en esa supuesta primavera la represión siguió cobrando víctimas. El 10 de mayo de 1984 fue atacado violentamente Jorge Lavanderos, quien lideraba la publicación opositora Fortín Mapocho (semanario que el 14 de abril de 1987 se transformó en diario), dejándolo casi moribundo y con secuelas permanentes. El 4 de septiembre de 1984, en la población La Victoria de Santiago -una de las más combativas contra la dictaduray en medio de una protesta, una bala disparada por carabineros contra la casa parroquial asesinó al cura obrero André Jarlan. El 7 de noviembre fue implantado un nuevo Estado de Sitio, que duraría cerca de siete meses, hasta junio de 1985. Fue el punto final del proceso de apertura política encabezado por Jarpa, que trajo consigo, entre otras medidas, el cierre de casi todos los medios opositores. Parafraseando el tema Si se calla el cantor, del cantautor argentino Horacio Guaraní, no existía la esperanza de que, al menos, quedaran los humildes gorriones de los diarios. Pese a todo lo anterior, o quizá por lo mismo, la Oposición continuó avanzando: durante 1984 ganó, en elecciones libres, diversas federaciones estudiantiles y casi la totalidad de las directivas de los colegios profesionales. Este avance tuvo como contrapartida la virulencia de la represión:
el 29 de marzo de 1985 se produjo el secuestro y degollamiento de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, tres profesionales militantes del Partido Comunista, y el asesinato de los hermanos Rafael y Eduardo Vergara Toledo, pertenecientes al MIR, en Villa Francia (en cuyo recuerdo fue instaurado el Día del Joven Combatiente), ambos sucesos ocurridos en la capital y perpetrados por carabineros. Ante estas situaciones, cuya verdad escapaba a los informes y noticias oficiales, era cada vez menos la gente que permanecía ignorante o indiferente. En ese extraño estado en que la existencia parecía rodar en normalidad, aunque sabíamos que no era el caso, algunos vivían estupefactos y otros aportábamos al regreso de la democracia desde diversos frentes. Muchos de los últimos pertenecían al mundo cultural, donde escritores, artistas plásticos, teatristas, cineastas, videístas y músicos habían encontrado distintos espacios para expresarse, y cuyas obras un grupo no menor de periodistas difundíamos tanto en la prensa alternativa como en la oficial. Todos los diarios de la capital anunciaban en sus carteleras las actuaciones en el Café del Cerro de Santiago del Nuevo Extremo, el dúo valdiviano Schwenke y Nilo, Luis Pippo Guzmán y Arak Pacha, que traía los ritmos del norte. Claro que no era el único escenario. En Santiago e incluso desde los 70, fueron pulmones culturales -en una lista para nada
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exhaustiva- las organizaciones universitarias como la mencionada ACU (Asociación Cultural Universitaria de la Universidad de Chile), el Taller 666, el Centro Cultural Mapocho, Casa Kamarundi, institutos culturales binacionales (especialmente el Chileno Francés, el Goethe Institut e, incluso, el Chileno Norteamericano), galerías de arte, asociaciones como la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), o la de Pintores y Escultores de Chile (Apech), peñas permanentes (como Doña Javiera) o eventuales, acontecimientos anuales como los Encuentros de Arte Joven -organizados por la empresarial Asociación Amigos del Arte-, el Garaje Internacional Matucana 19, El Trolley, Taller Sol, la Casona de San Isidro, el Taller Contemporáneo y el Kaffé Ulm. Para 1985, algunos ya no existían pero otros, como el Café del Cerro, estaban en su apogeo. Eran espacios donde la expresión artística libertaria hacía contacto con públicos conscientes, que buscaban no solo el arte sino el punto de encuentro con otros. En otras regiones sucedía algo similar. Mientras el Canto Nuevo se enseñoreaba en peñas y cafés, en San Miguel, un trío de muchachos de clase media logró sintonizar con un profundo sentimiento común y escribió uno de los himnos de esa época: La voz de los 80. Poco después estrenarían un segundo disco -Pateando piedrasen el Café del Cerro, el mismo donde cantaban todos aquellos que, según Jorge González, líder del grupo contestatario Los Prisioneros, nunca quedaban mal con nadie.
Volviendo al plano político, llegó 1986 considerado por la Oposición como el año decisivo. Parte de ella creía que sería el momento para conseguir desbancar a Augusto Pinochet del poder por la vía de la movilización social y otra consideraba que era necesario recurrir a formas de lucha más drásticas, porque las protestas parecían no haber logrado sus objetivos desestabilizadores y la situación estaba estancada. A la primera estrategia correspondió la creación, durante el mes de abril, de la Asamblea de la Civilidad, integrada por sindicatos, federaciones estudiantiles, movimiento de mujeres y colegios profesionales. Igualmente fue apoyada por la AD y el MDP, dando lugar a un frente muy amplio de organizaciones y partidos que elaboró la Demanda de Chile, documento que reunió las reivindicaciones de los más amplios sectores. El 2 y 3 de julio la Asamblea realizó un llamado a paro nacional, que resultó exitoso en cuanto a sus objetivos cumplidos pero que, a la vez, fue dolorosamente violento: siete personas muertas por disparos, decenas de heridos a bala; en todas las regiones hubo episodios graves de represión, mientras que Santiago estuvo prácticamente paralizado pese al patrullaje militar y policial, según consigna el artículo Cuando todos paramos, ellos disparan (revista Cauce, julio de 1986). Uno de los episodios más violentos fue el ataque, en el sector de Los Nogales (Estación Central, de la capital), a los jóvenes Rodrigo Rojas Denegri y Carmen Gloria Quintana, quienes fueron
quemados por una patrulla militar, muriendo él y quedando ella con quemaduras de segundo y tercer grado en el 62% del cuerpo. El año estuvo marcado por grandes movilizaciones, paros nacionales y dos acontecimientos fallidos pero importantísimos, que correspondían a la estrategia violenta: la internación de armas por Carrizal Bajo (en la costa cercana a Copiapó, en el norte de Chile) y el atentado contra el dictador en el Cajón del Maipo, en la precordillera de Santiago, el 7 de septiembre, llamado Operación Siglo XX. Como resultado, al día siguiente del ataque y por 90 días, fue reinstaurado el Estado de Sitio: esto permitió la suspensión de las transmisiones de dos agencias internacionales de noticias y la censura de seis revistas: Análisis, Apsi, Cauce, Fortín Mapocho, Hoy y La Bicicleta. Sin embargo, las peores consecuencias fueron el asesinato de los militantes del PC Felipe Rivera, electricista, y Abraham Muskatblit, publicista, y de los integrantes del MIR Gastón Vidaurrázaga, profesor y artista plástico, y José Carrasco, periodista y editor internacional de revista Análisis. El plan era vengar la muerte de los cinco escoltas caídos en el frustrado atentado. No lograron secuestrar al abogado de Derechos Humanos Luis Toro, quinta víctima señalada por el Comando 11 de Septiembre. Las secuelas del atentado se prolongaron: la CNI (Central Nacional de Inteligencia) dio con el paradero de un importante número de integrantes
del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, a quienes acribilló la noche del 15 de junio de 1987, en un episodio que pasó a la historia como Operación Albania o Matanza de Corpus Christi (por la fecha en que ocurrió). Dirigió la operación Álvaro Corbalán, ex jefe operativo de la central de inteligencia del gobierno militar, quien por esos mismos años era asiduo -o dueño, según otras versiones- de la Casa de Canto, en Los Leones, al otro lado del río Mapocho y en las antípodas del Café del Cerro, según consignan Daniel Campusano, Macarena Chinni y Constanza González en su libro Álvaro Corbalán. El dueño de la noche (2017). En paralelo, el gobierno fortaleció el respeto al itinerario de la Constitución del 80 y comenzó a cumplir el cronograma que establecía. Fueron instauradas una serie de normas: Ley del Tribunal Calificador de Elecciones (julio de 1985), Ley de Inscripciones Electorales y Servicio Electoral (octubre de 1986), apertura de los registros electorales (febrero de 1987) y Ley de Partidos Políticos (marzo de 1987). Pese a ello, había incredulidad con respecto al proceso y rabia en relación al régimen, sentimientos que se materializaron en el lanzamiento de una Campaña Nacional por Elecciones Libres, encabezada por catorce personas de muy diferente origen ideológico y de clase, así como en la fundación de los partidos Humanista (PH) y Por la Democracia (PPD) y en la refundación de la Democracia Cristiana, uno de cuyos cercanos (Emilio Filippi) dirigía un diario de reciente aparición, que marcó el periodismo en
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su momento: La Época, llegada a los kioscos el 18 de marzo de 1987. Siempre durante ese mismo año, la Oposición cosechó otro triunfo importante. José Luis Federici, designado en agosto como rector de la Universidad de Chile, fue destituido en octubre tras un paro general universitario, que involucró a la mayoría de los académicos, funcionarios y estudiantes del plantel, y que contó con el apoyo de la ciudadanía.
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Pero el 87 también quedará en el recuerdo por dos sucesos que parecieron importar a casi todo el país, aunque no fuera necesariamente así: la venida del papa Juan Pablo II y la coronación de Cecilia Bolocco como Miss Universo. Hacia fines de año, la solidaridad internacional se hizo presente en Chile de un modo insospechado: Superman (el actor Christopher Reeve) vino a apoyar a 78 hombres y mujeres del mundo del teatro, amenazados de muerte por un llamado Comando 135 de la Acción Pacificadora Tiziano. Por el escenario del Café del Cerro, entre otros, ese año pasaron -y llenaron el local- Eduardo Gatti, Congreso, Lucho Le Bert y el uruguayo Leo Masliah, con su humor negro e intelectual. Se llega así al punto de inflexión que fue 1988, cuando el país debió decidir si apoyaba o no la continuidad de Pinochet. Durante febrero, trece partidos políticos conformaron la Concertación
de Partidos por el NO, antecedente de la Concertación de Partidos por la Democracia, a la que luego se sumaron más agrupaciones, llegando a diecisiete. El jingle y el eslogan Chile, la alegría ya viene, núcleo central de la campaña contra Pinochet, puso la banda sonora y las imágenes de fondo a todo el mes que corrió entre el 5 de septiembre y el 5 de octubre, día del histórico plebiscito. Sus compositores, Jaime de Aguirre y Sergio Bravo, y la totalidad de los artistas que grabaron esas y otras canciones de la campaña, eran constantes sobre el escenario del Café del Cerro. Casi siete millones y medio (exactamente 7.435.913 personas) se inscribieron en los Registros Electorales; es decir, el 92% de quienes podían hacerlo, según la legislación vigente. Al llegar el día del Plebiscito, efectivamente votaron 7.251.943 personas, de las cuales el 45,01 por ciento apoyó el SÍ a la continuidad mientras el 54,71 por ciento dijo que NO. El triunfo del NO activó otro artículo transitorio de la Constitución del 80, el 29, que establecía el llamado a elecciones libres en el plazo de un año. Tras todo lo anterior, 1989 fue un año expectante: se celebraron por primera vez de forma masiva el Día Internacional de la Mujer, en el Estadio Santa Laura, y el último Primero de Mayo en dictadura. El 6 de julio la Concertación de Partidos por la Democracia eligió como candidato único a la Presidencia de la República a Patricio Aylwin Azócar y el 24 de agosto el Servicio Electoral
Oponerse a la dictadura podía costar la vida: Pepe Carrasco, dirigente del Colegio de Periodistas, fue asesinado por agentes de la dictadura el 8 de septiembre de 1986, a un costado del cementerio Parque del Recuerdo. Foto 1: Patricia Alfaro. Foto 2: Sin crédito de fotógrafo/a en archivo (Fuente para todas: Archivo Nacional de la Administración).
aceptó oficialmente su candidatura, más las de Hernán Büchi y Francisco Javier Errázuriz. Como para indicar que el terror no se había acabado, el 4 de septiembre agentes de la CNI asesinaron al dirigente del MIR Jécar Neghme, a la salida de una reunión, en Santiago Centro. También en la capital, Fulano -con su jazz vanguardista-, el Gitano Rodríguez y Payo Grondona, retornados del exilio, llenaron el Café del Cerro por solo nombrar a algunos. El último mes del año (14 de diciembre de 1989) trajo las primeras elecciones libres en 17 años y
el triunfo de Patricio Aylwin, por un porcentaje levemente mayor al que había votado por el NO: 55%. Así, comenzó la larga Transición a la Democracia. El 11 de marzo de 1990 ocurrió el cambio de mando; el 25 de abril fue instaurada la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, que dio origen al Informe Rettig y que buscó el esclarecimiento de las violaciones a los DDHH (asesinatos, ejecuciones, desapariciones forzadas, torturas con resultado de muerte) ocurridas entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. En mayo apareció el último número de la
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Foto: Héctor Aravena. Fuente: Archivo Nacional de la Administración.
revista Solidaridad, uno de los medios adalides de los DDHH, valiente publicación de la Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Católica que también cerró más adelante, en diciembre de 1992. Así, de a una, fueron desapareciendo todas las publicaciones que lucharon por la libertad desde la prensa. El 15 de noviembre, y tras una delación de quien lo tenía protegido en su casa, cayó abatido el joven lautarista Marco Antonioletti, protagonista de un rescate desde el hospital Sótero del Río, en las cercanías de Puente Alto, al sur oriente de la capital, donde había sido llevado desde la cárcel. Fue el inicio de la desarticulación de los movimientos Juvenil Lautaro (o Mapu Lautaro) y Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Comenzaría una larga transición a la democracia, proceso de muy lento final. Lo más seguro es que recién habrá quedado atrás cuando sea publicada la nueva Constitución, en proceso de elaboración. Toda la banda de sonido que acompañó esos años fue acogida por el Café del Cerro: Canto Nuevo, jazz, pop, rock, folclor e incluso música del recuerdo (rocanrol). Músicos nacionales y latinoamericanos, así como también cultores del teatro y el humor, hicieron de él su casa, porque sus dueños crearon un modelo que cruzó el concepto de centro cultural
con el de lugar de trabajo, sosteniéndolo con una interesante y exitosa gestión administrativa y comercial, realizada en circunstancias del todo adversas. Pionero en el Barrio Bellavista, también ayudó a sentar las bases de lo que fue ese epicentro de una vida cultural, gastronómica, artística y noctámbula santiaguina recuperada sin permiso explícito. Como espacio autogestionado y creativo, aportó contra la violencia ejercida desde el Estado, reconstruyendo sentidos y tejido social por medio del arte. A la vez, fue uno de sus sitios emblemáticos y el más profesional de los locales destinados a acoger las diversas expresiones de la música popular llamada alternativa. Alternativa porque presentaba y postulaba planteamientos estéticos, poéticos y, en muchos casos, políticos, fuera del canon oficial que el poder y los medios de comunicación oficiales consagraban, llegando incluso a permearlos, como veremos más adelante. Sus más de tres mil espectáculos fueron vistos y experienciados por sobre 500 mil asistentes, según las estadísticas contables de sus dueños. Su pequeño y, a la vez, inmenso escenario que cobijó a cerca de 500 artistas, y su mural, icónico, fueron un referente imprescindible de la música nacional no oficial.
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la historia de ernesto con antonia
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Comunidad de sentido, espacio de arte y amistad, entrecruce de empresa familiar, centro cultural y resistente, fuente laboral y casa para tantos. Así podría ser descrito este local ubicado justo en la esquina en que, por gracia de la magia urbana, el ingeniero y político Ernesto Pinto Lagarrigue se da cita con Antonia López de Bello, madre de don Andrés. Entre sus paredes, desde el comienzo, resonaron el jazz y la experimentación, la cadencia de los cantautores, la sabiduría del folclor, la potencia de los grupos contestatarios, la alegría de las fiestas bailables, los altos decibeles del rock y del pop. Su impronta no fue la de las peñas ni la de
los lugares underground, donde los cuerpos se expresaban en una libertad robada al toque de queda, al estado de excepción. Era similar a ellos, en todo caso, en el hecho de que -por diversos que fueran- en dichos espacios vivía el espíritu de la época, la cultura de una década bastante prodigiosa, pese a todas las limitaciones. O prodigiosa, justamente, porque se las arregló para evitarlas. En retrospectiva, es posible decir que en el Café se escucharon los sonidos más emblemáticos de la época. No es que no actuaran en otras partes. Lo hacían. Pero los nombres de Santiago del Nuevo Extremo y Schwenke y Nilo
Vamos a cerrar el ciclo en que inventamos a tientas un lugar para el encuentro. Y más allá del sueño común (y va a caer!! y va a caer!!) hicimos música, teatro, danza, poesía... (lo hicimos todo) y lo hicimos bien. MARIO NAVARRO Y MAGGIE KUSCH, SEPTIEMBRE 16 DE 1991
resonarán siempre a Café y a épica. Lo mismo cierta pléyade de cantautores, encabezada por Eduardo Gatti, Hugo Moraga, Payo Grondona, Eduardo Peralta, Juan Carlos Pérez. A ese conjunto inseparable de músicos y espacio le hacía falta un reconocimiento, porque durante muchos años el nuevo mundo oficial se lo escamoteó. Entre el puño en alto de la Nueva Canción Chilena y la rebeldía juvenil y visceral de Los Prisioneros no hay un espacio vacío como a veces nos trataron de hacer creer. Está el Café del Cerro, con el Canto Nuevo y todo lo demás. Le agradecemos esa diversidad, porque formaba parte del riesgo musical, político y, por qué no decirlo, comercial. Este capítulo repasa de forma sinóptica la vida del Café. En el resto del volumen serán desplegados, entre otros, detalles de gestión, funcionamiento, entorno, valoración y posteriores homenajes. En el segundo tomo serán los protagonistas del escenario los que se tomen las páginas. Sea dicho esto porque puede parecer que el relato que viene a continuación es como mirar desde un dron. Y así es. La profundización se desplegará en cada capítulo temático. El filósofo, poeta y músico chileno Daniel Ramírez, avecindado desde los 80 en Francia, alcanzó a presentarse en el Café, como parte de dos de las agrupaciones a las que perteneció por esos tiempos: Mantram y Palisandro. Frente a una taza de café, reflexiona, antes del estallido social (18-O) y de la pandemia:
-Período extraño el de los 70 y 80. Y los períodos extraños son particularmente interesantes, no solo para la creación artística sino también para la invención social. Como el Café del Cerro, que es una invención social, un experimento, así como lo fueron los centros culturales. Responden a la lógica de ‘vamos a hacer lo que se pueda hacer, porque es mejor hacer una cosa que no hacer nada’. Desde nuestras experiencias sobre cómo muy rápidamente la efervescencia de la creación y la reflexión comenzó a manifestarse en los mundos de la resistencia, sobre todo juvenil, concordamos en que el llamado apagón cultural apenas existió. -Apagón cultural no hubo, salvo unos meses. En el año 74 hicimos unos recitales de poesía en el Campus Oriente de la Universidad Católica y otro en el Pedagógico, de la Chile. Era una poesía que buscaba la palabra, que se convirtió en algo muy rebuscado, lo que también pasó con el arte de la palabra en el Canto Nuevo, donde también hubo una búsqueda permanente del eufemismo, de la alusión. Hay algunos casos particularmente notables de letras que hay que escucharlas dos veces para saber lo que están diciendo; como esa preciosa canción Simplemente de Santiago del Nuevo Extremo. Es bellísima y sin el contexto te podrías preguntar qué es lo que está diciendo. Es un ejemplo perfecto de lenguaje casi subliminal. Se enuncia que hay algo que decir, que ‘es delicado’ y que hay que escuchar con atención; luego se habla de ‘las verdades’ (¿cuales?) y de ‘la consciencia’ (¿de quién?). El golpe maestro es cuando dice que ‘parece que ya todos comprendieron’. ¿Qué
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Dos figuras icónicas del Café del Cerro: Eduardo Gatti y Santiago del Nuevo Extremo. Sus nombres están asociados permanentemente a la sala de Bellavista (Fotos: Archivo histórico / Cedoc Copesa).
era lo que había que comprender? Estrofa tras estrofa habla de algo que no dice, alude a algo que elude; insinúa lo que no formula, anuncia lo que no enuncia. Es un arquetipo de lenguaje figurado. Si se piensa ese texto sin el contexto no se entiende en absoluto. Lo prodigioso es que cuando la escuchábamos todos comprendíamos perfectamente, tal como dice la cuarta estrofa. Daniel analiza el lenguaje poético y musical que se materializaba en las creaciones de la época, ya sea en el cancionero -que en los 70 ya había dado buenos frutos- como en los poemarios publicados por la Unión de Escritores Jóvenes (UEJ) o, ya en los inicios de la década de los 80, por las revistas La Castaña (Jorge Montealegre y equipo) y El Organillo (Erwin Díaz a la cabeza), entre otras publicaciones. -Aparte de las letras, que respondían a un arte de la metafórica, que puede parecer ingenuo actualmente, en muchos de nosotros creció la idea de que había que trabajar más, darle muchas vueltas a una canción, a un arreglo, a una presentación teatral o a la poesía. No para que fuera incomprensible para la dictadura, sino para que el efecto fuera mayor y más profundo. Esa idea se junta y complementa con aquella de que en tiempos oscuros es necesaria más luz. Por ello, no teníamos derecho a hacer una cancioncilla. En las radios y en la televisión, principalmente, se escuchaba día tras día la cancioncilla, incluso de producción nacional, altamente comercial, que no tiene más sentido que vender discos. Nos sonaba como el arte comercial, sinónimo del enemigo.
Continúa: -Veíamos que el país estaba aplastado y que la gente no reaccionaba, o no se atrevía a reaccionar, que mucha gente no se daba cuenta del problema. Por un antiguo reflejo marxista, más bien marxista de la Escuela de Frankfurt, pensábamos que esa era la alienación. La industria cultural provoca una especie de alienación de masas que sublima la conciencia infeliz, la conciencia desgraciada. Como decía Hegel: lo que ocurrió es terrible, lo que ocurre es terrible, pero la conciencia de cada uno no quiere asumirlo; entonces, se aliena con productos superficiales de divertimento, de entretención y de frivolidad. Así, hacer canciones, música, arte, poesía, era vivido por muchos de nosotros como un deber moral de compensar la superficialidad ambiente, que tenía por fin que nadie piense, que nadie vea la realidad. Los artistas que sí veían la realidad consideraban imprescindible crear para compensar el aturdimiento. Los noticieros de televisión desinformaban, al igual que la prensa oficialista, aunque muy subrepticiamente se comenzaba a deslizar parte de la verdad, de modo también elusivo como en el arte, pero igualmente eficaz. Concluye Daniel: -Para nosotros la alternativa era decir cosas que hicieran pensar, no decir lo que no se podía. Por eso fue un desafío artístico. Se hizo un arte cuyo objetivo era abrir las conciencias para que cada uno pudiera ver que había dictadura. No era denunciar a la dictadura.
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El musicólogo Juan Pablo González complementa estas ideas:
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-Los espacios públicos para la música popular se vieron severamente afectados por la censura. Dos tipos de censura, yo diría: una por si acaso y una con fundamento en la propia dictadura. Era bastante impredecible, porque no se entendía que censuraran situaciones que, aparentemente, no tenían una connotación política directa. Censura, por un lado, toque de queda, por el otro, que afectó también a espacios de diversión no políticos. Pero, como las dictaduras funcionan con la máxima de pan y circo, no podía parar la diversión; sobre todo la más alienante, que permitía tener a la gente entretenida y descuidada de preocuparse de los asuntos que la dictadura podía sentir como amenaza. Se produce una relación del poder con el mundo artístico, la farándula. Los locales funcionan más temprano pero, por otro lado, las fiestas son de toque a toque y las propias fuerzas represivas legitiman ciertos espacios de diversión nocturna de los que eran habitués. Esto coincide con el panorama mundial: la irrupción de la música disco, que facilitó el aumento de la frivolidad en Chile. Por ello, aumentaron las discotheques y se sofisticó el espectro de la coctelería y los bares, sobre todo en el barrio alto. Habla González: -El Festival de Viña continúa y crece. Es una plataforma, quizá la única, que tiene la dictadura militar para conectarse con el mundo. Por otro lado, el avance de la tecnología de sonido abarata
los equipos y la posibilidad de grabar en casete contribuye a que haya mayor acceso de la población a dispositivos relacionados con la reproducción y la copia de la música. De modo paralelo, la contracultura comenzaba a encontrar sus espacios. Así lo recordó Hiranio Chávez, en su programa virtual por Internet, Brujos. Uno de ellos era Nuestro Canto, donde el ex director del Ballet Folclórico Nacional, Bafona, exonerado de ese cargo, conoció a Mario Navarro que trabajaba como asistente de producción. “A mi modo de ver, el punto de partida es la peña de Nano Acevedo en el restaurante Los Hijos de Tarapacá, que comenzó una noche del 75 que fue de reencuentro, de mucho impacto emotivo. Otro elemento importante es la creación del sello Alerce, por Ricardo García. Y también los recitales de Nuestro Canto, que abarrotaban el Teatro Cariola, en la calle San Diego, los domingos en la mañana. Locales como esa peña, otros similares, y luego el Café del Cerro, recogieron la herencia cultural de La Peña de los Parra, de La Peña Chile, Ríe y Canta, creadas a mediados de los 60, cuando nace la Nueva Canción Chilena y existe el boom del Neo Folclore. Todo lo que viene después es recoger las cenizas de eso. Es reiniciar, reencontrarse. Y hacer una acción de resistencia frente a lo que quisieron imponer”. En el mismo programa, el periodista Jaime Chamorro, que trabajaba en el diario La Tercera, y era integrante de Chamal, conjunto dirigido por
Hiranio Chávez, aportó datos para formarse una idea de lo que era el momento cultural: “Había una ebullición creativa impresionante. Pero no se podía traspasar hacia la opinión pública. Entonces, aparentemente, había un oscurantismo cultural. Yo recuerdo que por el año 76 o 77, cuando nace el sello Alerce, funcionaban en Santiago más de 60 centros culturales. Y más de 500 agrupaciones de músicos folclóricos. No tenían ningún nombre y ninguna posibilidad de aparecer en algún medio de comunicación. Pero existían. Recuerdo la cantidad de talleres culturales que se creaban y de gran calidad. El Taller Urbano, la Agrupación Cultural Santa Marta, el Taller Andamio, el Taller Sol, la revista Pluma y Pincel, el Taller 666... A esa actividad no se le ha hecho justicia. Era subterránea. Era contracultura”. A ese ambiente y espíritu de época llegó, en 1975 y desde Punta Arenas, Mario Navarro Andrade, a estudiar a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Rápidamente se relacionó con músicos, dada su experiencia, desde la adolescencia, como asistente en la producción del Festival de la Patagonia, donde uno de cuyos gestores era su padre. -Comencé una fuerte relación con amigos músicos y gente ligada al ambiente cultural, de los que me hice un estrecho colaborador, transformándome en el mediano plazo en representante y productor de grupos musicales con los cuales dimos inicio a una gran
cantidad de eventos. Mi primo, Marcelo Puelma, era integrante del grupo Wampara, donde fui acogido. Empecé a ir a los ensayos y, de repente, me dicen ‘oye, vamos a hacer un recital, ayúdanos a organizarlo’. Fue en la sala América de la Biblioteca Nacional, y me transformé en una especie de mánager, de representante; les llevaba la agenda, las actuaciones, todas solidarias en esa época, actuaciones muy marginales. Dicha labor lo hizo conocer a los integrantes del grupo Aquelarre, quienes lo invitaron a crear una productora para realizar los Encuentros de Juventud y Canto, que partieron en el Teatro de la Comedia, prestado por el Ictus, donde eran los días sábado en la noche, después de la obra de teatro. Luego llegaron a la Parroquia Universitaria (en las cercanías de la Plaza Pedro de Valdivia, en Providencia), espacio en que se hicieron populares y masivos. Su trabajo se hizo conocido y los comunicadores radiales Johnny Smith y Miguel Davagnino lo convocaron para ser asistente de producción en Nuestro Canto, programa de radio Chilena, y que llevaba a cabo los mencionados grandes y dominicales espectáculos musicales en vivo en el Teatro Cariola. Durante esos años, Mario combinó el estudio con la producción, llegando a egresar de una carrera que jamás ejerció. Curiosamente, el punto de partida fue que, un verano, el programa fue contactado por Coca Cola Chile, para hacer una competencia de baile, onda disco, en el litoral central. Mario reconoce:
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-Ahí gané, por primera vez como productor, unas lucas en serio y me compré equipos de sonido y amplificación. Con ellos instalé mi primer emprendimiento o Pyme, aunque nadie les decía así en esa época. Lo bauticé como Sonus. Con esos equipos, con el ingeniero de Sonido Sergio Sepúlveda y bajo el nombre de El Corsario Records, grabó y produjo casetes para cantautores como Eduardo Yáñez y Juan Carlos Pérez, así como un recordado registro para la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Embrión de todo, el Kaffé Ulm
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Con ese equipo y con su labor, Mario terminó de hacerse conocido en el ambiente universitario y contracultural. Por eso en 1980 lo llamó -primero para hacer sonido y luego para administrar el localMichael Weiss, diseñador y saxofonista alemán que había instalado un café. Era un espacio en el segundo piso interior de Alameda 151, al lado del restaurante El Cuervo y del Cine Normandie, que aún no era cine arte. Habla Jaime O’Ryan, fotógrafo, músico y socio de Filmocentro, gran productora audiovisual de la época y asiduo artista del Ulm. -Este gringo percibió que en dictadura fuertona, el espacio cultural actuaba como un aliento de vida y armó el Kaffé Ulm, en homenaje a su ciudad natal. Fue la primera semilla del NO, digo.
Mario complementa: -Michael Weiss, profesor de la escuela de diseño donde yo estudiaba, pero de diseño industrial, creó ese café como un club de diseñadores, que después transformó en club de jazz para tocar él, principalmente. Con el tiempo, quiso ampliar. Por eso me ofreció la administración. Aunque no se consideraba “capacitado para administrar, tenía 23 años”, Mario aceptó y le propuso a un compañero de Nuestro Canto, Nicolás Marín, que administrara mientras él, pastelero a sus pasteles, se encargaría del sonido. La parcería duró poco, así es que Mario continuó solo. Rápidamente, el local cambió de cariz, sin dejar de lado el jazz, como recordó Jaime de Aguirre, aún en su oficina de director ejecutivo de TVN, quien en los 80 había músico, socio de Filmocentro y notable productor musical. -Yo lo conocí en los Encuentros de Juventud y Canto. Pero como tocaba jazz en esa época, teníamos grupo y llevábamos unas noches en el Kaffé Ulm, me hice más cercano cuando ellos se juntaron ahí y formaron pareja. En el Ulm había mucho jazz. En el Café del Cerro también hubo mucho jazz; pero en el Ulm había más. Agregaron los martes de poesía, a cargo de Víctor Hugo Romo, también compañero de Nuestro Canto e integrante del Taller Andamio. Empezaron
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El grupo de Teatro El Teniente Bello presentó su aplaudida Lily, yo te quiero en diversos escenarios alternativos, entre ellos el Kaffé Ulm (Foto: s/crédito de fotógrafo en archivo. Fuente: Archivo Nacional de la Administración).
a actuar Chamal, Capri, Schwenke y Nilo en sus primeros viajes desde Valdivia a Santiago, Eduardo Peralta, Rudy Wiedmaier. Todos los del Canto Nuevo. Llevaron a Óscar Andrade, que en ese momento estaba en su peak, y a Guillermo Basterrechea, que venía volviendo de España. Hugo Moraga hizo su debut en el Ulm: -La primera vez que hice un concierto fue ahí. En esa época yo estaba trabajando con Sonia y Myriam en el sello SYM, y cantó la Sonia conmigo un par de canciones y me acompañó en otras un grupo que era derivado del Barroco Andino chico. Ese fue como el origen de esta actividad de ir a boliches y cantar canciones.
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Toda una ocasión para empezar, ya que Sonia von Schrebler -conocida internacionalmente como Sonia La Única- llevaba décadas siendo éxito en toda Hispanoamérica. Entre el público, probablemente estuvo Álvaro Godoy, con uno de los primeros ejemplares de la revista La Bicicleta, donde era el encargado de las secciones de música: -Nosotros partimos como público en el Kaffé Ulm, donde pudimos escuchar los primeros recitales de gente como Peralta, Schwenke, etcétera. Y un montón de gente reconocida que por primera vez empieza a cantar en un local que podemos llamar comercial, donde la gente iba a tomarse un trago, en una situación no de parroquia, olla común, concierto por... la paz, para... no sé qué, sino que era un acto cotidiano de alguien que va a disfrutar de la música. Así es que partimos como público incluso antes de que
la revista La Bicicleta tuviese una misión tan cercana a la música. Pero no solo pasaron cosas en ese ámbito. Hubo algo aún más trascendente y perenne. Cuenta Mario, y los dos se ríen: -Yo había conocido a la Maggie, compañera de mi hermana Nadia que estudiaba hotelería y turismo en el Inacap. Surgió el romance primero, empezamos a pinchar [más risas] y entre medio de ese pinchazo le propuse que nos ayudara en la parte de servicio en el Ulm, que no teníamos mucha idea. Era una cosa súper primitiva, básica, entre la piscola, el shop y la comida. Comprábamos empanadas y las revendíamos. La invito a Marjorie a colaborarnos, entra en la parte de servicio y nos ordena. Ahí recuerda tú. Le da el pase Mario a Marjorie Kusch, su eterna compañera de vida y de aventuras: -Yo había trabajado en la Enoteca, estaba a punto de terminar en la escuela y necesitaba hacer mi última práctica. Mario había terminado la universidad y junto a un grupo de amigos administraba ese café concert donde me propuso hacer esa última práctica. En un corto tiempo ya éramos pareja y aparte de llevarnos muy bien en lo afectivo hicimos una buena dupla en lo laboral. Me arriesgué porque, aunque todavía no estaba titulada, sabía harto más que ellos en el tema del servicio de la comida. Les ordené el cuento, propuse un poco más de comida, tragos preparados. Yo ya sabía todo eso; de hecho, en el tema
de bar me fue estupendo en la escuela, era una de las alumnas destacadas. Así es que armé la barra, la cocina, el servicio. Tomamos más gente, garzones, y se armó más profesional. Y ahí seguimos la historia entre pololeando y trabajando juntos. Continuaron también agregando cosas a la parrilla programática, para hacer atractivos todos los días, de lunes a sábado. Gracias a un contacto con la Cinemateca de la Universidad de Chile, dieron muchas películas latinoamericanas: La hora de los hornos, de los argentinos Fernando Pino Solanas y Octavio Getino; El diálogo de América, del chileno Álvaro Covacevic con la conversación entre Allende y Fidel Castro; Yawar Malku, del realizador boliviano Jorge Sanjinés, y muchas más que no podían ser vistas por entonces. Recuerda Mario. -Hacíamos esas funciones, todos encerrados, a oscuras, en el tercer piso del edificio, esperando cualquier cosa. Una vez llegó Michael Weiss y sintió algo raro. Apagamos las luces, nos escondimos. Nadie respiraba. Se dio una vuelta y no nos cachó. Y habríamos, no sé, cincuenta personas. No pararon. Ese tercer piso se convirtió en el Teatrito del Kaffé, una sala con 30 sillas de paja, para la cual el propio Mario levantó las tarimas e instaló las luces. La inauguró el reagrupado Teatro Aleph, con Sergio Bravo, su hermana Mariel, Alex Zisis y Ricardo Vallejo, y cuya obra estuvo, exitosamente, al menos por tres meses, todos los fines de semana. Habla Sergio:
-Los ex Aleph la inauguramos. No nos llamamos Aleph, porque con ese nombre habíamos sido prohibidos en 1979 por la obra Mijita Rica. Nos pusimos un nombre instrumental, La Vocina, mezcla de voz (palabra) y bocina (altavoz) y montamos una obra de creación colectiva que titulamos El cateo de la laucha, que era una forma muy chilena de decir cómo estábamos los chilenos a principios de los 80. También se presentaba en el Ulm una escisión musical del grupo. El propio Sergio más Alex Zisis, bajo el nombre de Los de las Chacras, interpretaban un hilarante repertorio lleno de ironías, como parodia a Los Huasos Quincheros. -Nuestros éxitos folclóricos eran Colín, tonada muy quincheril y P’tas que es feo el folclore, un cachimbo nortino onda neo folclore de Los Cuatro Cuartos. También teníamos nuestra faceta melódica. Nos sacábamos nuestras mantas doñihuanas y sombreros de huaso y nos convertíamos al instante en Alfredo Galán y su combo, en que Alfredo era yo y mi combo era el Álex, ambos con jopo con gomina y chaquetas de luces. Nuestros éxitos melódicos eran The principal parts, un tema tipo Blue moon cuya letra estaba inspirada en nuestro texto de inglés en el colegio, de la autora Lidia Miquel, y el bolero Masoquista, que era para cortarse las venas. Siempre en veta humor satírico, el grupo El Teniente Bello estrenó allí, fuera del ámbito universitario, la exitosa Lily, yo te quiero, de Gregory Cohen y Roberto Brodsky, presentada por primera vez el mismo año 80 en el Tercer Festival de la ACU
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(Agrupación Cultural Universitaria) de la Chile. Y también ahí tuvo lugar un recital de Schwenke y Nilo, donde el poeta Clemente Riedemann, autor de muchos de los versos que el dúo hizo canción, recitó su poema Karra Mawin. Otro ámbito para el que abrieron espacio fue el humor. Hernán Flaco Robles pasó de animar en la Parroquia Universitaria a ese escenario y Juan Carlos Palta Meléndez, del anonimato a empezar a ser conocido, tal como él mismo recuerda:
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días. El Ulm lo hacía, aunque no siempre lograran público. Por dos años, el 80 y el 81, se instaló en el imaginario citadino ese espacio cuya imagen era una mujer al estilo art nouveau, inspirada en el rosetón de la entrada al edificio que pertenece, se dice, al legado a la ciudad del famoso arquitecto chileno Luciano Kulczewski. Un vecino del Barrio Bellavista, Carlos Meckenburg, que luego sería habitué del Café del Cerro y cercano a los dueños, dibuja su experiencia:
-Cantamos con Los Blops en esta formación de trío que teníamos, con Juan Pablo Orrego y Jaime Labarca. Yo conocí a Mario ahí.
-En plena dictadura escuchábamos a Bob Dylan, Eric Clapton y músicos anglos... En castellano no había mucho, salvo algunos argentinos... Las modas pop, la onda disco y esas cosas aparecieron de un día para otro; pero nosotros seguíamos siendo los hippientos de siempre, necesitábamos música en castellano. Por datos sabíamos del Kaffé Ulm. Fui un par de veces. Recuerdo haber visto a Schwenke y Nilo con toda su parafernalia acústica y no lo podía creer. Apenas cabía la banda en ese bolichito al que me era difícil entrar, por ser menor de edad. En ese tiempo, los sapos te seguían; varios asistentes al Ulm fueron arrestados por la CNI. Pero nosotros conocíamos tan bien el barrio que nunca nos pillaron. Después lo cerraron, jodieron al Mario por un tema de patente o no sé qué y se fue al Bella, igual que muchos arquitectos, cineastas, fotógrafos que arrancaron del barrio Lastarria, después de que los amedrentaron.
Era fuera de lo común, como sigue siéndolo, que un lugar tuviera espectáculos en vivo todos los
En la Municipalidad de Santiago, cuyo alcalde designado era Carlos Bombal, notaron que algo
-Llegué al Kaffé Ulm, que estaba en la Alameda, en ese pasaje maravilloso, donde después estuvo la primera escuela de teatro de Fernando Gallardo. Fue violenta su irrupción, porque no había lugares así. Se puso de moda en dos fines de semana, bullía de gente. Yo vivía a la vuelta, en la calle Estados Unidos, y ahí iba a meterme a contar mis primeros chistes. La programación musical también contempló a grupos históricos, como Los Blops. Fue el inicio de la larga relación profesional, comercial y de profunda amistad entre Eduardo Gatti, Mario y Maggie. Eduardo cuenta:
Los de las Chacras: Alex Zisis y Sergio Bravo (izquierda) pusieron humor en el Ulm y los hermanos Lecaros, parte del jazz (en la foto del Archivo Kaffé Ulm, Pablo y Roberto).
pasaba en la segunda cuadra de la Alameda. Explica Mario: -Pusieron el ojo en lo que estaba pasando en el Kaffé Ulm; como que ya estaba molestando, creo, y empezaron a poner cortapisas, a exigir esto y lo otro. Hasta que llegó el momento en que, de frentón, el Departamento de Obras de la Municipalidad lo cerró y no hubo vuelta atrás.
-Michael no insistió en reabrirlo y nosotros, sencillamente trabajábamos ahí, sin pensar en levantar un local propio. Estábamos ahí, yo manteniendo también todas las producciones afuera, lo que salía. Tenía el proyecto de estudiar producción, en España, cosa que después no pasó. Nos llamó la atención es que después se abrió una peña en ese mismo lugar, funcionó muchos años y no cambió mucho el movimiento.
Como, por otro lado, económicamente no estaba siendo una gran entrada, principalmente para su dueño, ya que habían subido el arriendo, él no dio pelea.
Al cerrar, la pareja quedó de brazos cruzados, “un poco volando”, en palabras de Marjorie (en adelante, Maggie), aunque con una tremenda experiencia acumulada. Reconoce Mario:
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-Para nosotros, lo importante es que el Ulm fue como una escuela, nuestra práctica. Maggie venía con una formación y yo conocía a los artistas, producía teatro y música; pero esto era una cosa más estable, con una ubicación bastante privilegiada en la Alameda. Fue nuestra gran práctica y nos dimos cuenta de que funcionaba. Maggie agrega, en la misma línea:
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-Descubrimos que había un público y que podíamos hacer muchas más cosas, más profesionales; salir del tema de las peñas, que eran todas como guetos: oscuras, cerradas, mal producidas, con baños sucios, feas. Empezamos a soñar con hacer un nuevo local similar, pero nuestro. Una fuente de trabajo para nosotros, para los artistas, para nuestro personal, hacerlo más profesional. Víctor Hugo Romo, poeta, era parte de Nuestro Canto, donde trabajaba bajo el liderazgo de Miguel Davagnino y John Smith. Hasta hoy admira la capacidad de la pareja para llevar adelante estos proyectos. -Mario era un joven productor en Nuestro Canto, cuya formación es clave. Viene de una familia con un padre muy activo, muy organizador de cosas, un aportador; un luchador social, se podría decir. Como productor artístico fue mirando, reconociendo talentos y una realidad: que había un mundo por mostrar que no tenía espacio donde participar. Por eso, cuando llegó a administrar el Kaffé Ulm lo enriqueció con una parrilla de artistas y, cuando se cierra, quienes
componían esa parrilla dicen ‘necesitamos una fuente laboral’. Sabiendo también que había mucha gente que quería encontrarse en un espacio común, se lanzaron a concretar el sueño. Mario: Nos pusimos en campaña para buscar una propiedad, con las patas y el buche. Yo con 24 años; Maggie, con 20. Maggie: Teníamos las ganas de seguir el cuento... Mario: ... con las ganas de saber que esto podía funcionar, que podía ser nuestro... Maggie: ... nuestro nicho de trabajo. Mario: Fundamental en esta patada inicial fue el cierre del Kaffé Ulm. Como en todas las muchas entrevistas realizadas a Mario y Maggie para esta investigación, las frases se les superponen, se complementan, se contradicen. Por eso es que en este libro, sus declaraciones no estarán separadas, simulando gráficamente la conversación. Plata, pega, papeleo En Brujos, Jaime Chamorro recordó esas primeras etapas de la instalación del Café. “Con Mario teníamos mucha comunicación, a pesar de que era mucho más joven que yo. Y recuerdo que un día llegó a conversar conmigo al diario y me dijo que quería instalar un café
en el Barrio Bellavista, que en ese tiempo no tenía ninguna connotación. Era amorfo, como muchos barrios de Santiago. No tenía nada, prácticamente, salvo el Venezia. Era un momento de crisis económica más o menos complicado. Y yo le digo ‘¿cómo se te ocurre ir a armar una cuestión como esa en estos momentos? Es una cuestión imposible. Te va a ir mal como negocio’. Y Mario, que tiene capacidad para ese tipo de actividades, que es muy sagaz, me dijo: ‘lo voy a hacer porque te aseguro que va a andar bien’. Y así fue”. Encontraron la casa que había pertenecido al Taller 666, cerrada por cerca de dos años. Era un espacio espectacular, que había sido un colegio, el Colegio Baquedano, dato que supieron después, porque llegaban clientes que reconocían el patio y decían ‘aquí estudié yo’. Hasta ahora lo dicen, incluso el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue.
Lo estudiaron con calma, porque económicamente les significaba un enorme paso, que implicaba muchas deudas. Llegaron a la conclusión de que la casona de Ernesto Pinto Lagarrigue 192, en la esquina con Antonia López de Bello, era ideal: Maggie: Iba a ser nuestro centro, nuestro gran proyecto. Y el tema era subsistir, porque íbamos a vivir de eso... Mario: ... estábamos poniendo toda nuestra fuerza. No había lucas. A mí me entraban unas por el sonido, una o dos veces por semana... Maggie: ... así es que recurrimos a las familias, porque ningún banco nos iba a dar crédito... Mario: ... a los abuelos de la Maggie, a mi madre, a mi padre que nos apoyó... Maggie: ... con el compromiso de devolver la plata lo antes que se pudiera. Y la verdad es que confiaron en nosotros... Mario: ... 24 y 20 años. Maggie: ... éramos unos niños chicos.
Mario señala las razones para dudar en arrendarla. -Al principio, la vimos con cierta resistencia, porque el Taller tenía una marca política fuerte. Y pensamos, ‘pucha, esta casa está tan teñida, tiñámonos nosotros mismos pero no partamos teñidos’. Sin embargo, reunía todas las condiciones. Estaba en el Barrio Bellavista, que no existía como tal porque solo estaba el Venezia, la casa de Neruda, la de Camilo Mori. Pero no había más... tenía todas las características de un barrio, pero a dos cuadras de Plaza Italia. Convergía toda la ciudad ahí.
Carmen Andrade Barrientos fue aval para el arriendo de la casa; Héctor Tito Bustamante Ascui y Cleria Santander, los abuelos de Maggie, prestaron todos sus ahorros; Mario Navarro Martinic ayudó también. Mario: Sin el aval de mi mamá, jamás nos la hubieran arrendado. Nos tramitaron, la corredora nos mantuvo en ascuas. Tú te acordabas del día en que nos dijeron que sí, que nos la iba a arrendar. Maggie: Mario estaba haciendo la producción y el sonido de un recital del Pato Valdivia, en el Pueblito
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de los Artesanos de Los Domínicos, que tenía un galpón al lado de la iglesia. En pleno concierto, fuimos a buscar un teléfono y llamamos al corredor que nos dijo ‘sí, se la vamos a arrendar’. Y celebramos con el Pato y su polola. Teníamos toda la esperanza, la juventud, la inocencia y la inconsciencia. No nos dábamos cuenta de todo lo que venía. Mario: Queríamos hacerla. Para lo que se venía, pusieron trabajo más familiares y amigos. A cargo de la construcción, por ejemplo, estuvo un primo de Maggie, Tito Bustamante Arriagada, que funcionó como contratista con su cuadrilla de trabajadores y su gásfiter. No escasearon las dificultades, recuerda Mario.
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-Ni pensar en arquitecto ni nada, puro ñeque. Tiremos esto abajo, esta muralla acá, los baños allá. Llegamos a raspar vidrios, porque estaban todos pintados. Empezamos a sacarles la pintura, con líquido de frenos y todo, pero no salía. Después de haber raspado no sé cuántos, nos dimos cuenta de que era mejor romper los vidrios y cambiarlos. Así es que los que no alcanzamos a limpiar, los cambiamos. De las primeras en integrarse a ese trabajo fue Virginia López. Con ella venían trabajando desde el Ulm, donde había sido la secretaria de Sonus. Desde Arica, su ciudad natal, recuerda telefónicamente: -Me tocó ayudar en los arreglos y la instalación del Café. De hecho, limpié 1.600 vidrios... no, no sé si
exagero, pero eran demasiados. Estaban pintados, no podíamos sacar la pintura. Tuvimos que aplicar montón de cosas y al final la saqué con líquido de frenos. Eran pequeñísimos e íbamos uno por uno. Mientras estaba, concentradamente, dedicada a esa tarea, tuvo una visita inesperada y nada agradable: -Miro hacia atrás y había un tremendo guarén, enorme que parecía un gato. Andaba medio atontado, eso sí. Porque donde botamos paredes, removimos todo lo de la casa, que era una casa vieja... y por el hecho de ser vieja, creo que había nidos de esos bichos. Me dio mucho miedo, pero silenciosamente me fui súper rápido, y los maestros trabajadores lograron atraparlo. Otro problema, más complejo y de índole financiero, se les presentó cuando un viernes por la tarde estaban haciendo el asado de los tijerales: se habían quedado sin efectivo para pagarles la semana a los trabajadores. Alargaron el festejo lo más posible mientras Mario recurría, de nuevo, a familiares: Mario: Fui a Ñuñoa, donde mis tíos Raúl Montesinos y Anita Andrade, a que me tiraran un salvavidas. Me prestaron plata, pero me dieron un cheque. Entonces, partí donde mi primo Patricio, de Flota Barrios, que me cambió el cheque por efectivo. Maggie: Y así les pagamos la semana a los jornaleros. Fue duro, fue duro el año 82. Convencer a los papás del Mario y a mis abuelos... eran los ahorros de su vida. Pero pudimos devolver todo.
La construcción duró tres meses desde que arrendaron la propiedad. Fue todo el invierno. Avanzaron rápido, pese al clima que jugaba malas pasadas, atrasando los procesos de arreglo. Sigue contando Virginia: -Tuvimos que conseguirnos muchas estufas, muchas estufas, para que el enyesado estuviese listo cuando lo necesitábamos, porque no se secaba muy rápido. Por lo tanto, hubo que prender hartas estufas. Muchas. Todo lo hicimos a puro ñeque no más y la verdad es que resultó muy bonito. Aunque botaron murallas y modificaron todo lo que requerían las nuevas instalaciones, Mario califica la remodelación como de obras de mediano calibre. -Tampoco fue la gran obra. No teníamos lucas ni condiciones para hacerlo. Había urgencia, había que apurar el asunto. Entremedio, nos pedían salas para ensayar, así es que además de preocuparse del salón propiamente y de la cocina, había que preparar algunas salas para los arrendatarios que surgieron en el momento o que buscamos. Paralelamente, armar el lugar, siguiendo la estética que ya había en el Ulm. Mario: Nuestra experiencia del Ulm marcó todo esto: el mural atrás, las mesas, las sillas de paja. Partimos con una jardinera, porque tratamos de poner plantas, pero se morían entre la oscuridad y el humo de los cigarros. El Patara, José Segovia, premiado artesano
en totora y que fue uno de los primeros en arrendar un taller en el Café, hizo las lámparas, las jardineras y unas aplicaciones para el patio. Los vasos eran botellas de pisco cortadas... Maggie: ... íbamos donde un casero que nos cortaba las botellas, por Recoleta o Independencia... Mario: ... juntábamos todas las botellas y él las cortaba; pero de repente quedaban mal limadas y por eso decía que eran vasos con parche curita [risas]. Mandamos a hacer las mesas redondas y las sillas donde un señor al que todo el mundo le decía el Cuñao, por J.J.Pérez. Lo buscamos y lo encontramos, pero nunca supimos su nombre, solo lo conocimos como el Cuñao, porque era la referencia que nos dieron. Fue histórica su llegada al Café... tenía un camión bien destartalado, viejo y chiquitito y llegó con las 150 sillas colgando por todas partes. Me acuerdo de esa escena. Maggie: Después cambiamos esas sillas, porque eran muy incómodas. Mandamos a hacer unas parecidas a las que se vendían en todas partes; pero un poquito más anchas, más gruesas, y con respaldo de paja. También fue levantada la galería, ubicada en la parte de atrás del Café la que, como cuenta Mario, sirvió de punto de partida para una novela de Desiderio Chere Arenas. -El Chere contaba que se inspiró para escribir La Playa de los alacranes cuando vio a Sebastián Piñera sentado en nuestra gradería. El diseño del mural, que se haría famoso, también tuvo su cuento. Mario:
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-Le dijimos al Shakespeare ‘haznos el diseño del logo’. Y llegó con un diseño para logo y mural. No hubo correcciones. No hubo diseños alternativos. Absolutamente nada. Absolutamente confiados en él. Shakespeare es el apodo de Osvaldo Rojas, diseñador que trabajaba con Michael Weiss y a quien él le había pedido el logo y el mural del Ulm. El sobrenombre le quedó después de que, antes de aquello, hiciera un afiche para Hamlet cuando era parte de la oficina de los hermanos Vicho+Toño Larrea. Cuenta su lado de la experiencia:
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-Mario me dijo que necesitaba un logo, porque tenía ya vista una casa. Ahí le pusimos Café del Cerro. Y un día, en que habíamos quedado de juntarnos como a las 10, eran las 8 de la mañana y yo... nada. No hallaba qué hacer. Me puse a pensar en el Cerro, en la Virgen, que es muy blanca, y en que se ve todo verde, e hice la figura del Cerro como art deco: están las casas, el río y los puentes que también son importantes. Y también está Santiago, los edificios a este lado. Pero había que ponerlo plano... Inmediatamente pensé que podía ser un mural. Hice un dibujo a lápiz: el cerro, las casas antiguas, el puente, la Iglesia de San Francisco, la Torre Entel, edificios que se vea que son de Santiago. Pero así, sencillo. Lo interesante eran los colores. Me dijo que sí al ver el dibujo y yo le contesté ‘mañana te traigo el original’. Lo dibujaron y pintaron entre él y un compañero de colegio que estudiaba Artes Plásticas. Llevaron
una ampliadora, proyectaron en el muro. Estuvieron toda una noche dibujando y un día entero pintando al esmalte. Enfrentando la burocracia Paralelamente, resolvían los temas administrativos: patentes y permisos municipales, asuntos contables e impositivos. Explica Mario: -Fue toda una apuesta abrir el Café. Lo del Servicio de Impuestos Internos lo manejó el papá de la Maggie. Leyes sociales, también; teníamos a toda la gente con contrato, tratamos de partir lo más legal posible. No sé si nos habrá faltado algo. Tratamos de cumplir con todo: entradas timbradas, IVA, banco... cuando estábamos recién empezando, un agente de la sucursal del Banco Chile que estaba en el Crown Plaza nos creyó el proyecto y nos abrió una cuenta... una cuenta no más, ni línea de crédito, ni tarjetas ni nada. Nos hicimos bien yunta con él y con los cajeros también teníamos buena onda. Los trámites para la patente y los permisos en la Dirección de Obras, también municipal, estuvieron a cargo de Maggie: -Me instalaba ahí. ‘¿Dónde se saca esto?’ Y partía. Todos los días estaba ahí, marcando. Hablando con uno y con otro. Hasta que me atendían. Eso fue duro. Fue muy largo. Veníamos con el peso del cierre del Ulm y cuando empezamos a hacer los trámites,
avanzábamos poco, pero la Municipalidad nos fue dando las pasadas para que lográramos las patentes para abrir. Mario reflexiona: -La patente se demoró, nos tramitaron con que el cálifon había que moverlo para allá, para acá, buscando mil subterfugios... Pero construimos en regla, seguimos todas las normativas. No sé si la gente de la Dirección de Obras habrá hecho un nexo entre el Café del Cerro y el Ulm; no sé qué habrá pasado ahí, pero se demoró un poco el permiso, aunque tampoco fue un exceso. Lo hicimos todo en regla, baño de hombres, baño de mujeres, baño del personal. Cosas que en el Ulm no había. Estaba en un segundo piso y no había escalera de emergencia siquiera. Siempre el temor era que lo que estábamos haciendo pudiera traernos consecuencias que, en este caso, podría ser el cierre. Pero no nos pasaron nunca una multa ni por ruidos ni por Impuestos Internos ... El 15 de septiembre de 1982, la dupla Kusch/ Navarro inauguró y obtuvo la patente. Todo en la misma fecha. Mario: -Fuimos a invitar a la inspectora que nos estaba viendo y nos dijo ‘¿cómo van a inaugurar si todavía no tienen patente?’. Y nos dieron la patente de alcoholes, aunque entonces era más fácil de sacar que ahora. Por un lado, era más fácil y, por otro lado ... no sé si alguien nos protegió o no se dieron cuenta de lo que venía. Si se hubieran dado cuenta, nos hubieran molestado más. Nos molestaron; pero
no tanto como podrían haberlo hecho. A eso se unía la irresponsabilidad de la juventud. No sabíamos en qué nos estábamos metiendo ni para dónde íbamos.
Los primeros de la lista Los integrantes del equipo original del Café del Cerro fueron Mario y Maggie, Víctor Hugo Romo, Eugenia Quena Velasco, amiga de toda la vida de Maggie y que había estudiado hotelería con ella, y los hermanos Kusch: Mauricio, que inauguró la puerta y el cobro de las entradas; Suzy, a cargo de la cocina y responsable de las empanadas que se hicieron famosas, y Ximena, que también atendía mesas. El cocinero Lucho Cayuqueo, Shakespeare y el sonidista Sergio Sepúlveda, pasaron del Ulm al Cerro, sin dilación. Cuenta Mario: -Sergio Sepúlveda estuvo harto tiempo, hasta que pasó al Bafona como sonidista oficial, donde jubiló. Y Shakespeare fue el primer fotógrafo del Café. El aludido recuerda: -Nunca trabajé dentro ni tuve taller ahí. Pasaba muy poco en el Café y me fui perdiendo. Al principio les hacía las fotos, pero después Mario tenía gente trabajando para eso. Mario: Ese era el equipo que partió. Más la Vicky, la Virginia López, que venía también de Sonus, mi empresa de sonido, que tenía oficina debajo del Ulm, en el primer piso.
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Maggie: Y, como contamos, mi papá se ofreció a hacer el tema de la contabilidad, porque es contador auditor, pero no ejercía hacía muchos años.
También llegó el grupo de cantos y danzas folclóricas Chamal, que nos hizo botar unas murallas para que pudieran ensayar bien.
Víctor Hugo Romo agrega detalles de su llegada al equipo:
No hay fiesta sin sus conflictos
-Cuando Mario se va a administrar el Kaffé Ulm, yo tenía los martes para invitar a poetas y hacer conversatorios. Me integré al Café del Cerro cuando él hace su proyecto personal y me dice ‘estoy armando esto, quiero que te vengas a trabajar conmigo’. En una primera instancia, en producción, que era organizar todo el día a día y encargarme de la comunicación con el afuera: redactar cartas y comunicados de prensa e ir a los medios a llevarlos. Así partí.
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Hablando de llegadas, comenzaron a poblarse los talleres. Mario se ríe al visualizar lo que narra. -El Patara, junto al diseñador y pintor Juan Carlos Álvarez (JC), fue uno de los primeros en arrendar un taller, que se transformó como en el Consulado de Arica en la capital: de a poco fueron llegando músicos desde el norte y se formó el Arak Pacha con su propuesta músico-teatral con Patara, quien también en ese taller les confeccionó los penachos que los caracterizaron. Luego hicimos los exitosos tambos de música andina y ellos fueron invitados a La Gran Noche del Folclore de Alerce en el Caupolicán y a grabar con ese sello. También llegó Pancho Puelma, al que los maestros le pusieron Cocciante, por el cantante italiano, debido a su pelo y a su piano de cola que debieron entrar por una ventana al segundo piso.
La noche del 15 de septiembre del 82, la casona del Barrio Bellavista se transformó oficialmente en el Café del Cerro. Invitados e invitadas recibieron un afiche con la gráfica oficial, en un formato que se hizo tradicional para este tipo de publicaciones y que contenía, en este caso, el poema Breve historia, de Víctor Hugo Romo. Esa noche estrenaron espacio, micrófonos, acomodaciones, vajilla, empanadas, vino navegado y artistas en una fiesta que, nadie lo sabía, marcaría el comienzo de una década sorpresiva. Rememora Mario: -Animó el Flaco Robles y se presentaron Chamal, el Palta Meléndez, el Tío Roberto y Catalina Rojas, Antara, Ortiga, Miguel Piñera con Fusión Latina, Gervasio. También estuvo el grupo de teatro Aleph, es decir, dos de ellos, que tenían el conjunto folclórico y melódico Los de las Chacras, porque yo era fanático de ellos; cantaron su canción para Julio Martínez y otra de un boxeador que tenían. Y John Smith presentó a Víctor Hugo Romo, para que leyera un poema. Las cosas no fueron muy fáciles para Víctor Hugo Romo y su lectura poética. El ambiente era
ERNESTO PINTO LAGARRIGUE 192
BARRIO BELLAVISTA STGO. CHILE
Breve Historia Como si la Cordillera de Los Andes le hubiera mandado un mensajero a la Cordillera de La Costa, y este mensajero no hubiese llegado nunca a su destino, el Cerro San Cristóbal se nos quedó para siempre en Santiago. Y aunque verdaderamente nadie conoce el motivo de su estadía, hay quienes opinan que fue embargado a su paso por Santiago debido a razones económicas. Yo prefiero pensar que no. Creo que el Cerro San Cristóbal se ha quedado inmóvil en esta ciudad porque tenía asuntos pendientes con el Santa Lucía. VICTOR HUGO ROMO
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demasiado festivo para un texto en serio y sobre la contingencia. -Yo estaba muy lejos de la anécdota juguetona sobre los cerros San Cristóbal y Santa Lucía que había escrito para el Café. Mi poesía era sobre la contingencia. Así es que yo leo esa noche, ante un público que no escuchaba nada, un largo poema que hablaba de que, en ese momento que nos tenía a todos impactados, por un lado, surgía este café, pero por otro la lucha social iba in crescendo. Yo viví, experimenté, sentir los choques de vasos, las risas, las conversaciones y el darme cuenta de que había dos o tres oídos atentos, nada más. Una masa y un barullo generalizado.
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Sin embargo, más que aquello, lo que ha quedado en su corazón es el encuentro con un hombre indispensable en la cultura nacional: -Al término, sentí los aplausos y cuando me voy retirando se me cruza Ricardo García, que era un hombre muy cariñoso, muy lleno de afecto y de ternura. Me abrazó y me dijo: ‘es lo más digno que he escuchado esta noche’. No me habló de bello ni de si estaba de acuerdo o no. Me habló de dignidad. Siempre me ha quedado dando vuelta la duda de a qué se refería. Si a una dignidad del texto o a la del lector que, pese al barullo, igualmente lee su texto. Previo a la fiesta, la presencia del Negro Piñera había causado un movimiento telúrico. Pedro Villagra (Santiago del Nuevo Extremo): nosotros tocamos harto en el Kaffé Ulm y cuando
el Mario Navarro se instaló en el Café del Cerro, nosotros ya trabajábamos con él como productor y nos tenía invitados como grandes anfitriones de la inauguración... Pero no quisimos ir, porque también había invitado al Negro Piñera y surgió el rechazo de algunos: que si estaba él, nosotros no estaríamos. El Mario se enojó y estuvo sin hablarnos por harto tiempo. El Negro nos había hecho algunas tallas pesadas. El Mario lo ponía como telonero de nuestros conciertos -como productor lo hacía y nunca nos preguntó- y después el Negro se abanicaba diciendo que tocaba con Santiago del Nuevo Extremo; salía en la televisión diciendo eso. Y en algunos conciertos se enchufaba en nuestros amplificadores, sin pedir permiso. Al poco tiempo, cuando ya era famoso, empezó a hablar mal de nosotros, a decir que éramos protestones. Entonces, nos pareció poco ético. Fue más allá de los límites tolerables. Luis Le Bert (Santiago del Nuevo Extremo): La represión de la dictadura generaba en nosotros una especie de actitud de andar circulando por la ciudad sin ver a nadie. Se nos llenan de nebulosas los recuerdos y la mayor característica es que uno no veía mucho porque andaba asustado. Mario me había dicho en los patios de la escuela, porque él estudiaba diseño y yo arquitectura ‘voy a hacer un lugar’. Yo ni siquiera lo asociaba con el Ulm, porque no hablaba mucho, me quedaba asustado, era la tónica. Pero él, como nuestro manager, había agarrado la costumbre de poner un letrero de los conciertos -a raíz de nada y sin preguntarnos- con Miguel Piñera y Santiago del Nuevo Extremo y Miguel Piñera más grande. Era una cuestión súper rara y provocaba ira, porque a Miguel Piñera no lo conocían. Entonces, claro, era
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Página anterior: Eduardo Peralta y Cecilia Echenique compartieron escenario (Archivo Café del Cerro) Gervasio llegó a la inauguración como sorpresa y encantó con su actuación, como Los de las Chacras que, pese al éxito, no volvieron a actuar en la sala (Archivo Café del Cerro).
su negocio. Y lo hizo varias veces. En el fondo, el Café del Cerro era un buen lugar donde se repetían todas las cosas humanas. Era como un laboratorio de cosas. Pedro Villagra: Por eso, siendo que éramos de la casa, no participamos en la inauguración oficial; nos negamos a celebrar la inauguración. Así es que la tensión con Mario fue fuerte. Pasó, no sé si habrán sido dos meses y ya, como todas las cosas, se arregló con el tiempo. No hubo disculpas oficiales de por medio, solamente más fechas en el Café del Cerro. Vamos arriba. Bien pragmático. Como decíamos al comienzo, la memoria es emotiva y puede jugar malas pasadas: los conciertos
en que Piñera y Santiago compartieron escenario fueron apenas dos, con gran éxito de público; la preponderancia en los afiches del nombre del Negro se debía a la diferencia de peso gráfico de los logos de ambos, y la demora en que el grupo de Canto Nuevo entró a la cartelera del Café superó con mucho los dos meses: el jueves 3 de febrero de 1983 fue la primera de las 61 veces en que -hasta 1988- el popular y emblemático grupo tocó en el local. Un músico que sí participó de la fiesta fue Gervasio, que había estado un tiempo fuera del país y que al volver se enteró de la inauguración
Pedro Pablo Humire, gran cultor y estudioso de la cultura Aymara estuvo en el Café. En esta foto de Anselmo Córdoba, toca la quena en el patio del local (Fuente: Archivo Nacional de la Administración) La banda de rock fusión Quilín inauguró la presencia de este estilo musical en el recién inaugurado local (Archivo Café del Cerro).
del Café. Fue con su guitarra y le dijo a Mario: “tenía que estar aquí”.
Roberto Parra con la Corina [sic] Rojas tocando jazz huachaca del mejor”.
La prensa recogió la inauguración. Lucho Fuenzalida, en La Tercera del 24 de septiembre, escribió que había asistido “mucha ‘gente linda artesanal’, pelambreras y barbas (...), todo muy en onda palta-calipso-charango. Miguel Piñera y su grupo Fusión Latina nos aturdió a todos y el dúo Los de las Chakras [sic] nos hizo reír con sus divertidas coplas y tallas y sobre todo con una canción cruelmente alusiva al colega y comentarista Julio Martínez, que si la oye le da un ataque de caspa. Empanadas, mucho tinto y
En realidad, según la información que uno tuviera sobre el comentarista deportivo y el juicio que hiciera sobre dicho personaje, la letra de la canción podía ser entendida como una enorme alabanza o como una ironía de nivel superior. Así es que la crueldad, a la que aludía Fuenzalida, quizá la puso su propia cabeza. Según el testimonio de Sergio Bravo, uno de sus autores e intérpretes, la letra de la canción terminaba diciendo: “¡Eres filántropo, /actor y novelista / eres romántico /eres hijo ejemplar. /Eres el Churchill / de los futbolistas
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/ el Vargas Llosa / entre los columnistas! /... y un día / si sigues adelante / de nuestra Patria /¡serás el gobernante!”.
y los artistas actuaban a ras de suelo, al mismo nivel de quienes asistían, como una metáfora de que unos/as y otros/as estaban en las mismas.
Pese a que Mario y Maggie los quisieron de regreso en la cartelera diaria, Los de la Chacras no volvieron. Explica Sergio Bravo:
Esos meses de 1982, entre mitad de septiembre y fines de diciembre, hubo en el Café setenta y dos funciones corrientes y diez especiales, en las que actuaron setenta y un artistas. En su mayoría pertenecían -en orden decreciente- a las categorías de humor (integrado, en este caso con música y teatro), Canto Nuevo y jazz, en sus variantes de contemporáneo, flamenco, huachaca, moderno, para guitarra y jazz-rock. También hicieron su aparición los primeros artistas extranjeros: vino Helga, una argentina que por entonces era pareja de Gervasio; y la agrupación de jazz Raga, de Mendoza.
-Aunque éramos asiduos del Café, después no actuamos más. Me imagino [que fue] porque no teníamos repertorio para sostener un espectáculo de larga duración. Cuando se inauguró el Café del Cerro, ya habíamos actuado muchas veces en lugares como la Parroquia Universitaria, el Ulm, peñas y boliches populares y éramos ya relativamente conocidos en los medios under y de resistencia cultural, pero generalmente en espectáculos colectivos. La programación continuó inmediatamente, abierta al público sin un tiempo de rodaje. El jueves estuvo Antara, grupo liderado por los hermanos Alejandro y Fernando Lavanderos más Juan Cristóbal Meza, que cruzaba el conocimiento de la música culta con los ritmos latinoamericanos; el viernes, Quilín y su vanguardista jazz-rock de fusión, y el sábado regresó el Negro Piñera, en su primera y última presentación pública en el Café. El resto del primer año, la cartelera mostró lo que, con algunas variaciones, iba a ser la tónica de los espectáculos que se presentarían durante los cerca de diez años en ese escenario, quizá inconscientemente democrático: no había tarima
El local iba, lentamente, haciéndose conocido, pero aún la tónica era un promedio de asistentes cercano a las 50 personas. Aunque algunos artistas resintieron el establecimiento de rankings de asistencia, los registros de las bitácoras diarias de control interno aportan datos que, a la larga, resultaron históricos. En ese año solo consignan cifras respecto de cuarenta y cuatro funciones, las que señalan como los artistas que llevaron más público al grupo Ortiga, Cecilia Echenique, Eduardo Peralta, Hugo Moraga, Viento del Sur y Eduardo Gatti. Recuerdan y valoran Cecilia Echenique y Hugo Moraga: Cecilia: Partí con Eduardo Peralta cantando a dúo y nos tocó inaugurar el año 82 el Café. Los grupos o
solistas en general hacían su música, y compartían abajo del escenario; a diferencia de hoy, donde se comparte mucho en el escenario. Fue una experiencia maravillosa. Hugo: No sé por qué llegué al Café del Cerro. En términos técnicos, había un escenario, un sonido, un ingeniero y uno tenía una cierta facilidad para poder expresar las canciones. Entre las funciones extraordinarias, destacan el lanzamiento de los tres números de la revista La Bicicleta dedicados a Violeta Parra, con las presencias de Nicanor y Roberto, más Gastón Soublette y Ricardo García; la actuación de Pedro Humire, cultor e investigador de las culturas ancestrales del Altiplano; una peña solidaria en que actúo el folclorista Benedicto Piojo Salinas; un encuentro jazzístico argentino-chileno y la fiesta de Navidad, que incluyó música de Viento del Sur y fuegos artificiales. A las figuras mencionadas, podemos agregar otras que actuaron esos primeros meses y que permanecerían en el Café por mucho tiempo: Juan Carlos Meléndez (que había llegado de Copiapó con el apodo de Burro y al que luego el periodista Alfredo Lamadrid llamaría Palta), Rudy Weidmaier, Osvaldo Torres, Cristina (González antes de irse a España, Narea después), Guillermo Basterrechea, Jorge Yáñez, Juan Carlos Pérez, Renée Ivonne Figueroa y Sol y Medianoche, entre otras.
Entre los músicos que acompañaban a artistas, quienes durante más tiempo estuvieron en el Café, formando -además- sus propias agrupaciones, destacan Juan Cristóbal Meza y Raúl Aliaga. Este último, que en la década de los años 2000 fue creador y productor general de los homenajes realizados en las Municipalidades de Providencia y Peñalolén, tiene una mirada de largo plazo sobre el local. -Fue el lugar de unión de los artistas, músicos y creadores con una sensibilidad y responsabilidad social frente a los momentos críticos que el país vivía.
Auge y matrimonio En enero de 1983, en la edición del lunes 17 de Las Ultimas Noticias, Mario Navarro declaraba que querían darle variedad a la oferta artística y abrir las posibilidades de asistencia: “hemos tratado de abarcar un mayor abanico de estilos y, por otro lado, nos hemos abierto a más posibilidades económicas, ya que el precio de la entrada cambia según el día e incluso tenemos entrada liberada”. Esos objetivos durante el año encontraron diversas expresiones. No era fácil tener el local abierto y funcionando de lunes a sábado y, por ello, continuando una práctica probada en el Ulm, cada día tenía su afán: de lunes a miércoles había una mezcla de humor, música y teatro, con entrada libre, que les permitió hacerse de fama en el barrio; los artistas, en general poco conocidos
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pero valiosos, iban a la gorra, es decir, a lo que el público quisiera -o pudiera- aportarles. Jueves y sábado la cartelera se ponía en onda cantautores, pertenecieran o no al Canto Nuevo, y el viernes siempre estuvo reservado al jazz, en sus múltiples formas. La prensa escrita respondió a esa variedad, destinando notas, a veces diarias y simultáneas, a destacar la programación y ya antes del primer aniversario, celebrado el 15 de septiembre con una fiesta privada más actuaciones; Mario Navarro era considerado como un referente en la escena musical. Por ejemplo, el diario La Segunda informó sobre el lanzamiento de un casete que compilaba a los más importantes de sus artistas, bajo la marca del sello Alerce y con la colaboración del sello SYM, ese de las damas de la canción internacional Sonia y Myriam von Schrebler. El aniversario estuvo antecedido por un acontecimiento personal, pero a la vez atingente a toda la comunidad de cercanos del Café. Como resume Maggie: -El año 82 inauguramos el Café del Cerro y el año 83 decidimos hacer una vida juntos. Nunca pensando en probar, sino que para siempre. Así fue como, a puertas cerradas y entre familiares, amigos y artistas, se casaron Mario y Maggie, en una ceremonia creada especialmente para la ocasión por Hiranio Chávez, quien lo narra así:
-Cuando Mario se casa con Maggie nos pide ayuda sobre cómo podría ser un casamiento no religioso, sino que un acuerdo de pareja de vida. Yo diría un sirviñaku, como se celebraba en el Altiplano, que eran matrimonios a prueba. Entonces, le dimos ese nombre. Hizo el guion Jaime Chamorro, sobre la base de la información que yo le entregué. Hubo alegría, brindis, comida y actuaciones -entre ellas, la segunda actuación privada y última del Negro Piñera en ese espacio- amén de baile de madrugada. La ocasión marcó la entrada a la administración del Café de la mítica Señora Eliana, madre de Maggie, reina de la puerta de entrada y pilar del local. Durante el año hubo 323 funciones, de las cuales 42 fueron especiales y en las que actuaron 145 artistas, incluidos el grupo Abril, Hugo Moraga, Schwenke y Nilo, Eduardo Peralta, los hermanos Lecaros y Héctor Titín Molina, por nombrar solo a algunos. Se mantuvieron las categorías más programadas, aunque con un cambio de énfasis: el Canto Nuevo pasó a tener más funciones, seguido muy de cerca por el jazz, el humor (acompañado de música y teatro), los sones brasileños y las actuaciones de cantautores y cantautoras no necesariamente alineados con él. Así recordó este primer tiempo, para este libro, el trovador Eduardo Peralta: -El Café del Cerro, por lo que se vivió por las circunstancias políticas y sociales de la época, fue muy importante para mí. Fue como un refugio, junto con
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varios otros en Santiago y en otras ciudades de Chile en que se hacían rituales musicales. El Sindicato de Carpinteros y Ebanistas en Concepción, el Sindicato Sewel y Minas, que tenía un teatro en Rancagua y para qué decir Valparaíso. Tuve la suerte de estar en la primera semana del Café, como inaugurándolo, con la Cecilia Echenique, a dúo. Fue muy especial, había un público muy grato, que pedía las canciones, que compraba los casetes, lo que era muy importante. Había una buena amplificación, una onda medio familiar, porque era la familia la que atendía: la Maggie, Mario, la señora Eliana, la mamá de Maggie. De las cosas más recordables es esta cofradía de artistas que ahí nos conocimos, aprendimos a cantar juntos, a conversar, a tejer amistades, a tejer relaciones.
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Varias iniciativas hicieron de este año un período particular, muy reporteado por los medios. Las dos principales fueron el Primer Encuentro Nacional de Cantautores y los recitales Hecho en Chile, en sociedad con el programa del mismo nombre de Sergio Pirincho Cárcamo en radio Galaxia. De ambos hablarán inextenso dos capítulos posteriores. El primero tuvo aparejado un intento de organizar a los músicos del Canto Nuevo. Era una época en que no permanecer aislado, organizarse, era imperioso. Eduardo Gatti, en cuya casa tuvieron lugar algunas reuniones para ello, recuerda que la idea no prosperó: -No hubo tal asociación. Hay varias fotos en las que estamos todos juntos, pero no sé cuál fue la razón. No
tengo recuerdos de nada institucional con respecto a esa iniciativa. Si bien el Café no fue parte formal de ninguna red, muchos de sus artistas, de maneras diversas, sí lo fueron. Habla Toño Kadima, artista gráfico, poeta, creador del Taller Sol y uno de los más persistentes gestores culturales, desde entonces hasta ahora, atesora parte de los vestigios gráficos de esos años en el archivo del mismo taller: -En tiempos del Café del Cerro, había una organización de la cultura. Mala o buena, había una organización. Estaba El Canto de Chile, con Eduardo Peralta, Eduardo Yáñez, Juan Carlos Pérez. Estaba el Coordinador Cultural, pero hay sombras en la historia de la cultura. El Coordinador Cultural se ha visibilizado a la fuerza en los últimos quince años. Y en ese territorio de la invisibilidad queda lo que hizo la Unión Nacional por la Cultura (UNAC)/ Coordinador Cultural y la importancia del Congreso de la Cultura. En 1983 también regresó a Chile, incorporándose al circuito de música alternativa, un cantautor recordado por muchos de quienes vivieron los años 70: Gonzalo -Payo- Grondona. Aunque abandonó el banjo, que lo hizo popular con su conocida canción dedicada al bar Il Bosco, mantenía la frescura y encanto crítico de antes, junto con su ironía y lírica, expresadas en nuevas canciones siempre con temática netamente urbanas.
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El Tío Roberto Parra y Catalina Rojas, Luis Pippo Guzmán y Payo Grondona fueron habituales en el Café. No así Héctor Titín Molina que solo estuvo siete veces en los diez años de vida de la sala (Fotos 1 y 2: Archivo Café del Cerro / Foto 3: Archivo Juan Luis Gutiérrez / Foto 4: Fuente Archivo Nacional de la Administració).
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Grupo Abril ensayando sin Pato Valdivia. Pese a que su existencia fue breve, su recuerdo perdura (Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
En el documental Payo en serio (Alejandra Fritis, 2012) el cantautor dice al respecto: “Para mi debut en el Café del Cerro, yo empiezo el concierto con un tema un poco rockeado. Yo le puse música a un poema de Neruda... el poema se llama Regresa el trovador. Empecé con eso. Y cuando estaba en la mitad, las 300 personas que había, que eran muchas... la mitad lloraba, la mitad estaba atónita y decían... ‘puta este huevón’. Ahí inventé una palabra. Yo dije que era el eslabón perdido. Estaba todo el Canto Nuevo, con un repertorio muy específico, muy críptico. Y yo llego con un lenguaje muy directo, muy cotidiano, muy abierto. Y caigo parado, haciendo el eslabón entre el Canto Nuevo y la Nueva Canción (...). Yo caigo parado ahí. Y ese eslabón fue muy bonito, porque fue reconocido por los chiquillos o los cabros de la época y ... todo bien”. A partir de este año, se instauran dos costumbres que jamás se perdieron: festejar el 18 de septiembre con una fonda que, esta primera vez contó el Tío Roberto Parra y Catalina Rojas, Arak Pacha, Payo Grondona y Luis Pippo Guzmán, siempre presente en el Café debido a su triple calidad de cantautor, humorista y actor. La segunda es la ampliación de la oferta gastronómica de la noche al día: comenzaron los almuerzos, con menú fijo de cuidada comida casera. Este aspecto también será parte de un capítulo exclusivo. Las funciones con registro indican que la media de público había subido a entre 100 y 150 asistentes,
siendo los artistas más vistos Eduardo Gatti -con sus poco más de 300 asistentes, se instaló por varios años en el primer lugar de popularidad-, Eduardo Peralta, Payo Grondona, Hugo Moraga y Santiago del Nuevo Extremo. Mención aparte, por su récord también de tres centenares de personas, en un ciclo de por sí exitoso, merece la sesión del Primer Encuentro Nacional de Cantautores en que estuvieron el propio Gatti, Juan Carlos Pérez, Tita Parra y Rafael Araya. En términos de la cantidad de veces que los artistas se presentaron, aparecen sorpresas: son aquellos que estaban surgiendo desde el anonimato: Luis Pippo Guzmán, con 47 actuaciones, y Martinho y su Traça, con 25. Guzmán llegó de Iquique, donde en la televisión local había hecho conocido a su personaje Pippo, un payasito dedicado a niños y niñas. Martinho era el nombre artístico de Martín Loyola, hijo de Hernán Loyola, el más importante biógrafo de Neruda. En materia de prensa, el año cerró con un gran reportaje sobre el Barrio Bellavista, que ya se iba consolidando como un polo cultural con sus salas de teatro, restaurantes, galerías y, por cierto, con el Café del Cerro. Escribía Rosario Larraín para el suplemento Wikén (El Mercurio) del viernes 23 de diciembre que en “la variedad está el gusto: El Café del Cerro tiene poco más de un año de vida y una clientela asegurada. El secreto de su éxito está en la variedad que ofrece. Los días lunes tiene un cantante de cartel, los martes, humor; los miércoles, café concert; los jueves música joven,
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rock y grupos nuevos; los viernes, jazz y los sábados, canto nuevo. En el local, en el que caben hasta 370 personas también se le da almuerzo a los oficinistas del sector”.
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Es notable pensar que, en poco más de un año, un sector de la ciudad considerado anodino por muchos se transformó en un espacio notablemente distinto al resto de Santiago, en el que se respiraba incluso otro aire. ¿Cuánto de ese cambio se debió a la temprana instalación del Café del Cerro? Aunque no hay instrumentos para medir aquello, quienes vivimos esa mutación podemos dar fe de lo mucho que influyó su presencia. También aparece, aquí y allá, en distintos tipos de documentos, como en la memoria El Barrio Bellavista en los procesos de modernización (2003), para optar al título de socióloga en la Universidad de Chile, donde Maira Arriagada, la autora, escribe: “Los artesanos que habían sido desalojados por la Municipalidad de Providencia se trasladan a Bellavista Recoleta en torno al Café del Cerro, donde después de varias desavenencias con la autoridad local y policial, logran obtener permiso para instalarse (...). El Café del Cerro es recordado por varios de los entrevistados como uno de los lugares más alternativos del momento, precursor de nuevas bandas de rock chileno, de jazz o de música alternativa al régimen. Se transformó en lugar favorito para intelectuales, gente de izquierda y en general de un público que buscaba expansión y diversión”.
Neruda, miguelitos y Canto Nuevo El verano del 84 trajo al Café a una tremenda figura del teatro chileno: Franklin Caicedo. Instalado desde fines de los 60 en Buenos Aires, recién diez años después comenzó a venir a Chile para mostrar por qué se había destacado en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile y por qué había logrado hacerse de fama en el difícil medio argentino. Ese enero presentó un espectáculo ya probado en la capital trasandina: Neruda, déjame cantar por ti. La magia de su forma de hablar, de recitar, encandiló al público, que no dejó espacio vacío ni aplausos por hacer sonar. Tanto así, que debieron programar una función adicional, porque en la última del ciclo quedaron más de 50 personas fuera. Recuerda Mario: -Eso fue desbordante. Y la actuación, maravillosa. Lo hicimos en varias noches, todas con más gente que nuestra capacidad real. Llegaron a verlo Matilde Urrutia... Anita González, la Delfina Guzmán. Así reaccionaba el propio Caicedo a este encuentro, en El Mercurio del 12 de enero: “Estoy sorprendido, estoy conmovido por la repercusión que tuvo mi trabajo entre la gente joven que no me conocía. Estoy admirado del interés del público que asistió, a veces de pie o sentados en el suelo”. Antes de los dos años de existencia, el Café del Cerro era un espacio obligado para muchos, con
Leo Rojas (derecha / Archivo Café del Cerro) fue uno de los primeros integrantes de Santiago del Nuevo Extremo, luego desarrolló una carrera como solista. La foto del icónico grupo del Canto Nuevo es de la autoría de Miguel Opazo.
una programación de lujo. Público, artistas, prensa poblaban sus noches. Pero también las visitas indeseadas. Se entendía que estaban presentes a diario, pero no habían realizado acciones de amedrentamiento hasta la fiesta del segundo aniversario, en la que actuaron Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Eduardo Peralta y Días Felices, un grupo destinado a homenajear al rocanrol. Mario lo cuenta ahora livianamente, pero en el momento la situación no tuvo ese cariz. -Lleno el Café, todos con la conciencia de que
había toque de queda y no podíamos extendernos. De repente, viene el cuidador de autos y me dice ‘les pincharon los neumáticos a todos los autos’. Salgo y veo que había autos que tenían las cuatro ruedas pinchadas. Sin que parara el show, empezamos a ubicar a la gente. Me fui a Recoleta, a Independencia, hasta que encontré una vulcanización abierta. Y le dije al encargado ‘te voy a traer como cuarenta neumáticos, así es que mantente abierto’. Y empezó a echar los neumáticos arriba de su fiel Fiorino, a llevarlos y a traer de regreso los reparados.
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-Así nos llevamos, no sé, dos horas, hasta antes del toque de queda; pero todo el mundo se fue a su casa con su auto. El único que lo dejó ahí fue Eduardo Domínguez, un director de televisión muy amigo que dijo ‘no, ni cagando, yo vuelvo mañana’. Llamamos a Carabineros, que echaron arriba del radiopatrullas al cuidador de autos, que había visto al tipo. Se dieron unas vueltas, encontraron al tipo con el punzón y todo y siguieron de largo. Sería todo.
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Al revisar la programación, que incluyó 320 funciones y 113 artistas, y sobre todo al observar las estadísticas de público y presentaciones, ese fue el año con más presencia del Canto Nuevo. Lideraron el ranking anual Eduardo Gatti, Isabel Aldunate, Payo Grondona, Leo Rojas, Santiago del Nuevo Extremo, Rudy Wiedmaier, Eduardo Peralta, Vientos del Sur y Schwenke y Nilo. Luis Pippo Guzmán hizo de las suyas, con música, teatro y humor en 45 noches, y Arak Pacha llevó la magia de los pueblos originarios del norte a 35 jornadas. Fue también este el año del Primer Festival de la Joven Música Chilena, organizado en conjunto con la revista La Bicicleta, donde triunfaron Manolo y Felipe con una canción seria, por contrapartida de lo que hacían habitualmente en el Café y que dio escenario profesional a la adolescente Francesca Ancarola. Álvaro Godoy, uno de los responsables de la primera selección de participantes, quedó asombrado con su voz.
-Francesca Ancarola era una cabrita de colegio. Con una voz... todavía no había estudiado canto. Se presentó con una composición propia. Me dije, ‘esta persona la va a romper’. Y salió primera en interpretación, le ganó a todos los viejos. Separada del grupo Abril, Tati Penna debutó como solista y Eduardo Peralta trajo a Georges Brassens desde Francia y a Leo Masliah desde Uruguay, con la diferencia de que este último sí pudo venir en carne y hueso a dar a conocer su especial, negro e irónico humor intelectual. Rememora para esta investigación, por correo electrónico: -Me presenté muchas veces ahí; pero no las iba contando. Mario Navarro me escuchó el 83 en La Trastienda de Buenos Aires y se interesó por llevarme al Café. Ahí quedó hecho el contacto, creo que fue al año siguiente que fui por primera vez a Santiago. Antes de eso no sabía nada del local y tampoco recuerdo cómo fue mi primera impresión; pero sí que la experiencia siempre fue buena.
Por los palos: la entrada del rock-pop Nunca los meses de enero fueron lentos para el Café. Menos el de 1985 que -pese a estar vigente el Estado de Sitio, decretado en noviembre del año anterior- se inició con la apertura del Primer Festival del Barrio Bellavista, para el cual la programación del local contempló, entre el 5 y el 13 de dicho mes, la presencia de sus top: Luis Pippo Guzmán; los payadores Pedro y Fernando
Yáñez; los cantautores Moraga, Weidmaier, Pérez, Grondona y Gatti; los grupos Santiago del Nuevo Extremo, Sol y Medianoche, Araucaria, Cometa, Quilín, Bandhada, Chamal, Arak Pacha y Schwenke y Nilo, y la voz incomparable de Tati Penna, entre otros. Recién terminada la iniciativa, que unió toda la oferta cultural del barrio bajo el auspicio de la empresarial Asociación de Amigos del Arte, el 17 de enero llegaron Los Prisioneros. Precedidos por una fama underground ya consolidada y empezando a ser masivos gracias a su primer registro -La voz de los 80- se presentaron 15 veces a lo largo del año en el Café, siempre con llenos totales, según recuerdan Mario y Maggie. Lamentablemente no existe registro de público de este período, como para dar cifras de su arrastre o del de los demás artistas. Carlos Fonseca, manager del grupo de San Miguel, reflexiona sobre esta aparición que, en principio, pareció ajena al local. -En el Café yo tenía un lugar de confianza donde podía tocar y probar cosas, incluso, hacer un prelanzamiento y con gente con la que me llevaba súper bien. Y, por otro lado, Los Prisioneros abrieron un espacio allí, un mercado; trajeron un público nuevo. El público más abierto se cruzaba... pero había poca apertura de mente en esa época en el tema musical, y más enfrentamiento entre pop y Canto Nuevo. Creo que, incluso, un asiduo al Canto Nuevo se podía preocupar de que lo vieran en un
recital de Los Prisioneros; aunque ellos comenzaron a generar una unión por las letras. Entonces, algunos probablemente fueron al Café del Cerro a ver a Los Prisioneros y nunca más fueron al Canto Nuevo y se dedicaron a verlos a ellos y a lo que veía después. Puede haber pasado. Un reemplazo de público interesante se pudo haber dado ahí. El 3 de marzo, la tierra se movió muy fuerte en la zona central. La casona sufrió algunos daños, los que fueron reparados rápidamente por la gestión de la Señora Eliana y la ayuda de Mónica Gómez, profesora de Historia y amiga de Maggie, que ya trabajaba en el Café como garzona los fines de semana. Ambas llegaron con las mangas arremangadas para resolver los problemas, ya que los dueños no estaban en Chile. Habla Mónica: -Yo estaba en la casa de la tía Eliana, que vivía en las torres de San Borja, en Plaza Italia, porque Mauricio, la Quena [Velasco] y yo Íbamos a ir al cine. Luego del temblor, la tía en forma inmediata se fue al Café y yo a ver a mi mamá y hermana. Por las características de la construcción no hubo mucho daño estructural; pero sí mucho polvo, caída de vasos y licores, que hubo que reponer, pero nada que impidiera su funcionamiento. Al otro día ya se empezaron los trabajos de limpieza y a seguir el show. Pero muchos chilenos no podían decir lo mismo. Los damnificados eran miles. Por ello, el Café abrió un domingo para hacer un recital en su ayuda. El
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El año 1985 llegan al escenario del Café Aparato Raro (foto Archivo Histórico / Cedoc Copesa) y Los Prisioneros (foto de Luis Poirot).
espíritu solidario repletó el local. El periodista Iván Valenzuela, asiduo como público y como reportero, cuenta: -Recuerdo haber ido a una jornada cuya entrada era algo de ayuda para las víctimas del terremoto. Había tanta gente que terminé en el escenario, al lado de los músicos. Menos mal que las réplicas ya habían cesado. Actuaron Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, Arak Pacha, Hugo Lagos, Payo Grondona, Los Prisioneros, Manolo y Nalgafaz, Hugo Moraga, Juan Carlos Pérez, Rudy Weidmaier y Pablo Herrera. La tarde fue también el escenario de una supuesta riña entre Eduardo Gatti y Jorge González, mito urbano desmentido por sus protagonistas, en el capítulo Guitarras eléctricas, del tomo dos de esta historia. Antes del tercer aniversario, Mario y Maggie, como ya era su tradición, fueron a Lampa a mandar a hacer los recuerdos de greda (ceniceros, palmatorias, campanitas) que la gente se llevaba por esas fechas. Y Lucho Fuenzalida, en su sección Aquí está la papa de La Cuarta, anunciaba el 30 de agosto: “En septiembre, el Café del Cerro, catedral del Canto Nuevo, punto de reunión de la gente linda artesa y centro del rock guachaca, cumplirá tres años de intenso trabajo artístico. Para celebrar, echarán la casa por la ventana, con un espectáculo
que hará historia en la rive gauche del Mapocho”. Estuvieron Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, Tati Penna, Pippo Guzmán, Congreso y Los Prisioneros. Una cartelera de real lujo. En total ese año hubo 338 funciones, de las cuales casi una treintena tenía una motivación especial. Se presentaron 102 artistas, el local estuvo cerrado siete días por diferentes razones -entre ellas y como siempre el 11 de septiembre, por duelo- y de nuevo las categorías de cantautor/a y Canto Nuevo concentraron las funciones, aunque la música andina y el New Wave entraron por los palos. El humor no estuvo ausente, acaparando el tercer lugar. Coherentemente, Luis Pippo Guzmán y sus shows, Manolo y Felipe con sus creaciones y Santiago del Nuevo Extremo fueron los más programados. No se acabó el año sin que Mario y Maggie hubieran comprado la casa de Ernesto con Antonia. Mario relata: -La casa la compramos a los tres años, más o menos. Fue rápido; pero subió harto de precio, eso sí. Cuando la arrendamos, pregunté cuánto valía y me dieron una cifra. Pero pagamos casi tres veces lo que hablamos, cuando sentimos que era tiempo y tuvimos el apoyo de un amigo ejecutivo bancario, medio primo de la Maggie, que se puso la camiseta y nos ayudó a conseguir el préstamo hipotecario en el Banco Osorno... parece que era ese, no me acuerdo bien. Se valorizó rápidamente la propiedad. Nos dijeron 10 y fueron 30. Y terminamos de pagarla
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cuando la vendimos, porque quedaban unos años. Fue un crédito hipotecario largo y no tuvimos trato directo con los dueños, todo fue a través de corredores.
años antes de que retomaran la iniciativa, aunque nunca más volvió a tener el mismo formato. Mario concede:
Remodelaciones y La Punta del Cerro
-No perseveramos entonces; fue el impulso, no más; pero insistimos más adelante.
Se le ocurrió a Mario que sería bueno tener un medio propio del Café, para lo cual convocó a Tati Penna y John Smith. Crearon La Punta del Cerro, con un diseño gráfico innovador y con dobleces y aperturas para aprovechar mejor un pliego de papel ecológico tamaño medio Mercurio. Fue una edición única, ya que debieron pasar varios
Con el epígrafe de “un pasquín con pretensiones de revista”, repasaba este primer número todas las posibles maneras de mandar a alguien al lugar aludido en el título. La mayor parte de la publicación estaba dedicada a una entrevista realizada por Tati, medio en broma, pero bastante en serio, a Los Prisioneros. Ella se puso desde la
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El sonido urbano de De Kiruza (Archivo Mario López), en su primera formación, llamó la atención de público y prensa. E inolvidables fueron los trasnoches con las graciosas canciones de Felo (Archivo Café del Cerro).
vereda del Canto Nuevo, con el que los chicos de San Miguel estaban en constante conflicto. Claudio Narea no olvida: -Me acuerdo bien de la sensación de cuando ella nos entrevistó; de que se burlaba un poco de nosotros, la Tati. Encontraba que era un poco absurda la posición de nosotros... no lo dijo, pero se le notaba en la cara las ganas de decirnos pesadeces ... o más pesadeces. Me acuerdo muy bien de esa entrevista. Porque normalmente los entrevistadores suelen ser un poco generosos y no están como riéndose de los entrevistados. Porque eso parecía, en ciertos momentos.
En una suerte de contrapunto de la vida, de las 258 funciones con registro de público, de un total de 493 realizadas en 1986, Los Prisioneros llegaron al primer lugar del ranking de asistencia, desplazando -en conjunto con otro grupo pop, Aparato Raro- a Santiago del Nuevo Extremo, Eduardo Gatti y Schwenke y Nilo, que los siguieron en la lista. Y esto aunque las bandas de este estilo ni siquiera completaron, entre todas, treinta funciones, de las cuales cinco fueron de Los Prisioneros. El grupo y su representante -Carlos Fonseca- escogieron el Café para preestrenar, en un ciclo de citas de los días jueves, su segunda placa, Pateando piedras, en una de
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Nicanor Parra asesoró directamente a Raúl Palma en la puesta en escena de El Cristo de Elqui (Archivo Café del Cerro).
cuyas funciones las paredes se estiraron para recibir a 461 fans. Lo mismo sucedió en uno de los recitales de celebración del cuarto aniversario: en el día de lo mejor del pop, con el trío, hubo 422 entradas cortadas. Es decir, en ambos casos obviamente había más personas en el recinto. Dos modificaciones importantes provocaron el aumento de las funciones a lo largo de 1986, siendo la primera una gran remodelación del espacio. Explica Mario:
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-Para hacerlo cerrábamos de lunes a miércoles y trabajábamos el fin de semana. Sacamos el bar, que estaba originalmente entre la galería y la calle, y con eso agrandamos el Café con un sector que quedó como en un altillo, con 20 centímetros más que el resto del salón. La barra la llevamos para donde estaba la cocina, que era yendo hacia los baños; cambiamos la cocina e hicimos dos baños: uno para el personal, con lavadora, un camarín y un patiecito interior. Ganamos bastante capacidad. El diseño y la construcción estuvieron a cargo de dos arquitectos y músicos, como cuenta Mario: -El proyecto lo hizo el Pollo Otárola, Adrián Otárola, del Aparcoa en esos momentos y que fuera del grupo Huamari, que tuvo la dirección de Jaime Soto León. Y lo construyó Lucho Le Bert, del Santiago del Nuevo Extremo. Luis complementa la idea con su valoración de ese trabajo:
-Mario tenía como una obligación estética con respecto a lo que presentaba. Jamás verías un baño al lado del escenario del Café del Cerro. Eso no existía. Siempre estaba la preocupación arquitectónica. Me acuerdo cuando el Pollo mostraba los planos. Yo estaba ahí, me estaba recibiendo: discutían de cómo era el recorrido, para que nada estorbara, que el bar estuviera lejos del escenario; un montón de cuestiones que yo no he visto nunca, nunca más, en Chile en un lugar de música. Tú vas a los lugares más famosos de música hoy día y el gran pecado es no haber llamado en su vida a un arquitecto. En su vida. No tienen idea de lo que es un arquitecto. En casi todos los locales de música hoy día el escenario está al lado del baño. La segunda modificación que permitió el aumento de las funciones fue la apertura de una banda horaria, previa al recital central, para la poesía y el teatro -fórmula aplicada durante el Festival del Barrio Bellavista para el regreso de Franklin Caicedo- y de una posterior, el trasnoche, que comenzó a partir del mes de septiembre y se hizo proverbial con el tiempo. Luis Pippo Guzmán y Felo fueron los grandes protagonistas de este cambio noctámbulo. El éxito de Caicedo con Neruda déjame cantar por ti, hizo pensar que la poesía era una invitada de lujo y la siguieron las cinco Tarde de poetas, con Humberto Duvauchelle y Mario Lorca. Luego la franja fue para el teatro propiamente tal: hubo ocho citas con El Cristo de Elqui de Nicanor Parra, con el actor Raúl Palma; 58 de Orietta Escámez, con
Yo, mujer; y 53 de Carloco y sus espectáculos tipo café concert: De poetas y locos todos tenemos un poco y Grite, pero despacio, donde estuvo acompañado en la música por el guitarrista y cantautor Andrés Valdiviezo. Marcó también el año el arribo de uno de los grandes del rock argentino, Nito Mestre, que llegó al Café gracias a una iniciativa de su sello, RCA. Así revive Mario una oferta muy difícil de rechazar: -Guillermo Vera y David Yáñez, sobre todo David Yáñez, ejecutivos del sello, me preguntaron si había posibilidades de que Nito tocara en el Café, aprovechando que venía a Chile a hacer una gira promocional. Y por supuesto. Fue nuestro primer artista extranjero de esa magnitud. Yo le organicé algo también en el Hotel Crown Plaza, que tenía un teatrito. Lo alojaron ahí e hicimos un recital. Y en Valparaíso, en el lugar que tenía Enrique Moro. Y lo llevé a Rancagua, al Sindicato de Sewel, en un recital que organizaron Víctor Parra y sus amigos.
La legalización total En la memoria ya mencionada sobre los cambios del Barrio Bellavista, aparece esta descripción realizada por Luisa (sin apellido), que “venía llegando del extranjero” -eufemismo de la época para hablar de exilio- y quien opinaba que, en los 80, Bellavista era el “único lugar con vida, movimiento y mixtura” que había en la capital:
“Empecé a turistear por Santiago, a recorrer la Plaza de Armas, la Quinta Normal, el Parque O’Higgins, encontré tenebroso Chile (...). Empecé a recorrer y me morí de pena, me tocó ver bastante barbaridades (...), y de ahí un día vine para acá (...) llegué al Venezia y estaba repleto de gente, creo que era el único lugar de Santiago que estaba repleto (...). Volví... era un festival, el 87, y yo no lo podía creer, estaba el Varela, Patricio Bunster en la calle bailando, la María Izquierdo estaba actuando, teatro callejero diciendo barbaridades, y la gente del Café del Cerro, Sol y Lluvia. Yo dije, ¡esto no puede ser, de adónde apareció este otro país!, terminamos todos ¡y va a caer...! Y a palos, todos los días, se llevaban a todos los artesanos...”. Durante ese festival que ella recuerda, el Café mantuvo una programación con mucha danza, con Espiral (Patricio Bunster y Joan Turner), los grupos Danzas Históricas, Taller Urbano Experimental, Gyru’s y Claire Perrine. A ello se sumaron el ya mencionado grupo Sol y Lluvia, Roberto Lecaros, Katty Fernández, Renée Ivonne Figueroa, Eduardo Gatti y un grupo de teatro sin documentar que presentó La radio, obra de teatro del poeta Enrique Lihn. El resto del año 1987 las funciones llegaron a 435, en las que se consolidó la presencia de grupos pop, rock-pop y new wave, que había empezado el 85, como 93 Octanos, Aterrizaje Forzoso, Autorretrato, Banda 69, De Nada, Doctor No, Dosis, Emociones Clandestinas, Ese, Jaque Mate, Fangoo, Flosh, Mascada, La Banda de los Locos, Nadie, No Sé,
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Venus y Viena, mencionados en orden alfabético. Recuerda Carlos Fonseca: -Aparato Raro tocó antes, en noviembre del 85. Tengo una grabación de ellos y de Nadie en el Café del Cerro. Y el 86, Emociones Clandestinas, Paraíso Perdido. Banda 69 era una banda importante, la favorita de Los Prisioneros. Empezaron a salir muchas bandas que se inventaron por todo el boom. Yo trabajé a Electrodomésticos y Cinema, pero no tocaron en el Café.
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La explosión popera no desplazó, en todo caso, a Congreso ni a otros artistas tradicionales del Café, como Weidmaier, Grondona, Gatti, Santiago de Nuevo Extremo y Schwenke y Nilo. Regresó de España Cristina, ahora apellidada Narea, en una onda más rockera, y también volvió Leo Masliah quien, poco antes, les había enviado una carta en la que, entre otras cosas, decía: “¿Qué tal? Por acá el panorama mejora un poco cada día. Lo que es difícil saber es si es el resultado de las exigencias de la gente, o si es una dádiva caída del cielo del norte de México (al sur de Canadá). Acá les mando un cassette [sic] que tiene casi todo lo de mi tercer disco y algunas cosas del cuarto. La copia no es buena, no sirve para la radio. Es para uso personal (la caja del cassette puede servir de jabonera)”. El sonido experimental fue remecido con el surgimiento de la vanguardista propuesta de Fulano, una formación que reunía básicamente a
los integrantes de Santiago del Nuevo Extremo Jorge Campos (bajo), Cristián Crisosto (saxos y flauta), Jaime Vivanco (teclados) y Willy Valenzuela (batería), más Jaime Vásquez (también saxos y flauta) y la particular voz de la clarinetista Arlette Jequier. Explica Jorge Campos: -Fulano comenzó en la sala de Santiago del Nuevo Extremo, en el Café, con un taller de improvisación que teníamos con Willy Valenzuela en batería y Cristián Crisosto en saxos, que luego se transformó en un taller de creación, a medida que se fueron integrando los demás. Trabajamos un año y medio en la sala, y llegaba mucha gente, músicos y estudiantes a escuchar nuestros ensayos. Cuando empezamos a tocar en vivo se generó una audiencia espontánea, diferente de la del Santiago y más vinculada a lo de Matucana 19, universitarios melómanos y músicos. El resto de la cartelera anual estuvo variada, dentro de los nombres habituales del Café. Compartieron el escenario 111 artistas, entre los que estaban los y las próceres del Canto Nuevo (Gatti, Aldunate, Grondona, Peralta, Le Bert), que recuperaron la supremacía del público, retornando al primer lugar Gatti, seguido por Cecilia Echenique, recién llegada de su estadía en Estados Unidos y por Schwenke y Nilo; con la vanguardia musical (Congreso, en el cuarto lugar de asistencia); más cantautores no alineados (Fernando Ubiergo, Julio Zegers, Pablo Herrera y Óscar Andrade); cantautores cercanos al rock como Rudy Wiedmaier y Mauricio Redolés;
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Página anterior: El extraordinario sonido de Fulano nació en el segundo piso de Ernesto Pinto Lagarrigue (Foto de A. Méndez. Fuente: Archivo Nacional de la Administración) Arriba: Cristina con Ismael Durán (izquierda) y Juan Valladares (Fuente: Archivo Nacional de la Administración) Al medio: Katty Fernández (Archivo Mem); Luis Pato Valdivia e Isabel Aldunate (Archivo Isabel Aldunate); Renee Ivonne Figueroa (Fuente: Archivo Nacional de la Administración) Abajo: Chilhué (Archivo Café del Cerro); Fernando Ubiergo (Fuente: Archivo Nacional de la Administración); Sol y Lluvia (Archivo Café del Cerro).
folclore del norte (Arak Pacha) y del sur (Chilhué). Jazz, fusión, humor y teatro complementaron la parrilla. La programación y la vida en el día a día del Café permitieron una especie de constante contacto informal de los músicos. De esto habla Marcelo Nilo: -Se transformó en un lugar de encuentro entre colegas. Con Nelson no solo tocábamos, también arrendamos una sala de ensayo por varios años, almorzábamos ahí y en el trato cotidiano nos conteníamos unos a otros. Era difícil vivir en ese tiempo, con tanta violencia de todo tipo, y para los que cotidianamente trabajábamos ahí, el Café se transformó en una segunda casa. Varios de los que pasaron por ahí siguen siendo considerados por nosotros como una segunda familia. El 9 de septiembre, pocos días antes del aniversario número cinco, el Departamento de Propiedad Intelectual del Ministerio de Economía, Fomento y Reconstrucción, mediante la inscripción Nº 322904 y por un plazo legal de 10 años (y vigente hasta hoy), entregó a Mario Navarro Andrade la propiedad y uso exclusivo de la marca Café del Cerro. Para la celebración, el 8 de septiembre en La Segunda, Mario y Maggie prometían: “Hay cantantes que nacieron aquí, como Luis Pippo Guzmán. Él será el anfitrión en nuestro cumpleaños. El regalo para los habitués es la
completa remodelación del local”. El regalo se completaba con las actuaciones unipersonales de Gatti, Congreso, Fulano y Schwenke y Nilo + grupo, desplegadas en cuatro jornadas. El trasnoche estuvo a cargo del humor de Felo, quien ya se había erigido como el rey de ese horario. Y a fines de año, hizo su aparición una tarjeta que contendría el deseo reiterado por muchos años: “... Mañana, amigo, todo será distinto. Se marchará la angustia por la puerta del fondo que han de cerrar, por siempre, las manos de hombres nuevos...”, Edwin Castro, poeta nicaragüense. Asentados, bailando y con vacaciones “El Café del Cerro fue pionero del Barrio Bellavista. Ha sido un lugar donde nacen artistas y donde los consagrados muestran sus creaciones. Pretendemos seguir siendo un centro de encuentro artístico por muchos años más”, declaraba Maggie Kusch en 1988, cuando comenzaba una nueva etapa en el local de Pinto Lagarrigue. Achicaron la parrilla y solo hubo 69 artistas en 418 funciones, lo que implica que cada uno tuvo más días para desplegar sus shows. Muchas sandías caladas, como Eduardo Gatti, Congreso, Schwenke y Nilo y Pablo Herrera con su grupo, acapararon los lugares del 1 al 4 en el ranking. E Isabel Aldunate, que cambió su estilo épico por uno juguetón, retro y sexy, presentó su disco Prontuario, con canciones,
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Isabel Aldunte, atrás Marcelo Aedo (Archivo Isabel Aldunate)
Pablo Herrera (Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
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dirección e influencia del cantautor regresado del exilio Desiderio Chere Arenas.
su esposa española, Juan Carlos hace particulares recuerdos.
Como en todas las áreas había un nivel mayor de organización, el equipo directivo tomó una decisión trascendente: por primera vez el Café cerró por vacaciones durante febrero y por siete días.
-El Café del Cerro fue glorioso. Cruzábamos el puente, los carabineros nos sujetaban del hombro, el Pablo Herrera, el Schwenke y Nilo, Gervasio, con su guitarra al hombro y su estuche. Era re divertido porque escuchábamos el rugido del león. Era la época en que se escuchaba. Ya después de las 10 de la noche... el león del Zoológico. Esperábamos el rugido. Yo puedo decir ‘soy de la generación que escuchó el rugido del león por Pío Nono, por Ernesto Pinto Lagarrigue o Siglo XX’.
Antes y después del descanso, el humor se tomó muchas de las noches, dando espacio para las locuras de Los Pintamonos: Óscar Olavarría, Ricardo Meruane y Juan Carlos Meléndez ahora oficialmente, el Palta. En su casa y acompañado de
Desde mayo irrumpió la innovadora fusión de De Kiruza, o ‘tate quieto’ en lenguaje coa. Mezcla de soul, hip hop, funk, swingbeat y reggae, la banda -liderada por Pedro Foncea y con el escritor y cantautor Mario Rojas, recién llegado de un periplo que lo llevó desde Australia a Nueva York y Nicaragua- se paseó desde escenarios poblacionales hasta el Café, con soltura y talento. Relata su experiencia Mario Rojas: -Para mí, por muchos años, el Café y el Canto Nuevo formaban una unidad que, debido a la distancia geográfica, se convertía en un mito, una quimera. Era el centro gravitacional de un movimiento cultural con el cual me sentía plenamente identificado y al que anhelaba pertenecer. Pero vivía muy lejos de Chile y me frustraba no tener esa posibilidad. Por largos años soñé (literalmente) que estaba en ese lugar y me codeaba con Hugo Moraga, Eduardo Peralta, Pedro y Eduardo Yáñez, Santiago del Nuevo Extremo, Congreso, Gatti, Schwenke y Nilo, entre otros. Finalmente regresé a Chile en la segunda mitad de 1985. El 86 conocí a Pedro Foncea y comenzamos un proyecto musical que llamamos De Kiruza. Paradójicamente, a esas alturas yo había cambiado mi forma de ver la música, luego de mi paso por Nicaragua. Y la coincidencia fundamental que surgió entre Pedro y yo era que no queríamos tener un grupo que se pareciera, sonoramente, al Canto Nuevo. Canto Nuevo y jazz siguieron liderando las presentaciones y la novedad mayor fue que, respondiendo a que la salsa había hecho su
entrada a Chile, el Café también se abrió a ella. Si a mediados de los 80 la gente necesitaba de ritmo para sacudirse un poco los horrores de la dictadura, hacia fines de la década los cuerpos pedían bailar. El primer grupo propiamente salsero que hubo en el país se llamó La Banda. Dirigido por Manuel Araya (quien venia llegando de Ecuador), y con Pancho Chat como solista, por supuesto, estuvo en el local, protagonizando cinco noches de rumba durante septiembre. En el mes de aniversario del sexto cumpleaños del Café, La Segunda contaba que lo celebrarían con recitales de tres generaciones: “Payo Grondona, el último baluarte que queda en el país de aquellos que empezaron a componer y a cantar sus propias canciones a comienzos de los 70. En ese entonces, empapado del movimiento musical argentino y con su canto netamente urbano rompió esquemas dentro de nuestras fronteras. “La época intermedia -de los que no son ni tan viejos ni tan lolos- le corresponde a Óscar Andrade. Surgió en la época del boom del canto nuevo (fines de los 70) pero la calidad de su trabajo ha demostrado que es más que un producto de un momento. “Para representar a la última hornada de cantautores, fue elegido Pablo Herrera quien prácticamente nació a la vida artística en el Café del Cerro. Subió por primera vez al escenario hace
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tres años, a cantar un tema junto a Hugo Moraga. Hoy tiene su propio show”. Habiendo remodelado ya el primer y el segundo piso, instalaron allí las oficinas de Del Cerro Producciones, el brazo externo del Café, donde organizaban giras y grandes recitales en lugares masivos. Dice Mario:
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-Teníamos una sala de reuniones, estaba mi oficina, la secretaria y dos escritorios más donde estaban Mauricio Kusch e Iván Pojomowsky, los dos asistentes. Hicimos las giras del Inti, de Los Prisioneros. Mauricio se fue después y quedó Iván. Detrás de eso estaba el taller de silkscreen [serigrafía], la fotografía, el diseño. Y en el otro lado ensayaban 93 Octanos y Jaque Mate. En esa oficina, y por más de dos años, también estuvo Paulina Fuentes Guglielmetti, asistente de producción y secretaria de la productora. Fue parte de los equipos responsables de las giras Los Prisioneros por Chile y de la del regreso de Isabel Parra, entre otras. Esperados regresos y sonidos trasandinos Osvaldo Gitano Rodríguez era otro nombre mítico en el panteón de los músicos chilenos en el exilio. En 1989 regresó temporalmente al país y dónde si no en el Café del Cerro podría reencontrase con el público y con su coterráneo
y amigo Payo Grondona, con quien estelarizó (no hay mejor verbo para denominar la actuación de estos dos inmensos cantautores) noches de verano en el local de Bellavista. En una de ellas -como quedó registrado en el disco En vivo, del sello Alerce (1989), que reúne lo mejor de las presentaciones en el Café- el Gitano contó la historia detrás de la letra de su famoso Valparaíso: “Tremendo montón de años atrás, en 1962, este amigo del que hablaba recién, Nelson Osorio, me pidió un poema para una exposición de dibujos que se iba a hacer en mi ciudad, Valparaíso. Dibujos ilustrados. Entonces yo escribí un poema muy ambicioso, que además decía fragmento porque pensaba alargarlo, tenía que ser un poema muy largo, así una especie de Canto General. Quedó en fragmento no más. Ahí quedó. Aparte, en ese poema yo decía en un trozo ‘porque yo nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza’. Entonces, Nelson Osorio me dijo, ‘mira, Gitano, no seas mentiroso; en primer lugar, tú no naciste pobre y, en segundo lugar, los pobres no le tienen miedo a la pobreza, le tienen rabia, que es harto distinto’. Entonces la cambié y con eso salió una canción que tal vez ustedes se acuerden de ella”. Más allá del debut del Gitano, la aparición de Al Sur, la nueva banda de jazz-fusión liderada por el guitarrista Edgardo Riquelme, fue otro de los pocos cambios en la clásica composición de la
cartelera, que incluyó nombres como Cometa y La Marraqueta, también trascendentales formaciones nacionales de jazz-fusión. Dice Edgardo: -Toqué un par de veces con mi grupo Al Sur. La reacción del público respecto a la fusión era buena, pero lo que más nos acercaba ahí era estar en un lugar de resistencia y el espacio por excelencia para todas las artes. La primera mitad del año contó con Schwenke y Nilo, Eduardo Gatti, Pablo Herrera, Mauricio Redolés, Keko Yunge y Felo y Nene en los trasnoches de fin de semana. Cuenta Hernán Verdugo, Nene, cómo se gestó la dupla de hermanos noctámbulos: -Por el año 80, un amigo se puso con un pub, un mini concert en Diagonal Rancagua con Bilbao. En los bajos estaba este localcito y ahí empecé yo a hacer humor y mi amigo, Tito Guerrero, cantaba. Y en una oportunidad me dice ‘por qué no traes a Felo’. Y los dos hicimos algo que gustó. Y él me arrastró al Café del Cerro. Nuestro espectáculo se llamaba Trasnoche de humor con Felo y Nene. En el cual, lo mío era básicamente contar chistes y Felo con su guitarra. Era una mezcla medio extraña, que yo no sabía si iba a resultar, pero resultó bastante. También resultó exitosa otra debutante en el local: la actriz y cantante Mariana Prat, con su espectáculo sobre los bajos fondos, que incluía canciones de la dupla Bertold Brecht / Kurt Weill, y tangos, desde sus orígenes. Mariana:
-No había nada más fascinante que el Café del Cerro. A mí me encantaba trabajar ahí. Yo me vine de Argentina, me había separado de Marcos Sucker [importante actor argentino] y me había venido con mi hijo chiquitito y había que aperrar. No había mucho tiempo para pensar, había que hacer y, con las dificultades que teníamos las mujeres, todas esas cosas me sirvieron. Otros conocidos en la cartelera fueron De Kiruza, Roberto Lecaros, Aterrizaje Forzoso y Sol y Lluvia. Y, a partir del regreso de Nito Mestre, la parrilla programática empezó a virar al albiceleste, debido a una situación que pudo tornarse en compleja pero que abrió nuevas posibilidades. Una suerte de huelga de artistas nacionales en busca de mejorar las condiciones de porcentaje por entrada cortada, hizo que Mario Navarro reactivara los contactos internacionales que lo llevaron años antes a Leo Masliah. Habla Pedro Villagra del Santiago del Nuevo Extremo: -Hubo un manejo mercenario [en el Café] que se demostró con una cosa que ocurrió cuando el Santiago ya se había disuelto pero cada uno de nosotros, individualmente, seguía funcionando ahí. Ese era el lugar. Se le hizo una huelga a Mario, porque el porcentaje que le pagaba a los artistas era muy bajo, según nosotros. Nos pusimos de acuerdo, no sé cómo porque cuesta mucho, y nadie más iba a tocar si él no cambiaba las condiciones. ¿Y qué fue lo que hizo Mario? Empezó a traer a los artistas argentinos. Y por eso tuvimos acá a Spinetta, Juan Carlos Baglietto,
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todos, y estuvo un año trayendo artistas argentinos. Estos son fenómenos políticos, como la Guerra de las Malvinas que, de coletazo, tienen una consecuencia artística. Después de un año volvimos a tocar en el Café del Cerro. Pero sí seguíamos ensayando allí, pagando el arriendo, veíamos los shows que estaban ahí y conocimos a los músicos argentinos.
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Así, los meses siguientes tocaron figuras como el fundacional Luis Alberto Spinetta; la rockera Fabiana Cantilo; Los Twist; Pedro y Pablo, con su Marcha de la Bronca tan actual en esos y otros momentos; los notables y particulares jazzistas Luis Borda Trío y Rodolfo Mederos Quinteto, y la cantante de tangos Amelita Baltar, famosa en Chile por su interpretación de la Balada para un loco, creación del por entonces su ex marido, ni más ni menos que Astor Piazzolla. Según cuenta ella misma para este libro, la gente desbordó: -El hombre [Mario] quería que las murallas fueran elásticas para que pudiera entrar toda la gente que quedó fuera. En 74 de las 425 funciones del año, estos artistas mostraron sus muy diversos talentos, atrayendo a públicos diferentes a los habituales del Café, seducidos por la cobertura de prensa, e instalando a Nito Mestre en un ranking de asistencia donde Eduardo Gatti seguía manteniendo la cabecera. De todos esos grandes nombres destacaba el de Spinetta, que prodigó cinco shows en solitario con temas de sus bandas Almendra, Pescado Rabioso,
Invisible y Spinetta Jade. En YouTube circula un estupendo registro de una de esas noches. Rudy Wiedmaier, crítico por otras razones de la gestión del Café, valora lo que fue ese momento: -Lo bonito de esa etapa, para mí, es que vinieron todos los artistas argentinos, porque estaba el cambio favorable y la situación de ellos estaba mala y les convenía, les rendía el doble o el triple, tenían muy buen cambio. Vino Luis, vino Fabiana Cantilo, vino Rodolfo Mederos, tanguero, bandoneonista, heredero de Piazzolla, porque en la tradición del tango se heredan los instrumentos: Pichuco, Aníbal Troilo, se lo dio a Piazzolla y Piazzolla se lo dio a Mederos. Vino al Café del Cerro a tocar por ... no sé cuánto le habrán pagado, para lo que se podría haber pagado, para un artista de esa magnitud... Esa etapa fue buena, vino un montón de gente de primera de Argentina. Fue un remate bonito del Café. Los trasandinos no fueron los únicos extranjeros. También actuaron los uruguayos Leo Masliah y Emilio López, la española Charo de Vicente y el estadounidense Scott Cossú, exponente de la música new age y éxito de ventas en su país, según los datos de la especializada revista Billboard. Y el grupo mixto Karumanta, formado por un magallánico (Jorge Vituperio Radic), una francesa (Beb Montgaillard) y Mario Contreras. El mes de julio presenció el renacimiento de La Punta del Cerro. Cambió a un formato menos
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Arriba: Al Sur; Emilo López; Felo, Pippo Guzmán y Nene (Archivo Café del Cerro) Al medio: Luis Alberto Spinetta (Archivo Café del Cerro); Mariana Pratt (Fuente Archivo Nacional de la Administración); Mauricio Redolés (Archivo Café del Cerro) Abajo: Osvaldo Gitano Rodríguez, Los Twist y Rodolfo Mederos (Archivo Café del Cerro).
innovador, pero eficiente, a cargo de Víctor Hugo Romo, que le metió poesía a los relatos promocionales y quien, desde el presente, ilumina ese pasado y reflexiona:
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-Fue una extensión de lo que hacíamos con los comunicados y los trípticos desplegables de programación. También surge por Mario, un precursor de la recuperación de la noche, de la invención del Barrio Bellavista, que supo conseguir la fidelización del público mediante un recurso gráfico, impreso, que le llegaba a la gente a sus casas. Y tuvo la grandeza de invitarme a que yo hiciera, yo escribiera, la revista. Trabajábamos todo el mes para imprimir en un día y despachar por correo. Está ahí también su generosidad de compartir con el público realizando un gasto que, visto de otra manera, se podía ahorrar. Como yo no era periodista, hay algo muy literario en la revista. Había una sección que escribía supuestamente un Michigan, que era yo mismo, con la vida de rockeros inexistentes, pero no decíamos que no existían. Eran pequeñas biografías que aparecían como una verdad. ¡Inventamos la posverdad!
habiendo tanta vida y tanta biografía real que mostrar?’. Siendo el 7 un número cabalístico, ese aniversario no podía pasar inadvertido. La periodista Verónica Waissbluth, para el diario La Época del 13 de septiembre de 1989, recogió la siguiente declaración de Mario: “(...) pienso que hemos cumplido con la idea inicial de dar cabida a toda esa expresión musical que no tiene un sitio estable. Acogemos artistas jóvenes y vamos alternando nuestras presentaciones con personas nacionales y foráneas (...). Queríamos abrir un espacio alternativo, principalmente de música que diera trabajo y tuviera proyecciones económicas. Eran días jodidos y en Bellavista todavía no pasaba nada. Pero en ningún momento nos hemos calificado de centro cultural. Este es nuestro medio de vida y por eso, el noventa por ciento de nuestros artistas son probados. Es un negocio. Lo principal es trabajar con grupos de calidad que se mantengan al margen de los circuitos masivos (...). Yo he sabido hasta dónde arriesgar”.
Fabio Salas, historiador del rock nacional y crítico musical, le hizo notar que había pasado horas tratando de encontrar la pista de uno de los músicos reseñados... obviamente sin éxito.
Pese a esa suerte de declaración de principios, el resto del mundo no lo catalogaba como un simple espacio. En la revista Vea del 21 de septiembre, puede leerse:
-Me dijo ‘me he devanado los sesos buscando los autores de rock que tú das y no los encuentro por ninguna parte. ¿Cuáles son tus fuentes?’. Le cuento y me contestó: ‘Esto es literatura. ¿Para qué inventar
“En su séptimo año de vida, el Café del Cerro se alza como un lugar de expresión de la cultura alternativa más que como una mera sala de espectáculos”.
Y Ricardo García, creador del sello Alerce, en la propia Punta del Cerro correspondiente al mes del aniversario número 7, decía: “No es sencillo cumplir años en estos tiempos, para una casa como el Café del Cerro. Y por eso -porque de algún modo sabemos por experiencia lo que es desarrollar actividades artísticas o culturales bajo una dictadura- es que queremos celebrar con alegría este cumpleaños. Durante estos siete años el Café del Cerro ha estado manteniendo uno de los muy escasos escenarios de la creación joven, del canto diferente y marginal; es decir, ajeno a las jerarquías oficiales”. Cartelera con cambio de folio A los ya conocidos, en 1990 se agregaron nuevos nombres y propuestas. La Ley empezó a ensayar en el segundo piso e hizo sus primeras tocatas; Ángel Parra Orrego, que había sido parte de algunas bandas y formaciones de jazz, lanzó su propia propuesta; Ismael Durán presentó su Bandolero, otra apuesta por la fusión del jazz, el rock y los sonidos del continente. Y desde Valdivia, pero en clave muy diferente a la de Schwenke y Nilo, arribó el desenfado irónico de Sexual Democracia. Dos de los debutantes hablan sobre ese tiempo para esta investigación. Beto Cuevas (La Ley): El Café del Cerro, en esa época, estaba completamente asociado al Canto Nuevo; pero sentíamos que venía una fuerza
muy importante en lo que era el rock y el pop, que era nuestro estilo. Entonces, simplemente ocupamos ese lugar porque, además, teníamos una sala de ensayo en los pisos de arriba, porque se arrendaban esas salas para diferentes bandas. Sentíamos que estábamos en casa. Nunca nos sentimos ajenos. Era como que bajamos los equipos de nuestra sala de ensayo y comenzamos a tocar. Mis primeras presentaciones con La Ley fueron ahí, justamente, en ese espacio musical que era un espacio muy cultural, donde comenzaba mi mente creadora a soñar, a soñar con lo que podría llegar a convertirse ese proyecto que se llamaba La Ley. Miguel Barriga (Sexual Democracia): Llegamos al Café del Cerro en una época bastante especial. En el sello Alerce habíamos sacado el disco Buscando chilenos 1 y tomamos contacto con Bellavista. Ya habían tocado ahí unos amigos, que eran los Aterrizaje Forzoso, y ellos nos presentaron a Mario Navarro, a la Señora Eliana, a la señora de Mario. Nos hicimos realmente muy buenos amigos porque teníamos vínculos en el sur. Inicialmente, partimos los días lunes y, en la medida en que fue aumentando nuestra popularidad, llegamos a ser estelares de viernes y sábados. Maravilloso haber tocado en el Café del Cerro. Teníamos una propuesta bastante vanguardista que era humor, teatro, música, desenfreno. Una mezcla entre rock tradicional y también incorporando cosas más populares, como la cumbia, tropicales y cosas por el estilo. Se armaba una tremenda fiesta en nuestras presentaciones.
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Porque habían cambiado los tiempos, la fiesta siguió con la presencia de la salsa, al sumarse Salsa Maestra y María Sonora, con los hermanos Levine y su mezcla de ritmos caribeños, hip-hop e instrumentos electrónicos; pero también hubo experimentación con Andreas Bodenhoffer; frescura con Catalina Telias y romanticismo bolerístico en la voz de Carmen Prieto, quien recuerda:
ahí; yo había tocado con Los Prisioneros. Nosotros todavía no teníamos casete, canciones grabadas. Había canciones que no estaban tan listas. Era un tiempo de tocar sobre la marcha, prepararse para grabar. Fue a vernos Iván Valenzuela y me entrevistó. Salió en El Mercurio. Pero había poco público. Era un día lunes, un día absurdo. Después tocamos con más público, al año siguiente. Tocamos al menos tres veces en el Café.
-Fue muy importante, me catapultó. Fue una plataforma muy importante para mí. Antes de cantar ahí iba como público. Comencé con el ciclo Mujeres a 8 voces, cuando tenía 25 años y canté después varias veces, ya sea como parte de un ciclo o como solista. Ahí conocí a mucha gente del Canto Nuevo, los mismos a los que los seguía como público. A los chicos del grupo Congreso, que como que me descubrieron ahí y eso significó que en el primer programa de televisión en el que yo estuve, fui invitada por ellos, porque me habían escuchado en el Café del Cerro y gustaron mucho de lo que yo hacía.
Una figura conocida en el ámbito del canto popular, pero lejana a las corrientes de moda, pasó cinco noches haciendo pensar con su poesía social: Gastón Guzmán, Quelentaro.
Los boleros, sumados a los tangos, siguieron con Enrique San Martín y Monto Yarza, recién regresados de largos y fructíferos años de exilio en Cuba; Los Prisioneros, lejos de Bellavista, se habían separado y Claudio Narea volvió al barrio con su nuevo grupo: Profetas y Frenéticos. Dice el guitarrista: -Nuestra segunda presentación, después de la Casa Constitución, fue en el Café del Cerro, año 90 todavía. Septiembre del 90. Y fue importante tocar
Roberto Hofer Oyaneder, en su artículo El cantar criollo de Quelentaro también bebió de la Región de Magallanes, publicado por La Prensa Austral el 1 de septiembre de 2019, contó lo siguiente: “Quien sí conoció y compartió con Gastón y Eduardo en más de una oportunidad fue el empresario gastronómico Mario Navarro. Al primero de ellos lo conoció en su primera etapa solista en los años ‘80, cuando en plena dictadura era uno de los pocos que llenaba el teatro Gran Palace de Santiago una vez al año. En aquella época, Eduardo estaba exiliado en Canadá. Después trabajó con Gastón en el teatro Cariola con la productora de espectáculos Nuestro Canto, e incluso lo logró llevar más tarde a su Café del Cerro, y aunque le costó convencerlo al final se harían amigos”.
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Toda una hazaña, dado el carácter retraído del talentoso Quelentaro. Los extranjeros continuaron viniendo: Víctor Heredia y Juan Carlos Baglietto de Argentina y los cubanos Santiago y Vicente Feliú, Sara González y su grupo Guaicán, dirigido por Pepe Ordás. Santiago Feliú, en entrevista con el diario La Época (3 de abril de 1990), decía:
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“Soy un trovador: una fusión de versos con música. Compongo para la guitarra. Canto lo que me proponga la musa, la neurona o el estado de ánimo. También por épocas. Por ejemplo, tuve fuertes ataques de amor y los canté. Hubo otras épocas de ataques épicos y también los hice y luego me puse crítico con las plagas de la revolución, de la sociedad socialista: La burocracia, la miopía, el encasillamiento, lo cuadrado”. Durante el mes de marzo, el título de Seguimos cantando cuando amanece el día, involucró 24 presentaciones individuales con Moraga, Wiedmaier, Cecilia Echenique, Gatti, Catalina Telias, Quelentaro, Sol y Lluvia, Compañero de Viajes, Peralta, Gervasio, Sol y Medianoche, Jorge Yáñez, Congreso, Ensamble, De Kiruza, Fulano, Pablo Herrera, Arak Pacha, Huara, Redolés, Grondona, Le Bert, Chamal y Trifusión. Junio y noviembre fueron los meses en que el programa Desde..., de TVN, llegó con sus cámaras buscando lugares y artistas poco vistos
en la pantalla, y grabó especiales con Los Jaivas e Inti Illimani, haciendo soñar con una televisión nacional diferente y en serio. Noviembre también fue tiempo para que llegaran Los Tres al Café. Sin embargo, el hecho no quedó como algo de importancia en la memoria de, al menos, uno de sus miembros, Ángel Parra Orrego: -Era un escenario no más. Había tan pocos lugares donde tocar, que era el lugar. Y el Club de Jazz, donde yo también tocaba. Así es que no había muchas expectativas detrás de actuar ahí, porque no significaba ni el estrellato ni mucho menos. Era un lugar donde no cabía mucha gente; el sonido era bien sencillo, y todo era bien básico. ¿Le sirvió a la carrera del grupo? ... tocamos una vez no más con Los Tres, así es que tampoco fue de gran importancia. Para la carrera del grupo fue mucho más importante en Santiago haber tocado en todas las universidades, mucho más que en el Café del Cerro. Le juega en contra la memoria: entre 1990 y 1992 Los Tres estuvieron diez veces en el Café. La grabación de audio de una de esas actuaciones, de bastante buena calidad, está disponible en YouTube. El grupo, que tocaba temas que luego registrarían en su primer disco para el sello Alerce, y covers de canciones de Chuck Berry y Elvis Presley, dejó huella en quienes lo escucharon en el local de Bellavista: Mario: Aparece un grupo de Concepción y tocan en el Café, Los Tres. Un pencazo.
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Página anterior: Los Tres (Foto promocional. Fuente: Archivo Nacional de la Administración) Arriba: Juan Carlos Baglietto y Catalina Telias (Ambas fotos: Archivo Café del Cerro) Abajo: Profetas y Frenéticos (Foto de Héctor Aravena. Fuente: Archivo Nacional de la Administración) y Pancho Chat y Salsa Maestra (Archivo Café del Cerro).
Maggie: Los músicos quedaron locos con Los Tres. Me acuerdo haber estado conversando con los Santiago, con los Congreso, y todo el ambiente estaba loco... porque fue una renovación, una frescura. Pancho Molina, primer batero del grupo, recuerda en el artículo La primera vez de Los Tres: historia total de un debut inmortal, en la sección El Faro, del diario La Cuarta (1 de septiembre de 2021) la impresión que causaban en el público:
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“Cuando tocábamos en bares, como que se armaba el carrete, teníamos súper buen feedback. Había una reacción positiva, de harta energía, sobre todo en fiestas mechonas, fiestas de facultades, el Café del Cerro, de ahí se corrió la voz. Era bien distinto al movimiento santiaguino, no era new wave”. De las 425 funciones del primer año de la década, que implicaron a 106 artistas, cuatro fueron para Los Tres, todas en noviembre. El trasnoche siguió manteniendo a la gente entretenida después del show central y el teatro tampoco estuvo ausente en las funciones previas del verano, ni más ni menos que con el retornado Jorge Guerra que, sin Pin Pon, presentó Siempre hay alguien, un espectáculo para adultos en el patio del Café. “Empleo mi rostro como un papel en blanco y solo con un corcho quemado me transformo. Son personajes de clase media que van mostrando distintas situaciones”, decía el actor en La Tercera del 4 de enero de 1990.
La asistencia mayoritaria durante el período mostró un público atento a expresiones diferentes: acapararon los primeros lugares, en este orden, Congreso, Víctor Heredia, Eduardo Gatti y el humor de Los Pintamonos (Meruane, Olavarría y Meléndez). Nadie imaginaba que se venía el final... La casona fue vendida. Según consigna Lautaro Chamorro Navarro, en su investigación Café del Cerro (1982-1992) Resistencia cultural en Dictadura, la propiedad fue adquirida por “Andrés Pichara, que vivía en el barrio y que se dedicó a comprar muchas propiedades del sector”. Pero el Café siguió funcionando en Ernesto Pinto Lagarrigue, porque la transacción respondía no a un cierre, sino a planes y planos que los llevarían de ese espacio a uno nuevo, siempre en Bellavista, y que tendría salón para baile, ya fuera salsa u otros ritmos, un Café del Cerro 2.0, y ¡por fin! el teatro que Mario y Maggie siempre soñaron. Todo eso en una hermosa construcción antigua, al final de Pío Nono, justo a la izquierda de la subida al San Cristóbal. La propiedad ya era de ellos, estaba siendo remodelada y listas las gestiones para la traída de músicos cubanos que darían vida a las noches de jarana en Varadero, nombre del nuevo local. Los aires de libertad y la apertura del futuro los hacían pensar en grande. La alegría estaba llegando. Pero Mario se recrimina:
-Cuando vendimos la casa, la seguimos arrendando. Mantuvimos el Café como un año y después de cerrarlo, seguimos con La Crisis Moral, un bar/sala de baile, como dos años. Era un éxito, pero no le pusimos ojo. Entraba más plata ahí que en Varadero, fue un pencazo, pero ni íbamos. Incluso una vez fue la Maggie y los empleados de la puerta no la conocían, porque no íbamos nunca. Durante 1991, hubo 360 funciones entre normales (201), especiales (25), de trasnoche (102) y con artistas extranjeros (32). Humor y salsa y humor y música constituyeron la animación de los trasnoches que empezaban a la medianoche, porque la hora del show central quedó desplazada para las 23:00, acorde a que habían terminado las restricciones horarias. Este fue el año de los cantautores cubanos: la leyenda de la Nueva Trova, Vicente Feliú, y nuevamente su hermano Santiago, y el post-trova y cercano al rock Carlos Varela, quien respondió por correo electrónico desde La Habana: -En Cuba siempre existieron sitios para conciertos de cantautores, algunos muy importantes como la Casa de las Américas, pero ninguno similar al swing, la magia, el espíritu y el alma que tuvo el Café del Cerro. Fue muy bonito encontrar que mucha gente ya conocía algunas de estas canciones. En especial recuerdo ver a algunos cubanos entre los chilenos pidiendo canciones. A mi regreso a Cuba les comenté a otros cantautores que, al final, no tuvieron la suerte de ir a Chile
y conocer todo lo que se vivió en aquellas noches del Café. No fueron los únicos venidos de otros lares: hubo glam rock ¡sueco! con el grupo Lies y cantautoría del mismo país nórdico con Jan Hammerlund, quien había traducido a su idioma canciones de Violeta y otros autores chilenos, a mediados de los 70. En su página web cuenta que esa actuación correspondía a su segunda venida a Chile. “En 1991, trabajaba con el poeta chileno Hernán Azócar, en la traducción al castellano de canciones propias y otras de mi repertorio, grabando un casete que salió en Chile con el nombre Mi yunta en la cana, a beneficio de las prisioneras políticas de la cárcel de Santo Domingo, en Santiago. Además de Santiago canto en Valparaíso, Concepción, Valdivia y Puerto Montt”. Con posterioridad a su labor de difusor de la cultura musical chilena y su apoyo a la causa de los derechos humanos en el país, recibió en 2017 la Orden al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda. La cadencia peruana llegó junto a la voz de Victoria Villalobos y el jazz argentino con Dos de la ½ noche. El público, sin embargo, privilegió a los locales con su presencia: Profetas y Frenéticos, Congreso, Sexual Democracia y Eduardo Gatti se quedaron con los cuatro primeros lugares de asistencia.
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Ese 16 de septiembre, en la fiesta del noveno aniversario, y como ya estaba tomada la decisión, declararon: “Vamos a cerrar el ciclo en que inventamos a tientas un lugar para el encuentro. Y más allá del sueño común (y va a caer!! y va a caer!!) hicimos música, teatro, danza, poesía... (lo hicimos todo) y lo hicimos bien”.
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No hubo fiesta de Navidad ni bienvenida a 1992. Pero, en enero y bajo el eslogan Con la música a otra parte (por cambio de casa, liquidamos tremendo programa musical) fue promocionada una parrilla de despedida que contó con música contemporánea, fusión, Canto Nuevo, pop, jazz, tangos, boleros, humor, folclor: Congreso, Ensamble, De Kiruza, Repercusión, Los Tres, Eduardo Gatti, Luis Pippo Guzmán, Carmen Prieto, Schwenke y Nilo, Chamal y Arak Pacha fueron diciendo adiós a una tremenda etapa de la música en Chile. Iba cerrándose un ciclo para un local que acogió música contestataria y de la otra, que fue punto de encuentro para la gente contraria a la dictadura y que, por la calidad de sus artistas y su gestión, fue apoyado por los y las periodistas tanto de los medios alternativos como de los que no estaban alineados con la tónica oficial de donde trabajaban. Mario hace un somero recuento de su relación con la prensa. -En todos los medios escritos había un amigo:
el Jaime Chamorro en La Tercera; el Chino [Rigoberto] Carvajal y el Pancho Villagrán en el Estreno, los dos de la misma Tercera; la Chica [María Eugenia] Meza y Ana María Blanco en Las Ultimas Noticias; en El Mercurio siempre había alguien camuflado por ahí que nos publicaba una notita y más, como Gonzalo Rojas, Rosario Guzmán Bravo, Grace Dunlop y Rosario Larraín; Amparo Lavín y Juan Carlos González en La Segunda; Ana María Foxley en la revista Hoy; Patricio Ovando, Marializ Maldonado, Verónica Waissbluth y Marta Hansen de La Época... El Lucho Fuenzalida nos apoyó harto desde La Cuarta. También en regiones hubo periodistas que difundieron las giras y muchas cosas relacionadas con el Café como Gustavo Sáez, del diario El Sur de Concepción; Lorena Ruiz, de La Estrella de Valparaíso; Jorge Babarovic, de La Prensa Austral de Punta Arenas. Y muchos otros, que no firmaban las notas, pero que nos apoyaron. Con el tiempo, llegaron incluso a la televisión. Continúa Mario: -Hicimos tanta noticia que nos tenían que cubrir. Llegamos al Extra Jóvenes, a los matinales; durante tres temporadas estuvimos en el segmento Escalera a la Fama, de Sábados Gigantes, donde invitaban talentos nuevos e iban a buscar gente al Café del Cerro. Siempre estaba sonando nuestro nombre en los medios que, por supuesto, eran adversos a lo que estaba pasando en el Café, pero logramos romper tantas barreras. Pudimos trascender a otra gente.
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Arriba: Congreso (Archivo Histórico / Cedoc Copesa)
Abajo: Ensamble y Cristián Crisosto (Ambas fotos: Archivo Café del Cerro).
Carlos Varela, Maggie Kusch y Víctor Parra
Monto Yarza (Ambas fotos: Archivo Café del Cerro).
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La noche del cierre, el jueves 30 de enero de 1992, con Eduardo Gatti y Luis Pippo Guzmán ejerciendo de anfitriones, las palabras del cantautor que más veces tocó en el Café en horario principal, quedaron registradas y preservadas gracias al sonidista Carlos Díaz Luna. “Yo les quiero recordar que el año 83, tocar en algún lugar y poder mostrar lo que uno tenía era bastante difícil. Había pocos lugares donde mostrarlo. Y de hecho siguen existiendo pocos lugares. No sé si ustedes se han dado cuenta, pero cuesta bastante ver a un artista chileno en estas condiciones como lo están viendo ustedes. Salvo
a veces en la televisión, ocasionalmente. Pero la verdad es que este lugar fue una verdadera casa para todos nosotros y somos muchos los que hemos pasado por acá, de modo que quisiera darle un aplauso no solamente a Mario y Maggie sino también a toda la gente que ha trabajado en el Café durante todos estos años”. No había dolor en esa despedida. Era un hasta pronto. Los planes iban marchando y antes de una semana pasó por ahí Shakespeare, Osvaldo Rojas, y concretó una acción definitiva y terrible: borrar el mural del Café para pintar la imagen de una nueva iniciativa.
Mario: Cuando decidimos cerrar y poner La Crisis Moral, él andaba con uno de sus hijos, muy chico, y trabajó en la noche. Borró el mural y pintó el de La Crisis Moral. No le tomamos el peso, pero Víctor Parra, uno de nuestros más fieles amigos y colaboradores, decía que cuando borraban el mural, él lo resintió. Maggie: Fue muy fuerte el cierre del Café. Fue así, paf. Se acabó, pum pum, cerramos todo, se acabó. De hecho, quedaron cosas de nosotros cuando nos fuimos del barrio, nos fuimos a Pirque; agarramos mucha papelería y la quemamos. Fue como un cierre absoluto, un quiebre. Se acabó, no hay que lamentarse, hay que cambiar de folio, de vida, de todo. La verdad es que poco o nada había que lamentar. La vida del Café fue fructífera en todo sentido: había sido un espacio abierto a la creación, un lugar de libertad en tiempos oscuros, una casa para muchos. Abierto a los músicos más conocidos de la cultura contestataria, a los nuevos aires y ritmos, a las peticiones de músicos desconocidos que contaron con un escenario profesional sin tener que pagar por ello, a organizaciones que pedían prestado el local, a los cercanos y a la comunidad
cuando fue necesario ser solidario con causas personales, sociales o nacionales. Pero el éxito trae aparejado no solo sentimientos positivos. A lo largo de los años, Mario y Maggie percibieron resentimiento hacia ellos. ¿De parte de quiénes? Mario: De algunos artistas y de algún sector del público que nos acusaban de ser comerciantes, tratando de darle a esa palabra la connotación de insulto. Y claro que éramos comerciantes. Me acuerdo de una vez que Cristián Crisosto [Santiago del Nuevo Extremo, Fulano] me comentó, ‘oye, este huevón me dijo que ustedes eran muy comerciantes’. Y yo le respondí ... Maggie: ... ‘y ustedes son muy músicos’. Eso éramos: éramos comerciantes. La gente tenía temores con eso... Mario: ... claro, porque pensaban que serlo era contradictorio con ser contestatario. Que uno debería no cobrar, regalar la entrada. No sé... un concepto que iba parejo con nuestro éxito. Porque, pucha... fuimos un par de pendejos cuyo trabajo, nuestro trabajo, dio frutos y ‘rompimos’ con todo lo que había. Nos fue bien y tratamos de que le fuera bien al entorno nuestro también, a nuestros artistas, a nuestros trabajadores.
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el engranaje humano
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Antes de que las puertas de Ernesto Pinto Lagarrigue 192 se abrieran para el público, gran parte de la familia de Maggie y sus amigas trabajaron animosamente, junto con Víctor Hugo Romo, en la puesta a punto. Y cuando el 16 de septiembre de 1982 dio paso al primer show público, con Antara -un grupo juvenil de relativa corta existencia- y al Cuarteto Collage con su formación de jazz, un casi adolescente Mauricio Kusch, hermano menor de la veinteañera dueña, se instaló en la puerta con su mejor disposición y sus ojos azules a cortar entradas y hacer realidad aquello de que el local se reserva el derecho de admisión. Adentro, Mario y Maggie preocupados de todo; Suzy Kusch en la cocina con Lucho Cayuqueo, a quien conocían desde el Ulm y que llegó ahí recomendado por Ruth Baltra (fundadora de la escuela de teatro y danza infantil Ocarín), hermana de Mireya, diputada y diarera. Además de ser el cocinero, estaba a cargo del aseo. En la mesa de sonido, Sergio Sepúlveda, también del Ulm, con conocimientos universitarios en la
materia y que trabajaba con Mario en Sonus, la pequeña empresa cuyos ingresos los apuntalaron en los primeros tiempos del Café y cuya secretaria era Virginia López, que igualmente llegó con ellos a Bellavista. Atendiendo las mesas, y ayudando en lo que hiciera falta, estaban Ximena -la otra hermana Kusch, gran colaboradora y muy querida por el público-, Pablo Villafaña, amigo de la familia, todo un personaje, y Quena Velasco, su prima, y amiga entrañable de Maggie que, como ella, había estudiado hotelería. Cuando era necesario, Suzy dejaba la cocina para apoyar en la tarea de atención. Ella y Quena fueron responsables del pan amasado para los sándwich y de las empanadas que hicieron historia en la gastronomía del local. Suzy luego se hizo cargo de los almuerzos, cuando decidieron ofrecer ese servicio, como será contado en el próximo capítulo. Mario: Las empanadas que hacían la Suzy y la Quena eran maravillosas. Las dos hermanas llegaron juntas y cuando atendían las mesas pasaban anécdotas divertidas.
Maggie: las confundían. Y si se atrasaba un pedido, se echaban la culpa entre ellas. Era divertido. De día, en las labores administrativas y de difusión, Víctor Hugo Romo y Virginia López. Mario: A la Vicky la conocí en el Festival de San Bernardo, porque venía de Arica con un grupo que se llamaba Inti Wawanakapa, dirigido por el Pato Barrios. Se quiso quedar en Santiago estudiando teatro y luego se fue con nosotros al Café... Maggie: ... a la oficina con Víctor Hugo Romo. Mario: Cuando arrendamos el local se fue con nosotros. Estuvo unos meses no más con nosotros, pero siempre se sintió muy cerca. Vicky, que trabajó en el Café durante un año antes de regresar a su casa paterna, en Arica, recuerda: -Yo era la secretaria de Mario, estaba encargada de llevar a las radios, a los diarios la información de todo el programa semanal. Tenía que hacer los carteles, pegarlos. Más bien yo trabajaba de día en el Café. En la noche ya llegaban otras personas. De noche yo solo estuve en la inauguración. Estuve ahí como un año. Después me vine a mi cuidad, me devolví a Arica. Era cabra chica, igual echaba de menos a mis papás. Me siento muy bien de haber aportado, aunque sea con un granito de arena. Fue una experiencia inolvidable. Parte del equipo estaba puertas afuera, como Shakespeare, Osvaldo Rojas de quien ya hablamos, responsable del logo, una imagen que trascendió
el tiempo y marcó la existencia del Café del Cerro. Aunque ese fue el equipo original, no fue inamovible. Maggie: mi mamá entró al Café al año siguiente, cuando nos casamos, a hacerse cargo de la puerta y de la oficina. Mauricio pasó a otras tareas... Mario: estuvo de barman, trabajó como productor, hicimos negocios, nos peleamos y nos reconciliamos. La Eliana llegó al año de inaugurado el Café y siempre estuvo en la administración y en la puerta. La oficina la manejaba ella. Abría y cerraba, veía los arriendos de los talleres y, al final, hacía hasta la programación. La Eliana asistía todo. Estuvo muy entregada al Café y nosotros descansábamos mucho en ella. Famosa era la vieja de la puerta, querida y odiada. Y ella tenía sus preferidos. Fue un tremendo aporte y apoyo. Maggie: Muy poquito antes de que cerráramos se fue a trabajar en la Teletón. La notable presencia y compromiso de la familia de Maggie en las tareas diarias marcó sin duda una tónica especial en la manera de atender y gestionar el Café, que se mantuvo con los años. Como bien dice ella, aunque hacia el final quedaran pocos de los originales, la empresa seguía siendo familiar, porque “estábamos los dos; éramos la familia”. Los hombres del Café Tras la partida del primer sonidista, pasaron varios antes de llegar a una estabilidad, como cuenta Mario:
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Fotos 1 y 2: Maggie y sus hermanos Mauricio y Ximena. Foto 3: Víctor Hugo Romo entrevistando a Nito Mestre. Archivos Navarro / Kusch y Café del Cerro.
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-El segundo fue Raymundo Valdés, el Tío Ray, marido de la gran amiga de la Maggie, la Quena Velasco, que después trabajó mucho en publicidad; luego llegó José Antonio Valdés, hermano de Raymundo; no sé cuánto tiempo estuvo cada uno. Un corto tiempo trabajó Sergio Díaz Luna, que nos dejó a su hermano. Y Carlos Díaz Luna, el histórico, fue el que más años estuvo y quien cerró el Café. Cuenta su experiencia en el capítulo Puertas adentro/Puertas afuera. Mario comenta: -Tiene grandes recuerdos grabados, aunque muchos los borró porque entonces era difícil tener tantas cintas guardadas. En el homenaje que nos hizo la Municipalidad de Providencia fue invitado a hacer el sonido del escenario y la música ambiental.
Cuando los primeros encargados de la atención se fueron a otros negocios de la pareja o a hacer sus propios proyectos, empezaron a contratar garzones. Garzones que no eran garzones. Mario: Se iba uno y dejaba a un amigo recomendado y ese amigo traía a otro. Y ahí se creaba un nexo. La Maggie y la Eliana recibían mucha gente que iba a buscar pega, estudiantes principalmente, y aprendían ahí. Uno de ellos fue el actor Marcelo Alonso... Maggie: ... pero era muy desagradable [se ríen]. En el bar, los mismos garzones hacían las piscolas, después de que se fue Víctor Donoso, nuestro primer barman, o bartender como se dice ahora, que sabía mucho e hizo tragos especiales y se fue al año. No tuvimos más barman porque nos dimos cuenta de que lo más vendido era piscolas, cerveza, shop, shop, shop, cerveza, vino navegado y algunos más
cuicos tomaban whisky. De comer, las empanadas y un par de sándwich. Primero teníamos una carta de tragos, platos y sándwich tremenda, bien gourmet porque yo, que estaba recién saliendo de la escuela, quise hacer algo especial; pero no funcionaba... En esa época ni siquiera había ron. Era muy limitado.
y Eliana pararon el Café en pocos días. Mónica y Maggie se habían conocido cuando cursaban educación básica y a lo largo de la vida siempre estuvieron en contacto, pese a que ella se fue a estudiar Pedagogía en Historia a la Universidad de Antofagasta. Mónica recuerda:
Otro de los históricos fue Víctor Hugo Romo. Riéndose, Mario dice:
-Incluso estando lejos recibí la invitación cuando los dos se unieron en una vida juntos y ya había nacido el Café. Regresé el año 84 y ahí la Maggie me sugirió la posibilidad de trabajar de garzona los fines de semana, actividad que jamás había realizado. Después, ya garzoneaba de lunes a sábado hasta el año 88 o 89, no recuerdo exactamente. Las cosas se fueron dando, cada vez se hacía más fácil y entretenido, y me encantaba estar en el centro de la música alternativa, esa sensación de conocer a todo un nuevo movimiento musical que se estaba gestando casi en la clandestinidad. El trabajo era más que una manera muy entretenida de ganar un dinero extra: era un instante mágico, estar junto a Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Congreso, la misma Isabel Parra. Viví tantos momentos hermosos con la familia de Maggie, que les agradezco siempre haber sido parte del Café y de su mística. Hasta hoy me acuerdo de los gratos y hermosos momentos que viví allí.
-Iba y volvía cada cierto tiempo. Hacía labores de producción y terminó siendo el director de La Punta del Cerro. El la hacía completa: las entrevistas, los cuentos, recopilaba cosas. A la cocina después llegó José Paulino, que hacía “unos canapés maravillosos. Lo recomendó Rafael Fernández, un amigo que estudió en la escuela hotelera”, acota Maggie. Eterno también fue Carlos Valenzuela, que todavía estaba en la secundaria cuando lo contrataron: Mario: Llegó de uniforme. Llegó como junior, a cargo del aseo cuando el Lucho Cayuqueo ya no estaba. Estuvo hasta que cerró el Café y se fue con nosotros a Varadero. Maggie: Muy puesto las pilas con nosotros y con otros locales que fuimos abriendo en el barrio.
Otras historias
Mónica participó intensamente en el Café, por muchos años. Y otro colaborador se había integrado al equipo de la limpieza.
Mientras Mario y Maggie estaban en Bolivia, el terremoto del 85 remeció a Chile. Mónica Gómez
Mario: No me acuerdo del apellido del Chico Hugo... Era muy chico y usaba el pelo muy largo,
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parecía un gnomo. Fue padre de mellizos y por ello merecedor de una guaguatón donde tocó el Santiago del Nuevo Extremo, y todos los amigos, un domingo, para juntarle lucas. Maggie: También se trasladó Patricia Solís, prima mía. Vivía en Valdivia y dejó la docencia por trabajar con nosotros mucho tiempo. Hasta quedarse a cargo de Varadero. Aunque Patricia recuerda más otros locales de los Navarro/Kusch en los que estuvo, sobre todo Varadero, algo dice del Café:
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-Cuando empecé a ir, era como la Carmela que va a la ciudad. Había mucha gente famosa, conocida, de la televisión, que uno en Valdivia los veía como inalcanzables y de repente me encontré con que eran personas comunes y corrientes, igual que uno. Iba por ver a los artistas, aunque no eran de mi estilo. Yo los desconocía, salvo a Schwenke y Nilo, que los conocía acá en Valdivia, pero no eran mis artistas favoritos en ese tiempo. Comencé a ir todos los días en la noche, porque estaba trabajando en un colegio. Finalmente, mi prima me dijo ‘por qué no vienes más seguido...’. Y se quedó. Más tarde se integró al equipo Mario López, fotógrafo y diseñador. Cuenta: -Un amigo que se llamaba Iván Pojomowsky, me conocía desde la Escuela de Teatro de Nelson Brodt. Yo trabajaba en el Fortín Mapocho y él me
ubicó y me ofreció trabajo como diseñador gráfico y fotógrafo del Café del Cerro. Así llegué y estuve un año. Todo el año 84, si mal no recuerdo. Me fui porque me ofrecieron otro trabajo, en Codeff. Tenía mi rincón y un laboratorio fotográfico que había habilitado Mario Navarro y que estaba bastante bien equipado, en realidad. Hacerle fotos a muchos de los artistas que pasaron por el Café era bonito, porque generalmente eran buenos modelos, sabían pararse frente a la cámara. Además, no eran personas orgullosas, sino súper sencillas. Incluso aunque fueran muy famosos, como Eduardo Gatti, por ejemplo. A veces salíamos a recorrer el barrio buscando lugares donde tomar las fotos. Y ningún problema, era muy entretenida esa parte. Trabajábamos mucho con Víctor Hugo y era entretenido, porque era muy creativo, motivante. El generaba conceptos para cada mes y esos conceptos yo debía transformarlos en imágenes. En febrero de 1990, la revista La Punta del Cerro describió a parte del staff, en un artículo titulado Los mil rostros del Café del Cerro, “el único cabaret de Chile donde no se ven minas piluchas. Detrás de toda obra hay grandes personas... aunque ninguno de los que aquí laboran pasa del metro ochenta”. La mención al hecho de ser cabaret no era broma: dada la legislación vigente, solo esa patente permitía tener números artísticos en vivo. El artículo seguía, medio en broma, pero diciendo verdades: “Desgranando el choclo: Lucho, maestro de sándwich rápidos y artesano en cuero para más
señas; frente a la caja registradora, Rino, diseñador gráfico y eximio falsificador de billetes; ordenando y limpiando todo, los incansables Carlos y Juan; tras la mesa de sonido, Carlos Díaz, ex habitante de la Luna; Alfredo es el hombre del bar; atendiendo las mesas y sacando pesados para afuera, el cuarteto de Andrés, Cristián, Mauricio Quinteros y Francisco (que además es escritor y colaborador de esta revista); supervisa y controla los almuerzos, Suzy (tan bella como la heroína de nuestra infancia); en la cocina diurna, Jovita, especialista en pastas italianas; finalmente, la identidad del nochero quedará tan oscura como la noche, ya que nos exigió quedar en el anonimato. “Pero todo esto no sería nada sin el aporte inconfundible de la Señora Eliana, la que se va de las últimas y llega de las primeras (nadie sabe cuándo descansa). Cerrando esta galería de estrellas, no podemos dejar de mencionar al asistente de producción Iván Pojomovski, único agente de la KGB acreditado en Chile, y por supuesto el binomio Kusch y Navarro (ella y él) en la toma de las decisiones y destacados gimnastas bancarios de cada fin de mes. El fotógrafo y redactor de este pasquín quedan afuera por creerse la muerte, cuando no son más que un pedazo de vida”. Gran amigo, fiel persona Y aunque La Punta del Cerro solo lo describía parcamente como encargado de “la mantención técnica del local..., tramoyista de profesión y
rancagüino”, capítulo aparte merece la relación con Víctor Parra Muñoz, que empieza a contar Mario: -Lo conocí cuando llegó con Roxanna Zapata a la oficina del Café, representando a la Juventud del Carmen, un grupo juvenil que trabajaba vinculado a la parroquia del Carmen de Rancagua. Querían hacer un recital para recaudar fondos y buscaban contratar a Eduardo Gatti. Enganchamos bien, cumplieron todas las condiciones; hicieron un muy buen trabajo y fueron excelentes con Eduardo. A partir de eso, empezamos a trabajar juntos todas las giras que hacía con Santiago del Nuevo Extremo, Sol y Medianoche... con los que fueran. Ellos se encargaban de la producción en Rancagua y algunas en San Fernando y en el Sindicato de Sewel. Así, la amistad se fue consolidando. Después de un recital de Eduardo Gatti en el Teatro Providencia, venía una gira por diez ciudades, para la que contrataron un gran camión donde iban los equipos técnicos de sonido e iluminación y parte de la escenografía. Mario: Víctor me insistió mucho que quería ir en esa gira y lo pasamos a buscar a Rancagua, a la carretera, con el camión. Por eso yo le echaba la talla y le decía: ‘te subiste al camión y nunca más te bajaste’. Llegamos hasta Ancud y la verdad es que fue tremenda ayuda, porque esas giras las hacíamos a pulso: lo hacíamos todo, desde armar el escenario hasta cortar las entradas. A la vuelta se instaló en el Café, viviendo ahí y siendo hombre orquesta en
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el local mismo y con su equipo en las giras y en las concentraciones para el SI y el NO. Maggie: Siempre fue un tremendo apoyo. Mario: Había estudiado en una escuela industrial y sabía todo: gasfitería, carpintería, instalar cerámicos. Se armó una tremenda sociedad. El seguía yendo los fines de semana a Rancagua y se casó con Magaly Zamorano. Nosotros con Marjorie y Max Berrú [Inti Illimani] fuimos a su matrimonio, donde incluso Max cantó. Nacieron sus hijos, Víctor Manuel y Camila.
Mario: Hizo lo que tenía que hacer y se quedó en Punta Arenas, colaborando en nuestros locales. En La Perla del Estrecho fue el hombre orquesta, prácticamente la construyó. Hay un bote con su nombre en La Perla, con el rango de contramaestre. Pero se empezó a enfermar y se vino con su familia.
La relación se mantuvo después de cerrado el Café y abierto Varadero. Tras el fin del proyecto, Mario y Maggie se instalan en Pirque. Llegó la primera hija, Martina, y Víctor se fue a vivir con ellos, manteniendo el vínculo con su familia los fines de semana.
-Fue un tremendo exitazo -recuerda Mario-. Llamé a varios amigos artistas que, a la voz de Víctor Parra estuvieron cuadradísimos. Desde Claudio Narea, Cecilia Echenique, Gatti, Max Berrú, Ricardo Meruane... fue un lindo espectáculo. Le entregamos un reconocimiento a nombre del Café del Cerro y otro a nombre de la Juventud del Carmen... Fue un golpe grande su partida. Gran amigo y colaborador. Mantenemos la relación con su viuda y sus hijos.
Mario: Hicimos un invernadero, hicimos la cuna y el corral para Martina. Hicimos muchas cosas. Cuando decidimos irnos a Punta Arenas, él nos ayudó al cambio. Nos dejó instalados y se vino al norte. Siempre seguimos en contacto, viendo el crecimiento de nuestros hijos. Entró a trabajar a la mina La Disputada de Las Condes, donde fue dirigente sindical, tras lo cual fue despedido. Cuando falleció Eliana fue el primero en llegar a la iglesia, con Magaly y Camila. Me contó que estaba cesante hacía bastante tiempo y que tenía problemas de salud. Maggie: Lo conversamos con Mario y como necesitábamos en Punta Arenas una persona de confianza para hacer trabajos puntuales y le ofrecimos irse con nosotros.
Fue un cáncer muy rápido y, como manifestación de cariño y colaboración económica, Mario convocó a una serie de artistas para realizar un acto solidario en el Teatro Municipal de Rancagua.
La inefable Señora Eliana De todas las almas, todos cuerpos y todas las energías que se desplegaron para mover los engranajes del Café, sin duda la más adulta, la que despertaba más pasiones y la que estaba de la mañana a la noche sin pausa, era la mamá de Maggie, la mítica Señora Eliana. Más mítica aún después de su fallecimiento, el 6 de febrero de 2013.
Maggie y su madre, la Señora Eliana; Víctor Parra, Martina Navarro y Antonella (Fotos Archivo Navarro/Kusch).
Valdiviana, como muchas mujeres de la época dejó el colegio para ayudar en el negocio familiar, un establecimiento de ramos generales o, como se decía en el norte, una pulpería. A los 20 se casó y luego empezaron las mudanzas. Primero a Antofagasta, donde estuvieron cuatro años y luego a Santiago, adonde llegaron en 1968. Tuvo cuatro hijos, tres mujeres y un varón. La ruptura con la tradición vino a los 15 años de casada: se separó, se quedó sola con su parvada, dejó el trabajo de dueña de casa y salió al mundo laboral. Primero en una peluquería, donde vendía la ropa que compraba en Mendoza, y después a cargo de una tienda en Providencia. Luego, en el Café, por casi una década. Mario y Maggie necesitaban a alguien de confianza para el trabajo administrativo y que se impusiera en la puerta. Durante ese tiempo, se dio maña para terminar su educación media
y recibió la licencia secundaria, con el empuje de algunos músicos que la ayudaban con las tareas. Cerca del cierre del local, partió a la Teletón a tareas de producción con Ximena Casarejos y en la recepción del teatro. Maggie: En esto de querer hacer las cosas bien, mi mamá fue un apoyo increíble. Mario: No solamente se hizo cargo de la puerta; era secretaria; programaba, me presentaba la programación y yo le decía, ‘mira, vino tal persona y quiere tocar’. Maggie: Ella tenía ese encanto; la gente dentro del local, la gente de los talleres, la quería mucho. En la puerta era otra cosa. Mario: A ella la querían y la mal querían, pero en la puerta principalmente; porque estaba cuidando el negocio, también. Porque llegaba cada uno...
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Sus características poco convencionales quedan claras en esta anécdota que cuenta Mario: -Todos los sábados, dado que el domingo cerrábamos, la Eliana partía con su séquito, porque tenía un séquito entre todos los que trabajaban ahí: los garzones, la Patty, la Mónica. Se iban al Prosit en Plaza Italia. Las garzonas los esperaban y les tenían reservado su lugar en el segundo piso. Llegaban como a las dos de la mañana y se quedaban quizá hasta qué horas jugando cartas y comiendo. Eran regalones de las garzonas. Alguna vez fuimos nosotros, pero no jugábamos. Nosotros íbamos a Il Suceso, a las pizzas, a tomarnos una piscola que era puro pisco más un poquito de Coca Cola.
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Quena Velasco la conocía doblemente, como parte del staff del Café, pero también por ser la mejor amiga de Maggie. -Era un ícono del Café. Tenía su carácter, su fuerza, su cuento. Nos llevábamos bien en general. Concuerda José Segovia, el Patara:
-Cuando había poco público en algunos espectáculos que no eran muy populares; pero que eran excelentes, como recitales de poesía u otros que no tenían mucha publicidad, y llegaban como tres personas, no más, la Señora Eliana subía y nos decía ‘¿por qué no van a hacer de público un rato para que el chico que está leyendo la poesía no se sienta tan solo?’. Y participábamos. A veces también nos quedábamos a los espectáculos, obviamente pidiéndole permiso. Eugenio Llona, poeta y por entonces representante de Inti Illimani, estaba de día en la oficina que arrendaban en el Café y en la noche viendo a los artistas. -La Señora Eliana fue uno de los pilares. Era de una extraordinaria simpatía y de una extraordinaria generosidad. Pero también poseía una gran memoria, te dejaba entrar dos o tres días gratis, pero al cuarto se acordaba perfectamente de cuánto le debías. En el Café se pagaban 500 pesos para entrar y ella era un filtro notable en la puerta, porque nos conocía a todos y si no nos conocía, conocía al papá, a los tíos, al abuelito. Y era muy barrera, cambiaba a sus amores con frecuencia y tenía cachados a todos los agentes.
-En el día, cuando empezaron a hacer comida, inventamos cosas y con la Tía Eliana nunca hubo un drama. Era un muy buen trato.
Sobre su generosidad, también da cuenta Luis Pippo Guzmán:
Otro de los habitantes de los talleres, el diseñador Claudio González, da cuenta de la preocupación de ella por los artistas menos concurridos.
-La Señora Eliana era fregada, pero era muy buena. Trasladaba gente, llevó a Los Prisioneros a hacer un recital en Viña, manejando ella la camioneta y con todos sus equipos.
La anécdota la completa Mario: -Al regreso, en Curacaví y por rutina la pararon los carabineros. Ella estaba mostrando los documentos cuando se dio cuenta de que uno de los pacos estaba cantando Quién mató a Marilyn. Entonces le hizo una seña y le mostró a quienes llevaba. También le tiene cariño Raúl Aliaga, baterista de diversas formaciones, incluidas Trifusión y Congreso: -Interrelacionábamos con todos los integrantes del Café. Entre ellos, con la gran Tía Eliana. A nadie le podía pasar inadvertida, ya que si uno se le cruzaba era de temer. Felizmente, yo le caía muy bien y eso me dio ventajas en el afecto y permanente atención. Entre los que la recuerdan mal está Mario López: -Lo que no era muy simpático era el trato con la suegra de Mario. Era complicada la señora. Una vez ella estaba súper enojada, porque hubo algo así como un evento social en el Café y llegó la prensa de sociales a tomar fotos de la gente que estaba. Y publicaron una foto que me tomaron a mí y ella estaba súper enojada de que yo hubiera salido en El Mercurio. En el otro lado, estaban Felipe Camiroaga, que “la amaba y se quedaba conversando con ella en la puerta, sin entrar al espectáculo”, como cuenta Mario; Rudy Wiedmaier, quien la califica como
“un amor”, quien escribe este libro que tiene los mejores recuerdos de ella, y Jaime Atenas, de Ensamble y Congreso, que dice: -Ufffff, hay muchas cosas. Recuerdo con mucho cariño a la Señora Eliana, que era implacable en la puerta con el tema de las entradas y nuestros invitados. Pero las veces que tocamos con Ensamble todo fue muy normal... jajaja. A propósito de invitados, hay una historia que cuenta Mario, que la retrata muy bien: -Los artistas dejaban una lista en la puerta con sus invitados que daban su nombre y Eliana lo buscaba en la lista. En una oportunidad, Cecilia Echenique dejó a Sebastián Piñera, su pariente, como invitado. Él llegó y era ya La Locomotora, un hombre público, todos lo conocíamos. Llega y dice ‘estoy invitado por Cecilia’. Y la Eliana le dice: ‘¿su nombre?’. ‘Sebastián Piñera’. Y ella empieza en la lista a buscarlo. Y revisaba la lista de arriba abajo... Lo tuvo parado en la puerta su buen rato, mientras revisaba si estaba en la lista... sabiendo que estaba y sabiendo quién era. Se dio ese lujo. Otros se creían invitados... sin serlo, como cuenta Hiranio Chávez, director de Chamal. -Los Chamales bajábamos apenas terminaban los ensayos y pretendíamos entrar al Café a las funciones. Y ahí estaba la mamá de la Maggie en la puerta. Muy jodida, muy jodida. Muchas veces me reclamó que los Chamales se metían y no pagaban la entrada.
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Sin embargo, había algunos a los que sí les daba la pasada y a otros definitivamente no. Fue una interesante experiencia que tuvieron los Chamales que querían ver todos los espectáculos y que creían, algunos, que eran dueños del espacio también. Otros talleristas, como la grabadora Verónica Rojas Ledermann, solo tienen expresiones de cariño para ella.
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-Para mí fue siempre la Señora Eliana. Una mujer a la que admiro. Trabajadora, absolutamente comprometida y de mucho carácter. No era posible ocupar ese lugar de ir dando el pase a los que esperaban entrar a ver a algún artista, tomarse un trago o pasar un rato ameno, sin tener su intuición y calidez, compatibilizada con el carácter radical en el momento en que ella estimaba que X persona no iba a ingresar. Creo que con su figura, siempre muy bien arreglada, siempre con su pelo canoso peinado... ella abría la puerta y el corazón a todos nosotros. Era el alma mater de esa casa. Maggie lo era, trabajando con Mario; pero muchas veces yo no los veía. La Señora Eliana, en cambio, era la cara visible y podía interlocutar con todos los músicos, con los que entraban, con los que salían, con los horarios, con la calendarización. Era estratégica su figura ahí. Yo guardo los mejores recuerdos de ella que fue conmigo siempre muy acogedora, muy maternal. Iván Valenzuela empezó yendo como público, siguió como estudiante de Periodismo en práctica y cerró el Café como crítico de música de El Mercurio.
-Cuando empecé a hacer la práctica ya escribía sobre el Café y me gané la entrada, porque la mamá de la Maggie ya me conocía y me dejaba pasar. Entonces, ahí me pude comprar una bebida en el bar. Cuando ya estuve al lado de sus favoritos, me sentía un privilegiado. Lo pasé muy bien con ella, era divertida, simpática, al contrario de lo que la gente pensaba. Un día fui a ver a Mauricio Redolés, que me encantaba por su sentido del humor. Y el idiota empieza a leer un poema, que no me acuerdo cómo se llama, pero que empieza así: ‘Señora, déjeme entrar a ver Congreso...’. Mauricio lo debe tener. Nunca lo grabó, pero yo lo vi recitándolo más de una vez. Lo más extraordinario era que lo recitara en el Café del Cerro. Nunca la nombraba, pero todos entendíamos que estaba hablando de la mamá de la Maggie. Y es un poema bien grosero, porque termina diciendo... porque la señora no lo deja entrar, así es que se va enojando... ‘señora, usted que ha sido innumerables veces penetrada, para no decirle vieja re-culiada’. Porque la mamá de la Maggie controlaba. No sé cómo lo hacía, pero siempre había uno que estaba medio curado o medio volado y ella no lo dejaba entrar. La versión de Redolés desmiente absolutamente a Valenzuela, aunque le concede la interpretación como válida. -Ese poema, que perdí en un cambio de casa, lo leí una vez en el Café del Cerro, sin mayor explicación, como debe leerse la poesía. Y como en la puerta del Café estaba la Señora Eliana, mucha gente lo interpretó como que estaba dedicado a ella, pero no era así.
La historia que da origen al texto es la siguiente, en palabras de Mauricio: -Recién llegado a Chile iba a cuanto recital de música había. Así llegué una vez al Gimnasio Lautaro, en la calle Euclides, en el paradero 2 de Gran Avenida. Allí los reyes de la noche eran el grupo Tumulto y tocaban muchos grupos de rock como Expreso de Piedra, Poozintunga y creo que también tocó alguna vez Sol de Medianoche, que después cambió su nombre a Sol y Medianoche. El público era generalmente masculino, con una gran escena alcohólica y marihuanera. Adentro se vendía cerveza, ron, pisco y todo el mundo fumaba pitos. Un día llegué, el recital ya había comenzado, y controlando la entrada había una señora de unos 60 años. Era raro porque la escena era mayoritariamente varonil. Me di cuenta de que había un grupo de cabros que le pedía que dejara entrar gratis a un amigo que no tenía entrada. Al principio eran muy caballerosos, pero en la medida en que ella se negaba, empezaron a subir el tono y pasaron de ‘por favor, señora’ a ‘ya, poh, vieja hueona’ y después a ‘vieja re culiá’. Mario y Maggie coinciden en que Mauricio no era santo de la devoción de Eliana y que, seguramente,
el poema lo afianzó en su lista negra. Ella, además de velar por la puerta en la noche, de día era capaz de tener un ojo puesto en todo, en pro del éxito del Café. Así lo evidencia este relato de Víctor Hugo Romo: -Uno de mis hábitos para escribir La Punta del Cerro era que en la mañana me hacía varios cafés. Y alguno de ellos lo acompañaba con cigarrillos. Como trabajaba en una galería interna, fumaba en el patio. Salía con mi taza de café y mi cigarrillo a fumar y lo hacía caminando. Era mi café peripatético: pensaba mientras caminaba. Llegaba a ciertas conclusiones y, rápidamente, me iba para adentro y superaba el punto aparte donde había quedado. Entonces, alguna vez la Señora Eliana, nuestra gran Eliana, le dijo a Mario ‘¿cómo puedes pagarle a este tipo que se pasa la mañana tomando café y fumando cigarrillos en el patio?’. Y Mario le respondió, ‘pero Eliana, tranquila, esa es la manera que tienen los artistas de funcionar. Ellos no son una máquina a petróleo, son una máquina a café y cigarrillos’. Eso habla de la mirada de Mario. Y de la lealtad de Eliana.
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Maggie Kusch en la puerta del Café (Archivo Café del Cerro).
cocina entretenida y eficaz
Aunque lo central en el Café eran la música y el arte, también hubo preocupación por los clásicos acompañamientos: comistrajos y bebestibles. Recuerda Suzy Kusch, quien desde el comienzo estuvo a cargo de lo primero. -Lo que querían Mario y Maggie era hacer bien chilena la cosa. Ellos abrieron en septiembre y querían que el Café fuera identificado por cosas bien tradicionales. Así es que partimos con la Maggie pensando en qué hacer y entre eso, que era el navegado, que eran los anticuchos, la parrilla, yo me empecé a hacer los sándwich en la noche y durante
el día empecé a probar y me metí en libros de cocina chilena, hasta que encontré la fórmula de la masa y el pino y comencé a hacer las empanadas. Lo bueno es que ellos tenían una cocina con horno industrial, así es que podíamos hacerlo. Comencé a hacer el pan y las empanadas y nunca pensé que iba a ser tan bien acogido todo. Así es que empezaron a ser famosas las empanadas y el pan amasado. Claro que las empanadas no fueron tarea tan fácil para Suzy, en sociedad con Quena Velasco. Entre la letra de la receta y la realidad de las aplaudidas masas rellenas mediaron tiempo, frustraciones y esfuerzos.
La formación académica de Maggie Kusch y Quena Velasco, más la creatividad de Suzy Kusch, permitió dar una vuelta de tuerca a la carta de sándwich y tragos, ofreciendo nuevos sabores junto a las tradicionales empanadas y vino navegado.
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Quena: Mal que mal, nosotros con la Maggie habíamos estudiado hotelería y sabíamos bastante, e intentábamos darle a todo una onda lo más profesional posible. Evidentemente, éramos unas locas. La primera vez que hicimos empanadas, con la Suzy, se pegaron todas, fue una locura. Maggie: costó un montón que agarraran la receta. Practicaban y practicaban. Les faltaba cebolla, quedaban secas. Era un desastre. Fue tremendo. La masa la lograron al tiro; pero el pino les costó, hasta que cacharon que tenían que ponerle tres veces más de cebolla para que quedaran jugosas. Pero lo lograron, les quedaban muy ricas. Suzy: La masa nos resultó muy rápido; pero lo del pino... Lo probamos muchísimo; no nos convencíamos de que entrara tanta cebolla, porque nosotras nos criamos con mi papá alemán que odiaba la cebolla y el ajo. Hasta que nos convencimos de que era con cebolla, con harta cebolla. Están seguros de que fueron diferentes en el plano alimenticio, dándole una vuelta a platos ya existentes. Maggie: Yo había estudiado gastronomía en mi carrera de Administración Hotelera y quise hacer cosas entretenidas. Partimos con un tema bien innovador, rompiendo con el típico sándwich, el típico completo. Teníamos las papitas con cuero, al principio, con pebre... Mario: ... pero como que la cosa gastronómica pasó a segundo plano. Igual con la música, el Canto Nuevo se comió al Café del Cerro, como que el Café del Cerro fue el centro del Canto Nuevo, pero
se hicieron tantas cosas. Y en la parte gastronómica también fuimos un aporte. Maggie: Ahora uno lo ve para atrás y dice que no eran una locura, pero hicimos cosas interesantes. Los sándwich... había una propuesta. No había churrasco, completos ni chacareros. En los tragos, también; en la barra había una propuesta. Mario: Todas eran preparaciones especiales, con otros nombres. El sándwich más exitoso fue el Teleférico, que era un churrasco con mayo, tomate, jamón y queso. Era el sándwich estrella, que tenía tres capas de pan. Eran cosas que no las comías en cualquier parte. Algunos se acordarán del Teleférico. Maggie: Hacíamos una relación con el San Cristóbal... el Zoo tenía pollo, pepinillos y mayo; estaba también el Jirafa, con pollo, palta y lechuga; y el Cerro que traía jamón, queso, tomate, palta y mayo. Mario: Y otro se llamaba Río Mapocho. Me acuerdo que en una entrevista en una radio me preguntaron qué traía dentro [risas]. Y los tragos... Había uno que se llamaba Shakespeare, una variante más sofisticada del vodka-naranja, en honor a quien nos diseñó y pintó el mural. Y, bueno, estaban Carlita y Valentina, por nuestras primeras sobrinas... Maggie: ... chochos totales les pusimos sus nombres a unos tragos. Todo era bien especial al comienzo; pero fue lentamente achicándose, porque la gente quería la empanada, el vino caliente y la piscola. Y el espacio también era complicado para llegar a las mesas con los platos y los tragos. La Revista del Domingo (El Mercurio, 30 de julio de 1983), en el primero de dos reportajes con el
título de Canto Nuevo de mantel largo informaba de este aspecto, señalando sus precios: “Un bar ubicado en el interior del salón, atendido por uno de los dueños, permanece atento a saciar la sed de una noche de música y canciones. Se ofrece todo lo tradicional y algún trago de la casa. (...). Los precios varían entre 120 y 250 pesos. Desde la cocina vienen las empanadas de horno caseras que se mezclan con el vino tinto. También los sándwiches de sugerentes nombres: el Zoo, la Jirafa, el Río Mapocho, el Teleférico, todos con pan amasado hecho en casa. Cuestan entre 100 y 150 pesos”. Los músicos tenían y tienen opiniones contrapuestas sobre el consumo de comida y bebidas durante la realización de los recitales. Amaro Labra, de Sol y Lluvia, dice: -Quizás un aspecto que era para nosotros menos fuerte, era que la audiencia de repente comía muy bien, había una buena cocina, muy buenos tragos también y se empezaba a subir el volumen de las conversaciones; había muchas necesidades de juntarse, de comunicarse, en esos momentos. Algunos músicos que tenían menos densidad de volumen que nosotros no lograban traspasar esa barrera que se producía con mucha gente hablando al mismo tiempo, comunicándose, se tapaba bastante el sonido de los que estaban cantando. Lo que para nosotros no era tanto problema porque amplificadas las voces, más los instrumentos de percusión y la guitarra que producían un potente sonido, era bastante fácil de que no nos interrumpieran los que
hablaban o los que estaban muy felices, celebrando un encuentro o teniendo discusiones importantes y acaloradas que se daban a veces en lugares donde hay alcohol también. Quien más resentía esas condiciones era Hugo Moraga, protagonista de un recordado episodio que, incluso, llegó a la prensa. Rosario Salas lo cuenta pero, como decíamos al comienzo, la memoria juega malas pasadas. Dice la cantautora: -El Hugo Moraga cuando se enojaba, cuando no lo escuchaban, se daba vuelta y cantaba mirando la pared. Tenía mucho ego en esa época. Ahora tiene mucho menos ego y está cantando mucho mejor. Lo que ocurrió fue diferente, como lo consigna una entrevista de El Mercurio (viernes 6 de abril de 1984) y como lo recuerda e interpreta Víctor Hugo Romo. -Recuerdo una tocata en la que él se fue enojando con el formato. Fue un músico enojado con un tipo de púbico que no era comprometido, que era el previo a la recuperación de la noche. Lo que hizo Hugo es que tocó con fonos. Era tanto su enojo, que esa fue la máxima expresión de su molestia, porque no quería que la gente comiera mientras el cantaba; otros lo aceptaban porque era el formato del Café. Cantó para sí mismo, cumpliendo porque necesitaba la fuente laboral, pero molesto con ese público que no sabía apreciar. Ahora, había algunos que se robaban el silencio completo, como Eduardo Gatti, que podría ser el artista más emblemático del Café.
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En la entrevista mencionada le preguntaron por qué cantó en una silla más baja que lo habitual, con los audífonos puestos, prohibió servir comida durante su show y retó al público. Moraga defendió su postura desde un lugar diferente al ego y a la necesidad laboral: “Tengo que ser respetado para actuar con dignidad, por lo tanto no acepto faltas de respeto ni insolencias cuando estoy trabajando”.
también al almuerzo. Lo que era cocina lo hacía mi hermana Suzy. Ella era la de las empanadas, los sándwich y luego ella se preocupó de los menú... Yo solo atendía las mesas a la hora de almuerzo y estaba siempre, al almuerzo y en la noche, así es que puedo decir que el ambiente del almuerzo era totalmente distinto al de la noche. Y, como empezamos a hacer promoción, al final eran oficinas que iban y era siempre la misma gente.
Hoy lo explica de la siguiente manera:
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-Siempre en los boliches hay ruido y siempre se hablaba de mi mal genio, que una vez me había puesto fonos y que eso era una especie de desprecio, de desconsideración hacia el público... pero yo sentía que lo que debía hacer era tratar de expresar lo mejor posible mi música para esa gente que estaba ahí, hablara o no hablara, conversara de sus cosas, metiera bulla o no.
Almorzando en el Cerro Muy poco avanzado 1983 y dado que tenían una población cautiva con la gente que arrendaba los talleres, se les ocurrió extender la cocina a la hora de almuerzo. Quienes estuvieron en su concreción concuerdan en que la idea fue de Mario. Ximena Kusch, también hermana de Maggie y parte del equipo del Café, lo sintetiza así: -Que yo me acuerde, se le ocurrió a Mario. Él fue quien lo planteó. Como todo, al principio, sí... Después la gente se dio cuenta de que abríamos
Y Suzy, la responsable, lo describe: -Yo estaba casada, tenía hijos (le decían La Puntito a mi hija Carla que ahora está cumpliendo 40 años) y vivía en La Florida; pero después me cambié a Ñuñoa, para estar más cerca, y comencé a trabajar de lleno en el Café a la hora de almuerzo. Me empecé a preocupar de los menú. Hacíamos cosas caseras, tradicionales de la cocina chilena, lo que nosotros comíamos, porque era lo que hacían mi abuela Cleria, que tenía ese nombre bien raro, antiguo, y mi mamá en la casa: el pastel de papas, el pastel de choclo, el fricasé de verduras. Que el pollo asado con puré, que la carne al jugo, las carbonadas, la cazuela, siempre acompañada con ensaladas. También teníamos postres que, realmente, a la gente les gustaban mucho. Que se hacía la leche asada, la leche nevada, el arroz con leche, tuttifruti, flanes, ese tipo de cosas, postres caseros. Eran almuerzos muy simples, cosas tradicionales. Trabajaba con la señora Jovita, que era súper buena onda, y con cabros estudiantes. Bien preparados y baratos, los almuerzos se convirtieron en un hit.
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Arriba: Maggie conversa con parroquianos a la hora del almuerzo Las reinas de la cocina: Suzy Kusch y la Señora Jovita (Ambas fotos archivo Café del Cerro) Abajo: Fachada actual de Ña Matea (Foto gentileza de Antonio Ríos Torres).
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Suzy: Se les ocurrió que abriéramos el patio y empezamos a buscar convenios con las empresas que estaban cerca. Había muchas. Así es que empezó a ser bien conocido el Café al almuerzo, porque era muy accesible de valor, estaba bien hecho y estaba súper bien atendido. No sé cómo fue creciendo tanto; era muy conocido el Café del Cerro, y el almuerzo se nos llenaba. Mario: Era un menú económico y comenzaron a llegar los músicos que andaban circulando, la gente del barrio, de las oficinas y del canal 13, del canal 7, que estaban cerca, porque era gente que nos conocía... Siempre me acuerdo que llegaban el Óscar Olavarría con el Pato Torres, en medio de las grabaciones del Jappening con Ja en vez de almorzar en el casino del canal se iban al Café. Y de repente llegaban disfrazados y era un espectáculo... Maggie: ... en frac llegaban, por ejemplo. Era un evento. La gente del barrio se encontraba con el Lucho Le Bert, con otros del Canto Nuevo, a veces con uno de La Ley... porque eran los que estaban ensayando. Mario: También iba el Guatón Ravani [Eduardo Ravani, director del programa mencionado], que tenía una escuela de televisión al lado. Era otro mundo, nada que ver con lo habitual del Café. La gente iba porque era la onda. Maggie: Llegaron todos los publicistas, los artistas de los talleres, que estaban en el segundo piso... porque el Café ocupaba una cuarta parte de la casa; el resto era el patio, que era impresionante y era lo que más que nada usábamos para el almuerzo. El Café mismo, el salón, era raro como espacio de día... era oscuro... estaba hediondo a cigarro. En la noche se veía bonito,
pero de día... era fea la cuestión. Por eso servíamos afuera... Mario: ... y regalábamos una bebida. Hicimos un diseño chico, impreso, que decía Almuerzos Café del Cerro... Maggie: ... tenía todos los almuerzos del mes. De lunes a viernes. Y lo repartíamos en el barrio. La prensa también apoyó esta idea. Un día cualquiera del otoño de 1983, Las Ultimas Noticias lo recomendaba, reproduciendo el verso de Pablo de Rokha que aparecía en ese volante: “Si fuera posible, sirvámonos la empanada, bien caliente, bien caldúa, bien picante, debajo del parrón, sentados en enormes piedras, recordando y añorando”. La nota también recogía el menú de una semana. Calificándolo de “exquisito”, hacía hincapié en lo barato de su precio y relevaba el que todos los días hubiera ensalada y postre. El éxito de los almuerzos les dio alas para intentar nuevos servicios. Maggie: Después servíamos desayunos, café. Hacíamos eventos, conferencias de prensa... Mario: ... era la época de Del Cerro Producciones, me acuerdo haber estado almorzando con [Juan Carlos] Baglietto... Maggie: ... no, no. Eso era en La Brújula. Hacíamos ahí los almuerzos cuando cerramos el Café, porque lo estábamos arreglando y nos trasladamos para allá. Cuando arreglamos el Café, cuando cambiamos el bar al otro lado y la cocina tuvimos que hacerla de nuevo, nos fuimos a La Brújula para dar servicios.
A esas alturas, el pan y las empanadas seguían ricos, pero ya no eran caseros. Maggie: ... y a la vuelta, en una amasandería que se llamaba Ña Matea comprábamos las empanadas, que eran muy buenas... Mario: ... ellos todavía participan en los concursos para encontrar la mejor empanada para el 18. Y el pan después se empezó a comprar al frente, en la panadería Siglo XX. Al respecto, Verónica Rojas, artista que tuvo taller en el Café, recuerda:
-Mi taller tenía ventanas a la calle y, cuando iba a trabajar los días sábados, veía las corridas hacia la panadería que estaba en diagonal, donde iban a comprar los panes para los sándwich. Era una movilización total: primero del aseo, de la cocina, de dejar todo impecable. Después, prepararse para la tarde con esas bandejas con panes. (En un departamento del segundo piso del edificio donde estaba esa panadería vivieron, aunque de modo no simultáneo, Marcelo Nilo y Óscar Olavarría).
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intuición, más que nada intuición
El calendario está vacío. De lunes a sábado. Cada casillero espera su programación, porque la idea es -siempre fue- solo descansar los domingos. A menos que... haya una jornada solidaria.
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Estas fueron las primeras decisiones: abrir todos los días y seguir la lógica del Ulm: una fecha fija para cada cosa. Aunque la experiencia no había sido totalmente exitosa en materia de público, les permitía moverse dentro de una estructura que ya manejaban y con una agenda de artistas probados. El Ulm no se llenaba todos los días; pero viernes y sábados, sí. Los primeros dos años pasó lo mismo en el Café, salvo grandes excepciones. Desde el inicio
el fin de semana había un público cautivo, mucho del cual era habitué en el local de la Alameda. Como dijimos, persistieron en abrir sin parar. Salvo para los 11 de septiembre o durante las jornadas de protesta nacional. Por muchos años no hubo vacaciones, a excepción de los días asociados a las fiestas de fin de año, cuando el público escaseaba. Lunes, martes y miércoles eran muy lentos; al principio, no llegaba nadie. Tomaron una nueva decisión: programar los tres primeros días de la semana con entrada libre. Fue una estrategia de largo aliento que dio espacio a artistas poco conocidos que actuaban a la gorra.
Habiendo consolidado en el Kaffé Ulm una programación que consideraba un tipo de espectáculo fijo para cada día, de lunes a sábado, siguieron con esa tónica en el Café del Cerro y, aunque el despegue fue lento, la fórmula funcionó.
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Uno de los cantautores fundacionales del Canto Nuevo: Hugo Moraga (Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
Mario: Los primeros tiempos, los martes nos penaban las ánimas y empezamos a traer a Manolo y Felipe los lunes, a veces, otras los martes. Les dábamos un porcentaje de las ventas y ellos pasaban el sombrero, una cosa así. Y de repente veíamos los martes repletos con cabrería del barrio que tomaban una bebida entre cinco... Económicamente era un desastre. Maggie: ... los miércoles venía el Pippo y hacía su personaje infantil, sus canciones, hacía teatro y humor. Así recuerda el multifacético Luis Pippo Guzmán su llegada al Café:
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-Empecé a canturrear al almuerzo y a hacer shows infantiles en restaurantes, para ese personaje que yo traía. De repente, aparecieron unos amigos que tenían el restaurante El Jardín, en Ñuñoa, y me contrataron. No sé cómo llegó la Marjorie con el Mario a ver este show. Y a ella le gustó lo que yo hacía, a ella particularmente. Y un día la Marjorie me llama para hacer los domingos en el Café. Cosa que no hice. Y empecé a hablar con Mario, porque ellos solamente tenían programación los jueves, viernes y sábados y me dice: ‘quiero abrir los miércoles, ¿te parece? Pero vai a pasar el sombrero’. ‘Bueno’, le dije. Y empecé a hacer mis espectáculos. De ahí pasé al trasnoche de los días sábado. Me fui como agrandando en el Café. El martes se hacía otra cosa de humor, y los lunes, los Lunes Lunáticos. Todo eso se fue armando, hasta que se completó la semana en el Café. Y era entretenido.
Maggie: Y fue llegando gente nueva, que programábamos los jueves, que es el día en que empieza a moverse todo. Mario: Había mucha gente que quería cantar y les decíamos ‘nosotros ponemos el Café los jueves, pero vende tú entradas por fuera’. Les dábamos 100 entradas para que las vendieran por fuera y los contactos con las redes de prensa, los acompañábamos... Y se llevaban entradas y las vendían... Maggie: ... el 70% de la recaudación era para ellos. Mario: Claro, vendían entre sus familiares, amigos, alumnos, si eran profesores. Teníamos entre ellos al Tito Sarria, que era dentista, pero le gustaba cantar y que llenaba. Claro que había artistas que venían y no pasaba nada... Fuimos inventando, probando. Maggie: Mucho después lo hacía así el De Kiruza... Mario: ... el papá compraba entradas y las regalaba para tener al Pedro [Foncea] con harta gente. Y, bueno, fuimos inventando todo lo que había que inventar. Los lunes el Encuentro de Cantautores, y llenamos, o estirábamos un ciclo. Por ejemplo, si iba Gatti hacíamos viernes, sábado y lunes, con lunes más popular. El último tiempo, la verdad es que nos costaba programar, no había tanto artista.
La curatoría No hubo una política curatorial expresa en el Café. Aseguran que la selección era “espontánea” y que les resultaba “difícil de decirle que no a alguien”. La propia cartelera permite comprobar la afirmación: muchos nombres no resultan conocidos y solo aparecen una vez o dos en la programación.
Afirma Mario: -Cuidábamos mucho el viernes y el sábado, no se lo dábamos a cualquiera. Los artistas que tenían éxito siempre tenían las puertas abiertas y estaban una vez al mes o los repetíamos con mayor continuidad. Pero a otros, los probábamos. Y había mucho, pero muchísimo, de gusto personal. Ese gusto personal revela una tremenda intuición, una capacidad de captar lo que era, lo que se venía, lo que podría traer el futuro. Baste pensar en la importancia para la música popular chilena de Eduardo Gatti y en que fue el artista que más presentaciones estelares tuvo en el Café, desde su inauguración a su cierre. El balance entre lo clásico y la novedad -incluso la, en apariencia, más intrascendente- también se deja ver. Al lado de grupos que han quedado en el olvido, está el esfuerzo que, con el propio artista, tuvo que desplegar Mario para tener a Gastón Guzmán, Quelentaro, uno de los más importantes músicos del canto popular de los años 60. -Se negaba. Fue una persecución, porque yo quería que estuviera en el Café. Me comí unas parrilladas en Franklin con él y todo para convencerlo. Al viejo le costó, pero terminamos muy amigos. Estuvo en Punta Arenas, en nuestra casa... un tremendo cariño por el viejo. Y con Eduardo, su hermano, también. Siguiendo esas tincadas, mucho antes de que La Negra Ester fuera el éxito en que se convirtió, el
Tío Roberto Parra fue un invitado muy especial del local. Actuó en la inauguración, en el matrimonio de Maggie y Mario, en las constantes fondas dieciocheras y también fue parte de la programación cotidiana. Gusto personal, dice Mario: -En ese momento no existía el boom que hubo después con el Tío Roberto; pero lo queríamos tener nosotros. No era un éxito de público. Para las fondas del 18, era un clásico. Las fondas las animaba el Pippo y muchos años estuvo el Arak Pacha y el famoso arpista Hugo Lagos y Guillermo Basterrechea. Hacíamos una junta de cuatro o cinco artistas y teníamos una semana del 18. Y así, más o menos, fuimos programando, nos fuimos adaptando, dándole cabida a la gente nueva... Y si alguien se quedó en el tintero, ese fue Lucho Barrios, el famoso cantante peruano. Aún lo lamenta Mario. -Nunca cuadramos con el representante, no me creyó o no le interesó. Siempre me decía ‘está fuera, cuando venga a Chile, cuando venga a Chile’; pero nunca lo logramos. La programación general del Café muestra varias constantes, que no necesariamente respondían a decisiones pensadas, sino a esa afilada cachativa que permitió otros equilibrios exitosos: la presencia simultánea de artistas conocidos, y con fama en el espectro alternativo, junto a nombres que han permanecido en las sombras; la combinación de formas musicales, siendo las predominantes el jazz
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El Tío Roberto Parra estuvo presente en casi todas las fondas dieciocheras (Foto Archivo Roberto Parra Sandoval).
y el Canto Nuevo; la apertura a artistas extranjeros y a grupos de regiones distintas a la Metropolitana; la también constante programación de humor crítico, formas de teatro musical y otras con grandes figuras de la escena nacional, como Orietta Escámez, Jorge Guerra, Humberto Duvauchelle, Franklin Caicedo o Mario Lorca; la acertada inclusión de solistas y bandas en sus primeras etapas, quienes luego harían historia, y la apuesta por determinadas figuras o categorías, con resultados contrapuestos. En lo inmediato, esa suma de criterios permanentes implicó una oferta variada y cuidada, que el público apreció. En el largo plazo, esas características permitieron al Café entrar en la historia del espectáculo nacional como un espacio persistente y cuidado, en todo sentido, de difusión de la música chilena de calidad y fuera del circuito comercial, durante prácticamente una década. Como en los 50 y 60 lo fueron los auditorios de las radios o salas como el Goyescas. O, al comienzo de los 70, la Peña de los Parra y la Carpa de la Reina, de Violeta. La mayor diferencia con todas las anteriores es que el Café desarrolló una programación mayoritariamente contestataria, bajo circunstancias políticas adversas. Al respecto opina Hugo Moraga: -Fue bastante interesante desde el punto de vista musical; fue un lugar de encuentro de algo que estaba ocurriendo. Hubo una dedicación dentro de las posibilidades que había para desarrollar bien el trabajo de uno.
El entonces ya crítico de música de El Mercurio, el periodista Iván Valenzuela, valora la concretización de esos criterios quizá menos racionales que una curatoría tradicional, pero eficientes en varios planos. -Sin el Café del Cerro se hubiera perdido una generación de músicos. Esa función estructurante me parece muy importante. Para esa generación hacer el Café del Cerro o hacer la semana en el Café del Cerro era un ritual de paso. Te consagraba, te ponía en un cierto estatus generacional que era muy relevante, para mi gusto. Esos artistas no estaban de modo sistemático en los medios, pero estaban. Había radios que tocaban el repertorio del Café de Cerro, el del Canto Nuevo y del rock. Había un mercado. Estar en el Café del Cerro te daba legitimidad para que Pirincho Cárcamo te tocara en radio Galaxia o Carlos Fonseca te pasara en su programa de la radio Beethoven, que tocó a muchos artistas, a algunos del Canto Nuevo y a muchos de los inicios del rock. El propio Valenzuela, el 29 de diciembre de 1989 entregaba en el diario oficialista una lista de los, a su juicio, diez mejores álbumes del año. En su inmensa mayoría -siete de los diez- estaban del lado de la contracultura y ocho eran artistas habituales del Café: 1. Fulano (En el búnker). 2. Congreso (Para los arqueólogos del futuro). 3. De Kiruza (De Kiruza, álbum debut). 4. Al Sur (Al Sur, álbum debut). 5. Rudy Wiedmaier (Amor Grisú). 6. Pablo Herrera (Rastros). 8. Mauricio Redolés (Bello Barrio, álbum debut). 9. Luis Le Bert
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(Luis Le Bert, álbum debut como solista). Solo los artistas de los registros considerados en los puestos 7 (Massacre) y 10 (Alberto Plaza) no se presentaban en el Café. En su triple rol de editor musical de La Bicicleta, gestor de ideas importantes que se materializaron en el Café y cantautor él mismo, Álvaro Godoy vivió de cerca el mes a mes de la cartelera:
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-La programación del Café del Cerro indica que ahí se presentaban músicos profesionales y eso no tenía nada que ver con la línea política. En ella se reflejaban los dos tipos de cultura existentes dentro de la izquierda de esos años, lo que también se daba en La Bicicleta. Estaban quienes querían que la revista siguiera siendo artesanal, underground. Y gente como yo, que éramos minorías, que queríamos ser una revista profesional, masiva, para el público juvenil, con auspiciadores comerciales, dejar de hablarnos a nosotros mismos y entrar a la cultura de masas sin sentir que eso era una especie de traición a los principios. Desde otras revistas de oposición también miraban al Café, concordando en la importancia de la diversidad de su cartelera y de la seriedad de la selección. Marcelo Mendoza, entonces de revista Apsi: -Tenía una muy buena curatoría. Precisamente esa segunda vuelta cobijó a gente nueva por entonces. Pienso que el Café del Cerro mostró a cantautores
no solo de protesta, sino [a artistas] más elaborados que los habituales de las peñas. Profundiza Patricia Moscoso, por entonces de revista Análisis: -Mayoritariamente quienes pasaban por el escenario del Café del Cerro estaban entre la contestación y la trova; pero mi mirada puede ser parcial, porque fui parte de su audiencia solo en sus primeros años. Ya para entonces se hablaba del Canto Nuevo, en el que confluían grupos e intérpretes que habían estado en los actos organizados por la ACU en el Teatro Caupolicán, como Schwenke y Nilo, Aquelarre, Eduardo Peralta, Santiago del Nuevo Extremo, Isabel Aldunate. De allí pasaron al Café; pero también estaban el grupo Congreso y Eduardo Gatti, que tenían su propio camino ya trazado. Ahí conocí, además, al artista uruguayo Leo Masliah, con un humor intelectual no muy bien entendido por los habitués; a Felo. Y al, entonces, casi mítico Mauricio Redolés, que venía llegando de Inglaterra y cuyas presentaciones eran casi perfomáticas. La variedad incluía a muchos cantautores inclasificables y una larga lista de jóvenes que no encajaban en el Canto Nuevo, pero cuyas propuestas eran aceptadas por el Café, debido a su calidad. Si bien en estas categorías hay quienes no hicieron carrera, también hay famosos como Gervasio, Fernando Ubiergo o Pablo Herrera y conocidos como Guillermo Basterrechea, Toño Suzarte, Óscar Carrasco y el propio Luis Pippo Guzmán, de permanente presencia.
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El humor ácido y negro del uruguayo Leo Masliah (foto de Esteban Cabezas) congeniaba con el humor de las palabras de Nelson Schwenke entre canción y canción (Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
Los ausentes
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Tanta y tan interesante apertura, sin embargo, dejó fuera una franja de músicos, vinculados fundamentalmente a las peñas, existentes desde mediados de los 70. No pasó por el escenario del Café la mayoría de quienes actuaron en espacios contestatarios como, entre otros, El Vinacho, inaugurado en el Teatro Alcázar en septiembre de 1974, por Alejandro Chocair, el Aysenino Porfiado; El Fogón, en Vergara con la Alameda, abierto desde 1975. O las más populares, como la Peña Doña Javiera, del cantautor Nano Acevedo, en el restaurante El Mundo, de la calle San Diego; La Casona de San Isidro, a cargo de Pedro Gaete desde 1977; la Casa Kamarundi, del actor Manuel Escobar, conocido como Tilusa, el payaso triste, y la Peña Chile Ríe y Canta, de René Largo Farías, reabierta clandestinamente y cerrada en 1992 tras el asesinato de su creador. Menos aún estuvieron quienes militaban en la lucha más directa contra la dictadura y que solo actuaban en actividades esporádicas de sindicatos, ollas comunes, organizaciones vecinales. Mario: Yo nunca me cerré a los artistas que cantaban en las peñas. Quizá ellos mismos se marginaron, pensando en que éramos comerciantes, que éramos aquí y que éramos allá. Porque nosotros no marginamos a nadie y nuestro trabajo fue el que trascendió. Siempre planteamos que el Café era una fuente de trabajo, para nosotros y para los músicos. Que teníamos un compromiso, también lo teníamos. Pero el objetivo era tener una fuente de trabajo, lo
cual era también un objetivo político: dar un aporte económico y publicidad era un asunto político. Maggie: Yo creo que al principio no llegaron porque hubo una resistencia; pero después, sí. Mario: Todos querían estar, pero de repente no se atrevían a pedir una fecha y nosotros tampoco los estábamos buscando. Había un sector que buscábamos y otros que llegaban a ofrecerse. Y no les cerrábamos las puertas nunca. Nora Blanco y Lilia Santos cantaron. Hubo quienes no estuvieron en la programación oficial... pero nosotros hicimos muchos actos por el exilio, por los presos políticos... y ahí llegaban quienes no estaban en el cotidiano, como Oliva Oñate o Rebeca Godoy. Osvaldo Torres tiene una visión del tema, contraria quizá a lo que manifiesta Mario: -Yo mucho discutí al respecto con el Pato Valdivia. El Mario tenía una visión crítica, que no se la expresaba a todo el mundo, pero que indicaba que no toda la gente podía llegar al Café del Cerro. Y eso a mí, contrariamente de lo que piensan algunos, me parece muy positivo. Yo sé que piensan, y me lo han dicho, que el Mario Navarro no opinaba musicalmente, sino por la cantidad de público que le dejaba plata a él. Es posible que eso hubiera existido, y me parece normal, porque para él era su fuente de trabajo y donde nosotros también ganábamos plata. Pero el Mario tenía una visión crítica y yo pienso que la selección es buena [risas] en este tipo de cosas. Sobre todo en el mundo en que vivíamos, en que nos palmoteábamos todos la espalda y nos felicitábamos, porque vivíamos en un mundo donde no existía la crítica y éramos
indiferentes a la prensa oficial. Y lo peor que puede sufrir un artista es la indiferencia: prefiero que me critiquen a que la gente sea indiferente. Entonces, el Mario tenía el Café del Cerro y, sin decirlo, sin tener un discurso así, tenía esa cosa de que no cualquiera podía cantar ahí.
-¿Eran constitutivos del Canto Nuevo? En un sentido sí, pero... no se los puede comparar. Es súper duro, pero es así. Es una crítica muy injusta la que se hace al Café por no haberlos programado. Afortunadamente, contamos con todos esos espacios y con el Café.
Y agrega:
Jorge Venegas, reconocido cantautor que compuso varios temas dedicados a miembros de la resistencia armada y fue responsable de Camotazo, registro fonográfico que recopiló música de la lucha callejera de los 80 y, más tarde, de su libro testimonial sobre esos años, cuenta su visión de esta ausencia:
-Nunca pensé que fuese una cosa pensada, elaborada. No creo que haya sido así, porque he conversado mucho con el Mario. Son las circunstancias que lo llevaron a proteger esta catedral de lo que fue el Canto Nuevo. Fueron las circunstancias históricas, cotidianas. Hugo Moraga, infaltable en el Café, coincide con esa línea de análisis: -Tengo la impresión de que se formó allí una especie de ‘aristocracia’ de la canción. El que llegaba ahí era que ya estaba en un nivel, en un plano... y otros iban a postular para ir a tocar y no los aceptaban porque, tal vez, no estaban en un nivel que la gente del Café consideraba que era apropiado y tocaban, a lo mejor, en esas otras partes más alternativas, más populares. Yo toqué en muchas, también: en cosas de las universidades, en peñas... en la Peña Doña Javiera, en la Casona de San Isidro... Claro, tal vez se generó una especie de opinión de que el Café era como un lugar más destacado dentro de lo que había. Iván Valenzuela se pregunta si era pertinente que ese sector de artistas cantara allí.
-Los cantores populares no estábamos ni en las peñas ni en el Café del Cerro, porque a finales de los 80 las urgencias eran otras... eran estar en las universidades, las poblaciones, las actividades en las cárceles acompañando a los compañeros presos, organizaciones populares, etcétera. Todo se coordinaba en la Peña Chile Ríe y Canta, con René Largo Farías, como centro de operaciones. Ahí tuvimos los primeros encuentros con el Frente Patriótico para grabar el casete de autodefensa Camotazo, en 1988, por ejemplo. En su libro autoeditado digitalmente en 2012 -Camotazo, un canto en rebelión popular, disponible en Internet- contó una experiencia que reafirma en la entrevista para esta investigación: -Con respecto a aquella reunión que aparece en mi libro es así, textual... Fue una reunión urgente
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que nosotros pedimos al Café y a sus artistas el año 1989, para discutir acerca del papel del canto popular. Los colegas artistas del Café estaban más cómodos de tocar allí que de realizar una labor más en conjunto, para cubrir la mayoría de los actos solidarios que se realizan en poblaciones, sindicatos, universidades... como nosotros expusimos. Y el Payo Grondona lo dijo muy claro... ‘ustedes a cantar a las poblas y nosotros al Café y a los teatros’... Yo estaba sentado al lado de la Joan Jara y ella no se podía explicar esto y decía... ‘pero si Víctor cantaba en las poblaciones’... Yo también pertenecí al Canto Nuevo cuando era integrante del Dúo Semilla, pero eso duró hasta el 85... Después, como solista, elegí otro rumbo.
Café, pero no los habían dejado entrar... no sé las razones... La mayoría eran esas cosas que pertenecen al territorio de la especulación. En el fondo, había mucha envidia, mucha incapacidad de creer que no se podía repetir esa experiencia o que era malo hacerlo. Nosotros en el Taller Sol aprendimos lo que nos interesaba: nuestro baño está siempre limpio, nuestro espacio es pobre pero limpio; en general tenemos buena onda con la gente que viene, aunque hay quienes se merecen otro trato, porque nosotros también tenemos nuestro genio. No somos bravucones pero, si hay que pelear, peleamos.
Venegas, en su libro, describe al Café como un lugar en que “se presentaban artistas de cierto renombre, y junto a ellos se reunían muchas personas, a escuchar y a socializar. El público que allí llegaba era en su mayoría gente de izquierda, de clase media alta. Nosotros decíamos que en el Café del Cerro se reunía la wiskierda”.
-Yo creo que el Café del Cerro adoleció de ser capaz de entregarnos los elementos de gestión que habían construido. Pero no se dio no más y de eso no hay que echarle la culpa a nadie. Por otro lado, la autocrítica: a nuestros espacios culturales no les gustó el Café. A unos más, a otros menos. En el Taller Sol, yo sé que hay un sector que me critica... y mucho se critica al Mario, que era una cosa muy acertada porque el Mario tiene su genio... Pero una cosa es criticar el genio de alguien y otra cosa es criticar los proyectos que tienen las personas. Yo valoro cien por ciento lo que hizo Mario, a la cabeza de todo el equipo donde estaba la cocinera, el que hacía el juguito, la señora de la puerta, el guardia de afuera. A mí me constan todas las fiestas solidarias. Pero hay dos tipos de solidaridad. Hay una natural: si tú te enfermas, yo voy a estar contigo. Pero hay otra que es la política, la social, de clase. En la que yo
A esa crítica responde con su experiencia Toño Kadima, poeta, artista gráfico y director del Taller Sol. -Muchos de los cantores y cantoras que hacían críticas, y no voy a nombrarlos porque no me acuerdo, no es que no quiera hacerlo, decían que no querían ir porque ‘esa cuestión es para los burgueses’. Era una mirada muy legítima, pero un poco tonta, a mi juicio. Había otra gente que decía que había ido al
Y continúa su análisis con aspectos que no fueron abordados por otro entrevistado o entrevistada:
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Arriba: Olivia Oñate actuó en el Café solo en recitales solidarios (en la foto de su archivo personal aparece junto a Nano Acevedo) mientras que la sala era un espacio muy pequeño para Patricio Manns (Archivo Café del Cerro) Abajo: Quelentaro (Foto @ QuelentaroOficial); A Lucho Barrios nunca fue posible llevarlo al Café (Foto: trome.pe).
no te conozco, pero voy a estar contigo. Como clase. Lo que hizo el Café igual fue bonito, defendible, se agradece. Pero nosotros estábamos más en la otra. En esta otra a veces decíamos ‘¿un solidario para alguien que tiene cáncer? No, no, no. ¿Hay un compañero preso político? Para allá va la dirección. Pedimos disculpas, pero para eso hay otra gente. Hoy no vamos donde sea’. Hubo también otra franja de artistas que apenas si estuvieron en el local, pese a la cercanía con los dueños del Café y con Del Cerro Producciones, que les organizó giras por el país. Se trata de figuras como Patricio Manns, Isabel Parra, Inti Illimani o Piero. Explica Mario:
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-No daba para llevarlos al Café, por costos. Piero, por ejemplo, vino al Santa Laura, a la Tortuga de Talcahuano. Para el regreso de Patricio Manns, ni siquiera lo pensé. Estamos hablando de que la bienvenida se hizo en el Teatro Teletón, para mil, dos mil personas. En ambos casos las conferencias de prensa fueron en el Café, porque igual esos recitales eran una actividad nuestra. También hicimos un encuentro a puertas cerradas de Isabel Parra con la gente del Canto Nuevo, cuando ella volvió; pero no fue una actuación. Y con el Inti Illimani, que también venía volviendo a estadios, teatros grandes, no se me ocurrió. Quizá hubiera resultado, pero ni siquiera se los propusimos. Ellos, al igual que Illapu o Los Jaivas, estuvieron en presentaciones especiales, solidarias o bien en los episodios del programa Desde... que TVN grabó en el local. Fueron cosas puntuales, algunas cerradas, con invitación.
Quién sí estuvo, hablando de figuras de esa magnitud latinoamericana, fue Víctor Heredia. Vino a la televisión, a uno de los estelares de día lunes, y su manager -que los conocía- los llamó y les preguntó si podía actuar. -Le abrimos un domingo- recuerda Mario-. Y estuvo repleto.
Al otro lado del espectro Los artistas populares, presentes en la televisión de forma constante, como Gloria Simonetti, Lucho Jara, José Alfredo Fuentes o Buddy Richards no tuvieron espacio en el Café. Mario: No hubo ningún acercamiento con ellos. Creo que no se nos pasó por la mente llamarlos y, si hubieran ido, seguramente no habríamos logrado llegar a algo en común. No estaban en la línea del Café para nada y, si hubieran ido a pedir fecha, les habríamos dicho que no, porque no tenían nada que hacer ahí, eran de otro circuito. Pudieron haber excepciones, pero no llamados por nosotros. Alberto Plaza llegó porque Pablo Herrera hizo un ciclo de cuatro lunes e invitó a Eduardo Gatti, a Keko Yungue, a Alberto Plaza y no recuerdo a quién más... Maggie: ... no me acuerdo nada de eso... Mario: ... es que no fue que él estuviera programado. Fue en ese contexto. Lucho Jara confirmó, desde su punto de vista, esa visión de las cosas en el blog Prestando la oreja de
la periodista Lorena Penjean, con quien sostuvo el siguiente diálogo: “Yo nunca me asomé al Café del Cerro... había mucha discriminación, la diferencia era que nosotros teníamos tribuna. ¿Te fijai que no podí identificarte políticamente y a la vez seguir con tu cuento artístico? “¿Por qué no ibas al Café del Cerro? “Es que yo tenía serios problemas de identificación con el charango, la guitarra y el bongó [sic]. A mí no me gustaba Silvio Rodríguez, a mí me gustaban Camilo Sesto, Raphael, Nino Bravo. A mí me acostumbraron a escuchar covers y ciertamente varias veces me sentí discriminado por eso, porque se veía como un arte menor, porque no importaba si cantabas bien o no, porque lo importante era ‘tener contenido’, ‘cantarle al pueblo’, y eso estaba muy distante de lo que yo quería para mí”. ¿Discriminación? ¿Censura? Mario responde: -Censurados, sí hubo. Me acuerdo que censuré al Keko Yungue, cuando viene la elección presidencial del 89 y el Keko fue el único artista que salió apoyando a Büchi. Me va a pedir una fecha y le digo ‘no, no, puh, weón. ¿Cómo te voy a dar una fecha?’. Y se molestó, no le gustó. No le podía dar una fecha. Derechamente le dije que no estaba en la línea del Café, que no le iba a dar un espacio porque estaba en otra trinchera. ‘Tenís todos los
espacios, no me vengai a pedir este espacio a mí’. Y lo hemos hablado después, porque hemos estado siempre en contacto, hay una amistad. Pero, en ese momento, le dije ‘no’. De cualquier modo, las cosas no eran tan cerradas. Cuando RCA les pidió el Café como locación para un video clip de Juan Antonio Labra, le dijeron que sí. Nunca lo vieron, pero la grabación se hizo. Los productores de Escalera a la fama, sección de Sábados Gigantes para descubrir talentos y donde participaron varios músicos habituales en el local, más de una vez les pidieron permiso para decir que artistas con poco currículum habían cantado allí. Como público también llegaron algunas estrellas locales como Mario Kreutzberger, que iba a ver a Felo, José Alfredo, el Pollo, Fuentes y Gloria Simonetti. Esta última recuerda para nuestra investigación: -Por supuesto que fui. Recuerdo los sonidos de Gatti, Congreso... y Hugo Moraga, quien tocó la guitarra en mi versión del Ojalá. [Fue] importante por dar un espacio en vivo a quienes no lo tenían. Comparándolo con experiencias en La Peña de los Parra, tenían en común el dar tribuna a lo nuestro y la calidad de quienes intervenían... siendo más autóctona la Peña y más snob el Café. En la Peña conocí a Manns, a los Parra -Ángel e Isabel-, a Víctor [Jara], a Rolando Alarcón. Y tomé el vinito caliente con naranja que repartía la Marta Orrego, mujer de Ángel. El Café del Cerro era más hippie chic... entre lana merino y lana cardada.
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Las apuestas A lo largo de los casi diez años de existencia del Café hubo muchos momentos en que sus dueños debieron hacer fe en su intuición, salir de la zona de confort donde hacía rato había una larga nómina de artistas. Maggie: ... el Pablo Herrera es uno de los ejemplos. Mario: ... llegó invitado por Hugo Moraga a un recital de él, a cantar dos canciones. Apareció de uniforme a probar sonido. Y fue muy bueno y de ahí lo empezamos a programar los jueves, los miércoles y, bueno, después se transformó en lo que llegó a ser. Habla Hugo Moraga:
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-No sé si fui yo o el Rudy quien invitó a Pablo Herrera a mostrar sus canciones, yo le hacía... no clases, pero Pablo fue a conversar conmigo sobre cosas de guitarra. Eso para mí es súper importante. Siempre he estado pendiente de que exista esa posibilidad de juntarse con gente nueva. Siempre pensé que los grandes artistas alguna vez iban a decir ‘bueno, vengan a telonear un concierto’. Sobre todo después de los 90, cuando llegaron todos y tuvieron la posibilidad de tener grandes conciertos, grandes shows y ... bueno, fue una expectativa que no se cumplió; pero tampoco fue algo que me impidió seguir adelante, o a otros. Otra circunstancia fue que algunos desaparecieron porque no tuvieron el apoyo. Maggie: probábamos con la gente de los talleres, como Leña Húmeda, el grupo de Pancho Puelma.
Mario: mucha gente partió con nosotros. Eran apuestas. Carmen Prieto, por ejemplo. Empezó a cantar boleros en el Café. La descubrió Rosario Salas. La Ley, también, que de arrendar un taller pasaron a ser éxito. Beto Cuevas lo reconoce: -Poco después de que empezamos a tocar se comenzó a correr la información de que nosotros éramos un grupo nuevo que tocábamos ahí y comenzamos a tener mucha popularidad. Recuerdo que una vez le pregunté a mi manager si había gente afuera, porque estábamos preparándonos en nuestra sala de ensayo, donde nos cambiábamos y todo para bajar al show. Y me dice ‘mira, hay una cola de gente’. Yo veía solamente hasta la esquina y le dije ‘bueno, no hay mucha gente, pero igual está bueno’. Y él me dijo ‘no, la cola da vuelta a toda la manzana’; o sea era una cola gigantesca, kilométrica de gente. Ahí comenzamos a darnos cuenta de que iba a suceder algo con este proyecto. Fueron lindos momentos los que vivimos en el Café del Cerro. Pese a que las formaciones de jazz, sobre todo de fusión, tenían aseguradas sus fechas semanales, hubo saltos al vacío, como los ciclos sobre la historia del jazz, con la nuevaolera Luz Eliana. Recuerda Mario cómo se gestó. -Fue una cosa súper rupturista en relación a lo que pasaba en el Café, no era fácil mezclar tanto, por decirlo de alguna forma. Y ahí hubo la intervención
de un amigo que es Ricardo Stuardo, un abogado que después administró el Teatro Cariola, porque le interesaba la cosa artística. El programó ese ciclo, porque tenía llegada a la Luz Eliana. La segunda vez no me acuerdo, porque hicimos dos ciclos. Fue un tremendo éxito. Iba un público de jazz, ABC 1, otro pelo. Mucho músico, otros jazzistas. También repasaron el desarrollo histórico del jazz con el maestro Roberto Lecaros. Otro éxito. Al igual que un ciclo de él con ladys crooners, entre las que estuvo Rita Góngora, cantante peruana avecindada en Chile que había estado retirada de los escenarios, después de haber sido la musa en el Nahuel Club, mítico primer club de jazz santiaguino, en los 60. Si esas fueron apuestas ganadoras, otras no lo fueron. Como la programación, en reiteradas oportunidades, de la dupla Monto Yarza / Enrique San Martín. -Monto era un personaje que venía de Cuba, había sido alcalde de Rengo, era compadre de nuestro contador. Antes de su regreso el sello Alerce había reeditado un casete que él grabó en Cuba. Yo tenía ese casete de Alerce, así es que cuando me lo presentaron y dije ‘hagamos tango’. Y Enrique San Martín, que se dedicó al bolero, era de Los Emigrantes, que cantaban con Rolando Alarcón. También estuvo exiliado en Cuba, donde empezó a cantar boleros. Grandes personajes, escasísimo público. En general, el tango no llevó gente al Café. Al punto
de que Mario y Maggie no recuerdan a Carlos Mariló y al Taller Sergio Rencoret, que actuaron varios años. Otra cosa, claro, fue la mencionada llegada de Amelita Baltar. La selección de artistas albicelestes y cubanos que estuvieron en el local de Bellavista fue un acierto. Los nombres ya mencionados de Nito Mestre, el primero y número fijo por todos los años que siguieron; Los Twist, Fabiana Cantilo, Juan Carlos Baglietto, Rodolfo Mederos Quinteto, Luis Borda Trío, Luis Alberto Spinetta, Leo Masliah (Uruguay) le dieron otro sabor al Café. De la isla llegaron los hermanos Vicente y Santiago Feliú, Carlos Varela y Sara González. En diversas medidas, todos aportaron público y sumaron páginas de prensa a las carpetas con recortes de diarios y revistas. De más lejos llegaron los retornados: Gonzalo Payo Grondona, Osvaldo Gitano Rodríguez, Julio Numhauser, Marta Contreras, que estuvieron en la programación habitual; Inti Illimani e Illapu, en presentaciones especiales. El único que se integró al cuerpo estable de artistas, hizo amistad con los referentes del Canto Nuevo, recuperó su público de antes y adicionó uno nuevo, tan entusiasta uno como el otro, fue Grondona. Cuenta Mario cómo el Payo llegó al Café. -Yo lo conocía porque de pendejo era un seguidor de toda la Nueva Canción Chilena, tenía los discos, lo típico. Pero las veces que estuve en Europa, antes del Ulm, me junté con el Inti y con otros; estuve en
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Arriba: Payo Grondona regresó a Chile y fue un éxito en el Café. Paralelamente, La Ley daba sus primeros pasos en esa misma sala (ambas fotos Archivo Café del Cerro) Abajo: Carlos Fonseca (entre Narea y González) fue manager de muchos de los grupos rock&pop que pasaron por la sala (Archivo Carlos Fonseca).
la RDA en el Festival de la Canción Política, pero no me encontré con él. Cuando regresó, no recuerdo bien cómo, establecimos contacto, quizá a través de Alerce. La cosa fue, ‘vuelve el Payo, ¿dónde actúa?’. ‘En el Café’. Pero no había fecha posible, la que como éramos estructurados, tenía que ser en sábado. Y justo el viernes anterior se cayó el artista que había, no sé por qué, y lo programamos. Pero no pensamos en ese minuto ‘hagamos jueves, viernes y sábado’. Y fue un exitazo. Después fuimos rompiendo esa rigidez, para actuar según los vaivenes. Pero con el Payo fue así. Lo mismo con el Gitano. Los dos porteños fueron muy bien recibidos por el público del Café. Como Grondona se quedó en Chile, actuó 100 veces (número cerrado) entre 1983 y 1991. El Gitano, que debía regresar a Europa a cumplir compromisos académicos, solo lo hizo en 13 ocasiones, durante 1989 y 1990. Sin embargo, la apuesta más compleja fue la programación de rock y, sobre todo, la del pop. Dadas las tensiones de la época entre músicos y público de uno y otro formato era posible pensar que el Café, considerado enclave del Canto Nuevo y afines, no fuera el mejor espacio para ambos. Pero, salvo excepciones -como Los Morton, que llevaron a dos personas y se tomaron en café lo que ganaron- el resto fue bien recibido. Algunos, con creces. Como Los Pops, poco conocido grupo de estudiantes de Medicina, entre los que estaba el hijo de Valentín Trujillo, que llenaron.
Sin duda, programar a Los Prisioneros fue una decisión arriesgada pero que redituó más de lo esperado en términos económicos, aunque esa presencia fuese resentida por algunos músicos del mundo del Canto Nuevo. Como los integrantes de Santiago del Nuevo Extremo. Habla Luis Le Bert: -De repente, aparecieron Los Prisioneros. Y el Mario los invitaba al Café del Cerro todos los días. Todos los días. Y le ponía, le ponía. Ningún problema, pero ya en esa época me trató a mí de muy serio. De serio pasar a melancólico, de melancólico pasar a ‘ah, ya venís con tus canciones’, hay un paso. Y él atravesó esos tres pasos. Entonces, en la época más primigenia de todos los temas él decía ‘ah, ya venís con tus canciones’. De verdad. Entonces, era muy doloroso. Muy doloroso. Carlos Fonseca tiene su opinión sobre este juicio: -Yo creo que estamos en el mundo de los nichos. Creo que la época se recuerda tanto como la época de Los Prisioneros, por un lado, y, por otro, también como la época del Canto Nuevo. Le Bert y el grupo tenían otra ambición y les cayó todo el pote encima cuando estaban sacando la cabeza. Congreso, por ejemplo, ya había pasado por eso, ya habían vivido eso, habían sido muy famosos e importantes, y Gatti también tuvo su éxito antes, pero creo que a los Santiago del Nuevo Extremo le tocó súper duro el golpe de Los Prisioneros, porque se creó otro público y ese público que ellos querían se les fue para otro lado.
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La génesis del interés de Mario por incluir a Los Prisioneros en su oferta comenzó a partir de escucharlos en el Cafecito del Mapocho, del centro cultural del mismo nombre, en la época en que estaba en la esquina de Alameda con Victoria Subercaseaux. Empezó a averiguar cómo llegar a ellos.
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-Y me cuentan que Jorge González trabaja en [la disquería] Fusión. Llamo a Fusión y me dicen que Carlos Fonseca es quien los maneja. Hablé con él y cerramos altiro. Y ahí empiezan a tocar martes y jueves. Ya tenían La voz de los 80. Además de los recitales, les produje el Fortín Prat, de Valparaíso. Yo le dije a Carlos, vamos al Fortín Prat, yo te puedo producir, porque ya había hecho el Fortín un par de veces... Luego fueron las giras nacionales. Los Prisioneros tocaron una veintena de veces en el local, entre 1985 y 1986, siendo las más importantes los tres jueves en que prelanzaron su segundo disco, Pateando Piedras. Pese a haber actuado allí ante cerca de 400 personas, el espacio se hizo muy estrecho para ellos. Hablan Carlos Fonseca, Claudio Narea y Miguel Tapia. Carlos: Ya en el 86, con el lanzamiento del Pateando Piedras en el Estadio Víctor Jara, y habiéndolo llenado dos veces ... se nos quedó chico... Después hicimos unas giras con Mario, y me acuerdo que la conferencia de prensa del lanzamiento la hicimos ahí y fue fantástica, una
conferencia de verdad. Súper bien hecha. Sí que se podía hacer crecer un artista y era una buena manera de trabajar. Después del 86 fue más estratégica la forma de trabajar con el Café. Claudio: Me imagino que dejamos de tocar en el Café porque ya estábamos bien populares y se hacía chico. Esa es la única razón para haber dejado de tocar ahí. Ya empezamos a tocar en gimnasios, en lugares más grandes. Ir a tocar para 300 o 400 personas era un poco difícil. Y, además, la seguridad. Era inseguro tocar en lugares tan pequeños. O sea, no tan pequeños, porque si cabían 400 personas... pero donde quieren ir a vernos 1.500 personas, se hace imposible. Miguel: Me imagino que tuvo que ver con que, tarde o temprano, la banda iba a tener la necesidad de empezar a visitar los países vecinos. Hicimos una gira producida por el Café, y después intentamos hacer una tremenda gran gira por Chile, pero por temas políticos no se pudo. La clásica historia: la gente que estaba a cargo de los gimnasios eran todos del gobierno de la dictadura. Entonces esa gira se cayó a pedazos, la verdad. Mario lo recuerda muy bien. Eso nos obligó a mirar, a poner atención a lo que estaba pasando con nuestra música en Perú, en Ecuador. A partir de haber tocado en el Café, por los conciertos que habíamos hecho en Chile y las puertas que se nos estaba cerrando en Chile tuvimos que salir a tocar fuera del país. El paso de Los Prisioneros dejó abierta de par en par la puerta al resto del pop.
Mario: Como Carlos empezó a manejar a otros grupos pop, comenzó a decirme, ‘por qué no programas a este y a este’... Hicimos ciclos de pop. También con muchas bandas que no estaban con Carlos... Maggie: ... era un movimiento tremendo. A algunos los conocíamos, como a Pablito Ugarte, de Generaciones y UPA!, que ya había tocado en el Café. Incluso en el Ulm, donde llegaba de uniforme.
En total, cerca de cincuenta bandas de poprock, con diversa trascendencia, actuaron en el Café, destacando, en orden de fechas de aparición en el local, Emociones Clandestinas, Compañeros de Viaje, UPA!, Aparato Raro, Aterrizaje Forzoso, Banda del Pequeño Vicio, La Ley, Profetas y Frenéticos y Los Tres.
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diverso, joven y... fiel
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A algunos músicos les incomodaban los cálculos del público asistente a los recitales. Pero, como dijimos antes, al reconstruir la historia son un dato de la causa, insoslayable. Aunque los cambios de casa y de región esquilmaron el archivo con las bitácoras de registro de actuaciones, público y gastos diarios del Café, y pese a que nunca hubo anotaciones de este tipo para categorías como teatro, humor o trasnoche, lo existente permite algunas aproximaciones y consideraciones. Las cifras contables indican que por el Café pasaron 500 mil personas. Era un público claramente orientado a los grandes nombres de la música contestataria. Ello queda evidenciado por los altibajos que muestra durante cualquier mes de sus casi 10 años de existencia. Algunos ejemplos: en septiembre de 1982, el recital compartido de Cecilia Echenique y Eduardo Peralta llevó 175 personas, apenas a diez días de inaugurado el Café, y Viento del Sur, con su fiesta navideña que incluyó fuegos artificiales, 154. Por el contrario, un poco conocido grupo Silueta, convocó solo a 36. La curva de audiencia,
que se estabiliza en la zona media, da un promedio de 74 asistentes en las 43 funciones registradas de las que disponemos, sobre un total de 81 días con presentaciones. Tomemos otros datos, de otros años. En 1986, Los Prisioneros llevaron 1.203 asistentes, en tres funciones, las más concurridas; Santiago del Nuevo Extremo, 697 en dos presentaciones; Aparato Raro, 430 en una; mientras que Eduardo Gatti y Cecilia Echenique convocaron a 319 y 308, respectivamente, en su mejor asistencia en una noche. Por el contrario, sumando el público que tuvieron 23 artistas menos conocidos en 24 funciones, apenas se llega a 352 personas. La zona media ese año se estabiliza alrededor de los 50 asistentes y el promedio, para las 258 funciones con registro de público, en 114. La cantidad total de funciones llegó a 493, claro que a lo largo de un año y con tres programaciones diferentes en viernes y sábado. Las bitácoras existentes muestran tres funciones con más de 400 personas (las mencionadas de
Los Prisioneros), seis con más de 300 y 43 entre 150 y 100. En la zona de escasa asistencia, hay 22 funciones con menos de 20 asistentes. La última muestra es la de 1989. En 406 funciones con registro de público, el promedio alcanzó a las 107 personas. Hay que hacer notar un alza en la zona media, llegando a alrededor de las 80, pero también hubo una imperceptible baja en la media total, que llegó a 113 asistentes. Los artistas más acompañados fueron Eduardo Gatti, Nito Mestre, Sol y Lluvia, Schwenke y Nilo y De Kiruza. La interesante apuesta de traer desde Buenos Aires a dos extraordinarias formaciones de jazz -Luis Borda Trío y Rodolfo Mederos Quinteto- no recibió la merecida atención del público: el primero sumó 160 personas en cinco funciones, mientras que Medero llevó 211 asistentes en la misma cantidad de actuaciones. Infinita mejor recepción logró Luis Alberto Spinetta, quien tuvo más de 200 personas en dos de sus presentaciones. Hubo 34 funciones catastradas con menos de 20 asistentes, 48 con más de 200 personas y siete con más de 300.
El concepto de poco público puede ser relativo: dependerá de quien lo mire. Hubo un músico gringo, con su esposa, que tocaron sin más gente que Maggie y dos despistados amigos de la casa -Pancho Vargas y Jaime de Aguirre- que estaban en el bar y a quienes les dio pena dejar a la pareja sola. Súper profesionales, ellos empezaron a la hora programada en punto e hicieron todo el recital. Completo. Bien distinta fue la percepción del pianista Claudio Nicholls, que muestra el relato de Carlos Díaz Luna, sonidista del Café: -Una vez que estaba tocando el Pippo Guzmán con pianista, este de repente cierra el piano y se para y se va. Porque era un día martes de invierno y había poca gente. Él dijo, ‘yo no estudié tanto tiempo para tocar para tres personas’. Y se fue. Y el Pippo se quedó mirando... Pero, como tenía su inseparable guitarra, continuó el show. No pasó lo mismo el día de la segunda
Las cifras de asistencia muestran grandes diferencias en la cantidad de público de cada artista. Pero la apuesta fue siempre tener las puertas abiertas a aquellos con menos arrastre. Y cada cual tenía su público seguidor a todo trance.
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presentación de un, por entonces, famoso Tito Fernández, según contó el diario El Mercurio del 24 de mayo de 1984: “Estaba satisfecho del ciclo de cuatro martes que le habían encargado a él en el Café del Cerro. Sin embargo, el martes que recién pasó le sobrevino un ataque. No se sabe si de pena, de enojo o de divo. Llegó a las 22 horas más o menos y miró la sala. Como no había más de 40 personas esperándolo, le dijo al encargado de la puerta: ‘Con tan poco público, no actúo’. Y se retiró. Simplemente se fue. Lo divertido es que el público no se enojó. Recibió el dinero de sus entradas y se quedó conversando en grupos”. La bitácora del día registró 50 personas. Otros hubieran actuado, felices. El Café emitió un comunicado para anunciar la suspensión de las dos fechas restantes, en el que declararon: “A Tito Fernández le queda regresar al medio del cual se ha hecho habitual. En este sentido, los centros nocturnos y boites pueden ser una buena plaza. Nos queda el sabor agrio del mal rato. También nos queda la certeza de que el fracaso es compartido: al público de Tito Fernández no lo encontramos en nuestro Café”. Cofradía de desconocidos De las dos anécdotas anteriores se puede deducir que la audiencia era fiel. ¿Con qué otros adjetivos
se la podía definir? Diversa, heterogénea, joven. Más detalles dan algunos entrevistados. Quena Velasco: Eran jóvenes, universitarios, gente que empezaba a tener curiosidad, que quizá no pertenecía a la oposición de ese minuto pero que empezaba a buscar cosas distintas; músicos, los amigos... Era, en un cierto grado, como una cofradía de gente la que se empezó armar y un público que nos repetíamos al atender y que se repetía dependiendo del artista. Hernán Flaco Robles: Era bien heterogéneo, porque sabían que siempre había algo de calidad. Se podía ver pololos, parejas o matrimonios jóvenes y también gente adulta. Pero el espíritu era el mismo. Mario: El público era bastante heterogéneo, entre profesionales jóvenes, estudiantes, mucha gente fuera del sistema, contestataria. Era el punto de escape también, para sentirse un poquito rebelde. Toño Kadima: Burgués, pero pequeña burguesía acomodada; de repente aparecía algún tipo raro que podía calificarse de burgués rancio... Piñera fue, pero no es un burgués, es un millonario. Y a veces no había nadie... Raúl Aliaga (percusionista): Era culto y ecléctico, por lo cual cada agrupación tenía su audiencia. Lo atractivo es que también se compartía con el público de otros estilos, ya que la reunión y la calidez social que se producía generaba una atracción que cautivaba a moros y cristianos. Más que un espectáculo se vivía
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una experiencia. Se ampliaban las audiencias a la diversidad cultural. Álvaro Godoy: Nada era masivo, salvo [los recitales] Nuestro Canto y el Café del Cerro, donde llegaba gente que gustaba de la música o de pasar un buen rato con su pareja o con sus amigos, en un lugar que era competitivo con otros de Bellavista. Entonces, los músicos sabían que iban a ampliar su público. El Café creaba tendencia y, en la medida en que creaba tendencia, era un acto político ser profesional. Si de política se trata, hay quienes piensan que ir al Café era un acto de arrojo. Habla Marcelo Nilo:
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-Puedo decir con certeza que una de las características era que cada uno de los asistentes sabía que el solo hecho de asistir a esos encuentros se transformaba en un riesgo inminente para su seguridad personal. Por lo cual no era fácil decidir asistir a ellos. A diferencia de hoy -donde mayoritariamente uno decide ir a un concierto para ver a un artista- en esa época, asistir a un recital o ir a un espacio como el Café, era un acto de rebeldía. Quien asistía debía sobreponerse al miedo, ya que a estos espacios de encuentro la mayoría concurríamos a manifestarnos públicamente contra la dictadura. Desde la misma óptica política, pero con otra interpretación, el maestro del jazz Roberto Lecaros dice: -A mi parecer, la gente necesitaba desahogarse y en ese lugar se podía participar sin estar preocupado del
que estaba al lado. Todo gustaba mucho y aplaudían a rabiar, muy agradecidos. No se querían ir y había que hacer bises varios. Habituales en el escenario del Café, como Luis Pippo Guzmán y el Flaco Robles, supieron bien cómo era el público del local, en diferentes horarios. Luis Pippo Guzmán: El público que iba al Café era mayormente universitario, o bailarinas, artistas. Y, no sé por qué, nos sentíamos con la libertad de decir cosas. Y empezamos a hacer cosas. Yo hice un personaje que se llamaba Luchito Bellavista, que era un trabajador del PEM y el POJH, al que lo iban a buscar en un camión y ahí empezaba todo... Los monólogos eran eso... ahora se le llama stand up. Mucha gente de afuera también llegaba, extranjeros, argentinos. Había un personaje que era muy especial, muy fino, al que le gustaba una canción que yo cantaba. Se asomaba por la puerta donde estaba el bar con una copa y me hacía un gesto y que indicaba que quería que yo cantara Los mareados. Hernán Flaco Robles: Era el espacio alternativo a la televisión, con puros artistas extranjeros, música y humor muy liviano. Al Café ibas a la suerte de la olla, a ver artistas que no estaban en los medios, a juntarte con amigos y amigas o te hacías de nuevos amigos y amigas. Por otro lado, creo que el Café, si bien no fue un escenario político partidista, para mucha gente de la derecha, de la dictadura, fue un antro de comunistas, marxistas leninistas.
El público le fue esquivo al Temucano y él lo resintió (Foto: Leonardo Céspedes. Fuente: Archivo Nacional de la Administración). Otros en cambio, sin ser de los más populares siempre tuvieron seguidores, como el trío Holmann, Ojeda y Rosemary (Archivo Cristián Rosemary).
Andrés Valdiviezo (músico que acompañaba a Carloco en su rutina): Nuestra puesta en escena tenía mucha aceptación y reconocimiento de la gente que asistía a verla. Cada personaje y tema musical representaba un reconocimiento muy tácito de la realidad de esos tiempos, algunos con humor y varios con la rudeza de la vida misma. Luego de la función nos invitaban a sus mesas a compartir y a agradecer lo entregado, y la mayoría de las veces nos invitaban a seguir en otro lugar, cosa que nosotros siempre agradecíamos, pero nos negábamos, pues la función terminaba cerca de la una de la mañana. Igualmente, el público cambiaba según quien
actuara: los mayores, por ejemplo, llegaban a las sesiones con folclor. Y con el tiempo, también se modificó, al igual que el país. Dice Mario: -El Café tenía un público habitual, que llegaba hubiera lo que hubiera: pagaban la entrada y después preguntaban quién canta hoy. Y esa era una base importante. Los plus los llevaba el artista, entre tener 200 personas los viernes y sábados, a 300 o 400, la diferencia estaba dada por lo que tenía cada artista. Los Prisioneros vivenciaron el enfrentarse a oyentes que, en principio, preferían otro tipo de música. Claudio Narea:
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-Había un público que era del Café, así es que ahí empezamos a ganar esa gente, pienso. Me pierdo, porque tampoco es que uno conozca a todo el público. Pero nunca tuvimos problemas al respecto. Concuerda Miguel Tapia: -Tengo el recuerdo de que cuando comenzamos a tocar ahí nos comenzó a seguir nuestro público que ya teníamos o que recién nos estaba acompañando en los conciertos y se empezó a mezclar con el habitual del Café. La banda tocaba guitarra, bajo, batería, era rock o pop, pero las letras hicieron la diferencia. Y en base a eso empezamos a ganar una audiencia distinta a la que nos acompañaba en nuestros primeros shows.
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Similar impresión tiene el vocalista de La Ley, Beto Cuevas: -No todo el mundo que iba a ver alguna presentación de un artista era necesariamente un público que solo escuchaba Canto Nuevo. Si bien empezó con ese estilo musical, el mundo de la música en Chile también estaba cambiando; entonces, comenzaron a haber bandas como nosotros y otras bandas de nuestro estilo musical, de nuestro género musical, porque todos teníamos nuestro propio estilo. Entonces empezó a rotar, empezó a llegar gente más joven como público y fue muy lindo. Y los mismos asistentes también tienen su opinión sobre sus pares, quizá un poco extrema, como la de Carlos Meckenburg, vecino y habitué del Café.
-Creo que las bandas y solistas llevaban su propia gente, que era respetuosa. Por ejemplo, los recitales de Gatti eran una maravilla; era su público y su lugar ideal. Pero al principio, iban curiosos, a muchos les importaba un carajo la música, iban como cualquiera va a un pub... Con el tiempo costaba entrar, se puso snob, no fui más. Era como la moda. La época más linda se perdió, pero hubo un tiempo con grandes grupos, un público respetuoso, pero eso no duró mucho.
Otra cosa es con bandeja La experiencia de Ximena Kusch incluye una bandeja en las manos, el precario equilibrio de platos, vasos y copas, la mirada de reojo a las mesas y al escenario: -La gente que iba era muy familiar. Siempre iban a ver a los mismos, que era Santiago del Nuevo Extremo, que era Gatti... que eran muchos y la gente se repetía, y cuando iba Congreso, por ejemplo, o el mismo Pablo Herrera, y muchos artistas muy conocidos que en este momento se me olvidan, se juntaba mucha gente, se llenaba. De repente iban puras parejas y cuando se llenaba yo trataba de ubicarlos en las mesas donde solamente había dos personas. No me costaba nada, porque todo el mundo estaba con buena disposición. Incluso esas parejas al otro fin de semana llegaban juntas al recital, porque se habían conocido y se llevaban bien. Mario lo confirma desde el punto de vista del consumo.
-Muchos días estábamos sobrepasados y no se podía atender; además, nunca tuvimos obligatoriedad de consumo, porque la gente pagaba la entrada y no tenía para consumir adentro. Por eso se cobraba entrada en la puerta, aunque a algunos le molestara. Algunos llegaban con la botella en la cartera. Nosotros cobrábamos el espectáculo, porque a eso entrabas, a un espectáculo. Ahora, los que querían consumir ... y los afortunados a los que lográbamos atender, porque había días caóticos en los que llegar a una mesa ... Maggie: ... les preguntábamos al comienzo si iban a consumir, porque había mesas para las que teníamos que advertir que no podíamos llegar con un pedido. Estaba todo apretado, todo apretado... Mario: ... y más encima el cigarro. Ximena también habla sobre otros aspectos de la manera de ser del público: -[Había] un respeto único hacia los artistas, que eso también es mucho decir. La gente que iba era la misma, se repetía; ya me conocían y uno los conocía. Para mí fue muy bonito. La gente se portó muy bien conmigo, eran muy cariñosos. Y también Mario, mi cuñado, y Mauricio, mi hermano, me cuidaban. Porque no faltaba los que se querían pasar o me decían cosas. Yo les contaba y ellos iban a decirles que cómo se les ocurría faltarme el respeto. Me sentía bien sabiendo que estaban ellos. Por supuesto, nunca me pasó nada ni nadie fue tan grosero; pero ellos no permitían esas cosas, ellos no permitieron nada. Las pocas bitácoras que registran público en el horario de trasnoche indican que este era escaso.
Mario: la gente se iba, era el alargue, porque se acababa el concierto. Pero otra se quedaba, porque era más relajado y se podía seguir consumiendo... Maggie: ... pero para nosotros no era siquiera un tema de consumo, no era un tema económico. Era la jarana. El trasnoche comienza cuando se acaba el toque de queda. Sigamos la noche, tengamos algo más... Mario: ... en general, el consumo no era el tema. Y para los artistas, lo que valía era el encuentro con la gente. Siempre optimista, recuerda Luis Pippo Guzmán: -Para mí, yo nunca he tenido momentos difíciles con mi trabajo. Y así me hice conocido. ¿Los trasnoche?, claro que salían a cuenta y además era entretenido ver cómo la gente disfrutaba conmigo. Mónica Gómez, que atendía las mesas hasta esa hora, rememora una forma de Pippo de involucrar al público con el personal: -Todos los fines de semana en que actuaba hacía lo mismo: en la mitad del espectáculo, y si alguien de los que trabajábamos nos asomábamos al bar, ya fuera Marcia, el querido Pablo Villafaña o yo, le decía al público que estábamos de cumpleaños y hacía que todos los presentes, nos cantaran el cumpleaños feliz. Otro rey del trasnoche, Hernán Verdugo -el Neneque compartía rutinas con su hermano Felo, habla de su experiencia:
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Daniel Viglietti (Archivo Sello Alerce, Biblioteca Nacional), Ana Belén (Archivo Isabel Aldunate), un joven y desconocido Joaquín Sabina (Archivo Curiosidades de rock) e intelectuales como Luis Sánchez Latorre (foto de Jorge Oliva. Fuente: Archivo Nacional de la Administración) fueron parte del público.
-Nos fue muy bien. Yo diría que independientemente a quien estuviera antes, el Sol y Lluvia, Óscar Andrade o Pablo Herrera, la gente se quedaba siempre. Porque además era... ¿un bonus track se dice? No tenían que pagar más y salíamos nosotros a tratar de hacer reír. Existió una especie de simbiosis entre el público, los artistas, el Café en sí, lo que respondía a la idea original de Mario y Maggie. La creación de un espacio amable, que permitiera el encuentro y el desarrollo de espectáculos en buenas condiciones técnicas y de entorno. Aquello favoreció la formación de una audiencia cautiva, como se diría ahora. Eduardo Peralta: -Había un público habitué. Te invitaban a la mesa, en el intermedio. Era muy bonito. En el Café eran mis primeros años de trovador, mi primera década, todo era un descubrimiento. Y el descubrimiento de la ritualidad, de la gente que se repetía cada dos, tres, cinco meses; que te iban a escuchar al Café y traían a otra gente. Uno se daba cuenta y, además, te lo comentaban, porque te podías tomar con ellos una cerveza y conversar. Eso fue muy interesante y creó una especie de cofradía. Era un público que nos iba a escuchar a nosotros, que éramos trovadores; no éramos grupos que hacíamos himnos revolucionarios. No se daban las condiciones, tampoco. Lo que pasaba en el Café entre el público y esta cofradía de artistas que se formó es irrepetible; era una complicidad que permitía actividades conjuntas con colegas en ese escenario y, antes, en el Ulm.
Rompiendo los límites Otro de los objetivos de los dueños de casa era avanzar en una cultura más profesionalizante que militante, que abriera las puertas a quien quisiera pasar a descubrir la creación de la década, fuera contestataria o no. Mario refuerza la idea: -Yo siempre me planteé romper los guetos que eran las peñas, donde íbamos los mismos a llorar y a sufrir. [Nelson] Schwenke, en una de sus últimas actuaciones, hablaba sobre la importancia del rol que jugó el Café del Cerro en la recuperación de la democracia y decía que era ‘mucho más que el de muchos personajes que hoy están encumbrados’. Y creo que eso lo logramos. Miguel Davagnino, hombre de radio, gestor cultural y comunicador social en todo el amplio sentido de la palabra, estuvo vinculado con el local a lo largo de los años. Concuerda con Mario: -El Café amplió el espectro del público que buscaba reconocerse en los mensajes democráticos de la canción con sentido u otras manifestaciones artísticas y culturales, y reforzar en él la necesidad de trabajar por lograr la justicia y la libertad en el país. Charles Labra, de Sol y Lluvia, aporta la visión del grupo: -Las peñas tenían público popular y estratos medios, y en el Café era estrato medio alto o medio y poquísimo popular. Pero la recepción era transversal y nosotros
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llegábamos ahí a un nicho de público muy necesario de concientizar. Jaime de Aguirre va más allá: -Era un lugar de encuentro muy transversal. Cuando se puso de moda, iba mucho pinochetista. Era muy interesante ver cómo daban ese paso y se tragaban todo lo que ahí había, que era un ambiente muy contracultural para el gobierno de la época. Para Mario y Maggie esto se hizo consciente cuando vieron que el Café iba más allá de lo contingente.
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-Vimos que llegaba gente snob, parejas que iban porque estábamos de moda, porque El Mercurio nos publicaba, porque nos publicaba La Tercera. Y, de repente escuchaban a Silvio Rodríguez y les gustaba; después escuchaban a Santiago del Nuevo Extremo y luego sabían quién era Víctor Jara. Esas personas llegaban al Café sin saber nada y fue un logro del Café que supieran. La cosa trascendía a la gente absolutamente contestataria al régimen. Es decir, la gran mayoría lo era, pero llegó mucha gente que no. Creo que ese fue un gran aporte. El público no solo era joven y local. Mezclados entre los habituales asistentes, hubo insospechadas visitas. Políticos de izquierda y derecha, como Volodia Teitelboim, Angel Flisfish, Edgardo Boeninger, Francisco Javier Fra Fra Errázuriz, Sebastián Piñera; intelectuales como Alfonso
Alcalde, Luis Sánchez Latorre, Nemesio Antúnez. Famosos internacionales, de paso en el país: Silvio Rodríguez, Alfredo Zitarrosa, Fito Páez, Atahualpa Yupanqui, el concertista Andrés Segovia, León Gieco, Sandra Mihanovic, Celeste Carvallo, Pete Seeger, Daniel Viglietti, Víctor Manuel y Ana Belén, Soda Stereo, Ángela Carrasco, Joaquín Sabina. Seguro que se escapan algunos. Relata Hernán Flaco Robles: -Una vez fui al Café del Cerro porque actuaba el Felo, que nos hicimos bien amigos. Y en eso llega la Luz Croxatto con un grupo de gente. Y en ese grupo venía Víctor Manuel con la Ana Belén. Y la Luz me dice, ‘Flaco, dile al Felo que Víctor Manuel quiere cantar con él’. Lo escribí y le pasé el papel al Felo. No me creyó. Y se aparece Víctor Manuel. Fue un momento mágico. En plan más casero, Sergio Pirincho Cárcamo recuerda que un día Mario descubrió entre el público a Gloria Benavides. -Me pidió que la anunciara y la saludara. Ella es más tímida que la cresta y la gente empezó a decirle ‘qué cante, que cante, que cante’. Ella no se atrevía, pero se subió al escenario y pidió disculpas porque no se le ocurría qué hacer. De repente, le dijeron: ‘La Cuatro’. ‘Es que no tengo la peluca’, dijo. Y la gente, ‘sí, cualquier cosa’. Entonces, se tapó la cara, se destapó la cara y, si cerrabas los ojos, era la Cuatro Dientes.
Coco Legrand y Maitén Montenegro fueron a ver a Sexual Democracia. Es que “había artistas que convocaban gente de todos lados”, dice Iván Valenzuela. Y sigue con la idea: -El Café se transformó en un local de moda, súper transversal. Me encontré una vez, entre el público, no sé si para ver a Congreso o a Los Prisioneros, con Marcelo Comparini y la Kathy Zalosny. Andaban en pre-romance. Iba esa gente también. Los periodistas Cristián Farías y Cristina Gutiérrez en su libro sobre Felipe Camiroaga (Farías y Gutiérrez, 2013), confirman que el popular conductor de televisión frecuentó el local: “más tarde escuchó a Santiago del Nuevo Extremo y asistió a las tocatas en el emblemático Café del Cerro. Anduvo con chomba chilota y grueso gorro tejido”. La presencia, quizá, más sorpresiva es una de 1989, que relata Mario Rojas:
-Un día habíamos terminado de tocar con De Kiruza y estaba entre el público Joaquín Sabina. Era la primera vez que venía a Chile, lo había traído Raúl Matas a un programa de televisión y Leo Calderón, nuestra amiga fotógrafa del diario La Época, lo llevó a vernos. Los otros muchachos eran bastante más jóvenes que yo, más de 10 años menores, y no pescaron a este gallo. Yo trabajaba en la revista Trauko con puros españoles, y mi mujer de entonces también era española; así es que, naturalmente, me quedé conversando con él un rato en el Café, mientras los otros empacaban y no pescaban. Después, con los españoles de la revista, que eran amigos de su guitarrista, nos fuimos al [bar] El Biógrafo [Barrio Lastarria] y pasé una noche, hasta cerca del amanecer, conversando con Joaquín Sabina. Fue para mí algo muy significativo, muy importante. Curiosamente, después, mi participación en Viña coincidió con su visita cuando ya era un tipo famoso y yo estaba en la competencia folclórica, pero con la timidez que me caracteriza no me atreví a acercarme a él. Y nunca volví a conversar con Joaquín Sabina. Pero, curiosamente, lo conocí en el Café del Cerro.
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amedrentamientos y ataques
Si bien la dictadura tuvo sus maneras de atemorizar a artistas y públicos de la contracultura, que pasaron desde la revisión de las letras de las canciones a prisión y amenazas de muerte, los incidentes graves posteriores a los primeros años son pocos. Jorge Campos recuerda: -En el contexto había persecución y hostigamiento, a todos los Santiago nos amenazaban por teléfono o nos dejaban notitas cariñosas desde mucho antes del ciclo del Café. Y Eduardo Peralta se refiere a cómo esos episodios afectaban a la familia completa: -Se vivía con el miedo. Mi madre salía llorando cuando iba a verme a un recital. La represión era parte del paisaje, como en todas las peñas. Desde su doble visión de músico y filósofo, Daniel Ramírez reflexiona: -El arte es, en general, tomado como algo burgués, poco importante y raro. Y entonces no se le
consideraba, porque no era un movimiento social, popular; no había cientos, miles de pobladores yendo a cosas de arte. Pese a que nosotros cantábamos en poblaciones y el trabajo no era solo artístico, también era político, muy pocos artistas fueron detenidos después del primer tiempo. A veces cerraban teatros. En los 80 hubo una suerte de aparente dejar ser, tal vez como una forma de descomprimir el ambiente. Esto produjo la sensación de que el Café, quizá más que otros lugares, era un espacio protegido. Iván Valenzuela lo refiere así: -Yo no sé si uno era muy inconsciente, pero nunca tuve conciencia de estar en un lugar peligroso desde el punto de vista político, que alguien te fuera a...Y deben haber estado; pero uno se sentía en una burbuja. Al respecto, continúa Daniel Ramírez: -Estos espacios de libertad, como el Café, eran un espacio/tiempo. Porque en esos lapsos en que la gente se juntaba en ese lugar, vivía como si estuviera
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protegida por una especie de campo de fuerza, como en la ciencia ficción. Por supuesto, tal cosa no existía. Ese espacio de libertad, ilusoriamente protegido, generó en el artista una suerte de tranquilidad que no tenía en otra parte, totalmente ilusoria; pero el psiquismo humano no funciona solo de una manera racional, sino de manera afectiva. Y como nos sentíamos entre nosotros y la gente responsable del lugar era de nosotros, esa especie de familiaridad y el hecho de que el lugar fuera cerrado, de alguna forma amparaba una voluntad de expresión y de estar juntos. No es solamente la producción artística que ahí se hizo, sino el hecho de estar ahí, de ir a escuchar al grupo de amigos, de participar en un ensayo, ir a escuchar poesía... Entonces, el espacio de libertad es un espacio de encuentro, de realización humana. Es momento de tranquilidad, supuesta. Realmente supuesta, como lo indican otros testimonios. La cantautora Rosario Salas confirma que los desconocidos de siempre sí estaban: -Iba la CNI; medio camuflados, pero iban. Se ponían en la parte de atrás, en el bar. De eso me acuerdo con horror. También el jazzista Jaime de Aguirre recuerda la presencia de “gente de la DINA, es decir de la CNI, dentro del Café”. Y lo mismo dice Pirincho Cárcamo: -Tenían ahí un gallo permanente. Me daba risa, porque llegaba al más estilo Miami Vice. Era de la Marina. Al final, todos sabíamos que era soplón y él
sabía que todos sabíamos, también. Pero Mario o la Maggie se encargaban de curarlo todas las noches y se iba más guasqueado que no sé qué. Maggie se acuerda hasta hoy “de la cara del CNI y de que el [actor] Óscar Olavarría conversaba con él”. El poeta y artista gráfico Toño Kadima relata un hecho muy particular, que reafirma esas presencias: -Al momento de mi detención por la CNI en el Cuartel Borgoño, el año 1983, un agente notó mi presencia. Se acercó y me comentó al oído que me compraba postales en el Café del Cerro... Por si no lo sabían, Mario y Marjorie me permitieron ganarme algo la vida con la venta de mis postales (6 x 1.000) en los intermedios del Café... eternamente agradecido... Patara, que vivió un tiempo en el segundo piso del Café, recuerda una especial circunstancia: -Otra vez, un compadre que era muy de esos que andaba todo el tiempo ahí odiando, se fue en copeta y entró al baño para el lado de las oficinas y se le quedó el arma. Se la guardaron y al día siguiente la fue a buscar. Mario, sin embargo, no confirma el hecho: -No me cuadra para nada esa historia. Me hubiera cagado de susto y no se la hubiera guardado.
Lo decíamos al comienzo, la memoria es selectiva y borra ciertos acontecimientos negativos. En el programa por Internet Brujos Presenta, ya mencionado, el etnomusicólogo Hiranio Chávez, director del grupo Chamal y uno de los primeros en tener taller en el Café, comentó que “veíamos también los problemas que se sucedían cuando, por ejemplo, iba un artista destacado y comprometido, que llegaban personajes muy extraños a provocar y a esperar afuera. Era muy complejo”. En el programa completó esa percepción el académico e investigador Estanislao Pérez: “Eran formas de ahuyentar a quienes llegaban al Café. Porque normalmente los repertorios que había tenían un contenido subliminal respecto de la lucha contra la dictadura. No había motivo para censurarlos, porque siempre había una forma de eludir, o de tratar de eludir, la censura y, por lo tanto, como no había motivos suficientes para clausurar el lugar, se hostigaba y atemorizaba a quienes llegaban allá”. La presencia constante del Café en los medios de prensa es posible que haya servido para proveer al local de ese campo energético de protección del que hablaba Daniel Ramírez. Comenta Mario: -No sé si me mando las partes, pero creo que el Café logró tanta trascendencia a través de los medios que nos hicimos como un paraguas. Hubiera costado quizá más cerrarlo o que le pasara algo. He hecho
ese análisis, no sé si es mucho ego. Por otro lado, estábamos en plena dictadura y estaban pasando tantas atrocidades que lo que menos importaba era el Café. Y puede también que consideraran que lo cultural no era peligroso.
¿Agresiones? Sí, hubo... y más de una Para la primera Protesta Nacional el Café estaba cerrado, por solidaridad, y le dispararon balines de goma a la puerta principal. Hasta hace unos años las marcas aún estaban allí, en la ahora entrada lateral del Club Chocolate. Mario: Partimos con el toque de queda largo, pero después de la primera protesta se bajó. Cerramos el Café entonces y siempre lo hicimos, como una adhesión. Nos dispararon unos perdigones que quedaron en la puerta. Teníamos las pelotitas. Patara: Dos veces hubo atentados en la puerta principal; nos tiraron balazos cuando tocábamos las cacerolas, porque ya habían empezado las protestas y tocábamos las cacerolas. Marcelo Nilo: El Café fue un espacio colectivo de resistencia, y fue perseguido, censurado y atacado; por eso, más de una vez hubo que suspender conciertos por ataques incendiarios, avisos de bomba, etcétera. Mario también recuerda que el Café debió acoger a unos funcionarios de la PDI que investigaban la droga en Bellavista.
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-Nos pidieron un escritorio, una oficina y estuvieron un mes instalados; terminamos íntimos amigos con uno de ellos, Mauricio. Incluso hablaban de que había movimiento de droga en el Café, pero nosotros estábamos absolutamente libres de polvo y paja, porque no cachábamos. Me acuerdo de que un par de veces sentí olor a marihuana y me escandalicé... Maggie: ... era tan cartucho que echó a los Santiago del Nuevo Extremo de nuestra casa porque prendieron un pito [risas].
del último Festival de Viña, del último casete que sacamos... de esas cosas hablamos, ¿me va a creer?’. Y después me tira: ‘pero... aquí ¿hay gente conflictiva?’. Esperando que le nombrara a alguien. ‘Por supuesto’, le dije. Ahí me enchufa la grabadora en la yugular y yo le digo: ‘Sí, hay gente conflictiva. ¿Y sabe quiénes son? Los envidiosos’. Nunca más. Creo que con el tiempo hice alusiones a ese momento, para reírme de ese tipo y por si había alguien más en el público en esa condición.
Las historias suman. Y tienen diferente peso en la memoria de cada uno. El Flaco Robles narra lo siguiente:
Claudio González, diseñador que durante toda la vida del Café tuvo su taller allí, cuenta una situación compleja, vivida de día.
-Voy llegando al Café y se me acerca un hombre. De modo medio enredado me dice ‘soy de una radio de Rancagua y quiero hacerte una entrevista’. Y me mostró un montón de credenciales, mientras me decía cosas de una incoherencia absoluta. Me dijo ‘yo conocí a Frei Montalva’, entre ellas. Entramos a una oficina que estaba a mano derecha y nos instalamos a conversar. Yo ya cachaba de quién se trataba este tipo. No lo conocía, pero sospechaba. A los pocos momentos, golpean la puerta y es el Mario. Salgo a hablar con él y me dice ‘ten cuidado, porque ese es sapo’. Yo le contesto, ‘sí, me di cuenta’. Y entré. Y le digo: ‘¡Por dios, que uno no pueda estar tranquilo, que uno tenga que hacerlo todo!’. Para que no sospechara. Él estaba con su grabadora y me empieza a hacer preguntas. De pronto, me hace la pregunta clave: ‘¿ustedes aquí... hablan de cosas, hablan de cosas políticas?’. Y yo le respondí: ‘Mire, me da vergüenza lo que le voy a decir. ¿Sabe de qué hablamos? Hablamos
-Recuerdo que cuando secuestraron al coronel Carreño [en diciembre de 1987], fue una batahola. Los militares buscaron casa por casa en Bellavista y llegaron al Café del Cerro, vestidos de verde, mimetizados. Entraron y revisaron taller por taller; entraron al nuestro y vieron que había puros tableros de dibujo, ¿dónde lo íbamos a estar escondiendo? Todavía estábamos en dictadura, y el Café del Cerro igual era identificado como un sector de comunistas y todo lo demás. Daniel Ramírez concluye: -Estas formas de intimidación parecen ridículas en comparación con la gente que muere o que desaparece, o que muere en tortura. Probablemente, y tal como creíamos de modo ingenuo, no había entre los servicios de inteligencia de la dictadura un servicio artístico cultural. ¿O lo había? Había censura, eso sí.
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Foto de Juan Carlos Cáceres. Fuente: Archivo Nacional de la Administración.
De los distintos calibres de la censura, sabe el humorista Ricardo Meruane, que actuó veinte veces en el Café, entre 1983 y 1990, a la par que hacía carrera en medios y lugares convencionales:
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-Cuando debuté en el Casino de Viña, me sugirieron que sacara una frase del emperador Augusto; en la disco Gente un CNI le preguntó a otro quién era el que había actuado recién y el otro le comentó que era uno que estaba listo para la horca; en Iquique, me fueron a invitar gentilmente a disparar al fuerte Baquedano; en la Fital en Talca, llegué a actuar un sábado y el viernes un CNI le había pegado a Platón Humor por hacer una rutina de Alfonsín con Pinochet. Después de actuar, un músico medio pelado, como yo, me dijo que me quedara en el camarín: un airado carabinero lo había confundido conmigo. En la calle frente al Café desde 1987 se había instalado una feria de artesanía, con permiso municipal. María Clara Ibarra tenía su puesto justo frente a la entrada del local. Ella y sus compañeros fueron testigos de muchas situaciones. Cuenta: -Durante el primer año que estuvimos ahí, ese espacio fue visitado por muchas personas que trabajaban contra la dictadura. De todo el espectro. Y de ahí surgieron muchas conexiones importantes para hechos históricos del país. Al tiempo después, por el año 88, empezó a llegar la CNI también, como marcando territorio. Más de alguna vez nos tocó salvar de secuestros a personas a las que sabíamos estaban siguiendo, porque muchos compañeros se involucraron en acciones. Fue un tiempo muy
tensionante para estar ahí en las noches. Éramos testigos de ello. Había todo un trasfondo. Otra vida en la misma esquina. Sucedían cosas heavy además de ser un marco romántico para parejas que paseaban por ahí, más de alguna vez nos tocó ver a un peso pesado de la CNI paseando por la feria. Mirando y cachando a todo el mundo. Quienes prestaban servicios para el Café y, además, lo hacían para otras organizaciones más cercanas a la resistencia, sufrieron las consecuencias de su valentía. Así lo cuenta Luis Calderón, que trabajaba con su hermano Pepe en la imprenta Yareta e imprimía afiches, flayers, boletas, facturas y todo lo que fuera necesario para el local. -La imprenta se llamaba Yareta, porque esa planta, a pesar de crecer en el desierto de Chile, sale a flote. Y esa era la idea. Mario tenía una buena relación con nosotros y yo era el encargado de llevar los impresos. Eran tiempos difíciles y de admirable valor que el Café funcionara con tanta represión en dictadura. De hecho, nosotros éramos seguidos por trabajar para la Vicaría de la Solidaridad. Nos visitaba y espiaba la CNI y mi hermano con su socio fueron detenidos y torturados, y toda su maquinaria requisada. Aquel día llegué tarde a trabajar... si no, hubiese corrido la misma suerte.
De humo y de fuego Respecto a los atentados propiamente tales, Patara recuerda:
-Por lo menos hubo unos cuatro o cinco. En las mismas actividades, en conciertos, una o dos veces tiraron bombas lacrimógenas y la gente tuvo que salir toda. Y Mario cuenta una de ellas, aunque no estuvo presente: -Una vez en que estaban tocando los Días Felices, cuando hacíamos esos ciclos de rocanrol todos los viernes, e íbamos pasando por los diferentes tipos de rock desde Ricardito, tiraron una bomba lacrimógena por el lado de la oficina. Yo estaba mucho fuera, no sé dónde andaba, así es que estaba la Maggie sola. Ella aguantó y después me contó. Nos quedamos con la lacrimógena, al igual que con los balines. Roberto Lecaros tiene grabado en la memoria otro episodio similar: -No se me ha borrado cuando llegaron los milicos y yo estaba tocando. En el Café estaban mi mujer y los niños, y por los tragaluces de las ventanas tiraron lacrimógenas. Quedó la cagá, todo el mundo corría asustado y esperando qué más iba a pasar. Yo auxilié a mi familia y después de darles paños húmedos seguí tocando, lo que me acarreó aplausos y la gente se fue calmando... Nunca supe qué más pasó, pues el concierto era para mí lo importante y sé que la música tiene un poder muy grande. En 1986, la noche antes del Primero de Mayo, las cosas subieron de tono con un ataque incendiario a una hora en que el local estaba cerrado. Tiraron
dos bombas; una, en un baño del primer piso y la otra al segundo, donde estaba la sala del grupo de danza y escuela Espiral, de Joan Jara. Narra Mario: -Menos mal estaba Nelson, el nochero, que logró controlarlas rápidamente. Yo tomé unas fotos, que se perdieron, e hice un cuadro que decía ‘a todos no les gusta el Café del Cerro’. Estaba en el bar antiguo. Los espacios del Espiral los arreglamos muy rápido, pero el baño no lo arreglamos nunca. Quedó quemado, como testimonio. A mis sobrinos, que eran chicos, les daba susto pasar por ahí. A la grabadora Verónica Rojas le tocó vivir muy de cerca las consecuencias de ambas bombas incendiarias, dado que su taller estaba debajo del estudio de Espiral y al frente del baño. -Viene un episodio, cercano a un Primero de Mayo. Como se quemó el piso de la sala de Joan, las brasas cayeron a mi taller. Todavía tengo piezas averiadas por esas brasas y las guardo como registro de lo que fue un episodio tremendo, de mucho daño al espacio. Y a la vez emocionante por la cantidad de hermandad que había entre todos los que estábamos adentro. En esa oportunidad, yo estaba debajo de una mesa, encerando, tipo 9 de la noche, estuve todo el día ahí, y entró Víctor Heredia y me invitó a pasar este mal rato, lamentando que hubiera ocurrido. Para mí fue tan especial este extremo de tanto daño por un lado y de tanta hermandad, por otro, lo vuelvo a repetir. Éramos todos una familia. Después entró Carloco; justamente ese día él estrenaba una obra
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Marcelo Nilo (Archivo Histórico / Cedoc Copesa) y Hernán Flaco Robles (Archivo Café del Cerro) fueron parte de los muchos que vivieron en carne propia los amedrentamientos del régimen.
que se llamaba Grite, pero despacio. Me quedé a esa presentación de él, que en paz descanse. Ese fue absolutamente el gran impacto dentro de un espacio común, con esas dos bombas que nos obligó a parar nuestro trabajo y a reparar. Después de ese episodio hubo un aviso de bomba, que Mario tampoco vivió: -De nuevo se lo mamó la Maggie sola. Estaba actuando Schwenke y Nilo, y ella llamó al GOPE. El GOPE cerró toda la calle Ernesto Pinto Lagarrigue. Nelson [Schwenke] explicó lo que pasaba. Salió toda la gente al patio. Revisaron y dijeron ‘no hay nada’.
Entró toda la gente de nuevo. De las 300 personas que había, una sola pareja se fue. Dijeron ‘no, mala onda’. Por cierto, Marcelo Nilo tiene el recuerdo en la retina y en la punta de la lengua. -Se vivieron cosas muy intensas en el Café. Una noche en que estábamos en medio de un concierto, llegó la policía. Desalojó, buscando no sé a quién o no sé qué. A esas alturas nosotros y mucha gente entendíamos que esas acciones eran de amedrentamiento y que la dictadura las desarrollaba contra los artistas y espacios culturales de manera sistemática: anuncios
de bombas en nuestros conciertos los vivimos en más de una ocasión y en distintas ciudades. Pero la anécdota maravillosa no fue lo de la bomba, sino que todos los que estábamos en el recinto, trabajadores, público y nosotros los músicos, nos dimos vuelta por las inmediaciones del Café un rato y, cuando carabineros abandonó el lugar, poco a poco fuimos volviendo y al ver la decisión que cada uno de nosotros tuvo, de no ceder ante el amedrentamiento del régimen, a pesar del miedo, recomenzamos el concierto con más fuerza, convicción y alegría en nuestros corazones. Esa actitud colectiva que relato fue la que nos ayudó a enfrentar y soportar tanta maldad. Eugenio Llona también vivió uno: -Tengo la impresión de que ninguno de nosotros pensaba en la instrumentalización del Café como para algo programadamente antidictatorial. Era una cuestión más bien vivencial, más de la vida corriente. Un espacio donde nos podíamos encontrar, donde lo pasábamos bien y, de pronto, teníamos problemas más o menos complicados con los servicios aquellos, no sé qué repartición de todas las malvadas. Me acuerdo de haber estado en, al menos, dos. En una de ellas, nos -digo ‘nos’ porque el Café era nuestro, de todos, no solo de Mario y la Maggie- tiraron un artefacto por la ventanilla del baño que daba a Antonia López de Bello. Y probablemente tenían a alguien dentro del
Café que cerró el baño con llave y se fue. Entonces nos dimos cuenta un poquito tarde, cuando se estaba quemando la puerta del baño, pero lo logramos apagar y se resolvió el tema. Esos temas se resuelven, pero el temor queda. No solo en el espacio mismo del Café sus artistas fueron agredidos. También en las inmediaciones e incluso más lejos. Andrés Valdiviezo narra lo siguiente: -Una vez, Carlos [Carloco] me advirtió que, al parecer, entre el público había unos agentes de la CNI. Al salir en la citroneta y al llegar al puente nos interceptaron y lanzaron unos balazos al aire; sin duda, ellos comenzaban su noche y estaban muy alegres disparando. En el mismo puente, el compositor, folclorista y recopilador de la música nortina Osvaldo Torres vivió una situación aún más dramática: -Una vez saliendo del Café, me atraparon en el puente Pío Nono. Unos tipos, como a las 2 de la mañana me dijeron: ‘¡Osvaldo Torres!’. Yo pensé que era gente que me conocía. Les contesté ‘¡Ah! ¿cómo están?’. Y me agarraron, me tiraron del puente al Mapocho con la guitarra que me habían regalado de Canadá. Y fui a aparecer allá... pff... caí en el agua felizmente.
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incitación a la punta del cerro La vida de La Punta del Cerro tiene dos etapas, dos editores, dos diseños, dos tipos de papel en que fue impresa... pero solo un director y un espíritu común: comunicarse de manera directa, interesante y entretenida con los cientos de asistentes que pasaban por el Café y dejaban su dirección. Cada mes era despachado un tiraje de dos mil ejemplares, suma muy significativa. Explica Mario: -Sacamos primero una en papel kraft, que se abría, y que la hicimos con la Tati [Penna] y John Smith. Fue un solo número. Después hubo otros que eran unos pequeños programas mensuales que tenían la cartelera, el menú mensual de los almuerzos, la carta de tragos y de sándwich. Son once y La Punta del Cerro mantuvo esa numeración. Así es que el número dos, en realidad dice que es el doce. La Biblioteca
Nacional me pedía los números que le faltaban, pero no existían, porque lo que había en medio eran esos programas muy modestos. En ese primer número aparece, como texto central, la entrevista que Tati le hizo a Los Prisioneros y que recordara Claudio Narea, capítulos atrás. A la pregunta de si ellos perdurarían, en comparación con otros grupos pop que no, dicen (no hay identificación de quién es el que habla): “Nosotros sí [perduraremos]. Consideramos que nuestro primer disco, al menos, ya es histórico, marcó una época. Además, sin tener ninguna promoción ganó un disco de oro. Si las grabaciones han llegado a Antofagasta o Puerto Montt, han ido de mano en mano, como pasó con Silvio Rodríguez y Sui Generis. Las canciones
Cuando no existía el concepto de fidelización de audiencias, se les ocurrió hacer y financiar una publicación que era despachada a las casas de las personas del público que la querían. Dos mil ejemplares eran repartidos mensualmente.
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del segundo cassette [sic] son muy diferentes a lo que se hace en Argentina y en Chile, incluso en Estados Unidos. Además, tenemos un prestigio fuerte, somos un grupo serio. No vivimos tanto de los hits, hay toda una ideología, un sentimiento y un estilo que la gente ha aprendido a valorar, sobre todo la gente que anda en micro”. Cualquiera de los tres que lo haya dicho... no se equivocó. Pero en otras materias mostraban no saber. Cuando les preguntó si habían oído al Canto Nuevo o lo criticaban sin mayor conocimiento, respondieron:
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“No diferenciamos entre uno y otro. Hemos escuchado, pero poco. Vamos a seguir escuchando, pero no mucho. Por ejemplo, yo no sé cuál es Congreso y cuál Santiago del Nuevo Extremo, son iguales. Y si los veo en fotos, apuesto que son iguales, tipos altos y con barba”. Para que estas palabras fueran impresas y llegaran al público, había que contar con recursos y el financiamiento de la publicación salía por completo de las arcas del Café. Sin embargo, hubo algunos visionarios que pusieron en acción lo que, después, sería una práctica en el mundo de los grandes recitales: el esponsoriado. En la lista está, en primer lugar -desde el número inaugural de esta nueva era de la revista- Pisco Control, que había partido poniendo publicidad en los programas mensuales, junto a las marcas, de la misma casa, Seagram’s 100 Pipers y Viña del Carmen; la tienda de objetos Boga, el clásico restaurante de comida
chilena El Caramaño; Pic Gráfica; El Arco Iris Azul, bar restaurante; las agencias de viajes Inti y Aconcagua Viajes; Ña Matea, con sus empanadas y otras sabrosuras; más dos avisos de autoapoyo para los bares La Brújula del Teniente Bello y La Cueva, ambos de la familia. Pese a su encanto y éxito, la vida de La Punta del Cerro fue efímera. Su editor y redactor permanente, el poeta Víctor Hugo Romo, explica el cierre, tras el número 24, de julio de 1990. -Nos costaba trabajo y recursos, tiempo y dinero hacerla. Cerrar el diseño y redacción antes de tal fecha y mandar a imprenta a tal otra, para empezar el envío por correo antes de... obligándonos a tener pre producida la parrilla de artistas con harto tiempo de anticipación; elegir quién va en la portada; cuál será el número fuerte del mes... hacer las entrevistas.... entre un director (Mario Navarro), un fotógrafo y diseñador gráfico no digital (Mario López) y un editor-escritor (yo), todos sin descanso ni tregua... Queríamos, o necesitábamos, parar un poco, ya que no podíamos crecer: contratar otros redactores, periodistas, crecer en páginas... Humildemente, reconocimos que ese era nuestro límite, nuestro techo. Lo que sigue es la reproducción de fragmentos escogidos, mes por mes entre julio 1989 y julio 1990, de esta publicación que se adjudicaba la certeza de decir “la verdad sin misericordia”, como declaraba su epígrafe, y que supo informar sobre los estelares del mes, pero también incluir
poesía, política, comentarios de discos, críticas a espectáculos sucedidos fuera del Café y menciones a iniciativas de otros locales. Todo en apretadas ocho páginas.
Agosto
Julio 1989
“No le gustan los osos. “Carolina de Mónaco los lleva cada año a Montecarlo. Se pasean por europa [sic] y los países libres. Son el espectáculo circense más grande del mundo. Estaba todo listo para sus funciones en Chile. Más de cincuenta artistas y setenta animales en escena. El secretario del interior dijo que sí. Pero él dijo NO!... fue suficiente. El secretario del exterior se echó la culpa y el Circo de Moscú no pudo entrar a nuestro país. Respetable público, el domador le teme a las fieras”.
La primera editorial parece escrita en noviembre de 2021: sequía y contaminación (“o bailamos todos la Danza de la Lluvia o lisa y llanamente instalamos casetas con respiraderos de oxígeno en el centro de la ciudad”) y elecciones de parlamentarios y presidente: “los candidatos ya mandaron a imprimir sus tarjetas de visita como eventuales diputados y senadores. Para que todo funcione, alguien tendrá que cruzarse la tricolor en el pecho y de eso nos encargaremos los ciudadanos. Viva la República!!”. Las páginas centrales estuvieron dedicadas a un personaje muy importante en el Café, Carlos Díaz Luna, el sonidista que más tiempo permaneció en el local. Afirmaba en la entrevista que muy pocas veces un artista había quedado molesto con su trabajo: “Generalmente los que se enojan son los más malos, que por aquí se no se ven muy seguido [risas]. Un mal artista tiene que echarle la culpa a alguien de sus defectos [risas]”. Y, asimismo, confesaba que “de repente” se sentía “agotado”, pero que cuando llegaba la noche, “la hora del recital, me doy cuenta de que para el artista de turno yo debo estar completamente entregado. Me animo y todo sale bien”.
Noticia extra Café, pero no tanto -porque Del Cerro Producciones estaba involucrada- en el número 13:
Como eran los tiempos de la llegada de músicos argentinos al Café, Miguel Davagnino escribió sobre el notable bandoneonista Rodolfo Maderos, Pedro Greene sobre el jazzista Luis Borda y, Rudy Wiedmaier, sobre Luis Alberto Spinetta: “escapa absolutamente a los esquemas tradicionales en que se entiende a un tipo que escribe canciones. No hay un rumbo definido, no hay preguntas inútiles ni estribillos para impresionar a alguien. Solo un paréntesis de signos, música y palabras que hablan siempre de otros idiomas, de otras ciudades imaginarias y sueños que algún día serán algo así como la canción total. Mientras tanto, Spinetta prosigue imperturbable iluminando una zona desconocida del alma. Alma de diamante”.
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Editorial de anticipo A siete años de nuestro nacimiento hemos decidido mirar hacia delante, que es otra forma/ de soñar.
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Por las anchas alamedas pasará el Metro, como de costumbre. El hombre libre viajará en los vagones de ese Metro. Los carabineros dirigirán el tránsito en las esquinas ciudadanas y, a veces, golpearán las puertas de nuestras casas para preguntarnos “¿todo está bien?”. El Cine-Arte ocupará casi la totalidad de la cartelera y las malas películas se podrán ver en alguna sala del nuevo underground. La palabra gratis no será una ofensa para nadie y la Salud Pública atenderá con la mejor de sus sonrisas al usuario que la requiera. Habrá paz. Será casi fome, porque los derechos humanos se respetarán y los diarios publicarán a grandes titulares noticias que no llamarán mayormente la atención del ciudadano común y silvestre. Moriremos de muerte natural. Se bailará y cantará sin permiso, y nadie pedirá perdón por sus poemas. La próxima Carta Constitucional será redactada con un nuevo lenguaje, en el que ya se encuentran empeñados los poetas de hoy. El grupo Congreso será invitado estelar al Festival de Viña y Los Prisioneros pensarán seriamente en cambiarse de nombre. Fulano viajará al Festival de Jazz de Berlín, y De Kiruza al Festival Latino de Nueva York. La contaminación ambiental será solucionada por el Gobierno Central, y la Deuda Externa que se pagará será la contraída con la Solidaridad Internacional. Seremos campeones mundiales de fútbol y Sede de los próximos Panamericanos. Ninguna calle se llamará Dictadura, y el nombre de los ausentes quedará escrito con tinta indeleble en este Nuevo Corazón que se ha puesto de pie y ha comenzado a caminar.
El hermoso poema editorial de Víctor Hugo Romo para recibir septiembre de 1989, un mes preñado de esperanza.
Septiembre El mes del cumpleaños número siete del Café fue, por decirlo suave, un mes en que la esperanza se había tomado los corazones y las calles. Más de medio Chile estaba seguro de que la alegría llegaría con las primeras elecciones presidencial y parlamentarias post dictadura, el 14 de diciembre de 1989. La Punta del Cerro no podía quedarse atrás, y el poeta/ editor le sacó lustre a su oreja para escuchar a su musa que, vestida cual Mariana de Francia, anunciaba una nueva revolución con lápiz grafito y voto. Léase la editorial en frente recordando que esto es anterior a las olas feministas, así es que donde dice “hombre”, ponga voluntad y lea “ser humano”. El número venía cargado al contenido, así es que en sus páginas centrales aparecía, quizá con una mala decisión de colores para el fondo y las letras, un cuento inédito del uruguayo Leo Masliah, Elecciones en Papolandia, regalo de la editorial Levrero&Cia. Páginas antes, anunciando el regreso de Luis Pippo Guzmán al trasnoche, eran descritas esas funciones: “Todos los fines de semana, terminada la actuación del grupo o solista estelar, comienza un espectáculo en cual junto a la música nunca deja de estar presente el humor. Y no es cosa que la risa sea el postre de ningún plato. Pasa que cuando
baja el sueño hay dos posibilidades: o se pone a dormir soberanamente o se entretiene con un espectáculo de verdad”. Y una carta llegada desde Talcahuano hacía notar otros problemas gráficos de la publicación. Decía la pluma de Kena Betanzo: “Creativos de la Punta del Cerro, ustedes tienen poco aire limpio y lo dejan notar en el programa. ¿Por qué no dejan respirar los textos? Incluso pienso que se están ‘caldeando el mate’ para tener más información que no es necesaria. Tal vez empiecen a rellenar no con horóscopo sino con algún espacio para la señora Zulma. Creo que hay muchos bloques y letras dando vuelta, parece esas vitrinas de turcos que las llenan hasta el techo para vender más”. Octubre Al mes siguiente, y desde Puerto Montt, volaría por el correo de las brujas (así declaraba la revista) una entusiasta respuesta a Talcahuano, en forma de apasionada defensa casi anónima. “Me gusta el entusiasmo con que la escriben (...). Se explica y justifica entonces la ansiedad del lenguaje, el tumulto y avalancha informativa, la opinión y descripción que caza y devora la escritura, el poema editorial volante, la agenda musical, poner al día 7 años de labor relegada al pie del cerro que cercó la dictadura.
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Gracias por el sueño realidad, por la cultura, por el trabajo consecuente, por la Punta y el despuntar de un nuevo día que por lo visto parece mar de banderas, de colores, de gente, de sonidos. Septiembre, 18, 89. Desde Puerto Montt, una virgo”.
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En las páginas centrales era publicada una entrevista a Luis Le Bert y Jorge Campos, a diez años de la constitución de Santiago del Nuevo Extremo, grupo icónico que estaba, temporalmente, disuelto. ¿Las causas? Responde Luis: “un poco falta de plata, lo difícil de mantener un grupo y el mismo desarrollo de cada uno, nos llevó a la ruptura. En estos años nos hemos vuelto a juntar para tocar en ocasiones muy especiales. Algo así como un matrimonio que se separa y que cada cierto tiempo se vuelve a reencontrar para conversar, quizá para hacer el amor, o simplemente para escucharse. El grupo sigue siendo una cosa muy fuerte para cada uno de nosotros. Es que uno pone mucho de su vida en lo que hace”. Y Jorge, agregaba: “Que Santiago del Nuevo Extremo ya no exista es solo un detalle. Lo que se hizo ya tiene su valor tanto para nosotros como para el público que nos eligió. No me di cuenta de que algo se estaba terminando. Más bien estaba concentrado en lo que venía: Fulano. También participo en Congreso. No hay nostalgia. Solo una gran alegría de haber crecido”. También estaba el relato de cómo, a mediados del mes anterior, el Café había echado la “casa por la
ventana” en una fiesta de cumpleaños, animada por una banda de salsa y otra de rocanrol. “Globos de colores, torta para todos, bar abierto, empanaditas por cierto, nutrieron la noche de septiembre. Si alguien faltó, nadie lo echó de menos”. Consignaba la presencia de “estrellas y aerolitos de la taquilla nacional” y cerraba contando que la jarana había durado hasta las 3 de la madrugada para dar paso al descanso en tranquilidad, porque “esa noche no hubo platos ni vasos rotos que lamentar”. Noviembre Abrió el número Pablo Herrera, definiéndose “como indefinible. En mí hay un permanente cambio. Mi trabajo evoluciona y se desarrolla en un grado de madurez que me tiene conforme. En esto hay avances y retrocesos, pero el resultado es positivo”. Y lo cerró una encuesta: “Buscando al canalla. Ranking de la impopularidad o los tristemente célebres”. “En el fragor de la lucha electoral, con debates y rencillas intestinas, chaqueteo y chasconeo a granel, patadas en los tobillos y todo eso, la gente de la música también tiene su opción. No lo negamos: buscamos al canalla (o si hay muchos, al más canalla). Un poco en broma, un poco en serio, porque así tiene que ser. Se trata de relajar el músculo de la seriedad y poner
en movimiento nuestro ánimo risueño para los días que vienen”. Resultados, en el número siguiente. Demostrando que no por ser un local con fines de lucro iban a ignorar a otros espacios de música y creación, anunciaban el Encuentro de Cantautores, Compositores y Músicos del Canto Popular, organizado por La Casa de los Músicos, Radio Umbral y Taller Sol. Con carácter no competitivo, presentaría cada mes a diez artistas, en sesiones semanales en vivo y con entrada libre, en La Casa de los Músicos, que también estaba en Bellavista, las que serían grabadas y transmitidas por la mítica y combativa radio Umbral. Diciembre Tal como estaba prometido, la revista encontró al canalla. “El concurso fue peleado. No dejó títere con cabeza. Muchos nombres aparecieron como los tristemente célebres. La pregunta fue simple: ¿quién es el chupamedias, el piérdete una, el amigo del régimen, el que cantando mata y tocando es un espanto? “¿Cuál es el cantante, hombre o mujer, joven o viejo, más insufrible de estos 16 años? “La respuesta no fue fácil, pero no se hizo esperar. “Cientos de cupones nos llegaron a la redacción. Hoy tenemos ganador. MIGUEL PIÑERA!!!
“Recibió una arrolladora y elocuente votación. No habrá segunda vuelta. Por unanimidad y doblando en puntaje a su contendor más cercano, MIGUEL PIÑERA vence el concurso VOTO A LA IMPOPULARIDAD ’89”. La votación había arrojado 366 sufragios para él, 154 para Patricia Maldonado y 150 para Pachuco. Curiosamente, y aunque no eran conocidas sus dotes musicales (pero sí las otras), aparecían Jaime Guzmán y Hernán Büchi acompañando a otros perdedores: Gloria Simonetti, José Alfredo Fuentes, Álvaro Scaramelli y Ginette Acevedo. En otras secciones, el cantautor Cristián Rosemary analizaba la situación de la música en las radios y la periodista Amparo Lavín escribía sobre La Negra Ester, aclamada obra de teatro, adaptación de un texto del Tío Roberto Parra, que terminaba su histórico ciclo en la explanada de la punta del cerro Santa Lucía, después de recorrer desde Puente Alto hasta Manchester, desde Punta Arenas a Glasgow. Enero El fantasma del Festival del Barrio Bellavista -fallecido violentamente al finalizar su versión anterior y después de haber sido un éxito desde 1985- llegó a clamar justicia a las puertas del Café del Cerro y su editor salió a buscar al culpable del Crimen en Bellavista y dilucidar ¿Quién mató al Festival?
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“Grabadora en mano, con un lucky en la comisura del labio y con aires de reporteros al borde de un ataque de nervios, salimos una noche a recorrer las 23 calles, 2 avenidas, 18 pasajes, 4 calles sin salida y el millón de atajos que tiene este barrio de Bellavista enclavado a los pies del San Cristóbal, célebre en el mundo entero por su gente tan gallarda, soberbia y belicosa, pero más famoso aún por su Festival. A poco andar, dicho Festival se transformó en un paseo interminable de público y comerciantes, artistas y policías. Hoy el Festival ya no se realiza. Los más afectados han sido el público, los comerciantes y artistas del lugar; los más felices, los vecinos”.
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Siguiendo el principio periodístico de entrevistar a todas las posturas sobre un problema, la Punta conversó con dueños de locales -una librería, una botillería y un restaurante- y con los dos representantes de las partes que se habían enfrentado en la prensa. Jaime Meneses, gerente de la Corporación de Amigos del Arte y vicepresidente de la Corporación Cultural del Barrio Bellavista, principales organizadores de la iniciativa, decía: “la dinámica propia de esta iniciativa fue cobrando dimensiones insospechadas para nosotros; las calles circundantes e interiores se fueron llenando de vendedores ambulantes cuyo control se hacía imposible. El desborde se acrecentó por la llegada de elementos filodelictuales y también por el ánimo beligerante de muchos jóvenes que rechazaban la presencia policial de la fuerza pública. Recordemos que fue
una época de fuerte explosión social. Los vecinos, organizados a través de la Asociación de Residentes, manifestaron, como es natural, su preocupación, que por cierto nosotros compartíamos. Pero uno de sus miembros, el señor Mario Baeza, nunca vino a plantearnos ni sus inquietudes ni posibles soluciones. Solo se remitió a levantar polémica en los diarios”. A ello respondió el aludido Mario Baeza, de la Asociación de Residentes del Barrio Bellavista, presidente de la Corporación Arrau y del Grupo Cámara Chile: “[el Festival] se ha constituido en una de las mayores equivocaciones, mejor dicho, aberraciones culturales perpetradas en Chile en los últimos años. Sus organizadores y patrocinadores, con recta intención, no lo dudamos, entraron en esta aventura, pensando solamente una idea que les pareció original y que atrajera muchos visitantes, sin averiguar antes cuál podría ser el pensar, el sentir y el sufrir de los residentes. Tanto los organizadores como los municipios que los autorizaron y los vecinos que los toleraron se vieron sobrepasados por la realidad que les mostró la calle. Se había invitado a un Festival de Arte en cinco o seis lugares que toleraban en su totalidad no más de ochocientas personas y acudieron 60 mil. Fue como calzar un pie del 42 en un zapato del 37”. La iniciativa se transformó en un Festival Musical de Otoño, netamente de interior. Pero el Barrio Bellavista cambió. Y no necesariamente para bien.
Dejando de lado esa disputa, una nueva encuesta, ya con mirada de reconocimiento positivo, se había instalado: “encontrar al Solidario. Al que sin tener buena voz cantó en la población o en la calle, en el sindicato o en la comisaría, en la barricada o en su casa. El que estuvo en ‘todas’, levantando el ánimo, cantando por la libertad y la democracia. Ese que nunca cobró un peso y apenas le dieron para la micro. El que hizo de la guitarra su arma de lucha, su caballo de guerra, su razón de vida”. Candidatos hubo en el número siguiente. Febrero
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Aunque programaron espectáculos especialmente para quienes permanecían en Santiago y no estaban interesados en el Festival de Viña, la revista dedicó las páginas centrales a las opiniones de una serie de próceres sobre su existencia. Hablaron, para bien y para mal, aunque más para esto último, la cantautora Cristina González; el baterista de Fulano, Willy Valenzuela; Juan Valladares y Patricio Lanfranco de Amauta; Francisco Sazo, solista de Congreso; el cantautor Hugo Moraga; la compositora Scottie Scott; el bandolero Ismael Durán; el solista y líder de De Kiruza, Pedro Foncea; Jorge Coulon, integrante de Inti Illimani (que no se había dividido aún); el poeta rockero Mauricio Redolés y Nelson Schwenke. Siguiendo con la buena onda hacia los locales que formaban la noche cultural, la poeta Tatiana Cumsille tuvo su espacio para celebrar los tres
años del Garage Internacional Matucana 19, uno de los más notables reductos de la vanguardia criolla. Escribía: “Entre los hechos más importantes del año que pasó se cuentan el derrumbe del Muro de Berlín, el triunfo de la oposición en Chile, y el tercer aniversario del Garage Internacional Matucana 19 [que] ha sido uno de los espacios más democráticos de estos tiempos, por el que han pasado los que no pasan por ninguna parte y los que sí pasan. Es así que este sitio ha abierto sus puertas a los grupos artísticos más subterráneos del andergraun capitalino (en todas las disciplinas): a los Fiscales Ad Hoc, y los desaparecidos pero nunca olvidados, Jorobados; a las Tres Mil Mujeres del único evento feminista del país, a todo tipo de acto político contingente; y también al Supermán Christopher Reeve (...) que vino a Chile en representación del gremio norteamericano para apoyar a los actores chilenos amenazados de muerte. (...). Saludamos a Jordi Joret y a todos los responsables del Garage Internacional, agitando nuestro pañuelo blanco antes de abordar el tren de los tiempos que comienzan”. Y si es por continuar, continuaba la búsqueda del Solidario, ahora con nombres. “Póngase la mano en el corazón y díganos quién ha sido el artista más solidario de estos últimos 16 años ¿Quién es ese que se peló la garganta por cantarle a la libertad? ¿Cuál de todos los artistas chilenos es el que estuvo en todas las paradas, levantando el ánimo, cantando en la calle, en la comisaría, en la barricada, en la
población?”. Aparecían en los primeros lugares (en ese orden) Jorge Venegas, Flopy y César Seguel. Otros nombrados fueron: Transporte Urbano, Mauricio Redolés, Ismael Durán, María Eugenia, Nino García, Pato Valdivia, Olivia Oñate, Rebeca Godoy. Ninguno muy asiduo al Café, lo que probaba que los asistentes al local seguían la pista a todo el espectro contestatario. En los números siguientes... nadie pareció recordar la necesidad de cerrar con un triunfador este concurso del que, por cierto, todos los nombrados debieron haber sido ganadores. Marzo La consigna del mes era Seguimos cantando cuando amanece el día. No empezaba cualquier marzo. Empezaba otra vida. Lo que sigue es, inextenso, el artículo central de este número dedicado a quienes componían la programación del mes. Resulta ser una panorámica del mundo de la canción consciente a comienzos de los 90. No están todos los que eran y la vida demostró que no eran todos los que estaban... pero valga esta mirada a la impresionante cartelera que proponía el Café. Por ello, y por la buena pluma, va completo. (Las negritas son de esta autora; en el original, los nombres van en mayúsculas). “Inagotables, seguimos cantando; incandescentes, seguimos alumbrando el día que nace. Para
bienvenir la democracia, cantamos. Para no olvidar, cantamos. Y lo hacemos en este mes tan particular. Un mes en que todo comienza verdaderamente. Se acaban las vacaciones, comienza el laburo, el campanazo escolar anuncia otra jornada y el tren de los tiempos nos hace arribar a una nueva estación: la estación de la dignidad y la libertad. “El tren de los tiempos no se detiene jamás (notas a vapor). “¿Están todos arriba? ¿Falta alguien en este viaje? Bueno, entonces gritémoslo fuerte: ¡Bienvenidos al tren! “En los primeros vagones viajan Hugo Moraga y Rudy Wiedmaier y no vienen solos. Porque recordar es también viajar, el recuerdo se llena de personajes, personas, momentos e instantes, fugaces momentos de otros tiempos. Recordar, por ejemplo, a Moraga cantándose un solidario en la Peña de Acevedo, San Diego abajo, mientras Wiedmaier seguro estaba tomando lecciones a cortísima edad para luego comenzar a decir lo propio sentado y a pura guitarra a los pies del San Cristóbal, ese mítico cerro de cuya existencia ya nadie duda. “Ahí estuvo Rudy a principios de la década, guiñándole un ojo a la Catalina que caminaba por Pinto Lagarrigue en busca de un asomo de identidad. Todo pasando en esos años. Pasaba la Cecilia Echenique por los escenarios de la parroquia universitaria, y nos dejaba una canción en los encuentros de juventud y canto. Una
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canción que bien pudo ser del Pelao [Eduardo] Yáñez y que nosotros supimos guardar como quien defiende un territorio liberado. Eso fueron las canciones en su momento: paraisitos de gloria. Plena época del Canto Nuevo, que era como sacarle la lengua al tirano diciendo ‘aquí estamos, cantando de nuevo’. “Así fue la cosa en los días de la ira. “Por eso recordamos con cariño a Eduardo Gatti emprendiéndolas de cantor solista, y todos nosotros aplaudiendo su llegada y la despedida inconclusa de Los Blops, camino a la inmortalidad. Seguro que la Catalina Telias no era más que una chica de barrio por aquellos días. Cuándo íbamos a imaginar que la bella se vendría a instalar en el corazón mismo del éxito, deseo pagano de todo creador. “Tiempo loco ese del setenta al ochenta cuando Gastón Guzmán (Quelentaro) llenaba teatros y vendía miles de discos que promocionaba una línea de taxis colectivos. A ningún funcionario de la cultura administrada oficialmente eso le importaba. Ni un pepino. Porque el canto fue más subterráneo que el Metro, y las anchas alamedas estaban vedadas para los libres y autónomos seres de ese instante. Fue cuando en Alameda 151 el jazz salía por las ventanas de un Kaffé que bien pudo haberse escapado de una película alemana de la Segunda Guerra. “Pero un viaje tan largo como este no sería nada sin la presencia de un Compañero de Viajes,
que le ponga raguma al chac-chaca y nos haga sentirnos menos viles en este mundo de búfalos. Chilenos a mucha honra este grupo se las trae, será cosa de verlos y oírlos a dos años plazo, si no antes. “Los trovadores vinieron a cortar en dos la república del silencio; vino, entre otros, Eduardo Peralta, el hereje mayor, cantando lo suyo y lo de otros que bien bailan en las piras de la inquisición: Brassens, Serrat y Masliah. Y no bastando con los nativos, llegaron también refuerzos de otras latitudes: así llegó Gervasio directamente desde su uruguayo Montevideo y se subió al tren con un aforismo árabe en los labios: ‘no importa dónde se nace, sino donde se lucha’. “Pero hubo que decir las cosas por su nombre, entonces aparecieron los Sol y Lluvia que con ritmos movedizos llamaron pan al pan y vino al vino. Y como de ritmo se trataba, Sol y Medianoche se anticipó a hacernos bailar las canciones de la legendaria e inolvidable Violeta Parra. “La canción chilena como en un cambalache: todo revuelto, vimos llorar la biblia junto a un calefón. Así fue, que no nos cuenten historias. Y si alguien lo quiere hacer, ese tiene que ser Jorge Yáñez, porque se las vivió todas. Cómo no recordarlo en los recitales Nuestro Canto, cada lunes a eso de las siete y media de la tarde, interpretando su preciosa versión de la Oda al hombre sencillo del poeta Neruda. Cosa de imaginarlo al Yáñez bailando su Roto Cuequero en el tablado de un sindicato
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o donde fuera dable hacerlo. Sin treguas, risas y llantos, como en el Gracias a la vida. “Y esta historia de trenes y de lluvias se repetía simultáneamente en todo el país. Igualito que ahora. Todo pasando. Por ejemplo, en Valparaíso con los Ensamble, que ya grabaron su primer larga duración y destacan como de lo bueno que tiene el jazz fusión. Y en ese mismo puerto todo pasando con los Congreso, que ya están a punto de cumplir los 21 de edad y ninguna arruga en el alma. Los mismos que empezaron a tocar con baterías hechas con latas de caramelos, pero transformados en gigantes con su trabajo musical. Cosa de escucharles su Para los arqueólogos del futuro.
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“Luego, un poco más cerca de estos días, tendría que llegar el grupo De Kiruza, con un discurso rítmico y musical que bordea la marginalidad y lo popular, sumergiéndose a cada tanto y emergiendo de nuevo con un sonido en permanente desarrollo. Hubieras visto aquella tarde en que Rojas y Foncea se unieron para decir ‘algo está pasando y huele mal’. “Y de verdad, la cosa estaba hedionda de fea, insoportable a no ser por el baile y la jarana altiplánica que se trajeron de Arica los Arak-Pacha. Falta en ese viaje su toque andino, y ellos supieron traerlo y llevarlo por medio Chile. Pero no duraría el acoso. A mediados de los ochenta surgió desde la rabia misma, desde la incredulidad y la felicidad militante, un grupo que tuvo y tiene la gracia de
tocar al son de nuestra rítmica cardíaca: Fulano, de lo mejor, música de vanguardia cantada sin ninguna misericordia. Y un poco antes habían llegado los Huara. De Los Andes a la ciudad se vinieron para quedarse. Primero acompañaron a Titi [Osvaldo] Torres y luego, solitos, como dios los trajo al mundo, las emprendieron con un primer cassette [sic] que Alerce les publicó sin mayores trámites y que ellos se han encargado de enriquecer hasta ahora, con un tercer título. Notas altas en la música chilena. “Y a propósito de chilena, también ha viajado en este tren Isabel Aldunate, cantándole El Palomo a los integrantes de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos por el 78. O más tarde, sacándole el jugo a las canciones del Chere [Desiderio] Arenas en la capital de la Unión Soviética. “En fin, época dura la de esos años, donde hablar de árboles era casi un crimen, porque suponía callar sobre tantas injusticias. Sin embargo, también surgieron hijos del silencio, Pablo Herrera, uno de los mejores, con voz y auditorio propio, siempre dispuesto al flujo comunicativo entre los suyos y los ajenos. “Sin tregua sigue este viaje, así como llegó Mauricio Redolés ese junio de 1984 a depositar en moneda sonante su cuota de desparpajo y desenfado a la cuenta bancaria de nuestra esmirriada esperanza. Llegó justo a subirse por el chorro que la dupla Cohen y
Brodsky [Gregory y Roberto, respectivamente] inauguraron en los mejores días de la lucha universitaria. Así llegó Redolés con unos cuantos poemas de cuatro filos, y varias canciones de tradición rocanrolera. “Y vamos llegando a los últimos vagones, que son los primeros. Porque entre los primeros estuvo Chamal, bajo la doble dirección de Chávez y Chamorro [Hiranio y Jaime], bailando y cantando desde un principio la chilotada que sirviera de sahumerio para espantar los malos espíritus en el reino del Gran Tuerto. “Así seguimos viajando para detenernos un momento en la estación de la música moderna y nombrar de paso a los Trifusión, jazz moderno para los tiempos que corren. “Vamos llegando y volviendo al mismo tiempo, para eso contamos con la relatividad de los absolutos. Nos vamos despidiendo de este vagón del Tiempo Nuevo en que Payo Grondona, sin su banjo, se pasea como entre sueños, por los aires de estos tres Chiles posibles: el ‘antes de’, el ‘después de’ y el ‘ahora’. “De todos los pasajeros que nos queda por mencionar, aquí está Luis Le Bert, el cantautor que hizo salir el sol una mañana del Santiago oscuro, no hace tanto tiempo, cuando la noche entera se nos cayó encima del cielo y las estrellas nos juraron seguir alumbrando, como un homenaje, simplemente”.
Abril Aunque todos los músicos que aparecen en este número merecían el destaque, sin duda el que más lo ameritaba, por lo inédito de su actuación para todo el país, era Edgardo Riquelme, el guitarrista del Nacional, como rezaba la entrevista, cuyo comienzo era el siguiente (para recordar ese momento insigne). “Para quienes asistieron esa tarde del 12 de marzo al Estadio Nacional, o vieron por televisión el acto celebratorio de la Asunción del Mando, varios hechos y situaciones quedarán por siempre en la memoria. Imágenes inolvidables de un día especial: la bandera gigante desplegada a lo largo y ancho del recinto deportivo, el pianista Roberto Bravo tocando un tema de Víctor Jara, la niña que entregó una ofrenda-compromiso con los derechos humanos al nuevo Presidente, y la interpretación de la canción Gracias a la vida por parte de la Orquesta Sinfónica de Chile, el coro Polifónico y el guitarrista Edgardo Riquelme, quien improvisó un inquietante solo de guitarra eléctrica en medio del ritual sublime y ceremonioso. “Riquelme, vestido de gala informal y luciendo una vistosa barba y pelo largo, se puso de pie y tocó una larga estrofa punteando su Casio último modelo y estirando las notas musicales sin que nadie cupiera en el asombro. Autoridades, público y periodistas guardaron riguroso silencio. Luego, cuando finalizó el tema, todo el mundo aplaudió a rabiar, mostrando unánime complacencia con
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esta aventura, imaginada por Jaime de Aguirre, director del espectáculo, y llevada a cabo por este guitarrista chileno, uno de los mejores, a juicio de los entendidos”. (Quien quiera recordarlo, puede encontrarlo en el minuto 1:25:30 del video de la ceremonia, en www.youtube.com/watch?v=ysklziDI0II). Mayo
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En medio de toda esa algarabía, la mala noticia. ‘Como de un rayo’ se había muerto John Smith, valiente hombre de radio, escritor y compañero de tantas aventuras en la lucha por la recuperación de la democracia y con la propia gente del Café. “Estamos congojados: nos hemos dado mutuamente la noticia y cada vez nos volvemos a asombrar. Sabiendo que es así la cosa, nos asombramos rebeldemente, con soberbia impotencia. A este viajero que parte nosotros lo conocimos, fuimos testigos de su existencia y cómplices de sus muchos sueños. El misterio de las cosas consiste en ningún misterio. Y nos duele profundamente este misterio, ante el cual solo nos queda el dolor inmedible que sentimos y nuestro propio estupor frente al vacío. No podría ser de otra manera, porque así somos de únicos e irrepetibles. “La muerte jamás te borrará de nosotros, viaja tranquilo y feliz, porque todo lo someteremos a una nueva lectura que el tiempo, cauteloso como es de
nuestros actos, nos ofrecerá a la vuelta de cualquier esquina de esta ciudad, cuyas flores han comenzado a brotar nuevamente, definitivamente”. Aparecía en ese número también la segunda de las entregas biográficas a falsos notables de la música, escritas por un tal Michigan (que no era otro que el propio Víctor Hugo Romo), quien se refocilaba inventando personajes para desvelo de serios historiadores. Junio Aunque faltaba rato para que el Café se convirtiera en recuerdo, algo había en este número que lo presagiaba. Quizá el nostálgico texto firmado por las iniciales ELLM, que algunos podían leer como Eugenio Llona Mouat. Quizá la insistente petición de que el Café contuviera una sala de baile, proveniente de las opiniones y peticiones del público, o la foto de la próxima invención de la dupla Mario/Maggie, la casa de Varadero, que sí era una salsoteca con música en vivo. Algo insinuaba, sin palabras, lo que estaba a poco de un año y medio de suceder. Julio 1990 Risas, mujeres y barrio fueron la tónica de este último número: la presentación de Los Pintamonos -Juan Carlos Palta Meléndez, Ricardo Meruane y
Óscar Olavarría- y sus locuras humorísticas, y de las ocho cantauroras y cantoras de un ciclo que doblaba en apuesta al realizado con anterioridad para mostrar la creación con alma femenina, se mezclaban con la entrevista a un histórico de Bellavista, Alfredo Acuña, dueño de la Galería del Cerro que, además del nombre y el espíritu, nada tenía que ver con el Café. Pero un nuevo obituario ponía el homenaje y la pena: otro hombre de radio y excepcional gestor se había ido. Ricardo García -Osvaldo Larrea, según el Registro Civil- no solo se inventó un nombre: creó un estilo de hacer radio, le dio micrófono a Violeta Parra, nombre y espacio formal a la Nueva Canción Chilena y se arriesgó al seguir apostando a la música con contenido en plena dictadura, con la creación y mantención del sello Alerce. “Quienes fueron sus amigos o estuvieron más cercanos a su actividad sin pausa, dedicada a
la música, al arte popular, coinciden en señalar que más que seguir pensando en lo irreparable de su partida, a él le gustaría que se continuara trabajando en lo que fueron sus ideales. Y que seguramente no serían de su mayor agrado los artículos con frases grandilocuentes para recordarlo. Más que nada, la gracia estaría en que se siguiera cantando, se revivieran las grandes noches del folclore, del canto nuevo o de todo el canto que represente vida, que esté ligado a la tierra y a los hombres”. Y sin más que presentar la cartelera del mes, que fuera de las ocho mujeres -Catalina Rojas, Mariela González, Carmen Prieto, Rosario Salas, Norma Medina, Isabel Correa, Renée Ivonne Figueroa y Jackie Jungue- y los tres humoristas ya mencionados, anunciaba a La Ley, Fulano, Mariana Prat, Luis Pippo Guzmán, Felo y su hermano Nene, La Punta del Cerro hizo mutis por el foro para siempre.
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puertas adentro/puertas afuera
El Barrio Bellavista tenía un pasado jaranero, que los años 80 resucitó en una nueva variante artística y gastronómica.
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Parte de los extramuros de la ciudad, más allá del río, era el sector pecaminoso del siglo XIX, donde estaban las chinganas a las que Diego Portales (pese a su fama de austeridad y de mano dura) recurría para pasar los malos ratos que le daba la política, aunque -haciendo honor al proverbial doble estándar chileno- las intentó erradicar en 1836, siendo ministro del Interior. Era La Chimba (la otra banda del río, en quechua), donde abundaban las casas de caramba y zamba, las quintas de recreo, las peleas de gallo y las carreras de galgos. Dice el Premio Nacional de Literatura Sady Zañartu que “la calle de La Chimba era la actual Dardignac, y tras desvencijados portalones, reinaba en ella una animada vida interior” (Zañartu, 1975). Luego vino la calma de grandes casonas, patios serenos. Tras años de tranquilidad y paz, Bellavista volvió a la fiesta a fines del siglo XX, primero de
modo controlado y luego saliéndose nuevamente de los márgenes. El arquitecto y escritor Miguel Laborde hace notar cómo el Café fue el principal pivote del cambio de sentido del barrio, en su artículo Al medio de Bellavista (Actividad Cultural, El Mercurio, 21 de marzo de 2004: “Residencial, oculto, dormitó hasta los años 80, cuando el matrimonio de Mario Navarro y Marjorie Kusch se atrevió a abrir el Café del Cerro, logrando su despertar artístico con eventos musicales a los que se sumaron las exposiciones de los Amigos del Arte, las mesas de la Dulcería Las Palmas, con lo que incluso lugares muy tradicionales que ya languidecían -como el Venezia- lograron resucitar”. Dan testimonio de su época de bohemia artística iniciativas posteriores que buscaron dejar huella de los días culturales del barrio, ya idos, como los mosaicos de ocho artistas nacionales sobre los que escribe Criss Salazar en su blog Urbatorium: “En las aceras de la cuadra entre Purísima y Ernesto Pinto Lagarrigue, por ahí donde estuvo
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El Barrio Bellavista en la interpretación de Eduardo de la Barra y Jorge Montealegre. Publicada originalmente en la sección Sentido del Rumor del suplemento Buen Domingo del diario La Tercera (recorte sin fecha, gentileza de Jorge Montealegre).
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Mosaicos en las vereda de Ernesto Pinto Lagarrigue y Antonia López de Bello. 1 y 2: En demolición, Andrea Casanova Pérez 3y 5: Rumbo al Norte, Benito Rojo 4: Placa identificatoria mosaico Benito Rojo 6 y 7: Red urbana, Federico Elton 8 y 9: Frutos del país, Roser Bru 10: La fortuna de encontrar, Susana Larraín 11: Placa identificatoria mosaico Susana Larraín 12: Reflejos, Cristián Avelli (Fotos tomadas para el libro por gentileza de Antonio Ríos Torres).
el célebre ‘Café del Cerro’ de la intelectualidad opositora ochentera, la Municipalidad de Recoleta hizo colocar en 2006, ocho artísticos mosaicos de piso”. Hay obras de Roser Bru, Ximena Mandiola, Benito Rojo, Andrés Vio, Andrea Casanova Pérez, Federico Elton y Cristián Abelli, algunas de las cuales aparecen en la página de enfrente. El barrio era -para quienes vivieron allí a mediados del siglo pasado- una pacífica caja de sorpresas. Carlos Meckenburg, asiduo del Café: -Yo nací en el Bellavista, en el sector de Dardignac, antes de que fuera el barrio que es hoy. Era extremadamente piola y tranquilo. Podíamos jugar en la calle sin miedo, todos éramos conocidos y nos cuidábamos. No era bohemio, pero sí vivieron muchos bohemios. Fui vecino de Neruda, era común ver pasear a los Quilapayún, tuve de vecinos a Los Jaivas, que vivían en una casona de Santa Filomena; mi vecino del lado era Julio Zegers... en la esquina vivía Hernaldo... no éramos un barrio común. Era un niño, pero no olvido lo lindo que fue, la vida comunitaria, los juegos, los paseos al San Cristóbal, que era nuestro patio de atrás. Los viejos de la Junta de Vecinos eran seres maravillosos... eso dejó su huellita. Pese a la barbarie de los milicos, nos quedó esa cosa a fuego. Cuenta que también había tribus de hippies que se juntaban en las plazas a fumar yerba y escuchar música. -Crecí con ellos. Era un mocoso, pero me cuidaban, nunca me ofrecieron un pito ni copete... fueron mis
hermanos grandes. Era plena dictadura, obviamente. Escuchábamos a Bob Dylan, Eric Clapton y músicos anglos... Salvo algunos argentinos, la música en castellano no existía. Las modas pop, la onda disco y esas cosas aparecieron de un día para otro, pero nosotros seguíamos siendo los hippientos de siempre. Hasta que un día, en un casete grabado caseramente y que ya había circulado de mano en mano, se les apareció Silvio Rodríguez. Y no pasó mucho tiempo más hasta que una joven pareja arrendara una vieja casona que había sido un colegio. Con ellos venía toda la música nueva. Era el comienzo de otra historia. La vida en el Café 1: el día Temprano empezaba la vida. La mamá de Maggie abría la puerta y comenzaba el bullir. Talleristas, staff, proveedores, músicos en busca de una fecha. Siempre había alguien del equipo para atender personas y solucionar problemas. Víctor Hugo Romo era uno de ellos. -En el Café había gente que estaba prácticamente las veinticuatro horas. Gente todo terreno, como el Mario y la Maggie. Había dos horarios de funcionamiento y prácticamente dos equipos. Uno trabajaba de día y otro de noche. O sea, yo me iba cuando llegaba, por segunda vez en el día, la Señora Eliana, y los garzones de la noche, el barman. Trabajaba de las 9 de la mañana hasta las 7 u 8 de la tarde, cuando llegaba el equipo nocturno. Me tocó hacer mucho trabajo
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de producción y estar detrás de las actividades, sin disfrutarlas. Obviamente tenía que ser así: yo tenía familia, el Café era una fuente de trabajo, no era un deporte, ni un hobby ni un entretenimiento. Era una manera de subsistir. Siempre agradezco haber pasado sin estudios, por encima de la pobreza. No haberla vivido torrencialmente gracias a estos ángeles con los que me fui encontrando, entre ellos, Mario Navarro. Era un trabajador del Café. Mi aporte era laboral.
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El movimiento en Ernesto Pinto Lagarrigue 192 abarcaba mucho más que el espacio que ocupaba el salón del Café: dieciocho talleres contenían todo tipo de artistas en la parte del primer piso que daba a Antonia López, y en el segundo piso. El horario, entonces, también se extendía. La sala abría a las 9 de la noche y los recitales, por lo general, empezaban a las 10. Pero el horario de la casa iba de 9 de la mañana hasta bien pasada la medianoche. Y luego venía el turno del nochero: el primero fue Nelson y el segundo, Francisco. Maggie: Llegábamos mi mamá y nosotros dos. Un tiempo tuvimos una secretaria, una chica, no me acuerdo el nombre, que le gustaba a Raúl Aliaga [risas]. Y todos los días la gente estaba ahí, paseándose, paseándose... Cuando había sol, bajaban de los talleres, se tomaban el patio. Mario: Incluso compramos una vez una mesa de ping pong y la gente jugaba... Maggie: ... muy entretenido. Al principio teníamos la oficina abajo, los tres. Después Mario se fue para
arriba. Trabajábamos todo el día. Yo hacía los pedidos, las compras, la cerveza, pagaba la luz, el agua, iba al banco. Mario: Al final, hacían hasta la programación. Maggie: Y todos hacíamos los dibujos, los afiches... Mario: ... los afiches que estaban a la entrada. Maggie: Teníamos un tablero que había quedado de cuando Mario estudiaba Diseño y, cuando había que hacer el programa, nos sentábamos al tablero... Pensábamos que éramos arquitectos [se ríen]. Todos, mi mamá y yo hacíamos los afiches. Además que entraban veinte mil personas todo el día. Entre el taller que te venía a preguntar, la otra que qué había de almuerzo, que llamaban por teléfono todo el día, que venía el que quería cantar... Mario: ... al principio que no teníamos teléfono... Maggie: ... íbamos a llamar al negocio de la esquina para pedir la cerveza, las bebidas. Y llegaban los pedidos, había que ver la bodega y todo lo que eso significa. Empezaban a llegar los empleados, la gente de la cocina. Estábamos todo el día. Y entraba gente, salía gente. Era un paseo todo el tiempo. Las hermanas Kusch, Suzy y Ximena, eran parte de ese ir y venir. Suzy pendiente de los almuerzos en la cocina y Ximena atendiendo mesas. Esta última rememora: -Cuando ellos empezaron con el Café, nosotros vivíamos cerca y toda la gente que trabajaba con Maggie iba a la casa, a almorzar, y de a poquito empecé a trabajar con ella, ayudando. Y así empezaron a pasar los meses, empezó la gente a llegar y me empecé a familiarizar con atender mesas, saberme
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Maggie, Señora Eliana y Mario en sus oficinas del Café (Todas las fotos Archivo Café del Cerro).
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los tragos, los sándwich. Teníamos menú, entonces se repetía mucha gente, gente de oficina y todo era muy cordial; todos nos entendíamos, nos ayudábamos. Mi hermana me decía: ‘tú tienes mucha influencia aquí’ y todo lo que me pedía que hiciera yo lo hacía. Al principio, como todas las cosas, costó. Había días en que no teníamos a nadie, pero ahí estábamos, al pie del cañón y todos los días.
-Éramos como compañeros de colegio que a veces estás atravesado con uno y otras, con otro. Vivíamos todos juntos, todo el tiempo. Entonces un día estábamos cruzados, mi mamá se peleaba con todos y después se amaban. Me acuerdo perfectamente de eso.
Aunque a nadie le costó entenderse con el público -que, en general, eran sus pares- el carácter afable de Ximena hizo que esta relación fuera especial.
Bailarinas, pintoras, músicos, diseñadores, ceramistas. Folclor, Canto Nuevo, jazz. Mucho movimiento en los talleres y las salas de ensayo. ¿Desde el comienzo? Responde Mario:
-Me hice amiga de la gente, así es que fue lindo. A mí siempre me gustó la parte de compartir y ellos me ayudaron mucho, mucho. Es cierto que de lunes a jueves trabajaba sola, atendiendo tanto almuerzo como en la noche. Pero, a pesar de todo, se me hizo y fácil y los años que estuve trabajando ahí fueron muy gratos. La gente, súper familiar. Era rico trabajar en el Café del Cerro. La misma gente que arrendaba piezas también, muy amena. Todos teníamos otra onda en ese tiempo. Fueron unos años muy bonitos para mí. Lo dejé porque quería ser tía de Jardín, siempre fue mi sueño. Estudié Auxiliar de Párvulos y después de cuatro años, dije ‘ya, ya estuve acá, ya le ayudé a Maggie en sus primeros años, que yo creo que fueron bien’, pero también quería tener lo que siempre pensé y por eso salí del Café: porque empecé a trabajar en Jardines con chiquititos. Cada día tenía su afán y en ese afán era imposible que no hubiera roces. Dice Maggie:
La vida en el Café 2: los talleres
-Sí. Pensamos altiro en todos los talleres alrededor de la sala. Fue concebido así. Cuando estábamos arreglando la casa fuimos a buscar a Roberto Lecaros, pensando que él podía poner su escuela de jazz, pero ya la tenía en su casa. La gente empezó a llegar de a poco, mientras estábamos construyendo el Café. Alguien nos arrendaba una pieza y había que pintarla, arreglarla... y llevábamos a los maestros para allá. Para Chamal tuvimos que acondicionar la sala, botar una muralla, forrar con cajas de huevo, poner barras y espejos. Así lo cuenta su entonces director, Hiranio Chávez: -La llegada del grupo Chamal se produce cuando Mario fue a buscarme al colegio Notre Dame, donde ensayábamos en las tardes-noches. Nos juntamos a la salida del ensayo y me comentó que tenía en vista el arriendo de una casa y que si me interesaba ver la posibilidad de ensayar ahí. Llegamos a lo que había
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Marcelo Aedo, bajista (Archivo Café del Cerro) Pintura de Viviana Cerda (Archivo Navarro / Kusch) Prueba de Artista. Aguafuerte de Verónica Rojas Ledermann, ¿Fue adonde a mí me perdieron que logré por fin encontrarme? (1987, archivo de la artista) Nelson Schwenke ensayando en el segundo piso del Café (Archivo Rodrigo Pincheira).
sido el Taller 666 e iba a ser el Café del Cerro. Abrió, encendió las luces. Estaba muy derruido. Me llevó al segundo piso, que estaba derruido también. Y le dije: ‘me quedo con este segundo piso, pero tendrías que hacer muchas mejoras’. Me contestó, ‘ningún problema, las hacemos’. No sé cuánto tiempo pasó, pero no fue mucho y nos fuimos a ensayar allá, bastantes años. Allí di clases gratuitas a actores, estudiantes de teatro, a un grupo musical llamado Los Huasos del Algarrobal. También antes de la inauguración llegaron las pintoras: Alejandra Maturana, Cecilia Cabrera, Mariana Mancilla y Viviana Cerda, quien narra su experiencia:
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-Éramos cuatro pintoras que cursábamos nuestro último año en la Facultad de Bellas Artes de la Chile y estábamos buscando urgente un taller, para poder trabajar juntas y generar exhibiciones. Luego de buscar por distintos barrios, nos internamos en Bellavista. Llegamos a esa calle preciosa, Ernesto Pinto Lagarrigue, y vimos esta casa abierta y que entraba y salía gente. Se nos ocurrió preguntar si tenían algún espacio. Mario nos contó que en el segundo piso existía una sala disponible para arrendar. Curiosamente afuera de esa sala decía Taller 4. Cuando la vimos, nos enamoramos de ella, tenía una vista maravillosa al cerro San Cristóbal, era muy iluminada y amplia. Nos quedamos. Fuimos cordialmente invitadas a la inauguración. Qué impresión ver a todo ese mundo artístico ahí desplegado en ese espacio, que era pequeñito y a la vez inmenso por todo el despliegue artístico que ahí había.
Cerda y Chávez recuerdan el ambiente que se vivía entre esas viejas paredes. Viviana: Era exquisito, tan cálido. La gente era encantadora. Recuerdo claramente a la Eliana, mamá de la Maggie, que era como la relacionadora, siempre estaba ahí. Y este chiquillo que escribía, Víctor Hugo, y Mario. Era como miel sobre hojuelas para nosotras. Teníamos de vecino a Juan Cristóbal Meza, el hijo músico de la Delfina [Guzmán], así es que sonaba un piano muy cerca de nosotros y a una señora que era ceramista. Al otro lado estaba la Magali Rivano con su grupo de danza y, abajo, Santiago del Nuevo Extremo, Arak Pacha. Me hice muy amiga del Patara, que trabajaba muy lindo la totora. Era un ambiente muy mágico, muy encantador. Hiranio: Lo interesante de todo este viaje hacia el pasado es recordar que ensayaron muchos artistas, entre ellos el grupo Arak Pacha. A través mío llegó Magali Rivano, que también tomó su sala de ensayo. Nosotros compartimos con Joan Jara y Patricio Bunster, cuando pudieron regresar. Estaba Sara Vial, parece, con su grupo de danzas antiguas y pintores. Pero no había mucho contacto entre la gente que estaba trabajando, ensayando. Más bien era un espacio al que uno llegaba, ensayaba y se iba a su casa. A excepción de los Chamales, que bajábamos apenas terminaban los ensayos y pretendíamos entrar al Café a las funciones. En cuanto a la interacción, al parecer Hiranio era el único que no se relacionaba con los demás
artistas del local. Cuenta Viviana (y más adelante, muchos más): -Veía constantemente a Eduardo Peralta; tuve el gusto de ver y escuchar muchas veces a la Tati Penna, cuando estaba en el grupo Abril, que tenía esa voz brumosa, de viento del sur. Pude conocer a Schwenke y Nilo, a Felo, al Flaco Robles, al Palta Meléndez. Deambulaban por ahí la Luz Eliana, algunos integrantes del Jappening [con Ja] que eran bien habitués. Me conecté con más músicos de forma cercana. Pasaban muchas cosas en el segundo piso. Y la gente del Café asistió a la apertura de una exposición de las cuatro. -Fueron la Magali Rivano, Pippo Guzmán, Mario con la Maggie, ... y a Mario le encantó una pintura mía. Y bueno, había que pagar el taller, así es que aproveché de hacer ese trueque maravilloso, por varios meses más. El cuadro, de gran formato, preside el comedor del matrimonio en Punta Arenas. Por muchos años los sobrinos estuvieron convencidos de que el pintor era Mario y la modelo, Maggie. Así como se fue corriendo la voz de que los espectáculos del Café eran buenos y el público empezó a llenarlo, también se hizo conocido el arriendo de talleres, porque fue uno de los primeros en ofrecer el sistema. Aunque en distintos barrios había casas que subarrendaban arquitectos o artistas plásticos, como la Caja Negra, en
Irarrázaval, los músicos no contaban con salas de ensayo: generalmente usaban sus propios living o los garajes. Así es que tener un taller en el Café del Cerro era como dar un paso en la profesionalización. Llegaron a tener lista de espera. También desde el inicio estuvo el taller de diseño gráfico de Mauricio Sedaca, Guillermo Araus, Claudio Flores y Claudio González. Eran cuatro compañeros de escuela que estaban haciendo la tesis para titularse como diseñadores publicitarios y, al igual que las pintoras, necesitaban un espacio común. Les pasaron el dato de que en Bellavista arrendaban talleres. Cuenta González: -Era en el Café del Cerro. Hablamos con Mario y nos dijo que sí, que nos daba la oportunidad de estar ahí. Llegamos a un acuerdo, pagamos el arriendo y empezamos a trabajar en lo nuestro. Casualmente ese año, 1983, si no me equivoco, el barrio estaba con un auge cultural y de creación muy fuerte. Había muchos pintores, mucho arte y se palpaba mucho esto. Estábamos felices porque era nuestro ambiente. El taller del Café fue como nuestro hogar; nos levantábamos exclusivamente para ir para allá y estábamos todo el santo día. El barrio ayudaba porque había restaurantes baratos y nosotros éramos cabros que no teníamos mucha plata; aparte de que el mismo Café daba almuerzos baratos, entonces eso era mejor para nosotros. Estábamos todo el día en nuestro elemento, en la onda de hacer el proyecto de título. Asistieron al nacimiento de muchos grupos pop y se quedaban a los shows. Sigue Claudio González:
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-Era muy entretenido. Llegábamos a las 11 de la mañana y nos íbamos a las 2 de la mañana del día siguiente. Era nuestra vida estar metidos ahí. ¿Y la tesis? También la hicimos. No queríamos hacer algo banal. Ilustramos unos cuentos de la mitología chilota. Nos ayudó mucho Oreste Plath, a quien conocimos en la Biblioteca Nacional. Estuvieron en el segundo piso hasta que Mario anunció el cierre. Y se fueron con él a la casa de Varadero. Aunque por entonces solo quedaban dos y, al poco tiempo, solo Claudio González. En el intertanto, también diseñaron para el local. Mauricio Sedaca lo recuerda entusiasmado.
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-Fuimos colaboradores permanentes en el Café, les dibujamos afiches, estuvimos en muchas presentaciones, compartimos con Mario, Maggie y la señora Eliana. Cómo olvidar esas noches con Congreso o salir corriendo después de haber visto a Los Prisioneros... en fin, tantos años hermosos vividos allí. González cuenta sobre la relación que se producía entre los talleristas. -Había mucha gente en onda creativa. Éramos vecinos de taller con La Ley cuando estaban en sus inicios. Eran unos cabros que estaban partiendo. Hicimos muy buenas migas. Cuando el Beto viene a Chile aún nos saludamos. Cuando vino a actuar al Monticello lo fui a ver y tuve la oportunidad de entrar a backstage y conversamos; se acordaba del Café del Cerro, porque él también dibujaba. Al otro
lado de nuestro taller estaba la Cecilia Echenique ensayando. Estaba el grupo Congreso, Sol y Lluvia, Arak Pacha, todos los que estaban partiendo. Patara vivió ahí, los de Fulano... montón de gente. Era muy entretenido, muy creativo todo. Era un universo muy grande de cosas que pasaban. Incluso Mario hizo un proyecto con los cantantes callejeros, los que cantaban en las micros. Tras el terremoto del 85, que inhabilitó su taller anterior en Constitución con Bellavista, llegó al Café la grabadora Verónica Rojas Ledermann, hoy académica de la Escuela de Artes de la Universidad de Chile. -Partí caminando al Café del Cerro, pensando en preguntar si habría un espacio para mí. La primera persona que me atendió, me recibió y me escuchó fue la Señora Eliana. Ella me dijo que sí, que había un taller en el segundo piso. Era un elefante blanco, era fantástico. Un amplio taller. Estuve allí en un entorno muy interesante. Estaba Schwenke y Nilo, los ensayos, Santiago del Nuevo Extremo, Fulano. Con todos nos topábamos en las subidas y bajadas de las escaleras. Estuvo allí hasta 1989. Primero en ese segundo piso y luego abajo, al lado de la oficina de Maggie y la Señora Eliana. -No llegué al Barrio Bellavista por moda, me vi con esa oportunidad porque la Señora Eliana me dijo ‘sí, tengo taller’. Estando en el Café del Cerro, tuve la gran oportunidad de poder, desde las artes visuales
y desde un trabajo mío de mucho silencio, mucha concentración, mucha paciencia y perseverancia, estar siempre acompañada por la voz de la Señora Eliana que saltaba desde el otro lado de la puerta, por el sonido de los ensayos con los músicos que se combinaban con los toques del segundo piso, que eran los bailarines de Espiral en sus prácticas. Me sentí absolutamente en un lugar familiar, lleno de arte, de realidad, de mundo real, de contexto político del que yo me hice parte. Guardo los mejores recuerdos de ese espacio y de todos los que no están presentes pero están en mi corazón. También guarda imágenes sobre el espacio del Café, las que son propias de una artista visual. -Ese espacio albergó una cantidad de experiencias y episodios. Esa media luz en la que se presentaban los artistas, la atmósfera que se daba, con ese gran espacio como patio encementado, en el centro de esta casona. Había un espacio enorme que desde la calle nadie se imaginaba cómo era. Llegué sin saber que alguien me iba a poder ofrecer un espacio. Y no me hubiese ido. Tuve que salir de ahí porque mi sala fue la que ocupó Inti Illimani. Pero Inti Illimani ha sido uno de mis favoritos desde que los iba a ver con uniforme al IEM [Instituto de Extensión Musical, Universidad de Chile]. Para Maggie la mejor experiencia era la de tener talleristas del mundo de la plástica. -El ideal eran los pintores, los diseñadores, porque eran silenciosos. Con los músicos siempre había
problemas, porque mientras unos ensayaban otros estaban grabando, había momentos de tensión. La Joan [Jara] y el Pato [Bunster] alegaban porque estaban bailando otra música. Y los problemas más grandes eran las lluvias, por las goteras, ¡a todos los talleres se les mojaban las cosas! Era horrible, horrible. Llegábamos en la mañana y había un problema con las goteras. Era un desastre. Sobre la llegada de Joan Jara y Bunster, cuenta Hiranio Chávez: -Fue una época muy linda. Héctor Ibaceta, un compañero mío del ballet, que había sido alumno de Joan Jara -Joan Turner-, me dice ‘Hiranio, viene Joan, no tiene ninguna parte en que poder trabajar, yo te pediría ver la posibilidad de que ella venga aquí’. ‘Ningún problema’, dije, ‘que ocupe el tiempo que quiera, total nosotros cancelamos el mes y estamos solo dos días de la semana’. Todo fue profundamente solidario, en un periodo negro de la historia de nuestro país. Sin embargo, logramos salir adelante reconstruyendo la unidad y solidaridad que nos permitiría volver a la ansiada democracia. Joan empezó a ir y cuenta Hiranio que con él y otros directores de grupos de danza formaron el Ballet Espiral. Luego se sumó dando clases Patricio Bunster, cuando pudo regresar a Chile gracias a la campaña iniciada por Malucha Solari. Finalmente, ellos se quedaron con el espacio cuando Chamal no pudo continuar pagando el arriendo porque, a diferencia de Jara y Bunster, no tenían alumnos pagados. Con la democracia,
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Arak Pacha, Eduardo Gatti (a la izquierda), Patara (hincado a la derecha) y el payador Pedro Yáñez (de pie a la derecha) a la salida del Café hacia el patio (Archivo Café del Cerro).
pudieron ensayar en las salas del Ballet Folclórico Nacional (Bafona). Los músicos también valoran hasta hoy la posibilidad de conversar, hacer proyectos en conjunto. Incluso los extranjeros como Nito Mestre. En correo electrónico para esta investigación, señaló: -Uno se encontraba con que arriba había salas de ensayo. Y había mucha movida de gente que entraba y salía, toda referente a la parte underground que, de alguna manera, era la parte que más me interesaba en ese momento. Bueno, me sigue interesando, pero en ese momento me parecía fantástico que estén todos en un mismo lugar. Era el lugar donde había que estar. El mito argentino le dio una sorpresa al percusionista Raúl Aliaga. -Arrendé una sala de ensayo donde produje el proyecto de Trifusión, con Emilio García y Marcelo Aedo. Un día me golpean la puerta y al abrir me encuentro con Nito Mestre, preguntándome si podía pasar para conocer lo que hacíamos. Esa sala me permitió tomar contacto con un mundo de artistas y personajes. Hubo un tiempo en que Jorge Campos, bajista de Santiago del Nuevo Extremo, Fulano y Congreso, pasaba la vida en ese segundo piso. -Ensayaba Quilín, [Antonio] Restucci, Cometa, Trifusión, Aplastanband. Había mucha jam
[session] entre todos. Era una gozadera. Divertido. Cada grupo tenía su sala, pero tocábamos mucho con diferentes proyectos. Se hacía más cómodo ensayar y trabajar en el lugar, accediendo frecuentemente a la programación del Café, y en algunos momentos con Mario Navarro como nuestro productor. En el mismo lugar, se daba un espacio de convivencia muy entretenido entre todos. Yo prácticamente vivía allí y almorzaba en el Venezia: aparte de ensayar y estudiar el instrumento, hacia clases, acompañaba a mucha gente. Para el aniversario del Café el año 86, acompañé a Tilo [González] y Pancho Sazo en un par de temas, situación que, de alguna manera, ayudó a mi posterior incorporación al grupo Congreso. Con él y otros, en una de esas salas nació el vanguardista grupo de jazz Fulano. Al principio usaban la misma sala del Santiago, pero luego se separaron para funcionar mejor. Sigue contando Jorge: -Esa sala se ocupaba todo el día. Pedro [Villagra] y yo hacíamos clases, Pedro ensayaba las cosas de él, yo ensayaba con un incipiente Fulano; Santiago se juntaba casi todos los días; hacíamos mucha búsqueda de música nueva. Después de que volvimos la primera vez de Europa hubo harta ebullición creativa. Entonces todos andábamos haciendo muchas canciones, mucha música, y al espacio ese le sacábamos el jugo. Allí hicimos y compusimos la mayoría de los temas de Santiago, de Fulano y Congreso entre el 84 y el 90: Barricadas de Santiago; el primer disco y En el búnker de Fulano; Estoy que me muero, Arqueólogos del futuro y Aire puro de Congreso.
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Claro que no todo era trabajo. Continúa Jorge. -Muchas veces dormí en la sala de ensayo. Me quedaba después de los conciertos a tomar unos tragos con [Jaime] Vivanco y el Chino [Jaime Vásquez] principalmente, otra veces con [Claudio] Pájaro Araya. Nos creíamos harto el cuento y a veces, nos íbamos de excesos, pero lo comido y lo bailado dice el refrán... Luis Le Bert aporta su propia historia.
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-Hubo una época en que el ensayo del Santiago era en el primer piso y, un poco más al fondo, estaba mi taller de arquitectura. Y lo más divertido era que yo vivía como a dos cuadras de ahí. Con la Gigi [su señora], no teníamos ni uno... no teníamos nunca ni un peso. Como nunca teníamos nada, de repente la Gigi me decía ‘oye, pero tú tocai el viernes’, ‘sí’. ‘Ya, poh’. Entonces, eso significaba que nos íbamos con la Daniela, que tenía cuatro años, al Café del Cerro a comer sándwich de queso y lo anotaban en la cuenta para descontarlo el fin de semana. Era re divertido porque era el gran paseo. Y era toda la vida así, toda la vida así. Entonces, pasaban cosas. Para Pedro Villagra lo valioso era el encuentro. -Era el núcleo donde los músicos se encontraban y se producían colaboraciones, entrecruzamientos y rarezas que solo se pueden dar cuando la cosa está centrada en un espacio, en un lugar que acoge a los músicos. Eso era bonito.
Patara cuenta que “había un movimiento constante y era muy linda la convivencia con la gente”. Una convivencia mayoritariamente masculina, en cuanto a los músicos que ensayaban. Cristina fue una de las pocas mujeres que vivió la experiencia. -El ambiente del Café era único y especial por los conciertos que hubo, donde pasamos todos los que hacíamos música; por el espacio abierto durante el día, donde te encontrabas siempre con alguien; la familia, capitaneada por Mario y Maggie, y por las salas de ensayo. Y todo eso en un barrio como Bellavista. Además, al lado de donde yo vivía en esos años. Si esto fuera una entrevista con imagen podría contar más de alguna anécdota ensayando con Fulano, las risas que nos echamos, todo por culpa de las ocurrencias geniales de Jaime Vivanco o de Willy Valenzuela. Son inolvidables ... pero escritas o leídas no sé si se podrán entender (eso lo dejamos para el documental...). Un aspecto nada de menor es que el apoyo profesional se dio naturalmente entre quienes compartían el espacio. Luis Pippo Guzmán agradece ese aspecto de la dinámica que se daba: -Como había salas de ensayo, nosotros nos juntábamos y compartíamos. Nadie se creía más que el otro. Si yo necesita ayuda, decía: ‘mira, quiero tocar, me gustaría acompañarte...’. Y claro, ‘vamos, vamos’. Y eran lucas. En el Café del Cerro, con el Schwenke organizamos la primera gira al sur que hicimos. Hasta Ancud llegamos, tocando y todo, y de vuelta empezamos a pagar y nos quedamos con $300 cada
uno. Así se gestaban las cosas. El que me enseñó a escribir canciones fue Marcelo Nilo, que me dijo ‘busca la metáfora’. Eso me ayudó mucho. Desde otro ámbito musical, habla Beto Cuevas, de La Ley, que llegaron a ensayar ahí cuando estaban partiendo. -Teníamos una sala de ensayo en los pisos de arriba, porque se arrendaban esas salas para diferentes bandas. Antes, nuestros ensayos eran en la parcela de Andrés Bobe, en Puente Alto, y nos pegábamos el pique hasta allá. Ahí teníamos privacidad y todo eso; pero en algún momento Andrés quiso descentralizarse y ensayar en un lugar que no fuese su casa. Era bueno, porque había otros artistas de otros estilos y a veces nos encontrábamos abajo, nos tomábamos algo. Había una sensación de comunidad, donde podíamos convivir a pesar de nuestras diferencias estilísticas en la música. Como en todo grupo humano, los integrantes de La Ley tenían relaciones más cercanas con unos que con otros. Sigue Beto Cuevas: -Pero siempre fue un trato muy cordial con todos. Recuerdo que Pedro Foncea tenía su grupo, De Kiruza, arrendaban una de esas piezas grandes que tenía esa casona. Muchas veces nos encontramos y nos invitaba, ‘vengan en la tarde o en la noche que vamos a tocar’. Y así, siempre nos íbamos invitando los unos con los otros y se fue creando esa sensación de comunidad. Hicimos muchas presentaciones en el Café del Cerro. Fue muy entretenido poder tocar
en el mismo lugar donde ensayábamos. Solamente teníamos que bajar los equipos del segundo piso a abajo. Mis primeras presentaciones con La Ley fueron ahí, justamente, en ese espacio musical. Sé que todo eso cambió y destruyeron gran parte de donde estaban todas esas salas de ensayo para crear este nuevo espacio que, a mi gusto, aunque se vea distinto, sigue manteniendo el espíritu de todos los grupos de esa época. Miguel Barriga, de Sexual Democracia, fue uno de los últimos en llegar. -El Café no era solo el show en la noche, también era nuestra sala de ensayo. Ahí estaban ensayando al lado de nosotros Pedro Foncea con De Kiruza; más abajo también Joe Vasconcellos. Nos gustaba mucho escucharlo. También eso influencia y es muy bueno, la convivencia con los otros músicos. Estaba la oficina de Eugenio Llona, que era un productor muy bueno, de Inti Illimani. Eugenio, el aludido, comparte su experiencia: -Se fue dando, porque fue así, se fue dando, que yo me instalara en una de las piezas de la entrada, a mano derecha. Después estuvimos en el segundo piso e incluso en el baño, porque de pronto había millones de cosas que estaban pasando. Porque Mario producía espectáculos a nosotros, a otros grupos, a otros personajes; entonces no había demasiado espacio fijo y éramos itinerantes dentro del mismo local. Abajo estuvimos donde se guardaban los tablones, los escenarios y había un pequeño taller fotográfico,
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y estaba Víctor Hugo Romo, que además era quien le escribía a Mario los programas... era un poeta. Ni él ni el resto del conjunto imaginaron que la vida en el Café iba a ser tan intensa y variada.
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-Nunca pensamos que estábamos llegando a donde estábamos llegando. Pensamos que era un café entre comillas normal, donde íbamos a poder trabajar tranquilos; yo iba a tener algunas horas tranquilas del día o de la noche para planificar las giras. En ese tiempo trabajábamos mucho en el exterior y, por lo tanto, fue una gran sorpresa que la oficina pasara llena, que la máquina de escribir que nos habíamos traído de la República Democrática Alemana fuera ocupada para miles de usos que no tenían nada que ver con el Inti Illimani. Y pasaba todo tipo de gente. Desde [el pintor] Francisco Smythe, que en ese tiempo nos hizo dos o tres afiches, y de quien nos habíamos hecho muy amigos en Italia, hasta los estacionadores de autos, que cuando se iba yendo la gente pasaban a ser parte de los nuestros, dentro. En materia de composiciones, saca Eugenio las mismas cuentas positivas que Jorge Campos. -En el período entre el 88 y el 92, en que tuvimos que ver con el Café, probablemente trabajamos en una decena de discos, varios de ellos con gente de fuera, como Holly Near, cantautora norteamericana y gran dirigenta comunista con la que hicimos una gira por todo Estados Unidos, con Paco Peña y John Williams. Varias de las canciones se ensayaban y se creaban en el Café del Cerro. Nosotros no teníamos estudio y
en una sala trabajamos muchas de las canciones que hacíamos después en las manifestaciones públicas, junto con Congreso, con quienes trabajábamos muy seguido y que también ensayaba ahí. Teníamos un espacio conjunto. Entonces, fue un momento fantástico.
La vida puertas afuera 1: la tarde En 1974, una niña llamada Claudia Baratini salió al exilio hacia Italia. Hija de Marta Contreras, voz reconocida de la Nueva Canción Chilena, solo pudo regresar a mediados de los 80. Decidió quedarse e ingresar a Economía, en la Universidad de Chile, abandonando los estudios de danza clásica que había seguido tanto en Italia como en Polonia. Se instaló en el Barrio Bellavista. Pronto llegaron su hermano y su madre, pero a su padre le mantuvieron la ‘L’ en el pasaporte (letra con la que la dictadura marcaba este documento de quienes no podían retornar a Chile). No pudo reunirse con ellos. -De niña yo había admirado mucho a Joan Jara, que estaba recién regresando y había instalado la Escuela de Danza Espiral en el segundo piso del Café del Cerro. Me reencontré con ella y empecé a tomar clases ahí. El Café era un lugar de libertad. Como yo quería estudiar, pero teníamos una situación económica estrecha, se me ocurrió tener una librería de libros usados, cuya base fuera la biblioteca de mi papá que estaba en cajas, porque no teníamos dónde ponerlos, vivíamos muy estrechamente, en una casa
chica. Conversé con él, que autorizó siempre y cuando mi mamá hiciera una selección. Había una cierta amistad entre ella y Mario Navarro dado que Marta, su mamá, en un fugaz regreso a comienzos de los 80 dio un recital en el Ulm y luego otros en el Café, cuando volvió definitivamente. Le propuso la idea de instalar una librería en el garaje de la casona, que estaba por el lado de Antonia López. Mario estuvo de acuerdo y se lo arrendó, a un precio muy bajo. En una suerte de minga, a fines del 85, con todos sus amigos la pintó de lila, puso pequeños estantes y la bautizó como La Librería del Cerro. -Partí con el apoyo de un gran librero porteño, que lo conocía mi padre y que era Mario Llancaqueo, que tenía una pequeña librería frente al teatro Ictus, en Merced, y que luego se instaló en Valparaíso. Él me apoyó mucho, me ayudó con libros para llenar, porque yo no tenía plata para comprar, así es que solo podía vender los de mi padre. Comencé con una gran, gran, gran oferta de libros de teatro, porque mi padre se dedicaba al teatro, a la historia del teatro, había sido profesor de la Escuela de Teatro en la Chile de Valparaíso. Ese librero, que falleció hace poco, de manera muy solidaria me enseñó un poco el oficio. Abría los fines de semana y en la tarde-noche, hasta casi el toque de queda, porque eran las horas del incipiente movimiento en el barrio. Atendía ella misma, compatibilizando el estudio y su actividad política con la librería.
-Funcionaba poquito más que un kiosco, digamos. Básicamente vendía libros usados, pero empecé a pedir algunas cosas a consignación a algunas distribuidoras, para tener algunos libros nuevos. Era muy de nicho. Se corrieron la voz los teatreros, porque tenía mucho teatro, mucho teatro latinoamericano, que no se encontraba en ninguna parte. Había también literatura universal, chilena, ensayos, filosofía, ciencias sociales, antropología; pero poquito, lo que yo de repente compraba, porque estaba aprendiendo a comprar cuando vendían bibliotecas... Como por toda librería chilena, pasaban todos los poetas a dejar en consignación sus auto-publicaciones, que eran muchas. Era un ir y venir de poetas y, cada cierto tiempo, venían a recoger sus tres pesos, si se había vendido algo, o a retirar los libros. No era un buen negocio. Claudia no tenía plata para invertir. Y, aunque lograba generar un ingreso, se fue descapitalizando. Se dio cuenta de que ser librero es un oficio duro. Se cambió de carrera y decidió abandonar. -Me ofreció comprarla otro gran librero de Santiago, que falleció hace hartos años, que tenía una librería en el [Persa] Bío Bío y después otra en [la calle] Lastarria, y cuyo nombre no recuerdo, salvo que todos le decíamos el Guatón Juan Carlos. Él también fue extremadamente solidario y me ayudó muchísimo. La librería estaba ubicada en un buen lugar, Bellavista estaba cada vez con más actividad, había ferias artesanales por todos lados. Llegué a un trato sumamente amistoso con él y totalmente informal. Me pagó unas cuotas por un año, así es que eso me
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permitió un ingreso; me desprendí completamente de la librería y él puso a cargo a un joven poeta que después se convirtió en un gran librero: Sergio Parra, de Metales Pesados. La vida puertas afuera 2: la noche
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La calle, por su parte, tenía su propio ritmo. Con los festivales, que se habían tomado las veredas, habían llegado los artesanos por decenas, pero también vendedores ambulantes de todo tipo. Haciendo eco de los habitantes del sector, la Municipalidad de Providencia los prohibió. Los y las artesanas se trasladaron al sector recoletano de Bellavista, donde la alcaldía finalmente, en 1987, les otorgó permiso para ubicarse en la cuadra de Ernesto Pinto Lagarrigue, entre Dardignac y Antonia López de Bello. Era una “pequeña vereda de libertad”, como la define la orfebre María Clara Ibarra, primera mujer que se instaló allí, con sus joyas de plata. -Fuimos cuatro los primeros y quienes fuimos a hablar para conseguir el permiso. Logramos un acuerdo y nos pusimos en esa esquina. Había un señor que tejía cosas a crochet, de edad para nosotros en esa época, que se llamaba Guillermo. Tejía pantallas, puras cosas a crochet con un gusto maravilloso. Era muy entretenido, pero no le hablaba a nadie, trataba a todo el mundo de roto, menos a mí. Me decía: ‘niña, yo no sé qué haces en esta esquina, con tu estirpe tú no tienes por qué estar parada aquí en la calle’. Había un
artesano en cobre que venía de la población Santiago; nosotros, que vivíamos en la población Nogales, y otra persona de Providencia, un hippie venido a menos, de buena familia, pero que ya lo habían echado de la casa. Al tiempo se formalizó una asociación de artesanos, promovida por una muchacha muy activa, que se llamaba María Eugenia. También la artesana Marina Wiederhold recuerda con cariño. -Cómo olvidar el espacio que teníamos con la Agrupación de Artesanos -AgraCh- afuera del Café del Cerro todos los fines de semana. Fueron tiempos lindos, trabajábamos felices en un espacio lleno de cultura y alegría. Similar sensación es la que conserva María Rivera, en la época, pobladora, orfebre y tejedora, y hoy encargada de la atención al público en una pequeña biblioteca en la población La Victoria. -Vender allí fue muy linda experiencia. La señora Eli, no sé si ella era la dueña, pero era la que recibía las entradas para los eventos, me dio confianza para vender afuera, ya que la calle donde estaba el Café pertenecía a otra comuna, no a Providencia, de dónde eran los carabineros que más nos perseguían y que más de una vez me llevaron por vender artesanía. Como la sala de eventos daba a la calle Ernesto Pinto Lagarrigue, vendía y escuchaba música: a Pablo Herrera, Fulano, Congreso, Cristina, Schwenke y Nilo, etcétera. Congreso y Fulano llevaban mucha gente. Recuerdo también
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Los primeros artesanos que se instalaron frente al Café e iluminaron la cuadra (Archivo María Clara Ibarra) Mario con Pedro, el acomodador de autos siempre dispuesto a echar una mano El famoso pasillo de entrada Juan Orozco (Pinochet), Carlos Valenzuela y Víctor Parra (Frei): el staff trabajaba bien y lo pasaban bien (Siguientes tres fotos: Archivo Café del Cerro).
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Algunas de las tarjetas que creaba y vendía el artista plástico Toño Kadima.
que la gran Joan Jara hacía clases de danza y sus alumnas eran buenas clientas. Ella rememora con detalle cómo se vivía siendo artesano de venta callejera: -Entre los vendedores éramos amigos; éramos muy solidarios y nos cuidamos entre todos. Nos instalábamos entre las 19 y las 20 horas y hasta la una de la mañana, pero eso dependía
del músico o espectáculo. Comencé con Juan Kadima, hermano de Toño, y su pequeña hija Karola. El vendía serigrafía, afiches y tarjetas. Estaban también Cristián y su hermana Gladys, con cerámica; Choclo y Cecilia, orfebres. Y algunos músicos callejeros. La solidaridad era la tónica, incluso más allá de los colegas. María aún agradece ayudas prestadas por locatarios del sector.
-Recuerdo una botillería en Mallinkrodt con Antonia López de Bello. Eran personas importantes, nos guardaban la mercadería en las noches. Eran de apellido Galliorio; el señor tenía muchas hijas, muy lindas personas toda la familia. A ellos intenté encontrarlos hace años... ya no vivían ahí. Eran tiempos difíciles; pero de una unión y lealtad increíbles. María Clara cuenta otras formas de solidaridad de la gente del local, aparte del poder entrar gratis a los conciertos, excepcionalidad que ella también vivió. -Nosotros colocamos luces y del Café nos prestaron la salida para la electricidad. La primera cuelga de ampolletas fue todo un acontecimiento. El Barrio Bellavista era un barrio diurno, por la subida al Zoológico. Y se convirtió en barrio nocturno a partir de esa esquina del Café del Cerro, de esa feria de artesanos que éramos nosotros, de esas luces y del Café; así comienza ese barrio. Yo fui testigo de eso. De ahí en adelante empezó la vida bohemia. Que fue la vida más linda de los años 80. Era un paseo hermoso. Estuve hasta el año 92, hasta que cerró el Café. Fue con mucha, mucha pena, que me fui a Concón. Yo sentí que se cerraba un ciclo y que nunca más la esquina iba a ser lo de antes. Y así fue. Los que pasaron de la calle a los escenarios y mantuvieron un tipo de trabajo nocturno al aire libre son los hermanos Labra, del dúo Sol y Lluvia. Cuenta Charles:
-En ese tiempo, yo exponía la gráfica del taller Pazciencia en las afueras de varios espacios, entre los que se contaban el Ulm, el Rincón de Azócar, El Mundo, La Casa del Cantor, etcétera. Era algo que hacía personalmente y paralelo al quehacer de Sol y Lluvia. No en todos los espacios era bien recibido. ¡¡En casi todos los lugares, sin excepción!! Aunque debo reconocer que poco caso les hacía. En el caso del Café del Cerro, en varias oportunidades me corrieron, hasta que no sé quién le contó a Mario que yo era un Sol y Lluvia. Desde esa oportunidad, cambió su trato conmigo y llegamos a ser amigos. Generalmente todos cambiaban cuando se enteraban que era un Sol y Lluvia. Como el Café aún no contaba con su propio equipo de serigrafía, comenzaron las conversaciones con Amaro Labra, gerente comercial del taller. Sigue contando Charles: -Hacíamos la gráfica y yo, con un equipo de pegadores, hacíamos ese trabajo. Les pegaba los afiches a muchos cafés y productoras de espectáculos. En el caso del Café, para el pegado me relacionaba con Mario o con Víctor Hugo Romo; si eran diseños, lo hacía Johnny, o Amaro si se trataba de impresión de afiches. Johnny se relacionó con Víctor Parra cuando ellos instalaron el taller de impresión. En cuanto a los diseños, a veces eran de ellos; otras, nuestros e incluso una mezcla de ambos. Nosotros éramos un equipo creativo donde los tres hermanos cooperábamos. En el libro Sol y Lluvia, voces de la resistencia (Planet, 2918) Amaro reconoce la importancia
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que tuvo la publicidad callejera para ellos: “La calle para nosotros era muy importante (...). Siempre pensamos que los afiches eran una ventana al concierto. Nuestro acceso a la prensa serigráfica fue fundamental, gracias a eso el afiche que anunciaba el lanzamiento de nuestro primer cassette [sic] en el Café del Cerro era tan grande y de un colorido increíble. Ahí cabían alrededor de 200 personas, pero el afiche lo veían miles”. Lamentablemente, la calle también trajo sorpresas desagradables a los artistas. Así lo narra Cristina.
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-Al salir de un ensayo me robaron mi primera guitarra con una carpeta llena de letras y escritos nuevos... entré al Café absolutamente atónita, con una lágrima lenta y grande que me caía por la mejilla; quién sabe qué habrá sido de esas posibles canciones... La experiencia de Claudio Narea fue aun más fuerte: -Iba caminando por Ernesto Pinto Lagarrigue y me agarraron de atrás del cuello y me tiraron al suelo. Quedé botado. Yo iba justo a la hora de tocar, o sea, estaba oscuro. Iba escuchando mi personal stereo y pensé que era una broma de amigos. De repente me di cuenta de que no eran amigos, de que no los conocía. Era una cosa novedosa estar siendo asaltado. Le quitaron el walkman, el reloj, la chaqueta. Lo trataron como si se estuviera resistiendo, cosa que él no hizo:
-Yo estaba en el suelo y sacaron las cosas muy rápido. De repente, me pegaron una patada en la cabeza, súper fuerte. Quedé atontado ahí. Se estaban yendo, pero se devuelve uno y me dice ‘toma, las llaves’. Y me pasaron las llaves que estaban dentro de la chaqueta. Las llaves de mi casa. Tuvieron esa delicadeza. Estaba ahí tirado y justo pasó una pareja, un hombre y una mujer, que cacharon que me habían asaltado. Me recogieron y me llevaron hasta su departamento, que quedaba en Merced, cruzando el parque. La coincidencia fue que, después de darle un té y esperar a que se repusiera, se dieron cuenta de que estaban con uno de Los Prisioneros, grupo al que iban a ver cuando lo encontraron en el suelo. -¡Eran público que iba al concierto! Avisamos al Café y llegamos bastante más tarde de la hora que empezaba, pero pudimos tocar. Como habíamos probado sonido y los instrumentos quedaron en el local, no me robaron la guitarra. A ellos, nunca más los volví a ver, no tengo idea de quiénes fueron, qué loco. Tal vez algún día aparezca la pareja que me rescató. Otro que no lo pasó bien en las calles cercanas es Francisco Mercado Valencia, hoy traductor y gestor cultural en Ancud, quien recuerda: -Un día salí de ahí en la noche, caminé como tres cuadras y unos tipos me cogotearon. Así es que seguí muy asustado y dos cuadras más allá, buscando si habían tirado mis documentos, encontré una billetera con ocho lucas dentro. Los documentos se los di a unos
pacos y la plata me sirvió para volver a mi casa en taxi, porque me habían quitado todo.
La vida dentro del Café 3: la noche
pelota y a otros no los podías bajar del escenario y había a veces toque de queda. O sin él, los sábados que había trasnoche, nadie se quería ir. Era una necesidad de pasarlo bien, de disfrutar y quedarse hasta que las velas no ardieran.
Una vez abierta la sala, venía el corre-corre de la atención al público, de la puesta a punto de micrófonos y equipos; de la cocina y el bar.
Suzy Kusch, que trabajó con su hermana y cuñado hasta que se acabó el Café, en los primeros tiempos pasaba a veces de la cocina a las mesas:
Quena Velasco dividía sus labores entre concebir cómo mejorar el local y servir mesas.
-Estuve haciendo distintas cosas. Después me asocié con la Maggie y pusimos el restorán Monsieur Laffitte, pero siempre estuve metida en el Café en distintas partes. Iba y venía, y también estuve atendiendo en la noche. Me acuerdo que era una locura tomar los pedidos. Porque eran dos o tres pedidos, a veces hasta cuatro, en una sola mesa, de distintas personas que se habían tenido que sentar juntas sin conocerse. Y nos tocaba cobrar altiro cuando uno llevaba las cosas, era bien divertido. En los intermedios, igual el artista desde el escenario te echaba alguna talla y los de la mesa se reían. Era muy interactuado entre todos y se repetía mucho la gente. Siempre te encontrabas con personas que habían ido el día anterior, la semana anterior, dos o tres veces al mes, o más.
-Mal que mal, nosotras con la Maggie habíamos estudiado hotelería y sabíamos bastante, e intentábamos darle a todo el sello más profesional posible. Evidentemente éramos unas locas, muchas cosas fueron ensayo-error. Como con las empanadas. Y como mesera... efectivamente uno se quedaba pegada escuchando a los artistas. Entre ellos, había de todo. Había gente muy egótica, como siempre, que a los artistas eso les va, no a todos, pero les va harto. Gente que se creía superior intelectualmente, que ni te pescaba, y gente linda, que hay en todos lados, gente maravillosa, creativa. Generalmente, la gente más increíble es la más sencilla. Recuerda los avatares de la época y algunos problemillas con los que debían lidiar. -A uno que otro artista se le iban los traguillos a la cabeza y tenían que estar en el escenario. Así es que les dábamos Coca Cola y les poníamos hielo. Teníamos que animarlos. Más de alguno llegó arriba de la
En las mesas de noche siempre estuvo Ximena: -El recital podía empezar a las 10 de la noche, pero a las 8 ya estaba lleno. Y yo ahí, y en el intermedio, aprovechaba de vender lo más posible, porque cuando estaban cantando no podía. Cuando estaba muy lleno la gente me ayudaba a llegar con mi bandeja a la mesa, incluso siempre me reía, porque la bandeja
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pasaba por arriba y yo por debajo de la gente y a veces llegaba la bandeja antes que yo. Yo cobraba al final, y todos entendían; me esperaban sin ningún problema. La gente iba a veces solamente a verme, a saludarme; y cuando los fines de semana yo ya trabajaba con más garzones, pedían que yo los atendiera. Para mí fue muy bonito. La gente se portó muy bien conmigo, eran muy cariñosos. Me acuerdo mucho de ese tiempo. Han pasado años, uno no puede seguir hablando o acordándose; pero siempre lo recuerdo. Entre familia y amigos, parte del equipo de la noche era estrechamente unido, como cuenta Quena.
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-Había un grupo que éramos como un familión disgregado de gente. Lo pasábamos la raja, nos cagábamos de la risa. Ahí trabajaba también un primo mío, el Pablo Villafaña, que ya murió. Era divertido el Pablo, loco como una cabra, muy simpático. Y entre todos nos llevábamos re bien. ¿Nos dejaban propina? Sí, no mucho, pero dejaban. Éramos todos más pobretelis, en esos minutos bien apretados. Básico en el equipo y muy recordado para bien por los músicos era Carlos Díaz Luna, sonidista. No fue el primero, pero sí quien estuvo por más tiempo: seis años. Llegó recién salido del instituto técnico donde estudió el oficio. De Viña del Mar a Bellavista. -El primer recital que me tocó fue con Eduardo Peralta. ¡Y me encantó! Desde antes escuchaba mucho
a los músicos que tocaban ahí, por el programa Hecho en Chile, del Pirincho. Además, porque me gustaban Congreso, Los Jaivas. Llegar al Café fue lo mejor que me podría haber pasado, porque encontré lo que quería al estudiar sonido: la música, los artistas y la técnica de la música. Fue un aprendizaje, también. Yo estudié en un instituto donde era más que nada teoría; práctica en ese tiempo no había mucha. Tanto para mí como para los músicos que estaban ahí creciendo con uno, fue aprender a tocar en vivo, a sonar bien. No había experiencia acumulada en Chile de actuar en espacios pequeños, con el público encima. Cuando Carlos llegó, los músicos tocaban sin monitores en el escenario, por ejemplo, y él encontró unos parlantes y los adecuó. Había micrófonos suficientes, aunque para grupos grandes como Congreso faltaban recursos, que se suplían dadas las características de la sala, que permitían que las baterías, al igual que las guitarras y bajos eléctricos, se escucharan casi sin necesidad de amplificación. Sigue hablando Carlos: -Era un lugar muy rico para sonar, en el sentido de que no era muy grande y no se necesitaba mucha técnica. Varios años después que yo había llegado, ya la infraestructura era mejor, en todo caso. Para mí la vida era muy entretenida porque tenía un recital de lunes a sábado. Según quien tocara, yo llegaba entre 6 y 7, dependiendo del toque de queda que había entonces -igual que ahora, dice, porque hacemos la entrevista por zoom en medio de la pandemia y con toque de queda a las 10 de la noche-. Fue una
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Nito Mestre, como en casa Oscar Olavarría era todo un rompecorazones, al igual que su personaje (ambas fotos, Archivo del Café del Cerro) Y aunque el romance empezó fuera del Café, hay que consignar que la música unió a Tati Penna con Jaime de Aguirre, atrás, de barba y lentes (Foto: Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
época interesante, por todo el tema político que estaba gestándose, de todo el movimiento contra la dictadura, y por ver grupos que estaban empezando, como Sol y Lluvia. Recuerda que Charles y Amaro, solos, con una guitarra y un bombo, sonaban como un grupo gigantesco; que se llenaba el Café cuando iban grupos y solistas consolidados como Santiago del Nuevo Extremo, Gatti, Payo Grondona, Peralta, Gervasio, Arak Pacha, Los Prisioneros.
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-El Café era universal, no solamente Canto Nuevo. Estaban Congreso, Fulano... Teníamos día de jazz, de rock, poesía con el Toño Kadima... tantas cosas. Fue una época fantástica. Yo la recuerdo con mucho cariño, fue más que nada aprendizaje y aventura. Conocí mucha gente y eso también me abrió caminos, porque trabajé con Schwenke y Nilo, Pedro Foncea con su De Kiruza, Joe Vasconcellos. Después del Café, trabajé 10 años con él.
tendría todas. De Congreso tengo grabado un recital, donde me saludan y todo [se ríe]. Fue de los tiempos en que el mismo recital iba toda la semana. Era fantástico, uno hacía la prueba de sonido una sola vez y luego llegaba a hacer el recital no más. En cambio, cuando cambiaba todos los días, había que hacer pruebas todos los días y desarmar. Pero todo llega a su fin y él se fue cuando ya trabajaba constantemente con los De Kiruza. -Yo seguía en el Café y dejaba a un reemplazante cuando tenía concierto con ellos. Pero un día el reemplazante dejó la escoba. Mario se enojó y me dijo: ‘Carlos, no podís salir más. Así es que si querís salir, te vai’. ‘Ya, puh’, le dije, ‘me voy’. Eso fue como un año antes de que cerraran. Sin embargo, el último recital, en que tocaron el Pippo, Gatti y el Felo, lo hice yo, lo grabé y lo guardé.
Está el mito de que Carlos tiene una pieza llena de casetes con las grabaciones de todos los recitales. Él lo desmiente.
Otro personaje importante era el nochero, Nelson. Los salvó cuando lanzaron la bomba incendiaria y conseguía que en las mañanas estuviera todo limpio para empezar el día. Además, cumplió una función bien particular.
-Sí, yo grababa todos los recitales, para ver después en la casa cómo habían salido. Pero guardar todo habría sido tener montañas de casetes, así es que grababa encima, dejando los que me gustaban. He digitalizado hartas grabaciones. Pero es un mito que las tenga todas. De repente me contactan músicos y me preguntan si tengo grabaciones... y no. Si hubiera sido esta época, en que se puede grabar digital, las
Mario: Hicimos un afiche que se vendió mucho. Decía ‘No se aceptan’ y había un sapo dibujado. Los vendía el nochero, que se paraba afuera, a la salida y no sé cuántos miles de sapos habrá vendido. Maggie: Aquí no se admiten sapos [Verlo en página 158]. Mario: Como teníamos la imprenta, nosotros imprimíamos. Hicimos un diseño, no me acuerdo
si fue Lucho Le Bert el que hizo el dibujo del sapo y Víctor Parra lo imprimía. Nelson, que llegaba a las 12 de la noche a hacerse cargo, aprovechaba de vender los afiches en la puerta y vendía: ‘Zapitos, zapitos’ [sic, imita la forma de hablar del nochero]. ¡Y vendíamos muchos! Se producían muchos. Después hicimos uno de la mariguana, con Adidas..., con la palabra marihuana. Hicimos como tres diseños. Pero el sapo era... todo el mundo lo compraba. Al final, Nelson era llamado y conocido como Sapito. Tras la partida de Nelson, se incorporó al Café como nochero Francisco Rodríguez, vecino de Mario y Marjorie en Pirque, donde era conocido como el Pancho Chico. Estuvo hasta el cierre del Café. La vida dentro del Café 4: el amor de día y de noche Con tanta gente rondando, imposible que Cupido no se tentara. Muchas historias románticas se tejieron en la casona, con diversos destinos. Entre el público, entre el personal y el público, entre artistas, entre artistas y talleristas, entre periodistas y artistas. Ximena Kusch fue la principal aliada del ángel con arco y flechas. -Yo sabía que la gente iba a ver a sus cantantes que en ninguna otra parte los podían ver. Entonces, si estaba repleto, me preocupaba de que no se fueran. Para eso, trataba de ubicarlos en las mesas donde solamente
había dos y no me costaba nada. Les explicaba que estaba lleno y ellos ningún problema. Cuando estaba el intermedio, salían y conversaban. Más todavía, así hubo parejas que armé, que después se casaron. Yo hice matrimonios que incluso me invitaron a la ceremonia, a la fiesta. Pero, claro, yo no iba porque el horario del Café era de noche y, de repente, hasta en domingo. La historia de amor de Quena Velasco fue de las que perduró. Estaba separada, con mellizas, sin trabajo ni plata, viviendo en la casa de los padres. Su escape era ir al Café, a escuchar música y a conversar con su amiga Maggie, que la mandaba de regreso a casa en taxi. -Era mi recreo personal. Nos poníamos en la caja y arreglábamos el mundo. Un día la Patty, la prima de la Maggie que trabajaba en el Café, me dice: ‘oye, hay un gallo súper buen mozo, ven a mirar’. Y yo, ‘qué lata’. La cosa es que él me metió conversa, conocíamos una persona en común. Empezamos a salir. Pero yo tenía pánico de que él fuera tira, porque nadie lo conocía. Era el pánico de la época. Hasta que le dije que tenía mucho susto porque, cuando empezamos a conversar, me contó que tenía una hermana paca. Yo creo que él se quedó petrificado también: mi hermana exiliada, una familiar desaparecida. O sea, éramos de mundos bastante distintos. Tuve susto. Ella y su primo Pablo hicieron todas las averiguaciones necesarias para ver si le podía dar luz verde a la relación.
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-Cachamos que no era informante ni nada por el estilo. Fue duro, fue como una interrogante. Y empezó un romance que terminó en que nos fuimos a vivir juntos y ahora llevamos casi 34 años de casados. Él es un hombre adorable, lindo, hermoso. De esas personas valientes que, quizá eran del otro lado, pero vieron otro mundo. Marcelo Nilo conoció a su esposa, Manuela -hija de Joan Jara- en el segundo piso. Ella era bailarina de Espiral y él ensayaba con Nelson. Hoy siguen casados y su familia suma cuatro hijos y dos nietos. Otra bailarina del Espiral, Karla Mallol, conquistó a Jorge Campos y es la madre de dos de sus hijos, Joaquín y Mariana.
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Amores platónicos y de corta duración también hubo. Confiesa, a medias, Eugenio Llona. -Las parejas efímeras que se armaron ahí, para qué te cuento... bueno, éramos todos jóvenes e indocumentados. Con Lucho Le Bert compartíamos un amor imposible y llorábamos juntos en las largas noches del Café. Ella era de Viña del Mar y su nombre es parte del secreto clandestino del período. Efímero también fue el sentimiento que atacó a la cantautora Rosario Salas. -El Óscar Olavarría, que se murió, se ponía atrás, en el bar, junto con los gallos de la CNI. Era igual a su personaje del Cacho Escalona. Me empezó a jotear, que era amigo de mis hermanos grandes... y yo, que estaba recién separada de mi primer
marido, caí redonda. Pololeé con él dos o tres meses y lo pasé pésimo. Imposible que no fuera así. Óscar vivía al frente del Café, pasaba allí gran parte de sus horas libres y era un gran seductor. El amor requiere cuidados prácticos y no solo emocionales. Por ello, una innovación bastante audaz para la época ocurrió en el baño de hombres a mitad del año 1989. Informaba La Punta del Cerro: “Con cierto orgullo en la mirada y una leve sonrisa dibujada en sus labios, el Gerente de la Primera Industria Nacional de Profilácticos, señor Juan Cóndon, inauguró la reciente instalación del primer expendio público en sistema de monedero, de los célebres artefactos de hule. (...). Consultado si este servicio se extendería al baño de mujeres, el empresario dijo estar estudiando la situación, dado el creciente interés del público femenino en cuanto al uso y porte de las gomitas”. Hubo también demostraciones espontáneas salidas desde el público.
de
amor
Cuenta Eduardo Gatti: -Bueno, hubo de todo. Como una chica que se subió al escenario y me dio un beso en la boca. Frente a esas situaciones, mi más fiel guardaespaldas era la Señora Eliana.
Arlette Jecquier, vocalista de Fulano, en el libro Mira niñita: creación y experiencias de rockeras chilenas (Salas, 2012) narra otra anécdota de fans: “... lo bonito de los lugares chicos, [es] que uno se contesta. Me acuerdo, años, imagínate, los años del Café del Cerro, que le gritaban al Jorge [Campos] ¡tan güeno!, ¿cómo era?, ¡tan hippie y tan güeno mijito! (ríe)”. La siguiente historia, muy poco práctica, no ocurrió propiamente en el Café, sino en el departamento de sus dueños, siempre en el Barrio Bellavista, en la esquina de Antonia López de Bello y Constitución. Es tan hermosa que vale la pena consignarla, aunque es posible que la mente poética de Eugenio Llona, quien la relata, haya adornado un poco los hechos. -Mario y la Maggie son de los personajes más generosos que yo haya conocido en el mundo de la
cultura. Viví en la casa de ellos mientras buscaba dónde instalarnos. También vivía con nosotros el Gitano Rodríguez, y antes PinPon. Tenían una empleada extraordinariamente buenamoza, de la que el barrio entero -y nosotros, por supuestoestábamos enamorados. Un día estábamos con el Gitano, en los colchones en que dormíamos en el segundo piso y cuando despertamos vemos un ángel varón que se desplazaba en la ventana y le hacía gestos románticos a ella, que le contestaba con gran entusiasmo mientras lavaba los platos. Muy sorprendidos por este ser que estaba suspendido en el aire, de punto fijo frente a la ventana, nos levantamos a ver qué ocurría. Era un tipo de la compañía de teléfonos que estaba colgado con unos alambres atados a unos cinturones, pero de una manera muy poco técnica. Estaba como un hombre rana. Eso encantó a esta niña, porque le parecía mucho más entretenido un astronauta/ ángel que unos tipos que escribían poesía o cantaban.
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Agradecemos a Guillo (Guillermo Bastías) el regalo de esta historieta creada especialmente para el libro.
innovando para atraer
Mantener abierto el local de lunes a sábado con una programación atractiva, pero con un universo de artistas acotado, requería de imaginación y gracia. Desde el mismo 1982 hubo actividades especiales que apelaron a recurrir a espectáculos combinados, a presentaciones de nicho, a nuevas formas de mostrar lo conocido, a la celebración de días festivos importantes y a dar alternativas cuando el mainstream marcaba otra pauta. Establecer estas combinaciones requirió de mucha capacidad de sintonizar con lo que estaba pasando en la cultura y en el mundo del entretenimiento para captar qué era lo que venía, qué era lo que requería el público que buscaba en el Café un espacio de libertad y desahogo. Como ya lo hemos dicho, la intuición fue la herramienta que el equipo gestor usó y con éxito. Las celebraciones Los cumpleaños del Café, desde el comienzo, combinaron fiestas privadas -que en los últimos años fueron motivo, incluso, de páginas de vida
social- con programaciones especiales dedicadas al público. Una de las más particulares fue la del primer aniversario: después de la fiesta privada, hubo abierta para todo el mundo, una función de un espectáculo audiovisual que unió la poesía de Pablo Neruda, la música grabada de Los Jaivas y las fotografías de Jorge Ianiszewski, reconocido en el oficio y quien era parte del grupo de profesionales de gran valía y valentía que había creado, en 1981, la Agrupación de Fotógrafos Independientes (AFI). Esta organización gremial, además de visibilizar la obra de sus integrantes, era un espacio de protección frente a la represión, ya que todos sus socios develaban los atropellos de la dictadura con su trabajo. La presentación en el Café se hizo a tres proyectores, lo que en la época era mucha tecnología. De ahí en adelante, hubo nombres clavados: Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Eduardo Peralta, Tati Penna, Schwenke y Nilo, Luis Pippo Guzmán, Felo, Luis Le Bert (cuando los Santiago estaban en receso), Congreso y los roncanroleros de Días Felices. A veces eran jornadas con todos juntos; otras, por categorías. Por
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Además de las novedades en la programación, sus proveedores también eran emprendedores diferentes. Los objetos de greda que regalaban en los cumpleaños, por ejemplo, eran creaciones de artesanos de Lampa, en años del auge de Pomaire.
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ejemplo, el cuarto aniversario tuvo cinco días de festejos con “lo mejor de...”. En jazz estuvieron Cometa, Fulano y Roberto Lecaros con su Cuarteto Moderno; en folclor, Chamal, Arak Pacha y el arpista Hugo Lagos; en Canto Nuevo, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo y Eduardo Gatti; en pop, Los Prisioneros. Hubo también un homenaje a Víctor Jara, que incluyó testimonios, video y música con Juan Carlos Pérez y Huara. En el sexto cumpleaños hubo presentaciones generacionales, en días sucesivos: Payo Grondona, Óscar Andrade, Pablo Herrera. Y cuando Nito Mestre se hizo un nombre habitual en la cartelera, celebró dos veces junto a Eduardo Gatti. Gatti fue el único que estuvo todos los años. Otras conmemoraciones celebraron los 10 años de la ACU, en 1987, con Amauta, Luis Le Bert y Mauricio Redolés. Y, por cierto, estaban las fechas obligadas: Dieciocho de Septiembre: apenas terminadas de apagar las velas cumpleañeras, se embanderaba
el Café y el horno no dejaba de funcionar para que corrieran las famosas empanadas. Números fijos fueron Roberto Parra y Catalina Rojas; Arak Pacha, Payo Grondona, Araucaria, Hugo Lagos y grupo, Kollahuara, Guillermo Basterrechea, Felo, Nene, Chamal y Luis Pippo Guzmán, quien siempre fue maestro de ceremonias dieciochero y aportó música, humor y simpatía a raudales. Fiestas de fin de año: aún no estaban prohibidos, así es que la primera Navidad tuvo una sorpresa: incluyó fuegos artificiales, además de la actuación de Viento del Sur. La idea surgió del propio grupo, según declararon sus integrantes a Las Últimas Noticias, el 24 de diciembre de 1982, agregando que el momento lumínico estaría acompañado del sonido de trutrucas y kultrunes. “Desde que cantamos en Pudahuel, para hacer el tema de La Tirana, se nos ha ocurrido salir con petardos y bengalas. No se trata de una invención nuestra, porque la recogimos de la tradición de las fiestas pagano-religiosas del norte”.
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Nelson Schwenke recibió el amor de sus compañeros y del público en diversos recitales programados en su apoyo (Foto promocional, Sello Alerce. Archivo Café del Cerro).
Una noche antes, y también como regalo por las fechas, porque fue una rareza, el Café recibió a conspicuos rockeros en un solo recital: Teiker’s, Quilín, Sol y Medianoche, Andrés y Ernesto, más la eterna banda Tumulto remecieron al Barrio Bellavista. En 1989, con el cuerpo social e individual pidiendo fiesta, hubo tres días de jarana de fin y comienzo de año. Eran los inicios de la música caribeña entrando fuerte, así es que los protagonistas fueron los músicos de Salsa Maestra, pero acompañados por Días Felices, para quienes quisieran recordar con rocanrol las veladas bailables de la adolescencia.
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Música para apañar A lo largo de los años, el Café fue espacio para recitales solidarios de diversa índole.
Extremo. El Tío estaba mal de salud, con orden médica de reposo y pensaron la presentación para levantarle el ánimo. Otros dos recitales tuvieron relación con acontecimientos trágicos de la vida nacional provocados por la naturaleza. Para apoyar a los damnificados del terremoto de 1985 se reunieron Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, Arak Pacha, Hugo Lagos, Payo Grondona, Los Prisioneros, Manolo y Nalgafaz, Hugo Moraga, Juan Carlos Pérez, Rudy Weidmaier y Pablo Herrera. El público reaccionó de manera entusiasta y en el local no cupo ni un alfiler. La colaboración pedida eran alimentos no perecibles o medicamentos por un valor no menor a $200 (el valor de la entrada en fin de semana). Juntaron 30 cajas que fueron entregadas a Caritas Chile.
El primero, el 8 de noviembre de 1982, fue el que ofrecieron Jorge Yáñez, Ortiga, Benedicto Piojo Salinas, César Palacios y Tita Parra para colaborar con revista Apsi, suspendida de circular en virtud de las medidas de los estados de excepción que se vivían en Chile. Informó la jornada el diario La Segunda, haciendo, incluso, referencia a la razón de la misma.
La segunda desgracia que motivó la solidaridad fue el aluvión en Antofagasta, ocurrido en la madrugada del 18 de junio de 1991. No solo fue un recital en Santiago, con Eduardo Gatti, Pablo Herrera, Eduardo Peralta, Payo Grondona, Luis Le Bert, Keko Yungue, Luis Pippo Guzmán, Felo y el cubano Carlos Varela, sino que Mario viajó hasta allá con Le Bert y Varela para manifestar el apoyo a los damnificados de parte de los artistas del Café y su público.
Y el 20 de octubre de 1983, el locutor y productor John Smith fue el maestro de ceremonias en un homenaje al Tío Roberto Parra, en que actuaron Jorge Yáñez, Payo Grondona y Santiago del Nuevo
Una importante serie de recitales de este tipo involucraron nacimientos y enfermedades graves. En todos esos casos, tanto quienes ejercieron la solidaridad como sus beneficiados pertenecían
al Canto Nuevo. No es de extrañar, dado que el Café del Cerro era, para muchos, una segunda casa. Surgieron así, entre otras, las Guaguatones, una para Cristián Crisosto y Lety, cuatro para el mismo número de guaguas de Luis Le Bert y una doble al nacer los mellizos del Chico Hugo, un muy querido auxiliar del local; una Cocotón, para que un conocido músico se operara de varicocele; otra jornada especial para la cantautora Tita Munita y un ciclo bautizado como Canto por amor, dedicado a Nelson Schwenke, cuando estuvo aquejado de cáncer. Fueron recaudados $264.500 que el Café le entregó a su familia. Un recital diferente que, en realidad, fue un homenaje, protagonizaron el 9 de julio de 1986 Chamal y Hugo Lagos para apoyar a José Sarzosa, conocido como El Pícaro de Lebu, quien había sido operado tres veces en una semana en Concepción, debido a una afección gástrica y una falla pulmonar. Sarzoza, profesor primario en sus cuarenta, cultor de la picaresca folclórica -esa que se abastece de chascarros y mentiras- y recopilador folclórico, por entonces dirigía el conjunto Millaneco y era colaborador del Festival Nacional del Folclore de San Bernardo. Las puertas del Café, en día domingo, se abrían para solidarizar de maneras muy diversas. No siempre se trataba de juntar plata. A veces bastaba abrir la sala. Mónica Gómez cuenta: -El año 86, trabajaba como profesora en la Corporación Municipal de Conchalí, en un liceo que
ahora estaría en la comuna de Independencia. Era profesora jefa de un cuarto medio, el cuarto C, que tenía 17 alumnos. A final de año, por problemas de dinero no tenían dónde hacer la fiesta de graduación. Como mis alumnos sabían que yo trabaja ahí, nació la posibilidad de hacer algo en el Café. Mario y Maggie lo prestaron de inmediato. Los niños, felices, los apoderados, ningún problema. La fiesta sería un día domingo, a eso de las 6 de la tarde. Todo listo y dispuesto hasta que un día me llama el director del colegio y me dice que no encontraba apropiado el lugar para hacer la actividad. Le di algunas consideraciones, muy válidas, de por qué debía ser ahí y de por que él no se podía involucrar en una decisión de curso. Cuento corto: la fiesta se realizó en el Café, los chicos felices y yo súper cansada por bailar tanto; eran 15 chicos y solo dos chiquillas. Por suerte su profe jefe era mujer y le gustaba bailar. Ese año hubo más jornadas de apoyo a los medios de comunicación opositores, específicamente a la revista Análisis y al Fortín Mapocho. Fueron llamadas Canto a la Comunicación y participaron comediantes como Ricardo Meruane, cantautores del Canto Nuevo y otros alejados del movimiento, pero afines a dichas publicaciones, como Fernando Ubiergo y Gervasio. Hubo recitales pro-retorno, en 1987. Y dos años después, en plena campaña parlamentaria, con Cantos por la fuerza de la vida, Illapu, Inti Illimani (Horacio Durán, Horacio Salinas y José Seves), Schwenke y Nilo, Luis Le Bert, Leo Rojas y Felo adhirieron a la candidatura a diputada de Estela Ortiz. También recibió apoyo musical Luis Guastavino. Para ambas campañas
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hubo sendos eventos. Al año siguiente, Monto Yarza, Felo y Nene actuaron a beneficio del Partido Socialista. El domingo 25 de noviembre de 1990, Eduardo Gatti, Cecilia Echenique, Luis Pippo Guzmán, Manolo y Felipe, Ricardo Meruane, Carmen Prieto, Pablo Herrera, Isabel Correa, Sol y Medianoche, Keko Yungue, Eduardo Peralta, Payo Grondona, Julio Zegers y Congreso actuaron en pro de la familia de Gervasio, quien había sido encontrado muerto el 28 de octubre, en oscuras circunstancias hasta el día de hoy no aclaradas, pese a los peritajes que determinan que se trató de un asesinato.
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Las causas ecológicas también llegaron al Café. En noviembre de 1991, pocos meses antes de su cierre, tuvo lugar el espectáculo Del cielo a la tierra por el Bío Bío, que reunió música, danza e imagen en defensa del río y en contra de la central Pangue. En general, todas estas actividades eran realizadas los días domingo, con lo que el local permanecía abierto en esas oportunidades los siete días de la semana, sin descanso para su personal, que trabajaba también de forma solidaria. Actividades de nicho Los amantes de la música andina siempre encontraron programación interesante, comenzando por la presentación, en 1982, de la Agrupación Cultural Chucuruma de Arica, con
Pedro Pablo Humire, cultor natural, y Juan Carlos Álvarez, cantor ariqueño. La revista La Bicicleta hizo dos grandes lanzamientos: las series de tres ediciones dedicadas a Violeta Parra y a Pablo Neruda. Para la primera, al Café llegaron Nicanor y Roberto Parra, Gastón Soublette y Ricardo García, quienes “conversaron sobre la creadora, contando aspectos inéditos de su vida”, según informó La Segunda del 19 de octubre de 1982. Cantaron el Tío Roberto y Catalina y Dióscoro Rojas. Renée Ivonne Figueroa y su grupo hicieron una recreación dramática y también fue proyectado un registro audiovisual, hasta entonces escasamente exhibido, con una entrevista realizada a Violeta en Ginebra. Las dedicadas al Premio Nobel chileno tuvieron también un marco especial de lanzamiento. Lo central de la presentación fue el rescate de uno de los veinte documentales de la serie que realizó el músico, folclorista y cineasta Hugo Arévalo para canal 13, emitidos en 1971. Las Últimas Noticias del 29 de julio de 1983 informaba de estos documentales, que contaron con guion de María Maluenda. Bajo el nombre de Historia y geografía de Pablo Neruda, los episodios estuvieron dedicados a las casas del poeta, su infancia, sus poemas, realizados en un poético blanco y negro. En el lanzamiento de la revista fue exhibido uno de ellos, en que se veía la piedra que indicaba el lugar de su nacimiento y que, para ese momento, ya no estaba. “Entre sus
mascarones de proa, sus veleros navegando en las botellas, sus memorias y sentencias, entregamos esta llave para incorporarnos a otros derroteros de sus vidas, como si se tratara de un espejo donde se mira la patria que lo vio nacer y que nunca lo verá morir”, dijo el escritor Alfonso Alcalde. Hubo también música docta, con composiciones de Eduardo Cáceres, Gustavo Becerra y Juan Pablo González, interpretadas por Cirilo Vila, al piano, y por el tenor Hans Stein, además de las canciones de César Isella y Ángel Parra interpretadas por Álvaro Godoy, y de las actuaciones de Alfonso Revuelta, Osvaldo Leiva, Luis Pippo Guzmán, Lilia Santos, Eduardo Yáñez y Juan Carlos Pérez, quienes estrenaron un trabajo de musicalización para La Barcarola, poemas sobre París. La música popular internacional tuvo un momento muy alto cuando se presentó Myriam, una de las afamadas integrantes del dúo Sonia y Myriam, acompañada por el mismísimo pianista Valentín Trujillo. El cantar tiene sentido se llamó el espectáculo en el que la intérprete se apartó un poco de su habitual repertorio del cancionero romántico latinoamericano. Internacional, pero de otra manera, fue la actuación -en 1987- de Ar Log (En Arriendo). Reconocido como el primer grupo profesional de folclor galés y formado en los años 70, para entonces ya había grabado varios discos y era aplaudido en festivales especializados. En los 80, aún la moda de la música en gaélico -que comenzó con la fama de Enya, en los años siguientes- no había llegado a Chile.
Los nombres de la gran música, ya fuera chilena o extranjera, estuvieron presentes bajo la forma de homenajes que también apelaban a públicos muy determinados. Maggie: Los homenajes... tuvimos muchos: a Víctor Jara, a Serrat, al Pato Manns... Mario: ... al Silvio, que lo hacía Álvaro Godoy; el Pippo hacía a Serrat. Y después, con el tiempo fuimos variando. Como en la vitrina de una disquería, se reunieron Bob Dylan, Los Beatles, Víctor Jara, Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Elvis Presley con voces especializadas en su recuerdo, como el Grupo Liverpool y Días Felices, o en recitales en que la música era acompañada por la exhibición de videos, como en el caso de Jara o de Serrat, a quien se le rindió honores cuando su entrada a Chile fue prohibida por las autoridades. También hubo rarezas. Como serían de extrañas esas experiencias que nadie recuerda de qué se trataron. Para no dejarlas tan en el olvido, acá está lo que apareció en las carteleras de esos días: el miércoles 1 de octubre de 1986 se anunció Para ir cantando por Irarrázaval, con el Trío Materiales de Construcción, integrado por el poeta Eric Polhammer, el jazzista José Pepe Hossiasson, que se definía como “el mejor pianista blanco de blues de la cuadra en la que vivo”, y un misterioso Hart Mann. Y dos meses después, el 2 de diciembre, se ofreció el espectáculo dramático musical La última chupá del mate, sin indicaciones de quiénes lo presentaron.
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Actividades para públicos muy diferentes: Tiempos de Ayer y de Hoy, en el Encuentro de Cantores de Micro; Ar Log, grupo galés que llegó al Café antes de que Enya impusiera esta música en el mundo no celta y Hugo Lagos, el gran arpista que fue constante en las fondas dieciocheras del Cerro. (Foto 1: Archivo grupo Tiempos de Ayer y de Hoy; Foto 2: carátula de uno de los diez discos de la banda folk; Foto 3: Archivo Café del Cerro; Foto 4: Archivo familia Lagos Rivera).
Juntarse para hablar Cuarenta y cinco días fueron los que la dictadura le permitió a Isabel Parra, en abril de 1984, permanecer en Chile. Como parte de su agenda, se reunió con los músicos del Canto Nuevo y de otras corrientes. ¿Dónde? Por supuesto, en el Café del Cerro. Así lo recuerda Maggie: -Estaban medio como asustados, yo diría, los músicos. Como expectantes, pero medio complicados. Sobre todo el Sol y Medianoche, que como hacían las canciones de Violeta onda rock y había quienes los criticaban porque lo sentían como agresivo, había como una mala onda hacia ellos. Entonces la Sole y Jorge estaban como a la defensiva y esperando a la Isabel para explicarle qué era la música que hacían, qué ese era el sonido, pero que respetaban a la Violeta. Y la Isabel, seca como siempre, distante, parca. Cuenta más sobre dicho encuentro Juan Luis Gutiérrez, cercano al mundo del Canto Nuevo y abogado que, junto con Jaime Hales -también abogado, político, poeta y experto en simbologíatramitó e hizo posible el permiso de ingreso para ella por esos breves días y con el compromiso de no hacer actividades públicas. -Pocos días después de que Isabel llegara, comenzó la idea de que se juntara con algunos músicos. Al primero que llamó fue a Julio Zegers, que era muy amigo de ella y mío. Y así se empezó a organizar este encuentro en el Café del Cerro. Fue como un conversatorio. Estuvo el Tío Roberto, la Cecilia
Echenique, Isabel Aldunate, Hugo Moraga, que hacía poco había estado en Francia y se había hecho amigo de la Isabel. Estaba también el Juaco Eyzaguirre [Joaquín, músico y cineasta], al que se le ocurrió hacer un video que se llama Casi regreso y que está en YouTube. El encuentro fue como juntarse a tomar té, más o menos. Cinco años después, en 1989, el planeta estaba viviendo cambios a veces difíciles de entender como la Perestroika, el proceso liderado en la todavía Unión Soviética por Mijail Gorbachov. Para ponerle datos e información a aquello, el 2 de julio la sectorial Cordillera de la Comisión Chilena por los Derechos Humanos organizó y auspició en el Café una charla en la que los economistas Álvaro Palacios y Leonardo Navarro dieron claves para comprender el momento. La iniciativa tuvo entrada libre y fue un domingo por la mañana. Otro momento de este tipo ocurrió el jueves 1 de febrero de 1990, cuando la Casa de la Amistad El Bohío, en formación, decidió salir a la luz pública con una mesa redonda en homenaje a José Martí, poeta cubano y uno de los grandes de América Latina. La conversación estuvo complementada con un video de Silvio Rodríguez. Las conferencias de prensa se hicieron famosas en el local. Tanto por los protagonistas, como Patricio Manns a su regreso o los músicos argentinos que vinieron a actuar, como por la forma acogedora en que se desarrollaban.
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Maggie: ... las hacíamos todos los jueves. Hacíamos almuerzos o desayunos con los artistas, creo que con los argentinos... Mario: ... uhmmm, los tapaditos, los consomé... trascendieron. Como el Café tenía su sello, había que llegar a las conferencias de prensa, porque eran muy bien atendidas.
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Aunque no estuvo a cargo del local, pero que fue realizada ahí, otra conferencia que trascendió a los medios fue la organizada por el Sindicato Nacional de Artistas de Variedades (Sinav), en enero de 1990, para presentar su apoyo a los músicos chilenos que participarían en el Festival de Viña de ese año: Osvaldo Díaz, Pancho Puelma y José Luis Arce. La conferencia fue presidida por Katty Fernández, quien estaba a la cabeza de la organización gremial. La Bicicleta organizó diversas actividades en el local, que incluso acogió un encuentro sobre desarrollo personal, crecimiento y espiritualidad, que eran los temas de su director, Eduardo Yentzen. De todas ellas, la que hizo historia fue la mesa redonda Pop y Canto Nuevo frente a frente, cuyo diálogo ocupó la portada y cinco páginas en el número 73 de la revista, con fecha de agosto de 1986. Recuerda Álvaro Godoy, gestor y a cargo de la iniciativa. -Fue una posibilidad de juntar dos culturas, ambas contestatarias, y que dieron un diálogo interesante. Estaba Pablo Herrera, que en ese momento era muy cercano a Hugo Moraga, a la música fina, con
raíces del bossanova, con armonías preciosas, un canto intimista; estaba también el Canto Nuevo folclórico/político, con los Sol y Lluvia y Eduardo Peralta. Y, por el otro lado, Jorge González y los chicos de Pinochet Boys, que eran el margen del margen. Si Los Prisioneros eran rockeros, contestatarios, duros, los Pinochet Boys eran anarquistas. Ese día, su líder llegó atrasado, bien pasado y con su botella de whisky; todo le pareció mal, todos eran unos vendidos; curiosamente, se parecían mucho a los del Canto Nuevo más ortodoxos y radicales de izquierda, de los que ellos pensaban que eran unos integristas, sumados al sistema. Jorge González apareció con su abrigo negro, todo de negro, y la pelea se dio entre él y Dany Puente de los Pinochet Boys. Y todo eso sucedía ahí en el Café, que era un centro cultural. En la ocasión también estuvieron presentes Eduardo Gatti, Aparato Raro, Emociones Clandestinas, Keko Yungue y Payo Grondona. Para dar miradas quizá menos emocionales, aunque siempre desde un lado de la ecuación, participaron Ricardo García, del sello Alerce, vinculado principalmente al Canto Nuevo y al folclor; Carlos Fonseca, de Fusión, difusor del pop nacional y David Yáñez de RCA, por los sellos internacionales. Amaro Labra dice: -Recuerdo mi participación en un encuentro de la mítica revista La Bicicleta. Un conversatorio, para actualizar el término, muy al inicio de la música nuestra, con un emergente Jorge González y el líder de los Pinochet Boys, acerca del presente, el futuro y el pasado de la música en esos momentos. Era notable participar y aprender ahí.
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Patricio Manns y su esposa Alejandra Lastra en la conferencia de prensa ofrecida en el Café a su retorno del exilio (Archivo Café del Cerro) Encuentro con Isabel Parra (arriba, Archivo de Nano Acevedo; abajo, Archivo de José Luis Gutiérrez, quien aparece a la izquierda en la foto).
ERNESTO PINTO LAGARRIGUE 192
BARRIO BELLAVISTA STGO. CHILE
PRIMER ENCUENTRO NACIONAL DE
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EDUARDO GATTI • HUGO MORAGA • JULIO ZEGERS PAYO GRONDONA • OSCAR ANDRADE • CRISTINA RUDY WIEDMAIER • FLORCITA MOTUDA • NANO ACEVEDO ANTONIO GUBBINS • EDUARDO YAÑEZ • OSVALDO LEIVA GUILLERMO BASTERRECHEA • JUAN CARLOS PEREZ NELSON SCHWENKE • LUIS LEBERT • PABLO UGARTE TITA PARRA • NORMAN ILIC • GENARO SANDOVAL OSCAR CARRASCO • MARIELA GONZALEZ • ALVARO GODOY • HECTOR MOLINA • RAFAEL ARAYA • LUIS GUZMAN • PABLO HERRERA • PATO VALDIVIA
CONDUCCION: MIGUEL DAVAGNINO Y PIRINCHO CARCAMO DESDE EL LUNES 13 DE JUNIO AL LUNES 25 DE JULIO
Y en el libro Sol y Lluvia, voces de la resistencia (Planet, 2018), Amaro rememora un consejo que le dio al líder del grupo post-punk new wave: “A los Pinochet Boys les dije que no iban a durar nada llegando borrachos al foro”. Fue la única vez que ese grupo estuvo en el Café del Cerro, porque jamás actuaron allí. Para la memoria, una declaración de Jorge González en la actividad: “Nosotros no nacimos en contra del canto nuevo, sino contra de todo lo que signifique obviar los problemas, irse por los lados. Lo de la música rebuscada, lo de la poesía. Nosotros estamos en contra de los artistas”. Gran convocatoria para una brillante idea A mitad de año del 83, es decir, cuando aún no cumplían doce meses de funcionamiento y buscando siempre inventar cosas porque siempre había que mantener el Café lleno más allá de viernes y sábado, a Mario se le ocurrió llamar al Primer Encuentro Nacional de Cantautores. Su idea fue coronada por un público entusiasta y por el apoyo de toda la prensa escrita. Y no es una exageración. -Invitamos a cantautores que eran parte del Café, que actuaban ahí, como a otros que eran de fuera, como el Nano Acevedo o Norman Ilic, por nombrar algunos; o a cabros chicos que estaban partiendo como el Pablo Herrera, Pablo Ugarte, Genaro
Sandoval. Y también invitamos a cantautoras. Hicimos una lista con cabezas de serie, gente conocida, que convocaba más, y armamos programas de cuatro artistas, sumando otros dos. Y fue un exitazo... Aparte de darle tribuna llena a gente que no la lograba, los ocho lunes estuvieron repletos y hubo mucha prensa. Le pedí auspicio a La Bicicleta para concretar y animaron Miguel Davagnino, el Pirincho Cárcamo, Juan Miguel Sepúlveda, Ricardo García y John Smith. Fue un tremendo pencazo. Una muy linda instancia que no repetimos. Las estadísticas contables indican que en todo el Encuentro hubo dos mil espectadores. Y así lo corroboró quien reporteó la iniciativa para la revista Hoy (29 de junio): “En duros aprietos se ha visto el productor Mario Navarro, propietario del Café del Cerro, para hacerles hueco a las más de 200 personas que todos los lunes concurren a participar en el Primer Encuentro Nacional de Cantautores. La jornada, que termina el 25 de julio, ha servido para hacer un balance de la producción musical de las nuevas generaciones, haciendo un nexo con los autores de hace una década”. La convocatoria, que publicó La Bicicleta, decía: “Consideramos que es importante el Encuentro, porque será la primera vez en que se muestre de modo sistemático el trabajo de los cantautores, a quienes se invitó en forma amplia”. Contactados por teléfono, recibieron el compromiso de casi, casi, todos. Cuenta Mario:
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-El único que no quiso ir fue el Dióscoro Rojas que dijo que no, que no era como para él. Una falsa modestia. Yo todavía lo molesto, porque era habitual del Café tanto en las fondas para el 18 o con el Tío Roberto. Pero no quiso ir. Y Peralta andaba afuera, pero alcanzó a llegar y participó. Al que no quise invitar de frentón fue al Negro Piñera, porque no era cantautor, no componía. Anunciamos un cancionero, pero no lo sacamos. Se hizo una grabación, estaba todo grabado. Me acuerdo habérselo llevado al Loro [Horacio Salinas], una vez que fui a Europa. Hay cosas notables. La canción de Julio Zegers, me acuerdo.
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El Encuentro se desarrolló entre el 6 de junio y el 25 de julio. Los convocados, que interpretaron cuatro canciones en cada sesión, fueron: Eduardo Gatti, Juan Carlos Pérez, Tita Parra, Rafael Araya, Hugo Moraga, Osvaldo Leiva, Pablo Ugarte, Luis Pato Valdivia, Payo Grondona, Eduardo Yáñez, Genaro Sandoval, Óscar Carrasco, Óscar Andrade, Nano Acevedo, Cristina, Mariela González, Álvaro Godoy, Julio Zegers, Luis Le Bert, Pablo Herrera, Antonio Gubbins, Nelson Schwenke, Héctor Molina, Luis Pippo Guzmán, Flor Motuda, Rudy Weidmaier, Guillermo Basterrechea, Eduardo Peralta y Norman Ilic. Las radios Galaxia y Chilena hicieron resúmenes de lo mejor de cada jornada y Teleonce, en su programa 525 líneas, mostró secuencias de la noche inicial. La prensa escrita apoyó. Y con ganas. Píldoras de muestra, lamentablemente sin autoría de la publicación:
Las Últimas Noticias. 1 de junio. “Los cantautores se han impuesto. Sus nombres atraen a un púbico que ya es habitué de los cafés y pequeños centros musicales donde de jueves a sábados es posible encontrarlos. Por eso, porque son en este momento la base del movimiento musical chileno, en uno de los cafés con más prosapia y más pasado como es el Café del Cerro, se ha organizado un Encuentro Nacional de Cantautores”. En el mismo artículo, Mario Navarro declaraba: “... A través de todas estas sesiones, el público podrá conocer la actualidad musical y las canciones que con diferentes formas y matices poéticos identifican hoy en día nuestra realidad”. Pluma y Pincel. Junio. “[En la década] actual, el movimiento cuya influencia es más notoria es el de los cantautores, también llamado ‘Canto Nuevo’. Los nombres comenzaron a surgir hace tiempo. Y también los lugares donde actuar, los encuentros de música, las reuniones estudiantiles en cuyo seno se generó primeramente el asunto. Pero solo a partir del año pasado la prensa les concedió un lugar, la televisión empezó a llamarlos, tímidamente hasta ahora, a sus espacios. Y a su alrededor se generó un circuito de locales -cafés, cafetines, cafecitos- donde su música reinó y reina. Uno de ellos, el de más ‘tradición’, ha organizado para los meses de junio y julio un ‘Encuentro Nacional de Cantautores’. Es el Café del Cerro que dirige Mario Navarro, productor de prosapia en este asunto de la canción joven: ‘La idea del encuentro surgió hace tiempo, pero no habíamos podido dar con la
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Rudy Wiedmaier pasó del Canto Nuevo al rock con la facilidad de su talento (Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
mejor forma de hacerlo. No sabíamos si plantearlo como competitivo o solo como una manera de juntar a los músicos’”. Sobre la posibilidad de que el encuentro generara una discusión sobre el estado de la música en Chile, Navarro decía en la misma revista cultural: “Si la reflexión surge cada uno de estos lunes, queremos que sea algo que provenga de la iniciativa de los músicos o del público y no que esté impuesto por nosotros”.
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Revista VEA. 9 de junio. “El propósito, aparte de abrir un escenario más a estos artistas, es agrupar musicalmente a este movimiento, homogéneo en su motivación, pero muy desperdigado físicamente. Esta tentativa de dar unidad a través del canto a jóvenes y viejos cantautores es uno de los méritos de este encuentro que será conducido por Miguel Davagnino y Sergio ‘Pirincho’ Cárcamo”. Las Últimas Noticias. 11 de junio. Decía Mario: “Los cantautores nos recuerdan a los antiguos juglares y trovadores que, armados de su voz y sus instrumentos, recorrían las ciudades del mundo, llevando su canto y su vivencia cotidiana de fe. Ellos, los de Chile, poco a poco se han ido arraigando en el conocimiento y gusto de la juventud y público en general”. [El encuentro aporta la] “posibilidad de encontrarse para conocer y multiplicar las vivencias y razones por las que el canto existe (...). La música de los cantautores se desarrolló y ellos debieron crear
una nueva forma directa de llegar al público. Así nacieron los recitales que se multiplicaron día tras día. Las calles se llenaron de afiches que los avisaban en tal cantidad que un poeta dijo ‘cantarán los árboles de tanto afiche’”, como citaba Mario. Revista La Bicicleta. Junio. “Hacer canciones hoy día significa ser testigo de su tiempo, de su historia. Y entregar ese testimonio enriquecido con la creación es una responsabilidad de la cual ningún artista de hoy se resta (...). Así entendemos este quehacer, y es por esta razón que al encuentro asistirán cantautores tan distintos entre sí como, por ejemplo, Payo Grondona y las fuertes vivencias de la ciudad en sus creaciones; o el recogimiento íntimo de Eduardo Gatti y Hugo Moraga; hasta el interés por nuestras raíces folclóricas que cultiva Óscar Carrasco y su Salto del Negrito y Nano Acevedo; incluyendo el interés paisajista del valdiviano Nelson Schwenke; y la permanente búsqueda del hombre en el centro de sus canciones: Eduardo Peralta y Luis Le Bert (...). Todos estos conocidos y no conocidos cantautores tienen en común la hermosa tarea de dar a nuestro país una identidad musical y otra forma de mirar nuestra propia realidad”. Las Últimas Noticias. 15 de junio. Miguel Davagnino: “En este momento los medios de comunicación de masas han entreabierto una puerta, lo que ha permitido a muchos creadores jóvenes agregar su nombre a la larga lista de ‘cantautores’ del Canto Nuevo, nombre que
podrá ser no ser apropiado, pero que sirve para enmarcarlos en una situación históricamente concreta (...). La creación y el arte popular muestran el deseo de expresión de mucha gente. Por eso el cantautor se convierte en un cronista de estos tiempos. La validez, el cariño con que el pueblo acoge a cada uno de ellos va a demostrar qué es lo válido que el Canto Nuevo tiene. El arte se impone hoy como un medio de expresión válido, para que el público sienta que hay gente que piensa como él y que, en lo cotidiano, vive los mismos problemas y alegrías”. Las Últimas Noticias. 21 de junio. “Los cantautores han conformado un movimiento renovador dentro del ámbito de la música nacional. No son folcloristas, en el tradicional sentido de la palabra, ni intérpretes de música popular, entendiendo lo ‘popular’ con este matiz de comercialidad que le han dado radios y productoras de discos”. Las Últimas Noticias. 22 de junio. “Con un tanguístico ‘afuera es tarde y llueve tanto’ podría comenzarse esta crónica. Porque la noche del lunes el viento se enseñoreó de las calles, trayendo luego la pertinaz y fría lluvia. Pero traspasada la puerta del Café del Cerro el frío quedó atrás. Era la segunda sesión del Encuentro Nacional de Cantautores”. Pirincho Cárcamo decía en la misma crónica: “Demuestran una necesidad de expresión. Creo que el artista encuentra la forma de catalizar el ambiente que lo rodea. Y, en este caso, los medios de comunicación han recogido un fenómeno que
rebasó por calidad propia. Sin etiquetas, medidas ni pesos, existe una generación que está creando sin ser ajena a nada de lo que lo rodea. Reciben, crean y entregan. [Manifiestan todas las influencias] Violeta Parra, Beatles, Bob Dylan, Jaivas, Nueva Trova, los temblores y hasta el smog. No son ajenos a nada”. La Segunda. 9 de julio. (Firmado por Elga Pérez Laborde). “Le cantan a distintos dioses y credos. Cultivan el espíritu, la ecología, los caballos, lo social, lo individual. Algunos tienen su Gurú y un público que los sigue. No son buenos cantantes, pero tienen mucho que decir. Una treintena confronta su trabajo en el Primer Encuentro Nacional que organizó el Café del Cerro”. La Tercera, Buen Domingo. 10 de julio. (Firmado por Ana María López y Samuel Silva).: “Entonces, resulta que a Mario Navarro, dueño del Café del Cerro y organizador por excelencia, se le ocurrió la fosforescente idea de juntarlos. Lunes a lunes, durante siete semanas de junio a julio, a un ritmo de cuatro cantautores por jornada, completando una multitud de 28 nombres que representan esta nueva tendencia que, según ellos, de nuevo no tiene tanto”. Revista Hoy. 19 de julio. (Firmado por Ana María Foxley). [El 13 de junio] “Miguel Davagnino lee un papel con el programa: ‘Comprar el pan de mañana; avisar al colegio que la niña no va a ir a clases; comprar una olla para reemplazar la que se rompió...’. Es que mi señora es tan organizada...”
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“... Se postulaba la creación de un sindicato o asociación, donde en un tiempo más los cantautores se unirían ‘de chincol a jote’ en una plataforma común en defensa de sus intereses artísticos. ‘Una especie de movimiento cívicomusical’ bromeó alguien”. Como resumen, valga este comienzo de un artículo de Fernando Barraza, publicado en la revista Ercilla del 14 de septiembre de 1983:
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“Alguien acuñó la frase, con cierto dejo peyorativo: ‘Ahora en Chile levantas una piedra y aparece un cantautor’. Quien acuda los lunes en la noche al Café del Cerro o escuche radio Galaxia los domingos al mediodía, podrá comprobar la validez de la afirmación pero con un agregado: la sorprendente variedad creativa y musical de los nuevos compositores y la calidad estimable de buena parte de los intérpretes”. Algunos cantautores opinaron durante el mismo encuentro, como Guillermo Basterrechea y Norman Ilic, que hablaron en La Tercera del 22 de julio. Guillermo: “Es importante para nosotros conocer cosas nuevas. Lo positivo es que la mayoría de los participantes son gente con escuela. Hay trabajos universales y otros que no pueden ser comprendidos más que por un grupo, tal vez por exceso de intelectualismo”. Norman: (que venía de participar en la versión 83 del Festival de Viña) “En cuanto me invitaron dije
que sí. Toda la gente que ha participado es lo más representativo. Me parece excelente la posibilidad de mostrar canciones sin ánimo de competencia: de esta manera uno busca lo que realmente le satisface y no se va por lo efectista”. Como cierre, Mario Navarro declaraba en Las Últimas Noticias del 3 de agosto: “En gran parte se cumplieron los objetivos, sobre todo en cuanto a mostrar el trabajo de los músicos chilenos en forma sincronizada y relativamente bien organizada. Se pudo presentar un panorama completo, el que permitió al público darse cuenta de las diferencias que existen entre los compositores. Para muchos, los cantautores son ‘todos iguales’ pero este encuentro les demostró que, si bien algunos pueden tener algún parecido, cada uno tiene su estilo peculiar. Estoy muy contento con la reacción del público, el que tuvo mucha participación en todas las sesiones. Y también por el apoyo de los medios de comunicación, ya que con algunos hubo un acercamiento que antes no se había producido”. “... Falló una cosa que estaba prevista: para algunos cantautores su presentación aquí, fue una más en su lista. Otros, en cambio, se preocuparon de contar sus experiencias al público, comunicarse más directamente y algunos vinieron, lunes a lunes, para escuchar a los demás. En una próxima oportunidad, ya que será necesario cimentar esto para ser programado una vez al año, ellos podrían organizarse mejor, estar más cerca de la gente y de sus propios colegas”.
Quedaba lanzada la posibilidad de un segundo Encuentro, que incluiría traer cantautores de otras regiones. “A ellos les cuesta mucho entrar en el medio santiaguino y una ocasión como esta es ideal, ya que cantarían avalados por los nombres de músicos populares, quienes llevan público y cuentan con el apoyo de la prensa. Vamos a hacer el esfuerzo de traer gente de Chiloé, de Arica, de donde sepamos que hay alguien haciendo cosas buenas”. Igualmente planteaba en el artículo el proyecto de hacer un Festival de Canto Nuevo. La diferencia con el Encuentro es que sería competitivo, usando los esquemas de los grandes festivales: tendría un excelente premio y un jurado de muy buen nivel, con músicos y literatos de alto vuelo. Decía Mario: “La gente del Canto Nuevo no se ha enfrentado nunca a una crítica especializada, proveniente de personas como Fernando Rosas o Mario Baeza y sería bueno que ellos opinaran sobre este movimiento”. Ideas que se quedaron en el tintero... o se convirtieron en otros formatos. Bello Barrio Bellavista El Café participó de modo muy activo, junto a la Agrupación Amigos del Arte, en la creación y realización de los populares y recordados Festivales del Barrio Bellavista que, en su
momento, sobrepasaron todos los pronósticos y expectativas planteadas en cuanto a repercusión y público implicado, tal como lo contó La Punta del Cerro. Jaime Meneses, gerente de Amigos del Arte: -Cuando teníamos la galería de arte en Bellavista, iba como cliente, con amigos, al Café del Cerro y, obviamente, cuando creamos los festivales invitamos a Mario a participar con su local. Para entonces ya éramos conocidos. No amigos, pero conocidos. Y nos identificamos en quién era cada uno. Él [Mario] estuvo de acuerdo altiro en participar en el festival. Siempre tuvimos muy buena relación y se incorporó muy bien a la organización. El primero se llevó a cabo entre el 5 y el 13 de enero de 1985. La parrilla del Café incluyó a Moraga, Weidmaier, Juan Carlos Pérez, Generaciones, Nelson Araya, Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Sol y Medianoche, Araucaria, Cometa, Tati Penna y SubGrupo, Quilín, Bandhada, El Arca, Palisandro, Chamal, Arak Pacha, Schwenke y Nilo y cuarteto y Payo Grondona. Cada jornada contó con dos artistas. Recuerda Jaime: -Para el primer festival tuve que ir a decirle a la alcaldesa, que estuvo de acuerdo y tuve que hacer gestiones con Carabineros. Porque, aunque todo lo nuestro era en locales cerrados, a los lugares públicos empezaron a llegar los conjuntos musicales callejeros, los artesanos, los teatristas callejeros, incluido Andrés Pérez.
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El cantautor Juan Carlos Pérez y la actriz Orietta Escámez cautivaron al público de los festivales del Barrio Bellavista (Foto 1: Archivo Café del Cerro / Foto 2: Archivo Nacional de la Administración).
Más largo fue segundo festival, duró del 4 al 19 de enero de 1986. Y en el Café cantaron Santiago del Nuevo Extremo, Cristián [Rosemary] y Claudio Hohmann, Grupo Liverpool, Días Felices, Payo Grondona, Felo, Isabel Aldunate + acompañamiento, Eduardo Gatti + grupo, Álvaro Godoy, Juan Carlos Pérez, Pippo Guzmán y Schwenke y Nilo. La novedad, y todo un éxito, fue la apertura de una franja más temprana que incluyó teatro: Franklin Caicedo con Neruda déjame cantar por ti; Humberto Duvauchelle y Mario Lorca, y su Noche de Poetas; Raúl Palma, con La vuelta del Cristo del Elqui de Nicanor Parra, y Renée Ivonne Figueroa + grupo, en plan cantactriz.
Dice Jaime Meneses sobre la actividad teatral: -Incorporar teatros fue idea mía, pero la de programar teatro en el Café fue de Mario Navarro. Yo dejaba en libertad a los dueños de los locales en relación a la programación. Siempre fui muy respetuoso de esa independencia. Nunca impuse nada. Mi directorio siempre me dejó también bastante libertad. Me dejaban hacer lo que quería y no sé de dónde sacaba tanta plata, porque se me ocurrían cosas insólitas. No faltaron las críticas de quienes pensaron que no era una buena idea participar en una actividad organizada por una asociación del mundo
empresarial. Ante eso, Daniel Ramírez reflexiona mirando hacia atrás: -Si el empresariado estaba contento, significaba estar más seguro. No se le podía hacer asco a los festivales organizados por el empresariado. Ya en el tercer festival las calles estaban desbordadas y los vecinos habían empezado a expresar su molestia. Habla Meneses: -La cantidad de gente que fue... la cobertura de prensa fue espectacular. Al final quedé muy estresado. Entre el 7 y el 25 de enero del 87, por el escenario del Café pasaron Roberto Lecaros (violín y corneta), con sus hermanos Mario (piano), Pablo (bajo) y Nené (vocalista) y con las lady crooners Rita Góngora, Pachi Salgado y Cristina; Le Bert, Felo, Gatti, Schwenke y Nilo y Pippo Guzmán. Hubo un grupo de teatro, cuya identidad no quedó registrada, que presentó La Radio, creación de Enrique Lihn, y el patio recibió a la danza: Impronta, Claire Perrine + grupo, Taller Pucalón, Espiral, Taller Urbano Experimental, Gyru’s y Danzas Históricas. Cuarto y último festival. Empezó el 6 de enero de 1988 y terminó el domingo 24. El local aportó actuaciones de Gatti, Pippo Guzmán, quien presentó su registro En vivo desde el Café del Cerro del sello EMI, Los Pintamonos y la del uruguayo Leo Masliah.
Cayó el telón para una iniciativa que, si bien es cierto se escapó de las manos, fue una suerte de pulmón anual, de gran carnaval, tan necesario y escaso en Chile, sea cual sea su situación social y política. Una fallida buena idea Duró tres lunes de noviembre de 1985 y los acompañaron Payo Grondona, Felo, el grupo Contracanto y el dúo Tiempos de Ayer y de Hoy. Diez intérpretes se presentaron en este Encuentro de Cantores de Micro, que no tuvo carácter competitivo, pero sí una final con los más destacados. Usaron instrumentos tradicionales, como guitarra o charango, pero también otros fabricados por ellos, como quenas o zampoñas hechas de tubos de PVC. Lo habitual para los pasajeros de la locomoción colectiva, su público cautivo. Mario reflexiona y concede: -Inventábamos cosas con la idea de activar todos los días. Porque el sábado, descueve, pero los otros días de la semana había que inventar cosas. El Encuentro de Cantautores fueron siete días repletos, pero repletos; después, el Festival de la Joven Música Chilena y entre esas cosas surgió la posibilidad de hacer el Encuentro de Cantores de Micro, pero no nos resultó. Alguien propuso hacer el encuentro y esa persona convocó y él los traía, pero de repente fallaban. No fue una cosa bien organizada. Por eso no trascendió. No fue una cosa organizada por nosotros. No llegó público ni llegaron todos los
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artistas comprometidos. La verdad es que fue un fracaso. En 1992 hubo otra actividad con ellos, pero esta vez cerrada al público. La Asociación de Cantores de Micro pidió el local, que ya no era el Café sino La Crisis Moral, pero seguía a cargo de Mario y Maggie. Cuenta Álvaro Godoy, quien coordinó, que los artistas de la calle se encontraron ni más ni menos que con Silvio Rodríguez:
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-Fue la segunda vez que vino Silvio a Chile. Convoqué a los cantores callejeros que se estaban organizando y que cantaban sus canciones. Ellos hicieron el show y se lo presentaron a Silvio. El quedó asombradísimo, sobre todo con un dúo de guitarra y charango; quedó tan impresionado que los llevó a la gira con él.
Agudeza mental y buena rima Más exitoso fue el Encuentro de Payadores, desarrollado los miércoles de agosto de 1986. Participaron dos duplas de hermanos, de lo más conspicuo de ese arte de destreza musical y rapidez mental: Santos y Alfonso Rubio, de Pirque, y Pedro y Fernando Yáñez, de Campanario, BioBío. Santos, cantor popular y guitarronero ciego ya fallecido, consiguió en los años 50 llevar la paya a los sellos grabadores y después del 73, junto a otros artistas, hizo de esta forma tradicional de contienda una de las tantas vertientes de la contracultura y
la lucha por el retorno de la democracia. Alfonso, el menor de los trece hermanos, fue el único que también asumió la interpretación del guitarrón y, al igual que Santos, es cantor a lo humano y lo divino, payador y gestor del canto a lo poeta. En cuanto a los hermanos Pedro y Fernando Yáñez Betancour, el primero es uno de los fundadores del Inti Illimani y del dúo Coirón. Folclorista y cantor popular, ha sido parte de todos los movimientos de la música con contenido desde los 70 en adelante. Fernando se ha especializado en las diversas formas del canto popular. Un domingo de agosto que fue para toda la vida Aunque esta actividad fue privada, sin duda es la más especial de las actividades especiales. Por eso no podía faltar su relato. Mario y Maggie eran pareja hacía un buen rato. Pareja sentimental que se complementaba a la perfección en el trabajo. Era hora de avanzar. Así es que un lluvioso domingo de agosto de 1983, a menos de un año de inaugurado el Café, tuvo lugar este compromiso de por vida, oficiado por Miguel Davagnino e ideado por dos integrantes de Chamal: Hiranio Chávez y Jaime Chamorro. Cuenta Hiranio: -Yo hice toda la puesta en escena de ese luminoso matrimonio. Tuvo mucho de la cultura tradicional,
muchos símbolos de traspaso de un estado a otro, como lo hacían los jóvenes y los niños, pasos de etapas de la vida. Aparecía eso, mezclado con otros elementos de la cultura occidental: las cintas, el vaso roto... muchos elementos simbólicos que perpetuaban este sirviñaku que, pasando el tiempo, se convirtió en un verdadero matrimonio. El Café estaba lleno de familiares y amistades que habíamos recibido el parte que informaba: “Maggie (a) ‘la chica’, hija primera de Nana y Erich, 22 años, de Santiago. Pelo: negro. Ojos: café; 1.50 mts. de altura, distribuidos en 45 kls. con estudios en Técnicas de Hotelería y Mario (a) ‘Marito Nahuel’; hijo menor de Cuca y Mario, 26 años. Pelo: suficiente; Ojos: dos; 1.67 mts. repartidos en una obesidad leve. Diseñador Paisajista y Productor Artístico. Resuelven: Que dadas las circunstancias afectivas por las que atraviesan y no pudiendo aceptar la idea de no tener su propio espacio, de cultivar sus propias plantas, de soñar juntos la esperanza, y de participar de un mismo closet, se ven en la absoluta necesidad de proclamar a vista y paciencia de sus padres, familiares y amigos, el inicio de esta nueva forma de vida, que los hará compañeros de este viaje, con el empeño de revalidar día a día este compromiso que asumen ante sí, a partir del 28 de agosto del presente año, en los interiores del Café del Cerro”. Como muchas actividades pensadas por la pareja, la idea tomó vuelo. Dice Mario:
-Fue creciendo la cosa. Primero era una fiesta, después terminamos haciendo un parte y entre el Hiranio y Jaime Chamorro armaron una ceremonia. Necesitábamos alguien que fuera relatando, alguien que fuera contando un poco la historia y se lo pedimos a Miguel. Nosotros le decíamos que había sido el cura. Para organizar el magno acontecimiento, entró a tallar la madre de Maggie, Eliana, que tomó el mando. Y quien pudo colaboró con ideas o acciones, aunque algunos apoyos no resultaron del todo bien, pero fueron igualmente agradecidos. Mario: -La Carola Rojas, amiga de la Maggie, regaló la torta que salió toda chueca [risas]. Todo fue autogestión e improvisado. Queríamos hacer una fiesta y había que contratar una orquesta y Jorge Campos nos recomendó al Grupo Alma; Jaime Chamorro tenía una amiga que vivía en Coyhaique y la carne del tremendo asado que hicimos se la compramos a ella. La mandaron en avión y la tuvimos que ir a buscar a Pudahuel. Las empanadas se hicieron en el Café. Vimos que la fiesta había agarrado papa, e hicimos participar a las mamás y las hermanas y los amigos. No podía haber fiesta sin artistas, así es que de esa parte se encargó Pablo Villafraña. La ceremonia empezó a las 5 de la tarde y la fiesta terminó pasadas las 5 de la mañana. Sigue contando Mario: -Cuando terminó la ceremonia entró el Arak Pacha tocando y se armó el bailoteo inmediatamente; no pararon de tocar como en una hora, porque
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Diversos momentos de la ceremonia del Sirviñaku de Mario y Maggie: invitados, baile y votos (Todas las fotos: Archivo Navarro / Kusch).
llegaron las empanadas y ellos seguían tocando. Y después, regalando una canción cada uno: Santiago [del Nuevo Extremo], [Guillermo] Basterrechea, [Eduardo] Peralta, el Tío Roberto que llegó con la Cata [Rojas], que venían del funeral de una de sus hermanas; el Payo, el Negro Piñera, Vientos del Sur. Y después, empezó la orquesta. Cuando entró, alguien me dijo ‘después de que todo ha estado tan bueno, aquí te caíste’. Pero resultó que la orquesta fue espectacular. Aunque Mario diga que todo fue improvisado, no lo fue tanto. En la mañana hicieron un ensayo
de la puesta en escena. Tenían contratado ya un fotógrafo, Lenio Chávez, hermano de Hiranio, pero cuando vieron que la ceremonia era tan bonita, sobre la marcha pensaron en que debía quedar un registro audiovisual. -No sé cómo llegamos al Germán Malick, que afortunadamente nos hizo ese precioso video, que es un magnífico recuerdo. Antes lo veíamos una vez al año, para el aniversario; pero ahora lo estamos viendo cada cinco o cuando va un amigo que lo quiere ver, porque cada vez vamos contando menos gente en esta Tierra.
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Súper Cifuentes animó con sus desventuras a La Bicicleta. Gracias Hervi (Hernán Vidal), por revivirlo para que pueda llegar al Café en las páginas de este libro.
haciendo camino en conjunto
Vasos comunicantes, socios de alma, tríada de la difusión de la canción consciente. El Café del Cerro, el sello Alerce y La Bicicleta coincidieron en época para acoger y mover las aguas de la música alternativa o contestataria. Había territorios comunes en la constitución de estos espacios de libertad, zonas autoliberadas, que luchaban por mantenerse a flote pese a la censura y el amedrentamiento. Por eso fueron socios, en un sentido solidario, colaborativo, no económico. No formaron un clúster, no se asociaron ni lícita ni ilícitamente, no hicieron negocio. Reflexionan sobre ello, el filósofo y músico Daniel Ramírez, que vivió la etapa de instalación de las tres iniciativas, y el periodista especializado en música David Ponce, estudioso de la época. Con Daniel abrimos este capítulo y lo cerraremos con David. Daniel: Un espacio de libertad no es solamente un espacio físico, aunque los había. Es una expresión de doble sentido, porque una revista puede ser un espacio de libertad como La Bicicleta, semiclandestina
al comienzo y que se convirtió en una institución nacional. Pero cuando recuerdo esa época lo que me interesa no es tanto los hechos sino el espíritu con el cual se trabajaba: que se podía luchar contra la dictadura por medio de la creatividad. Ese era el centro de nuestro asunto. Y eso era lo que me resultaba muy difícil de explicar a mis amigos en Europa, cuando me fui a Francia. Era muy difícil contar a los exiliados que se fueron en la primera época todo lo que hicimos, todo lo que hacíamos. Porque se manejaban otros conceptos allá, como el del apagón cultural. Como que Chile se volvió oscuridad y pasaron 17 años de oscuridad. Lo mismo se decía en el Renacimiento italiano con respecto a la Edad Media. Que eran mil años de oscuridad. Es difícil para quienes no lo han vivido darse cuenta de la cantidad de trabajo y de creatividad permanentes, y el espíritu de estudio que hubo. Mario remarca que estos proyectos comunes no tenían objetivos económicos: -Entre los tres no había ningún acuerdo económico. No estamos en eso, ni nosotros ni La Bicicleta ni Alerce. Estábamos por algo más grande. Existía
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Ricardo García, creador del sello Alerce y uno de los grandes defensores de la música comprometida nacional y de América Latina (Foto: Archivo sello Alerce. Archivo Fotográfico. Memoria Chilena. Biblioteca Nacional de Chile).
una tremenda amistad y estábamos en un proyecto conjunto: derrotar a la dictadura. En ese momento no había diferencias entre nosotros, teníamos un objetivo común, cosa que, con el tiempo, lamentablemente, en este país se perdió. Ahora uno no sabe quién está al frente ni quién es el enemigo. Pero entonces teníamos un enemigo común y estábamos tirando todos el mismo carro. Había una complicidad mayor. También con Miguel Davagnino y John Smith, de Nuestro Canto, donde yo trabajé, y con Raíces Latinoamericanas, el programa que tenía Juan Manuel Sepúlveda. Y con Pirincho empezamos a trabajar desde la época del Ulm, con Miguel también. Era la gente con la que estábamos apoyándonos: ellos a nosotros y nosotros a ellos. Había una mancomunión. Mancomunión y amistad. Con Ricardo García se conocían desde la época en que Mario, casi recién llegado a Santiago, había sido manager de Wampara y Aquelarre, ya que ambos grupos grabaron para el sello Alerce. La relación continuó y se profundizó desde Nuestro Canto y el Kaffé Ulm. -Estábamos muy unidos, porque trabajábamos con los mismos artistas. Luego se enteró del proyecto del Café del Cerro, y una noche llegó a visitarnos con el Pato Villanueva [Nuestro Canto], cuando estábamos construyendo el Café. Estuvo en la inauguración, en nuestro matrimonio, en todas las grandes actividades. Y cuando había números que le interesaban estaba presente con la Gloria [Trumper, su esposa]. También iba a ver a un nieto que tomaba
clases de guitarra con Juan Carlos Pérez y que, una vez al año, presentaba a todos sus alumnos. Con La Bicicleta, la relación empezó desde el primer número, en épocas aún del Ulm. -Inmediatamente empezamos a hacer cosas en conjunto. Me acuerdo que se hizo una actividad de la revista donde Nelson Schwenke, en una de sus primeras venidas, estrenó sus canciones Entre el nicho y la cesárea y Que me vaya sosteniendo la ternura. Lo tengo patente. Acompañado no me acuerdo por quién al piano, puede que haya sido el Pingo González [Ernesto González, que hizo los arreglos de las canciones del primer registro del grupo]. Y cuando se gestó el proyecto del Café del Cerro, empezamos a publicitar y a hacer eventos con ellos o con su apoyo.
Tres casetes, un cedé No solo tuvieron relación con Ricardo García, sino también con su socio Carlos Necochea, también productor del sello en esos años, quien recuerda: -El vínculo entre el Café del Cerro y Alerce fue muy cómplice. Fue muy grande, eterno, permanente. El Café era, sin darnos cuenta, el lugar que difundía nuestros discos, con la presencia de nuestros artistas en sus conciertos. Era el refugio donde nos podíamos alimentar cada uno de nosotros. Yo partí yendo al Kaffé Ulm y luego todas las semanas al Cerro. Siempre había algo distinto e iba a ver cómo
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estaban los artistas. Y la relación con Alerce fue muy estrecha. Esa complicidad se materializó en la producción de un casete, del año 1983, una caja con dos registros en 1990, y un CD recopilatorio, después de que el Café cerrara. Se trata de los casetes rotulados como Café del Cerro. El primero, que logró gran recepción de público y de crítica, contiene grabaciones de estudio de doce artistas, no todos del sello, gracias a que contaron con la voluntad del sello SYM, que permitió la presencia de Eduardo Gatti, Hugo Moraga y Cristina. El segundo, de 1990, presenta una selección musical que incluye lo más destacado de la creación musical de la década anterior.
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El CD, con el mismo nombre, compila temas de Congreso, Payo Grondona, Óscar Andrade, Eduardo Peralta, Isabel Aldunate, Santiago del Nuevo Extremo, Fulano, Luis Le Bert, Schwenke y Nilo, Huara, Sol y Lluvia, Cristina, Dióscoro Rojas, Aquelarre, Abril, Juan Carlos Pérez y Amauta. Algunas canciones son clásicas, otras han pasado un poco al olvido. Contiene un error: Aquelarre jamás estuvo el Café, porque se disolvió a comienzos de la década de los 80. Hoy los casetes son de colección, ya que no fueron reeditados, y físicamente solo pueden ser encontrados en mercados digitales, junto a afiches de recitales y entradas impecablemente guardadas, también a la venta para los nostálgicos.
Fuera de ellos hay otras tres producciones, siempre aparecidas bajo el sello de Alerce, que recogen presentaciones realizadas en el Café. El uruguayo Leo Masliah grabó En vivo; Felo hizo lo suyo con Se busca. La tercera es, probablemente, el registro de mayor peso musical y emotivo de ellas: igualmente se llama En vivo y testimonia las presentaciones, al regreso de su exilio, del cantautor Osvaldo Gitano Rodríguez, ya fallecido, y emblemática figura de la Nueva Canción Chilena. De los tres primeros registros mencionados habla Mario: -El primero lo conversamos con Ricardo, porque mi intención fue hacer que, aunque tuviera artistas de Alerce, participara la mayor cantidad de intérpretes, fueran del sello o no. Porque Alerce sacaba compilados de música del Canto Nuevo, o de otros, pero siempre con sus músicos. Quisimos que ese casete fuera más amplio y hablamos con Sonia y Myriam [dueñas del sello SYM] y con Alerce y logramos hacer esa coproducción. Creo es un tremendo disco de esa época. Fue al año del Café. Y después, a los siete años, sacamos la caja doble que fue puro Alerce. Yo no opiné mayormente. La intención era que saliera el disco y dejarlo en sus manos. Ellos eran los discográficos y no me iba a meter a opinar. Y después, Alerce sacó el CD post Café. Esos fueron los tres discos. Carlos Necochea dice que la selección de los artistas para el primer casete fue algo que discutieron mucho entre él y Mario.
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El estudio de Filmocentro, epicentro de las grabaciones del sello Alerce. En la foto, de izquierda a derecha: Edgardo Riquelme, guitarrista; Pancho Aranda, tecladista; Eduardo Peralta, cantautor; Jaime de Aguirre, ingeniero de sonido; Alejandro Espinoza, baterista; y Pablo Lecaros, bajista (Foto: Archivo sello Alerce. Archivo de Música. Biblioteca Nacional de Chile).
-En esa época hacíamos las cosas entre la intuición y la urgencia. Y esta cosa a veces resultaba y a veces no. Yo no podía poner todos los artistas que estaban en el Café, pero él me fue sugiriendo quién quería que estuviera. En esa época de Alerce era tan importante para nosotros tener a Santiago del Nuevo Extremo como a la Gabriela Pizarro. Cada uno en su campo estaba haciendo un tremendo aporte. Y si bien es cierto la Gabriela no vendía muchos discos, sí lo hacían Tito Fernández, Aquelarre, Santiago o los Schwenke y Nilo. O el fenómeno de la Nueva Trova Cubana, que ayudó mucho en las ventas, de manera que nos permitía grabar otros discos que no podían financiarse tanto. Había una mezcla de ganar por un lado y gastar por otro; pero gastar contento.
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García como el gran formador e inspirador y a Carlos Necochea como un productor muy poderoso en la época, en el sentido de que hacía que las cosas ocurrieran. Fueron momentos muy emocionantes. Hoy, la continuadora de la labor de Alerce, Viviana Larrea -hija de Ricardo- recuerda ese vínculo:
Recuerda a Felo, a Flopy, a Juan Carlos Pérez como artistas no vendedores, entre comillas, pero cuyo trabajo quedó registrarlo igual. Y aunque Alerce tuvo la idea de grabar en vivo el concierto que para sus 20 años en la música dio Nano Acevedo, artista del sello, en el Café, finalmente no concretaron la idea.
-No recuerdo palabras exactas de mi padre respecto a Café del Cerro, pero sí recuerdo todo el trabajo que se hizo en conjunto. Toda la relación que hubo entre Mario Navarro y Ricardo García que daba cuenta de la importancia del lugar para el Canto Nuevo o para el canto contingente que, en ese momento, se estaba desarrollando en Chile. Y así fue creciendo esa relación y mucho de lo que Alerce hizo en ese período se hizo en allí, grabaciones, lanzamientos. Sentía que era un espacio fundamental para el canto con sentido de esa época. Yo creo que Ricardo lo consideraba como un espacio de trabajo en conjunto, de permanente colaboración, y como un lugar donde podíamos dar a conocer nuestras producciones y a nuestros artistas.
Como ingeniero de sonido de Filmocentro, donde se grababa casi toda la música de Alerce, Jaime de Aguirre habla con propiedad de esa sociedad.
Sobre la selección de los nombres escogidos para integrar las nóminas de los registros, comenta Viviana.
-Alerce, el Café del Cerro y Filmocentro eran como pasadizos comunes. No tengo recuerdo de proyectos de grabación entre los tres que no se hicieran. Creo que Alerce fue un tremendo lugar de curatoría y transmisión de música de esos años. Y que lo hizo extraordinariamente bien. Recuerdo a Ricardo
-Se hizo pensando en los artistas que se habían presentado ahí con frecuencia, con importancia, con mucho público, y creo que la edición con ese nombre fue pensada por Carlos Necochea también como un reconocimiento al trabajo que Café del Cerro había hecho todos esos años.
Socio unipersonal Sergio Pirincho Cárcamo conoció a Mario Navarro cuando este era jefe de producción de unos bailables playeros organizados por una popular gaseosa. Mario estaba en Nuestro Canto y Pirincho -el Piri- en la radio Chilena, que emitía el programa. Era enero de 1979. La total prehistoria de los emprendimientos de Mario, pero fueron estos eventos los que le permitieron capitalizar y montar una pequeña empresa de sonido. Más tarde, Pirincho se cambió a radio Galaxia, donde comenzó con su mítico Hecho en Chile, programa emblemático de los 80. En mayo de 1983, Mario lanzó el Primer Encuentro Nacional de Cantaurores, donde el carismático comunicador radial fue uno de los maestros de ceremonia, como ya fue contado en el capítulo destinado a las actividades especiales ocurridas en el Café. Animados por el éxito de público y de convocatoria de artistas, idearon otros formatos que involucraban directamente al hombre de radio. La génesis está explicada por Navarro en este artículo de Las Últimas Noticias, del 3 de agosto de 1983. “Al Café llega mucha gente a ofrecerse y con los que valen la pena uno no sabe mucho qué hacer, ya que sus nombres no son conocidos y uno tiene que ver la parte comercial de este asunto. Para solucionar en parte el problema, con Pirincho
Cárcamo vamos a emprender una serie de recitales con gente nueva amparados por gente más conocida, en los cuales se grabaría especiales de Hecho en Chile para radio Galaxia”. Desarrollada desde fines de agosto a fines de octubre, con el formato de dos músicos jóvenes, reforzados por un consagrado, la iniciativa se llamó igual que el programa: Recitales Hecho en Chile, porque el espacio radial era ya toda una marca registrada. A poco andar en funcionamiento, Pirincho declaraba, igualmente a Las Últimas Noticias, pero el 1 de septiembre: “Fue una idea de Mario Navarro, porque había mucha gente que se le acercaba para tratar de cantar en el Café. Muchos de ellos habían pasado por la radio; pero, desgraciadamente, llegaban sin material grabado y por eso no podía programarlos en el espacio de Galaxia. Así surgió el proyecto de hacer estas presentaciones donde se combinan nombres consagrados con personas que, siendo creativas, no son conocidas”. La idea funcionó. Aunque no siempre se consiguiera la presencia de alguien con nombre... ni suficiente público. Pero los nuevos creadores pudieron contar con un material grabado en excelentes condiciones y que, además, era transmitido por el programa del Piri. Comenta ahora Maggie: -Después no volvimos a hacerlo, pero fue una linda idea que daba tribuna a gente no tan conocida.
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Tras la partida de Ricardo García, su hija Viviana Larrea tomó las riendas del sello Alerce para continuar, con Alvaro Godoy de La Bicicleta y otros, siendo compañeros de ruta del Café tanto en la gestión musical como en la lucha en pro de la democracia (Foto 1: Archivo Viviana Larrea; Foto 2: Archivo Café del Cerro).
La tercera participación de Pirincho en actividades del Café fue como jurado preseleccionador del Primer Festival de la Joven Música Chilena. Recuerda: -Hubo un concurso y ahí participé activamente, todos los días, escuchando las canciones.
Pedaleando por el premio Las historias se van combinando, hilvanando, de acuerdo a las experiencias reales, como dice Álvaro Godoy, a quien una generación (o más) le debe el
haber podido tocar en guitarra los temas de sus favoritos, gracias a los cancioneros de la revista La Bicicleta. Continúa: -El Café era un esponsor, nos ayudaba poniendo sus avisos y nosotros los ayudábamos a ellos; posiblemente, la mayoría era por canje, pero éramos mencionados en el Café y nosotros lo mencionábamos en nuestras páginas. Había una confluencia y una sensibilidad muy parecida entre ellos y la revista. Llegábamos a un público similar, gente interesada en la nueva música chilena, en la música contestataria, principalmente jóvenes y gente relacionada con el movimiento cultural, los actores, los músicos. Y también porque el
tipo de música que se hacía en el Café del Cerro, era el mismo del que publicábamos. Teníamos una afinidad respecto de quiénes eran los principales valores del Canto Nuevo en ese tiempo, así es que se producía una sinergia muy importante: todos querían salir en la revista y cantar en el Café, porque presentarse ahí era pasar a una especie de nivel profesional. Y los criterios, para ambos, eran calidad musical, resonancia cultural o política -que nos interpretara- y también popularidad, porque era importante que la revista se vendiera. Y luego también allí pudimos hacer algunos encuentros bien interesantes. Nos servía como un espacio de encuentro.
La versión de Mario:
El más importante es el Festival de la Joven Música Chilena, cuya idea original se la disputan entre ambos. Álvaro dice:
Haya sido de quien haya sido la idea, lo cierto es que tuvo éxito. La convocatoria fue para compositores residentes y las canciones debían ser inéditas y originales, con una duración máxima de cinco minutos. El tema era libre y había un primer y único premio de $50.000, cantidad nada de despreciable para la época. Cuenta Álvaro:
-La idea partió de mí, en términos de la búsqueda de nuevos valores jóvenes, porque los que estaban más consolidados ya habían aparecido en el Café y en la revista. Yo se la propuse a Mario, sabiendo que había muchas posibilidades de entregar un espacio a un grupo de cantautores, de compositores, de intérpretes, distintos a esos que estaban, se podía decir, un poquito consagrados. Lo que queríamos era que hubiera espacio y relevancia para gente que estaba recién creando. Entonces ahí surge la idea, hicimos un jurado, y yo fui parte de él. Queríamos ponerle un nombre distinto a Canto Nuevo, Nuevo Canto, Canto de Chile y por eso se llamó Festival de la Joven Música Chilena.
-Y se me ocurrió hacer el Festival de la Joven Música Chilena. Ahí invité a La Bicicleta a aparecer como organizador junto con nosotros, con el auspicio de Hecho en Chile, Nuestro Canto, Raíces Latinoamericanas y el sello Alerce. Pero lo hice yo. El jurado lo pudimos haber consensuado, pero la idea fue mía. Convoqué a un jurado preseleccionador, porque llegaron cerca de 200 canciones, de las cuales se seleccionaron 25 que se presentaron todos los lunes en el Café. Hicimos la final en el Teatro Cariola, a la que trajimos a Leo Masliah, en su primera vez en Chile.
-Fue impresionante. Nos llegaron 180 casetes, que eran como unas cajitas que tenía como cintas adentro y que uno daba vueltas con un lápiz [se ríe]. Entre Johnny Smith, Pirincho Cárcamo, Miguel Davagnino, Juan Miguel Sepúlveda y yo seleccionamos 25. Una de las cosas que más recuerdo fue cuando llegó un casete bastante artesanal, que sonaba como hecho en casa, pero con una composición muy bonita cantada por una voz muy especial, extraordinaria. Era la voz de alguien que parecía muy joven. Nadie la conocía y, con el tiempo, se transformó en una de las grandes
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Todos los Lunes del 14 de Mayo al 11 de Junio ‘84 Café del Cerro • Gran final Teatro Cariola, Viernes 22 de Junio • Organizan: Café del Cerro, Revista la Bicicleta • Colaboran: Hecho en Chile, 100% Latinoamericano, Raíces Latinoamericanas Sello Alerce • 25 semifinalistas + interpretes invitados.
cantantes chilenas. Era Francesca Ancarola, que con solo 16 años ya tenía esa tremenda voz, ese estilo, ese sello tan propio. El jurado que evaluó las veinticinco canciones estuvo compuesto por grandes nombres de la cultura nacional: los compositores y académicos Luis Advis, Cirilo Vila y Mario Baeza; la folclorista Margot Loyola; el poeta Enrique Lihn; el guitarrista, compositor y arreglador Edgardo Riquelme, y los comunicadores radiales especializados en música chilena Miguel Davagnino, Sergio Pirincho Cárcamo, Juan Miguel Sepúlveda, más Álvaro Godoy. Las escucharon, cinco por vez, en sesiones públicas de los días lunes, a partir del 14 de mayo de 1984. Repasa el propio Álvaro: -No era un jurado que evaluara todo o cualquier cosa, sino estaban centrados en sus espertises, porque queríamos distinguir las diferencias: el mejor arreglo, la mejor poesía, la mejor composición. Sin embargo, aunque destacáramos distintos rubros y especialidades, debíamos tener un ganador. Los finalistas fueron: Felo (Rafael Verdugo), Anahata (Lucho Beltrán), Juan Carlos Pérez, Milagros Correa, Juan Sebastián Palacios, Mariela González, Jaime Andrade, Juan Enrique Soler, Abel Ojeda, Marcelo Puente, Ismael Durán, Felipe Salinas con Eugenio Espinoza, Patricio Liberona, Konrad Adrián Ticrke, Pablo Ugarte, Víctor Sanhueza, Enrique Rosales, Rosario Salas, Juan Luis Sepúlveda, Manuel Vergara, Fernando Pinto, María Angélica Araneda, Cristián Rosemary, María
Francisca Ancarola, Ricardo Rosson y Flopy (Luis Felipe López). Entre ellos había conocidos, aún no consagrados, y gente completamente nueva. En muchos eran notorias ciertas influencias. Decía Álvaro en la revista Rumbos, de La Tercera, el 16 de mayo: “En algunos casos era evidente la influencia de cantautores populares; los más imitados fueron Hugo Moraga, Eduardo Peralta y Eduardo Gatti. Los grupos más emulados fueron Los Jaivas, Congreso, Sui Géneris y Police. Fue grato ver que compositores de trayectoria aparecían tras los pseudónimos y que también había ilustres desconocidos muy prometedores”. El programa del Festival decía: “Lo que importa es este canto que recorre las calles, los escenarios, las salas de teatros, los cafés y todo lugar donde la joven música chilena se presenta. Un canto que lo invade todo y nos inunda con su poesía y su sonido renovador y hereditario de lo mejor de nuestra cultura”. La composición de los participantes lo dejaba en claro: hubo gente de fuera de Santiago, humor e, incluso, la participación de un cantautor uruguayo-alemán que cultivaba el rock cristiano. Álvaro describía en La Bicicleta lo que había quedado seleccionado: “Parabienes, rines, tonadas, baladas, rock folclórico, jazz-rock; fusión y más fusión: lo nuestro, lo de ellos, lo planetario. De todo y para todos los gustos. Grupos, solistas, buenos y no tan buenos,
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promesas y consagrados, en fin, una muestra tan amplia como la juventud en las canciones de una nueva generación de músicos”. En medio de esa diversidad, se echaron de menos los archiconocidos, por lo que Álvaro Godoy decía en el mismo artículo de la revista: “el próximo año esperamos tenerlos participando. Este festival no es para aficionados, queremos que los consagrados compitan de igual a igual con los nuevos valores, como sucedió en algunos casos con cantautores de mayor trayectoria que no tuvieron temor de presentar sus creaciones a riesgo de ‘perder’ frente a un desconocido. De eso se trata: son las canciones las que compiten y no sus autores”.
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Curiosidades del certamen: en la segunda sesión la gente se tuvo que ir antes de su fin, porque habían impuesto toque de queda; Mariela González no pudo presentar su tema porque había tenido guagua recién; y en la final del Cariola, el Flaco Robles hizo hilarantes “despachos periodísticos en vivo y en directo” desde la cocina, los baños o la entrada del teatro, los que fueron muy aplaudidos. El toque formal en la animación lo puso Juan Miguel Sepúlveda. Aunque hubo juicios contrapuestos, el festival tuvo gran cobertura de prensa. Rosario Guzmán Bravo, en El Mercurio, tendió a la crítica. El 16 de mayo decía sobre la primera jornada: “Contrariamente a lo que podría esperarse los temas no presentaron novedades en lo musical ni en contenido respecto de lo que desde hace tiempo
se escucha entre los cantautores conocidos. No se vieron creaciones juveniles audaces”. El 23 de mayo fue más optimista: “Mejoró muestra de música joven”. En cambio, Ana María Foxley, en la revista Hoy, de la semana 20 al 26 de junio, justo antes de la premiación, escribía: “Fue una experiencia inédita y con revelaciones sorprendentes. Se instituyó como una modesta pero contundente alternativa al Festival de Viña. Llenó el vacío para todos aquellos que estaban marginados de los concursos televisivos, de las campañas de promoción de las casas editoras. Dejó el campo abierto a la imaginación poética y melódica. Ni siquiera se quiso autonominar como ‘Festival de Canto Nuevo’ por todos los que arriscan la nariz ante este rótulo tan polivalente”. La premiación fue realizada en el Teatro Cariola el 22 de junio, con la conducción de Juan Miguel Sepúlveda y el Flaco Robles, diez participantes escogidos y la visita especial de Leo Masliah. El primer premio fue compartido entre El toqui de la harina, de Felipe Salinas, interpretado por Manolo y Felipe, y Zampoña, de Milagros Correa en la voz de Isabel Aldunate; el mejor arreglo se lo llevó Lo que hace falta, de Juan Carlos Pérez. Quehaceres, de Víctor Sanhueza, obtuvo el premio al mejor texto y Francesca Ancarola fue escogida como la mejor intérprete. Todos y todas recibieron un certificado de bello contenido:
Los vasos comunicantes existentes entre proyectos contraculturales permitieron la realización de iniciativas comunes que afianzaron la presencia de la música consciente. La prensa informó de esas actividades, permitiendo que el público fuera partícipe de ellas.
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Manolo y Felipe, dúo ganador del Primer Festival de la Canción Joven, en una faceta alejada de la que solían hacer gala en los Lunes Lunáticos del Café del Cerro (Archivo Café del Cerro).
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“A los veintidós días del mes de junio de este año mil novecientos ochenta y cuatro se da por clausurado el Primer Festival de Canciones [sic] de la Joven Música Chilena. / Fue larga la jornada y juntos recorrimos este camino de canto y de música. / Y porque nada es absoluto creemos que todo resultado ha sido parcial. De una u otra manera a todos nos ha fortalecido la sola participación. Tu aporte ha enriquecido esta iniciativa de abrir espacios donde se pueda mostrar con dignidad nuestra joven música. Y como creemos en tu propia opción, te invitamos a continuar, porque en la persistencia de las metas se cumplen nuestros sueños. / Aquí dejamos escrito nuestro testimonio. Se cantó al hombre, a la paz, a la libertad, al amor, a lo colectivo y a lo personal. Y por sobre todo se cantó a este tiempo, cuya transformación nos llama a crecer, a ser más vida y menos muerte, a ser más canto y menos silencio, en fin, a convertirnos nosotros mismos en la esperanza de un mañana más justo y más humano. Café del Cerro / La Bicicleta”.
como forzado. Esa canción le gustó mucho a los jurados (...). Francisca fue una grata sorpresa porque es muy joven y no se le puede comparar con la trayectoria de Isabel Aldunate”.
Mario hizo un balance crítico en El Mercurio del 29 de junio:
-Está todo el recuerdo de Sui Generis, todo el recuerdo de Los Blops, les dije. Hagamos un repertorio de ambos, cantado a dúo y ahí surgió la idea del disco Entrada de locos. Y la magia de esto perdura; han ido un par de veces a Punta Arenas, y una vez al año hacen una gira a través de Chile. Gusta mucho el espectáculo.
“Nos quedamos con gusto a poco. Creímos que nos íbamos a ir de espaldas con la calidad y la novedad de las canciones y, en términos generales, no fue así (...). Tengo que reconocer que en alguna parte debe haber mejores compositores e intérpretes (...). [Fue] una feliz coincidencia que quedaran premiadas las dos corrientes. Además si hubiera ganado Isabel Aldunate hubiera parecido
Ni esta iniciativa ni el Encuentro de Nacional Cantautores tuvieron una segunda versión. A la distancia reconoce Mario: -No sé por qué... un poco por desidia. Nosotros queríamos hacer cosas, necesitábamos llenar el Café, atraer público. Para tener 300 personas en día lunes, teníamos que hacer buenos proyectos y esos fueron parte de esas ideas.
Amistades temporales Cuando Nito Mestre empezó a venir regularmente a Chile, a Mario se le ocurrió que podría ser interesante un trabajo en conjunto con Gatti, perdurable, más allá de los conciertos y las giras.
Originalmente el registro tuvo formato casete y fue lanzado por BMG. Nueve años después, con etiqueta RCA, reapareció en cedé. Eduardo Gatti
declaraba a Las Últimas Noticias el 5 de octubre de 1989: “Se ha planificado muy bien para dejarlo terminado rápido. Incluiremos temas clásicos de los dos, con arreglos nuevos. La idea es que Nito pueda promover su música en Chile y yo pueda hacerlo en Argentina. La idea de grabar a dúo surgió luego de una actuación conjunta en el Café y en TV. Se produjo un enchufe inmediato, como si siempre hubiéramos cantado juntos”. Y seguía: “El disco contiene temas compuestos por cada uno y otros inéditos de Juan Pablo Orrego [Los Blops]. Cantamos a dúo: no es cosa de colocar temas separados de cada uno, sino un trabajo integrado. Si no hubiera sido así no nos habríamos interesado en hacer algo juntos”. Canciones emblemáticas como Del volar de las palomas, Como aliento de mi vida, Fabricante de mentiras o Naomi, componen este disco que, sin duda, es de colección. Otro sello con el que el Café tuvo una buena relación fue EMI. Dos registros de artistas del local fueron producidos o facilitados por Mario. Uno, en vivo, recoge las canciones de Luis Pippo Guzmán, grabado después de que ganara Padrinos y Ahijados de Martes 13, estelar de canal 13. -El sábado después de que gané, al Mario se le ocurrió hacer un recital mío. Y juntó a la gente de Fulano y
a Marcelo Nilo, para grabar un disco en vivo. Tenía varios sellos que querían que grabara un casete y EMI me ofreció hacer esta grabación desde el Café del Cerro. Mario lo produjo, con los arreglos de Felipe Salinas del grupo Gárgola. El casete se llamó A través de mi ventana y contó con una gráfica poco convencional, diseñada e ilustrada por Luis Le Bert sobre la base de una foto de la ventana que daba al patio del local. También con EMI, el popular grupo Sol y Lluvia grabó A desatar esperanza y +personas. Así lo cuenta Amaro Labra en el libro Sol y Lluvia, voces de la resistencia (Planet, 2018). “Un día, Mario, del Café del Cerro, nos dijo que conocía a Max Quiroz, ejecutivo del sello EMI. Nos preguntó si nos interesaba ir a conversar con él. Fuimos. Fue una bendición (...) [Grabamos] bajo nuestras condiciones: sin entregar la propiedad de los discos, y estando nosotros a cargo del diseño gráfico y el plan de comunicación”. El último registro fue de responsabilidad y producción del bajista Jorge Campos, de Santiago del Nuevo Extremo. El cedé recoge un recital de 1983, uno de los primeros que el grupo ofreció en el local, y fue editado sin conocimiento previo del Café. Cuenta su productor: -En esa época trabajábamos con Eduardo Vergara, él lo grabó. En El Templo Rekords tenemos una editorial de rescates patrimoniales y este concierto
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El dúo Gatti/Mestre hizo presentaciones en la sala, salió de gira y hasta grabó un disco en conjunto (Foto de Mario López. Archivo Café del Cerro). La gestión del álbum, así como las correspondientes a los de Pippo Guzmán y Sol y Lluvia contaron con el apoyo de Mario Navarro. El disco en vivo de una actuación de Santiago del Nuevo Extremo en el Café es un rescate del sello Templo Rekords, liderado por Jorge Campos, bajista del grupo.
entra en ese contexto. Lo remastericé yo. Son conciertos grabados directos de la mesa de sonido en casete. El cedé, editado en 2015, es parte del trabajo de este sello independiente creado por Campos hace 15 años con el objetivo de ser un espacio para propuestas innovadoras y música de vanguardia nacional y latinoamericana. Y, como prometimos, David Ponce analiza: -La primera tentación sería situar esos tres referentes como una especie de triunvirato, pero por ahí se llega a reducciones. Recojo la invitación a cuestionar en principio esa supuesta trinidad, y luego a tratar de sacar la cuenta de si, en realidad, el Café del Cerro, Alerce y La Bicicleta son descollantes por sí solos, o si es más justo mirarlos en retrospectiva como parte de un panorama más amplio. Se plantea David tres criterios para analizar: oportunidad, identidad y permanencia. Para aplicar el primero, hay que recordar que Alerce empezó en 1976; La Bicicleta, en 1978, y el Café del Cerro, en 1982. -Alerce es un sello pionero, de eso no hay dudas; había sellos independientes previos, los de Camilo Fernández por ejemplo (Arena, Quatro), pero cualquiera estaba a años luz de la identidad política y artística que tuvo Alerce. La Bicicleta está en una situación intermedia: surgió una vez que ya existían medios de oposición, cuando menos las revistas Mensaje y el boletín Solidaridad, e igual es
anterior a medios como Pluma y Pincel y a nuevas revistas políticas como Cauce. Y el Café del Cerro es casi el polo opuesto: apareció tan tardío en relación a todo el escenario previo de las peñas, iniciadas en 1974 y 1975, que en la práctica fue casi la inauguración de un nuevo estilo. Observando el criterio de la identidad, llega a la misma conclusión que Álvaro: La Bicicleta y el Café del Cerro parecen casi hermanos. -Tuvieron la mente despierta para tomar el pulso a las transformaciones en las tendencias y gustos de las personas, y para volcar esas tendencias en la oferta al público. El Café tuvo la inquietud necesaria para abrir escenario primero a esas bandas numerosas y todas enchufadas tocando jazz fusión o rock, como Congreso o Fulano, y luego para hacerlo a bandas del pop chileno, en la segunda mitad de los ochenta. La Bicicleta es el correlato impreso exacto de lo mismo. Como ninguna revista de su tiempo, supo apelar a un público juvenil ni siquiera solo universitario sino escolar incluso, y doy fe personal de eso como lector y coleccionista de la revista en las salas de clases ochenteras en las que anduve. De alguna manera Alerce hizo algo similar: si bien siguió bastante fiel al canto de solistas y a la raíz folclórica, y no se embarcó en las corrientes del pop, dio cabida al jazz fusión, otro referente sonoro de la época, que con gente como el guitarrista Edgardo Riquelme permeó desde grabaciones de Eduardo Peralta, Schwenke y Nilo, Cristina González o Julio Zegers hasta discos por completo inauditos como los de Fulano.
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Nelson Schwenke, como parte del duo que formó en Valdivia con Marcelo Nilo, transitó con éxito por el sello Alerce, el Kaffe Ulm, el Café del Cerro, Filmocentro y fue publicado por la revista La Bicicleta, recorriendo un círculo virtuoso que acogió a muchos músicos del Canto Nuevo (Foto Isabel Lipthay).
Y por último está el criterio de la permanencia, filtro que superan todos.
Pero no quiere decir con eso que hayan sido los únicos. Dice David:
-El Café del Cerro duró diez años, La Bicicleta circuló por once años y Alerce ya tiene cuarenta y cinco años y sigue difundiendo música. Las tres fueron instancias distintivas y que además se dieron maña para tener persistencia y generar un impacto recordable entre el público. Así que, visto así, tienen merecido un lugar destacado y compartido en la difusión de una parte de la música chilena de su tiempo.
-No estaría completo ese cuadro sin mencionar como sellos a Círculo Cuadrado, Raíces, a SYM, a otros menores como Cardenal, Ediciones Paulinas y más adelante Liberación; ni el circuito de lugares de Santiago sin tener en cuenta, por ejemplo, la Peña Doña Javiera entre 1975 y 1980; la Peña Canto Nuevo en la misma época; el Taller Sol desde 1977 o el reinicio de la Peña Chile Ríe y Canta, tras el regreso de René Largo Farías del exilio.
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una presencia nada fugaz
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Dos grandes cajas repletas de carpetas con recortes, en poder de Mario y Maggie, testimonian la recepción que las actividades del Café del Cerro tuvieron en la prensa nacional. Mucho se ha perdido debido a los cambios de casa, de ciudad, a avatares como una inundación. Pese a esas ausencias, lo que aún perdura muestra centenares de publicaciones en diarios y revistas y, a la inversa de lo que pudiera pensarse, da cuenta de cómo los medios oficialistas informaron permanentemente la programación del local, no solo en las carteleras, sino también con notas, entrevistas y reportajes de diversas dimensiones. Estas apariciones responden, mayoritariamente, a la voluntad de periodistas que no comulgábamos con el régimen y que, además de tener la intención de poner nuestro grano de arena para la recuperación de la democracia apoyando la contracultura, valorábamos la música contestataria y las acciones de espacios que conjugaban lo político con una gestión comercial y de producción de calidad. La impronta de la calidad fue uno de los elementos que ayudaba a que los/as editores y editoras no impidieran la puesta en pauta de estas noticias.
Revistas como Paula, las vinculadas a las tarjetas de crédito -de boga por entonces- e, incluso, semanarios políticos como Ercilla y Qué Pasa, o la Revista del Domingo no fueron indiferentes a su importancia. Rigoberto Carvajal era un joven profesional que recién daba los primeros pasos en el mundo de la prensa. Durante la primera parte de la existencia del Café trabajó en los diarios El Mercurio y La Tercera. Y, al final, en el Fortín Mapocho: -No costaba tanto cubrir las actividades del Café del Cerro y otros lugares similares, por la simple razón de que los periodistas que trabajábamos en lugares tradicionales nos hicimos expertos en manejar el subtexto y la metáfora, al igual que lo hacían los artistas sobre los que escribíamos. Y el público nos entendía clarito. Un notable ejemplo del eufemismo necesario: el día 9 de diciembre de 1985 en Las Últimas Noticias, alguien, escribiendo sobre el ciclo de mujeres, decía a propósito de Marta Contreras: “intérprete y compositora que viene llegando de Europa.
Esta será una de las primeras presentaciones en nuestro país, luego de una larga ausencia”. A buen entendedor, pocas palabras: Marta había estado exiliada, viviendo todos esos años en Italia. No regresaba de un extendido paseo. Pese a todos los pesares, antes de cumplir un año, el Café consolidaba un cambio en la forma de presentar al público a los músicos no oficialistas que los medios no podían evitar consignar. Como quedó demostrado, su Primer Encuentro Nacional de Cantautores llamó la atención de, prácticamente, todas las publicaciones escritas, que dedicaron amplios artículos al fenómeno de la cantautoría y de los cafés o espacios que, según decían, habían reemplazado a las peñas. Con más, menos o ninguna maledicencia sacaban a la luz lugares que comenzaban a ser parte del escenario de la ciudad. Elga Pérez Laborde, en La Segunda del 19 de julio de 1983, describía así las jornadas del Encuentro y presentaba a los cantautores en un extenso texto de cerca de cuatro páginas del tabloide, donde los músicos también tuvieron la palabra. “Cada lunes es casi imposible abrirse paso en el Café del Cerro. Un público entusiasta se desborda hasta la entrada. Va a aplaudir a sus ídolos del Canto Nuevo, que ya no es tan nuevo. En una atmósfera cálida, llena de humo, se suceden los ritmos y las voces que corean los estribillos. En las mesas iluminadas con velas se toma vino caliente y cerveza. Gente de jeans y túnicas, a veces grupos homogéneos, como los discípulos
de Bhawan que tienen su propio artista, ponen la nota colorida (hombres y mujeres solo usan el rojo en sus atuendos). Algunos autores de este Canto Nuevo han logrado avanzar hasta la popularidad y la comercialización de sus temas. Así sucede con Florcita Motuda, Julio Zegers, Eduardo Gatti, Óscar Andrade. Otros van más lento, pero seguros; como Eduardo Peralta, Tita Parra, Cristina. No faltan los que prefieren el contacto directo y se resisten un poco a lo que consideran la venta fácil a través de otros medios. Se quedan con las emisiones radiales, algunos long play y de lejitos con la televisión y los festivales. Entre estos figuran Juan Carlos Pérez, Hugo Moraga, Osvaldo Leiva, Pablo Ugarte y muchos otros”. Como ya fue dicho, al realizarse el Primer Festival de la Joven Música Chilena, Rosario Guzmán Bravo, en El Mercurio, sesión tras sesión, dedicó una crítica a las composiciones. Como ese, eran continuos los artículos en El Mercurio, La Segunda, Las Últimas Noticias, La Tercera y La Cuarta, y las giras de sus artistas fueron recogidas por los medios regionales, como El Mercurio y La Estrella de Valparaíso o El Sur de Concepción. La aparición de las revistas Apsi (1976), Hoy (1977), Análisis (1977), La Bicicleta (1978), Pluma y Pincel (1982) y Cauce (1983), y de los diarios La Época (marzo 1987), Fortín Mapocho (antes semanario y convertido en diario en abril de 1987) incrementaron las publicaciones. De las revistas opositoras, las que más informaron fueron Hoy y, por supuesto, La Bicicleta.
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Arriba: Bárbara Hayes y Enrique Ramírez Capello, Las Ultimas Noticias (Archivo Bárbara Hayes); Rigoberto Carvajal, La Tercera (Archivo Rigoberto Carvajal) Rosario Guzmán Bravo, El Mercurio, con Eduardo Peralta (Archivo Rosario Guzmán B.).
Al respecto opina la periodista de cultura Patricia Moscoso, que por entonces trabajaba en la revista Análisis: -Tengo la impresión de que a comienzos de los 80 las revistas políticas de oposición, salvo Hoy, le daban poco espacio a la cultura. Después fue otra cosa. Avanzada la década de los 80, cuando trabajé en una de ellas, ya había otros espacios como El Trolley, en Santiago Centro, en un antiguo sindicato de trolebuses habilitado por Pablo Lavín y Ramón Griffero, donde se hacía música, teatro y artes visuales; o el Garage Matucana, que llamaron más la atención de estos medios. Además, en las revistas se escribía sobre los/as artistas y los lugares donde actuaban eran una referencia, no el eje. Reafirma esta última idea otro periodista de cultura de la época. Marcelo Mendoza: -Por entonces era un jovencito periodista de la revista Apsi y puedo decir que, en particular, allí sí se hicieron muchas notas y entrevistas de artistas que actuaron en el Café. Yo mismo hice varias: recuerdo haber entrevistado a Leo Masliah, Desiderio Arenas, Payo Grondona. Es cierto que el motivo no era el Café mismo, pero si no hubiera existido, esas notas tampoco. Es difícil que un espacio determinado sea el objeto del periodismo, porque entonces no era el protagonista de lo que sucedía, sino el espacio dónde sucedía. Si no hubiera existido, no habría sido posible. Bárbara Hayes, quien durante un tiempo fue jefa de espectáculos en Las Últimas Noticias, mira el
fenómeno de la menor censura en los diarios de la empresa El Mercurio como parte de uno mayor: el que la dictadura permitiera la existencia de este tipo de locales. -En los 80 hay un poquito más de apertura frente al oscurantismo total de los 70. El 83 es la Primavera de Jarpa que después se cierra porque viene un contragolpe; vienen las protestas. En ese sentido, me parece menos comprensible que dejaran abierta la Peña Doña Javiera. Y, por otra parte, éramos súper inofensivos; no le hacíamos daño a nadie cantando las canciones que cantábamos y tomando el vino que nos tomábamos. Y si esto estaba encapsulado en un lugar... ya, ‘que estos comunistas se junten todos, se curen juntos y canten sus canciones’... Porque me imagino que más de alguna vez habrán metido ahí algún sapo y se habrán dado cuenta de que éramos inofensivos. Era como la salida de vapor de la olla a presión. Hay poco estudio serio de la lógica de la censura, de la ideología que había detrás de las comunicaciones de la dictadura. En relación al trabajo de permeación de estos contenidos, sobre todo en LUN de los primeros años del Café, cuenta: -Primero yo estaba en los suplementos, área que dirigía Enrique Ramírez Capello, una persona que no estaba con la dictadura y que abrió muchos espacios a toda la gente de la contracultura de esos tiempos. Y después, cuando fui jefa de espectáculos, estando Raúl González Alfaro como subdirector, mentiría si dijera que recibí de él alguna lista
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negra, algún reto o llamado de atención por lo que publicábamos. Sí creo que uno tenía una autocensura que no era menor; pero, en la cosa cultural, de espectáculos, no recuerdo que uno no haya podido entrevistar o dar cabida a los artistas del Café del Cerro y otros. Me acuerdo que el Nano Acevedo, por ejemplo, era un entrevistado habitual, porque estaba siempre dispuesto; y el Nano era, claramente, del Partido Comunista. El mencionado Ramírez Capello, con su privilegiada pluma, también escribió sobre el Café, el 24 de enero de 1984, en LUN.
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“Las minitazas humean. Las caracolas de humo trepan y oscurecen. Las lucecillas auxilian con timidez. Jovencitas de chalecos artesanales, trenzas anudadas como en las revistas de ingenuidades y muchachos inevitablemente barbados. En el entorno, las callejuelas del Barrio Pio Nono, bohemias, sigilosas y a ratos impías, arman ilusiones, cruzan caminos de soledades. En la casona del Café del Cerro, carteles. Junto al pórtico principal, maderas con el barniz del ayer, nobleza de bosques remotos, fortaleza con cierto rasgo de aristocracia”. La contrapartida de no haber sufrido amonestaciones fue drástica: a comienzos de 1984 la empresa periodística El Mercurio despidió a 147 periodistas de oposición de sus tres diarios nacionales. Entre ellos, a Hayes y varios de sus colegas de suplementos y de la sección de espectáculos de Las Últimas Noticias, como quien
escribe este libro. La mayoría pertenecía(mos) a la APJ (Asociación de Periodistas Jóvenes), organización claramente contraria a la dictadura. Tanto Mario como el Flaco Robles relevan las notas que hacía Lucho Fuenzalida (Ele Efe) en La Tercera y en La Cuarta. Sin embargo, si bien valoraba la calidad del espectáculo que en él se desplegaba, hacía hincapié en que era un lugar donde se vivía la protesta. Frases que, dado el momento, podían ser un arma de doble filo. Como la siguiente, publicada por él en La Tercera del 23 de septiembre de 1983: “Una noche me puse en onda artesa y encaminé mis pasos hacia la rive gauche del Mapocho, donde mi amigo Mario Navarro. Un año cumplió este local donde se junta la crema de la juventud musical izquierdista y que ha catapultado a la fama a ese movimiento llamado Canto Nuevo. No vi a ninguno de ellos en este aniversario”. Otra manifestación de lo mismo es lo que escribió en Aquí está la papa, de La Cuarta, el jueves 3 de abril de 1986: “La Isabel Aldunate le pega a la protesta con guitarra y versos. Acudo al Café del Cerro, catedral de la protesta musical, porque no quiero perderme el recital de Isabel Aldunate, musa del gauchismo criollo. Lleno total con gente hasta en la vereda. Selva de pelos largos y barbas desgreñadas, anteojos intelectuales y ninguna corbata, muchachas en
Mario Navarro y Sergio Pirincho Cárcamo; Eduardo Yentzen, director de revista La Bicicleta, con Juan Miguel Sepúlveda, de Raíces Latinoamericanas de radio Carolina (Ambas fotos Archivo Café del Cerro).
jeans supergastados y en onda artesa, tibio aroma a empanadas. Parafernalia en las paredes, con afiches de todos los artistas y grupos que han pasado por este lugar, jamás vistos en la tele (...). Y sale Isabel, toda de blanco, pantalón y sayal, cuero y cobre en sus muñecas y garganta. Aquí los aplausos y los pateos comienzan marcando un compás muy especial y luego terminan en ovación. Isabel Aldunate canta -¡Por Dios, cómo canta esta mujer!- un repertorio comprometido, panfletario y de protesta, de mucho contenido y bellísimo. Están las viudas Estela Díaz [sic, se refería a Estela Ortiz, viuda de José Manuel Parada] y Owana Madera [viuda de Manuel Guerrero], la actriz
Orietta Escámez, el colega Fernando Paulsen que viene saliendo de Capuchinos, y charlo con Patricio Bunster, a quien no veía hace años, y a cuyo padre, el maestro César Bunster, le debo mi modesta pluma”. Fernando Paulsen había caído a la cárcel por razones de orden político y relativas a la falta de libertad de prensa. Al igual que tantos otros periodistas de la época. Muy diferente es la descripción que hacía Samuel Silva, en el número de junio de 1983 de la revista cultural Pluma y Pincel:
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“Son las nueve en el Café del Cerro y el lugar está casi lleno. Gatti se presentará a las diez y media. Sonrisas y ojos brillantes, vasos de vino, conversaciones para arreglar este mundo y el otro mientras esperamos. Nadie sabe cómo, pero la hora pasa volando y cuando ya no cabe un alfiler en el lugar, entra el hombre con su guitarra, sonriente y retraído, lejano entre los aplausos, empieza a cantar”. Por su parte, un mes después, en la edición correspondiente a la semana del 13 al 19 de julio del mismo año, así describe el Café Ana María Foxley, en revista Hoy:
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“Cientos de rostros jóvenes, transparentes tras sus melenas, barbas, coloridos ponchos y parcas, iluminados a la luz de velas tenues e íntimas, gesticulan, ríen, dialogan en susurros. Hay ambiente de alegría y suspenso esa noche en el Café del Cerro. Tímidas manos adolescentes se hacen caricias furtivas mientras se refrescan con bebidas gaseosas. Otros ya maduros discuten las noticias que recorren al país en los últimos días, saboreando un vinito caliente y unas humeantes empanadas”. Y, en febrero de 1984, El Mercurio le daba al Café la categoría de “la catedral del Canto Nuevo”. La experiencia de Iván Valenzuela en dicho medio es muy posterior a todo aquello: -Entré a hacer la práctica el 1 de diciembre del 87 y de ahí no paré. Mi especialidad me llevó muy rápido a reportear, básicamente, música popular. Eso fue un
punto de partida y me vinculé de inmediato con el Café del Cerro, porque yo ya era público del Café. Jamás tuve un problema durante la dictadura y mucho menos después. Había palabras que era difícil ocupar; pero aún en esa lógica, no había mayores problemas para publicar. Yo creo que había una comprensión de que era un lugar súper válido y se entendía muy bien su rol y el papel que ese tipo de música, que ese repertorio, estaba jugando entre el público. Sabía que el Café cumplía un rol muy importante; lo obvio era ir para comentar los conciertos. Publiqué muchas cosas, en el Wiken y en El Mercurio sobre el Café del Cerro: los 25 años de Congreso, el éxito de Profetas y Frenéticos, Eduardo Gatti; Fabiana Cantilo, Pippo Cipolatti [Los Twist], Baglieto. A todos los entrevisté para el diario. De todas formas, convivían los ecos de la autocensura, que estaba súper arraigada, naturalizada, metida dentro de todos.
Los espacios radiales amigos No solo la prensa escrita difundió la actividad del local. También lo hizo la radio. Ciertos programas como Hecho en Chile, de Sergio Pirincho Cárcamo, en Galaxia; Nuestro Canto, de Miguel Davagnino, en Chilena y Raíces latinoamericanas, de Juan Miguel Sepúlveda, en Carolina, continuamente difundieron a los músicos habituales del Café y sus tocatas. Cárcamo explica qué hizo factible esa labor de complicidad: -Fui un difusor pasivo de las actividades del Café del Cerro. Después de que se levantó el toque
de queda, a medida que iban surgiendo lugares, El Huerto, El Jardín en Irarrázaval, más de alguno se me va a olvidar, me empezaron a llegar los avisos. Y el eje era mi amistad con Mario Navarro. Yo le pasaba avisos de las tocatas. Y en la medida en que se empezó a abrir más el programa, pasaba más avisos, algunos disfrazados. Como la Galaxia estaba tan botada, no me pedían pauta ni nada, entonces íbamos pasando los avisos. Ese era mi vínculo con Mario, de apoyo a lo que estaba construyendo. Para mí fue un gran aporte, porque en base a lo que grabábamos empecé a tener material para el programa que, para mí era importante. Y los domingos podía hacer un especial al que podía invitar... así pasaron Santiago del Nuevo Extremo, grupo Abril, Eduardo Peralta, Hugo Moraga, Eduardo Gatti, Payo Grondona y esto empezó a coincidir con la explosión del llamado rock latino, 83-84, en adelante también. Aborda también el tema en el libro Conversaciones con un hombre de radio (Costa, 2013): “En todo el período del Canto Nuevo, Peralta, Moraga y Gatti, al que conocía de antes [iban a llevarle sus grabaciones]. La gente iba a verme a la radio, conversábamos un rato, ellos me pasaban su material. Entonces yo ubicaba los lugares que se estaban formando, me refiero al Café del Cerro, La Casona de San Isidro, Casa Kamarundi, la Peña Doña Javiera... yo sabía que ellos estaban actuando allí, así es que empecé a pasar los anuncios de sus presentaciones a medida que fui teniendo material, que básicamente eran actuaciones en
vivo grabadas con esos pequeños porta-estudios que ya empezaron a funcionar”. Complementa este relato en la investigación de Francisca Rojas y Francisca Salinas, para postular al título de periodista en la Usach, El canto (de) nuevo censurado (Rojas y Salinas, 2013): “... todos estos lugares como el Café del Cerro, empezaron a tener mejores equipos de sonido y de grabación; entonces grabaron muchas cosas en vivo, en casete, y la gente empezó a llevarlas a las radios (...). Y empecé a pasar avisos de las tocatas que había, pero como estaba más o menos prohibido, yo pasaba un aviso de ‘Tal y tal va a tocar en una olla común en La Pintana’ para reunir fondos para que tuvieran comida y después pasaba un aviso de ‘una fiesta con karaoke en la Escuela de Inglés de la Universidad Católica’ y el que oía, oía; pero pasaba todo tipo de avisos”. Similares fueron las experiencias de Davagnino y Sepúlveda para difundir la música disidente en sus programas, que eran también espacios de libertad en el dial de las emisoras nacionales. Nuestro Canto había empezado a ser emitido en 1976, a menos de tres años del golpe, un nada de casual 1 de mayo. Producido y conducido por Miguel Davagnino, fue el primero en arriesgarse a poner al aire y promocionar la música proscrita en una radio de alcance nacional. Paralelamente, la marca también implicaba una productora de espectáculos que hacía recitales en el Teatro Cariola, todos los domingos. Como fue dicho, a esa empresa se sumó
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a trabajar Mario, antes de tener la administración del Ulm. La primera época del programa Nuestro Canto dejó de transmitirse en 1980, por lo que no alcanzó a cubrir las actividades del Café, pero la relación entre Miguel y Mario era profunda y él se comprometió con varias de las iniciativas del local, sobre el cual opina:
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-Amplió el espectro del público que buscaba reconocerse en los mensajes democráticos de la canción con sentido u otras manifestaciones artísticas y culturales, y reforzar en él la necesidad de trabajar por lograr la justicia y la libertad en el país. Tomó la posta de las primeras peñas que, en condiciones adversas y poca experiencia en gestión, mantuvieron abiertos espacios a esas expresiones culturales frente a la dictadura civil y militar que trató de invisibilizarlas. Pero Mario Navarro fue más allá: aplicó gestión, administración y una oferta que incluía aspectos atractivos. No las reemplazó, abrió un nuevo espacio. En 1983 irrumpió Raíces Latinoamericanas en Carolina, con la producción y voz de un hombre que venía del mundo del rock: Juan Miguel Sepúlveda. Para tener material inédito, él inscribía a solistas y bandas para grabar en Acus, estudio profesional del barrio Lastarria. Y él mismo produjo un disco, a beneficio de la comuna de María Pinto, de donde era originario. Cuenta Mario: -Él tenía este programa y le empezamos a llevar nuestra programación y él a pasarnos avisos. Así es que invitamos a su espacio como auspiciador del Encuentro Nacional de Cantautores y él animó
una de las jornadas. También estuvieron en ese rol Ricardo García, John Smith, Miguel Davagnino y Pirincho Cárcamo.
¿Dónde? En la tele La televisión tampoco quedó fuera del circuito. A pesar de las restricciones y censuras vigentes, los artistas que se presentaban en el Café eran visitas -en algunos casos, habituales- en programas matinales, juveniles y misceláneos, que les daban cabida para promocionar sus actuaciones. Artistas que cantaban en el Café y habían crecido allí también eran números recurrentes en algunos estelares; aunque tuvieran exitosas carreras en todo el circuito alternativo, se los asociaba inmediatamente a ese local. Mario hace un recuento de esas apariciones: -Nunca me voy a olvidar de que cuando partí con el Wampara, en el año 76, llamó René Schneider, que tenía un programa que se llamaba Gira Girasol, para grabar con ellos... que no aceptaron porque era TVN. Con vergüenza tuve que ir a poner la cara y darle la respuesta. Después cambió esa percepción y logramos romper el círculo de la tele. Saltamos a Martes 13, a varias de sus secciones; a Padrinos y Ahijados, donde el ganador fue Luis Pippo Guzmán, apadrinado por Gatti; luego el propio Gatti ganó un segmento de musicalización de poemas con El Botero, de David Turkeltaub y finalmente, Lucho Le Bert ganó en la Canción del Invierno con La escalera, todos de canal 13.
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Luis Pippo Guzmán ganó un certamen televisivo y llegó segundo en otro (Archivo Café del Cerro).
Igualmente, entraron a Escalera a la Fama, de Sábados Gigantes, donde cada semana Don Francisco presentaba a cuatro o seis artistas, que competían. Allí postuló Luis Pippo Guzmán, quedando segundo, porque lo ganó Juan Luis Arce, que cantaba como Sinatra. Habla Mario:
protagonizada por la actriz argentina Cecilia Cenci, y los chilenos Patricio Achurra y Marés González; actualmente no está online.
-Les hacían una breve reseña y todos los sábados de dos o tres participantes decían ‘y viene del Café del Cerro’. Muchas veces filmaron esas notas de presentación en el Café. Estábamos siempre en Extra Jóvenes y en Chilenazo, ambos del canal que entonces era de la Universidad de Chile.
La existencia e importancia del local trascendió Chile. Entre los recortes recopilados por Mario y Maggie figura un reportaje en el New York Times, del 3 de julio de 1983 -escrito por el corresponsal Edward Schumacher y titulado Music sparks political protest of Chile Youth (La música desata la protesta política de la juventud chilena)-, sobre la resistencia cultural en Chile, que da mucha importancia a las canciones como vehículo de expresión de ansias y frustraciones juveniles. Sus fotos muestran a cantautores, como Eduardo Yáñez u Óscar Carrasco, en el escenario del Café, al que califican como “un escenario popular” para grupos “conocidos por su repertorio de canciones políticas”.
Luis Pippo Guzmán cuenta una anécdota ratificadora:
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-Una vez escuché decir al director de los estelares de canal 13, Gonzalo Bertrán, lo siguiente: ‘yo le agradezco al Café del Cerro, porque gracias a los comunistas yo tenía rating en mis programas, porque son creativos. Porque iba bien con nosotros’. Pero usó la palabra comunista como un chiste, no como un insulto. Esa facilidad nos la dio el Café del Cerro, porque tenía un nombre. También sirvió de locación para la teleserie Andrea, justicia de mujer, que canal 13 produjo y emitió el año 1984. El local formaba parte de los espacios predeterminados del libreto -escrito por el guionista Jorge Díaz Saenger y el director de televisión José Caviedes-, por lo cual apareció en muchos capítulos. En 2016, la señal de cable Rec, de la misma estación, repitió esta telenovela,
Nueva York y Galicia
“Así como en los 60 en Estados Unidos, la agitación de los jóvenes y su música ha crecido aquí en los últimos dos años para convertirse en una fuerza impulsora detrás de las protestas actuales que exigen un retorno al gobierno de la democracia (...) La protesta política empezó a surgir cuando jóvenes pintores, poetas y dramaturgos pusieron a prueba los límites de la censura del Gobierno, que prohíbe todo lo que el Gobierno interprete como político, pero es la música la que mayor impacto tiene por su acceso
popular. Los adeptos definen el canto nuevo como una actitud ante la vida. ‘Es esencialmente humanista’, dijo en una entrevista Ricardo García, empresario y productor discográfico. García es considerado el ‘padre’ de la música porque su compañía produce la mayoría de las canciones y acuñó el término para ello (...) ‘Somos testigos de nuestro tiempo’, dijo en una entrevista Pato Valdivia, un popular cantante de 28 años. ‘Nuestro trabajo no es de ayer ni de hoy; sino del futuro’”. Otro recorte que atesoran es del diario Faro de Vigo, autodefinido en letras de molde como el ‘decano de Galicia’. En año y mes indeterminados, ya que el recorte guardado de la publicación solo indica jueves 22, el corresponsal Miguel Leguineche publicó, a página completa, el artículo Chile, psicoanálisis de una nación. En él se lee: “Entre los jóvenes de Santiago la moda es el Café del Cerro o la sintonía de radio Galaxia los domingos al mediodía. ‘El boom del canto nuevo dura ya dos años y va a más’, me dice Mario Navarro, el propietario del Café del Cerro, ‘pero esto es algo más que un negocio’. Otros lo cuentan así: ‘En Chile hoy levantas una piedra y sale un cantautor’. Canción rebelde, lastimera, de denuncia o reflexión, intimista, irónica, ecologista, amarga o más esperanzada así es el canto nuevo que se refugia en el Café del Cerro con los discípulos de Violeta o del ‘Te recuerdo, Amanda’ de Víctor Jara”.
Leche avinagrada Aunque fue portada de la Revista del Domingo de El Mercurio con el auspicioso título de Canto Nuevo de mantel largo, las dos partes del artículo a cargo de Pedro Álvarez (31 de julio y 7 de agosto de 1983) no hablaron de música sino de dinero. La bajada de la propia portada, en letra casi ilegible -“Investigamos por qué la música descontenta ha dejado las peñas para irse a los cafés. Cantantes y dueños de locales cuentan cuánto ganan y cómo viven”- dejaba ver el sentido que quedaba ratificado en el título interior de las páginas centrales: Los cafés ¿cuánto gana el canto descontento? En el primer artículo quedó rebotando la idea de la rentabilidad del canto de protesta, a la vez que una velada crítica a los artistas que luchaban por la recuperación de la democracia, y a los dueños de los locales donde tocaban, por obtener recursos económicos de su trabajo. El segundo está dedicado a entrevistar a los que ganan menos, o salen para atrás, a excepción del cantautor Hugo Moraga. Ninguno de los dos textos se refiere a las motivaciones de su arte o a las de quienes se hacen cargo de que tengan dónde cantar. Ni al derecho a vivir del arte y de la inversión que implica contar con una infraestructura necesaria para su difusión. Pedro Álvarez escribía: “Hace solo un par de años la canción marginal se movía casi exclusivamente en torno a las peñas.
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Hoy dominan los llamados cafés. Aunque en esencia la idea es similar a la de una peña -con el mismo compromiso cultural e ideológico- están administradas y alhajadas con un criterio más comercial, más realista. (...). Los cafés nacen junto con la década de los 80 (...). A partir de 1982, la cosa cambia (...). El Canto Nuevo sale de la penumbra y empieza a ser coreado por una mayor cantidad de público. Es entonces cuando, con olfato digno de perdiguero, aparecen estos cafés en Santiago. Limpios, bien equipados, con una buena cocina, un buen bar y decorados con algún esfuerzo, cobijan a jóvenes intérpretes y compositores. Aparece un público con mayores ingresos, distinto al de las peñas”.
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En el primer artículo, donde -además de a Marioentrevistaban a los dueños o responsables del Cafecito del Mapocho (barrio Lastarria), El Rincón de Azócar (Macul) y El Jardín (Ñuñoa), el Café del Cerro es descrito así: “Todo se encuentra en orden. Son 50 mesas ordenaditas, cada una para cuatro personas, manteles limpios, un buen equipo de amplificación y bastante comodidad (salvo cuando se repleta). Junto al piano, el escenario, a ras de piso. Detrás, un mural pintado con atractivos colores, símbolo del café. Bajo la luz de las velas, colegiales y universitarios, jóvenes y no tan jóvenes, más de alguien con pinta de intelectual y también algún esnob, se confunden con los seguidores y amigos del artista de turno”. El resto del texto dedicado al local hablaba de tragos y comida, de precios de la carta y de valor
de la entrada. Para concluir que lo “que menos se ve es el café, cosa que le da nombre al lugar”. Luego, venía el turno de los ingresos de los artistas y de las fórmulas de pago. Mario declaraba sobre cómo programaba para los días sábados: “Nos hemos puesto pesados para negociarlo. No se lo damos a cualquiera” y luego explicaba que al artista le correspondía el 50% de la taquilla. “De esa manera el intérprete siente suyo el recital y se mueve para traer gente. Si le pagamos una cantidad fija, llega a la hora de cantar y después se va. Así lo incentivamos a que vaya a los diarios, que llame a los amigos y parientes. Y como nosotros también hacemos promoción, la cosa es doble. Por eso ofrecemos el recital de los sábados solo a aquellos que nos garantizan un lleno total”. Como Eduardo Gatti, quien hoy comenta ese artículo: -En general la recepción de la prensa fue buena, salvo este episodio que me tocó a mí con la Revista del Domingo, en que me fue a entrevistar Jorge Ianiszewski [fotógrafo de la revista y no el periodista que firmó los artículos, como tampoco el profesional a cargo de las imágenes]. Me acuerdo que fue una entrevista en mi casa, conversamos como una hora y el tipo fue muy afable. Yo pensé, ‘va a salir un artículo harto bueno’. Y después, no sé si tiene que ver con el periodista o con el editor, que destacan lo que quiere destacar, el artículo estuvo centrado en cuánto ganaba el Canto Nuevo. Y eso era de mal gusto. Bien peyorativo. Hubo una manito negra. Hubo otra publicación que me molestó mucho, de
esta mujer que ahora hace el Teatro a Mil, que me hizo una entrevista bien insidiosa para el Fortín Mapocho. En las entrevistas a los artistas se remarcaba el apoyo de la familia de una forma cuya segunda lectura no era positiva. Estas conclusiones son, sin embargo, connotativas. Conflicto directo hubo con Qué Pasa, debido a un reportaje sobre la cultura de oposición realizado por una alumna en práctica. Mario envió una carta de queja al semanario. En el ejemplar correspondiente a la semana del 26 de abril al 2 de mayo de 1984, un extenso artículo firmado por Cecilia Valdés hablaba de la oposición cultural (música, teatro, artes plásticas, literatura) y abría con el Café en texto y fotos. “’Ya no quiero más la censura para la comunicación... ¡No, no, no! ¡No, no, no! A mí no me gustan las noticias del Canal Nacional’. Terminan cantando dos jóvenes músicos. Mientras el público -desde las mesas- aplaude con gran entusiasmo. “Viene el intermedio. Todos empiezan a entonar el conocido ‘¡Y va a caer. Y va a caer!’. Aparece un hombre de barba. Tiene como cuarenta años de edad. Por su estampa y vestimenta: barba, pelo largo, ‘bluejeans’, polera ancha... se deduce su condición. La gente se abalanza sobre él. Es el que trae poemas y tarjetas (¡gritan!). Tarjetas donde se
lee: ‘Le dije no más detenciones... y me detuvieron’. ‘En esa carta me escriben que en mi patria no hay justicia’. ‘Ahora todos somos necesarios, ven y únete’. ‘Porque un pueblo que se identifica con su cultura es un pueblo que avanza’. Cultura. Precisamente este lugar: el Café del Cerro es un recinto cultural. Aquí se desarrollan actividades musicales, teatrales exposiciones, clases de danza. Artesanía. Representa solo una pequeñísima parte del creciente movimiento artístico de disidencia”. Mencionaba más adelante a la Casa del Cantor, la Casona de San Isidro, Kamarundi, Peña Nano Parra y el Centro Cultural Mapocho, considerándolos “más autóctonos” y planteaba que todos ellos “encarnan, con mayor claridad, la no tan flameante bandera de lucha de la oposición cultural”. Un recuadro aludía al episodio de las bombas lacrimógenas -“lanzadas por desconocidos”- en el Café. Luego el artículo derivaba a entrevistar al escritor Luis Sánchez Latorre, por entonces ya expresidente de la SECH, al cineasta Claudio Di Girólamo, a Hernán Meschi, presidente de la Apech, y al dramaturgo Juan Radrigán. También hablaba de un tema poco abordado por la prensa en general: la existencia del Coordinador Cultural, hasta llegar al siguiente párrafo final: “Son inteligentes. Son buenos profesionales. Son comunistas activos. Luchan por sus intereses. Entonces ¿hasta qué punto la cultura opositora no es manejada por esos personajes? Acaso este movimiento cultural chileno -en el que participan grandes artistas quizá sin darse cuenta del proceso-
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¿no va tomando ‘cierta’ semejanza al cubano o al nicaragüense?”. En extensa carta, Mario Navarro ejerció su derecho a réplica. En parte de ella, declaraba: “Nos llama la atención que por primera vez vuestra revista se digna dedicar algunas páginas a nuestro Café, luego de un silencio casi absoluto respecto de la actividad musical y artística”.
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Tras hablar de su situación como “negocio con patente municipal, controlado por Impuestos Internos y demás organismos fiscalizadores” planteó el tema central del reclamo: “nos parece gravísimo el carácter odioso y, declaradamente, delatorio de este reportaje. La periodista (...) acusa sin vacilaciones a diestra y siniestra. No nos cabe duda que si los entrevistados o aludidos hubiesen sabido el fin de sus declaraciones y testimonios, se hubieran negado rotundamente a ser objeto de tan mañosa agresión. “Por nuestra parte, agregamos que nunca se nos entrevistó ni consultó parecer alguno sobre el tema que en el artículo se aborda (...). Con mucha tristeza e indignación vemos en este artículo una clara campaña difamatoria y abusiva en contra nuestra y de muchos artistas que, con bastante esfuerzo, han logrado abrir un espacio para difundir su arte, que en definitiva nos pertenece a todos los chilenos. Nuestra posibilidad de responder es insuficiente. La situación actual no lo permite. Tal vez esta carta sea una forma digna de hacerle frente a la agresión y poder decir no a la
mentira, no al engaño y abuso y, por último, no al poder absoluto y omnipotente que permite y avala la miseria económica y moral de los hombres de esta tierra”. Reflexiones posteriores Rigoberto Carvajal tiene, quizá ahora, una mirada menos complaciente que la de los 80, aunque igualmente valorativa. -Con el paso de los años lo recuerdo como un lugar muy de elite, muy de grupo, de nivel cultural superior a la media. Artistas y público solíamos tener lazos de amistad y, en común, la pena dura y asfixiante de la dictadura; pero entre todos nos cobijábamos. La creación artística, el arte que ahí se generaba, eran importantísimos, pero eran para nosotros: no tenía un eco popular. Claro que los mismos artistas del Café luego hacían tocatas en lugares más populares y por ahí se iba logrando la proyección; también con la distribución que se hacía a través de la cultura del casete pirata en ese tiempo. Pero, obviamente, debe quedar en la memoria cultural chilena, por la calidad del producto artístico y por la condición en que se generaba. Hay que estudiarlo, es muy importante analizarlo en su contexto histórico. Sus artistas, como Isabel Aldunate y Hugo Moraga, por nombrar solo dos cuyo trabajo es de una enorme riqueza, son muy importantes. Aunque luego, a casi su totalidad, se les dejó de lado. David Ponce únicamente fue al Café tres veces; pero como investigador y el más importante
periodista musical de hoy, tiene clara su visión sobre el local: -Por la intensidad del trabajo, con cartelera prácticamente en la semana completa; por meritorio, persistente, y por su despierta línea editorial acorde con los cambios musicales de su tiempo, el Café del Cerro está en la memoria como un principal escenario de su tiempo en Chile. Tal vez esa sea la distinción real que permite destacarlo junto al sello Alerce y la revista La Bicicleta: la relevancia ante el público, que es finalmente la que queda en la memoria. Pero no habría que olvidar muchas otras iniciativas y espacios sin los cuales no se entiende completo todo ese tiempo de resistencia cultural a la dictadura desde distintos frentes. Esos otros espacios fueron los investigados por Cristián González Farfán y Gabriela Bravo Chiappe, como ya se ha dicho, en Ecos del tiempo subterráneo, que recibió el premio Escrituras de la Memoria del entonces Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Cristián explica investigación:
los
fundamentos
de
esa
-Establecimos investigar las peñas desde el 73 al 83, porque notábamos que ese año había una reducción en su número y un cambio en la estructura de las peñas. De acuerdo a los testimonios, no a lo que nosotros pensamos, la aparición del Café del Cerro
fue un poco clave para la desaparición de las peñas, aunque otros entrevistados nos dijeron que, como el formato de proximidad del artista con el público se mantuvo, la peña se reconvirtió en el Café del Cerro. En general, continúa, sus entrevistados percibían al Café como más anodino que las peñas: -Políticamente les parecía menos combativo, más elitista, más de la whiskierda. Desde el punto de vista artístico, tengo la impresión de que como amplió el abanico hacia otras expresiones, la gente de peñas sentía que se estaba perdiendo su impronta como defensores de la canción de raíz folclórica y con contenido social. Muchos cantores percibían que no tenían espacio para llegar a ese lugar, aunque hubo otros que sí cantaron allí. La mirada era como un poco de distancia. Ha seguido investigando el período posterior al del libro, aunque -dice- sin tanta profundidad. -Creo que después la lucha se dio más en la calle y por eso surgen discos como El Camotazo, ya avanzados los años 80, y es el boom de Sol y Lluvia y de Los Prisioneros. Me da la impresión de que se podían decir más cosas, que no había esa presión y represión contra los espacios de la contracultura; porque la dictadura se dio cuenta de que ya no podía detener este movimiento que estaba en boca de todos, porque la gente ya estaba en la calle y tenía menos miedo a decir las cosas.
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develando el modelo de gestión
Hoy entendemos ciertos términos de una manera distinta a la de los años 80: visión, por ejemplo. Emprendimiento. Empresa familiar. Sustentabilidad. Sin embargo, podemos mirar hacia atrás, como hace este libro, recorrer una historia y luego aplicarle estos conceptos con el significado actual. En este caso, para iluminar esta tarea, que fue hecha sin estrategias previas de posicionamiento, venta, comunicación. Pero que las tuvo todas. Las fue armando a punta de ideas nuevas, de viejas costumbres remozadas, de intuición, como ya está dicho. Hubo más aciertos que errores, por ello la experiencia duró casi una década.
El intento de este capítulo es ver el entramado que Mario, Maggie y sus aledaños fueron armando para sostener un proyecto que partió con una visión clara. Y que se sostuvo a punta de voluntad. Sin la intensa convicción de hacer realidad la idea de mantener un espacio laboral libertario, donde viviera una comunidad creativa, hubiera resultado imposible su larga duración y éxito. Mario: Cuando pusimos el Café, lo pensamos como una forma de vida, no era un hobby ni una choreza de nuestra parte. No. Si la Maggie había estudiado eso y yo había dejado mis estudios de diseñador paisajista hacía muchos años para dedicarme a esto, era nuestro futuro y así lo vimos...
Pusieron en el Café todo lo que sabían, todo lo que tenían. Sus sueños, sus esperanzas personales y sociales. Sus ilusiones. Siempre con los pies en la tierra y creando un modelo de trabajo que cumplió con sus múltiples propósitos.
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Maggie: ... queríamos vivir de eso... Mario: ... que la gente que estaba con nosotros viviera de eso y que fuera una fuente de ingreso para los artistas. Maggie: Con la experiencia del Ulm, sabíamos que había un público y que podíamos hacer muchas más cosas, más profesionales, salir un poco del tema de las peñas, que eran todas como guetos, oscuras, cerradas, mal producidas, con baños sucios, feas. Algunos veían esta intención, nítidamente. Como Osvaldo Torres.
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-El Mario tenía una visión muy amplia. Eso hay que aplaudirlo ahora. En ese tiempo, la gente a lo mejor se confundió con la cuestión económica, pero él tenía esa visión. Ese norte se nutría de grandes decisiones, pero también de detalles que hacían la diferencia. Así lo consigna Álvaro Godoy. -Era una empresa familiar, donde los dueños -por decirlo así, estoy hablando de Mario, la Maggie, la Señora Eliana- estaban ahí presentes y daban sello de calidad. También ponían ciertos límites, que hacían que no fuera un lugar donde hubiera desorden, excesos, gente borracha. Humo había, porque en esa época se fumaba. Todo eso, pequeñas cositas en conjunto, generaba algo que no existía. Yo creo que era un paradigma un poco rechazado en esa época. De hecho, algunas personas del mundo de la cultura creían que no debían pagar entrada o que los tragos no debían ser tan caros, que debía parecerse a una
peña, donde las cosas eran un poquito más al lote. O porque cantaba ahí un amigo, podías entrar gratis. Esas cosas no pasaban. Al contar una historia, lo común es que en la narración de los hechos no queden claras las opciones ni las decisiones que llevaron a ellos. Por ejemplo. Al cerrarse el Ulm, los jóvenes Navarro/Kusch pudieron haberse dedicado cada uno a su profesión; Mario haberse ido a España a estudiar producción, como era su idea, y nunca embarcarse en la aventura de tener local propio. Así, la primera apuesta fue decidirse a montar su espacio. No era fácil. Tanto por las restricciones impuestas por la dictadura, como por la crisis económica que el país comenzaba a atravesar. Era un gran riesgo. Y lo tomaron. La segunda, igualmente radical. ¿Dónde conseguir los recursos necesarios? Optaron por decir no a las financieras, instituciones crediticias aparecidas en la década anterior, menos exigentes que los bancos en cuanto a condiciones, pero con intereses aún más altos. Decidieron no endeudarse con esas empresas que, en el peor de los casos, podían ser un fraude y, en el mejor no serlo, pero ahogar con las comisiones e intereses. Hay que recordar que 1982 fue el año que marcó una de las más feroces crisis económicas que el país ha vivido. La sobrevaluación del peso chileno mantuvo -desde junio de 1979 hasta el 14 de junio de 1982- el cambio fijo del dólar en $39,
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Cuando el Café abrió sus puertas, el Barrio Bellavista como centro cultural no existía. Como lugares patrimoniales estaban la casa del pintor Camilo Mori y La Chascona, una de las casas de Pablo Neruda (Fotos de Andrés Vargas / Consejo Nacional de Monumentos Nacionales).
desatando ávidas ansias de consumo en las capas altas y medias. Esto elevó el endeudamiento, y en dólares, a cifras no conocidas, en un fenómeno llamado plata dulce. Se acabó el Chile austero y se instaló el consumismo y la apariencia. El abrupto término que impuso a ello la dictadura, con la devaluación en un 18% del peso frente al dólar y el fin del cambio fijo, implicó el colapso de muchas empresas y economías familiares. En pocos meses, casi uno de cuatro chilenos estaba cesante. En ese contexto, la decisión fue conseguir el apoyo amoroso y desinteresado de padres y abuelos, quienes se arriesgaron al todo por nada. Decía Mario en el programa Brujos:
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“Con plata de los papás, un poquito que tenía yo del sonido y del abuelito de la Maggie, nos embarcamos en ese tremendo barco que con el tiempo nosotros hemos dimensionado. Maggie tenía 20 años y yo 24”. Vino la búsqueda y el encuentro de la casona de Ernesto Pinto. Requerían que el lugar fuera capaz de contener la siguiente ecuación: una sala de conciertos para la noche, que recibiera a músicos que necesitaban dónde mostrarse; espacios diversos para arrendar talleres, y un sitio donde mantener un restaurante. Eso era lo básico. Llegaron a Ernesto Pinto Lagarrigue 192. Había estado ahí un centro cultural importante de la disidencia, el Taller 666, vinculado directamente al Partido Comunista; la casona se ubicaba en un
sector a medio camino entre Providencia y Santiago Centro, un espacio de calles hermosas; pero barrio de vecinos y almacenes. Nada comercial. Nueva decisión. Arrendarla. Pese a la marca. Pese al poco espectacular carácter del entorno. En El Café del Cerro: una casa para el Canto Nuevo (Barros Cruz, 2008), Mario declara que la locación les pareció atractiva, porque era accesible desde diversos puntos de la ciudad, porque estaban cerca de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y por “el concepto de barrio que se podía encontrar: la frutería, el negocio de la esquina, la farmacia, el dentista, el peluquero. Pero no era un barrio comercial y es por eso que se nos ha catalogado como los pioneros del lugar”. Mario: Siempre nos gustó el Barrio Bellavista que, en esos tiempos, no existía como tal. Había sido el barrio La Chimba. Estaba el Venezia, la Galería del Cerro de don Alfredo Acuña, el [restaurante] Galindo... Maggie: ... la casa de Neruda... Mario: ... la casa de Camilo Mori. Los completos de los alemanes de la esquina de Pío Nono y una farmacia. Maggie: Junto con nosotros se abrió el restaurante Caramaño. Mario: Vicente Gómez, su dueño, que veía cómo se llenaba el Café mientras a él le iba mal, se tomaba la cabeza y decía ‘cómo lo hacen, cómo lo hacen’. Y empezamos a ir al Caramaño y a mandarles gente.
Fue eficaz el equipo formado durante la instalación por el núcleo central -la pareja que había encontrado y probado una manera exitosa de actuar en conjunto-, familiares directos, amigos muy cercanos y empleados llegados por recomendaciones o por haber laborado en conjunto anteriormente. Además del afecto y del profesionalismo, los unían dos ideas fuerza: que la cultura debía aportar al término de la dictadura y que estaban construyendo un espacio de acogida laboral para ellos y para artistas disidentes. Desarrollaron una forma de trabajo que implicó meter las manos, ponerse overol. Con colaboración y conocimiento. Pero sin teoría. Pura práctica. Mario: -Empezamos a construir con unos amigos maestros, medio contratistas, a echar murallas abajo. Y de ahí... diez años haciendo cosas. Éramos un par de pendejos que no sabíamos lo que estábamos haciendo. Había que hacer y echarle para adelante. Armaron y vistieron el local buscando sacar el mejor provecho de los recursos con que contaban. Pidieron datos, recorrieron la ciudad buscando lo necesario. El ahorro no era el único motor: otro fue la voluntad de apoyo a otros emprendedores como ellos. Siempre compraron todo lo necesario a excelentes pequeños productores, artesanos y gente de oficio de Santiago y otras regiones, prefiriéndolos en vez de comprar en lugares de moda o de buenas ventas. Así fue en el caso del mobiliario, de los recuerdos de greda que regalaban en los aniversarios, del corte de las
botellas para hacer vasos, entre otras compras o contrataciones de servicios. Apoyo a las pymes, se diría ahora. Un segundo norte, que se refleja desde la pintura del mural en adelante, es la mantención de un concepto estético cuidado, que se mantuvo por diez años. Un sello de imagen que se podría definir como ‘artesanal cuidado’. Luis Le Bert aporta un comentario a esto desde su especificidad profesional: -Había una estética, una propuesta. Una preocupación. Cuando tenía mi oficina [de arquitectura], hace años, yo lo ponía como ejemplo. Hoy día, casi todos los dueños de lugares donde hay música en vivo presentan una conveniente oferta de comida y cerveza. Pero el Café del Cerro, desde que nació hasta que desapareció... tuvo detrás un proyecto de arquitectura. Yo vi los planos. Los hizo el Pollo [Adrián] Otárola. A los dos años, vino una primera remodelación. Yo hice los planos. Y a los cuatro años hizo una segunda remodelación. Entonces, él tenía como una obligación estética con respecto a lo que presentaba. Otro aspecto de la ecuación: para dar condiciones óptimas a los músicos, y atraer al público, había que tener buenos equipos. Como productor de sonido que era, Mario sabía lo que hacía falta al respecto. Jorge Campos y Pedro Villagra hablan de ello: Jorge: El espacio tenía las condiciones técnicas competentes para los conciertos. Eso, a mi parecer, es lo que corresponde a un lugar que ofrece música
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en vivo. Lo mismo con el músico que se presentaba. Es decir, cada uno en su rol con su equipamiento pertinente. Pedro: El Café del Cerro nació en un tiempo y en un contexto alternativo, dentro de una cultura de resistencia donde el arma más poderosa era la sensibilidad. La excelencia artística va tejiendo una red circundante que resuena en el ámbito de lo estético, lo ético, lo político, lo solidario, lo culinario y también la producción. Si el Café del Cerro no hubiera dado el ancho, tal vez no habríamos tocado allí. Para Mario Rojas y Luis Pippo Guzmán esta característica técnica era distintiva en el local y lo ponía en un nivel superior a los demás.
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Mario Rojas: Lo que marcaba la diferencia a tocar en otro lugar era el hecho de que, técnicamente, era impecable; me acuerdo de Carlitos [Díaz, sonidista]. No era el caso de otros espacios donde se tocaba. Uno sonaba bien ahí... las luces... se producía un ambiente para tocar muy bien, con ganas. Había monitores, cosa que no sucedía en otros lugares, buenos micrófonos. Esto lo hacía muy apetecible para tocar. Pippo Guzmán: Yo conocí varios otros lugares, pero ahí teníamos buena iluminación, buen sonido, todo bien cuidado. Había una buena inversión. Y eso te daba calidad. Por eso yo creo que uno se sentía casi dueño del Café, porque uno exigía y el Mario daba. Cada local tenía su estilo, pero el Café del Cerro fue el primero de su estilo. Otros le copiaron después.
Ni estilo ni equipamiento hubieran valido si, desde un punto de vista normativo, el local hubiese estado en riesgo constante de cierre por estar al margen de lo requerido legalmente para funcionar. Para abrir con tranquilidad al respecto, nació formalizado: con patente, cumplimiento de leyes laborales y sociales, acatando todas las estipulaciones de salubridad e impositivas. Su giro comercial resultaba raro, porque tuvo que ser cabaret. Era la única forma de tener, a la vez, servicio de comida, bebidas alcohólicas y espectáculos en vivo. Y la primera sociedad que le dio vida fue Mario Navarro y Otra. Mario: Quisimos partir como sociedad y la forma que nos dio Impuestos Internos fue Mario Navarro y Otra... Maggie: ... se reían los amigos, porque yo era ‘la otra’. Mario: Era divertido y nos agarraban pa’l hueveo, pero era la figura contable que había que usar. Y después, no sé si cambió la sociedad a Mario Navarro y Cía. Ltda. Tenemos la duda ahí. Y no tenemos las escrituras, no hay nada. Maggie: También pagábamos impuestos. Mario: Tuvimos entradas timbradas desde el comienzo. En términos laborales, toda la gente estaba con contrato, se cumplía con lo que había que cumplir, se pagaba contra liquidación. La preocupación por mantenerse dentro de la ley, para evitar cierres que repitieran el final del Ulm, fue constante. Así lo demuestra la reacción de ellos frente a este episodio que relata una nota de El Mercurio del 7 de octubre de 1983.
“Una curiosa contradicción se está dando en el Café del Cerro. El local se ha especializado en hacer recitales de los más conspicuos representantes de la nueva canción chilena; de la música popular que más le llega a los jóvenes porque está creada por gente de su edad. Sin embargo, al local no pueden entrar menores de 21 años. ¿La razón? Los dueños tienen patente de cabaret y a los cabaret legalmente no pueden entrar menores de edad. El otro problema es la ley de alcoholes, porque allí hay permiso para vender alcohol y no se le puede vender alcohol a los menores de edad”. Maggie: Hubo un momento en que pensamos que nos podían fiscalizar y cerrar. Así es que suspendimos y fuimos a la casa de Osvaldo Torres, que estaba programado, para explicarle. Cerramos nosotros antes de que nos pudieran cerrar. Mario: Estábamos teniendo problemas con la aplicación de la Ley de Alcoholes. No era por falta de papeles nuestros, sino porque empezaron a fiscalizar el cumplimiento de la ley, que indicaba que solamente se podía vender a mayores de 18. Eso, sumado a que con la patente de cabaret no podía entrar ningún cabro menor de 21 años, ni acompañado por sus padres, hacía las cosas complicadas, porque venían muchas familias completas con sus hijos. Estuvimos un tiempo en que no dejábamos entrar a ningún menor. Porque eran serios. Como lo escribió Tati Penna en una carta para un trámite oficial: “Algunos años más tarde, cuando ya habían ideado y llevado a cabo su propia aventura, el Café del Cerro, y habían
convertido su escenario en una noble y respetada alternativa empresarial para los encuentros musicales y artísticos, demostraron a todos los que circulábamos por ese ambiente que no sólo podían trabajar juntos y manejar con éxito absoluto su proyecto laboral, sino que a pesar de los años vividos en pareja siempre serían una especie de modelo de solidaridad y respeto mutuo”. En resumen, antes de abrir las puertas del Café se había configurado y consolidado la figura de una empresa formal, juvenil y familiar, cuyas características eran: sus socios tenían experticia y se complementaban en las áreas fundamentales del emprendimiento, lo cual les permitía arriesgar combinando el conocimiento y la intuición; estaba formalizada en todos los aspectos requeridos por la ley; era integrada por personas que respondían a lo profesional, pero también a un fuerte vínculo afectivo e ideológico; se guiaba por una concepción clara del proyecto como un negocio en el ámbito de la cultura que buscaba generar ingresos para sus dueños, trabajadores y artistas; contemplaba un endeudamiento con fuentes cercanas no institucionales, que aportaban por cariño, no por usura; había labor en equipo, liderado por los socios, quienes daban ejemplo de trabajo sostenido; contaba con un equipamiento consistente, al que se agregaba el plus de un estilo definido y una preocupación estética constante, y tuvieron una sistemática voluntad de apoyo a otros emprendimientos y ahorro de recursos económicos sin perder el norte de la visión y del estilo que buscaban mantener y afianzar.
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Apostaron alto y no siempre ganaron, económicamente hablando. Sin embargo, quedaron con la satisfacción de haber puesto en marcha proyectos para realizarlos en la sala y también para llevar la música opositora a casi todo Chile.
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Eduardo Gatti, el músico uruguayo Leo Masliah y el cantautor argentino Víctor Heredia en la conferencia de prensa de lanzamiento del Encuentro Latinoamericano, que implicó conciertos en Providencia, San Miguel y Valparaíso (Archivo Café del Cerro).
Así como llegaba... se iba Mientras el Café existió, siempre hubo comentarios y rumores referentes a que se trataba de un proyecto financiado desde fuera, con platas del PC o de las otras formas de apoyo económico que venían desde la cooperación internacional. Mario y Maggie lo niegan. Mario: El Café se financiaba absolutamente con las entradas, los consumos, los almuerzos, los talleres que primero subarrendábamos y luego arrendábamos cuando compramos la propiedad. Y esos eran los ingresos que nos reportaban para poder cumplir con los compromisos. Sin embargo, siempre se pensó que estábamos apoyados, que había gente detrás nuestro. La verdad es que éramos nosotros con el apoyo económico de la familia. Nunca hubo nada extra. Maggie: La gente pensaba, y debe seguir pensando, que estábamos apoyados. Mario: Siempre fue el mito, porque estaban las cosas bien hechas. Nos financiamos, o nos tratamos de financiar. Nunca fue tanto el éxito material como se veía, porque también adquirimos compromisos. Nos metimos sin ni uno y a los tres años logramos comprar la propiedad, porque tomamos un crédito hipotecario largo gracias a que un banco nos creyó. Pero vivíamos al día y lo pasábamos mal a veces. El ímpetu creativo de Mario los llevó a embarcarse en aventuras de las cuales salieron satisfechos de alma, pero medio trasquilados económicamente.
Maggie: También hay que decirlo [recalca] que podríamos haber estado muy tranquilos con el Café, pero Mario... en ese tiempo hizo muchas producciones por fuera y le fue muy bien en algunas, pero otras fueron un fracaso. Mario: Cuando nos iba bien era cuando empatábamos. Y hubo grandes fracasos: Piero en el Santa Laura, en La Tortuga de Talcahuano. Un año de trabajo del Café se perdió ahí. Maggie: Porque en esos tiempos hacer una producción no era como ahora, con esponsors... Mario: ... noo, era con todo en contra; después hicimos una cosa con Víctor Heredia y Leo Masliah en que tampoco nos fue bien. Maggie: Fue una experiencia increíble hacer a los Inti, al Pato Manns, la Isabel Parra, Los Prisioneros. Imagínate la emoción... pero económicamente... Mario: ... se ganaba muy poco para una tremenda producción. Maggie: Con el tiempo, no sé si en alguna ganamos de verdad. Empatamos. ¿Pero en el resto? El Café tenía que ponerse. El Café financió todas esas tremendas producciones. Porque, en ese tiempo, fueron tremendas. Tremendas no solo porque eran contrarias políticamente al régimen, sino por el elevado costo de producción que implicaba un enorme riesgo financiero. Mario: En la gira con Los Prisioneros, por ejemplo... se subían tres al escenario, pero éramos 20 los que andábamos.
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Maggie: Cuando hicimos Los Jaivas, con el Nito, Congreso y el Gatti, se llenó el Santa Laura, pero el público se fumó y se comió el pasto. Y cagamos. Tuvimos que pagar el pasto. Si ganamos algo, se perdió en eso. Mario: La Unión Española [dueños de ese estadio en la comuna de Independencia] nos cobró el pasto. Maggie: Y todo eso lo pagó el Café. Si no hubieran existido estas producciones independientes que nos llenaron el alma, que fueron impagables emocionalmente, lo más posible es que nunca hubiéramos tenido que, con el Café andando, pedirle plata a la mamá o a la suegra, ni pedirle a los amigos que nos cambiaran un cheque. Habríamos pasado tranquilos. Somos austeros, así es que no hubiera sido un drama económico. El Café funcionaba y rendía porque había detrás trabajo constante, sostenido y perseverante. Durante la casi década de existencia, cerró escasos días. Aunque sabían que el público bajaría mucho, todos los años durante los días del Festival de Viña igual abrían. Eran decisiones de negocios que no iban de la mano con las ganancias. Aunque a veces sí, como ocurrió con el ciclo llamado No solo de Viña vive la música (1986) que fue realmente un éxito de público. Maggie: pero los primeros años nos fuimos a la chucha. Y nunca nos atrevimos, qué absurdo ahora que lo pienso, a cerrar. Deberíamos haber cerrado todo febrero. Todos de vacaciones. Pero no, ahí estábamos, ahí estábamos.
Mario: No estaba en el concepto cerrar ante Viña, era cerrar ante el fracaso de que no llegara gente. Pero no lo pensamos. Jamás lo pensamos. Era como traicionarnos. No estaba en nuestros cánones cerrar. Maggie: Igual no hubiera sido un absurdo. Era febrero, el mes que la gente sale de vacaciones. Mario: Hubiera sido lo más lógico, si hubiéramos actuado con una mentalidad mercantilista que nunca tuvimos, puh Maggie. Nunca tuvimos esa mentalidad. Maggie: Pero éramos un negocio, éramos un negocio. Y en los negocios, uno dice... Mario: ...negocio entre comillas, Maggie. Nunca nos cuestionamos cerrar los lunes porque llegaba poca gente. Nunca lo pensamos. Había que estar abiertos. Había que apechugar y salir adelante. Maggie: Qué locura... Me pasa que con los años y los viajes me doy cuenta de que en cualquier parte los boliches abren solo los fines de semana y nosotros nos sacábamos la cresta de lunes a sábado. Tampoco estaba en sus principios duplicar el precio de las entradas para ganar más en el momento en que estaban más concurridos. Mario: Hubiéramos podido decir ‘estamos cobrando $500 la entrada, cuando la gente pagaría luca por ir al Café’. No lo pensamos así. Teníamos el concepto de rebaja a los estudiantes... les cobrábamos $200... Pero ¿quién estudiaba en Chile en esos tiempos? Los que tenían más plata. Y nosotros con la cosa asistencialista de cobrar barato la entrada. Cuando el Café estaba en un peak, hubiéramos podido decir ‘vamos a tener no 400 personas sino 200, pero con
Fuera del Café Del Cerro Producciones fue responsable de recitales masivos fuera de la sala del Café de Aterrizaje Forzoso, Engrupo, Aparato Raro, Mazapán, Santiago del Nuevo Extremo, Fulano; Inti Illimani; Inti-Congreso, y Piero. Así como también de ciclos de Música Joven en Puente Alto, en El Jardín (de Ñuñoa); de los espectáculos de Sol y Lluvia en el Fortín Prat; de Chile despide a Sol y Medianoche, Concierto de amistad y Regreso de Illapu, y de las giras nacionales de Inti Illimani (Fragmentos de un sueño), Los Prisioneros, Schwenke y Nilo, Pippo Guzmán, Juan Carlos Pérez. También de las presentaciones internacionales Encuentro Latinoamericano (Heredia, Gatti, Masliah en el Teatro Oriente, Anfiteatro San Miguel y Fortín Prat); Congreso; Atahualpa Yupanqui en Chile (con Macondo y auspicio del diario La Época); Los caminos que se abren (Gatti, Congreso, Los Jaivas, Nito Mestre, con auspicios del diario La Época y radio Pudahuel); Cecilia Echenique e Isabel Parra. En los 90 continuó esa labor con nuevas giras de Inti Illimani, Patricio Manns, a su retorno, y Sol y Lluvia.
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entradas cobradas caro’. Y lo hubiéramos logrado. Hubiéramos mejorado la atención y vendido el doble del consumo. Pero no estaba en nuestro concepto. No era lo nuestro. Y todavía no lo es. Maggie: Era una contradicción, porque nosotros nos planteábamos el Café como un negocio para vivir... Mario: ... pero era un negocio con escrúpulos. ¿Subamos la entrada? No, no la subamos. Es que no teníamos idea de los negocios tampoco. De haber trabajado de otra manera, en los 10 años nos hubiéramos forrado... Pero, así como fueron las cosas, si no hubiéramos vendido la casa, hubiéramos cerrado el Café con una mano por delante y otra por detrás. Claro que igual después lo perdimos y quedamos debiendo, porque nos fuimos en la volada de Varadero, metimos todo lo que vendimos, perdimos, y quedamos para atrás.
Maggie: Él nunca pierde. Mario: No era que todos los meses perdiéramos en grande. Maggie: No, pero cuando uno va perdiendo, va sumando, va sumando y es pérdida. Mario: Yo con Gatti no perdía plata ni con el Santiago. Maggie: ¿Y con Sol y Lluvia? ¿Con Sol y Medianoche? Mario: Tampoco perdía. Empataba. Ganaba una cagada. Con el Inti ganábamos, con el Pato Manns ganábamos. Ganábamos poco para lo que se perdía de repente, es cierto. Las grandes pérdidas fueron con Piero, que en esa época fueron 10 mil dólares. Y con Víctor Heredia pueden haber sido 5 mil. Maggie: Y cobrábamos $200 la entrada. Mario: Claro. Por eso digo que fuimos negociantes entre comillas.
Discrepa la pareja en la pertinencia de las decisiones económicas. Hay crítica en la voz y palabras de Maggie.
Carlos Necochea comparte esta sensación sobre cómo funcionaba comercialmente el Café:
Maggie: Fue un negocio y perdimos mucha plata porque nos permitimos todo. Mario se permitió hacer todas las giras que se le ocurrió y se fue a la chucha las veces que se le ocurrió. Mario: No fue tanto, con el Piero perdimos en un día lo que ganamos en un año del Café y después con Víctor Heredia. Fueron las dos cagadas grandes que tuvimos. Porque con Los Jaivas empatamos, perdimos poco; con la gira de Los Prisioneros ganamos una cagada; como manager de Gatti entraba poco. Pero, de perder en grande, solo con Piero.
-Yo me río porque a Mario le decíamos Manolito, por el personaje de la Mafalda. Pero, dentro de esa cosa del negocio tradicional en un país como este, tenía una cuota de corazón tremendo. Yo creo que el Café existía gracias a que era un negocio pero que tenía corazón. Proporción. Para Hugo Moraga todo consistió en proporción y balance. -En el Café, en Mario y la Maggie, había una mezcla de voluntad de resistencia cultural y de negocio. Yo
creo que, si hubiera sido solo una de las dos, no habría sido lo que fue. A veces me daba cuenta de que sostener una cosa de ese tipo ... Yo siempre pensé en tener un café, un boliche mío; pero nunca me atreví, por las dimensiones de lo que significa, por el compromiso. Siento que, como dice Sor Juana, ‘el arte es proporción’ y, en el Café, esta proporción fue tan eficiente que logró sostenerlo en el tiempo, hacer de él un punto neurálgico de lo que fue nuestro momento cultural, generar un recuerdo en la gente y ser considerado un hito en la historia de la música popular. No se puede hablar de la música popular en Chile sin mencionar el Café del Cerro y lo que ahí ocurría. En este equilibrio entraba la realización de encuentros solidarios y la oportunidad que daban a artistas poco conocidos, o directamente desconocidos, que llevaban escaso público a sus funciones. Mario explica cómo funcionaban: -Íbamos en el riesgo con el artista. Era creerle que iba a llevar a alguien. Nadie nunca pagó por actuar o por usar el escenario. También había artistas que nosotros programábamos y que llevaban muy poco público, pero independiente de si nosotros los llamábamos o ellos nos pedían fecha... nunca cobrábamos. Arrendarlo, tampoco. Lo pedían mucho para solidarios y siempre fue prestarlo... al Comité Pro Retorno, a las campañas políticas. Sin embargo, nada de esto era fácilmente visible. Eduardo Yáñez, por ejemplo, se queda con los nombres de la cartelera de fin de semana y no se percata de los desconocidos que mostraba.
-Ahí no había mundo nuevo; la tónica la daban los exitosos, ¿por qué? Porque el Café del Cerro era una empresa comercial en su base. Obvio, era propiedad de una persona. Entonces, ¿cómo hacer una crítica a una propuesta que era una empresa privada y estaba teniendo un éxito notable? Maggie: Todo el mundo pensaba que estábamos forrados. Lo pensaban los músicos, lo pensaba el público alternativo. Porque el otro público, el que llegó porque estaba de moda, esta gente que llegó de arriba y se encontró con un espectáculo que le encantó, que le encantó Congreso, que le encantó el Gatti, que no era el público de izquierda ni mucho menos y que se fue fascinando... ese público no nos criticaba. Mario: No nos conocían, no sabían quiénes éramos. Venían a tomarse un trago y lo pasaban bien. Encontraban una cosa diferente. Los músicos pensaban que nosotros nos llenábamos con el consumo, pero nunca nos pidieron ir 50/50 con eso. Me acuerdo que una vez Ricardo García contó que el grupo Abril había ido a decirle que nosotros ... Y Ricardo les contestó ‘¿ustedes han visto el consumo? ¿Creen que las botellas de whisky las chutean debajo de las mesas en el Café del Cerro? Nooo?’. Y les paró los carros. Claro que nuestro negocio era el consumo; pero, en general, no era tanto. Los artistas creían que cuando el Café estaba lleno, estaba lleno gracias a ellos. Pero no era así los fines de semana. Si el Café el viernes programaba a ‘Pepito’, teníamos 150 personas, aunque no lo conocieran. Pero no nos aprovechamos de eso, no queríamos a ‘Pepito’.
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La oferta de artistas posibles de ser presentados en el Café era amplia. Mario y Maggie lo sabían. Para hacer viable el negocio, debían equilibrarse también en ese sentido y encontrar un formato diferenciador. Víctor Hugo Romo vivió el paso del Ulm al Cerro con ellos.
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-Cuando Mario hace el Café del Cerro, sabe que de oferta musical no iba a quedar corto. Su trabajo como productor le indicaba que había una realidad que así lo permitía, con una cantidad de cantautores, cantautoras, grupos, etcétera, que buscaban un local donde tocar y con buenas condiciones. Recogió las experiencias del Ulm, del Jardín de Ñuñoa, donde se juntaba un poco la noche, el trago, la salida, con la música. Son formatos que están antes de que abra el Café. Es el formato del pub. Tiene que ver con núcleos conversacionales. Uno entraba y eran diez mesas, por decir algo, que implicaban diez núcleos en sí mismos que estaban interdialogando y que se conectan como un archipiélago de soledades. También por haber sido protagonista de los primeros días en el Café, Patara tiene perspectiva para analizar las críticas al formato que, definitivamente, no era el de una peña. -Hay gente que le critica las características, el que era un pub, un centro de eventos artísticos y no un refugio de la gente de los partidos políticos ni de la izquierda. Sin embargo, la mayor parte de los artistas que actuaron son de izquierda, porque en general hay muy pocos de derecha. Así es que cuando quieren tomarlo como comercio o como sea, yo digo
que de todas maneras fue muy bien hecho. Con su mente abierta, nunca le negaron espacio a nadie. Hasta el día domingo abrieron si era necesario. Hubo artistas argentinos, uruguayos, vino el actor Franklin Caicedo, que era un personaje... Y así como había personajes importantes, tampoco se le cerraba la puerta a los grupos emergentes. Hay muchos grupos emergentes que nacieron ahí. Además de los encuentros, como el de cantautores. El afiche era tan largo por la cantidad de cantautores. Haciendo un paralelo con las decisiones editoriales de La Bicicleta, Álvaro Godoy avala la idea de que para mantenerse era necesario hacer distinciones. -No era lo mismo poner a Santiago del Nuevo Extremo que poner a Julio y Patricia, por más que Julio y Patricia creyeran que eran fantásticos. Si no los conocía nadie, difícilmente podía la gente comprar un cancionero de ellos. Es un ejemplo inventado, no estoy hablando de nadie en particular. Nos criticaban por eso y al Café también. Pero teníamos que ser rentables. Sabíamos que teníamos que mitigar, reparar, la imposibilidad de tener a gente desconocida en nuestros escenarios o en nuestras páginas con iniciativas que significaran salir del grupito de gente consagrada y dar la posibilidad a otros de que empezaran a ser conocidos. Su ejemplo, explica, refleja dos tipos de cultura dentro de la izquierda: la del encierro en el gueto underground y la del profesionalismo y masividad para permear la sociedad.
-Queríamos dejar de hablarnos a nosotros mismos y entrar a la cultura de masas sin sentir que eso era una especie de traición a los principios. El Café estaba dentro de esa línea y eso hizo que, junto con otro tipo de actitudes, poco a poco la música chilena se fuera profesionalizando. Aquí la música era muy amateur y había una sensación de que eso era algo deseable: que se instalaran los micrófonos cuando el público ya había llegado, que probaran sonido por media hora frente a la gente... Todo eso parecía que formaba parte de una cultura contestataria y cualquier cosa que sonara a algo más profesional, o sobre todo comercial, era mal vista. Y eso hacía que, si lo vemos desde un punto de vista sociológico, político, toda la resistencia cultural quedaba encerrada en sí misma, en una burbuja, en una especie de grupo de jóvenes o de artistas que se solazaban haciendo su música. Luis Le Bert aporta una mirada que no es del todo compartida por su compañero de ruta en el Santiago del Nuevo Extremo, Pedro Villagra. Luis: Hace unos años fui a cantar a Punta Arenas y en el público estaban ellos. Al final del concierto, como les pasa a todos, estaban llorando a moco tendido, los dos. Y los dos me dicen ‘se me había olvidado que esto pasaba cuando cantaban ustedes, pero ya se me va a pasar’. Yo creo que él quería otra música en el Café, más llevadera. Porque quería ser más masivo. Pedro: Yo no creo eso. Él estaba contento con la música que hacíamos. Hay una visión política en lo que hicieron. Hay que reconocer eso. Sin esa visión,
no lo habrían hecho. Y hay un pragmatismo. Hay que hablar de las virtudes, no se trata solamente de hablar de las críticas. Había curatoría ahí, había buen sonido, estaba el mejor ingeniero de sonido de Chile, Carlos Díaz, había preocupación por los afiches, había una publicación de poesía, que venía con el programa, que la hacía Víctor Hugo Romo. Observador de la programación, Iván Valenzuela ve movimientos de recambio, oleadas novedosas que tuvieron su centro en el Café. Y que fueron más allá de ser o no ser un local de resistencia política, afectando, en el buen sentido de la palabra, a toda la circulación musical, al menos en Santiago y, en los casos de las giras, a otras importantes ciudades de Chile. -Antes de que empezaran a traer los argentinos no había ese intercambio de artistas, no era un mercado habitual. De alguna manera se abrió con eso. Y hubo oportunidad de ver gente muy chora. También la música nueva fue reemplazando a la más antigua: Fulano ocupaba el mismo espacio que Santiago del Nuevo Extremo. Y Congreso apalancó en el Café el enorme éxito que tuvo aquí desde el 86 en adelante. Tocaban en todos los festivales universitarios de Santiago y del país, pero tenían su base en el Café del Cerro, que era un lugar magnífico para verlos. Y después entró De Kiruza... Había ese movimiento permanente donde no solo entraba un tipo de artista más bien underground. Porque el Café no era underground. Tenía un sentido industrial, lo que no es pecaminoso en sí mismo.
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José Segovia, el Patara, y Luis Le Bert opinan sobre la gestión del Café que llevaron adelante Mario y Maggie, con el apoyo de la Señora Eliana, único adulto en ese equipo (Todas las fotos: Archivo Café del Cerro).
Y ya que hemos hablado de equilibrios, Pedro Villagra plantea otro. Una tríada virtuosa que, efectivamente, fue parte de las razones del éxito del Café, porque cualquier componente que hubiera faltado hubiese sido motivo suficiente para el desmorone. -El valor del espacio estaba dado por los artistas, por el Café como anfitrión y por el público que apoyó la convocatoria asumiendo que el lugar promovía el encuentro de las personas, de sus ideas y propuestas. Con esto quiero decir que la gestión comercial viene después del fenómeno, cuando la trinchera ya está instalada y es tu responsabilidad mantener el ideario del proyecto o desvirtuarlo.
Luces y sombras de una fuente laboral El empuje de Mario y Maggie fue el motor que movilizó a todo el equipo y logró que los artistas creyeran en el proyecto y se sintieran convocados. Hablan Amaro Labra, Víctor Hugo Romo, Patara y Quena Velasco. Amaro: La potencia de la pareja de Mario y su compañera en la gestión y creación era muy buena para la relación, así que fue una etapa muy productiva, de gran crecimiento para nuestro quehacer. Víctor Hugo: Había un elemento, escondido, pero el más importante. Tener una pareja como Marjorie Kusch. Eso es clave. Ella es el cable a tierra, la
realidad constante, el aterrizaje de este señor que va para adelante como un caballo de carrera. Patara: El Mario lo planteó muy bien, era un lugar comercial, de alto nivel artístico, que va a quedar en la historia de nuestro país, porque no ha habido otro ni hay hoy día, en que tecnológicamente hay más medios [otro similar]. Ninguno ha logrado lo que se logró con el Café del Cerro. El Mario fue muy buen gestor. Quena: Valoro el Café profundamente, porque se juntaron dos talentos; uno súper creativo y otro súper ejecutivo. Entre la Maggie y Mario amaron y crearon algo en una época en que era muy difícil, era tremendo formar algo y hacer un negocio, y darle posibilidad de trabajo a muchos que necesitábamos y necesitaron para sobrevivir. Y sobre todo desde lo creativo. Lo que es hoy día estar en pandemia y no poder estar en un espacio, en ese minuto era no ganar y no poder estar en ningún espacio. La idea de tener una empresa funcional y exitosa parecía en la época, y en las mentes de muchos, contrapuesta a la de tener un espacio de orden cultural contestatario. Sin embargo, esa era la única manera de llevar adelante la visión de Mario y Maggie, la que dejaron muy claro en el artículo de la Revista del Domingo de El Mercurio (31 de julio de 1983) Canto Nuevo de mantel largo. “... No somos una entidad cultural. Hemos invertido más de dos millones de pesos en este
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local y hay que pagarlos. Además, pensamos pronto comprar la casa. Mucha gente nos pide que seamos netamente culturales. Pero no. Nosotros vivimos de esto. Necesitamos ganar plata, necesitamos pagarle bien a los artistas y a la gente que trabaja con nosotros”. El Café fue una fuente laboral en dos sentidos: tenía empleados y, por otro lado, pagaba a los artistas o, en el caso de los primeros días de la semana en los años del comienzo, les proveyó de un espacio profesional para pasar la gorra.
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Mario: Nuestros sueldos para el personal eran acordes al mercado y se pagaban leyes sociales. Nosotros, dado que era nuestro negocio y en esa época no existía el concepto de sueldo empresarial, no teníamos sueldo. Y creo que logramos ser una fuente laboral para los músicos. Creo que hubo artistas que en el Café tuvieron una remuneración que no lograban en cualquier parte ni con la continuidad que tenían ahí. Desde dentro, opina Víctor Hugo Romo, mano derecha del Café por tantos años. -Mirándolo desde ahora, creo que Mario era un buen empleador. Porque logró [dar] sustentabilidad al negocio y eso es lo primero que uno le tiene que pedir a un patrón: que el negocio se mantenga para que la fuente laborar subsista. Mario sabía equilibrar muy bien lo que era su compromiso social con su rol de empresario. Y lo sigue haciendo. Tiene muy claro dónde están los límites. Sabe que cuenta
con un mercado laboral. Cuando yo me fui, me pagó todas las leyes sociales; no tengo ninguna demanda ni una queja contra nuestro vínculo laboral. Todo lo contrario. Por estar dentro, el personal se daba cuenta de que mantener el espacio no era simple desde el punto de vista económico. Y que estar ahí abría otras puertas laborales. Carlos Díaz: -No se pagaba tan bien porque había muchos gastos: los músicos, la gente que atendía, a la Señora Eliana, a los cocineros... y uno era uno más del eslabón. Cuando empecé a trabajar con De Kiruza y me pagaron un recital me fui de espaldas, era casi lo que ganaba en un mes en el Café. Pero, como digo, uno estaba aprendiendo y dándose a conocer. Si no fuera por eso, quizá, no habría seguido siendo técnico. Pero siempre hubo trabajo para mí y eso fue gracias a que me conocía tanta gente en ese tiempo, por estar ahí. Hubo, claro, un punto controversial: la situación del pago a los músicos. Hay opiniones encontradas, que Sergio Pirincho Cárcamo resume así: -No era una crítica mía, yo lo encuentro normal. A Mario Navarro lo molestaban los músicos porque... cobraban entradas y también el consumo. La entrada no era cara y solamente sobre esa base se repartían las platas. No sé los porcentajes. Pero, pongamos un 50 por ciento para los músicos y un 50 para Mario. Y Mario ganaba más por las ventas
de las cervezas, las piscolas, los sándwich, todas esas cosas. De repente, los cabros empezaron a decirle ‘ya, puh, Manolito, danos un porcentaje más alto’. Para mí no era una crítica, porque se tenía que financiar, pero me daba risa de todas maneras. La verdad es que crítica no tengo ninguna. Quizá la única que pudiera hacer es que no lo pudiera mantener, que su tierra natal le provocara tanta nostalgia que se volvió a Punta Arenas y que el Café del Cerro se perdiera definitivamente. Los integrantes de Santiago del Nuevo Extremo, reconocen que a ellos el sistema de porcentajes no les afectaba, en tanto conjunto exitoso en el Café. Pero plantean el asunto como un tema de derechos laborales, lo que solo en 1989 tuvo expresión concreta, cuando un grupo de músicos decidió dejar de tocar, temporalmente, en el local. Luis Le Bert: Era un lugar de mucha injusticia económica. Era tremendo. Nosotros no nos dábamos cuenta porque éramos los reyes. Absolutamente. Los reyes del Café durante tres años éramos el Gatti, nosotros y los Schwenke. Y no había más. Esa era la verdad. Hay que reconocer que tenía un problema en su relación con los billetes extremadamente notorio y grave. Jorge Campos: Es complicado el tema gestión. Las críticas se refieren al fraccionamiento de las ganancias, que sigue siendo un asunto no resuelto. En una lógica justa, la recaudación de las entradas debería ser para el artista que convoca al público, ya que la ganancia en
este tipo de lugares debería estar en la comida y los tragos. Es un tema que no está regulado. En el caso del Café, me consta que el espíritu fundamental era la movilización y presencia cultural en una época muy, pero muy difícil. Pero hubo situaciones en las que era notorio que en el rendimiento de cuentas había un desfase entre la cantidad evidente de público y lo que se rendía como total. Para los grupos era mucho más difícil que para los solistas. Congreso, por ejemplo. Éramos nueve músicos, un ingeniero, un asistente o dos; había que financiar viaje ida vuelta desde Viña de cuatro músicos, más el alojamiento. En ese contexto, aunque tocaras varios días, no era precisamente un trabajo bien remunerado. En todo caso, me quedo con la poesía de la batalla diaria de resistencia y lucha en contra de la dictadura y no con el tema de las lucas. Pedro Villagra: Pero el arte es también una expresión de supervivencia. Entonces, queda esta duda y esta posibilidad, que es endémica, de ser laboralmente mal pagado y utilizado. Creo que parte del manejo de un empresario es el ninguneo de sus artistas. Si yo los ninguneo, entonces me van a cobrar menos. Los porcentajes a los que los Santiago hacen referencia son los siguientes: 50%/50% los fines de semana; jueves, 60% para los artistas. Cuando el Café abandonó la política de programar a la gorra, lunes y martes implicaron un 70% para quienes actuaban. A grupos como Congreso les financiaban los traslados y dos de ellos alojaban en la casa de Mario y Maggie.
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Maggie: El fin de semana era siempre 50/50, porque el público llegaba al Café y ahí preguntaba ‘¿qué es lo que hay?’. Mario: Teníamos un público cautivo. La lógica era que el martes pesaba el artista, por eso se llevaba más porcentaje. Y el viernes y sábado pesaba el Café. Como dije, sabíamos que, aunque programáramos a Pepito el viernes o el sábado, tendríamos 150 personas seguras. Ahora, algunos llevaban 250. Por eso había negociaciones y a veces los artistas de fin de semana iban al 70/30 u 80 por ciento. Maggie: Si alguien poco conocido o no conocido llegaba a pedir una fecha, le dábamos el lunes o el martes y hacíamos el convenio de que vendieran entradas por fuera. Le dábamos las redes de prensa, lo acompañábamos y le dábamos 100 entradas para que las vendieran por fuera. Y el porcentaje de la taquilla era mucho mayor para ellos. Mario: Claro. Se aumentaba el porcentaje cuando iba muy poca gente. Y, en la medida en que iba funcionando, pasaban del martes al jueves y del jueves al viernes o al sábado.
pero nunca convocó público. Dijo ‘yo, a porcentaje, no voy’. Cobró lo que estaba en los márgenes de lo que se llevaba un artista y quiso asegurarse. Y le fue muy mal. Los argentinos venían por un caché fijo que era conveniente para nosotros, porque podíamos pagarlo. Algunos venían en avión, otros venían a Mendoza en tren y los íbamos a buscar. Se les pagaba el alojamiento y todas las comidas para que se llevaran el caché libre. Los gastos corrían por cuenta nuestra.
La única excepción a estas reglas, en materia de artistas nacionales, fue Flor Motuda: cobró fijo. Tuvo buen ojo, sobre todo para las cuatro funciones en las que se presentó con su, por entonces, esposa, la humorista Loreto Marín. Explica Mario:
De vuelta al lado de los críticos, Rudy Wiedmaier interpreta como un comentario de orden económico los dichos sobre curatoría de Payo Grondona (ver capítulo Intuición, más que nada, intuición) cuando se refirió a que había músicos que tocaban en el Café y otros en los espacios puramente solidarios.
-Sí, el Flor fue la única excepción, aparte de los argentinos y cubanos que venían a caché fijo. Nosotros queríamos tenerlo. Independiente de su calidad musical, en esos tiempos era atractivo tenerlo;
En las antípodas del pensamiento de los Santiago, está la cantautora Cristina Narea (González). -Mi vida en esos años estaba cien por ciento involucrada en la lucha contra la dictadura desde el arte y la cultura. Así es que mi supervivencia era complicada; entonces, cualquier ingreso que tuviera después de los conciertos en el Café era muy bien recibido por mi parte. Mario y Maggie gestionaban impecablemente y siempre tuve plena confianza en ellos.
-Yo recuerdo que había músicos a los que se les trataba muy mal. No es gratuito que se hable del Café del Perro, que se diga que había una
situación en la cual había artistas -que el Payo lo dijo con su desprendimiento verbal habitual, pero fue muy sincero- de primera división y otros que están en los potreros. Así era. Así era el trato, también. Y acaso, ¿no es lo que ha ocurrido después en cómo se configuró la situación de los artistas y de la cultura en Chile? Ha sido así. Los primera división, los segunda, los famosos, los no famosos, los fracasados, los emergentes. Creo que ser un músico, un artista emergente en Chile ahora debe ser una maldición, porque, por último, entonces había una expectativa, una esperanza de que algo iba a cambiar. Mario y su cuñado, el hermano de la Marjorie, con los artistas en el mundo de la negociación, eran densos, pesados, y la Marjorie no se metía mucho.
Otra parte del staff de artistas del Café no tenía ni tiene queja, y valoran el ingreso obtenido sin hacer críticas.
Aunque no recuerda detalles, Mario Rojas, ya en los años 90, constató cierta molestia en algunos de sus colegas.
Eduardo Peralta: Fue la transición entre las peñas de los 60, como la de los Parra, y el concepto de café concert de los países europeos. El Café derivó al concepto de pub. Y era un refugio, tener algo de entrada en los tiempos en que las municipalidades no estaban abiertas a invitar a cantar. A mí especialmente me iba muy bien; mientras más público llegaba, uno ganaba más. ¿La parte pago? Se llevaban una buena tajada ellos, pero se entendía, había que mantener el local. Como había buena difusión, se llenaba el local y se ganaba plata. Los medios alternativos ayudaban. Ahora yo no trabajaría con esas condiciones. Eran tiempos duros para todos los artistas.
-Hubo un momento en que los músicos no se sentían remunerados correctamente. ‘No nos’, debería decir, pero para ser bien sincero, yo no lo pensé nunca tan así. Sé que era el sentir de la mayoría. Era tan importante para mí tocar en ese lugar que las lucas carecían de importancia prioritaria. Igual me había venido a Chile con la idea de que acá era más difícil subsistir y fue realmente una experiencia dura, mínimo los diez primeros años. Después de haber vivido en países desarrollados, fue una experiencia brutal de apretones económicos para venir a levantar la cabeza como una década después.
Juan Carlos Palta Meléndez: Era una entrada económica bastante importante, que nos ayudó mucho. Si todos esperábamos a la Tía Eliana con ansias... No ganábamos mucha plata, porque generalmente nos repartíamos las lucas entre los que participábamos en la noche; pero no dejaba de ser una entrada importante, sobre todo que uno era joven. Yo estaba estudiando teatro, y a esa edad cualquier platita extra era agradecida. Me permitía pagar la pensión en la que vivía y con esa plata me movilizaba. El Café del Cerro era importante para el bolsillo y para las ideas.
Marcelo Nilo: Hubo momentos en que la programación partía un día martes y terminábamos
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el domingo. Tocábamos toda la semana y eso nos permitía recorrer el país y poder viajar con un piso mensual que hacía posible ir a tocar a sindicatos, a colegios, a universidades, a poblaciones... en fin. Entonces el Café del Cerro fue un espacio importante.
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Eduardo Yáñez: Por cierto era un espacio laboral interesante, necesario, imprescindible... para el dueño y para quienes podían llevar un público numeroso; justo es decir que para quienes iban a ver el espectáculo, también. El lugar se llenaba con unas 200 personas; pero a veces, era tanto el público que se sentaban en el suelo o estaban de pie donde podían, y se iban felices. Estaba, además, el hecho indesmentible de que divulgaban música alternativa respecto del mercado netamente comercial. Charles Labra: Era mejor, porque en muchos otros [lugares] consideraban que nos daban un espacio y solo ofrecían catering y plata para la locomoción. Juan Carlos Pérez: De todas maneras, era una fuente de trabajo. Ganábamos lo que producíamos, el borderó. Carlos Fonseca: Las ambiciones de Los Prisioneros no eran muy grandes en esa época; pero el trato era bueno, sobre todo pensando en la cantidad de gente. Tendríamos un promedio de 300 tickets, 250 tickets. Siempre llegábamos a un buen trato. Creo que nosotros teníamos 70/30. Teníamos un acuerdo especial, al final.
Emilio López: Económicamente, obvio que funcionaba. El trato era muy bueno y era conveniente para todos los artistas. En el caso mío, me ayudaba a venir a Chile desde Uruguay, a estar aquí, a aprovechar de compartir. Curricularmente era muy importante, ya que destacados músicos latinoamericanos venían acá a actuar en el Café. Una vivencia aparentemente particular es la que tuvo Hernán Flaco Robles porque el Café era el lugar cierto para encontrar a los artistas y poder contratarlos para otras actividades o engancharlos en iniciativas solidarias. Así fue para él: punto de contacto. -Si bien no fue una fuente de trabajo directa, porque nunca recibí plata, fue una vitrina clave en mi carrera. Soy un agradecido, porque me permitió abrir puertas que, de otro modo, no habría sido posible. Fui contratado por empresas, tuve contactos con regiones. Años después, animé Sábados Gigantes fuera de cámara, porque se grababa a las cuatro de la tarde y, como la gente era citada al mediodía, se aburría. De Sábados Gigantes pasé a animar otros programas. Y eso fue gracias al Café del Cerro, que me mantuvo como a esos futbolistas que están permanentemente entrenando. Los contactos eran a diario y yo hacía una diferenciación: cuando eran temas de derechos humanos, no cobraba. Mario está consciente de que cumplieron esa labor, quizá no reconocida por muchos, pero evidentemente cierta. Ser una especie de agencia informal de artistas.
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Juan Carlos Palta Meléndez y su valiente humor político (Archivo Café del Cerro).
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-Repartíamos los contactos o conectábamos con todos los artistas. También hacia las provincias. Era muy frecuente que llamaran y dijeran ‘queremos ubicar a Eduardo Gatti o a Santiago del Nuevo Extremo’ y nosotros hacíamos el nexo. Era así porque siempre lo vimos como una fuente de trabajo, de nosotros y de los músicos. Era parte de la forma de demostrar nuestro compromiso, que lo teníamos, y ser un aporte económico, así como darle publicidad a nuestros artistas, eran asuntos políticos, absolutamente. Teníamos un aparataje con los medios, por lo que un artista, en un fin de semana, podía ganar muy bien; no había ofertas de plata similares en otros locales. Y yo nunca me cerré a ningún artista. Algunos criticaban al Café, nos acusaban de comerciantes y se marginaron; pero nuestro trabajo trascendió. Yo siempre lo planteé así: romper el gueto de las peñas, donde íbamos los mismos a llorar y a sufrir. Dada su experiencia atendiendo a los artistas y al público, Quena Velasco pone otros argumentos sobre la mesa. -El Mario y la Maggie eran súper generosos. Al Tío Roberto había que tratarlo... darle todo lo que quisiera: comida, trago, calentito, apoyo. Él, maravilloso, con la Catalina, su señora, y sus hijas. Fueron súper generosos con ellos y con mucha gente. Pero mucha gente fue muy dura con la Maggie y el Mario. Algunos decían como que ellos eran los únicos que ganaban. Jaime de Aguirre, productor independiente en la época, sabe de lo que habla cuando declara:
-Todos teníamos conciencia de que era un espacio de sobrevivencia de Mario. Eso significa que era un negocio. Yo pensaba que eso era completamente legítimo. Pero no todos mis amigos y compañeros pensaban lo mismo. Pensaban, en una idea más ingenua -aunque no sé si esa es la palabra-, que lo que pagaba Mario era muy poco. Hasta yo mismo debo haber reclamado de que no me pagaban mucho; pero no conozco a nadie que tenga un reclamo mayor. Creo que lo que hicieron era completamente legítimo, hecho de maneras muy abiertas, muy transparentes. Pero de ahí a no valorarlo en el tiempo..., con el valor que eso tuvo... me parece una desproporción, una injusticia y no valorar la historia. Similar es la perspectiva de Iván Valenzuela. -Tuvieron un modelo de gestión totalmente legítimo, para mi gusto. No sé cuáles eran los términos del porcentaje que les pagaban a los artistas; pero si no existía el Café del Cerro, no había nada. Porque la opción inmediata eran las peñas, donde no te pagaban, sonabas mal, era incómodo para el público... No es que las peñas fuesen la panacea. No estaba desarrollado el mercado, los teatros no estaban disponibles y, si lo estaban, era muy caro montar el aparataje de amplificación, de luces... porque habían muy pocos equipos. Han pasado 30 años, ahora hay una industria. Por eso me parece muy injusta esa crítica, muy chilena. O sea, de qué estábamos hablando: él estaba poniendo el capital, la valentía de mantener un espacio que no era precisamente amable para un gobierno dictatorial y ¿lo íbamos
a castigar por tener un buen negocio y un buen pasar...? Tampoco se convirtió en Luksic. Además, por entonces, el modelo de gestión de Mario era de suyo alternativo. El modelo oficial era el de la discotheque Gente, del Confetti, de la Casa de Canto. Todas esas imágenes encontradas de los artistas llegaban a la pareja bajo la forma de resentimiento. Mario: Sí, mucho resentimiento. Estábamos al medio de fuegos cruzados. De repente la gente amiga, o cercana entre comillas, veía esto exitoso y pensaban que nos estábamos haciendo la América a costa de los artistas; por otro lado, éramos contrarios al gobierno, así es que también... estábamos ahí un poco sobrellevando las dos cosas y de repente los comentarios de la gente cercana nos afectaban más, porque estábamos siendo incomprendidos. Gente que con el tiempo se ha retractado y ha dicho, ‘pucha, no supimos darle la importancia que tuvo el Café en ese momento, lo veíamos como que era una gente que estaba haciendo negocio’. Maggie: Todo fue trabajo y cariño. Todo el rato fue eso... tratar de hacerlo lo mejor, sacarnos la chucha, estar ahí desde temprano, abriendo, cerrando.
El día a día de la gestión económica No solo había que pagar sueldos u honorarios de artistas. Mantener la casa funcionando implicaba el pago puntual de impuestos, agua, luz, gas, teléfono, arriendo -primero-,
dividendo y contribuciones, después. Había seguros involucrados, porque era una manera de protegerse de imprevistos y acciones indeseadas. -Siempre tuvimos seguros. Así es que después del incendio debido a la bomba que lanzaron, me tomaron preso porque, al tener seguros y haber un incendio, éramos sospechosos. Afortunadamente fue Ricardo Estuardo, nuestro amigo abogado, y nos sacó. “Siempre andábamos pillados”, dicen. Como una forma de diversificar las entradas, la pareja abrió sucesivos locales en Bellavista. Partieron por arrendar la casa de dos pisos de Antonia López de Bello y Constitución, donde pusieron El Bar del Cerro y la Disquería de Gatti, en sociedad con el cantautor, más un kiosco llamado 24 horas. Dejaron el segundo piso para vivir. Luego transformaron el bar y la disquería en el pub La Brújula del Teniente Bello, y la casa del segundo piso en el restaurante Monsieur Laffitte, en que Suzy Kusch fue socia, y que luego se transformó en la pizzería El Vaticano, cuyo eslogan era el único local no atendido por su propio dueño. Luego vino La Cueva, una shoppería en Bellavista, donde el socio fue Mauricio Kusch. Tras la venta de la casa del Café, se mantuvieron ahí -arrendando- y abrieron La Crisis Moral, bar/divertimento bailable. Simultáneamente, compraron la propiedad donde instalaron Varadero. ¿Cómo lograban manejar todo ello a la vez?
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Responde Mario: -Cada local tenía su administrador, su encargado, y su gestión semi propia, porque todo dependía del Café, de la Maggie. Pero como cuando no está el dueño... ninguno prosperó. A la larga nunca aprendimos, porque en Punta Arenas seguimos abriendo locales paralelos y anduvieron... como anduvieron. Estuvimos presentes en el Café y ahora en La Luna [restaurante de Punta Arenas] y son los que han resultado. Incluso en Varadero, que fue tremendo proyecto, tampoco estuvimos mucho, así es que... Maggie: ... ‘el que tenga tienda que la atienda. O si no que la venda’, como dice el dicho popular.
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Para abastecer el Café también se las rebuscaban: ellos mismos, arriba de la fiel Fiorino, compraban la verdura; los licores y bebidas en La Vega o en una distribuidora de la calle Dardignan; la carne, en La Valdivia. Con el tiempo, les empezaron a llevar quesos y, un repartidor llamado Valentín, el hielo. Pagaban con cheques, a 30 días la mayor parte de las veces. Maggie: Al principio, como no teníamos teléfono, teníamos que pedir en un negocio de barrio más o menos grande que había en Dardignac con Ernesto Pinto y de ahí hacíamos las llamadas. Mario: Pagábamos 50 o 20 pesos. El pisco lo comprábamos en Capel. Después supimos que el jefe de ventas era el hermano de Juan Carlos Pérez, cantautor amigo nuestro. Él auspició los programas mensuales y el menú con los almuerzos.
Para hacer frente a todo ese trabajo no analizaron el funcionamiento de ningún otro local ni tomaron modelo de nadie. Maggie: Además, no había otros locales similares. Mario: Los otros locales eran muy alternativos, eran las peñas... estaba partiendo ese local en la Plaza Ñuñoa que hacía recitales... Y siempre que partía algo nos asustábamos; decíamos ‘va a abrir este, va a abrir este otro’. Pero no pasaba nada. Maggie: Abrieron El Terrómeterromete, La Casa del Aire... Mario: ... el Teatro Cámara Negra, de la Patricia McKay. Como que algo se abría y era interesante, y nos asustaba... Maggie: ... al principio, pero después cachamos que tenía que pasar de todo en el barrio. Mario: Íbamos como clientes a El Jardín, en Irarrázaval. O como productores, porque hice un ciclo ahí. Y cuando lo cerraron incluso pensamos en arrendarlo y poner un café en Ñuñoa. Pero por suerte no lo quisieron arrendar. Quizá arrendarlo hubiera sido un error. Hablando sobre este tema, dicen que no cometieron tantos fallos. Es posible que no consideren como tales las pérdidas económicas en las giras o los grandes recitales, debido a que con ellos cumplían la otra parte de su cometido: el trabajo en pro del regreso a la democracia. Llevar artistas como Schwenke y Nilo, Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Nito Mestre, Los Prisioneros o Inti Illimani al resto del país fortalecía el espíritu resistente y era una manera de dar acceso a formas culturales
Flor Motuda fue un fracaso de público lo que compensó habiendo logrado no ir a porcentaje (Archivo Nacional de la Administración) Roberto Parra era un regalón de la casa (Archivo Roberto Parra Sandoval).
inteligentes, lejanas del espectáculo vano de la televisión. Mario: Si nos equivocamos, quizá no nos dimos cuenta. No es que digamos ahora que nos arrepentimos por algo o que digamos ‘la tontera que hicimos’. Maggie: Algo que pueden haber resentido los artistas... a lo mejor, no estoy segura, es cuando empezamos a traer argentinos. Mario: Pero no fue un error, fue un tremendo acierto. Maggie: Sí, fue un acierto, pero lo pueden haber resentido los artistas.
Mario: Como error, no lo veo. Maggie: Nosotros siempre pensamos que lo estábamos haciendo bien. Mario: Quizá de manera externa se vea de otra forma. Maggie: Nosotros estábamos metidos ahí, no sabemos lo que pensaba la gente. Mario: Como fuimos tan exitosos, pueden haber pensado que nos estábamos forrando en plata. Pero, lo repetimos, no era eso lo que buscábamos. Siempre estuvimos pensando en no ser caros, en ser asequibles. Si hubiéramos pensado que más que una fuente de trabajo era un negocio, hubiéramos podido usufructuar más, le hubiéramos sacado más punta
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Traer al dúo argentino Pedro y Pablo pudo considerarse un error, porque no atrajeron al público esperado (Archivo Café del Cerro) mientras que Cristina, antes o después de su primer paso por España, suscitaba interés (Archivo Mem).
al lápiz. Pero no lo hicimos y no me arrepiento. No lo veo como error.
Una red para comunicar La última pieza de este mecano, pero no por ello menos importante, fue otro acierto. La estrategia de comunicaciones que desplegaron en el tiempo fue exitosa y tuvo, secuencial y acumulativamente, las siguientes etapas: gestión de prensa, publicidad callejera, publicidad en medios y comunicación directa personalizada gracias a un medio de producción propia.
Cuando el Café del Cerro dio inicio a sus recitales, Mario ya tenía experiencia de contacto con los medios escritos y radiales. La había logrado promocionando los Encuentros de Juventud y Canto, las jornadas de Nuestro Canto y la programación del Ulm. Ya para ese último tramo había conseguido apoyos fijos y seguros en cada uno de los diarios y emisoras que visitaba. La calidad de los espectáculos que promovía fue su principal aval. Dice Mario: -La gestión de prensa del Café principalmente recayó en la Maggie, aunque en un principio también estuvieron a cargo de la relación con los
medios Víctor Hugo Romo y Vicky López. Pero, cuando la tomó Maggie, ella acompañaba a cada artista y lo ayudaba a abrir espacios. Persistencia y creatividad fueron las principales virtudes de esta gestión. Todas las semanas la prensa estaba al tanto de la programación, a veces con escritos que, fuera de informar, eran simpáticos y atractivos. Ese lenguaje cercano, surgido espontáneamente entre quienes preparaban el material, provocaba complicidad con los y las periodistas. Trabajaban sin planes elaborados, sino repitiendo y mejorando las acciones que funcionaban. Mario está consciente de que la gestión de prensa fue siempre un éxito. Cuando el Café ya estaba consolidado, también la televisión comenzó a difundir los recitales, sobre todo a partir de 1989, con la llegada de los músicos argentinos.
ser para el personal o los/as lectores/as. Álvaro Godoy recuerda al Café como un esponsor. -La mayor parte de las veces lo mencionábamos en nuestras páginas y ellos nos mencionaban en sus espectáculos o nosotros consumíamos el equivalente a nuestras tarifas de avisaje. Con ese sistema hacíamos los premios Pedal, que se daban a final del año a los cantautores y al grupo más destacado del año. Algunos eran más populares, más masivos, como Eduardo Gatti o Gervasio. Sin embargo, premiábamos a otros que no eran tan masivos pero igualmente buenos, como Eduardo Yáñez. Lo hacíamos en el Cine Arte Normandie o en el Teatro Cariola. Todos los músicos se juntaban y era como un Grammy alternativo [risas]. Había una relación de mutuo beneficio en la parte financiera de las dos organizaciones.
-Nos acogían. Todos los días estábamos promocionando algo. No nos enganchaban todos los días porque era mucho, pero en gran parte de la semana estábamos en algún medio. En la programación, siempre.
Aspecto importante fue la gráfica. Hubo siempre un estilo y, antes de tener un propio equipo dedicado a ello, los diseños estuvieron a cargo de los cuatro diseñadores jóvenes que hacían su tesis en un taller de la casona. Claudio González se alegra de puro recordarlo.
Avisos pagados hubo pocos, en radio Galaxia antes de abrir, en La Tercera y en La Bicicleta, con la que también usaron el sistema de canjes, al igual que con el diario La Época y las revistas Apsi y la poética La Castaña. El canje consistía en que el medio publicaba y el local no pagaba con dinero, sino que ofrecía algunos beneficios, equivalentes al valor del avisaje, que podían
-Mario también nos dio la posibilidad de hacer los afiches y los menús. Entonces, ¡qué mejor! Era como la bendición máxima poder estar ahí, ganar algunas lucas y además desarrollar lo que estábamos haciendo. Fue una experiencia increíble. Muy bonita. Me junto todavía con mis compañeros con que hicimos ese proyecto y nos acordamos con mucho cariño del Café, porque vivíamos ahí, lo pasábamos muy
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bien. Nosotros trabajamos muchos años en diseño publicitario y nuestro taller fue nuestra oficina en sí. Luis Pippo Guzmán está consciente de la importancia del aspecto gráfico. -Se hacía arte. El menú, el programa, era bonito, bien hecho. Lo bueno que tenía, o tiene, el Mario es que siempre desarrollaba su parte artística, porque parece que él tenía harto cuento con el diseño. Desde el Ulm, en que había pintado la máscara de la entrada del edificio. Ahora está blanca, fome.
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También el punto era notorio para un maestro del jazz que tuvo largas jornadas y ciclos en el local, Roberto Lecaros y, obviamente para el poeta y artista gráfico Toño Kadima. Roberto: La forma de ser de Mario era importante, siempre estaba muy abierto a conversar propuestas y se lanzaba no más. Creo que tenía claro su negocio y también lo que significaba socialmente en esos días. Incluso tenía un equipo de imprenta para los afiches. Toño: Quiero destacar que el Café del Cerro aportó mucho también en la gráfica. Había muy buenos gráficos. Los tres primeros afiches que diseñó Shakespeare, todos con el logo y un círculo central -uno con el círculo en blanco, otro con el poema de los cerros de Víctor Hugo Romo, y uno con una frase genérica- fueron mandados a hacer a
los hermanos Labra, a su taller de serigrafía PazCiencia, antes de que fueran Sol y Lluvia. El resto de las piezas gráficas las imprimían en Yareta y, finalmente, con Enrique Cerda. Mario: -El primer afiche del Café es uno que tiene el poema de Víctor Hugo sobre el cerro San Cristóbal. Después vino el que decía Encontrémonos en el arte y la amistad, el primero que tuvimos en la calle. Los imprimió el taller de serigrafía de los hermanos Labra, en la calle Sierra Bella. Mucho después, con Víctor Parra se nos ocurrió armar nuestro propio taller. Compramos todos los elementos y contratamos como profesor a un cabro que había trabajado en PazCiencia. Él vino durante unas semanas y le enseñó la técnica a Víctor. Llegamos a imprimir hasta en cuatricomía [a cuatro colores]; se hicieron muchos trabajos para el Café, para las giras e incluso hicimos pegas para afuera. Después creamos el taller de diseño y fotografía con Mario López. Todo a pulso. Fue todo un logro el establecimiento de este equipo especializado, que les permitió ser autosuficientes y dar un paso importante en la consolidación de las formas de comunicarse con el público. También pegaban ellos mismos los afiches y las experiencias no estuvieron exentas de chascarros. Como esta anécdota que protagonizó Mario. -Desde la época de Nuestro Canto y después el Ulm pegábamos los afiches y con el Café seguimos.
Caí preso, más de una vez. Recuerdo una de esas veces en la comisaría de San Miguel, tarde, en la Gran Avenida; pero no me acuerdo para qué evento eran los afiches. Fueron a retirarme la Maggie con Víctor Parra. En Plaza Italia había una muralla donde construyeron el Crown Plaza, que la teníamos siempre tapizada... Fue muy llamativo cuando llegó el Inti a Mendoza y yo hice la promoción en Chile tratando de llevar gente y fue toda una anécdota que los afiches estuvieran frente al Diego Portales.
-Es que fue un trabajo lindo, de esfuerzo. Lo que era La Punta del Cerro... sacar una revista y mandar dos mil ejemplares y programas por correo, que te llegara a las manos. Ahora con las redes sociales parece fácil, pero en ese momento lograr hacerlo fue una cosa importante. No solo promovía la actividad del Café, había crítica de casetes, entrevistas. La mandábamos incluso al extranjero. Los músicos de Zitarrosa, por ejemplo, se acordaban de nuestro propio medio de comunicación.
Amaro Labra vivió el tema de la creación de afiches y valora el cuidado del Café en ese aspecto.
La cantautora Cristina Narea sintetiza el esfuerzo realizado y Toño Kadima lo desmenuza.
-El Café del Cerro logró una gráfica que se sentía en la ciudad y tenía variedad. Era muy convocante. Nosotros trabajamos en reproducir sus afiches en el taller de gráfica y de serigrafía que creamos con mis hermanos, al lado de la población Vicente Navarrete, en San Joaquín, donde vivíamos. Así es que nuestra relación fue no solo como músicos sino por ese lado también, en la difusión de los eventos y conciertos que allí se realizaban. Cronológicamente, un último eslabón de la cadena de comunicación fue la revista La Punta del Cerro, escrita, fotografiada y diseñada en el Café, pero impresa fuera. Hoy se diría que fue una estrategia de fidelización de audiencias. En ese tiempo la idea no tenía nombre, pero funcionaba. Aunque solo duró un año, Mario está orgulloso de ella.
Cristina: Creo que la gestión que hicieron ellos dos fue extraordinaria y logró que se convirtiera en un lugar emblemático. Toño: Para nosotros, nosotras, en el Taller Sol, el Café del Cerro es un elemento más de muchas cosas que hemos aprendido. De los primeros de los que aprendimos fue del Taller 666. Del Café aprendimos que, si vamos a estar en un lugar, no podemos ser el lunar del barrio, tenemos que integrarnos y el espacio tiene que ser cómodo, estar iluminado. Aprendimos la administración: juntar lo que hacía el Café con nuestros procesos de autogestión. Aprendimos que, en ese plano, no hay que modificar la realidad, para hacer el drama, sino que usar la realidad en lo concreto. Funcionar con lo que hay. Se achica todo si estoy solo, pero tengo que funcionar. La autogestión es poderosa.
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Un complejo sistema hacía funcionar al Café. Era como manejar una casa grande: ahorrando, atendiendo bien y con productos buenos en lo artístico y gastronómico. Una empresa familiar donde todo fue hecho a pulso y con la mayor entrega. En síntesis, Mario y Maggie desarrollaron sistemas y estrategias para llevar a cabo su idea de tener un emprendimiento del que poder vivir, ellos, sus empleados y los artistas. Y lograron un local profesional y contestatario, que convocó a un público también ávido de recibir la oferta cultural e ideológica que allí se desplegaba. Persistencia en el intento -pese a los
altos y bajos-, sostenibilidad económica para mantener la fuente laboral, coherencia de estilo, consistencia en la programación y perseverancia en la comunicación con la audiencia fueron las actitudes que alimentaron a esta empresa formal, juvenil y familiar, cuyas características dibujamos al comienzo de este capítulo y que le permitieron mantenerse en el tiempo.
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el cierre fue definitivo
1992. Formalmente, la democracia ha regresado a Chile, hace cerca de dos años. Luego de triunfo del NO y de la llegada de Patricio Aylwin a la Presidencia de Chile, grandes expectativas culturales y artísticas se abrieron. Los músicos y artistas en general -también los propietarios del Café- vivían un momento de grandes esperanzas de trabajo y difusión. Se previó un futuro boom, en el que la sala sería una más dentro de una larga serie de múltiples y diversos escenarios. Por lo tanto, su existencia no sería necesaria, implicando aquello una
posible declinación de su convocatoria. Lo anterior, unido a una muy interesante oferta económica por la propiedad del local, decidió su cierre. Pero era una bajada de cortina temporal. Había planes. La primera despedida fue el 30 de enero, con Eduardo Gatti y Luis Pippo Guzmán, que eran como del inventario por ser los artistas que actuaron de principio a fin. Eduardo dijo: “Cuesta irse del Café. Quiero saludar a alguna gente. De partida a Mario y Maggie, que son los dueños y quienes desde el año 82 fomentaron la música de los artistas nacionales. La gente que
Muchas expectativas se abrieron con el regreso de la democracia. La cultura esperó la apertura de espacios y el matrimonio Navarro/Kusch soñó en grande. En términos sociales y como socios en un negocio que veían como próspero.
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lo ha atendido, la señora Eliana que está por ahí [aplausos]. También quisiera agradecer a un hombre que ha estado con nosotros en un papel mucho más anónimo y como bajo cuerda, detrás de sus mesas y sus perillas. Me refiero a Carlitos Díaz que ha amplificado el Café todos estos años. Un gran aplauso para él” [aplausos]. Y cantó La Francisca. Así las cosas, en enero de 1992 fue distribuida una invitación: “Porque nos gusta la jarana. Porque nos vamos con la música a otra parte. Porque hay que despedir el hogar que nos cobijó por 10 años. Porque bailar, reír y zapatear no le hace mal a nadie y porque eres más amigo que enemigo. Por todo eso y por otras cosas innombrables, te invitamos a rocanrolear, salsear, cumbiar, merenguear, huainiar, trotar, valsear, sau-saear, y a compartir un minué. Sábado 1º de febrero 1992. A las 23ºº hrs. en el mismo local de siempre”. Había esperanza. Había que bailar. Por eso declararon en una tarjeta de presentación del futuro Café: “... la historia ya es historia. El corazón y el espíritu que le dio fuerza al Café (aunque no tan jóvenes) permanecerá vivo en todos los que lo quisimos como el lugar para soñar, haciendo
música. Ahora queremos hacer música para soñar... Un Café para los nuevos tiempos. Un Café con el mismo corazón y la misma fuerza que sabemos vivas en todos los que queremos. Te presentamos el nuevo Café del Cerro. Un Café para los Nuevos Tiempos”. Lo que siguió fue como revivir el comienzo: el equipo modificando la misma casa para seguir con los nuevos planes que incluían La Crisis Moral y Varadero que, al lado del San Cristóbal, ya estaba funcionando. Allí abrirían el remozado Café del Cerro. En un recorte de diario, lamentablemente sin fecha ni medio, Mario prometía: “Nos fijaremos mucho en la calidad de los artistas, que serán preferentemente extranjeros. Mejoraremos los equipos de música, el sonido, la iluminación y el servicio. Vamos a funcionar de jueves a sábado desde las nueve de la noche en adelante. Tendrá dos pisos más un subterráneo, en el que va a haber un salón bailable con música tropical, que esperamos tenerlo abierto todos los días y traeremos un disk-jockey de Cuba o República Dominicana”. Recuerdan los sueños para esta investigación: Mario: la idea era poner la salsoteca abajo y abrir un Café 2.0 en el segundo piso. Para 100 personas, muy cuidadito, con unos camarines y unos baños increíbles Maggie: Más chiquitito. Con un muy buen sonido, todo pensando en los artistas.
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Mario: Más caro, más selectivo. Poder acoger a artistas chilenos y a artistas que vinieran de fuera. Un tercer piso con las oficinas, con la agencia de viajes. Maggie: De hecho, estábamos trabajando ya con la agencia. Mario: Y en el cuarto piso, una oficina mía con escalera de caracol. Maggie: Ese era un tema de ego de él ... [se ríen]. Yo tengo en la cabeza cómo iba a ser el Café, cómo iban a ser las lámparas que íbamos a poner en las mesas... Mario: ... las mesitas redondas con la lámpara al medio... Maggie: ... maravilloso, el escenario, teníamos todo como iba a ser. Cuando partimos con Varadero, teníamos la loza lista para el segundo piso.
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Varadero alcanzó a funcionar dos años. Mario armó en la isla un grupo de nombre homónimo, integrado por músicos cubanos que vinieron a tocar a Chile y con los que, incluso, hicieron giras por todo el país. Pero... Maggie: ... ahí nos fuimos a la chucha. No pasó nada con la salsoteca. No pasó nada con la salsa, en general. Como locales sobrevivieron la Maestra Vida y un par más, solamente. Al Varadero le metimos todo lo que teníamos y lo que no teníamos. Mario: Metimos el Café, todo... eso y más. Quedamos debiendo... Maggie: ... fue un cálculo pésimo. Fue una cosa ... pero bueno. Gastamos más de lo que pensamos. Además, no nos fue bien como pensamos. Porque, de haber sido así, habríamos pagado todo rápido.
Como tantas veces en la historia hubo fuego. Esta vez se trató de un fuego buscado y controlado donde quemaron todo lo que quedaba del pasado. Maggie: Se había acabado una etapa de nosotros, de noche. Nos pusimos en campaña de tener hijos. Igual, yo creo que nos sentimos medio traicionados. Se suponía que había una apertura, pero no estábamos considerados en esta cosa que venía y que no vino al final. Hubo cosas grandes, como el Centro Cultural Estación Mapocho, y como que nos borraron... y dijimos ‘ya, salgamos de esto’. Mario: Tuvimos expectativas, pero no nos vendimos, no estábamos dispuestos. Me acuerdo, patéticamente, que cuando se fundó el PPD, a los dos nos invitaron a militar. Y no, no nos tincó. Siempre estuvimos al margen de eso. Trabajamos a nuestra pinta, solos, sin rendirle cuentas a nadie. Maggie: Sin embargo, todo el mundo creía que pertenecíamos a algo, que las lucas venían de fuera, que no éramos nosotros solos. Mario: Y que estábamos en la primera línea para ocupar cargos. Así es que ese nuevo tiempo del Café... no llegó y la apertura, para los artistas que poblaron de música sus noches y que fueron grandes opositores al régimen militar, tampoco. El espacio democrático y libertario que constituyó permaneció cerrado y no hubo una iniciativa similar. En la ya citada investigación El canto (de) nuevo censurado (Rojas y Salinas, 2013) Mario Navarro reflexiona sobre el inicio de los noventa.
Payo Grondona fue parte de la Nueva Canción Chilena y del Canto Nuevo (Fotos Archivo Histórico / Cedoc Copesa).
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“Al regreso de la democracia se va el Fortín Mapocho, se va La Época, se va el Apsi, se va el Análisis, se va el Cauce, se va Pluma y Pincel, se va La Bicicleta, que podría haber sobrevivido. Y ese es un fenómeno... si eso desaparece, ¿qué queda para el Canto Nuevo?”. En la misma línea, habla Payo Grondona en el mencionado documental Payo en serio (Fritis, 2009). “Todo lo que hicimos desde el 65, que inventamos un tipo de canción, un modo de convivencia entre nosotros los músicos, dura hasta el 91, 92, en que
todo se desarma. Llega la democracia... y nunca más se supo. Yo creo que nos han pegado una patada en el poto, deslumbrante, a los músicos de la Nueva Canción, del Canto Nuevo... No pido nada a cambio, tampoco. Pero me llama la atención que si uno, con las canciones, permitió que estemos donde estamos, seamos un hoyo negro. Y más que nada, me molesta cuando me he encontrado con algunos senadores y diputados que me preguntan ‘¿en qué estay, huevón?’. Yo digo, ‘en lo mismo, haciendo canciones’. ‘Chuá, haciendo canciones...’. Y yo les contesto: ‘y vos, huevón, que estay de dirigente hace 40 años, cuál es tu producto, porque el mío es esto: aquí están
los discos, las canciones, la gente que me quiere y que me odia’. Entonces, ¿a quién le importa? ¿Dónde está la memoria? Peor aún, ¿dónde está eso de reconocer que, lo que uno es, es el producto de tu convivencia social, cultural y política? Pero eso... ¿a quién le importa?”. Este testimonio le trae a Mario a la memoria lo que, de modo similar, dice Nelson Schwenke en el libro Canción valiente (García, 2013):
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“A poco andar comencé a sentirme atornillando al revés; recibimos directamente la sugerencia de eliminar ciertas canciones de nuestro repertorio. La actitud de esas personas, todas muy importantes en la oposición a la dictadura, era algo así como ‘hasta cuándo reclaman si ya llegamos a puerto’. Ahí me di cuenta de que habían cambiado los payasos, pero el circo iba a seguir y que cualquier optimismo que hubiera podido tener sobre la construcción de algo colectivo, esperanzador y profundo era un puro pestañeo, no sacas nada si alguien desde el alto cargo te dice ‘tu música fue importante para mí; pero entiende que ahora estamos en otra y no te puedo contratar’. Sinceramente, fuimos muchísimo más marginales durante la transición que bajo la dictadura”. La música no fue lo único que se resintió de manera mortal en los 90. Fue el arte en general. Cerró, en 1991, el Garaje Internacional (Matucana 19) que albergó gran parte del underground criollo. Entre 1988 y 1990 dejó
de funcionar el Centro de Resistencia Cultural El Trolley, donde Ramón Griffero abrió casa para la vanguardia teatral y dancística. Y en el libro La vieja escuela. El rol del cine Normandie en la formación de audiencias. 1982-2001 (Bossay, Peirano y Pinto, 2020) los investigadores dan cuenta del siguiente dato: “La exhibición cinematográfica no contaba pues con apoyos ni resguardos estatales frente a la competencia del mercado, lo que dificultaba su posición. Distribuidores y exhibidores de salas independientes debían pagar los mismos impuestos que las grandes cadenas, lo que los ponía en desventaja. Esto se agudizó a principios de los noventa, cuando además se instalaron en Chile las grandes cadenas de multisalas, que supusieron un aumento de la competencia en el ámbito de la exhibición. Así, la mantención de salas de cine autónomas se hizo cada vez más difícil. Según recuerda Alex Doll [fundador del Cine Arte Normandie], en este período hubo un masivo cierre de espacios culturales (por ejemplo, peñas folclóricas y teatros) y el auge económico produjo un cambio cultural impregnado por el neoliberalismo, donde la principal motivación fue ganar dinero, más que la participación cultural. De hecho, Doll señala que 1992 fue el período en que han asistido menos personas al cine (alrededor de dos millones y medio de espectadores en todo el año)”. Miguel Davagnino tiene una mirada que abarca todo el fenómeno.
-El que hoy no exista el Café del Cerro da cuenta del éxito de la política aplicada por la dictadura, en el sentido de priorizar la entretención vacua por sobre las manifestaciones culturales que nos dan identidad, apoyada por una parte importante de los medios y que se mantiene hasta hoy. Esta situación tiene un efecto transversal y corresponde a políticas que buscan quitarle sentido crítico a la población y llevarla a priorizar contenidos que las alejan de sus propios intereses y necesidades. En la educación, la rebaja de horas de asignaturas humanistas y la ausencia de Educación Cívica, son un ejemplo. Y sigue reflexionando: -Este es un fenómeno mundial, destinado a que los pueblos no entiendan cómo se manejan los contenidos políticos en este y otros ámbitos. Con el fin de la dictadura en Chile no se concretaron las perspectivas que existían en cuanto a un mayor desarrollo de la actividad cultural; así como en el periodismo significó la desaparición de medios claves en la lucha contra ella, el Café, las peñas y otros espacios culturales que, además, fueron lugares de encuentros sociales y políticos -abiertos como respuesta a la prohibición de los que eran habituales en democracia- se cerraron con la llegada de gobiernos elegidos democráticamente. Por aguas también profundas transita el pensamiento de Víctor Hugo Romo: -Como todo en aquellos años, el contexto entraba a lo más profundo de nosotros. Y se puede hacer un paralelo entre la historia del Café del Cerro con
nuestras propias historias personales y, por supuesto, con la historia nacional. El Café surge en medio del optimismo político, donde todo era posible, el futuro se veía esplendoroso, la creatividad e imaginación desbordaban, con una parrilla musical en desarrollo, con hitos y fenómenos comunicacionales que habían logrado correr el cerco: Los Prisioneros, Gatti, Pablo Herrera son una buena expresión de esto. Finaliza: -Dado que toda efervescencia llega a su máxima ebullición y luego comienza a declinar, el Café muere cuando en nosotros también algo muere; quizás cuando nos descubrimos sin saber qué hacer o dónde esconder el hábito que teníamos de pelear cada día. El Café muere solitariamente, como también muere en solitario nuestra esperanza de lograr algo mejor; cuando nos damos cuenta de que el resultado de nuestra lucha -aquello por lo que apostamos la vida- no había sido más que una sombra de lo deseado. No era el surgimiento de un mundo mejor, sino solamente el surgimiento de un mundo posible, donde el primer paso que íbamos a dar era simplemente dejar de morir; donde se podría encarcelar a los asesinos, pero no callarlos; atar los perros, pero seguir escuchando sus ladridos. En el fondo-fondo, todo lo que veíamos era una fotocopia del proyecto de país que nos hubiese gustado tener. El Café dejó de existir cuando dejó de ser necesario, porque no había ninguna lucha de la cual descansar. Su declaración puede sonar depresiva, pero el sentimiento es compartido por muchos de los
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Arriba: Mario y Maggie fueron parte de la organización de las concentraciones por el NO (Archivo Café del Cerro) del regreso de la democracia fue el cierre de espacios y prensa de la oposición a la dictadura.
El lado oscuro
entrevistados para este libro y alude a la diferencia radical entre el espíritu de los 90 y el de los 80. De la actitud aterrorizada y pasiva a partir de septiembre de 1973, mucha gente levantó la cabeza, para soñar y bregar por un futuro mejor, con libertad y sin temores. La música fue, para una buena cantidad de esas personas, un refugio desde donde sacar fuerzas de flaqueza. Mario: Y nosotros éramos parte de todo eso. Los Señores Corales de la wuebá. Pero no tengo resentimientos. Yo nunca me proyecté. Soy honesto en decir que, cuando hubo que hacer grandes cosas, nosotros hicimos, entre comillas, el trabajo sucio de sacarnos la chucha con nosotros mismos... Maggie: ... con las patas y el buche... Mario: ... con las patas y el buche. Éramos nosotros y respondíamos nosotros. Si nos iba mal en una gira, era nuestra plata la que perdíamos, no perdíamos la plata de nadie más. Y cuando ganábamos un poco, lo ganábamos nosotros. Entonces, cuando vino el ‘profesionalismo’, no estábamos preparados. Habíamos trabajado peleando por que todos nos cobraran menos: con el sonidista, con el iluminador, con el que nos arrendaba, con el que nos hacía los afiches, con el que pegaba los afiches. Entonces, después llega un profesional que dice: ‘cuánto vale? Eso te pago’. Y exigía. Cuando estábamos peleando para que alguien nos cobrara la mitad, si dejaba la cagada, decía: ‘no me pagaron lo que yo quería’. Y nos pasó. Nos pasó en el Santa Laura con Los Jaivas, que contratamos un sonido y anduvo pésimo; la seguridad también nos sobrepasó. Pagamos todos esos platos rotos. Pero era nuestra plata; feo hablar
de nuestra plata, pero era nuestro proyecto y no había nadie detrás que nosotros ... Maggie: ... no había espónsores. Mario: Ahora es fácil producir. Se habla tanto de censura, y muchos de los que hablan no lo vivieron. Y a mí no me la contaron. Cuando al arrendar el Teatro Cariola había que ir a pedir permiso a los pacos y llevar la letra de las canciones. Yo llevé la letra de las canciones. Y yo me senté al frente de un suboficial o un cabo que miraba las letras y me tarjaba con un plumón negro y me decía ‘esta no’. Eso lo viví yo. Después llegó la democracia y estábamos en otra, no más. Porque nosotros habíamos hecho otro tipo de trabajo. Nosotros hicimos el trabajo difícil. Ahora es la panacea. En la manera de enfrentar las producciones, entre otros aspectos, hubo un cambio de mentalidad drástico: desde una economía de guerra, se podría decir por lo austera, por la necesidad de ahorrar hasta la chaucha, hacia una de bolsillo lleno en que lo importante era dejar atrás lo ‘artesanal’, lo ‘hecho en casa’. Maggie: Para el cierre de la campaña del NO, en la Norte Sur, me llamó Jaime de Aguirre, que estaba de productor general, para que colaboráramos con él. Fui su asistente. Me dijo: ‘necesitamos atriles para los músicos’. Con mi lógica de lucas apretadas, partimos con Víctor Parra, compramos madera y Víctor construyó los atriles y los pintó... me debo haber demorado un poco en entregar. Y Jaime me dijo ‘te pedí que hicieras la producción’. ‘Y eso hice’, le contesté. ‘No, es que eso no es. Tú debieras haberlos
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comprado. Hay lucas’. Yo hice eso artesanalmente, ahorrando todo lo que se pudiera. Pero no, para ellos producir era comprar. Había muchas lucas para comprar los atriles de metal. Eso fue súper ejemplificador. Mario: Para nosotros, producir era hacer las cosas. En este caso, comprar la madera, los clavos y hacer los atriles. Pero ya no era eso. Maggie: Se había abierto el chorro. Mario: Estaban preparados. Pillaron el chorro. Nosotros no lo pillamos nunca. No estábamos preparados y tampoco lo buscamos.
La ausencia
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Más que ser vitrina musical, la importancia que tuvo el Café del Cerro fue la de ser el lugar donde los sueños estaban permitidos. Donde el espíritu ciudadano se fortalecía en el encuentro con los pares. Su cierre, ¿qué implicó? ¿cuáles fueron las causas profundas, más allá del desmoronamiento económico de sus dueños? Sin mayor intervención, responden muchos de los entrevistados en esta investigación. Eduardo Gatti: -Fue un ciclo. Todas las cosas tienen un ciclo y el del Café del Cerro fue completamente virtuoso y terminó en el momento preciso en que confluyeron muchas cosas. Los tiempos cambiaron un poco: cuando volvimos a la democracia, la gente quería bailar, quería salsa, y todo el movimiento del Canto Nuevo quedó atrás. Además, yo entendí a
Mario y la Maggie. Como ellos dicen, no paraban de trabajar, trabajar, y eso les pasó un poquito la cuenta en el sentido de que era mucha pega. Jaime de Aguirre: -Yo creo que la epopeya abandonó el Café del Cerro y los que participamos ahí salimos a copar otros espacios. Algunos por trabajo, otros porque saltaron hacia otros lugares; se liberalizó todo. Probablemente había mucha competencia, el público debe haber decaído un poco, aunque no tengo el dato. Pero recuerdo que hace algunos años hubo un momento en que se reeditó el Café del Cerro y fue un tremendo éxito. Creo que cerró porque las cosas evolucionan; porque quizá como en tantos otros aspectos no supimos -no supo el Café, no supimos nosotros como público, como artistasactualizarnos y nos dejamos llevar por las otras actividades a las que empezamos a tener acceso. Por ejemplo, yo mismo, pasé de ser un músico marginal y un productor musical a ser ejecutivo de televisión y eso nos cambió la vida a muchos. Probablemente eso tiene que haber influido. Visto en el tiempo, me parece que fue un error haber dejado a Mario muy solo. Mario y la Maggie hicieron el esfuerzo solitos, solitos. Nadie los fue a ayudar cuando las cosas estuvieron más complicadas. Así como cerró el Café, también los medios que ejercían un periodismo crítico dejaron de aparecer. Eugenio Llona, Marcelo Mendoza y Álvaro Godoy quienes, por su profesión analizan las comunicaciones, no creen que fuera una coincidencia:
Eugenio Llona: -Después del 90, no solo el Café, también las revistas de oposición al fascismo, las radios, muchos segmentos del movimiento popular, fueron condenados a la sequía por la falta de apoyo a través de mecanismos legítimos y cambiaron las condiciones objetivas para el desarrollo de la cultura. Pero hasta entonces fue muy importante. Marcelo Mendoza: -Que haya cerrado no es más que un síntoma del carácter de la nueva democracia que se venía, que clausuró todo lo que, paradójicamente, la hizo posible. Así como cerró el Café del Cerro, cerraron las revistas opositoras y casi todas las expresiones opositoras y contraculturales, debido a que se les cortó el aire, no a que no fueran imprescindibles. Pienso que esta desgracia facilitó el malestar que se nos fue incrustando, pues nos cercenaron el alma. Álvaro Godoy: -No es coincidencia que La Bicicleta y el Café cierren, más o menos, en la misma época. Desde el punto de vista de la revista, no éramos profesionales
del periodismo ni había una empresa que estuviera haciendo negocio. Yo era director de televisión y había hecho un paréntesis para trabajar en eso. No teníamos la intención de dedicarnos a eso. La revista exigía sacrificios personales, económicos, porque ganábamos muy poco y uno veía que el sentido de la revista se estaba empezando a lograr. Alguien dijo por ahí que a veces la misión es desaparecer, porque se ha logrado el objetivo. Nosotros habíamos hecho esto para que surgiera un movimiento cultural, para recuperar la memoria, para volver a insuflar una motivación y recuperar un mundo posible. Creo que, como me dijo un amigo, junto con el Café del Cerro, Alerce, Nuestro Canto, la Peña Doña Javiera y un montón de agrupaciones culturales como la Santa Marta burlamos la dictadura, creamos una burbuja donde fuimos libres. Desde una mirada más amplia, cultural, también hay quejas en relación a los procesos que se vivieron al retornar la democracia; entre otros, un fuerte cambio en el espíritu de la época. Hablan Hernán Flaco Robles, Renée Ivonne Figueroa, Jaime Atenas y Patricia Moscoso.
Cambió la sociedad, el aire de la época. La gente quiso fiesta, sacarse de encima la noche larga de la dictadura. Y el poder político aceptó permanecer ciego ante las verdades y no continuar afianzando la democracia desde las bases.
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Hernán Flaco Robles: -Llegó la democracia y todos nos fuimos al tacho. Se encandilaron con los Vodanovic, con toda la gente de la televisión y se olvidaron de quienes trabajaron por una cultura distinta. En ese tiempo hablábamos del apagón cultural y yo creo que fue al revés. Vino después, con la democracia. Porque lo que hay hoy día es nefasto. Al menos en los tiempos de la dictadura, con censura, teníamos medios escritos y una plataforma en las universidades, los sindicatos.
dedicación, esfuerzo y trabajo detrás y mucha gente pierde una fuente laboral importante. Debió haber continuado, pero, además del agote de los y las que llevaban las riendas de la producción del Café, no pudo sobrevivir a la llegada de la democracia, pues el público dejó de ir con la regularidad que iban en tiempos de dictadura. ¿La razón? La verdad no me la explico, porque los músicos seguíamos ahí, con ganas de ofrecer lo que sabíamos hacer. Quizás no necesitaron seguir gritando a puertas cerradas ‘y va a caer’. Pero el Café era mucho más que eso.
Renée Ivonne Figueroa: -Los problemas económicos y el doloroso cambio de la sociedad chilena con la llegada del neoliberalismo disfrazado de ‘democracia’ son razones poderosas que ahogaron muchas iniciativas en todos los niveles del quehacer nacional. Yo no estaba en Chile cuando Mario cerró el Café. Igual le estoy muy agradecida por haberme acogido y creo que, tal vez como yo, muchos otros.
Patricia Moscoso: -¿Podría haber seguido existiendo? Creo que cumplió un ciclo cuando Santiago no tenía la densidad cultural que tendría luego. No había tanta gente desplazándose desde su casa hasta los lugares donde se hacía cultura. El Canto Nuevo dejó de ser ‘nuevo’ y el público habitual del Café también cambió. Los jóvenes de fines de los 80 querían (mos) otra cosa: no la melancolía o la protesta un tanto lacrimógena (y estoy recordando con esto La historia del llanto, de Alan Pauls). El espacio de la trova lo tomaron los grupos punk y la nueva ola británica. El Café acogió a algunos de estos grupos; pero no bastaba. Ya a mediados de los 80 se respiraba otro aire: había comenzado el retorno de quienes habían estado en el exilio y surgieron clubes de salsa, pequeños restaurantes donde además de comida había música en vivo. Queríamos bailar, cantar, encontrarnos en la multitud y debatir. Necesitábamos espacios más abiertos y el Café se hizo chico. Parafraseando a Milan Kundera, la vida estaba en otra parte.
Jaime Atenas: -Su cierre fue la pérdida invaluable de un patrimonio musical cultural de esos que ya no existen, debido a la variedad de géneros que se presentaban en la sala. Era común ver a artistas del Canto Nuevo, folclor, rock, pop, jazz, fusión y las funciones de trasnoche, como las del inagotable Felo, antes de que se hiciera famoso en la TV, lo que me alegra mucho, por cierto, y de otros que pasaron por ahí después de cada show. Lamentamos su cierre, fue un duro golpe. Siempre el cierre de una sala dedicada a la cultura es doloroso, pues hay mucha
Carlos Necochea habla de la poca adaptabilidad de los artistas a los cambios epocales. Ejemplos de lo contrario, en la Nueva Canción, para él fueron Angel Parra y Víctor Jara.
Ex integrante del grupo Palomar y profesora de artes visuales, Doris Rodríguez reflexiona: -Cuando el Café cerró yo estaba en Inglaterra y pienso que así como pasó con la comunidad chilena allá, se perdió el motivo, que era derrotar a la dictadura. En ese sentido, tal vez hizo bien en cerrar, porque después no sé si ya hubiera tenido el mismo éxito, porque los que estuvieron becados por mucho tiempo volvieron al espectáculo y ya era otra cosa... Mario siempre ha tomado buenas decisiones y ha tenido éxito con ellas, así es que pienso que fue una buena decisión, aunque creo que al principio se sintió su ausencia.
A Carlos Necochea le tocó vivir dos cambios sociales importantes que involucraron para los músicos la necesidad de pasar de ser contestatarios a constructores de nuevas realidades. -Después del plebiscito, empezó un cuestionamiento que yo viví también en la época de Allende, en los 70, cuando fueron muy pocos los artistas que lograron salir de la canción contestataria y empezaron a hacer proyectos. Ángel hizo las Canciones Funcionales y Víctor hizo La Población y otras cosas. Pero muchos se quedaron pegados en el discurso contestatario, cuando lo que había que hacer era construir. Yo siento que en el año 90 pasó lo mismo. En Alerce,
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el año 86 yo empecé a preocuparme de meter rock, jazz, otras cosas nuevas, porque me daba cuenta de que la cosa iba para otro lado. Creo que son fenómenos que corresponden a cierta situación social y no podemos dejar de lado eso. A la pregunta de si Café debió cerrar, claro. Lo otro era adecuarse y transformarse en un café un poco más cool... pero no habría tenido el peso social que tuvo en su época. Siento que fue inteligente cerrarlo, porque quedó como un ícono. El manager Carlos Fonseca piensa que Mario Navarro intentó adecuarse a los tiempos, pero que se equivocó al sobrevalorar el aparente fenómeno de la salsa.
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-La salsa vino a arruinar la vida de todos. Porque por culpa de la salsa la radio dejó de tocar rock chileno. Mario enganchó mucho con eso y recuerdo haberle dicho que no me gustaba la idea. El Café del Cerro no debió haber cerrado nunca, debería seguir abierto. Y Mario debería volver de Punta Arenas a abrirlo. Pero pasa que se fue a vivir feliz allá y se le olvidó la cosa. Pero el Café del Cerro podría haber funcionado siempre y siempre es un buen momento para hacerlo funcionar. Bueno, ahora no [por la pandemia]. Un lugar como ese, con esa marca. El Café era ecléctico, si pudo juntar el pop, el rock con el Canto Nuevo, podría presentar cualquier estilo de música. La siguiente es la visión de algunos músicos sobre este cierre de espacios generalizado que los dejó a la intemperie, porque no hubo nada es su
reemplazo que los acogiera. Aunque hay quien discrepa. Nano Acevedo: -Con el advenimiento de la democracia [se ríe], la gente se olvidó de las peñas. Nosotros tratamos, el año 85, de revivirla para recibir a René Largo Farías... la Peña Javiera estuvo entonces en calle Catedral y ahí duramos algunos años; pero, bueno, era muy distinto todo. Hicieron mucha falta, creo. Pero ese espíritu, esa voluntad que había en ese entonces, esa conciencia política, la fuerza de la gente, ya no estaba. Jorge Campos: -Sin duda, la llegada de la ‘democracia’ aniquiló el interés hacia la contracultura y la movilización. Se perdió la mística y se instaló con fuerza un sistema capitalista en donde el arte y la cultura pasaron a segundo plano. Al fin de cuentas, yo al menos, he seguido trabajando en el mismo track que en la dictadura: autogestión, auto producción de los conciertos, las publicaciones, los discos y la composición. Claudio Narea: -Fue un buen tiempo el del Café. Me sorprendió muchísimo cuando cerró. No sé por qué cerró. ¿No estaba siendo un buen negocio? Lamentable, porque era un buen lugar. Marcelo Nilo: -Con la llegada de la ‘transición a la democracia’ se produjeron muchos vacíos, no solo en los espacios culturales. Esto fue producto de la consolidación,
desde los 90 en adelante, del modelo económico impuesto por la dictadura, que ha generado no solo las terribles desigualdades que sufrimos hoy, sino también la instalación de una cultura individualista. En este contexto ha sido difícil construir espacios que representen al colectivo sin que se les persiga o acose permanentemente por el establishment. Solo mencionar que al Galpón Víctor Jara lo lograron cerrar utilizando resquicios ante la Corte Suprema. Pero hoy veo que se está produciendo un cambio cultural y por lo tanto pudiese este ser un tiempo donde volvamos a encontrarnos con otros espacios como el Café o el Galpón, que represente el ideario del país que queremos construir, un solo país, donde todos nos sintamos parte de él, donde mínimamente
la salud, la educación y el trabajo sean un derecho; un país donde no se abuse permanentemente de las personas, como es este. Raúl Aliaga: -Fue el espacio de unión de los artistas, músicos y creadores con una sensibilidad y responsabilidad social frente a los momentos críticos que el país vivía. En los primeros años de la Concertación los espacios se abrieron, con lo cual el Café dejó de ocupar el lugar de libertad y unión que lo caracterizaba. Las audiencias y los artistas se diversificaron, ya que todos tuvieron mayor participación en los sitios que antes no daban cabida y con la creación del Consejo de la Cultura se abrieron nuevos escenarios.
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de nostalgias y memorias
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“Hoy, año 2021, el día 15 del mes de la patria, los varios miles de demócratas y patriotas anónimos de esta larga y angosta nación, declaramos MONUMENTO NACIONAL AL ‘CAFÉ DEL CERRO’, forjado por su alma fundadora, Don Mario Navarro, y su Musa, la Maggita, por ser un café, bar, centro cultural y usina creativa, de lo más relevante del arte popular democrático del último siglo, y memoria imborrable de la lucha por la libertad, desde la música, el canto y la poesía”. (Eugenio Llona Mouat, 2021)
Los protagonistas y la ausencia A los sentimientos hay que darles espacio, dejarlos desplegarse sin interferencias. Así es que en este capítulo solo hablarán quienes fueron entrevistados y quienes compartieron sus recuerdos en los dos llamados (2014 y 2021) que hicimos en la página oficial del Café en Facebook. Sin más, tienen la palabra.
Raúl Aliaga, músico -Lamentablemente no pudo seguir existiendo como un lugar histórico de nuestro patrimonio cultural. Como The Cavern, en Inglaterra, donde no solo los artistas son importantes si no que los lugares que catapultan a sus creadores. Café del Cerro siempre estará en la memoria de la historia artístico cultural de Chile, porque allí se preservó la libertad de expresión, la solidaridad y el respeto a los artistas. Patara, José Segovia, cultor andino y premiado artesano -Hacía falta después. Cuando se cerró yo ya me había salido, había tomado la dirección del Arak Pacha, teníamos que ensayar, estábamos saliendo en giras, entonces no podía seguir ahí en el Café. Pero se notó su ausencia. Y quedó un vacío muy grande, para siempre. Por la cantidad de grupos que pasaron, por la calidad, por el espacio. Hasta estos días hace falta. Quizá algún día vuelva, sería lindo. Hernán Flaco Robles, actor y comediante -Lamentablemente se terminó. Creo que podría perfectamente hoy ser una alternativa, porque si en esa época hablábamos del apagón cultural, por lo
que significó la dictadura, luego de estos 30 años el apagón cultural llegó con la seudo democracia. Uno mira hacia el pasado y yo no lo veo más oscuro, más frío. Me imagino al Café del Cerro, en que todo era de noche, luminoso, muy luminoso. Hoy podría cumplir un rol importante frente a esta invasión de mala música, aunque no me gusta llamarla así. Jaime de Aguirre, músico, productor y empresario -Es un espacio que se echa de menos. No por ir a tocar yo, por favor, sino porque las nuevas expresiones deben tener lugares como este. Echo de menos las largas conversaciones con amigos, sobre temas de la música. A Mario operando como guardia de su café, echando curados. Le tengo mucho afecto a esa parte de mi historia, e historia tengo harta. Y creo que hay mucha gente de mi generación a la que le pasa lo mismo. Los tiempos pasan y hay que ponerse a tono con ellos, pero no por eso uno no va a tener buenos recuerdos de lo que vivió en aquella época. Rosario Salas, cantautora, gestora cultural -Creo que debió haber continuado. Pese a que vino la democracia y todo, yo creo que hace falta espacios como este, donde se pueda tocar música de contenido, de cantautor. Hoy en día no hay lugares así. Se justificaría su existencia, porque solamente hay sitios donde la gente toca covers. En Valparaíso y Viña es patético, no hay lugares donde se pueda escuchar la música propia; en Santiago hay más, pero pocos. Sería rico un lugar donde sabes que escucharías a una Francesca Ancarola o una Magdalena Matthey o a las chicas o chicos de ahora que son buenas, distintas y no taquilleras.
Sergio Pirincho Cárcamo, comunicador radial y de tevé -Parece que con el advenimiento de la democracia hubiéramos perdido las metas por las cuales luchar. Debió haber continuado. Sería el foco de los Nano Stern, Manuel García y otros. Y los consagrados serían quizá Rudy Wiedmaier, Juan Carlos Pérez, Eduardo Yáñez y tantos otros que se fueron perdiendo con el tiempo, algunos, y otros que con ese espíritu que nació allí y que se montó en el Café del Cerro, han seguido luchando, por suerte, todavía. Debió haber continuado de todas maneras. Y no lo digo por nostalgia, sino por mantener un cierto nivel cultural, que es lo que se ha perdido en todo el Barrio Bellavista. Viviana Cerda, pintora -Con tres pintoras más tuvimos un taller en el segundo piso del Café. Yo viví una época extraordinaria ahí cuando Chile se debatía entre la tragedia y la risa. Para mí, el Café fue el lugar que reunió el alma de Chile en ese tiempo y estoy muy agradecida de haber llegado por esas casualidades, que más bien son causalidades, a ese lugar que se quedó en mi memoria por el resto de mi vida. Me marcó en forma bien potente. A Mario y a Maggie los recuerdo con un cariño enorme, soy una agradecida de ellos y de ese lugar, porque siento que transité por una parte de la historia de Chile tan importante. Sobre todo ahora que estamos a la espera de que se renueven tantas cosas. Cuando uno es joven no tiene toda la conciencia que tiene después, al haber recorrido tanto terreno y territorio. Por mi parte, sigo con mi pasión, que
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Los protagonistas de las noches del Café lamentan su ausencia. Tras su cierre no existió otro espacio similar donde cultivar música de contenido y donde los artistas sean cómplices en el arte, establezcan relaciones, armen proyectos.
es la pintura, y sigo conectada con esa maravillosa sensibilidad de los 80.
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Eduardo Peralta, cantautor, trovador y payador -Yo aprendí la complicidad con mis colegas en el Café del Cerro. Me gustaría que volviera. Podrá tener una postvida, porque tiene mucha historia, mucha gente que fue, había una diversidad. Se podría hacer algo. Y algo creo que mi amigo Mario Navarro está pensando al respecto, allá en Punta Arenas. Jaime Atenas, músico -Una vez que se inundaron los baños en un concierto nuestro, la gente decía que Congreso había dejado la cagada [se ríe a carcajadas]. Y otra vez, salimos de un ensayo en pleno invierno y estaba todo nevado, como el mejor invierno en Canadá. Doris Rodríguez, ex integrante del grupo Palomar, profesora de artes visuales -A Mario lo conocí el 81 en el Festival de San Bernardo, donde actuamos con Palomar y él estaba en la producción. Fui a la inauguración del Café,
que fue súper emotiva por la gente y los artistas que había. Gente que uno había dejado de ver en televisión desde el 73 y que nos reencontramos en ese momento. Después seguí yendo a ver a Chamal, a Arak Pacha. A finales del 84 me fui a Inglaterra y el 87 vine a Chile. Venía con cuatro meses de embarazo de mi hijo y fui al Café; esa noche estaba el Arak Pacha y bailé un taquirari con el Patara, lo que había hecho antes muchas veces. Feliz bailé con mi guatita. Me regresé a Inglaterra y no supe más del Café. Luego volvimos a Chiloé el 88, donde vivo hasta ahora. Iba al Café porque veía a la gente que quería y porque no había más lugares donde se podía escuchar, ver y compartir. Era súper agradable, tranquilo. Iba sin temor a que nos tiraran algo para adentro, aunque creo que después una vez pasó. No iba solo por ver a los artistas, sino por apoyar una causa, porque tal vez el Café fue un símbolo de la lucha contra la dictadura y muy abiertamente, nadie podría desconocer la labor que hizo. Hiranio Chávez, etnomusicólogo -Fue una época muy interesante desde el punto de vista nuestro, de la danza. Porque tener un espacio
propio era tan difícil en esa época. La casa era muy linda, un edificio muy antiguo, yo diría que de las primeras décadas del siglo XX, porque tenía murallones de adobe. Era ese tipo de casa chilena, pero de dos pisos. Era muy interesante como lugar.
apreciar bien a una banda tocando, con buena amplificación, y al mismo tiempo verla de cerca, sin la distancia que imponía un teatro como el Caupolicán, por ejemplo. Son retazos de memoria sueltos.
David Ponce, periodista -Puedo contar con tres dedos de una mano las veces que estuve en el Café del Cerro. Fui a ver a Congreso, tal vez en 1987 o 1988. Otra ya fue hacia 1989, para ver a Pablo Herrera en su formación de esa época, con banda de rock. Y la primera fue una visita frustrada: fui para ver a Eduardo Peralta y tiene que haber sido antes de 1986 (el año en que cumplí 18), porque iba con dos personas adultas de mi familia. Estábamos instalados y vino el mesero a decir que tenía que abandonar el lugar, porque por ley no podía haber menores de edad. De esa vez, recuerdo vagamente que el ambiente era asociado con lo que en esa época era el Canto Nuevo, un lugar cálido, próximo, con mesitas chicas, con el escenario cerca del público; más no puedo decir porque debo haber estado diez minutos. De la fecha de Congreso es más vívida la experiencia de ver a una muchedumbre de músicos repartidos sobre el escenario, que tan grande no era para que cupieran a sus anchas, ahí tocando con batería, teclados, saxos, el ambiente de una actuación de rock y muy exuberante en términos de timbres, de sonidos. Creo tener el recuerdo de que la gente estaba sentada; yo vi ese concierto de pie porque me imagino que era más caro sentarse a comer algo. Y de Pablo Herrera recuerdo en especial lo nítido del sonido: destacaría la experiencia de
María Clara Ibarra Pérez, orfebre -Cuando tenía mi puesto de joyas al frente del Café, tuve lazos con personas que trabajaban adentro y me permitían asistir a conciertos. Eran personas de nivel medio, no los dueños, que salían, conversaban con uno y se fueron formando nexos; compartías la vereda con ellos y estabas toda la noche. Por ejemplo, pude asistir al concierto de Víctor Heredia. Que nunca me voy a olvidar, porque estuve parada al lado de él mientras cantaba y me cantó mirándome a los ojos. Habíamos hablado con él a la entrada y me dijo ‘a la salida me voy a llevar algún recuerdo’. Efectivamente salió y me compró varias cosas, una pulsera, una cadena de plata. Me preguntó mi historia, por qué estaba ahí y de dónde era. Pagó el precio correspondiente y saludó con mucho cariño. Y más allá, compró otras cosas. Fue como paseándose por la feria comprando cosas. Orietta Escámez, actriz -Era un punto de reunión muy importante en que la gente tenia un poco de libertad para expresarse plenamente. También ahí funcionaban distintos talleres, entre ellos el Taller Actoral 88 de Humberto Duvauchelle. Hace falta espacios, indudablemente, pero no están las condiciones actuales tal como están las cosas hoy: no hay apoyo ni facilidades. Esperemos que en un futuro próximo...
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Cuarenta y siete historias + un cuento
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Carlos Meckenburg, vecino y gerente en empresa de telecomunicaciones “En la calle Mallinkrodt había un almacén que se llamaba el Ekeko, una especie de minimarket. Era de la mamá de Pato Tejada, un amigo muy querido, y a ella yo la consideraba como una tía. Daba almuerzos en una especie de clandestino en el subterráneo y se transformó en un personaje... Cocinaba exquisito. Ahora es dirigente camionera de No más Tag, es incansable. Un día llegó el Mario. El Café estaba instalado, pero aún no abría. Habló con mi amigo Pato y nos contrataron de público, jajajajajajaja. No pagábamos entrada. Teníamos que hacer bulto; solo nos pedían comprar algo, una cerveza al menos. La mamá de la Maggie ya nos conocía... ¡¡¡fue un paraíso!!! No sé cuántos recitales vimos; estuve en la inauguración, en varias tocatas de antología. Fueron como dos años... después se puso más farandulero y ya no entrabamos sin pagar... Pero ya daba lo mismo... Fueron años maravillosos. Me hice amigo de varios músicos y me dediqué a la producción: hice conciertos con Hugo Moraga, Rudy Wiedmaier. Fue la época más linda que he vivido. No sé si algo así se repita. Los días de frío eran más helados, llenos de temor, pero salíamos igual a darle la pelea a los gorilas, y después terminábamos allá, en el Café del Cerro, o salíamos de ahí cuando arreciaba el toque de queda”. José Antonio Stuardo Rosales, gerente comercial “Me parece que era la primera vez que Nito
Mestre se presentaba en Chile. Yo tenía unos 15 años, estaba en el Instituto Nacional, era flaco, un guitarrista inicial y fanático de Silvio, Congreso, Santiago del Nuevo Extremo... pero, sobre todo, de Sui Generis. Se anunció la presentación de Mestre; yo nunca había ido al Café del Cerro, pero no me lo iba a perder por nada del mundo. Fui con un compañero de colegio. Recuerdo que era en la noche, hacía frío. El Café era chiquito, muy cálido, con mucha vibra positiva... Y estaba abarrotado, no cabía un alma, con suerte pudimos entrar. Pero estaba tan, tan lleno, que no podíamos ver nada. ¿Qué hacer?... La solución estaba al costado del pequeño escenario: había un piano viejo, apoyado en la pared y con maceteros como adornos arriba. Haciendo malabares nos subimos, lamentablemente se nos cayó uno de los maceteros, pero el premio fue grande, pudimos ver el escenario y a Nito tocando su guitarra. Recuerdo que al terminar el concierto le pedí un autógrafo... jajaja... ¡¡¡qué nerd!!!... y me lo dio con extrañeza. Fue un momento mágico, que atesoro siempre, en un lugar místico y fantástico”. Astrid Solange Hormazábal Ortiz, estudió arte, ahora estudia quiropraxia “Cómo no tener en mis recuerdos y mi corazón al Café del Cerro. No solo por lo que significó en los años en que no estaba permitido expresar, interpretar, escuchar ni compartir lo que nos representaba; no solo porque todos los que se presentaron en ese pequeño e íntimo escenario eran grandes; no solo porque los que participamos como público anónimo también fuimos grandes...
Sí, grandes, todos somos grandes, porque juntos hicimos historia. Está en mis recuerdos y mi corazón, porque para mí representa mucho más: fue mi primera cita nocturna, y podría decir clandestina, a mis 17 años. ¿Quién cantaba?... Santiago del Nuevo Extremo. Fue la mejor cita de mi vida; tomé por primera vez un navegado y descubrí que tenía afinidad de pensamientos y emociones con mi compañero, porque nunca habíamos hablado de temas que eran vetados. Esa cita fue mágica y maravillosa, porque nos permitió tener una complicidad silenciosa para el resto de nuestras vidas. ¿Quién era mi compañero de cita?... El mejor de los grandes, que también formó parte de la historia... mi Padre... Tuvimos muchas más de esas noches de complicidad y hoy, que ya no están ni él ni el Café, ambos siguen viviendo juntos, como ya dije, en mis recuerdos y en mi corazón”. Marisol Andrea Ruiz, manualidades “Esto pasó hace como 34 años, creo. Cuando cumplí 16, mi mamá me llevó a escuchar a Cecilia Echenique. La anécdota es que salí un rato a tomar aire, ya que todos fumaban dentro, y se me acercó un lolo de abrigo largo negro y conversamos un rato. Me contó que era un cantante famoso y, obviamente, no le creí. Hasta me tarareó unas canciones y yo no conocía ninguna. Por más que se esforzó, nunca le creí, conversamos harto rato y me entré. Recuerdo perfecto a Cecilia Echenique vistiendo un pantalón de cuero rojo y con su pelo muy liso. Cantaba hermoso. Nos fuimos a la casa y al día siguiente prendí la tele para ver Magnetoscopio
Musical y casi me caigo de espanto cuando veo a mi nuevo amigo cantando con guitarra en mano y con el mismo abrigo largo negro. Cuando terminó de cantar, ni me acuerdo si la misma canción que me había tarareando, lo despidió Rodolfo Roth como al gran Pablo Herrera. Jajajaja. Era famoso y cantante, pues. Le conté a todo el mundo y nadie me creyó; fue muy frustrante. Para sorpresa mía, un par de semanas después me lo topé en una cantata en la Universidad de Chile y él me reconoció y me saludó delante de todos y yo me sentí muy feliz. Casi me caigo de espalda otra vez. Qué chistoso. Anécdota de mi juventud. Y por supuesto que volví cada vez que pude. Después tuve la fortuna de conocer a los grandes Santiago del Nuevo Extremo y Schwenke y Nilo. Que hermosa época”. Verónica Salas Cerón, florista “Una cita en el Café del Cerro... ¡¡Viendo a Congreso!! Felices, intensos y enamorados (llevábamos tres meses). Me dijo, ‘tengamos a una hija... y le ponemos Miranda’. ‘Sí’..., contesté yo. ‘¿En serio?’. ‘Te doy mi palabra’. Y en un cenicero de esos de greda que decían Café del Cerro dejé mis pastillas, sellando el compromiso. Hoy mi hija Miranda tiene 33, es una mujer maravillosa y una hermosa socióloga feliz. En nosotros, el amor se transformó en amistad, en cariño... de parientes, con subidas y bajadas: ya no somos pareja, pero vivimos juntos para cuidarnos, porque somos socios de la vida y sus circunstancias. Tengo lindos, hermosos recuerdos de ese lugar lleno de magia y resistencia. Se hicieron parte de mi vida”.
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María Paulina Ramírez Gaete, empleada bancaria “Muchas noches estuve ahí, principalmente viendo a Pablo Herrera cuando hacía vibrar con su música y su banda. Yo pensaba que él sería famoso; pero después su música se puso re-fome. Ahí también empecé a pololear con el que sería mi marido y padre de mis cuatro hijos. En el Café gozamos con Fulano, Congreso, Schwenke y Nilo. Años 87 y 88, la dictadura ya apagándose. Años de juventud y esperanza”.
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Lautaro Chandía, cantautor y cantor popular “El grupo Abstracto de Puente Alto fue invitado y esa noche compartimos escenario con Santiago del Nuevo Extremo, entre otros; muy jovencitos nosotros y sin un disco sonando. A don Richard Rojas le encantó nuestro trabajo y nos invitó a defender un tema de él, en la parte folclórica del Festival de Viña del Mar. Nos juntamos a la semana siguiente en casa de Fernando Madrid, en Puente Alto, para coordinar todo. Terminó la reunión y a los minutos apareció la CNI. Hasta allí llegó la carrera del grupo Abstracto”.
amigos de ellos y tíos también a celebrar el 18 de septiembre. Vimos a Sol y Lluvia, Congreso, Schwenke y Nilo y a mi favorito, el Felo... Recuerdo que muchas señoras, incluyendo a mi mamá, literalmente se meaban de la risa... Muy hermosos recuerdos... muy buena música... Aún recuerdo los recovecos por donde corríamos con mi hermana jugando entre cada función... ¡Ah! y las mejores empanadas de pino. ¡Ojalá aún existiera! Era un espacio cultural maravilloso. Nunca he encontrado algo parecido en Santiago”. Nelson Patricio González Silva, jubilado como jefe de operaciones bancarias “Una noche fui a ver cantar a una sobrina de Chico Enrique, exiliado en Canadá; ella cantaba canciones con letras de Pablo Neruda, recuerdo Los marineros besan y se van... En un momento llegó a la mesa Felo. Me saludó, nos abrazamos como si fuéramos grandes amigos. Nunca supe si nos conocíamos. Al parecer él sí... yo solo seguí la corriente...”.
Olga Torres Contreras, educadora de párvulos “Tengo muy buenos recuerdos de ese establecimiento, acogedor, lleno de actividades variadas, y un lugar amistoso en un país tan hostil y restrictivo debido a la dictadura”.
Anita Altamirano, profesora y voluntaria en hospital de niños con cáncer “Los días sábados llevaba a mis hijos a flauta, con el tío Rodrigo G., y a piano a mi hijo con Francisco, profesor e integrante de un gran grupo: Aparcoa”.
Natalia Blanco, masoterapeuta y microempresaria “El Café del Cerro forma parte de mis recuerdos de infancia ¡más lindos! Cuando éramos pequeñas, con mi hermana íbamos con mis padres y
Marcela Balladares Saavedra, traductora de inglés, estudiante de derecho “Una vez, no recuerdo el año, con el pololo de ese tiempo fuimos a ver a Nito Mestre. Estaba
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Eugenio Llona vivió intensos días con sus noches en la casona de Bellavista (Foto: autor, Miguel Opazo; archivo Eugenio Llona) Marcela López Palacios con Gervasio (Foto: archivo Marcela López P.) y, desde Iquique llegó Roddy Romero Ulloa, quien aparece con Payo Grondona en esa foto de su archivo.
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repleto. Al lado nuestro estaba la Coca Guazzini con el Gonzalo Robles... Nos tomamos algo juntos y la Coca era relocaaaa, jajajja. Fue bacán, porque nadie discutió por espacios. Nito, un grande. Era como estar en la casa... Cantando, riendo, soñando. Y en plena dictadura, vientos con acordes prometedores. Otra anécdota: fue en un aniversario, también repleto, estaba Gatti, Felo y otros. Sacamos una escalera de tijera del muro en el patio y nadie nos dijo nada, era la única alternativa. Me senté arriba, re cómoda y nos regalaron un whisky... ¡¡Sííí!! más la torta, y repitieron la dosis, uff. Estábamos todos locos cantando cumpleaños feliz. Y, de repente, quise bajar a darle mi torta a un artesano llamado El Choclo, que vendía afuera. Me paré, miré hacia abajo y la vida giró una y otra vez. Fue mi primera curadera. Jajajaja. Y solo con dos vasos. Era lola. Como pude bajé, la torta casi le llegó a la cara al amigo afuera, pero igual volví... y ¡¿me van a creer que subí a la escalera!? Inolvidable”. Alejandro Guzmán Rodríguez, funcionario público “Para un trabajo de Cuarto Medio, en el Café del Cerro le hice una entrevista al gran poeta Jorge Teillier. Al calor del Café, rememoró su vida en el sur y sus libros. Un encuentro mágico, en un mágico lugar. Estábamos sentados a una mesa, yo llevaba un chaquetón largo y Jorge andaba con esos típicos chalecos del sur. Fue en otoño o invierno, en la tarde, nos tomamos un café y él fue súper amable al darme la entrevista, que era
para el liceo, para el ramo de Castellano. Yo había leído sobre su obra poética de los lares: más allá de la anécdota no recuerdo mucho: solo que el profe me felicitó y me saqué un 7”. Alejandro Ortiz Arroyo (Jano Reggae), primer tecladista de reggae en Chile, técnico de nivel superior en planificación y gestión local participativa “Por allí por los años 90, cuando recién cumplía mis 18, estábamos viviendo junto a Gondwana nuestros primeros pasos y con ello también nos estábamos contactando con una de las primeras bandas del movimiento reggae en Chile, Nyabinghi Reggae, liderada por Richard Pollman, el Dr. Reggae, junto a algunos músicos de esa época, la mayoría provenientes del jazz. La anécdota: junto a Ilooks Labbé, nos tocó que a la mitad del show de Nyabinghi, y ante lo poco usual del humo verde en ese entonces, un cuicón picado a hippie, de tanto bailar y de irse en la volá, se sacó toda la ropa y terminó bailando totalmente en pelotas, causando extrañeza e numerables risas, en un Chile muy pacato y acostumbrado a un mundo gris y a su vez embelesado por un arco iris de la alegría que jamás llegó...”. Gianfranco Foschino Navarro, artista visual y músico (Stereo 3) “Recuerdo las celebraciones de cumpleaños en el Café del Cerro, junto a mis hermanos, primos y compañeros de la Scuola Italiana; lo mucho que disfrutábamos corriendo de un lado a otro en el patio central de esa enorme casa colonial tan
luminosa y llena de lugares por descubrir (como una ventanita alta de la cual se cayó un niño en una ocasión). Recuerdo también la sonrisa del payaso Pippo (Luis Guzmán), personaje que amábamos. También el subirme a los bancos altos de mimbre frente al bar y quedarme observando las figuras coloridas del mítico mural que aparece en tantas fotografías de los conciertos que se llevaron a cabo durante esos años. Disfrutaba de vagabundear por el segundo piso, atraído por las diversas músicas de los grupos que ensayaban a diario. Ir a la oficina del Tío Mario y la Maggi, repleta de posters y volantes. Estar dentro del baño negro, descascarado, completamente quemado con una ventana que daba a la calle Antonia López de Bello. Eso sí que era extraño... Parte de ese universo único, el Café del Cerro fue nuestro segundo hogar en Bellavista y representó un espacio de encuentro familiar, de mucha libertad y fantasía para nosotros niños. Nos marcó y nos hace soñar hasta hoy en día”. María Inés Valencia, ejecutiva de ventas “Mi relación con el Café del Cerro partió con la venta de espacios publicitarios en el Fortín Mapocho, aunque a Mario Navarro lo había conocido debido a las amplificaciones que hacía para los diversos actos políticos. El proyecto del Café causó gran impacto entre el medio cultural y político. El público que allí asistía era de la Plaza Baquedano para arriba, el lugar era hermoso con sus luces, pero siempre sentía una diferencia social. Igual a mí me gustaba quedarme a ver parte
del espectáculo, y era bien recibida por Mario y Maggie. Pero debo reconocer que prefería las peñas, allí éramos más cercanos los que asistíamos”. Roddy Romero Ulloa, sello Munimusic, publicista “Vine desde Iquique a cubrir la llegada de Silvio en 1990. Aproveché de ir a sacar entrevistas en el Café para radio Bravíssima. Actuaba Pablo Herrera. Fui a la prueba de sonido y me invitó a la tocata. Estuve gratis y súper atendido en el Café. Al día siguiente fui y actuaban Luis Le Bert y Payo Grondona. Emoción total. Obvio, tengo las fotos”. Nancy Morris, socióloga y académica Escuela de Medios y Comunicación de la Universidad de Temple, Filadelfia “Fui estudiante universitaria estadounidense muy interesada en todo lo que era la Nueva Canción y el Canto Nuevo. Logré pasar dos meses en Chile en 1983 y dos más en 1984, mediante programas universitarios. Me iba a menudo al Café del Cerro. Recuerdo el frío de la noche afuera y el sentido de solidaridad del ambiente adentro y todo el mundo con montones de chalecos, guantes, gorros que apenas había espacio para meterlos...”. Julio Albarracín, profesor en la Universidad de Santiago de Chile “Uff, una luz en tiempos oscuros, un baño de música y liberación al son de Aparato Raro y Calibraciones, temazo, o escuchando a Viena en tiempos de la new wave, peinados raros
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y sintetizadores... a la salida una mirada al Venezia y otro día más. Los jueves eran repletos con un navegado y, como broche de oro, Los Prisioneros y la Marilyn. Qué noches”.
Mario Tapia Margott, cirujano dentista “Siempre con temor al volver a casa en la noche, lo mismo cuando volvíamos de la Parroquia Universitaria en los 80. Los sapos hacían nata”.
Chikisnay Rock, músico “El recordado Miguel Villa Calvo, que falleció el 90 en un accidente en moto, muy joven, fue guitarrista en los 80 desde que partió el Café, acompañando a los cantores del Canto Nuevo, con su guitarra de siete cuerdas. Él era clásico y flamenco. Un gran artista”.
Rosario Segovia, cantautora “Me emociona mucho recordar aquellos tiempos en que iba a disfrutar de esas maravillosas noches de música y encuentro... Me encantaba ese lugar, era hermoso y místico... Recuerdo a Eliana, a su hija y a Mario Navarro. Yo algunas veces cantaba con Felo...”.
Rossanna Zapata Retamales, emprendedora “Desde mi ciudad, Rancagua, te miraba de lejos. Devoraba todo lo que de ti hablaban. Añoraba ser parte de tu historia, de tu gente. Era mi objetivo conocerte... vivir tu música, vivir tu vida. Y ese momento llegó. De la manera más aventurera... gracias a mi amigo y tu colaborador (y después tu amigo), llegué por fin a conocerte. Sola, con miedo, caminando por lugares desconocidos; pero con la emoción y la certeza de que sería una gran experiencia... y así fue. No cuento la parte triste (dónde dormí), porque todo valió la pena. Un saludo a mi amigo Víctor Parra, en algún lugar del universo”.
Hugo Soiza, comunicador social “Dos anécdotas. Tuve una breve, pero importante, conversación en la vereda del Café con un maestro emblemático de la canción latinoamericana. Justo ahí se instalaban algunos artesanos a vender sus creaciones; estaba mirando cuando se acerca un flaco pelucón y pregunta por un cintillo. Me llamó la atención el acento argentino, lo miré y ¡oh sorpresa! era el mismísimo Nito Mestre. Lo saludé y le chamullé algo, recuerdo que le pregunté por Sui Generis. La segunda es cuando volvió a Chile Patricio Manns, en la conferencia de prensa que se hizo ahí, le pregunté que, dado que su canción El equipaje del destierro decía que el exilio no le había quitado nada, ahora que estaba de regreso ¿había cosas que sí le habían arrebatado? Me respondió que agradecía la pregunta, porque mostraba que las generaciones jóvenes conocían de su obra, y que después de estar poco más de un día en Santiago podía decir que sí, algo le
Jaime Iván Pinilla Espina, informático “Siendo muy amigo de Mario desde Punta Arenas, y posteriormente viviendo en Viña, fui dos veces. Nunca supe que él era el dueño. Hubiese sido maravilloso un abrazo fraterno en el cálido Café”.
habían quitado al exiliarlo: el cañonazo de las 12 desde el cerro Santa Lucía”. Nelda Shields, terapeuta “El Payo Grondona era artista consuetudinario. Siempre que podía lo iba a ver. Su irónico humor era notable. También llevé a mi hija Pamela -hoy cuarentona, entonces de 14 años- al debut de Los Prisioneros. Fue el lanzamiento de su segundo disco, pero la gente les pedía temas como La voz de los ochenta y otros. Hasta que Jorge paró la tocata y gritó: ‘¿no entendieron que es el lanzamiento de un nuevo disco?’. Silencio al principio. Aplausos después. Siguió la tocata y los picados le siguieron pidiendo La voz de los ochenta. El Jorge no enganchó y se dedicó a tirarle besos a una chica llamada Claudia y, entre canción y canción, le gritaba ‘te amo’. Mi hija disfrutó la presentación pero lo encontró desubicado por retar al público y hacer declaraciones de amor”. Rodrigo Verdugo, poeta “Una vez mi madre me llevó a almorzar tomaticán a eso de las dos de la tarde. Estaban los afiches de la presentación de Leo Masliah, eran de letras verdes. Por ese entonces vivíamos cerca de Plaza Italia y yo tenía devoción por todos los afiches. Recuerdo que el de la presentación de Nito Mestre era de color rojo; el de la presentación del grupo Nadie era blanco y vertical; blancos también fueron los de las presentaciones de Fernando Ubiergo y Los Prisioneros. Y las de Pablo Herrera y Cristina González, creo, que eran de letras azules”.
Myriam Castro Inostroza “Me encantaba llegar en invierno y buscar una mesa con el ambiente acogedor y tomar vino caliente, escuchar música con historia y la conversación bajita para escuchar al cantante. Qué lindo viajar en el recuerdo”. Magda León Ríos, emprendedora “Los primeros aires frescos fueron en el Café del Cerro... Nosotros somos seis hermanos y cuando se presentó por primera vez Víctor Heredia fuimos casi todos y fue una noche inolvidable. Terminamos compartiendo con gente de otras mesas, y nos encontramos con viejos amigos, una ex profesora, con el pediatra de nuestros niños, etcétera. Estamos viendo el sol... Estábamos llenos de alegría”. Jaime Alfonso Miranda Cordero, dramaturgo “Cuando volví a Chile, a finales del 84, lo hice con mi obra Regreso sin causa, que trataba del exilio. Asistimos con Julio Jung y María Elena Duvauchelle y representamos un fragmento de ella. Ahí conocí el Café del Cerro. Luego volví muchas veces. Recuerdo una noche memorable de 1985, cuando compartí mesa con las periodistas Queca [Rebeca] Uribe, Odette Magnet, Ana María Foxley y el abogado Roberto Garretón. En el escenario, Isabel Aldunate cantaba Yo te nombro libertad. Como recién había llegado al país, tuve la impresión de estar en un lugar clandestino: poca luz, mucho humo de cigarrillo y bastante alcohol. Mucha gente. Y algo de temor flotaba en el aire, de que en cualquier momento pudiera
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acontecer una redada. Pese a que la conversación giraba en torno a lo que estaba ocurriendo por esos días (se señalaban cosas atroces), igual uno se sobreponía y hasta nos permitíamos hacer algunas bromas. Queda en mi memoria el coraje y la valentía de las periodistas y ni hablar del señor Garretón. Era una actitud heroica de la cual yo no tenía ninguna experiencia”.
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Laura Adriana Rivera Loyola, educadora de párvulos “No solo iba escondida de la dictadura, si no inventando mentiras a mi madre, para poder ir para allá. Fue maravilloso todas las veces: mi corazón latía muy rápido, mi piel se erizaba. Aunque con temor por la dictadura, me sentía dichosa de poder compartir un poco de alegría, de ver a tanta gente con el mismo sentimiento”. Eduardo Arias, contador auditor, cultor de la cueca “En el año 1991 fui a ver a Nito Mestre, andaba con una amiga. Llegamos muy temprano para obtener un buen lugar; tan temprano que Mestre estaba ensayando y probando sonido con sus músicos (Toth y Guyot de GIT). Nos colamos adentro del local y nos quedamos mirando la prueba de sonido. En un momento, alguien se percató de que estamos ahí sin permiso y nos instaron a salir del local. Nito se dio cuenta de la situación y le dijo a la persona que nos dejara presenciando aquel momento mágico y eterno. Buen tiempo aquel del Café del Cerro”.
Rosa Marincovich, profesora de educación musical “Cómo olvidar a Congreso tocando en vivo y yo, en una especie de gradería en la parte de atrás, con unos venezolanos tratando de engrupir y yo queriendo escuchar a mi banda preferida. Obvio que tenía la deformación de escuchar las famosas teleseries venezolanas. No los pude tomar en serio”. Claudia Loreto Cañas Vargas, publicista, trabaja en Fundación Educacional Oportunidad “Que más historia que contar que fui parte de la historia del Café del Cerro, solo porque estuve ahí innumerables veces. Con 17 años, la mejor cita de amor que podías tener era en el Café. Juntando peso a peso durante la semana, o con algún pase caído del cielo, íbamos a la galucha a tomar un café imaginario porque no teníamos ni uno más en el bolsillo que pa’ la micro pa’ devolvernos a la casa. Que más historia que la emoción que nos inundó cuando vimos al Flaco Spinetta que rehusaba a cantar Muchacha ojos de papel; el pobre de seguro estaba chato de ese tema, pero finalmente la cantó. O la emoción de ver a Nito Mestre junto a Eduardo Gatti y escuchar Siempre estaré tocando el cielo. A Felo, y su arte de hacernos reír en lo oscuro, y hasta Pablo Herrera, con su maravillosa canción Al viento solo le pido, que jamás grabó. Todo esto es la mejor parte de la historia del Café... solo porque estuvimos ahí. Desde esas citas de amor, le siguen 32 años de historia juntos”.
Dyna Figueroa Jorquera, cosmetóloga y terapeuta holística “Hermoso, ahí conocí a Felo, que era telonero de Schwenke y Nilo, compramos unos casetes, nos reímos mucho porque nos tomó el pelo. Por entonces, yo pololeaba con mi marido. De eso hace unos 34 años”.
Pamela Angélica Salas Rozas, asistente social “No tenía idea que ustedes eran solamente un grato recuerdo. Con una amiga íbamos a ir en febrero pasado, pero un amigo me aclaró que ya no estaban funcionando hace rato ya. ¡Muchas gracias por todos los recitales y bellos momentos en tiempos difíciles!!!”.
Carlos Bennett Ballacey, poeta “Recuerdo del año 83. El Schwenke invitando a consumir en el intermedio, recomendando el navegao: ‘Si le dicen ¿vino caliente?, no se ofenda, es el navegao’”.
José Miguel Cerda, cineasta “En el verano de 1990 fue la primera vez que La Ley de Andrés Bobe, Beto Cuevas, Clavería y Aboitiz tocaron juntos, ahí en el Café del Cerro. El paso a una nueva época y a una nueva música. Muy simbólica esa tocata de Desiertos”.
Nélida Orellana, periodista “Yo fui a ver a Los Prisioneros en el inicio de su carrera, porque le gustaban a la hija de una amiga que los escuchaba en un casete bien artesanal. Nos sentimos como abuelitas. Éramos las únicas mayores de 30. Fue una experiencia bien distinta a las que antes había tenido en el Café, porque iba mucho; pero me encantó”. Sara Ximena Muñoz Bravo, estudiante de actuación teatral en Universidad de Chile “Un encuentro... una puesta de danza-teatro... años de presiones militares y falta de poesía, subimos a un minúsculo escenario... Públicos movimientos... ojos cómplices... Deambulamos... respirábamos... saberes y sabores... en otros lugares con cultura... demostraciones de arte con butacas y aplausos... Aquí una ventanita demócrata nos permitió compartir sentires oprimidos y expresar con roces que seguíamos vivos”.
Cristina Miranda Espinoza, administrativa contable “Vi ahí a Isabel Aldunate, a la Echenique, a Schwenke y Nilo, a Santiago del Nuevo Extremo, etcétera. ¡¡¡Con miedo!!! A veces se cortó la luz y el fantasma de la CNI nos helaba la sangre... ¡¡¡Los terroristas asesinos que hoy dan clases de moral!!! Vivimos muchas veces esos sustos, sobre todo cuando comenzó”. Sofía José Santibañez Kusch, audiovisualista y productora de eventos “Yo era muy chica, y me iban a buscar al colegio para ver a mi abuela, que era Eliana. Y recuerdo que había un baño que me daba miedo porque ahí, alguna vez, tiraron una bomba, y quedó gran parte del baño negro, con el hollín, y más encima ¡¡¡era muy alto!!! Era impactante o yo quizás lo veía así porque tenía cinco o seis años”.
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Elisa Cárdenas Ortega, periodista “Me acuerdo de un sorpresivo concierto de Spinetta en 1989. Fue muy unplugged, inolvidable. Con los años llegó a mis manos la grabación en CD, así que la escucho y rememoro, con todos sus comentarios además de su música (fue un recital muy íntimo), sus ironías sobre el amor/odio chileno argentino. Me emociona haber estado allí”. Gonzalo Osorio Duque, ingeniero “Muchos recuerdan a Felo... no olviden a Nene, su hermano, que contaba chistes a medianoche... famosos Felo y Nene”.
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Gabriela Melis “Ufff! La comida era muy rica! Y era muy entretenido escuchar a tantos músicos, mis favoritos: De Kiruza”. Andrés Quilodrán, músico “Congreso, Fulano, Huara, De Kiruza, Spinetta. Lo más triste fue que llegando la cuasi democracia se acabó este boliche, único e irrepetible”. Nena Rayen “Cuando tenía seis o siete años, mis viejos me llevaron a escuchar a Congreso y en un momento me quedé dormida en la mesa que estaba al lado del escenario. Jajaja. Pancho [Sazo] se rio y me despertó acariciando mi cabeza. Es una anécdota familiar que siempre contamos”. Alejandro Cuevas, ingeniero en computación “Pasé a tu lado tantas veces. Percibí tu historia
en tantas ocasiones. Intenté atrapar las canciones que salían de tu alma en medio de un momento triste de la historia reciente. Me quedé perplejo observando tus colores y vi entrar y salir hacia ti y desde ti algunas figuras míticas de nuestra partitura como país. Imaginé tu interior como un pequeño entorno mágico de acordes y aplausos. Tarde pude abrazarte como hubiese querido; pero aun así conservo en el alma innumerables carteleras vividas entre cigarros que nunca fumé y entre emociones que solo percibí en los casetes que los amigos y amigas me obsequiaron al paso de esos terribles años que se hicieron hermosos sabiendo que existías, querido Café del Cerro”. Chelo González, periodista Al principio, solo la divisé de reojo y sin reparar mucho en ella y en su camisa color vino tinto; pero en cuanto los minutos fueron pasando, nuestras miradas se cruzaban y evitaban en una armonía perfecta. Jugábamos a las escondidas e intentábamos inocentemente sonreírnos. Sentí en ese momento el deseo de volver a verla, de saber quién era la que se sentaba en la otra mesa de aquel café. Una noche no tuvimos una conversación profunda, pero ambos supimos que éramos una especie de extraños de otras tierras. Veníamos de otras regiones del país y nos sentíamos como la canción Romance en tango de Moraga. Desde entonces, todo fue fluyendo. No era posible retroceder. Así dejé que sucediera todo lo que pasa cuando uno se enamora. Me fui perdiendo en ella, en su sonrisa conquistadora,
en sus callados reclamos a la vida, en sus lágrimas imperceptibles derramadas por las injusticias de este mundo cruel. Me fue imposible negarme a trasnochar cruzando palabras, a caminar paciente entre las calles de aquel Bellavista que nos habían juntado, a sonreír sin restricción. Las canciones del Café del Cerro predijeron el cruce entre ella y yo, completaron nuestros encuentros y acompañaron el final de esa relación. Estoy seguro que lo nuestro se perdió porque no fui capaz de ser completamente honesto y traté de ocultar mis errores y mis debilidades. ‘Si algún
día nos cruzamos, no respondas ni hagas caso a los subtítulos que bajo mi sonrisa sabes ver’, una canción del Rudy Wiedmaier suena de fondo en mi mente: la que más compartimos fue la que dio pie para que tomáramos caminos separados. Cuando la escucho en mi playlist es inevitable no sentirla un poco cerca de mí. Era su canción favorita. En el umbral de mi realidad, siento a veces el deseo de volver a esa esquina de Bellavista. Quiero regresar y detener ese tiempo con la chica del café. Se llamaba Carolina, aunque le gustaba que le dijera Catalina”.
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recordar para reconocer
Se podría decir que el primer homenaje fue en vida. Se trató de las grabaciones para el programa Desde... con el que TVN sorprendió a la teleaudiencia sacando las cámaras a lugares emblemáticos de Santiago. Fueron anunciados doce episodios, producidos por Celery Producciones, dirigidos por Reinaldo Sepúlveda y conducidos por Bastián Bodenhöfer. Dos fueron grabados en el Café: el destinado a Inti Illimani y Andrea Tessa y el que recibió a Los Jaivas. En ambos, el centenar de personas que compuso el público fueron artistas, políticos y periodistas, que aceptaron gustosos la invitación. Otras locaciones fueron el bar El Biógrafo, Las Vizcachas, el Café Torres y Beatlemanía.
Las Últimas Noticias del jueves 21 de junio de 1990 daba cuenta de la grabación del piloto, señalando que el Café era “un lugar tradicional en el Barrio Bellavista, que dio cabida a una serie de artistas que durante años no contaron con otros lugares de presentación”. Y consignó la frase de Inti Illimani: “Estamos contentos que la tele llegue a las catacumbas. Antes el Café del Cerro, que ha acogido a muchos músicos importantes durante estos años, era visitado solo por otras reparticiones del Estado”. Al momento de la grabación de ese piloto, el programa no tenía aún fecha de estreno, aunque estudios posteriores sobre la televisión en Chile
La televisión, dos municipalidades y la prensa han demostrado que el Café está presente y constituye un ícono de la música contestataria de los 80. Pero no es solo memoria, sino actualización de sentimientos y anhelos de una generación.
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Página anterior: Eduardo Gatti, Payo Grondona, Eduardo Peralta y Hugo Moraga en el homenaje de Providencia (Foto: Archivo Histórico / Cedoc Copesa) Bastián Bodenhofer no solo condujo el episodio de Desde... sino también tocó saxo (Fotogramas de video. Foto de abajo: Archivo Café del Cerro).
lo dan por emitido, hecho que reafirma hoy su director, vía Messenger. Lamentablemente, en la página oficial de Internet de TVN no hay rastros de los episodios del programa. Solo es posible encontrar algunos fragmentos en los sitios de Youtube Betamáximo y en el de Nelson Araya -que no es el compositor de La luna llena-, grabados en VHS del capítulo dedicado a Inti Illimani. El Café fue escogido para tener dos emisiones, que correspondieron a la apertura y el cierre de la serie. Los demás lugares solo aparecieron en una emisión. Sepúlveda explica, vía Messenger, la razón: -Hay que pensar que veníamos de dictadura y ese era un lugar emblemático. Ese fue el motivo. Igualmente, es necesario decir que, vista a la distancia, la elección de Inti Illimani y Los Jaivas -que no eran, propiamente, artistas del Café- fue una manera de empezar a negar a Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo o Payo Grondona, y otros músicos habituales de ese espacio. Otra forma de homenajear al Café por parte de TVN, ya mucho después de su cierre, fue incluir un capítulo de su programa Menú para contar la historia del local. La publicación en la página web del canal, realizada el 16 de octubre de 2014, dice: “Arte y música en la década de los 80. La historia del emblemático ‘Café del Cerro’. El mítico ‘Café del Cerro’ fue abierto
por Mario Navarro y Marjorie Kusch el 15 de septiembre de 1982, generando un espacio clave para el arte y la música chilena en la década del los 80, donde grandes artistas se expresaron a través de inolvidables canciones”. Con ingrata sorpresa se encuentra hoy quien desea verlo. Al cliquear en el link www.tvn.cl/programas/menu/ destacados/la-historia-del-emblematico-cafe-delcerro--1457044 se hace necesario tener instalado el programa Flash, que Adobe retiró años atrás. Esto fue un hit Sorpresa emocionante, en cambio, fue -para quienes habían sido público habitué del Café del Cerro- la recreación del local en el capítulo 5 de la primera temporada de la ya tempranamente popular serie Los 80. En él, Claudia -la hija de la pareja protagónica- va al Café con un amigo estudiante de Medicina de la Universidad de Chile. En el tiempo de la serie era diciembre de 1982; en el de los televidentes, octubre/diciembre de 2008. En otras temporadas se repiten esas visitas. Rodrigo Cuevas, su guionista, cuenta las razones para incorporarlo a la serie. Están relacionadas, en primer lugar, con el proceso de salida al mundo que desde la primera temporada vive Claudia Herrera, la hija de la familia protagónica. -Ella entra a estudiar medicina a la Universidad de Chile, y la niña que era la niña del barrio, que
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había crecido y vivido en dictadura, en un mundo pequeño, encerrado en sí mismo, muy protegida del mundo exterior particularmente por su padre -que veía el mundo exterior como una amenaza y con toda razón- empieza a conectarse con temas políticos y sociales de la época. Y nos pareció que el Café del Cerro era un lugar icónico donde ella podía asomarse a ese mundo más clandestino, más alternativo, de esa oposición a la dictadura que esos años 82, 83 estaba empezando a tomar forma y a agruparse, organizarse. El Café del Cerro existía como una ventana hacia ese mundo. Era uno de los pocos lugares donde uno podía conectarse con gente que era abiertamente de oposición y que, mediante su arte o la conversación se expresaba más abiertamente. Por eso nos pareció un muy buen lugar como para incorporarlo a la serie. La decisión de incluir el Café como locación, aunque debieran recrearlo, se debió a consideraciones emocionales, a la vez que racionales. Reflexiona Rodrigo Bazaes -profesional de cine, teatro y televisión- director de arte de la serie y también director general en las últimas dos temporadas. -Es evidente que el Café del Cerro creó un espacio de confluencia. Sentarse a escuchar las canciones de los artistas que representaban tus ideas eran regalos vetados años antes. La música siempre ha tenido ese poder, sobre todo en épocas donde el artista asume la tarea no solo de hallar una melodía entrañable, si no de traducir el sentimiento colectivo en palabras. Colaboró con crear cierto
simbolismo de unidad contemporáneo: la nueva canción chilena debía ir hacia alguna parte; fue un mito en las provincias, para aquellos que teníamos en la música chilena y latinoamericana un espacio de libertad de conciencia. Pienso ahora que debió haber sido la forma de regresar a la fogata viviendo en la ciudad y, al mismo tiempo, asistir a la plaza pública, aunque fuera bajo techo. Coincidentemente, ninguno de los dos fue parte del público del Café: por edad y domicilio. Bazaes: Por esos años yo era un joven púber viviendo en provincia, conocer el Café no era una posibilidad a la mano, pero recuerdo cómo estuvo siempre su presencia subliminal. Cuevas: Nunca estuve ahí. Era chico en esa época, niño todavía y además vivía en provincia, así es que no tuve la suerte de conocerlo. Pero vimos en ese lugar una de las pocas ventanas que existían en Chile. La primera vez que Claudia va era el 82, antes de que empezaran las protestas más abiertas y masivas contra la dictadura, que es el 83, precisamente cuando termina la primera temporada. Luego, las manifestaciones políticas, culturales, artísticas de oposición a la dictadura fueron más masivas y era posible encontrarla en el ambiente universitario, pero no antes de eso. Era una manera de muy rica de hacerlo audiovisualmente, porque era a través de la música y de la expresión artística. Para reconstruirlo, investigaron y la gente del equipo que había estado ahí también aportó para
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Televisión Nacional grabó a comienzos de los 90 dos programas en el Café, uno de ellos con Los Jaivas; y en décadas posteriores Wood Producciones recreó su imagen y atmósfera para una de las series más exitosas de canal 13: Los 80 (Fotos de Los 80: Archivo Rodrigo Bazaes; foto de Los Jaivas, Archivo Café del Cerro).
reconstruirlo de la manera más precisa posible. Rodrigo Bazaes cuenta cómo consiguieron ambientar tan certeramente el local, sin hablar con sus dueños, a quienes no tuvieron cómo encontrar:
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-Teníamos fotografías y testimonios de quienes asistieron. En esos documentos hallamos muchas de sus características. No pudimos construir un set y adaptamos un pequeño local en el Barrio Bellavista. La clave estaba en el mural escenográfico, que aparecía de fondo en todas las fotografías de muchos cantautores. Nuestro pintor artístico en el equipo de arte, Miguel Ibarra, traspasó a gran formato la ilustración de este mural, que encontramos en una revista de la época; luego interpretamos algunos colores, porque no todos se podían ver en los archivos. Se pintó a mano en un gran panel dividido en dos. Luego de grabar, trasladaron los paneles a la bodega de Wood Producciones, porque imaginaron que seguramente lo volverían a usar. Pero eso no ocurrió durante la primera temporada dando origen a la siguiente anécdota: -El año siguiente, cuando nos pidieron armarlo de nuevo, ya habíamos reciclado los paneles para otro set. Aunque la gente piense lo contrario, nunca tuvimos un presupuesto suficiente, por lo que siempre trabajábamos para lo que se vería en el encuadre. Miguel Ibarra volvió a pintar el mural escenográfico, en los mismos paneles que, mientras tanto, habían servido para completar -si no me equivoco- una comisaría o un cuartel de la CNI.
Jóvenes realizadores de cine también se han interesado en el local. En 2016, Mario Navarro fue entrevistado sobre la relación entre el Café y el Canto Nuevo, para el documental La sombra del canto, con el que los periodistas Antonio Carrillo y Diego Salazar buscaban “mostrar el movimiento musical que estuvo en Chile a mediados de los 70 en plena dictadura militar. Siempre nos llamaron la atención estos grupos musicales que, medianamente ocultos en dictadura, hacían música. No veíamos espacio, no había conversación en torno a este movimiento del Canto Nuevo. Estaba olvidado”, declaró Carrillo a Radio y Diario Electrónico Universidad de Chile (16 de octubre de 2016). Para quien desee verlo, el filme está disponible en el siguiente link: www. youtube.com/watch?v=zQI-C8lz8CU Tributos en vivo y en directo Entonces, vinieron los homenajes municipales: Providencia (2014), durante el período de Josefa Errázuriz, y Peñalolén (2019), con Carolina Leitao como alcaldesa. La cabeza y el corazón detrás de ambas iniciativas pertenecen al músico Raúl Aliaga, quien fue gestor de las dos y productor general de la de Providencia. Preocupado por la falta de reconocimiento tanto a los músicos del Canto Nuevo como a los responsables de un espacio como el Café
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Imágenes del homenaje en Providencia. La primera noche Tati Penna hizo los honores de presentadora en la que fue, quizá su última aparición en público. Mientras cantan Hugo Moraga, Cecilia Echenique y Eduardo Peralta, observan Mario, Álvaro Godoy y Eduardo Yentzen, cabezas de La Bicicleta (Fotos: Archivo Café del Cerro).
Las 1.200 entradas disponibles para las cuatro noches del homenaje en Providencia se agotaron en una mañana. Y años después en Peñalolén, se llenó el enorme Centro Cultural Chimkowe. Detrás de ambas iniciativas estuvo el percusionista Raúl Aliaga.
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del Cerro, llevó la idea de realizar un tributo a la Casa de la Ciudadanía Montecarmelo, de la Dirección de Barrios Patrimonio y Turismo de la Municipalidad de Providencia, siendo aceptada entusiastamente por Patricio Olavarría, por entonces su director, y Marcela Ahumada, encargada de actividades culturales. Raúl narra cuál fue su motor: -Siempre he estado preocupado de que, en todos los años de gobierno de la Concertación, jamás fue valorada la historia del Café del Cerro, ícono cultural, que cobijó a todas las tendencias y fue un crisol maravilloso nunca reconocido. Yo disfruté mucho al Café. Viví un proceso importante ahí, que me hizo vibrar y conocer a tanta gente y tanta diversidad artística y cultural. Siempre lo eché de menos cuando cerró. Llegó la democracia y el Café se fue a la cresta... como que nunca más sirvió. La televisión y la radio, los medios de comunicación, no hacían nada. Y con la idea de reflotar y ponerlo en la memoria, siempre desde lo afectivo, del querer rendirle un homenaje a Mario y a la Maggie, que fueron los precursores de este crisol, armé esta idea,
hice la curatoría y me la compraron. Fue maravilloso lo que pasó, estuvo la Tati [Penna]. Yo le dije que tenía que estar, que había sido importante ahí, con el grupo Abril o como solista, que por lo menos fuera la presentadora. La convencí. Creo que fue su última actividad artística. No quiso cantar, ya estaba enferma. Fue un éxito total. Los recitales tuvieron lugar entre el 10 y el 13 de septiembre de 2014. Y antes de que las 1.200 entradas sin costo fueran puestas a disposición del público por la municipalidad y de que se agotaran en las primeras cinco horas de la convocatoria, e incluso antes de que la prensa le dedicara al tributo notas y entrevistas en todos los medios escritos, radiales y de televisión, Patricio Olavarría -en su condición de periodista- publicó la columna El Café del Cerro, nostalgia y memoria, en el diario electrónico El Mostrador, del 3 de septiembre. En algunos de sus párrafos se leía: “Era el lugar en donde se tomaba el vino navegado y se hablaba de política mientras algún cantautor o cantautora situaba la música, la reflexión, y el
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Página anterior: Eduardo Gatti y su hijo Manuel Arriba: Marcelo Nilo Abajo: el saludo para el aplauso final, que incluye a los músicos, a Mario y Maggie, a la alcaldesa de Peñalolén, Carolina Leitao, y a Gladys Sandoval, directora ejecutiva de la Corporación Cultural municipal (Fotos: Archivo Corporación Cultural de Peñalolén).
mensaje en pos de la libertad. Admirable proceso que será beneficioso recordar, porque si hay algo que hacía del Café del Cerro un lugar apreciado, era el sentido de cooperación y solidaridad. “El ejercicio de la memoria tiene que ver con rendir tributo a la cultura, al arte, y a la democracia, que hoy, no me cabe duda está entregada en gran medida a una industria, que siúticamente hemos llamado industria creativa (...). Estoy convencido que el tributo al Café del Cerro, más que un homenaje, es un merecido reconocimiento, también, a quienes más de alguna vez, patearon una piedra. Y por qué no, también para los que las siguen pateando”. En los días programados cantaron Eduardo Gatti, Antonio Gubbins, Hugo Moraga, Eduardo Peralta, Isabel Aldunate, Congreso, Schwenke y Nilo, Santiago del Nuevo Extremo, Cecilia Echenique y Felo. Cada sesión tuvo una asistencia de, al menos, 400 personas, similar a la de los mayores conciertos del local. Cinco años después, Raúl fue con la idea a la Corporación Cultural de Peñalolén. Su directora, Gladys Sandoval, también estuvo de acuerdo con la iniciativa y su espíritu. El 6 de enero de 2019, realizaron el nuevo tributo en el tremendo recinto llamado Chimkowe, lugar de encuentro, en mapuzungún urbano (al parecer, porque no hay acuerdo entre quienes hablan la lengua de que ese sea su significado). Para la ocasión nuevamente revivió el mural -bajo la forma de enorme telón
al igual que en Providencia- y fueron dispuestas mesas con velas. Dijo la alcaldesa Carolina Leitao: “Tratamos de hacer algo parecido al Café del Cerro, aunque es inigualable. Hemos buscado llegar a personas, amigos del Café, que se decidieron a subir a la montaña para estar con ellos. Privilegiar el encuentro, [porque] la cultura es un bien intangible”. Fue una larga y emotiva jornada en el que se presentaron Eduardo Gatti y su hijo Manuel, Schwenke y Nilo y Felo. Raúl Aliaga resume así su participación en los homenajes: -Ahora en Peñalolén hacen una peña, que está basada en el Café del Cerro. Porque el Café del Cerro es una marca. Una marca de exportación. Me siento contento de haber sido parte de visibilizar nuevamente un patrimonio artístico y cultural que Chile tuvo en un período de la vida cívica y trascendental.
También en letra impresa Un artículo en su recuerdo apareció el 11 de agosto de 2012, en la revista Vivienda y Decoración de El Mercurio: El café que marcó una década, extenso reportaje de cuatro páginas protagonizado por la casona de Ernesto Pinto Lagarrigue y Antonia López de Bello. Bajo del título, decía: “El Club Chocolate y su propuesta de espacio multipropósito, para eventos,
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conciertos y discotheque, se despliega en una esquina emblemática del Barrio Bellavista. La misma donde en la memoria urbana se amarraron para siempre la década de los ochenta con el Café del Cerro y la voz del Canto Nuevo”. Fotos de una y otra época mostraban lo mucho que había cambiado el lugar donde, después del Café, estuvo La Crisis Moral, también de Navarro y Kusch, luego Zoom, Pecado Capital y finalmente Rockola, popular discotheque que se llevó el fuego, dejando como restos 16 camionadas de escombros.
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Quienes manejan Chocolate lo cambiaron tanto que uno de ellos -Juan Carlos Velázquez- dijo a la revista Vivienda y Decoración (VyD) que, materialmente, en nada puede parecerse el Club con el Café; aun así, los que pasaron por ahí en esas épocas, tratan de encontrar vestigios del pasado. Cuenta: “En la esquina estaba el taller de La Ley. Beto Cuevas vino una vez y dijo que era su sala de ensayo; que había una ventana -que
nosotros clausuramos- desde donde miraba todo lo que pasaba afuera”. Diversas publicaciones magallánicas han mantenido vivo el recuerdo del Café, en el contexto de entrevistas a Mario Navarro o, directamente, hablando de la sala de Bellavista para destacar su importancia cultural y como espacio de libertad. Entre ellas, Mario Navarro Andrade. Las tres estaciones de un productor de “quijotadas” (Roberto Hofer Olyaneder, El Magallanes, La Prensa Austral, 5 de enero de 2014); Tributo al Café del Cerro (Guillermo Mimica Cárcamo, El Magallanes, 28 de septiembre de 2014); Mario Navarro, músico sin instrumento (Camilo Encina, El Pingüino, 16 de septiembre de 2018), y El Café del Cerro y la resistencia cultural (Luis Godoy Gómez, recorte sin registro de medio ni fecha). Cuatro años después del tributo en Providencia, la periodista Elisa Montecinos recordaba ese ciclo de conciertos, al igual que la aparición en Los 80, en su artículo De culto: Las místicas noches del Café
La prensa escrita ha dedicado artículos al Café desde diferentes facetas a lo largo de los años luego del cierre. Ha valorado la casa como espacio arquitectónico y destacado ciertas noches consideradas como inolvidables.
del Cerro, publicado por el diario electrónico El Desconcierto, el 7 de septiembre del 2018. Ella resumía:
con su humor de trasnoche llamaba Mi El al capitán general. Eran tiempos de omisión y ese sinsentido provocaba carcajadas”.
“El local era amplio y aunque la mayor parte de los artistas eran continuadores del canto nuevo, todas las tendencias tuvieron cabida: desde el jazz fusión de Fulano, a las payas de Eduardo Peralta, y el rock de Los Prisioneros. Tenían en común el ser contestatarios, por lo que en lo más álgido de la dictadura la CNI tenía al café entre ceja y ceja. Hubo noches de ruedas pinchadas y bombazos. En un tiempo en que los artistas eran vetados o no tenían trabajo, el café les pagaba por sus actuaciones. Cualquier noche se podía oír a Eduardo Gatti, Santiago del Nuevo Extremo, Pablo Herrera, Schwenke y Nilo y Felo, quien
Y dos meses después del homenaje en Peñalolén, el 16 de marzo de 2009, Felipe Retamal, en la sección Culto del diario La Tercera, le dedicó el texto Las célebres noches del Café del Cerro en cinco presentaciones. Destacó allí la primera actuación de Los Tres, el pre-lanzamiento de Pateando piedras, de Los Prisioneros; la primera de las cinco actuaciones del legendario Luis Alberto Spinetta; cualquiera de las presentaciones de Schwenke y Nilo y una de Sol y Lluvia. El atractivo del artículo es que cada mención va acompañada de un link a YouTube donde es posible ver la noche a la que hacen referencia.
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el valor del café
“En el Café había buena onda, porque todos estábamos en el mismo lado”. (Carlos Díaz, sonidista)
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Hemos recorrido los días y las noches del Café. Sus luces y algunas sombras. Público, artistas, colaboradores, amigas, parientes y periodistas formamos en su momento una comunidad de sentido y de sentimientos que se prolonga en el tiempo. La persistencia en el recuerdo, los homenajes sobre los que contamos, son muestra de que el valor de este espacio no se diluyó. Poco antes de que este libro entrara a imprenta se cumplieron 30 años desde su cierre y corriendo
el año, serán 40 los que medien desde su apertura. Más allá de las puntuales críticas... ¿qué valoran hoy en dicha iniciativa -a la vez laboral, cultural, política y emocional- quienes dieron sus testimonios para esta investigación? Si ya hablamos de nostalgia, acá se hablará de lo que queda como corolario de tanto trabajo, tanta energía. Tanta, como para ser el puntal que transformó un barrio, estructurando una nueva realidad al modificar el mapa del sector. Así lo ve Pirincho Cárcamo. -Como centro cultural, fue el eje de la creación del Barrio Bellavista, un centro turístico un poco maleado por el exceso de alcohol que tenemos los
Cuando un espacio queda en la memoria de los protagonistas, tanto artistas como público, y trasciende en el tiempo, se transforma en una referencia cultural. JORGE NAZER, MANAGER LEO MASLIAH
chilenos y por la violencia que se da en la noche. Fue un polo de atracción hacia ese barrio, a partir del cual surgieron muchos pubs y restaurantes, pero también muchos centros culturales y talleres. Sin él, no habría pasado nada del movimiento cultural en ese centro turístico, entre comillas. Fue fundamental su existencia por todo el desarrollo que se produjo posteriormente a su alrededor. Fue un punto de reunión de la oposición de la época, intelectual y de izquierda cuica, por así decirlo. Es cierto, llegaba mucha gente cuica y muchos futuros políticos. Pero iba mucha gente y de una gama muy variada. Fue un centro de encuentros muy importante de la oposición y una forma de desahogo. En conversación por Zoom con Mario Navarro y quien escribe, Luis Le Bert hizo una lectura amplia de lo que significó el Café. -Cuando los lugares o los momentos ya no están, ahí uno puede dimensionar lo importante que es el dibujo en el corazón. El Café del Cerro era un precioso dibujo, y aprovecho de tomar la foto completa, porque es re importante. Nosotros somos testigos mayores y nuestro deber es contarlo... pero la única manera de decirlo es tocar el corazón de los que escuchan; si no, no sirve. Y es re sencillo. Cuando hay cohesión, a pesar de lo doloroso que puede ser el momento histórico, pasa lo siguiente: uno va a un lugar como el Café del Cerro y anda Mario Navarro por ahí con su directorio interno. Y en su directorio interno -porque era él no más y estaban la Maggie y la Señora Eliana que lo retaban- pero en su directorio interno había un
director artístico, un director musical, un director financiero (era complicado el tema); pero la foto era bonita. Uno nunca veía una remodelación ahí sin que estuviera Mario con un arquitecto amigo y profundo al lado de él. En otras palabras, no andaba leseando. Andaba buscando algo. De repente se le ocurrían imágenes, porque además Mario tiene un tremendo director de arte. De hecho, la imagen del mural del Café, que es el fondo de toda escena, era una imagen muy antigua rondando en el corazón de los ojos de Mario. O como cuando había que poner en escena algo que nos importaba políticamente. El tejido era completo y el Café del Cerro lo representaba en toda su magnitud. Entonces uno podía estar de acuerdo con Mario o no estar de acuerdo... porque de repente llegaba con cada loco con su tema. Entonces la foto es muy verdadera y debe servirle a las nuevas generaciones. Es una foto de un momento de todos nosotros. Eso es lo que queda del Café del Cerro: una foto de un momento de todos nosotros. Eduardo Gatti tiene otras imágenes para hablar del valor del Café, como lo expresó en una conversación organizada por la Universidad Central, en la que participó junto con Mario, Maggie, la periodista Alejandra Riveros y yo: -Yo comencé en el Café como solista. Había estado con Los Blops pero no era un nombre, en cuanto a ser conocido por mis canciones Y el Café fue una puerta que se nos abrió no solo a mí, sino a gente como Pablo Herrera, Cecilia Echenique. Todos comenzaron en el Café. Fue una especie de útero en que estábamos
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todos en esta especie de placenta maravillosa, estelar, pero chiquitita, acogedora. Para mí es un recuerdo imborrable es como el pilar de mi carrera. También porque fue un espacio para compartir con los músicos. Compartí mucho con Santiago del Nuevo Extremo, con Felo, Pablo Herrera, Cecilia Echenique, Eduardo Peralta, Hugo Moraga. Y se armó como una especie de cofradía. A veces nos reuníamos todos a conversar, a tratar de entender lo que estábamos viviendo que era una realidad bien especial. Para mí era como pertenecer a un club. Un club abierto en que nos íbamos enriqueciendo, nos apoyábamos. Todas las relaciones que tengo hasta hoy tienen vínculo con el Café del Cerro.
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Inventando Bellavista También su ubicación es un aspecto importante en el recuerdo que hace Amaro Labra, de Sol y Lluvia. -Era increíble, en Recoleta, en un centro que ha sido históricamente cultural y de patrimonio como el Barrio Bellavista, con actividad intelectual barrial y variedad social. De todos los lugares donde cantamos en los años 80, [el Café era el único que estaba] en un barrio de mucho acceso de diferentes personas. Distintos tipos de personas, trabajadores, estudiantes, gente que adhería a la música con contenido social, de raíz folclórica, rock, jazz, [ya que] era muy diverso en términos de programación musical. Cerca de la Plaza Baquedano, hoy Plaza Dignidad, cruzando el puente Pío Nono
te encontrabas con un barrio que tenía actividad cultural. Y ahí nace el Café del Cerro como una alternativa, porque había otros también en la zona centro santiaguina, como la Casona de San Isidro cerca del cerro Santa Lucía (Huelén). Patricia Moscoso le suma poesía a la locación, destacando que contribuyó a su aura. -Su ubicación al otro lado del río le daba un cierto aire romántico. Había que atravesar el Parque Forestal y cruzar el Mapocho para llegar a la calle Pinto Lagarrigue, que todavía se conocía como Siglo XX a comienzos de los 80, para llegar al Café. Un romanticismo que también tenía algo de trasgresión en los tiempos más álgidos, porque corría el rumor que ir a sitios como el Café del Cerro o al teatro Ictus era arriesgarse a ser fichados por los soplones o soplonas que pululaban en el entorno... Ricardo Meruane conoció muy bien el barrio, por su continua actividad arriba de los escenarios. -Era un agrado, he actuado en casi todas sus manzanas. Aunque había otros lugares under, como la Casa Kamarundi o la Casona de San Isidro, el Café del Cerro tenía un espíritu único, además de haber sido el pionero en el barrio después de El Conventillo de Tomás Vidiella. Patara, que incluso hizo del Café su casa, en sentido literal, fue capaz de ver otros aspectos, que quienes solo iban de noche a un recital quizá podían pasar por alto.
-Me acuerdo del Café como un espacio de mucha cultura, en un barrio de mucha cultura. Así es que quedarse un día domingo ahí era para disfrutar. Había muchas galerías de arte, además de que el Café fue como un epicentro para las artesanías que llegaban a instalarse afuera. Estaban los chicos de Sol y Lluvia, con su gráfica de PazCiencia, el Toño Kadima, que se instalaba con afiches; había todo un movimiento. Venía una gente del Cajón del Maipo con unas carteras hermosas. Era como un lugar de refugio espiritual donde uno se conectaba con el canto.
Más que un lugar, un refugio La casa de todos, vivieran o no vivieran allí. Esa frase refleja el sentimiento que despierta hasta hoy: casa de todos, refugio frente a la adversidad, lugar de complicidad. En esos conceptos coinciden músicos y público. Una especial manera de recordar una sala de espectáculos. Les dejamos la palabra. Luis Pippo Guzmán: Donde estuviera viviendo terminaba ahí. No iba a otro lado. Hugo Moraga: Pasados todos estos años, veo que fue un apoyo para sentirme necesario, sentir que lo que estaba haciendo tenía un valor y que valía la pena seguir haciéndolo. Marcelo Nilo: Para nosotros fue siempre como el hogar y representa lo que fue nuestra generación. Un
lugar público, al que había que tener coraje para entrar. Cuando se habla de refugio... efectivamente, casi jubilamos ahí, terminamos con un ciclo de dos semanas. Con toda la gente con la que me encuentro, y que no conozco, en algún minuto caemos en si estuvo o no estuvo en el Café del Cerro. Es algo así como el carné de identidad de la época. Nelson Schwenke (en Ego Sum de La Nación, 18 de noviembre 2000): “el Café [fue] ¡la oficina de todos! Una casa, un concepto cultural y globalizador de todos los espectros musicales. Tocar en peñas y cafés era un encuentro directo con la gente, y sobre todo porque existía un estado de efervescencia social muy grande”. Luis Le Bert: Hubo una época en que el Café del Cerro era una dificultosa prolongación de mi hogar. Pedro Villagra: Era la casa. Eduardo Gatti (en La Punta del Cerro, a comienzos de los 90): “Para mí no solamente ha sido un lugar de trabajo, sino que he llegado a sentirme como en mi propia casa. Creo que toda la gente que trabaja aquí comparte en alguna medida este sentimiento”. Carlos Necochea: Uno allí no estaba en esa vorágine y en ese susto diario con el que recorríamos con Ricardo García el centro, porque sabíamos que la DINA nos vigilaba. Para mí era un refugio, grato. Muy bien llevado, muy bien concebido como lugar de espectáculo, donde uno estableció nexos de amistad y cariño que hacían que uno se
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sintiera como en su casa. Si bien era un negocio, me sentía muy cómodo... Fue para mí un poco lo que la Peña de los Parra. Creo que se creaba un mundo parecido. Me refugiaba un poco en eso. Había muchas actividades, un mundo alrededor; no sé cuántas salas donde ensayaban los artistas, toda una actividad, en esa época, plena dictadura. Uno entraba y llegaba a otro mundo, su mundo. Me gustaba todo ese mundo que hoy me sigue gustando. Era tanta la fuerza de la necesidad de estar acompañados, de estar juntos todos los que solidarizábamos con lo que pensábamos en esa época, que las edades no existían. Yo no recuerdo haber tenido noción de esa diferencia, por ejemplo, entre un Nelson Schwenke y un Payo Grondona. Para mí eran iguales. No importaba la edad. No nos dábamos cuenta. Quena Velasco: Era un lugar realmente catártico. Había una emoción colectiva cuando se presentaban algunos artistas como Santiago del Nuevo Extremo, su música era fantástica. Era como el grupo máximo, porque se llenaba. Hay canciones como A mi ciudad, o la canción a Víctor Jara; muchas, que a todos los que estábamos ahí trabajando, viendo, nos conmovían demasiado. Uno se emocionaba, lloraba... Igual que con la Isabel Aldunate. Me olvidaba de la Tati Penna, que era una maestra... Pasaban cosas colectivas, uno se miraba, lloraba. Era una emoción colectiva. Era un espacio catártico en algunas ocasiones, pero también de goce, tira pa’rriba. Como con el Felo, con algunos humoristas que se presentaban, como el Palta Meléndez. Era entrete.
Bárbara Hayes: Fue fundamental en esos años. Era el espacio de encuentro que había para la gente que estaba en contra de la dictadura. Un espacio de encuentro que reunía lo mejor en materia de compositores, artistas, del Canto Nuevo, de la gente que estaba en una parada distinta a la cultura oficial. Guardo la sensación de que uno entraba allí y se sentía en un mundo distinto. Era como llegar y relajarse. Uno sabía que ahí con quien se sentara a conversar probablemente pensaba de manera cercana a como pensaba uno. Era un lugar para sentirse en casa. Muy cálido, muy acogedor. Y claramente fue un ícono de los tiempos. Cristián Bustos: Soy de aquella generación para quienes el Café del Cerro era un balón de oxígeno, un escapismo entre tanta miseria, miedo y crímenes a los que nos sometía la dictadura. Uno esperaba esos viernes y sábados para ir. Tengo una foto arriba del escenario con ese telón de fondo inolvidable. Hay cosas que se quedan grabadas y para mí lo es ese telón de fondo del escenario con la imagen de la virgen del Cerro San Cristóbal y las letras del Café, que eran curvilíneas al cerro. Daniel Ramírez: Evidentemente, y lo sabíamos, era como si hubiera una especie de momento de tregua. Y eso hizo que se produjera una creatividad que no se hubiera producido sin esos espacios. Surgieron porque había un movimiento fuerte, pero ese movimiento le debe mucho a esos momentos de repliegue, de protección ilusoria, pero de protección afectiva.
Jorge Andrés Richard: Cuando Bellavista no era el Bellavista que llegó a ser, el Café fue emblemático lugar de encuentro y de esperanza en momentos dolorosos de nuestra historia. Allí, a través de la música y la cultura hacíamos la resistencia a la dictadura en noches y veladas inolvidables de solidaridad, amistad y compañerismo. Los integrantes de Sol y Lluvia se vincularon con el Café como proveedores de servicios y como grupo musical. Aunque no lo dice expresamente, Amaro Labra habla de por qué reunía las condiciones para ser ese espacio especial. -El Café del Cerro agregó un segundo piso donde había una convivencia entre músicos y músicas bien importante; también era un buen restaurante, tenía un buen lugar para tocar, aunque era pequeñito, después se fue agrandando. Para nosotros fue significativo, porque ahí fue el concierto de lanzamiento de nuestro primer disco Canto + Vida, el nacimiento discográfico del Sol y Lluvia fue formalmente ahí. El disco era una autoproducción y toda la parte gráfica de las carátulas y afiches de promoción del concierto, estaban impresos en serigrafía.
Comunidad de sentido y de trabajo La existencia de espacios en que músicos y otros artistas trabajaban en sus proyectos permitió una interacción continua y valiosa, dando la posibilidad de que músicos que estaban creado
en corrientes aparentemente contrapuestas compartieran experiencias y conocimientos. La amistad incipiente entre muchos de ellos se consolidó y se crearon fuertes lazos que, en algunos casos, permanecen hasta hoy. Raúl Aliaga no solo creó allí el grupo Trifusión, sino conoció a quienes le abrirían nuevas oportunidades: -Logré vincularme con personas que enriquecieron mi camino. Cada vez que tocábamos con Trifusión me ponía muy nervioso, ya que nos iban a escuchar grandes músicos, referentes para mí, entre ellos Tilo González, compositor y baterista de Congreso. Esto posibilitó mi entrada posterior a ese grupo. Importante también para Carmen Prieto fue haber conocido allí a los integrantes de Congreso. -Los chicos del grupo Congreso como que me descubrieron ahí. También ahí conocí a mucha gente del Canto Nuevo, a los que antes seguía como público. Para Rudy Wiedmaier y Jorge Campos la posibilidad del encuentro fue una de las características más valiosas del local. Rudy: Ocurre que hubo una posibilidad de encontrarse con otras personas, otros artistas, que tenían más o menos una misma pasión, una misma expectativa y de eso fue un catalizador el Café del Cerro. Nadie lo puede negar.
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Jorge: Había interacción. Me tocó armar proyectos para acompañar a la Cristina González, hacer un disco con ella. [Me permitió conocer] a muchos grupos, porque del 85/86 para adelante empezó todo un retorno de algunos músicos que volvieron y después se devolvieron, porque no era viable un proyecto musical en Chile; mucha gente que venía de Alemania, de Inglaterra, de Canadá, venían con el afán y el furor de volver a Chile, y ese era como el espacio que había, y después unos poquitos más y eso sería todo.
Ricardo García, por ejemplo. Nos hacían callar, así es que nos faltó ese espacio propio. Porque ahí se construía. Había conciliábulos, cuestiones de índole comercial. Estaba bonito. Las relaciones humanas en el Café del Cerro, también [eran bonitas]. Por ejemplo, ahí conocí a Gervasio, tremendo tipo. El resto de las relaciones eran normales. Con la gente de Congreso, la Tati Penna, el Pájaro Araya, el Julio Zegers, que a mí con cierto matiz -que no se me ha quitado del todo- de hippismo, me encantaba. Y el grupo Agua.
Cristina González [Narea], quien además era vecina del barrio, desde España también valora ese aspecto:
Juan Carlos Pérez dejó la cantautoría como actividad laboral central, casi al mismo tiempo que el local cerró. Reflexiona:
-¿Qué tenía de diferente el Café? El ambiente era único y especial por los conciertos que hubo, en donde pasamos todos los que hacíamos música; por las salas de ensayo y el espacio abierto donde durante el día te encontrabas siempre con alguien; y por la familia, capitaneados por Mario y Maggie. Creo que la gestión que hicieron ellos dos fue extraordinaria e hizo que se convirtiera en un lugar emblemático. Y todo eso en un barrio como Bellavista.
-El Café era una puerta abierta y fue siempre un apoyo; era un punto de reunión, lugar de ensayo y de encuentro. Muy importante para los que estábamos vetados en los medios oficiales. Por supuesto que hizo falta, aunque en lo personal justo ahí inicié otra vida.
La actividad relacional no solo se daba de día. Toño Kadima recuerda sus conversaciones nocturnas en el bar del Café. -Había una cosa que no era muy notoria, pero nosotros deberíamos haber tenido una pieza aparte: los conversadores. Nos juntábamos alrededor del bar a observar, a conversar, no a consumir. Como
Las palabras de Marcelo Nilo pueden ser una buena panorámica al sentimiento de quienes habitaron el Café, desde la música. -No diferencio o disocio nuestra historia con Nelson con la historia del Café del Cerro. Fue uno de los lugares donde nos reconocimos con muchos otros trabajadores culturales y público diverso; donde expresamos nuestro amor, nuestra lucha y nuestra fe. En general, los que nos dedicamos a estas actividades artísticas somos más bien trabajadores nómades, sin
espacio fijo, andamos tocando, bailando o actuando en distintas partes; algo así como que aparecemos y al rato desaparecemos de un lugar, dejando solamente estelas de reflexiones, ideas, visiones, vivencias. Y lo más cercano a la materialización de algo concreto, físico, material son discos, fotos, videos, libros, en donde viajan las obras sin residencia fija. Por eso no es menor que un lugar, un edificio, un espacio físico concreto, pueda llegar a representar con claridad, ideas, sueños, esperanzas, luchas, de un colectivo de trabajadores culturales o artistas, en donde lo principal deja de ser quien actuará, sino pasa a ser el lugar, el espacio en sí mismo, por lo que simbólicamente representa y donde nosotros nos sentimos parte de él. Sin duda esto lo hace especial. Y son pocos los espacios que tienen estas características y aún menos los que logran trascender más allá de lo material o del tiempo en que existieron. A modo de ejemplo de lugares con estas características, antes del Café del Cerro podríamos nombrar a la Peña de los Parra y después, en los 2000, al Galpón Víctor Jara. El gusto y el color de la diversidad Toda época musical tiene una suerte de mainstream y ese fenómeno se da incluso fuera de la cultura oficial. Podría decirse que desde mediados de los 70 a mediados de los 80, ese centro en la música contestataria nacional lo detentó el Canto Nuevo y que en su entorno hubo diversas manifestaciones aledañas, paralelas o marginales a él.
Así es que, y también por la historia anterior de sus dueños, fue el movimiento que acaparó las noches estelares del Café. Pero no fue el único, porque quienes programaban demostraron la capacidad de descubrir una actitud rebelde en diversas otras vertientes musicales. Talento difícil de encontrar, más todavía cuando hay que descubrir esa actitud en canciones cuyas letras son aparentemente anodinas o en formatos musicales que el mercado es más proclive a aceptar. El haber sido un escenario que acogió otras manifestaciones musicales de la época es considerado por la mayoría de los entrevistados y entrevistadas como una característica positiva, uno de los valores que caracterizaron al local. Hay también voces críticas, que resienten el hecho de no haber sido exclusivo para el canto evidentemente contestatario. Esta categoría abarca el jazz, el folclor y el canto popular, también consideradas muestras de resistencia a una dictadura que no solo se caracterizó por la brutalidad de la represión sino también por la imposición de patrones culturales únicos y totalitarios, y por la infiltración de antivalores sociales, como el individualismo. El problema radica, para algunos, en haber abierto las puertas a dos vertientes: por un lado, a un tipo de cantautoría que fue denominada canto joven o por otras sin apellido -y que en esta investigación es denominada como no alineados-, cuyas temáticas dejaron fuera la metafórica
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crítica al sistema, para tomar temas tradicionales, como el amor y las relaciones humanas. O que, si bien su creación tuvo ribetes que bordearon lo político, como en el caso de Fernando Ubiergo, Gervasio u Óscar Andrade, pareció que fueron aceptados de buen grado por la cultura oficial. Como en todo, estas aseveraciones tienen tanto de cierto como de falaz.
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La segunda inclusión, la del pop, fue la más criticada. Si bien desde hoy es más fácil entender por qué esta corriente -más allá de Los Prisionerosera también de rebeldía, en esos días hubo una contraposición casi campal entre algunos de sus representantes con los del Canto Nuevo. Entonces resultaba imposible pensar en que frases como “Se acabó el tiempo de los lindos ideales / No hay más que ver a esos tontos intelectuales / O te preparas a morir en las trincheras / O esperas en tu cuarto la tercera guerra” (Calibraciones, Aparato Raro), pudieran llegar a ser parte de los rayados de una revuelta, pero lo fue en el estallido de octubre del 2019. Para Eduardo Gatti, esta variedad provenía de tener una visión muy clara sobre cuál era el formato que se esperaba sostener. Idea que, a su manera, sustenta Cristina Narea. Eduardo: Acá hubo un concepto muy claro de lo que se quería. Siempre se estuvo con las nuevas tendencias, como un lugar abierto a los cambios. Sabiendo muy bien lo que había que conservar, pero muy atentos a incluir propuestas nuevas.
Cristina: El hecho de programar a artistas que en su mayoría no estábamos en los medios oficiales, hacer una programación variada, de calidad y con contenido y que eso perdurara en el tiempo, gracias al tesón y la perseverancia de Mario y Maggie, es ya en sí un aporte inmenso a la vida cultural de una ciudad. Lo que provocó un espacio como el Café del Cerro en esos años fue fundamental para contar una parte de nuestra historia; allí se generó un referente de la cultura chilena en tiempos de dictadura. Edgardo Riquelme está en la misma línea de valoración: -Estar en el Café significaba estar en un lugar importante, porque había espacio para todas las expresiones y dado también el momento histórico. Desde sus visiones actuales, comentan los periodistas David Ponce y Cristián González Farfán: David: El Café del Cerro, sumado a esa especie de pretemporada que fue el Kaffe Ulm, marcó una actualización respecto de su antecedente más directo, las primeras peñas bajo dictadura. Era un espacio abierto a otras músicas, partiendo por el jazz y la fusión, y entonces fue posible ver ahí a bandas numerosas y todas enchufadas, como Congreso o Fulano; acogieron también a cantantes que habían surgido del Canto Nuevo pero que experimentaron luego con cosas más ligadas al rock: Rudy Wiedmaier y Pablo Herrera, como los mejores ejemplos; se abrieron en una tercera instancia a la new wave,
que no solo era distinta sino que desconfiaba del estilo de la canción de protesta previa, como lo tocaron y cantaron Los Prisioneros. Además, fue un enlace notable para asistir a actuaciones de artistas internacionales, en una era previa a la de los megaconciertos de los años 90 y más. Mientras a la televisión chilena de los 80 seguían viniendo figuras más o menos anodinas, por el Café pasaron Leo Masliah y Luis Alberto Spinetta, por citar dos músicos que eran un privilegio para cualquier escenario.
valora justamente esa apertura que tuvo la programación. -El Café del Cerro es una marca que está en la memoria de los chilenos, es una memoria respetada y que logró trascender la diversidad cultural en Chile, cobijó a Los Prisioneros, La Ley, el jazz, Fulano, Congreso, la Isabel Aldunate, Gatti, Felo, Peralta, Schwenke y Nilo. Fue una riqueza muy grande tener siempre un espectáculo para la clase media... en realidad, se cobijaban todas las clases
Tras diez años de trabajo y treinta desde su cierre, lo que queda del Café es más que nostalgia: es valoración de un esfuerzo sostenido y sistemático por mantener en tiempos difíciles un espacio a la vez laboral, cultural y político. Cristián: El Café del Cerro significó harto para mucha gente y, a diferencia de las peñas, independiente de que pudo ser un espacio un poquito más comercial, fue mucho más transversal, porque agrupó muchos estilos artísticos diferentes. Yo hubiese querido escribir un libro sobre este espacio, porque mucha gente nos habló de él, porque fue para muchos un referente cultural. Por su participación en formaciones de diverso orden musical, el percusionista Raúl Aliaga
sociales que estaban contra de la dictadura. Como dice Panchito Sazo [vocalista de Congreso], todos podemos sentarnos en la misma mesa. Y eso es lo que tuvo el Café, la capacidad de armonizar a todos los sectores bajo un prisma que era la cultura. “Había de todo, había salsa, había trasnoche, humor”, dice Jorge Campos. Y es así, porque la variedad incluyó músicas no precisamente contestatarias pero que, por su calidad y sus letras vinculadas a una tradición poético-
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popular latinoamericana, superaban con creces la ramplonería de los productos netamente comerciales que imponía la radio y la televisión. Y en ese sentido, también eran contracultura. Entre estos estilos cabe mencionar el tango y el bolero. Boleros cantó siempre Carmen Prieto. Desde que empezó en el Café, como recuerda. -Fue el lugar de mi despegue... Me catapultó, fue muy importante para mí. El Café fue muy importante como plataforma de los cantores, de los dúos, del humor... Iba como público y me acuerdo de los trasnoches que hacían Felo y su hermano, el Nene. Como a las 2 de la mañana hacían humor después del canto. Fue un foco cultural de los años más duros, muy luminoso, muy importante.
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Del Canto Nuevo a los boleros, del jazz a la música andina, la que tuvo una importante presencia desde sus inicios. Grupos, solistas, cultores, creadores e innovadores en estas formas tradicionales de las naciones quechua y aymara fueron muy seguidos y aplaudidos en el Café. Así lo valoran Osvaldo Torres y José Segovia, Patara. Osvaldo: Fue un espacio un poco más grande, pero mucho más organizado y técnicamente mucho más apto para todos los músicos, por la infraestructura que tenía el Mario y las posibilidades que nos propuso y nos ofreció. Me fui de Chile a fines del 85, y no sé lo que pasa después; puedo hablar de lo que pasaba antes con la música andina. Para la música andina, y lo decían el Huara y otros músicos andinos que pasaron por ahí, el Café del Cerro era
un lugar de prestigio, un lugar de prestigio que daba un plus. Patara: Nosotros éramos felices tocando en los tambos en el Café del Cerro, todo el mundo bailando, bonito. Aunque lo asocia al Canto Nuevo, Marcelo Mendoza aprecia el haber escuchado allí a cantautores albicelestes, junto a otros importantes artistas nacionales que allí se presentaron. -Pude estar en presentaciones de un espectro bastante amplio, y no solo chileno (estuvieron allí Spinetta, Leo Masliah, entre otros), y que dio cobijo a gente nueva por entonces. Puedo decir que fue un aire fundamental para los habitantes de la ciudad. Un punto de encuentro. Un espacio creativo. Un sitio de libertad en la cárcel. Un espacio fundamental para la contracultura en dictadura, tanto para cantautores como para nosotros, el público. Con la vida social y cultural, para qué decir política, restringida, entonces surgieron espacios de gran riqueza como el Café del Cerro, el Trolley, Garage Matucana y una serie de peñas. Le debemos mucho al Café. Refuerza esta visión Marcelo Nilo: -El Café fue un espacio muy especial, muy amplio para la música chilena y cuando no había lugar para ella. No solo para los músicos del Canto Nuevo. Todos los que se atrevieron a ir a tocar al Café tenían la puerta abierta para poder hacerlo.
Quena Velasco, dada su experiencia como mesera, puede tomarle el peso a otros elementos de la variedad, que no radicaban en la música.
que hasta las peñas universitarias eran serias, en el sentido de que había preocupación por el sonido, por la iluminación. No eran chatarra.
-La representación de las comidas, las empanadas, el vino navegado, el cigarro, el griterío, la multitud. Había filas y filas para entrar... una locura el Café. Mario fue súper visionario, porque había desde folclor hasta casi techno. Dio espacio a artistas distintos, desde el humor del Felo, hasta jugárselas por humoristas mujeres; pasando por tener la música chilena representada en distintos pasos: había grupos chilotes, grupos del norte, el Patara, rock. Era muy diverso. Era muy entretenido.
Sergio Pirincho Cárcamo es otro que igualmente valora esa diversidad que él mostraba en su programa de radio Galaxia.
Entretenido y de calidad. Era posible llegar a ojos cerrados al Café. Y no solo los fines de semana, ya que de lunes a jueves la propuesta era igualmente de excelencia artística. Así lo registró Hernán Flaco Robles. -El Café tenía una cosa muy bonita: la gente iba al local a la suerte de la olla, sin saber quién se presentaba, porque sabían que era de calidad. Y como también era conocida la programación, iban los seguidores de los artistas. Tenían una cartelera muy variada, Mario y Maggie. Creo que fue un espacio de encuentro, de creatividad, de poder hacer cosas libremente; por ejemplo, estuvieron Leo Masliah y Pedro y Pablo, los de La marcha de la bronca. El nivel en general -aunque se usaba un concepto que me carga, que es típico chileno, underground-, se mantuvo con responsabilidad, con profesionalismo, con seriedad. Igualmente creo
-Su gran aporte fue dar un espacio en la música a una serie de nuevos intérpretes que se fueron consagrando con el tiempo; pero sobre todo fue un espacio de difusión de pensamiento y de cultura muy importante. Iban muchos poetas, pintores, actores de teatro. Era un centro realmente de comunicación entre los que pensaban diferente con respecto a la dictadura. Eso fue para mí muy importante. Lo que lo diferenció de las peñas fue no ser de cuecas y de tonadas, sino que le dio el espacio a la poesía metafórica, al Canto Nuevo, a nuevos cantautores, nuevos creadores. Eso lo hizo tan especial. Gracias a esa misma diversidad yo pude pasar avisos de todos los otros centros, que eran básicamente peñas, peñas bien folclóricas, que poco a poco se fueron abriendo a lo que era el Canto Nuevo. Y más allá de la música, se abrió también a otras artes, como bien señala Jorge Campos: -Siendo un local bien administrado, daba espacio a todo tipo de música con ciclos, festivales y encuentros. Fue un espacio fundamental en el desarrollo de la movilización cultural de la época. Estábamos por un lado los músicos, pero por otro estaban el Centro
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Danza Espiral, con Patricio Bunster y Joan [Jara], los pintores, oficinas de arquitectura y diseño. Esa diversidad, en todo caso, tuvo límites muy claros, que resaltan los cantautores Luis Le Bert y Hugo Moraga. Luis: No había esa mezcla extraña. O sea, era muy raro que el Pollo Fuentes fuera a cantar al Café del Cerro.
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Hugo: Tengo la idea de que fue el campo de batalla de los músicos contra los cantantes de esmoking. Era una especie de resistencia contra lo que había en el entorno, la televisión... El Café daba la posibilidad de expresar la música sin la parafernalia que había en el medio artístico y sostener la convicción de estar haciendo una música necesaria. La participación que yo tuve nunca la consideré como de importancia, en el sentido de que estábamos sosteniendo un elemento cultural de nuestra idiosincracia, pero realmente ocurría. Ocurría que la gente iba a escuchar cosas que no podía escuchar en otra parte y esas cosas lo mantuvieron vivo a uno. Por lo menos, a mí.
¿Fuente laboral? Sin duda Nacido de la necesidad de crear una instancia de trabajo en tiempos duros, el Café fue una empresa que permaneció casi una década ofreciendo escenario y remuneración a artistas que no tenían muchos lugares donde actuar de forma pagada. Hay que sumar a eso la dignidad de un espacio
con buenas condiciones técnicas y acogedor para el público que los iba a oír. Y también el que tocar en el Café del Cerro, o haberlo hecho, era certificado de calidad: otras puertas se abrían, lo que no era menor. Así lo reconocen Ricardo Meruane, Pedro Villagra, Jorge Campos y Miguel Barriga (Sexual Democracia). Ricardo: Más allá de lo monetario, era una fuente importante de prestigio, porque se podía mostrar cosas más elaboradas; sumado a que había una sinergia con las revistas y diarios de la época, Apsi, Análisis, Cauce, Fortín Mapocho, Hoy. Pedro: Era un espacio bien potente, porque era alternativo. Jorge: Uno se las ingeniaba para llenar la agenda. Yo me acuerdo que hasta acompañé a Schwenke y Nilo, una época, con Jaime Vivanco y el Chino [Vásquez]. Un par de años. Me acuerdo de haber hecho un mes seguido con Schwenke y Nilo, y no sé si con Santiago o Fulano, pero haber estado un mes entero ahí, tocando en el lugar. Miguel: Gracias al Café del Cerro llegamos a la televisión, porque andaban buscando nuevas bandas o nuevas propuestas. Era la cuna donde los productores iban a vernos y nosotros podíamos mostrarnos en buena forma. Era un lugar increíble, increíble. Muy pocos han llegado a esa altura. Donde había esa vibra de poder tocar muy fuerte, muy rockero y con un público sentado que después terminaba de pie. Un público que estaba con muchas ganas de escuchar lo que tú, como artista, querías plantearle.
Jorge González, en plena época del éxito de Los Prisioneros, dejó su testimonio en La Punta del Cerro: “No me parece que haya otro lugar como el Café del Cerro. Creo que todo está muy organizado, y tras este lugar hay gente seria, que hace las cosas con mucha eficacia. Es lo que uno puede esperar de una empresa alternativa. Espero que sigan siendo un lugar tan propio, tan auténtico, como lo han sido hasta ahora”. Más radical es el relato de la experiencia de Pablo Ugarte quien, por su juventud, pasó de tocar en colegios, al escenario profesional del Café. -Fue una plataforma para actuar más allá de los festivales de colegio y era un espacio increíble en medio del oscurantismo reinante. Tocar ante un público distinto al colegial supongo que para mí era un peldaño más arriba y que el Café me dio la oportunidad de ser profesional antes de serlo. Creo que muchos le debemos mucho y que a la distancia uno siempre va estar agradecido de empresarios soñadores que instalaron escenarios en dictadura. Eran tan pocos que, la verdad, era una vitrina invaluable para la época. Alvaro Godoy tiene una triple perspectiva para mirar al Café: como responsable del área de música de La Bicicleta, de público y de artista, ya que él mismo era y es cantautor. -Era el local más profesional que había en el circuito. Había varios, porque eso del apagón cultural es bastante relativo. Era un lugar de encuentro, de
difusión musical, cuatro estrellas para la época. El Café, y antes el Ulm, tenían ese sello que lo hacía distinto, esa cosa profesional que te hacía sentir muy seguro como público o como músico. Fueron los primeros en tener una rigurosidad profesional que lo hacía muy codiciado por los artistas, ya que por su convocatoria llegaban a un público seguro. Como joven consumidor, uno tenía un abanico de ofertas musicales extraordinario, que no existe hoy. Y la gente encontraba un lugar temperado, donde había los tragos que quería, una mesa reservada, excelente sonido. Tenía un sistema sofisticado de sonido, eso no existía en ninguna parte. Los músicos se escuchaban a ellos mismos con el retorno, lo que no existía tampoco en otras partes; podían probar sonido con el sonidista, cosa extraordinaria, en ese tiempo. Esto último lo agradecen todos los artistas. Estas son las palabras de Rudy Wiedmaier: -En lo musical, Mario siempre tuvo una preocupación por un buen sonido. Se notó eso en el Café. Sin embargo, Godoy advierte que esa excelencia tenía una necesaria contrapartida, no siempre comprendida e, incluso, mal interpretada. -Ese profesionalismo significaba que no podías llegar y entrar, que las cosas costaban su precio, que había ciertas normas, que no te dejaban entrar si se llenaba y que Mario a veces, y para qué decir la Maggie, eran bien duros. Esto producía resquemor en la gente. O
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sea, aparecía como un negocio, lo que para algunos lo hacía muy mal mirado. Yo consideraba que eso era súper bueno. Porque había una cultura del no profesionalismo, de las cosas al tuntún, medio hippies, que se confundía con izquierdismo, por decirlo así. Como me tocaba viajar por la revista, veía que en Argentina, por ejemplo, o en Brasil, los shows eran de verdad profesionales, hechos por profesionales. Lo que en Chile no ocurría, salvo por Nuestro Canto, el sello Alerce y el Café del Cerro, que eran instituciones grandes. Y pare de contar. Todo lo demás, tú no sabías si le iban a pagar a los músicos o no, si el sonido iba a resultar... y tú ibas con la guitarrita.
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Ordenada para opinar, la cantactriz Renée Ivonne Figueroa valora cuatro aspectos del Café que lo hacían un interesante espacio laboral. -Estaba ubicado en el atractivo Barrio Bellavista que, en esos años de tanto terror y violencia estatal, la necesidad de la gente de tener alegría y expansión transformó en un centro bohemio y turístico muy visitado, con bares, restaurantes, centros culturales y teatro off. Segundo, cobraban entrada y a los músicos nos daban un porcentaje, cada uno recibía un buen dinero. Tercero, ofrecía infraestructura artística: camarines amplios, escenario con iluminación, mesa de sonido y micrófonos para bandas numerosas, retornos para los músicos y parlantes grandes para el público. Finalmente, su escenario era un espacio libre donde, dentro de nuestro espectáculo, podíamos criticar la dictadura, decir lo que quisiéramos, en forma artística naturalmente, a pesar de que el terror y sus agentes nos cercaban.
Eduardo Gatti remarca que su importancia radicó en darle “espacio y lugar a muchos artistas que, si no fuera por él, su proyección habría sido más difícil”. E Iván Valenzuela habla del cantautor como ejemplo para demostrar la valía de la sala: -Era el escenario, el recinto, que acogía música en vivo y era por lejos, por lejos, el mejor. No había teatros. Gatti habría llenado dieciocho Nescafé de las Artes, pero no existían estructuras así. Entonces, el Café del Cerro subsidiaba esto de manera muy brillante. Me acuerdo perfectamente haber comentado el debut ahí de Profetas y Frenéticos, la banda de Claudio Narea después de Los Prisioneros. Y a la semana siguiente ya estaban en televisión. Era así de obvia la autoridad del Café. Todos querían tocar ahí. Como fascinante describe otra cantactriz, Mariana Prat, la experiencia de estar allí. -No había nada más fascinante que el Café del Cerro. A mí me encantaba trabajar ahí, se ganaba poco, las entradas eran muy baratas, pero no importaba nada. A mí me sirvió mucho de plataforma, porque ellos eran muy generosos. Siempre llamaban allí preguntando por mí y ellos les daban mi teléfono. Gracias a eso tuve muchos trabajos de otros tipos, actuados o cantados. De pocas palabras, pero rotundas, la cantora Catalina Rojas, quien se presentó con y sin el Tío Roberto, pone el énfasis en la posibilidad que dio de un encuentro real con el público.
-Fue un lugar muy importante en los 80, porque uno iba a presentar su trabajo y el público iba a verte. Es decir, iba a ver al artista de turno y eso muy bueno. Era un público que iba a escuchar principalmente. Otras voces de mujer se alzan. La de la cantautora Rosario Salas, quien coincide con Catalina, y la de la intérprete Cecilia Echenique. Rosario: Fue EL espacio importante en la época de la dictadura, para muchas personas y para muchos de nosotros. Ahora es algo tan lejano. Llegó la democracia... todo cambió... Por entonces era el único espacio donde había música de calidad, donde se podía tocar y por eso le iba tan bien a Mario Navarro, el Manolito. Cecilia: No solo fue una fuente de trabajo para todos los músicos disidentes de la dictadura, sino también un espacio de libertad, donde podías cantar lo que quisieras sin reprimirte. Por todo eso, en 1989 Sergio Pirincho Cárcamo escribió en La Punta del Cerro, celebrando el cumpleaños número siete del local: “... Ha sido un lugar de primer orden en la historia, que va más allá de lo meramente musical, en estos tiempos que vivimos y que fueron de características tan especiales y distintas para cada uno de nosotros. Y existe por el justo equilibrio entre lo interior, los deseos de hacer las cosas, y por supuesto, lo económico. Se ha transformado en un espacio de mucho prestigio y que da garantía de calidad”.
La observación de David Ponce amarra el contenido de las declaraciones anteriores, pero con una mirada de más largo plazo, poniendo atención -justamente- al factor temporal. -[Destaco] la persistencia: diez años de música en vivo es una enormidad de tiempo. También el estándar de producción, mirándolo desde ahora: el hecho de que fuera un escenario más consolidado, desde los aspectos técnicos hasta el trabajo de difusión en los medios. Pero más allá de eso, creo que lo más valorable es la voluntad última de instalar un espacio duradero donde ofrecer música en vivo. Tal como es maravilloso que en 1932 haya abierto el Lucerna, en 1949 El Pollo Dorado, en 1951 el Nuria, en 1966 la Carpa de la Reina, en 1969 los conciertos de rock en el Marconi [hoy Nescafé de las Artes], en 1975 la Peña Doña Javiera, en 1977 el Taller Sol, el Café del Cerro es un hito en la historia escénica de la música popular chilena. Yo agradecería cada uno de los cientos o miles de conciertos que debe haber habido allí en esos diez años.
Reconocer su aporte a la cultura ¿Cultura? ¿Contracultura? Sea cual sea el concepto en que se englobe a las expresiones que se dieron cita en el Café, lo cierto es que este cumplió un rol importante como ámbito de acogida a formas de arte que no cabían en la chata idea que la dictadura tuvo al respecto. Este aspecto es transversalmente observado por quienes fueron
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consultados durante la investigación. Pablo Lecaros y Renée Ivonne Figueroa, por ejemplo, no ponen en duda este valor. Pablo: Tuvo un rol importante en nuestro desarrollo artístico. No había mucho donde tocar, vivíamos en una dictadura muy feroz, brutal, que intentó socavar la cultura y el arte por mucho rato; pero el Café fue un bastión que nos permitía expresarnos libremente y con propiedad. Sin duda que hizo falta al cerrar.
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Renée Ivonne: Fue una importante instancia en la contracultura, le dio cabida a diversas tendencias en lo musical, tanto en la música pop como a los vanguardistas. También a teatristas como yo y a humoristas como el Pippo. En lo musical, los más diversos grupos y solistas expresaban su rebelión a través de sus canciones y música, la que precisamente, no era la que sonaba en las radios y no estaba en consonancia con lo que se mostraba en la tele. Para mí era magnífico, podía expresar mis ideas y sentimientos rebeldes. Además, me sentía acompañada, allí encontraba a mis iguales, me reconocía en su música, en sus textos y en su quehacer. Pero ese reconocimiento tiene también elementos que podrían ser considerados limitantes. Hablan Jaime de Aguirre y Pedro Villagra. Jaime: Fue un lugar donde ocurrió la cultura de la resistencia, la contracultura o como la quieras llamar, en el ámbito de la música, principalmente. Pero
fue una especie de ampolleta de 25 watts, como la Peña Doña Javiera o antes el Kaffé Ulm, predecesor del fenómeno del Café del Cerro e inspiración de muchas cosas que ocurrieron después, como el Club de Jazz, etcétera. Porque, evidentemente, tenía un alcance limitado, ya que no era un lugar masivomasivo. Pedro: Dentro de lo que fue el movimiento de la contracultura, viene a caer dentro de la elite. Porque hubo un movimiento contracultural que se dio en las poblaciones, que no alcanzó a llegar al Café del Cerro. De hecho, Sol y Lluvia tocó muy pocas veces porque estaban en otra esfera. Pero ellos fabricaban los afiches, eso era lo divertido. Yo creo que el Mario nunca contaba que los tipos que le fabricaban los afiches al Café del Cerro eran Sol y Lluvia. Y durante muchos años. Porque eran artistas plásticos también, y salían en la noche a pegar, o sea, hacían la pega sucia. Hay muchos matices en esta cosa. Pero el Café era un lugar de elite, con todo lo bueno que tiene eso también. Se equivoca, en todo caso, Pedro en su percepción sobre las veces que Sol y Lluvia se presentó en el Café. Fueron 54 actuaciones entre los años 1983 y 1990. Es decir, pocas menos que Santiago del Nuevo Extremo, que lo hizo 61 veces entre 1983 y 1988. (Así es la memoria, ya lo dijimos). Amaro Labra recuerda que su conjunto tuvo espacio, acogida y manos amigas en el Café: -Tenía un sello especial que lo hacía diferente. Creo que era el ambiente de camaradería y la
manera en que se producía, que era muy buena y exitosa en términos de producir buenos eventos; daba oportunidades a bandas emergentes, hombres y mujeres. Fue una muy buena experiencia en términos culturales y artísticos, un foco para la cultura que se estaba gestando; un espacio amplio y de mucha fuerza, que también necesitábamos. Un espacio cultural muy importante para el desarrollo de la música y las culturas de más de una generación. Estoy seguro que todos y todas quienes tuvimos la oportunidad de estar presentes en su escenario le
cultura y todo eso se conecta universalmente en torno a lo humano. Entonces cabemos todos: artistas, hombres, mujeres, periodistas, estudiantes, narcos, pueblos aborígenes, etcétera. El aporte del Café fue a la cultura artística nacional, porque allí se mostró mucho arte. Todo indica que el gobierno dictador de la época prefirió no acallarlo, porque el precio iba a ser que surgirían nuevas y nuevas manifestaciones. Porque el arte se alimenta de la necesidad absoluta de expresarse, asunto que no es posible acallar. En resumen, fue un gran aporte al desarrollo del canto
El aporte a la vida cultural del Café es innegable tanto para quienes fueron sus artistas como para el público que lo visitó y para la prensa que lo reporteó. Las palabras que aquí se han expresado son un testimonio de ello. recordamos como un acceso amable y diverso en el camino a reunirnos y cantar, construyendo redes liberadoras y conscientes para derrocar dictaduras, lo que agradecemos.
artístico en Chile, y colaboró con muchos artistas para que difundieran su obra y recibieran ingresos por su canto.
Si se habla de contracultura, Eduardo Yáñez dice que no usa esa palabra. Y explica por qué.
Cristina Narea valora, primero, el haber sido un espacio para mostrar arte, en momentos en que los espacios escaseaban y eran necesarios.
-Para mí hay cultura o no la hay. Y la cultura se genera donde hay seres humanos. Cada región, cada tribu, cada país va construyendo eso que llaman
-Ya en sí fue un aporte inmenso a la vida cultural de una ciudad el programar a artistas que, en su mayoría, no estábamos en los medios oficiales,
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hacer una programación variada, de calidad y con contenido, y que eso perdurara en el tiempo, gracias al tesón y la perseverancia de Mario y Maggie. Lo que provocó un espacio como el Café del Cerro en esos años fue fundamental para contar una parte de nuestra historia; allí se generó un referente de la cultura chilena en tiempos de dictadura. El humor fue un componente imprescindible en el Café. Humor crítico, inteligente, alejado de la ramplonería al uso. Ricardo Meruane dice:
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-Fue un espacio fundamental en una época árida y oscura. A pesar de todo, ahí había alegría, solidaridad, complicidad y sobre todo ilusión, esperanza y ganas de cambiarlo todo con entusiasmo, con ideales y con confianza en quienes nos representaban. Todos embriagados y ansiosos con algo que se venía. Desde su Cuba, ha vuelto a Santiago de Chile, pero dice que no es lo mismo sin el Café. Quien lo declara es Carlos Varela. -Fue un templo y un sitio imprescindible para todos los cantautores y poetas en aquellos años. A la hora de contar la historia de las rutas por donde se movía lo mejor de la canción de autor del sur y de Latinoamérica, en los años 80 y principio de los 90, hay que hablar del Café del Cerro y del trabajo de Mario Navarro. Por cosas de la vida y trampas del mercado, el Café fue apagándose hasta desaparecer justo cuando comenzó la moda de las salsotecas por todas partes. He regresado varias veces a Santiago
y ha sido muy bonito, pero nada comparado a los fantásticos recuerdos de aquellos mágicos años que viví gracias a Mario Navarro y al Café del Cerro. También vino de fuera, pero a recuperar el país perdido. Es Eugenio Llona, quien observó y vivió la importancia de este espacio. Habla por él y por el Inti Illimani. -Nosotros llegamos cuando ya estaba establecido, cuando ya había un desarrollo fuerte de la música popular, no solo como un fenómeno político, sino como un sector de trabajo, de penetración de la gente joven, de capacidad de convocatoria pública en un sistema que todavía tenía restricciones serias. En ese contexto, el Café fue uno de los espacios culturales y de crítica al sistema más notables que hubo en el período. Esa es mi impresión. Llegamos allí, porque era la plataforma social donde todo este mundo se juntaba. Y no había muchos más. No había que tener cita ni pauta para entrar rápidamente en alianzas, en conciertos, en contactos y en pasarlo bien, también, en una situación que no era demasiado confortable para mucha gente. Había estrellas como Nito Mestre u otras de ese tipo que venían de fuera, pero también estaban como estrellas del mismo nivel Felo, con cuestiones de humor, o los Sexual Democracia, que incluso le pedían al público que echaran puteadas. Era un menú súper variado y, siendo así, era muy atractivo como lugar. Traer a músicos argentinos, como Mestre y otros, bien pudo ser una estrategia para salir del
paso, como hemos contado, pero se transformó rápidamente en otro plus del local. Es parte de lo que valora el saxofonista Jaime Atenas: -Allí se presentó lo mejor de lo mejor de la época. Una de las presentaciones más bellas que presencié fue la del Flaco Spinetta tocando solo con su guitarra delante de ese mural maravilloso y lleno de historia que había en el escenario. Era un lugar emblemático y no cualquier artista o banda tocaba ahí sin tener una historia musical conocida, por lo tanto, fue un gran reconocimiento a nuestra labor el que nos consideraran en su programación. De hecho, el lanzamiento de nuestro único disco Sobre cordeles y bisagras (1990) lo hicimos ahí en dos funciones y cuando el Café lanzó un casete de las bandas que se habían presentado en la sala nos incluyeron en el volumen. También participamos en festivales organizados por el Café junto a bandas como Al Sur, Fulano, Trifusión, Macondo y otras. Nacía un movimiento importante de bandas ligadas al jazz fusión y para nosotros fue un privilegio ser parte de él.
Más allá del arte y de la cultura La hermosa y potente frase que la cantante Norma Medina dejó en el muro de Facebook del Café, quizá resuma un sentimiento común: “Fue la Vicaría de la Solidaridad de los music@s. Un espacio de libertad en la oscura noche dictatorial”. Otra intérprete que también encuentra en una
metáfora histórica su forma de ver al Café es Renée Ivonne Figueroa, quien dice desde Alemania: -No sé si Mario, en ese tiempo, tenía conciencia de que el Café era un ‘espacio de creación de la cultura tanto para los contemporáneos como para los que vendrán’; un importante espacio que reunía a la Resistencia, a los Maquis culturales. Fue un lugar de generación de la Nueva Música, que aún está en nuestra memoria e imaginación, en nuestra añoranza de artistas que tuvimos un sitio donde expresar nuestro legado: el amor a nuestro arte. La periodista Patricia Moscoso suma su voz para armar este caleidoscopio. -Sin duda fue un lugar de resistencia y una caja de resonancia que posibilitó el afiatamiento de algunos intérpretes, sumado a la existencia de La Bicicleta, a lo que ya se había avanzado con la Agrupación Cultural Universitaria (ACU) y al incipiente movimiento estudiantil. El Café formaba parte de un nodo importante en el desarrollo de las protestas contra la dictadura, que tuvieron su punto más alto en 1983. Fue un referente para los y las artistas contestatarios al régimen militar que necesitaban un escenario; un lugar emblemático, un refugio tanto para creadores como para sus seguidores. Visto en la perspectiva del tiempo, fue el espacio para una generación que no habíamos vivido el auge de las peñas, en los años 70, y que buscábamos otro tipo de expresión a la que nos estaba llegando a través de los medios oficiales.
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Eugenio Llona dejó correr la pluma, literariamente en La Punta del Cerro, para describir qué le provocaba el Café: “La primera vez que vine a Chile, una de las tantas veces en que Pinochet ‘cayó’, ésta en 1983, me contaron que el Barrio Bellavista era un bastión duro. Y que el Café del Cerro era un epicentro de movidas turbias, transgresoras, o sea, sospechosamente democrático. Por algo lo habían tratado de quemar cuatro veces, que ‘ellos’ soñaban con verlo en llamas, que, de reojo, tipos dudosos lo maldecían desde la esquina”.
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Ya no está para entregar su testimonio de forma directa, pero Nelson Schwenke (fallecido en junio de 2012), del dúo valdiviano Schwenke y Nilo, respondió así en el blog Canto Nuevo a la pregunta de cómo era pasar de un espacio pequeño, como el Café, al Teatro Caupolicán, con motivo de la celebración de los 30 años del Canto Nuevo. “El Café del Cerro, Rincón de Azócar, Café [sic] Ulm, Casona de San Isidro, la Kamarundi, etc. no eran espacios pequeños. Eran inmensos espacios donde cabía todo el dolor de un pueblo que tuvo que rearmarse desde las cenizas. Donde se formó a toda una generación que nunca supo de política, de derechos humanos, de valores universales y que tuvo en esos espacios la posibilidad de aprender a vivir sin odio ni resentimientos”. Su compañero de ruta, Marcelo Nilo, agrega, en este caso en forma directa para esta investigación:
-Fue un espacio colectivo de resistencia y fue perseguido, censurado y atacado por eso. Más de una vez hubo que suspender conciertos por ataques incendiarios, avisos de bomba, etcétera. En la lucha abierta, pública contra la dictadura, sin duda pudo haber aspectos negativos, roces, desacuerdos; pero lo que me queda, es lo que juntos construimos en el Café y en el país. Fuimos resistencia a la dictadura, fuimos voz de los sin voz. Hoy diríamos algo así como dimos la cara. Estuvimos a la altura de lo que nuestro pueblo necesitaba de sus artistas en ese tiempo, denunciando todas las atrocidades que cometieron las Fuerzas Armadas y sus cómplices civiles. Esa decisión y entrega, creo, la historia tendrá que reconocerla algún día. Para Hugo Moraga el aspecto político de la gestión del local fue “sumamente importante”. -Porque toda la gente que estuvo ahí mantuvo vivo algo que siempre se pensó en eliminar. Y el hecho de que existiera el Café impidió que aquello ocurriera. Probablemente otros boliches no hubieran tenido la capacidad de sostener eso por sí mismos. Igual era una red, pero me parece que el Café fue la punta de lanza en esta especie de marcha del canto chileno; no me imagino cuál habrá sido la preocupación que haya tenido la División de Cultura, o lo que hubiera habido en ese momento; pero me da la impresión de que sí hubo una preocupación justamente por el logro que significaba ese lugar. Era un centro cultural. Alrededor suyo hubo montón de actividades: arriba estaba el Espiral, había salas de ensayo. Todo eso
ayudó a sostener una idea más libre de lo que hace el canto popular.
realidad con los sueños”. Sus esperanzados deseos cayeron en saco roto...
Otro gran cantautor, Eduardo Gatti, involucra al público en lo que a la expresión política se refiere.
Claudia Baratini piensa que “fue fundamental en la lucha contra la dictadura” y que sus dueños eran “unos valientes”, por lo que tiene “un gran respeto por lo que ellos hicieron”. Miguel Tapia coincide:
-Manejó su programación en una forma muy inteligente, al borde de los límites permitidos en esa época; pero sin caer en lo obvio y arriesgar su clausura. Creo que la sensatez de sus artistas y la transversalidad de su público también ayudó mucho a ello. Significó un espacio de libertad en el cual pude dar a conocer mis, en esa época, nuevas canciones sin presiones de ningún tipo. Todo mi repertorio clásico fue en su momento estrenado en el Café y muchas otras canciones también. Ana María Foxley, periodista quien en esos años cubría el sector de cultura para la revista Hoy, reporteó y redactó numerosos artículos sobre el local. En la revista La Punta del Cerro, con motivo del aniversario número siete del Café, dejó estampadas las siguientes palabras: “El empuje, profesionalismo y trabajo esforzado de Mario y Maggie y el apoyo de muchos colaboradores y amigos transformaron al Café en un espacio democrático, de respeto a la libertad de creación y expresión, y de tolerancia a la diversidad creativa. Confío que, en democracia, no solo se robustecerá, sino que ampliará su radio de actividad y difusión, siempre haciendo confluir, confrontarse y dialogar la cultura del exilio con la del interior, la alta cultura con la cultura popular, y la
-Siento mucha admiración por el trabajo que hizo Mario, bien atrevido en la época que nos tocó vivir de dictadura. Tuvieron deseos de hacer cambios, de aportar con un grano de arena a cambiar este país y a generar una voz de disconformidad a lo que estaba pasando. Fue fundamental en la época, le dio la oportunidad a un movimiento social, cultural, de mostrar su trabajo en una época muy difícil, muy complicada, de represión militar. Había que tener cojones para mantener un espacio así, para difundir el pensamiento disidente de mucha gente, de muchos músicos. Fue un espacio de arte y de cultura necesario, fundamental, en esos momentos de dictadura; un espacio contra el sistema que se estaba instaurando en ese momento. Mario y Maggie lograron eso: un lugar que luchaba culturalmente contra la dictadura, donde se podían desarrollar las voces disidentes. Lograron tener un lugar donde la gente, los artistas, los músicos se podían expresar y tenía un tremendo público cautivo que sabía que eso estaba sucediendo ahí. Jaime Atenas también comparte ese pensamiento: -Se sabe que fue un espacio de resistencia cultural. Albergó a una generación de jóvenes que crecimos
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con el régimen militar. Muchos de ellos y ellas iban a escuchar música, beber unos tragos, pero también a desahogarse con cánticos y gritos en contra de Pinochet, como el famoso ‘y va a caer’. Y eso era lo mágico del Café, que todos los que estábamos en la sala éramos contestatarios y expresábamos nuestro sentir con respecto a lo que estábamos viviendo en lo político como país. Muy vinculado a Chile, Emilio López, cantautor uruguayo, mira al Café en el contexto latinoamericano:
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-Hoy, a la distancia, sigo viéndolo como un faro en una noche muy oscura que se cernía en Sudamérica -Chile, Uruguay, Argentina-. En una noche oscura, opaca, difícil, peligrosa, triste... esa luz era fundamental, fue fundamental: alumbraba a los movimientos contestatarios. Después, por suerte, se produjo la vuelta a la democracia y a la libertad ciudadana y popular, a pesar de todas las dificultades que tenemos. Otra de las importantes figuras del humor de la época, Juan Carlos Meléndez, pasó por diferentes espacios, no solo contestatarios, lo que queda de manifiesto en este testimonio. -Fue tan importante en la lucha contra la dictadura, tan fuerte lo que provocó, que se generaron espacios para hacerle la competencia desde el otro lado. En esa época, Chile Films organizó un grupo de nuevos talentos, el Semillero, donde estaban Rodolfo Navech, Pablo
Bravo. A mí me invitaron y fui... pero me di cuenta de que todos eran fashion... Tuvimos una reunión con un tipo que abiertamente nos habló de opacar al Canto Nuevo con estos talentos jóvenes. Me ofrecieron grandes sumas de dinero para integrarme, incluso manejar mi carrera. Yo no entré ahí. Muchos de ellos salieron en la franja del Sí. Cuando me invitaron de la Casa de Canto, caí en la trampa de que se abría otro lugar. Pero cuando empezaron a llegar personas que eran declaradamente militaristas... Y todo ese movimiento creció a raíz del éxito del Café del Cerro. Estaban desesperados. La gente de Dinacos quería opacar este movimiento a costa de cualquier cosa. Varios jóvenes entraron en ese circuito que duró menos que un Candy, nada. El Café del Cerro fue una manera de combatir la dictadura a través del arte, del pensamiento, sin tener que andar tirando piedras ni exponerse en las manifestaciones, y las protestas en el cordón periférico que costaron vidas... En el triunfo del NO están esas vidas. En todo ese camino al NO, el Café del Cerro tuvo una injerencia muy importante, porque todos los que participamos en él estuvimos en las actividades con las que se fue construyendo esta oposición. Y fue relevante el aporte de la cultura y los artistas. El proceso fue duro. Y el humor cumplió un rol fundamental. Nostalgia de la época del Café... yo creo que para los que participamos allí -y que todavía estamos vigentes- fue un lugar con gente seria, con oficio. Como alguien que trabajó por hartos años allí y de manera comprometida, Víctor Hugo Romo
tiene un pensamiento diverso a los anteriores. Y, claro, lo expresa en forma poética. -Desde un punto de vista estrictamente político, creo que no fue una trinchera de resistencia cultural. Es más, si lo hubiese intentado se habría tenido que llamar Instituto Bertold Brecht, haberse llenado de artistas e intelectuales anarco, punk izquierdistas y, por cierto, lo hubiesen cerrado. El Café del Cerro está más cerca de haber sido la máxima expresión de una estrategia (consciente o no) de sobrevivencia, de la idea de ‘normalizar’, de mediatizar todo; especialmente aquello que estaba outside: el canto popular, la risa, la rebeldía, el genuino festejo o júbilo de vivir, la posibilidad de celebrar la noche. Fue, de algún modo, la oportunidad de hacer compatible la lucha contra la dictadura con la fiesta de vivir, cantar, re-encontrarse, para volver a reír y consumir sin culpas. Fue el ‘carrete inteligente’, por así decirlo. Su existencia ayudó a tener un lugar de expansión, más leve, menos cargado políticamente, para una gran masa de artistas que estaba inserto en la lucha dura y concreta contra Pinochet. Fue un punto de encuentro, una ‘boca’ geográfica; la entrada del río de agua dulce al inmenso mar salado; el ascensor (el funicular) para subir a respirar a la superficie (la cumbre) antes de volver a bajar y seguir trabajando en el subterráneo, la vida de todos los días. En las antípodas, es decir desde el lugar de quien solo conoce al Café de oídas, por menciones durante su trabajo de rescate del mundo de las peñas, entre otras fuentes, habla Cristián González Farfán:
-Investigamos en lugares importantes para la resistencia cultural, como las peñas. Obviamente el Café del Cerro representó exactamente lo mismo: una búsqueda de los artistas por encontrar una fuente laboral, un espacio donde poder expresarse y, sobre todo, subvertir el orden establecido, que era la dictadura. Sin embargo, había muy poca información. Siempre me pregunté por qué había ese vacío en relación a lo que sucedió en las décadas del 70 y de 80. Ni siquiera los referentes de la Nueva Canción Chilena reconocían a los artistas que aquí estuvieron. Siendo Chile un país con tanto déficit de memoria, es súper oportuno rescatar esos espacios independientes que no tuvimos la oportunidad de conocer. Todo lo que escribimos lo hicimos a través de los testimonios de los entrevistados. Por eso nos sentimos un poco pioneros, en el sentido de haber escrito sobre estos lugares de resistencia cultural que no estaban en ningún libro, porque la historia oficial se ha encargado permanentemente de aplastarlos. Nuestra cultura occidental se basa mucho en lo que dejamos como testimonio escrito. Más allá de que no hayamos vivido esos espacios, siento que es muy necesario preservar la memoria de este país a través de lo escrito. Lo que quedó testimoniado en el libro va a ser una historia oficial, porque va a estar escrito; aunque igual va a ser siempre la historia de los ‘nadie’, de los que lucharon desde el anonimato.
Nunca nada es tan perfecto Así como hay aplausos cerrados, a la hora de valorar también hay matices. Como los
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que aparecen en estos testimonios de Rudy Wiedmaier, Quena Velasco, Carlos Meckenburg y Luis Pippo Guzmán, que plantean cosas diferentes entre sí, dejando lanzada la bola para pensar. Porque, así como hay verdad en quienes aplauden, estas opiniones también contienen realidad. Rudy: Al principio veía un espacio que me gustaba, que me encantaba, que era bonito, buen sonido, bueno para tocar, empezó a ir gente. En un
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trataba a los artistas. Se va produciendo un proceso natural de, no sé si llamarlo desgaste, un ciclo que se cumple. Quena: En ese tiempo yo empecé a trabajar también en la Casa de la Mujer La Morada. Y, claro, fui de las feministas radicales y me encontraba con este mundo del Café que lo encontraba bien masculino, bien machista. Súper machista, no bien machista. También tuve cercanía con muchas amigas mías que asumieron su lesbianismo. Así es que encontraba
Como lugar abierto a todo público y dada la cobertura de prensa, al Café también llegaban personas atraídas por la fama del lugar y otras no afines a las ideas que allí se manifestaban. Pero la mayoría iba buscando exactamente lo que encontraban: contracultura. momento me llamaban harto. Después, me empezó a molestar la taquilla: los conocidos y los que quieren ser conocidos. Para mí fue una metáfora y un mapa de todo lo que ocurrió en la transición cultural de Chile. Se fue prefigurando, formado ahí un tejido de relaciones culturales, políticas, económicas, de conveniencias, de negocios. Se banalizó... Ya no era fácil encontrar una fecha; apareció el pop chileno -que no era malo, yo vi a Los Prisioneros ahí-, y se amplió. Buenos recuerdos, en general. Solo señalo que, efectivamente, había una jerarquía en cómo se
que, dentro de todo, a pesar de todo, este era un espacio súper cartucho y súper duro. Entonces, a veces tuve algunos encontrones. Felizmente, yo creo que el mundo ha cambiado bastante y ese mundo que era tan dogmático, machista, estructurado, creo que ha cambiado. Un poco por lo menos. Carlos: Al principio, iban curiosos, a muchos les importaba un carajo la música; iban como cualquiera va a un pub. Pero las bandas y solistas llevaban a su propio público, que era respetuoso.
Los recitales de Gatti eran una maravilla. Era su público y su lugar ideal... Pero también fueron Los Prisioneros y ellos no representaban nada del ideario de esos años. Héroes para mí Santiago del Nuevo Extremo, Rudy Wiedmaier, Abril, Fulano, ¡¡esos crearon un culto!! y su debut fue allá. Con el tiempo costaba entrar. Se puso snob, era como la moda y la época más linda se perdió. Hubo un tiempo con grandes grupos, un público lindo y respetuoso, pero eso no duró mucho. Después era moda, estaba caro. Desde el 89 en adelante. Decayó cuando con el Plebiscito todos creyeron que bastaba. No nos dimos cuenta en el momento. Igual, hay que darle gracias a los dioses porque existió y Mario con la Maggie, deberían ser premiados. Pippo: Fue un centro cultural muy grande. Ahí, ensayaba Espiral, De Kiruza, Congreso, Arak Pacha, Fulano. Tú veías todo eso y escuchabas música por todos lados, ¿cómo no te ibas a llenar de cosas? A eso yo lo llamo un gran centro cultural. En las épocas finales del Café, cuando empezaron a venir muchos argentinos, se fue transformando ... ya no era el Café donde uno iba a cantar una canción no más. Era mucho más. Íbamos a actuar a Concepción y el estadio se llenaba porque veníamos desde el Café del Cerro... Pero, nunca creí que mis canciones podrían seguir existiendo o escucharse hoy y cada uno tuvo ese miedo. Y fue también el gran error de Mario: no fuimos más allá, porque pensamos ‘¿cómo vamos a cantar las canciones nuestras si ya estábamos en democracia?’.
El ayer, el hoy, el quizá Hay quienes piensan que se cumplió un ciclo en 1992. Que las cosas habían cambiado y las necesidades de expansión eran otras. No es lo que opina David Ponce, para quien el Café no debió haber cerrado. -Habría seguido siendo un éxito. Porque algo que quedó demostrado en los diez años de funcionamiento, me parece, es la sensibilidad de quienes manejaban el lugar para conectarse con la evolución del público. Esas mentes despiertas y abiertas podrían haber seguido en los años 90. Y sería posible fantasear que ese escenario del segundo piso del club Varadero habría estado, por ejemplo, disponible para todas las bandas de un rock chileno que permaneció en el underground durante casi toda la primera mitad de esa década, antes de que la industria disquera les prestara atención. Y entonces habrían tocado ahí Santos Dumont, Anachena, Parkinson, Los Peores de Chile, Los Miserables, BBs Paranoicos, Machuca, y más adelante La Floripondio, Lucybell, Malcorazón, Ludwig Band. El mismo escenario habría podido abrirse al rap, desde Los Marginales a La Pozze Latina. Y habría seguido habiendo lugar para los herederos de esa trova fogueada en dictadura: Francisco Villa, Manuel Huerta, Alameda, Napalé, y el trasnoche con Flopy y Felo, por qué no. Así como surgieron escenarios que se consolidaron en los años noventa -La Batuta y La Rockola-, no cuesta trabajo pensar que Mario Navarro y Marjorie Kusch hubieran podido estar muy al día también con las escenas de esos años.
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También Quena Velasco quisiera que el Café existiera: -Sería tan agradable que hubiera un lugar como el Café del Cerro; quizá podría ser más chiquito, pero que representara una síntesis de todo lo que fue. Cuando ha habido homenajes al Café me encanta, encuentro que vibra uno y vibran también los jóvenes. Un espacio de cultura maravilloso, de música, de cariño, de energía. Todo bien. Como los procesos musicales hoy son tan globales, Carlos Varela puede opinar desde la isla:
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-Hoy, más que nunca, con la epidemia de mal gusto que azota el mercado de la música deberían existir muchos sitios como el Café del Cerro. Y Jaime de Aguirre retoma la noción de contracultura y la combina con la de innovación. -Realmente lamento que no haya prosperado, perdurado, quizá con otras características, adaptándose a los nuevos tiempos. Un lugar así no es posible encontrar hoy. No existe, quizá en provincias. Era un espacio muy innovador y esa es otra cosa que se reconoce poco. Te encontrabas con gente de muy diverso tipo. Eso lo hizo muy valioso y lo hace muy valioso en el tiempo. Estábamos envueltos, ni más ni menos que en la contracultura, en la otra música, en la vereda del frente, porque no estábamos conformes con lo que ocurría y nos salían música, notas, palabras, poesías o lo que fuere... Por eso hay que encontrar la manera de preservar la memoria de
aquello, no porque seamos nostálgicos, no solamente por eso. Los países tienen el deber de rescatar la memoria de cosas importantes que ocurrieron y el Café del Cerro sin duda es importante. Lo que hicieron allí Mario y la Maggie... y creo que ni siquiera se dieron cuenta, ni nos dimos cuenta, en el minuto, de en lo que estábamos envueltos. Sus palabras son confirmadas por Mario y Maggie. Mario: estábamos tan inmiscuidos ahí dentro que no cachábamos tanto lo que pasaba, veíamos que salíamos acá, que salíamos allá, que llegábamos, todo un cuento ... pero con el tiempo hemos ido tomando conciencia de lo que hicimos... Esos homenajes en Providencia, en Peñalolén, nos dejaron impactados. ¡Cómo tanto! Esto de que gente se interese en hacer su tesis en periodismo o de música en el Café. Que todo el mundo lo conozca. ‘Yo no fui nunca, pero siempre escuché hablar’, nos dicen los que llegan a nuestro restaurante La Luna, en Punta Arenas... Maggie: ... ven la muralla con recuerdos del Café, empiezan a sacarles fotos y les pregunto ‘¿por qué tú que eres tan joven lo conoces?’. ‘Es que mi papá, mi tío, no sé quién, me habló de él’. Un gran cariño. Un gran recuerdo. Este libro es también eso. Un gran recuerdo, una forma de hacer justicia. Lo decía al comienzo: la realidad es líquida y los estados de ánimo colectivos e individuales han estado en permanente cambio. Quizá si en este comienzo de 2022 empezara de nuevo la ronda de entrevistas
habría más esperanza que desánimo, más sueño que queja. Pero así son las cosas y no es posible mirar todo lo que el Café fue sin pensar en todo el silencio que cayó después sobre él y sus artistas. Tampoco ha sido fácil este tiempo posterior para las nuevas generaciones de músicos, menos aún en pandemia. No ha habido para ellos un espacio con las características integrativas que tuvo el Café. Internet es una ventana efectiva. Pero sin la retroalimentación y la calidez del espectáculo en vivo. Hay en esta investigación nostalgia, es cierto. Pero también la voluntad de sistematizar una experiencia y un tiempo. De extraer del día a día una estructura que explique el éxito del momento
y la persistencia del recuerdo. También -esto fue apareciendo a medida del avance en la búsqueda de datos, personas, notas de prensa- este libro intenta mostrar parte del panorama musical de los 80 que tuvo expresión en esa sala. No puedo poner fin a este tomo sin reconocer que la investigación contó, en el tercio final de su desarrollo, con un aporte del Fondo de la Música del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Y la escritura y publicación del libro, así como lo fue el propio Café, han sido sostenidas básicamente -desde el punto de vista económico tanto como desde el afectivo- por la sociedad matrimonial y de gestión de Mario y Maggie.
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maggie y mario
Nada de lo anterior sería posible sin la pareja de gestores que lo concibió y gestionó. Conocemos diez años de su vida. Ahora echaremos un vistazo al antes y al después. Maggie
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Como ella dice, nace en la lluviosa Valdivia durante una primavera. Primera hija de Eliana y Erich, se adelantó por poco a Suzy, Ximena y Mauricio, quienes llegaron tan seguidos que solo recuerda en calidad de guagua a su hermano. A mediados de los 60, su padre -contador primero de la Corvi (Corporación de la Vivienda) y luego de Corhabit (Corporación de Servicios Habitacionales, una de las instituciones estatales que luego dieron origen al Serviu)- es trasladado a Antofagasta y, a fines de la década, a Santiago. Llegan a la capital a inaugurar una población de funcionarios en Las Rejas y comienza una etapa feliz de su vida con colegios cercanos para todos
los hermanos, muchos amigos y un sector amable donde crecer. En el colegio es muy buena alumna y muestra capacidad de liderazgo. En septiembre de 1973 su padre es despedido y deben dejar la casa. Durante el año que sigue viven en Ñuñoa, en la Villa Frei, y cruzan la ciudad completa para llegar al colegio. En la mañana los lleva Erich, y en la tarde Maggie reúne a los hermanos para volver en micro. Una gran responsabilidad que se mantendrá durante el tiempo bajo distintas formas. Se cambian nuevamente y ella va al Liceo 7 de Niñas, en Providencia. No le gusta el ambiente del colegio ni el del barrio. La vida se hace más dura al separarse los padres, lo que acrecienta la importancia de su rol como hermana mayor. Nuevos cambios: egresa de enseñanza media y entra al Inacap, a estudiar Administración Hotelera, donde recupera “la niña que había sido”, como declara, y donde conoce a Nadia Navarro. Su madre sale al mundo laboral y la existencia empieza a acomodar las fichas para la llegada al futuro.
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Una rápida mirada a las vidas de quienes levantaron a pulso un espacio que marcó años, época e hizo historia. Momentos significativos. Personas queridas. Apenas un vistazo a lo que hubo antes y lo que vino después.
Mario
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No nace en Punta Arenas sino en Valparaíso, donde vivía su familia en la llamada República Independiente de Playa Ancha. Es el menor de la familia y le preceden Nadia y Nahir. Su madre, Carmen, es profesora normalista; su padre Mario es oficial de la Marina Mercante y, por su trabajo, pocos años después de nacer Mario, regresa a Punta Arenas, su tierra natal. Son los comienzos de la década del 60. Llega el éxito económico. En la infancia, todos van a escuelas públicas, pero luego Mario es matriculado en el colegio San José, de los curas Salesianos, donde demuestra sus capacidad de organización y liderazgo, siendo dirigente estudiantil por elección de sus compañeros. El esquí adquiere importancia para él y sus dos hermanas. Participan activamente en el Club Andino, donde Mario padre era dirigente, y compiten en diversos niveles de dicho deporte, incluso en el extranjero.
Durante los años del colegio está cerca de su madre, quien lo ayuda con las tareas; mientras que la pesca, el camping y, más tarde, la organización de iniciativas culturales lo vinculan al padre. Septiembre del 73 también marca para la familia un antes y un después. Mario padre es detenido y permanece en esa situación por tres meses. El golpe los distancia y provoca un quiebre con amigos de la familia y propios, debido a las diferencias de pensamiento y valores. Sin una clara vocación profesional, ingresa a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Los padres también se vienen a Santiago y la familia se reúne, ya que las hermanas están en la capital estudiando arquitectura. Como mochilero recorre toda Sudamérica. Luego viaja a Suecia a ver a su hermana Nahir que ha debido partir y vive allá con su marido y sus dos pequeños hijos. La ocasión le permite mochilear por Europa.
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Arriba: Maggie en familia
Abajo: Mario en el colegio (Archivo Navarro / Kusch).
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Arriba: Matrimonio civil; Maggie con Martina y Emiliano Al medio: Maggie, Martina y Eliana; Con Martina y Emiliano; Santiago del Nuevo Extremo, Carlos Necochea y Mario Navarro con Mercedes Sosa Abajo: Papás y hermanas de Mario; Paulina Krebbs, Eduardo Gatti con Emiliano y Martina; Martina y Emiliano (Archivo Navarro / Kusch).
En la universidad, se vincula al mundo de la música contestataria y comienza lo que sería luego su trabajo: la producción musical. Sus padres se separan y Nadia se cambia de Arquitectura a Administración Hotelera en Inacap, donde conoce a Marjorie Kusch. Se hacen amigas y se abre el futuro en conjunto para Mario y Maggie. La vida después del Café Cerrados el Café y Varadero, la pareja vive en Pirque, a una pequeña parcela donde reciben a Martina, la primera hija. En 1995 deciden abandonar Santiago y se instalan en Punta Arenas. Un año después llega Emiliano. Comienzan nuevas aventuras gastronómicas. Arriendan un local e instalan La Luna. Rompen esquemas en cuanto a decorar con colores fuertes, vivos, y sacar las cortinas para permitir que desde la calle se vea el interior del restaurante. Ponen la carta en la calle, para que todos sepan qué se cocina y cuánto cuesta consumirlo. Maggie atiende mesas, Mario se preocupa de la barra y las cuentas. Fue duro, pero lentamente se hacen conocidos y exitosos. Compran y remodelan un nuevo lugar donde hasta ahora está La Luna: en la misma calle O’Higgins, pleno centro de la ciudad.
No abandonan el otro espacio, donde ponen un restaurante especializado en pastas, el O sole mío. Lo cierran y abren el primer peruano de Punta Arenas, con un chef que había estudiado en Perú. Después, un sushi al lado de La Luna, igualmente el primero de la ciudad. Instalan La Cantina Estadio, cuya especialidad era el fútbol. Pantalla gigante. Lámparas-pelotas de fútbol. ¿El piso? Césped. Caricaturas del mundo de ese deporte. Camisetas y bufandas de los equipos. Muy alabado. Un golazo. Pero lo abandonan. Paralelamente, en 2014, a la vuelta de La Luna abren La Perla del Estrecho, club regionalista y republicano donde celebran tres Cumbres Guachaca y donde hacen realidad un mito urbano: el pollito al velador (plato para dos, servido en un modificado modelo de velador) con el que consiguen atención nacional. Hoy La Perla es administrada por arrendatarios que han seguido manteniendo el concepto. Y Mario y Maggie han encontrado en sus hijos, profesionales del área, Martina (titulada en Administración Gastronómica Internacional) y Emiliano (ingeniero comercial), quienes les sigan los pasos en el único restaurante que administran, La Luna... por ahora.
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Arriba: Citro patiperra; Marcelo Nilo y Joan Jara; caricaturas de Luis Ojeda (Artegatoloco) Al medio: Con Víctor Hugo Romo; con Claudio Pajarito Araya, Ismael Durán y el músico argentino Luis Chomitz Abajo: Patricio Manns y Alejandra Lastra; con Ernesto Cardenal; con Giorgio Jackson (Archivo Navarro / Kusch).
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Arriba: Patricio Manns; Dióscoro Rojas en La Perla; con Claudio Narea y Miguel Tapia Al medio: Santiago de Nuevo Extremo en Punta Arenas; Mario y Maggie; Dióscoro Rojas en La Luna con Emiliano Navarro, Mario, Maggie y Arturo Castillo Abajo: Gabriel Boric en La Luna; Jorge Baradit con Mario y Maggie; con Sergio Bravo (Archivo Navarro / Kusch).
Gracias totales por su generosa colaboración a: ANTONIO KADIMA ZAMORA
Archivo Memorias de la Resistencia Taller Sol 1973-1990 ARTURO LEÓN DÍAZ
Jefe de Planta y Publicaciones Grupo Copesa CECILIA ASTUDILLO ROJAS
Jefa Archivo de Música Biblioteca Nacional de Chile Servicio Nacional del Patrimonio Cultural DANTE ANGELO GONZÁLEZ
Centro de Documentación Roberto Montandón Área Gestión de la Información Consejo de Monumentos Nacionales - Servicio Nacional del Patrimonio Cultural GEMMINA ISABEL RAMÍREZ
Bibliotecaria Centro de Documentación e Informaciones CDI Grupo Copesa ISABEL AVELÍN SOLÍS
Encargada Atención de Público Unidad de Coordinación Archivo Nacional de la Administración Servicio Nacional del Patrimonio Cultural NICOL COCCIO MUÑOZ
Bibliotecaria Documentalista Archivo Fotográfico y Audiovisual Biblioteca Nacional de Chile Servicio Nacional del Patrimonio Cultural
SEBASTIÁN HERNÁNDEZ REYES
Productor Corporación Cultural de Peñalolén SOLEDAD ABARCA DE LA FUENTE
Jefa Archivo Fotográfico y Audiovisual Biblioteca Nacional de Chile Servicio Nacional del Patrimonio Cultural Por sus fotografías a Antonio Ríos, Bárbara Hayes, Catalina Rojas, Cristián Rosemary, Esteban Cabezas, Hermann Mondaca, Isabel Lipthay, José Luis Gutiérrez, Roberto Abarca, Roberto Lecaros, Rodrigo Bazaes y Rodrigo Pincheira. Por su colaboración especial a Camila Amoyao, Franca Monteverde, Jorge Montealegre, Marcelo Morales, Nancy Morris, Odette Magnet, Rebeca Araya y Rigoberto Carvajal. Por sus magníficas historietas hechas con amistad para este libro, a Guillo y Hervi. Por todo el amor puesto en este proyecto, a Ximena Milosevic, Ana María Baraona, Clara Pérez, Mario Navarro y Maggie Kusch. Y a todas y todos quienes colaboraron con sus recuerdos, testimonios y opiniones.
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referencias Fuentes vivas Acevedo, Nano. Cantautor, fundador de la Peña Doña Javiera. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 14.03.2021. Albarracín, Julio. Profesor en la Universidad de Santiago de Chile. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Aliaga, Raúl. Músico, cofundador de Trifusión. Integrante de Fulano y Congreso, entre otras bandas. Premio Altazor 2006, en Ejecución Musical. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por escrito. 29.04.2021. Entrevista telefónica. 23.11.21. Altamirano, Anita. Profesora y voluntaria en hospital de niños con cáncer. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Arias, Eduardo. Contador auditor, cultor de la cueca. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Atenas, Jaime. Músico. Fundador del Ensamble Jazz-Fusión, del Cuarteto Latinoamericano de Saxofones y del dúo Rocoto. Integrante de Congreso. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por escrito. 09.08.2021. Baltar, Amelita. Intérprete de tangos. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensajes de voz desde Argentina. 05.11.2021. Balladares Saavedra, Marcela. Traductora de inglés, estudiante de Derecho. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Barattini, Claudia. Gestora cultural. Creadora y responsable de la Librería del Cerro. Ex ministra presidenta del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 08.08.2021 Barriga, Miguel. Cantautor, fundador de la banda Sexual Democracia. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 03.03.2021. Bazaes, Rodrigo. Director de cine y televisión, director de arte. Entrevista por correo electrónico. Respuesta por mensaje escrito. 23.11.2021. Bennett Ballacey, Carlos. Poeta. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Blanco, Natalia. Masoterapeuta y microempresaria. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Bravo, Sergio. Actor, guionista, consultor creativo, fundador del Teatro Aleph. Entrevistas por Whatsapps. Respuestas por mensajes escritos. 30.09.2021 / 23.10.2021. Bustos, Cristián. Periodista. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Calderón, Luis. Imprentero en los 80. Entrevistado por Messenger. Respuestas por mensaje escrito. 18.09.2021.
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López, Emilio. Cantautor uruguayo. Entrevistado por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 08.08.2021. López, Mario. Diseñador gráfico y fotógrafo. Entrevista presencial. 03.10.2018. López, Virginia. Secretaria Sonus; primera secretaria del Café del Cerro. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 29.11.2021. Llona, Eugenio. Periodista, poeta, ex representante de Inti Illimani. Entrevista presencial. 17.06.2019. Marincovich, Rosa. Profesora de Educación Musical. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Masliah, Leo. Cantautor, compositor, pianista y escritor uruguayo. Premios Gardel (Argentina), Premio Morosoli, a la trayectoria (Uruguay). Entrevista por correo electrónico. Respuestas escritas. 14.05.2019. Meckenburg, Carlos. Productor, vecino del Café del Cerro. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje escrito. 08.03.2021. Medina, Norma. Cantante. Testimonio por Facebook. 29.12.2021. Meléndez, Juan Carlos (Palta). Comediante y humorista. Entrevista presencial. 11.10.2018. Mendoza, Marcelo. Periodista, escritor, Doctor en Sociología. Entrevista por Messenger. Respuestas por mensaje escrito. 16.03.2021. Meneses, Jaime. Ex gerente de Amigos del Arte. Entrevista presencial. 20.06.2019. Mercado Valencia, Francisco. Traductor y gestor cultural (Ancud). Testimonio escrito por Messenger. 21.06.2021. Meruane, Ricardo. Humorista y comediante. Entrevistado por Whatsapps. Respuestas por mensaje escrito. 08.03.2021. Mestre, Nito. Cantautor argentino, fundador de Sui Géneris y de Los Desconocidos de Siempre. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por mensaje de voz desde Argentina. 17.10.2018. Miranda Cordero, Jaime Alfonso. Dramaturgo. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Miranda Espinoza, Cristina. Administrativa contable. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Monteverde, Franca. Psicopedagoga, viuda de Nelson Schwenke. Entrevista por correo electrónico. Respuesta por mensaje escrito. 24.03.2021. Moraga, Hugo. Cantautor. Entrevista presencial. 14.11.2015. Morris, Nancy. Socióloga. Académica en Universidad de Temple. Filadelfia. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Moscoso, Patricia. Periodista, gestora cultural, editora. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por mensaje escrito. 30.03.2021. Muñoz Bravo, Sara Ximena. Estudiante de actuación teatral en Universidad de Chile. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Narea, Claudio. Músico, guitarrista, compositor, productor, fundador de Los Prisioneros, Profetas y Frenéticos y Los Indicados; fundador y primer presidente de la Asociación de Trabajadores del Rock. Entrevista presencial. 25.01.2020. Entrevista por Zoom. 02.08.2021. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de texto. 08.12.2021. Narea, Cristina. Cantautora. Entrevistada por correo electrónico. Respuestas por escrito desde España. 15.03.2021.
Navarro, Mario. Empresario gastronómico, productor y socio de Marjorie Kusch. Entrevistas presenciales: 10.12.2018 / 11.12.2018/ 15.12.2018 / 06.09.2021 / Entrevistas por Whatsapps: comunicación constante. Entrevistas por Zoom: 12.07.2021 / 23.11.2021. Nazer, Jorge, manager uruguayo. Entrevistado por Whatsapps. Respuestas por mensaje de texto desde Montevideo. 08.08.2021. Necochea, Carlos. Músico, periodista, productor, socio fundador del sello Alerce, consultor en Comunicaciones. Entrevista presencial. 16.10.2018. Nilo, Marcelo. Músico, compositor, fundador del dúo Schwenke y Nilo. Ex decano de la Facultad de Artes de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Entrevista presencial. 10.12.2018. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por escrito. 10.08.2020. O’Ryan, Jaime. Periodista, fotógrafo, músico y fundador de Filmocentro. Entrevistas por Messenger. Respuestas por mensajes escritos. 4.10.2021 / 7.10.2021. Orellana, Nélida. Periodista. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Ortiz Arroyo, Alejandro (Jano Reggae). Músico. Técnico de Nivel Superior en Planificación y Gestión Local Participativa. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Osorio Duque, Gonzalo. Ingeniero. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Palma, Raúl. Actor. Entrevista presencial. 24.10.2017. Parra Orrego, Ángel. Músico, guitarrista, integrante de Los Tres (1988 y 2014), y líder de su grupo de jazz Ángel Parra Trío. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 25.08.2021 / 26.08.2021. Peralta, Eduardo. Cantautor, trovador, payador. Caballero de las Artes y las Letras (Francia). Entrevista presencial. 29.09.2021. Pérez, Juan Carlos. Cantautor, fundador del grupo Cantierra, profesor de guitarra y coros. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por mensaje escrito. 16.05.2021. Pinilla Espina, Jaime Iván, informático. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Ponce, David, periodista especializado en música chilena. Creador y conductor del programa Altavoz. Integrante de Nuestro Canto. Entrevista por correo electrónico. Respuesta por mensaje escrito. 03.09. 2021. Prat, Mariana. Cantactriz. Entrevista por Zoom. 09.11.2020. Prieto, Carmen. Cantante, bolerista, actriz. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 16.10.2018. Quilodrán, Andrés. Músico. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Ramírez Gaete, María Paulina. Empleada bancaria. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Ramírez, Daniel. Filósofo y músico. Doctor en Ética y Filosofía Política por la Universidad de París-Sorbona. Entrevista presencial. 11.12.2018. Rayen, Nena. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Redolés, Mauricio. Músico y poeta; Bachiller en Sociología. Premios Altazor por sus discos Cachai, Reolé? (2009) y One, two, tres, cuatro (2014). Entrevista por Messenger. Respuestas por mensaje de voz. 22.12.2021. Richards, Jorge Andrés. Periodista. Testimonio por Facebook. 09.06.2014.
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Riquelme, Edgardo. Músico y arreglador. Fundador de los grupos Cometa y Al Sur. Entrevista por Messenger. Respuestas recibidas por fotos de mensajes manuscritos. 21.03.2021. Rivera Loyola, Laura Adriana. Educadora de Párvulos. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Rivera, María. Artesana. entrevistada por Messenger. Respuestas por mensaje escrito. 21.06.2021. Robles, Hernán (Flaco). Actor, comediante. Entrevistas por Zoom. 25.02.2021 / 07.03.2021. Rock, Chikisnay. Músico. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Rodríguez, Doris. Ex integrante del grupo Palomar y profesora de Artes Visuales. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 06.08.2021. Rojas Ledermann, Verónica. Grabadora, tallerista en Café del Cerro. Académica Facultad de Artes Universidad de Chile. Entrevista telefónica. 29.12.2021. Rojas, Catalina. Cantora popular. Entrevista por Messenger. Respuestas por mensaje escrito. 21.06.2020. Rojas, Mario. Músico, escritor, cantautor e investigador. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensajes de texto y voz. 20.04.2021. Rojas, Osvaldo (Shakespeare). Diseñador gráfico. Autor de los murales del Kaffe Ulm, del Café del Cerro y de La Crisis Moral. Entrevista presencial. 12.06.2019. Romero Ulloa, Roddy. Sello Munimusic, publicista. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Romo, Víctor Hugo. Poeta y productor. Staff original del Café del Cerro. Director de La Punta del Cerro. Entrevista presencial. 24.10.2017. Ruiz, Marisol Andrea. Manualidades. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Salas Cerón, Verónica. Florista. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Salas Rozas, Pamela Angélica. Asistente Social. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Salas, Rosario. Cantautora, gestora cultural. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 18.10.2018. Santibáñez Kusch, Sofía José. Audiovisualista y productora de eventos. Testimonio por Messenger. 13.11.2021. Sedaca, Mauricio. Diseñador gráfico, tallerista en Café del Cerro. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Segovia, José (Patara). Cultor y estudioso del folclore aymara, artesano en totora, gestor cultural. Entrevista presencial. 11.12.2018. Segovia, Rosario. Cantautora. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Sepúlveda, Reinaldo. Director de televisión y cine. Entrevista por Messenger. Respuestas por mensaje escrito. 24.11.2021. Shields, Nelda. Terapeuta. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Simonetti, Gloria. Intérprete de música popular internacional, baladista. Entrevista por Messenger. Respuestas por escrito. 24.10.2017. Soiza, Hugo. Comunicador social. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Solís, Patricia. Profesora. Integrante del staff del Café del Cerro y administradora de Varadero. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 03.12.2021. Stuardo Rosales, José Antonio. Gerente comercial. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Tapia Margott, Mario, Cirujano Dentista. Testimonio por Facebook. 15.03.2021.
Tapia, Miguel. Músico, fundador de Los Prisioneros. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensaje de voz. 09.08.2021. Torres, Osvaldo. Músico, poeta, estudioso de la cultura aymara y fundador del grupo Illapu. Entrevista presencial. 16.12.2018. Ugarte, Pablo. Cantautor, fundador de Generaciones y UPA! Entrevistado por Whatsapps. Respuestas por mensaje de texto. 07.08.2021. Valdiviezo, Andrés. Músico, cantautor. Entrevista por Messenger. Respuestas por escrito. 09.05.2020. Valencia, María Inés. Ejecutiva de ventas. Testimonio por Facebook. 09.06.2014. Valenzuela, Iván. Periodista y crítico musical. Entrevista presencial. 11.12.2018. Varela, Carlos. Cantautor. Integrante de la Nueva Trova Cubana. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por escrito desde Cuba. 23.06.2020. Velasco, Eugenia (Quena). Staff del Café del Cerro. Historiadora del Arte. Entrevista por Messenger. Respuestas por mensajes de voz. 01.04.2021. Venegas, Jorge. Cantautor. Formó parte de los grupos Semilla y Transporte Urbano. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por mensaje escrito. 03.04.2021. Verdugo, Hernán (Nene). Humorista. Hermano de Felo. Entrevista por Whatsapps. Respuestas por mensajes de voz. 21.11.2021. Verdugo, Rodrigo. Poeta. Testimonio por Facebook. 15.03.2021. Villagra, Pedro. Músico, compositor, fundador de Santiago del Nuevo Extremo y de la Pedro Band. Entrevista presencial y grupal. 11.12.2018. Entrevista por correo electrónico. Respuestas por mensaje escrito. 13.04.2021. Wiederhold, Marina. Artesana. Entrevistada por Messenger Respuestas por mensaje escrito. 21.06.2021. Wiedmaier, Rudy. Cantautor y luthier. Entrevista presencial. 14.11.2015. Yáñez, Eduardo. Cantautor, poeta. Entrevistado por Messenger. Respuestas por mensaje escrito. 15.03.2021. Zapata Retamales, Rossana. Emprendedora. Testimonio por Facebook. 15.03.2021.
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María Eugenia Meza Basaure estudió Derecho y Ciencias de la Religión en la Universidad de Chile. Dirección de Cine, Estética y Periodismo en la Universidad Católica y se tituló como tal en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. En 1979 empezó a ejercer la crítica de cine y el periodismo en El Mercurio de Santiago, para continuar en Las Últimas Noticias, Radio Cooperativa, revistas Ercilla, Paula y La Bicicleta. En todos esos años su interés fue la música alternativa, especialmente el Canto Nuevo, el teatro callejero y la cultura no oficial. Ejerció la docencia en las universidades de Chile, Bolivariana y Andrés Bello. En 1990 asumió el rol de editora de Cultura y Espectáculos en el diario La Nación, donde creó el suplemento A Tablero Vuelto. Luego de dirigir Radio Tierra, inició su labor de editora en los ámbitos de cultura, trabajo y género para editoriales, organismos internacionales y gubernamentales. Fue Coordinadora de Difusión y Formación en la Cineteca Nacional de Chile y desde 2021 es parte del equipo responsable de la revista de cine digital Primer Plano.