nosotros, los de antes
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Contradiciendo la conocida frase de nosotros los de antes ya no somos los mismos, podemos asegurar que nosotros SÍ seguimos siendo los mismos: los mismos ilusos y soñadores de siempre; los que amanecimos con Allende y despertamos con Pinochet. La generación bisagra que aprendió a golpes, pero que ha sabido enseñar con amor; la generación inmortal, que sobrevivió al horror sin dejar de sonreír. Somos los mismos constructores de sueños y esperanzas; emprendedores con capital y riesgo propios; apostadores de la vida, cuando la muerte nos rondaba el domicilio; equilibristas en el difícil arte de ser personas sin pasar por encima de los demás. Eternos rastreadores de la ternura, capaces de descubrirla y acogerla donde esté, ya sea en los aplausos a un artista al que queremos, en la sonrisa de un niño perdido en una playa de Punta Arenas o en la punta más alta del Morro de Arica.
A fin de cuentas, todo y nada ha cambiado, para nosotros, los mismos de ayer. Hablar del Café del Cerro ha sido -y será por mucho tiempo- una manera de reconectarnos, de apretar el botón correcto: el de la memoria que nos hace distinguir a nuestros iguales entre tantos diferentes; que nos ayuda a reconocernos en la calle, en una fiesta familiar donde, de la nada, llega alguien y te dice “sí, yo también fui al Café del Cerro alguna vez”, o encontrarte en un concierto con un artista famoso que nos pregunta “¿Te acordás querido Mario, te acordás querida Marjorie, lo que fue nuestra lujosa pasada por el Café?”. Y acto seguido se canta una canción donde la palabra luz se repite tantas veces, que hasta la oscuridad se queda vacía, porque hace de la noche un nuevo día. Con Marjorie Kusch, mi querida socia y compañera de toda la vida, la única palabra que nos surge con fuerza en las primeras páginas de este libro que cuenta esta parte central de nuestra historia, es gracias.