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THOUGHT LEADERS

From time to time, here and there, political mouths open to preach lies. The United States and Colombia are old friends, fl esh and blood, they repeat as a mantra of hemispheric politics. However, nobody makes it clear that this friendship is only in appearance, and only between governments, not people. It is a friendship of convenience and opportunity. In politics there are, if at all, allies or partners, never friends.

If friendship were real, if Colombia’s interests were truly important, episodes like the recent surrender of Dairo Antonio ‘Otoniel’ Usuga, one more among many high-ranking criminals who, upon leaving, left Colombia deceived, hurt, skeptical... would not occur.

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The man will no longer have the opportunity to cite names of military and politicians, or facts, or anything hidden by paramilitary activity, where he was a general. Nothing. Total silence in the presence of an ocean of victims fi lled with pain and drained of their tears.

Everything he says can be used against him, but in secret, so nothing that links him to the political and economic classes ‘Otoniel’ made pacts with, associated with and defended.

The U.S. government only cares about the political impact of announcing that they have Latin American drug lords in their jails. They do not care about the 100,000 Americans who die every year from drug use.

The Colombian government, for its part, is motivated by a pat on the back, never genuine praise, the satisfaction of feeling that Washington has put its indulgences on every president in offi ce.

They do not dare to think that, the U.S. government does not care about a single one of the 100,000 lives taken by psychotropic drugs, much less does it care about the tears, the pain, the tragedy of the thousands of Latin Americans killed in a war that frames the world of drug traffi cking.

And yet, at least in our situation, it is assumed that exactly 200 years of bilateral relations should lead to a better deal, to true friendship.

With the extradition of ‘Otoniel,’ the United States was full of praise for the Colombian authorities because he was arrested. No one referred to the fact that the detainee surrendered voluntarily and peacefully.

But why so much recognition? It is as if they were force fed a pill that the world had to swallow, whether it wanted to or not.

In scenarios like this, it is easy to infer that the United States is interested in something more than catching a criminal. What? Perhaps facilities to install military bases from where to watch over Venezuelan oil? It could be…

Oil has been the engine of the most recent wars. In light of the conditions set by Venezuela to sell its crude oil to Washington, it is licit to think, based on experience, that the way is to get its hands on it, at any price. A price that, of course, could imply, without exaggeration, a Colombian-Venezuelan war that could allow the occupation of the Orinoco strip, full of oil, gas and other minerals.

Who would defend Venezuela? No one. Russia, almost in ruins, thousands and thousands of miles away, is not on the list. Neither is Iran. Nicaragua, Cuba and Bolivia? Ha.

To keep up appearances, Colombia would talk about doing a favor to a friend like Washington. Friendship is a powerful reason. But, in the scenario of Colombia and the United States, considering the situation with ‘Otoniel’, among dozen others, it is worth asking: friends of what?

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(*) Orlando Gamboa is a Colombian journalist, writer and political scientist with media experience in the United

De tanto en tanto, aquí y allá, se abren las bocotas políticas para predicar la mentira. Estados Unidos y Colombia son viejos amigos, uña y carne, repiten como mantra de la política hemisférica.

Pero nadie aclara que esa amistad es solo de apariencia, y solo entre los gobiernos. No entre los pueblos. Es una amistad de conveniencia. Un simple compadrazgo de oportunidad. En política hay, si acaso, aliados, o socios; jamás, amigos.

Si la amistad fuera real, si en verdad interesaran los intereses de Colombia, no ocurrirían episodios como el reciente de la entrega de Dairo Antonio ‘Otoniel’ Úsuga, uno más entre muchos criminales de alto vuelo que, al irse, han dejado a Colombia engañada, adolorida, escéptica…

El hombre ya no tendrá oportunidad de citar ni nombres de militares y políticos ni hechos ni nada de todo lo oculto que deja la actividad paramilitar, de la que él fue un general. Nada. Silencio total ante un océano de víctimas henchidas de dolor y vaciadas de lágrimas.

Todo lo que diga podrá ser usado en su contra, pero en secreto, para que no trascienda nada que vincule a las castas políticas y económicas con las que ‘Otoniel’ pactó, se asoció y a las que defendió.

A los gobiernos de Estados Unidos solo les importa el benefi cio del impacto político de anunciar que tiene en sus cárceles a capos del narcotráfi co latinoamericano. Les tienen sin el menor cuidado los 100.000 estadounidenses que perecen cada año por consumir drogas.

A los gobiernos colombianos, por su parte, les mueve el disfrute del golpecito en la espalda, el elogio nunca sincero, la satisfacción de sentir que Washington ha puesto sus complacencias en cada presidente de turno.

No se atreven a pensar en que, si al gobierno de Estados Unidos no le inquieta una sola de las 100.000 vidas arrebatadas por los psicotrópicos, mucho menos le importan las lágrimas, el dolor, la tragedia de los miles de latinoamericanos caídos en la guerra que enmarca el mundo del narcotráfi co.

Y eso que, al menos en el caso nuestro, se supone que 200 años exactos de relaciones bilaterales deberían dar para un mejor trato, para una verdadera amistad.

Con la extradición de ‘Otoniel’, Estados Unidos se deshizo en elogios para las autoridades colombianas, porque fue arrestado. Nadie se refi rió a que el detenido se entregó voluntaria y pacífi camente.

Pero ¿por qué tanto reconocimiento? Es como si estuvieran dorando una píldora que el mundo deberá tragar, quiera o no.

En casos así es fácil inferir que a Estados Unidos le interesa algo más que la captura de un delincuente. Pero ¿qué? ¿Quizás facilidades para instalar bases militares desde donde cuidar, mirando por el rabillo del ojo, el petróleo venezolano? Podría ser…

El petróleo ha sido el motor de las guerras más recientes. Ante las condiciones fi jadas por Venezuela para vender su crudo a Washington, es lícito pensar, con base en la experiencia, que el camino es echarle mano, al precio que sea. Precio que, por supuesto, podría implicar, sin exagerar, una guerra colombo-venezolana que pueda permitir la ocupación de, digamos, la franja del Orinoco, repleta, como está, de petróleo, gas y otros minerales.

Como en el caso de Ucrania, Estados Unidos no daría la cara, pero pondría su billetera para prestar todos los dólares necesarios en forma de armas. Obvio, el cobro viene después, con intereses de agio. ¿Quién defendería a Venezuela? Nadie. Rusia, casi en la ruina, a miles y miles de millas de distancia, no fi gura en la lista. Tampoco Irán. Menos India. ¿Nicaragua, Cuba y Bolivia? Ja.

Para no perder las apariencias, Colombia hablaría de hacerle un favor a un amigo como Washington. La amistad es una razón poderosa.

Pero, en el caso de Colombia y Estados Unidos, a juzgar por el caso de ‘Otoniel’, sin contar decenas de otros más, cabe preguntar: ¿amigos de qué?

(*) Periodista, escritor y politólogo colombiano con experiencia en medios de comunicación de Estados Unidos, Colombia y Ecuador.

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