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HISTORIAS REALES EL VUELO 819: UN DUELO COLECTIVO
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Elizabeth Franck
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“Nadie me dijo jamás que el duelo se siente como el miedo”(C.S. Lewis)
Una densa y espesa neblina impidió que el piloto del vuelo 819 aterrizara en su destino. Soy una de los casi 200 pasajeros, incluida la tripulación, que esa noche sobrevolamos la Ciudad de Tijuana con pensamientos extremos. Tres intentos de aterrizaje fallido sobre la pista y el anuncio desde la “cabina de pilotos” me pusieron nerviosa: “Como pudieron notar, la poca visibilidad de la pista nos impide aterrizar en Tijuana, tenemos escasez de combustible por lo que volaremos al puerto de rescate más próximo en cuanto nos den salida en la torre de control, gracias por su comprensión”.
El duelo colectivo dio inicio: “debí venirme en camión aunque tardara más” –exclamó una señora que venía dos filas detrás de mí. “Me bajo en cuanto aterricemos, esto es una señal y debo hacerle caso” –comentó otra, con cierta resignación en las palabras.
Cuarenta y cinco minutos más tarde aterrizábamos en Mexicali sin ningún contratiempo. Sin embargo, la espera duró más de los quince minutos que estimaba el piloto. Una pasajera llamó a las oficinas de la aerolínea para reclamar que le impidieron bajar del avión. Argumentaba que estaba enferma de diabetes y que si algo le pasaba, haría responsable al piloto y a los sobrecargos. Estaba viviendo ya la etapa de la ira, queriendo encontrar un culpable de la situación que enfrentábamos.
Mientras permanecíamos inquietos en el avión, los comentarios aledaños se tornaban cada vez más angustiantes: “Debemos agradecer que estamos vivos” dijo un señor que se santiguaba cada vez que “cabina de pilotos” lanzaba un nuevo aviso. Un joven de gorra le contestó: “Sí, porque no sé si se enteraron, pero hace unos días hubo un accidente en Turquía donde se cayó un avión y todos los pasajeros murieron”. Empezábamos a rodar una película donde también se incluían sonidos especiales. Algunos ¡Dios mío! se hicieron presentes. Una mujer de cabello plateado y lacio me volteó a ver con la expresión de terror en el rostro. Yo sólo le sonreí, no podía hacer otra cosa en ese momento.
Otro anuncio de “cabina de pilotos” nos hizo guardar el más absoluto silencio “Regresaremos a Tijuana y lo intentaremos de nuevo. Les pedimos paciencia y comprensión” –repitió el hombre. Media hora después y dos intentos más de aterrizaje fallido hicieron que yo también elaborara mi duelo personal y entonces empecé a hacer un CHEK IN intensivo de mi vida.
No puedo negar que la muerte está presente todos los días, pero esa noche se sentó a mi lado en ese avión y, entonces, elaboré mi duelo porque no pude llegar a casa a abrazar a mi esposo. Más tarde en el aeropuerto de Hermosillo, a donde nos mandaron para esperar a que las condiciones climatológicas nos favorecieran, me enteré que hubo pasajeros quienes elaboraron un duelo porque no pudieron llegar a tiempo a los quince años de su sobrina o a despedir a su padre moribundo. La señora de cabello cano y ojos grandes no llegó a la boda de su hija y, el Señor Ramiro, quien iba sentado junto a mí, no pudo asistir al cumpleaños de su primo Juan en San Diego. Otro de los pasajeros hacía cuentas en su calculadora convirtiendo los pesos a dólares para saber qué monto había perdido en la venta que no pudo concretar, pues su cliente se la declinó.
Esa madrugada el aeropuerto de Hermosillo parecía zona de desastre. Fueron ocho los aviones que aterrizaron en tierra sonorense y otros siete fueron mandados a otros puertos de rescate a esperar que la niebla desapareciera de la pista. No puedo describir la dimensión de lo ocurrido, sólo puedo decir que fueron alrededor de 3 mil pasajeros elaborando un duelo colectivo. Esperamos nueve horas más para aterrizar en Tijuana, cerrar el telón y que se escucharan los aplausos