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HISTORIA DE UN FINAL FELIZ
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Quién me iba a decir que conocería a mi padre después de cincuenta y dos años. Siempre tuve esa ilusión y nunca la había abandonado. Pero el miedo a lo desconocido estuvo siempre presente y me impedía iniciar esa anhelada búsqueda. Me enteré de que él existía pasados los treinta años, digamos que esto fue por circunstancias del destino. Mi vida contaba con una historia incompleta, oculta y desconocida. Hasta hace poco, no sabia que tenía una familia colombiana.
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Todo sucedió de repente. Cuando le conté a mi amiga Adriana esta historia, ella me preguntó por los pocos datos que yo conocía, que eran el nombre y la localidad de dónde era mi padre. Ella a su vez se los envió a Alba Luz, una colombiana y audaz “investigadora” por así decirlo. Pasaron unos días y una tarde estaba yo en el hospital acompañando a mi madre, quien estaba ingresada, aquejada de un problema de salud, cuando sonó mi teléfono y la pantalla se iluminó con el nombre de Alba. Entonces, todas mis alarmas se activaron, ¿lo había encontrado?
La respuesta no se hizo esperar. ¡Sí! Había encontrado a mi padre y la siguiente sorpresa es que él y sus hijos andaban por mucho tiempo en mi búsqueda también. Alba fue una intermediaria divina, estuvo emocionada en el transcurso de nuestra conversación. No podíamos parar de reír y de llorar al mismo tiempo. De no tener la más mínima idea de mi procedencia paterna, en apenas dos horas contaba con padre, abuelos, tías y cinco hermanos.
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Esta historia parece un guion de película, y en cierto modo lo es: el guion de la película de mi vida. Con la primera persona que hablé fue con mi hermano Nico. Estaba muy feliz de haberme encontrado y me envió fotos del resto de la familia. Acordamos mantener una videoconferencia con mi papá en las próximas dos horas.
Yo estaba muy nerviosa esperando el momento anhelado de ver a mi padre por primera vez. Cuando sonó el teléfono y se produjo nuestro encuentro, en mi rostro y en mi corazón se perfiló una sonrisa de felicidad indescriptible. Las primeras palabras que escuché de mi papá fueron: Ya me puedo morir tranquilo, pues te encontré... Luego, nos contamos lo que había pasado en nuestras vidas en todos estos años.
Mi padre encontró en mis rasgos el parentesco familiar, al mismo tiempo que decía que me parezco a mi tía Marina, quien ya falleció.
Fue fascinante descubrir que recordaba todos los detalles, incluso la dirección donde vivíamos. Recordamos ambos lo acontecido en nuestras vidas, el tiempo que hemos pasado separados físicamente, aunque unidos por un hilo invisible que ambos corazones establecieron sin saberlo.
Lo cierto es que, si no llegamos a realizar el movimiento de búsqueda con Alba, ellos no hubieran podido encontrarme. Sin los mismos apellidos, ni la localidad, transcurridos más de cincuenta años, literalmente era imposible que dieran con mi paradero.
La vida es una sorpresa constante. Haber vivido una experiencia semejante, me hace volver a creer en los finales felices. Gracias papá por buscarme y no rendirte. Gracias a mí también por mantener la ilusión a pesar de las dificultades. Gracias Alba por hacerlo posible.
Muchos Problemas De Salud
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