Revista Cultura de VeracruZ 99

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REVISTA DE LITERATURA CONTEMPORANEA

Consejo Editorial Director

Raúl Hernández Viveros

Edgar Aguilar, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Marco Antonio Acosta, Mario Calderón, Celina Márquez, Mauro Mamani-Macedo, Omar Piña, Silvia Tomasa Rivera, Vicente Francisco Torres, Juan Ventura Sandoval. Ejemplar: $50.00, suscripción: 500 pesos. En el extranjero Dls. 30 €

Subdirector Alberto Hernández Vásquez Administrador Mario Hernández Vázquez REVISTA Cultura de VeracruZ, Año XX, No. 99, Septiembre / Octubre 2016, es una publicación bimestral. www.nuevaepoca.blogspot.com / culturadeveracruz@yahoo.com.mx Editor responsable: Alberto Hernández Vásquez. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo 04-2010081613030000-102, ISSN, en trámite. Licitud de Título: (en trámite). Número de Licitud de Contenido (en trámite). Impresa por Ediciones Cultura de VeracruZ, Altamirano No. 35, Col. Centro, C.P. 91000, Xalapa, Ver. Este número se terminó de imprimir el 26 de Octubre de 2016, con un tiraje de 1000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.

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2 Mario Heredia Hasta vampiros nos volvimos 6 Gabriela Hernández Aproximación a Mario Heredia 10 Guillermo Landa A la memoria de doña Isaura Fernández 14 A mi queridísimo amigo y colega Sergio Pitol Demeneghi 16 Adán Echeverría Narraciones: instrucciones para discutir con tu novia 19 Edgar Aguilar Mi abuelo no era calvo

C o m p o s i c i ó n :

22 Carlos Roberto Morán Volar en círculos, de John Le Carré, y comentarios anteriores sobre: Una verdad delicada y Un traidor como los nuestros.

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Mario Heredia

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Hasta vampiros nos volvimos2 -Soy muy feliz por haber servido para algo. ¡Oh, Dios¡ -exclamó de pronto incorporándose penosamente, para señalarme-. Solo por esto merece la pena morir. ¡Vean, vean¡ Bram Stoker

Pues

así empezaron las cosas. Todo como siempre por el hambre. Nosotros caminábamos de día y de noche, y nos parábamos hasta que el cansancio nos vencía. No queríamos que a mi general se le metiera la cosa de irnos a buscar y colgarnos por traidores. Y fue entonces, una

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(Orizaba, Veracruz, 1961) Ha publicado los libros de cuentos Los trece círculos del caracol (1993), A dos tintas (1997) y Un bosque muerto (2003), las novelas Memoria de mis huesos (1999), Estas celdas que soy (2000), Las Sagradas noches (2003), La otra cara del tiempo (2009), Las Machincuepas de Silvestre y su pierna biónica (2011) y La Santa imagen de Lucía Méndez (2014) y los libros de poemas Los espíritus de la música (Colección El Ala del Tigre, UNAM, 1999), El éxtasis violeta de Arthur Cravan (Traducción al portugués de Paulo Ferraz. Mantis editores, 2014) y Titanic (Traducción al inglés de Laurence Schimel, 2015) Obtuvo el Concurso Nacional de Cuento “Edmundo Valadés”, del Premio Nacional de Cuento “Agustín Yáñez”, del Premio Internacional de Novela “Sergio Galindo” y del Premio Internacional de Narrativa “Ignacio Manuel Altamirano”. Imparte el taller de narrativa en el Fondo de Cultura Económica en Guadalajara desde hace seis años y el taller de novela en la SOGEM. 2 Del libro no publicado De amores y de Monstruos. Premio Nacional de Cuento Agustín Yánez 2006. Cultura de VeracruZ

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mañana, cuando vimos a los zopilotes volando en círculos, a lo lejos, entre los huisaches, bajo un sol coronado por un aro de calor que iba subiendo con lentitud sobre el cielo de un azul muy despintado. Nuestros cabellos brillaban de sudor y teníamos la boca cubierta de espuma, las caras todas empolvadas, con grietas. Era mayo y nosotros habíamos decidido desertar. No habíamos sido los primeros, o eso habíamos pensado al principio; muchos, como nosotros, al ver caer a sus compañeros enfermos de diarreas, fiebres de cuarenta y cinco y vómito negro, y más que nada, no verle fin a ese camino, habían esperado a la mañana para salir corriendo rumbo a las montañas. Porque nuestras marchas eso sí, eran siempre de noche. De comer no quedaba más que alguna ardilla, una hierba y todos, aunque no había quedado así como que mucho en nuestras casas, empezamos a extrañar. A esos hay que dejarlos que se mueran solos, decía mi general Torres; para qué gastar balas con traidores y maricas. Al acercarnos a los huisaches tuvimos miedo de que fuera uno de nosotros a quien le estuvieran bailando esas aves apestosas. Pero ahí estaba el presentimiento, como un augurio muy negro, como un castigo y sí, así era, los cuerpos de Poncho Jiménez y Genaro Encizo tiesos como de pasta, mostrando sus dientes amarillos llenos de risa. Ahí estaban, los dos completitos pero bien tiesos, y lo más raro es que los zopilotes a la vuelta y vuelta y no bajaban a comérselos. No te acerques, me dijo Pancho; si estos bichos no se los quieren comer es que deben estar infectados de algo. Pero yo que me le acerco y les miro ahí, en el cuello dos agujeros. Un animal grande, eso es seguro, dijo Pancho; un animal que solo quería la sangre. Pero lo que más me impresionó fueron sus ojos, no parecían de muerto, sino de vivo, y traté de cerrárselos para que no se los comiera el sol, para que no los deslumbrara tanto, pero no se dejaron. Déjalos que ya están muerto me gritó Pancho. Déjame, le contesté; que me dan mucha pena. Y después Septiembre / Octubre 2016

que se me ocurre rezarles algo, digo, si no los íbamos a enterrar pues aunque sea rezarles algo y al empezar con el Salve, pues pareció que se movían los muertitos y ahí sí mejor nos fuimos corriendo, sintiendo escalofríos y sin dejarles las cruces que pensaba ponerles en el pecho. Una noche, después de que nos despertó el general como todas las noches, antes de emprender la marcha, al formarnos para el dizque rancho, nos habíamos dado cuenta que de los cuarenta y siete que éramos, solo quedábamos cuarenta y cinco. El Rata e Ismael habían huido. Después desaparecieron el bizco y Leodegario, y así, poco a poco, siempre de dos en dos huían para el monte. Y mi general con la misma cantaleta: ni para qué buscarlos, que se mueran solitos. Ah, mi general Torres y mi teniente, ellos parecía que no pasaban hambre, ni ojerosos ni nada, bien rellenitos igual que los dos cabos que eran como sus sombras, siempre juntito a ellos y bien prietos. Seguimos el camino y al poco rato, antes de oscurecer, ahí estaba otro círculo de zopilotes que tampoco bajaban; otra congoja, otra premonición de que seríamos los que seguían. Los cuerpos del Rata y Leodegario estaban igual que el del Poncho y Genaro, con los puros agujeros en el cuello y todo lo demás como si nada más estuvieran durmiendo, y le pregunté al Pancho: ¿de dónde tan cristianas estas bestias que hasta respetan las posturas? Y nos miramos como no queriendo que una idea muy enredosa se nos metiera en la cabeza. Mi general Torres, el teniente y los dos cabos nos habían levantado en la hacienda de San Felipe, allá en el último pozo de agua que se podía tomar con cierta decencia. Y nos habían convencido a los cuarenta y tres, alrededor de una fogata, con que nos íbamos a hacer ricos además de servir a la patria y a Dios, que ellos eran los únicos sobrevivientes del batallón más valiente de la Cristiada, y que nos estaban dando la oportunidad de pertenecer a él. No tardaron en convencernos, y por qué iban a tardar, si solo 3

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había agua en ese pinche pueblo. Y ahí salimos después de despedirnos de nuestras mujeres y nuestros escuincles, que de tan pobres y desesperanzados y huesudos no sabíamos si estaban vivos o muertos, y salimos con nuestros machetes bien afilados, eso sí, nuestra cantimplora llena de agua, una botella de aguardiente y nuestra cecina que no nos duró ni la primera semana. Luego comenzaron las penurias, las quejas y las huidas. Cuando nos decidimos nosotros, ya quedábamos en el batallón solo veintidós. Después de encontrar los cuerpos del Rata y Leodegario encontramos el del negro, el de Herculano, el de Lupe y así, sin querernos dar cuenta nos fuimos fijando que los cuerpos de nuestros amigos iban marcando el mismo camino de regreso que habíamos tomado de ida, que por ahí habíamos ido pasando, y pues eso era muy raro porque si habían huido cómo habían regresado al mismo lugar a morirse, y así, completitos, bien tranquilos que hasta ganas nos daban de ser ellos. Y se nos hizo muy raro, y esa idea se nos quiso volver a meter en la cabeza. Pero entonces me dijo el Pancho: ni lo malicies, que esos en los que estás pensando solo andan de noche y mi general y el teniente y los cabos pues andan en el día con nosotros y duermen con nosotros. ¿Seguro?, le pregunté nada más para seguir maliciando. Y se nos empezó a poner la carne de gallina. Una víbora, una rata, lo que fuera que alguien cazaba se repartía entre todos, solo mi general Torres, el teniente y los dos cabos no comían, se sacrificaban por nosotros. Y yo me preguntaba pues qué pasaba con ellos, que si no estaban vivos como nosotros, si eran ánimas o ángeles para aguantar. Pues es el general, me contestaba el bizco y yo le respondía y qué tiene eso, los generales también tragan y cagan. Pero ellos no, como si fueran de esos héroes de los libros, de esas estatuas que se ven bien grandotas siempre en las plazas. Cultura de VeracruZ

A mí se me hacía al principio, cuando andábamos con mi general, que un animal nos venía siguiendo, como que bien que sabía que cuando algunos se iban, era el momento de clavarles el diente, decía Pancho. Y yo le contestaba que sí, que no había otra explicación. Porque la otra idea pues ni pensarla. Pero después, cuando empezamos a atar cabos ya no queríamos dormir ni de día ni de noche y no soltábamos las cruces que nos hicimos con pedazos de madera. Y empezamos a convertirnos en una especie de almas en pena. Como siempre hemos sido, me decía el Pancho. Y yo asentía nada más, así, sin hablar, porque la verdad pues nada más habíamos venido a este pinche mundo a sufrir y a parir y a seguir sufriendo. Así habían sido nuestros padres y nuestros abuelos, y nuestras esposas y nuestros hijos allí siempre, esperando que llegáramos con harta comida y juguetes y ropa, y siempre esperando porque siempre llegábamos con las manos vacías. Por eso a Dios le habíamos dejado de rezar, y a la Virgen y a los santos. Y un día el cura agarró sus maletas y se perdió en la tristeza, montado en su bicicleta con todo y el copón y las ostias. Ya no creíamos en nada que no fuera lo que nuestras manos tocaban y nuestros ojos veían. Ya nada de gente que nos viniera a convencer de hacernos para acá o para allá. Por eso me había sorprendido tanto que hubiéramos aceptado tan rápido el irnos con ese batallón de mi general Torres. Pero, después de todo, pues qué podíamos perder que ya no hubiéramos perdido. Y como solo Dios sabe por qué hace las cosas, no nos dimos cuenta o no nos acordamos que en el desierto, y en general en la vida, es bien fácil dar vueltas y vueltas en el mismo lugar. Y pues sí, una noche en que la luna alumbraba más que el sol, nos los volvimos a encontrar. Eran una bola de gente: mi general Torres, el teniente, los dos cabos y otros, muchos otros amigos sonriendo, que no sabía yo cómo habían vuelto a caminar. Y se nos quedaron mirando 4

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largo rato. Y nosotros también, largo rato, algo muy raro, como con ganas de irlos a abrazar, a decirles que cuánto tiempo sin verlos, que ya los extrañábamos. Y ahí estaban también mis tres hijos, y mi Soledad, mi mamá grande y mi tío Anselmo. Y nos fuimos acercando, poco a poco, hasta que quedamos oliéndonos las axilas, y cerré los ojos, y cuando los abrí pues aquí estaba, viendo el sol de frente cuando es de día y a la luna de frente cuando es de noche y cuando hay luna, sin poder cerrar los ojos, pero también sin ganas de cerrarlos, sin hambre, sin sed, sin ganas más que de estar aquí tirado, mirando y mirando a los zopilotes como un gran círculo de plumas, sin esperar ya nada, pero recordando tanta cosa.

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verdadera experiencia física, que no puede separarse de la carne porque si no simplemente deja de ser. Los recuerdos son vida que escapa de las manos, que duele cada vez que es escrita: “el dolor no se piensa, (dice Flavio, protagonista de Estas celdas que soy) quizá se recuerda”. Una perversa fascinación lleva a los personajes de Mario Heredia a los terrenos de la memoria, a ellos no les importa volver a experimentar el miedo, se vuelven fetichistas del recuerdo, el objeto venerado puede ser una fotografía o la pluma de un animal como en los cuentos de Un bosque muerto: “a los muertos no se les puede borrar tan fácilmente de nuestra vida; no solo son memoria son tantas cosas.” dice el narrador del primer relato. De manera semejante experimenta Arthur, El éxtasis violeta de Arthur Cravan, su transformación. La inmersión le suministra recuerdos, “el olvido y la paz después de agonizar en la pequeña muerte”, “la sombra pugilista” se manifiesta de diversas maneras: en la violencia del morado, en el ring flotante, en el jab disfrazado de caricia, pero también en la vehemencia de los recuerdos, de los colores de esos recuerdos: el gris tormenta, el rojo de una camisa, los pechos glaucos, el azul de los ojos, del océano, del lienzo. Los recuerdos se transforman: ahora son instante. La nostalgia se vuelve un demonio irresistible, se le conjura a pesar del terror, a pesar de que después de ese conjuro solo quede un “bosque fallecido”. ¿Por qué? porque trae la salvación, la recuperación, aunque sea tarde, de la verdad. La gran protagonista de La otra cara del tiempo es esta foto, y en ella, de la misma forma que en la tacita de té de Proust caben “la casa gris, la plaza, las calles, el pueblo entero desde la hora matinal hasta la vespertina, sus buenas gentes y sus viviendas chiquitas”, es decir, el pasado y su infinita nostalgia. Es por esta razón que los escenarios de estas novelas y cuentos son trágicos: un desierto, una cárcel, un mar como cárcel, o una habitación “parca, vacía” como donde está el

Gabriela Hernández

Aproximación a

Mario Heredia

Si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando Carlota dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena. W. Faulkner

Me acerco a la obra de Mario Heredia y pienso en la afirmación de Kundera: “Todos los novelistas escriben, probablemente, una especie de tema (la primera novela) con variaciones”, a propósito de la levedad, característica que está presente en muchos de los libros del autor checo. Debe existir una excepción a tal afirmación, pero mientras la encuentro, releo las novelas y cuentos de Mario y sé que encajan perfectamente en ella. “No se puede vivir sin regresar” le dice el Contra a Picado en Memoria de mis huesos, no se puede escribir sin recordar, porque como bien apunta Mauricio Molina: “La palabra es la memoria del vacío, así como la pintura, memoria de la oscuridad y la música, memoria del silencio”. Los recuerdos son la materia prima de la obra de Mario, con ellos se llenan roperos, paredes, manteles, desiertos; los recuerdos, huesos propios y de los demás, tangibles, Cultura de VeracruZ

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obispo que recibe la noticia de la muerte de Sor Juana, en el cuento Preludio de un funeral. No pueden no ser trágicos porque el dolor es doblemente dolor cuando se le trae de vuelta, cuando se le invoca; y aun así, Flavio, Jesús, el obispo o Carlos, Silvestre, optan por la memoria, aunque ello signifique una tarea tan difícil como arrancarla de las paredes de una cárcel o desenterrarla de arenas calientes, no importa vale la pena porque es lo único que los puede salvar, es lo único que salva al escritor que reconstruye la vida de Caravaggio en esa biblioteca que se asemeja más a una cárcel, en el cuento En una playa de Messina. La memoria es vida que se creía perdida, tiempo recobrado. Por eso cuando se le recupera toma la forma de “olas que llegan a la playa”, de “tesoros oxidados” de “libélulas tornasoladas” o simplemente de un fémur, “el fémur de un hijo”. La búsqueda de la memoria en las novelas y cuentos de Mario Heredia es un proceso lacerante, se da de manera violenta, llega cuando el carcelero propina los golpes, cuando las manos se embarran de podredumbre, cuando la puerta de la celda se abre y entra la luz apuñalando la tiniebla, encegueciendo al preso. Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, traza las líneas generales de lo que debe tener la literatura del futuro: levedad, velocidad, multiplicidad, exactitud, visibilidad. Me detendré en esta última. Para Calvino, la capacidad para construir imágenes es una de las cualidades centrales del acto literario, porque hay en ellas un poder de seducción, de encantamiento central para el acto de lectura. Y me detengo en esta característica justamente porque es la que permea estas novelas y cuentos. En ellos dos planos conviven espontáneamente el plano de lo alegórico y el plano de lo real. Tomemos como ejemplo en primer lugar uno de los cuentos: Un desierto naranja. En él, dos personajes instalados en una habitación sostienen un diálogo intrascendente. De pronto un cable oscuro atravesado en una Septiembre / Octubre 2016

pared los lleva a un escenario de película, la estación del tren, el tufo de los negros, el calor del Serengueti, un cazador inglés, una tienda de campaña y luego un león, la ficción surgida de la pared supera la realidad, se la devora. En otro de los cuentos Violoncello, una orquesta ejecuta la cuarta sinfonía de Mahler, Lulú, la protagonista y uno de sus miembros, ve salir de su instrumento, primero una araña, luego una hilera, luego un río de bichos. El poder de evocación de la música de Mahler que “siempre había salvado a la violencellista de la soledad, de la gordura, de la pobreza”, ahora la lleva a otro plano: el de la alucinación. Nuevamente la ficción supera la realidad. En Memoria de mis huesos, la primera novela de Mario, Jesús el protagonista se encuentra en un desierto, entre montañas de osarios humanos. En ese rompecabezas caótico, Jesús busca los huesos de los suyos, reconstruye sus vidas al mismo tiempo que la propia mientras espera que manadas de elefantes escarben la tierra, la remuevan para poder enterrar en ella los huesos de sus muertos. El plano de lo real cuenta la historia de el Contra, un hombre “casado con la mar” que vuelve cada seis meses a Orizaba a ver a su familia. Un plano intermedio entre estos dos, nos lleva a casa de Isaura, que espera a que su marido, El Contra, vuelva. Mientras eso sucede, Isaura borda un mantel, lo llena de flores, de elefantes, de recuerdos, y ella ni cuenta se da de que sus hijos crecen, hacen sus vidas, se mueren, el tiempo se detiene en ese mantel, para ella la vida está allí, la memoria de los suyos, Isaura borda sus vidas, igual que Jesús las busca en los osarios del desierto. La imagen del desierto se transforma a lo largo de la novela en un oasis de recuerdos, una memoria colectiva, universal que Jesús busca y revive para salvarse, para trascender. Es el plano de la alegoría el que conduce al lector a una reflexión más profunda sobre la tesis de la novela: no se puede vivir sin regresar. 7

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vida, de la memoria. La propia y la de otros, me llama la atención el parentesco de las imágenes que pueblan esta ficción: un desierto, una prisión, una habitación despojada, el cuarto de un hospital, y el colmo de los colmos: la cama de una mujer, todos lugares vacíos, absurdos. Debemos tener fe en las historias que cuentan estas imágenes, o será al revés: en las imágenes que revelan estas historias. No importa, lo que importa es el recurso al servicio de una idea: sin memoria no hay vida, no hay literatura, en el caso de las novelas. En el de los cuentos, el poder de la imagen es lo que suscita en el lector la idea de que la ficción se come a la realidad; cito a Calvino nuevamente: “La escritura será lo que guíe el relato en la dirección en la cual la expresión verbal fluya más felizmente, y la imaginación visual no tiene más remedio que seguirla” La otra cara del tiempo tiene otra llave: William Faulkner. Christmas es hijo de su Christmas. Aunque el Christmas de nuestra novela se revela como buen hijo, por cierto, contra ese nombre y no entiende su porqué, si el otro era negro, asesino y con un destino trágico; finalmente resulta ser un digno hijo, pues, el Christmas de Faulkner tampoco sabe nada de su padre, su parentesco con este Christmas es en línea directa y es la orfandad de ese padre desconocido, es también la certeza de la soledad en la calle, el camino blanco al que se enfrenta nuestro Christmas en sus ataques de epilepsia, la certeza de su destino. El otro personaje, el escritor sin nombre, tiene siempre a su lado la novela Desciende Moisés. La tan mentada foto de Eustaquio está resguardada entre sus páginas, ya que le sirve como separador. Desciende Moisés es su propio libro de la sabiduría en el que encuentra las respuestas esenciales para su existencia. El escritor debe conservar la inocencia ante el ritual de la escritura, al igual que el viejo Ike, con tantos años encima, la conservaba como cuando mató al primer venado. El escritor acecha la imagen de

En Estas celdas que soy, Flavio, el protagonista se encuentra en una prisión. Allí recuerda su vida en Córdoba, y al igual que Dios multiplica los panes, Flavio extrae vidas de esas paredes inhóspitas, (y de nuevo la imagen de la pared como hoja en blanco), las inventa y luego las vive, “hay que inventar para seguir vivo” dice Flavio, alter ego del escritor. Y luego confunde las vidas inventadas con la suya como también lo hace el personaje que es biógrafo de c en el cuento En una playa de Messina. En esa cárcel, Flavio se aferra a sus recuerdos y a sus creaciones, a sus personajes que le traen luz. También en esta novela el recurso de la alegoría conduce al lector a la reflexión central: la de que el hombre lleva una cárcel en sí mismo, pero lleva también la liberación: su memoria, sus recuerdos. “La fantasía es un lugar en el que llueve”, constata Calvino. ¿De dónde llueven las imágenes en la fantasía de Mario Heredia, me pregunto yo? De la pintura, de la música, de la Cultura de VeracruZ

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que Mario ha tejido esta historia, he llegado a la conclusión de que si esta novela fuera un animal, sería precisamente un camaleón. Parece, a primera vista, un animal hecho para la venganza, pero poco a poco cambia sus colores y revela algo más. Lo mismo sucede con La Santa imagen de Lucía Méndez, última novela que ha publicado Mario Heredia, donde va a revelarnos las mismas obsesiones ahora con un sentido del humor que sorprende. No darle demasiada importancia a la vida. Un cambio interesante en su narrativa que no por eso deja de tener esa profundidad, ese doloroso camino en que transitan sus personajes y que desde su primera novela nos ha conmovido. Sin perder su estilo, Mario Heredia pone a jugar ahora a sus personajes con gran desparpajo y sin miedo a lo que el lector pueda pensar. Una cierta ironía, quizá una falta de vergüenza que debemos agradecerle. No sé qué vendrá después, pero sé que seguiré sorprendiéndome. No cabe duda, la visibilidad imprime a las novelas y cuentos de Mario Heredia el sello de literatura futura, o en palabras de Calvino que ya resuenan extrañas en nuestro siglo XXI “del próximo milenio”.

Eustaquio como un cazador, sigue “su olor, su silueta, como Ike al oso.” A Eustaquio y a Ike los une la inocencia, pero uno no es el otro. Eustaquio es el ideal, el mito que permanece siempre joven. Más que una influencia de La otra cara del tiempo, William Faulkner se convierte en un entrañable compañero de viaje con el que se dialoga, al que se le piden prestados sus utensilios, y sobre todo con el que se comparte el placer de la travesía. He leído buena parte de su obra: compleja en el manejo del tiempo, cargada de imágenes poderosas, sonidos y voces polifónicas, de un humor que duele, de un dolor que esculpe personajes que no se olvidan aunque pasen los años. Las machincuepas de Silvestre y su pierna biónica promete desde el título, ser una especie nueva dentro de la obra de Mario. Después de leerlo y reírme, de seguir los giros en la vida de Silvestre, haciendo las pausas necesarias para asimilar el vacío (explícito y entre líneas) con el Septiembre / Octubre 2016

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Guillermo Landa I

A la memoria de doña Isaura Fernández de Velásquez, mi abuela materna, quien tocaba guitarra de seis, laúd y salterio.

Quehacer me manda Espinel* en la estrofa bien rimada buscar la forma esmerada lirismo en los labios miel para el de apolo laurel; como lo hacía mi abuela no pulso de la vihuela la quinta cuerda agregada toco para la tonada el requinto sin cautela

I *

Vicente Espinel (1550-1624), de Ronda, novelista y poeta. Añadió la quinta cuerda a la vihuela variación en los sitios de la consonancia, pausa en el cuarto verso. Cervantes lo nombra en su “Viaje al parnaso”, cap. II, vv. 148-150. Este, aunque tiene parte de zoilo** Es el grande ESPINEL, que en la guitarra. Tiene la prima y en el raro estilo ++Zoilo, el agrio y mordaz cicatrizante de Homero. El mismo Espinel se había reconocido harto severo, y aun maldiciente y remiso en alabar, en su epístola a Don Francisco Pacheco, obispo de Málaga.

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III

Aquí llega su pariente Buscando el asentamiento Pido su comedimiento A tan distinguida gente Si algún versador ingente me aventaja en la rimada: con décima regulada le repetiré confiado sin ostentarme letrado en la popular cantada.

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La montaña fue mi amarra En rutas del Barlovento Cuando bajé al Sotavento me conquistó la guitarra con sones de mucha garra y mestiza galanura: sobre la tarima dura los jarochos y mulatos retumban con sus zapatos del huapango la locura.

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IV

V

Por rasgueo la armonía llevan altivas jaranas; y en tierras veracruzanas con arpa de sonería diatónica la alegría brota de su encordadura pulsada con galanura; notas que son emociones avivan los corazones de campesina cultura.

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No es aliento de flautín por lo que el Numed porfía, de títere amor pendía y en copla de un cantarín busca ahora su confín pasional de juglería ranchera que noche y día avive con la trompeta danzas de la marioneta bifurcando la ufanía.

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VI

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Contra decimeros que ofertan nuestros bienes culturales.

Gelatinas sobre plata optimizan tu retrato, es sombra de garabato cuando de cara se trata; al ritmo de una fermata te captarรก mientras dura el clic de cรกmara oscura: la eternidad y su instante exhiben su pasavante en momento de abertura.

Yo se que algunos poetas riman en toda ocasiรณn las letras de su canciรณn a publicidad sujetas. No rehuyo de recetas sino del falso folclor que busca nuestro favor con la industria cultural: nuestro coro regional no vende su pundonor.

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A mi queridísimo amigo y colega Sergio Pitol Demeneghi con motivo de su Premio Cervantes de Literatura 2005 esta décima espinela al modo del deciseceno siglo.

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Satisfacción singular es el Premio Cervantino dado con certero tino a nuestro escritor sin par que triunfa en todo lugar Sergio Pitol celebrando por literario legado a nuestra lengua genial como el Quixote inmortal también hemos heredado. De su leal huatusqueño Guillermo Landa

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Otra que se brinca la regla general

Vendrán con la cantadera rasgueando la mejorana, el socavón que engalana la rustica gritadera de “Min” Acevedo, era en Panamá decimero, mientras con rítmico esmero juan Andrés Castillo narra con su nativa guitarra, y “Quime” Vásquez sincero.

XI

Mi canto va con su instante sobre el viento y el violín persiguiendo algún delfín nuestra tonina rampante en ascuas de mi manigua. Su voz mucho más antigua tuvo por muy alta escuela nuestra lírica parlante con su lengua mas brillante en la décima espinela

Donde la décima ya no es espinela. X

Aquí me llego impaciente buscando conocimiento, no me falta sentimiento en medio de tanta genta. Aunque libre versador busco expresarme mejor con décima regulada que muestre sabiduría digna de ser bien rimada en popular canturía.

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ADÁN ECHEVERRÍA

Asegúrese primero de tener novia, de otro modo se verá tonto discutiendo con el aire. Déjele hablar y trate de no distraerse. Baje usted la cabeza apenado para forzar un Te estoy hablando. Manténgase calmo y conteste con premura. Que note la cooperación en no alterarla. Haga movimientos imperceptibles, si lo nota podría impacientarla con probabilidad de desenlaces catastróficos. Al entender el motivo de su enojo, endurezca el rostro, apreté las mandíbulas, para usar cada una de las frases que su novia ha dicho a su favor. Tiene usted que practicar en este punto, requiere destreza, remueva el pasado, consiga escenas donde ella haya errado y tráigalas al momento actual. Al primer signo de franco retroceso de su novia, usted avanzará más. Hágala parecer desamorada y culpable. Cuando ella diga el primer Lo siento, sabrá que lo ha logrado y puede decidir en qué momento otorgarle el perdón, con el firme compromiso de parte de ella para que no vuelva a ocurrir, y entonces dele un beso.

NARRACIONES:

INSTRUCCIONES PARA DISCUTIR CON TU

NOVIA Cultura de VeracruZ

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SIENTO NO AGRADARTE... La tía Magda siempre creyó ser una mujer libre, locuaz y divertida, capaz de alegrar la fiesta, y de tener la última palabra en toda discusión de la familia. Tomaba sus decisiones con firmeza, y uno tiene que reconocerle la confianza en sí misma, aunque la realidad sea que todos, yo incluida, la detestamos. Recuerdo que desde niños, cuando nos quedábamos a su cuidado, tía Magda nos gritaba para beneficiar a sus hijos; y eso que sus hijos nunca fueron un problema para mi; mis primos y yo nos queríamos lo suficiente como para saber que todo pleito de niños se olvida minutos después de iniciar cualquier otro juego. Era ella la que lo hacía todo insoportable, a mí, a sus hijos, a todos. Nos reíamos de sus ocurrencias, pero no bastaba; continuaba chingando y chingando hasta que algún familiar se sentía humillado, y la fiesta terminaba siempre en llanto. Cuando hizo abortar a su hija su mundo se cerró más. Se fue quedando sola. Se jactaba de que su hija era un ejemplo de alumna, jovencita pura, de buenas maneras, y me restregaba lo mucho mejor chica que era respecto de nosotras, las tontas mujeres de la familia. Mi prima sufrió la decisión que su madre había tomado, pero sus 16 años no le dieron el valor para enfrentarla. Sin dignidad, sobajada como una rapazuela inocua, terminó haciendo lo que su madre quiso. Aún hoy noto la tristeza en sus ojos. Era sobre todo en cuestiones de fe y amor que la tía Magda manipulaba a sus hermanas, sobrinos y sobrinas. Presumía su sagrado matrimonio, su perfectísima familia. Pero ese castillo de ideales terminó por caer. Su esposo la dejó por una mujer veinte años más joven. Días después mi prima se largó de casa con el señor que le arreglaba el jardín, y su hermanito confesó ser homosexual, abandonándola. Desesperada busco refugio en sus hermanas, pero éstas, Septiembre / Octubre 2016

liberado el yugo, le cerraron la puerta en las narices. Uno tiene que ser firme en sus convicciones, sin embargo, la vida nos permite ir para atrás y para adelante las veces necesarias, con el fin de entendernos a nosotros mismos y recomponer la ruta si lo deseamos. Odio a la tía Magda, la odio hasta el cinismo, y me causa alegría llevarle de comer a su casa, donde vive recluida en el abandono, lo disfruto. Su semblante desorbitado es una delicia para mi pequeña venganza. Al verme sonríe tierna. Carcajea y carraspeando grita: Pasa hija, pasa, la tarde es espantosa para que te quedes en la calle con este sol. Bebamos refresco de jamaica para que te refresques… y bien… cuéntame cómo va todo. Yo le platico, con prestancia, hasta los detalles más insignificantes de sus hijos y de la familia. Ella es un cuervo detenido en el tiempo, al que es fácil arrancarle las plumas.

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Mi padre quería tener un varoncito, pero nací yo… A él eso poco le importó, y como mi madre nos abandonó cuando yo era muy pequeña, me educó para ser como él. Me gustan las mujeres, patrón, y usted me cae de madres porque es bien alivianado. –levantó su vaso que Castorel había llenado a tope de cerveza. Castorel podía pasar horas enteras del día con Minerva de un lado para otro de la casa, en la piscina o la biblioteca, e incluso viajando al sitio que se les ocurriera. Cuando todo indicó la suficiente confianza, el patrón fue honesto: Me gusta tu padre. Minerva lo miró sin expresión. Sospechaba que usted también era puto, pero ¿mi padre? ¿Cómo se le ocurre? Habiendo tanto hombre por ahí que puede usted ligarse –y le dio un codazo en las costillas que a Castorel le arrancaron la sonrisa, ¿y viene a fijarse en un gañán como mi padre? Minerva formó parte de la trampa, invitó al jardinero a beberse unas copas dentro de la casa, aprovechando que el patrón no estaba. Tengo su confianza, viejo, vamos a drinkear un rato en lo que no está. Cuando escuchemos que se abre el portón, salimos por atrás pa que no nos vea. Cuando el jardinero se notaba entusiasmado hasta la algarabía, Minerva desapareció y el patrón se hizo presente. El jardinero se había puesto de pie de un brinco; no supo qué decir, las palabras se habían atorado en alguna parte de su cabeza y no hallaban el camino hacia su lengua. Castorel caminó lento y se detuvo frente a él. Cogió una botella de vodka y le sirvió otra copa al jardinero, sin decir palabra. El jardinero, impávido, se dejó besar poco a poco por su patrón sin ofrecer resistencia. Cuando el patrón se puso de rodillas abriéndole la bragueta, supo que no podría negarse, y dio inicio una larga relación creada en el chantaje. Minerva disfruta y hace planes, por saberse la única heredera.

ACEPTARSE BIEN ACEPTARSE Castorel era un tipo de buena educación, apellido de renombre, y con los negocios heredados del padre podría vivir tranquilamente hasta al menos tres de sus generaciones por venir. Pero a Castorel le disgustaba la sociedad en la que solía desenvolverse. Se había enamorado terriblemente de su jardinero, un hombre áspero, siempre oloroso a tierra mojada, que pasaba los cincuenta, y de ascendencia y apellidos mayas, casado, alcohólico y mujeriego pal caso. Castorel sabía que nada había que intentar con un machito de esta naturaleza, pero, acostumbrado a tener todo lo que quería, se decidió por lo más fácil, hacerse amigo de la hija del jardinero. Minerva era una chica simple. El pelo corto y los pantalones de mezclilla siempre una talla por encima, eran de su preferencia y le marcaban la personalidad al punto. Un machito en todo el sentido de la palabra, y Castorel supo ver en ella la oportunidad. Minerva era el hijo que el jardinero siempre quiso.

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Edgar Aguilar MI ABUELO NO ERA CALVO

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Increíblemente, mi espíritu se materializa. Esto no debe ser, por el contrario, motivo de odio. Ni de cualquier otra cosa. Azul, de un azul trasparente es este cielo. El sol de tal brillo, de tal textura, que me importa muy poco no asomarme a la ventana. En medio de esta oscuridad mis ojos ven mejor, respiran mejor mis pulmones. ¿Qué misterioso golpe dañó mi cabeza? Desde aquí veo que el clima no es algo que me incomode; a decir verdad, un día soleado me aterra. Iremos con el carrito por las provisiones. Este fétido aroma a jabón espumoso me recuerda mi perdida niñez.

Mientras los caballos siguen, galopan, erguida la cola soberbiamente, no repares en mí. Juego a que miro lo improbable, el horizonte se enciende, todo se cumple a cabalidad. Llévame en tus brazos, asegúrate de que mi locura crezca. La infinitud pierde terreno, es un abismo, mis ojos lloran –¿pero qué lágrimas? Recuerda: esa luz languidece como un viejo sombrero; no des la espalda a mi infortunio. Hemos quemado las voces con las que solíamos despertar; ahora, creo que es tarde. Los pasajeros ensayan rítmicos pasos que quizás nunca ejecute. No sé bailar; pero sé unos pasos alegres que dicen mucho de mí. Mi abuelo no era calvo. La probabilidad es poca, pero uno debe estar completamente seguro. ¿Qué se sentirá ser una bolsa? ¿O un zapato? ¿O un pijama? Corro al mingitorio y vacío todo el líquido que me sobra, que contengo para no perder de vista mi pie. Es natural. Los hombres solemos hablar de cosas por el estilo. Mi nuca también. Y es que mereceríamos una medalla, ¿qué no? (Es incorrecto drenar el líquido agachado). Señora, no se vaya. Le juro que hay seres más indignos que yo. Cultura de VeracruZ

2 Traduzco a otra lengua: «Un hombre sacó la lengua mientras entraba a un centro comercial». ¿Por qué lo hizo? ¿A quién se la sacó? ¿Qué poder demoniaco le obligó a ello? ¿Acaso serías más insensible que las groseras hierbas que crecen a orillas del río como para pasar inadvertida su afrenta? ¿Qué oscuridad vela tus párpados hundidos? ¿Tu corazón ha sido devorado por su propio fuego? Es tarde ya; la noche no habrá de demorar. 20

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Su partida es el punto que me toca. Su llegada es la recta final de un largo sueño. Los relojes, en sus paredes, hacen que el tiempo sea más incomprensible. No es verdad que nos orienten, que nos indiquen qué es el día y qué la noche, y cuál es la duración de las horas. Es esto: Nada. ¿Qué hay antes y después? Es oportuno para mí conocer la ruta de evacuación; por allí puedo correr y saltar y salvarme de una amante incendiaria. Una amante incendiaria que recoja estos granos de sal. Las flores copulan a mi vista. Hay un joven tan educado junto a mi mesa, que me da cierta vergüenza ver copular a las flores. Habla tan propia, tan certera, tan acertadamente, que me imagino que debe estar orgulloso de sí mismo. Lo mío es trivial. Lo mío no es decoroso ni indecoroso. ¡Véndate los ojos! Imagina que estás volando en medio de la Nada. La belleza también es irritante. Y esa mujer, que ahora ríe en aquella mesa, hasta hace poco era una tumba. Ahora un hombre le soba los hombros. Está bien. Se ha vuelto una mujer común. ¿Cómo lograr que lo que es dado a ser único no se vuelva común? Septiembre / Octubre 2016

Tenía una mirada dulce, con un brillo que yo sólo podía ver, o que yo sólo creía ver. El viento es frío. Y a todos se nos olvida algo: un examen, una prenda en el autobús, el nombre de un conocido en la calle, pero lo que no se puede olvidar es una mujer antaño triste y que ahora ríe simplonamente. Es como ver unas flores que copulan al exterior. ¿Qué tiene eso de extraordinario?

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John Le Carré, el gran creador del agente George Smiley, ocultó muchas pistas sobre su vida a lo largo de los años, comprensible en quien a través de sus ficciones hablaba sobre el mundo de los poderes ocultos y los espías nada glamorosos que poblaban sus páginas. Y, más aún, lo hacía porque él también había juramentado no hacer referencia a su propio papel en el mundo del espionaje, cumplido cuando joven, antes de transformarse en un autor mundialmente famoso. Ahora, con su primer libro de memorias*, se tenía la convicción de que había decidido exponerse un poco más, contarnos con mayor claridad sobre los entresijos de su existencia, es decir cómo ha sido su vida personal, cuáles sus encuentros y desencuentros con los servicios secretos, cómo se desarrolló su parte afectiva, cuáles fueron las relaciones que mantuvo con las mujeres que marcaron su vida, cuáles con sus hijos, cómo creó a Smiley y su corte, qué ha pasado con La Carré desde que terminó la Guerra Fría, cayó el comunismo en Europa y comenzó a abordar otros temas, gestando historias que transcurren en diversos escenarios aunque siempre ligados a los acontecimientos históricos, políticos y económicos contemporáneos. Sin embargo, no ocurre así con Volar en círculos, integrados por 38 capítulos que casi remedan a los artículos periodísticos (incluso varios de ellos previamente ya fueron publicados como tales en diarios y revistas), por lo que debe aceptarse que estamos ante una selección de anécdotas sobre personajes famosos, situaciones risueñas, episodios propios de un personaje del gran mundo como Le Carré viene siéndolo desde hace años, pero sin los añadidos que tanto

CARLOS ROBERTO MORÁN

Volar en círculos, de John Le Carré, y comentarios anteriores sobre: Una verdad delicada y Un

traidor como los nuestros.

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Volar en círculos. Historias de mi vida (The Pidgeon

Tunnel). Planeta, Barcelona-Buenos Aires, 2016, 457 páginas. Traducido por Claudia Conde. Cultura de VeracruZ

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hubiéramos querido conocer y que el autor decidió seguir guardándose para sí, como si definitivamente hubiese optado por permanecer en las sombras o, al menos, entre penumbras. El padre, el padre. En lo que sí se explaya es en la figura de su padre, Ronnie, un estafador consuetudinario, bueno-para-nada, que a lo largo de los años amargó su existencia, cuando no la transformó en pesadillas, y también un poco en Olive, su madre que lo abandonó a los cinco años y volvió a ver dieciséis años más tarde, pero sin rastro alguno de afectos sino de resentimientos que han seguido vivos en el autor tanto tiempo después. Sobre su madre admite que nunca llegó a comprenderla y que quizás haya sido en definitiva una mujer sin emociones profundas que por eso dejó a sus dos hijos pequeños en manos de un irresponsable como lo fue Ronnie y se mandó mudar, para constituir poco después una nueva familia. Aunque Le Carré admite que tampoco él puso mucho empeño para comprenderla. Pero Ronnie era distinto, porque resultaba subyugante, personaje casi de novela o de película, era de esos tipos capaces de vender hielo en la Antártida o naranjas en el Paraguay, estafador sin par y (también) el que fracasaba a un paso de que sus grandes y mentirosas propuestas estuvieran a punto de prosperar. Ronnie abusó de la fama de su hijo, lo “representó” sin su permiso cuantas veces pudo, vivió de los otros todo el tiempo que quiso, hasta que la modernidad con sus intercomunicaciones lo afincó en el fracaso permanente. El increíble corolario de su historia errática fue que Ronnie sostuvo durante décadas un litigio judicial por unas tierras, litigio que “ganó” después de su muerte y que lo hubiera transformado en lo que siempre quiso ser: un hombre rico, aunque lo hubiese sido sólo por minutos, puesto que el fisco enajenó todo ese dinero dadas las altísimas deudas que el padre de Le Carré había contraído a lo largo de su vida… Septiembre / Octubre 2016

Famosos y algo más. Quien naciera en 1931 con el nombre de David Cornwell viajó por el mundo para que sus novelas no tuvieran escenarios que fueran apenas una especie de guía de turismo y de “vive tu propia aventura” y soportó por eso que le silbaran cerca las balas, o que conociera al histriónico Arafat en una Beirut que vivía en pleno conflicto bélico, o visitó a señores de la guerra en un Congo asfixiado por la guerra civil. Debió tolerar en la Alemania pos-Hitler a nazis aceptados en los servicios de inteligencia occidentales, y conoció a personajes tales como el viejo primer ministro inglés Harold McMillan o al nunca vencido Andrei Sájarov. O a una Margaret Thatcher reclamándole que no le transmitiera “noticias tristes”, porque era “injusto”, dado que de esa manera “no se puede gobernar”… Asimismo, habla del máximo traidor que tuvo Gran Bretaña, el topo por excelencia, Kim Philby, quien durante años espió para los comunistas (y terminó sus días en Moscú) y, en otro plano, porque le interesa mucho el cine, con verdadero afecto, de Alec Guinness, quien hizo una serie en la que interpretó como nadie a George Smiley. También recuerda bien a Richard Burton, gran protagonista de El espía que surgió del frío, pero en ningún momento menciona a Gary Oldman, actor que hizo -a mi entender- una excepcional caracterización de Smiley en El topo. Omitir también es opinar… Incluye un episodio singular: cómo ayudó a Vladimir Pucholt, joven, talentoso y famoso actor checo de los ’60 a dejar a la entonces Checoslovaquia de manera definitiva y radicarse, según sus particulares exigencias, en Occidente, donde decidió alejarse de la actuación y seguir la carrera de medicina, que concluyó y que en la actualidad ejerce en Toronto, Canadá. La participación activa y durante años de Le Carré resultó decisiva para que un cambio tan radical en la vida de Pucholt pudiera concretarse. 23

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me lo contó estaba sonriendo, como siempreera alguien que obedecía las leyes de su país. En esa ciudad cerrada en concreto (Gorki, hoy Nizhni Nóvgorod, en la que vivía exiliado) había internos que nunca pasaron por un tribunal y algunos no sabían siquiera por qué estaban allí. -Le he escrito al respecto y no he recibido ni la más remota señal de una respuesta. -Hemos recibido sus cartas –respondió Gorbachov en tono conciliador- El Comité Central las está considerando. Vuelva a Moscú. El pasado ha quedado atrás. Venga a ayudarnos con la reconstrucción. Llegado ese punto, Sájarov va muy lanzado, porque le está recitando a Gorbachov la lista de omisiones y negligencias presentes y pasadas del Comité Central, que también ha intentado denunciar en una serie de cartas, sin ningún resultado. Pero, en medio de la diatriba –cuentacaptó la mirada de su mujer, Elena Bonner, y se dio cuenta de que si seguía mucho tiempo más en la misma vena, Gorbachov iba a decirle: ‘Bueno, camarada, si es eso lo que piensa, puede quedarse donde está’. De modo que cortó el teléfono. Así, sin más. Sin un simple ‘Adiós, Mijaíl Serguéyevich’. Entonces se dio cuenta; la sonrisa traviesa era más ancha que nunca e incluso Bonner tiene un brillo pícaro en los ojos: -Entonces me di cuenta –repite divertidode que, en mi primera conversación en seis años, me las había arreglado para colgarle el teléfono al secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética”.

Le Carré rescata a otras personas, menos conocidas, tales como Nicholas Elliot, un integrante de los servicios que fue engañado como un niño por Philby, dado que hasta lo último creyó en su inocencia, o Mo, un veterano y quisquilloso periodista quien, abusando de su desconocimiento, lo condujo a un peligroso lugar en Beirut, en 1981, donde se libraban las más peligrosas batallas. El libro lleva como título original El túnel de las palomas y refiere a palomas que, prisioneras en el casino de Mónaco, eran enviadas por túneles hacia una supuesta libertad, porque cuando lograban salir de esos largos laberintos eran aguardadas por tiradores que las exterminaban a balazo limpio. Lo malo era que las que sobrevivían volvían al lugar de donde habían partido. Metáfora de la que se apropia Le Carré para hacernos saber, ya muy avanzados sus ochenta años, cómo se ha sentido durante su larga vida. “-Lo pasado, pasado está –le dice Gorbachov a Sájarov, que vivía obligado en un exilio interno-. El Comité Central ha considerado su caso y ya puede regresar libremente a Moscú. Su antiguo apartamento lo está esperando. Será readmitido de inmediato en la Academia de Ciencias. Todo está listo para que ocupe un lugar que en toda justicia le corresponde como ciudadano responsable de la nueva Rusia de la perestroika. Las palabras ‘ciudadano responsable’ sacan a Sájarov de sus casillas. Su idea de un ciudadano responsable –le informó a Gorbachov, supongo que con cierto acaloramiento, aunque cuando Cultura de VeracruZ

Datos para una biografía John le Carré es el seudónimo de David John Moore Cornwell, nacido en Poole, Inglaterra, el 19 de octubre de 1931. El novelista se ha especializado en relatos de espionaje y suspenso ambientados en la época de la Guerra Fría. Las atmósferas y los personajes creados en aquellos “años dorados” del novelista constituyen lo mejor de su producción y son paradigmáticas en 24

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hombre más buscado, Un traidor entre los nuestros* y Una verdad delicada, todas publicadas a partir del año 2000. Le Carré es autor de veintitrés novelas. A lo largo de los años, con suerte dispar, varias de sus ficciones han sido llevadas al cine y a la televisión. Hubo una serie, de la BBC, realizada en 1982, con el personaje de Smiley interpretada por Alec Guinness, de altísima calidad. Tres de sus últimas historias vertidas al cine con verdadera eficacia han sido El jardinero fiel, con Ralph Fiennes (Fernando Meirelles, 2005), El topo, con Gary Oldman en el papel de Smiley (Tomas Alfredson, 2011) y El hombre más buscado, con una excepcional actuación de Philip Seymour Hoffman (Anton Corbijin, 2014).

Una verdad delicada* y Un traidor como los nuestros: el “género” de las novelas de espías. También es paradigmático su personaje George Smiley. La primera de esas novelas fue Llamada para el muerto, de 1962, a la que siguieron, entre otros títulos, El espía que surgió del frío, El honorable colegial, El topo y La gente de Smiley. Le Carré estudió en las universidades de Berna y Oxford y fue profesor en la de Eton entre 1956 y 1958. Perteneció al cuerpo diplomático británico entre 1960 y 1964 y también a sus servicios secretos. En los últimos años ha publicado novelas que refieren a la compleja realidad de nuestros días, ya se trate del terrorismo, el desmembramiento de la Unión Soviética, la política norteamericana o la acción clandestina de los laboratorios. Le Carré había incursionado en otros ámbitos con La chica del tambor, de 1983, pero cambió totalmente su perspectiva de narrador en los ’90, a partir de El sastre de Panamá, de 1996. Sus últimas novelas han sido El jardinero fiel, Amigos absolutos, La canción de los misioneros, El

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Si han leído al inglés John Le Carré (David Corwell, 1931) ya saben a qué atenerse: sus historias tienen que ver, directa o indirectamente, con el espionaje y en ellas, en medio de hechos miserables y de personajes que también lo son, se mueven seres que conservan un sentido ético de la vida. Y que, en malas condiciones, débiles y asustados, luchan para que esa actitud moral prevalezca. Aunque sus victorias, si lo son, muchas veces resulten pírricas. Le Carré brilló con sus novelas que tuvieron como protagonista central a George Smiley (Llamada para el muerto, El topo, La gente de Smiley), durante la Guerra Fría, en la que los bandos estaban diferenciados y él se inclinaba

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Plaza & Janés, Barcelona, 2013- Buenos Aires, 2014, 360 páginas. Traducción de Carlos Milla Soler. Un traidor como los nuestros (Our Kind of Traitor), de John Le Carré. Editorial Plaza & Janés, Barcelona – Buenos Aires, 2010, 395 páginas. Traducción de Carlos Milla Soler

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decididamente por Occidente, aunque criticara con dureza sus aspectos más siniestros. A pesar de la caída del Muro y de los cambios históricos que se han registrado en las últimas décadas, Le Carré no dejó de escribir y sus libros denunciaron con más dureza aún el estado de cosas que se han agravado a medida que se consolidó la globalización. Así entregó historias tales como El jardinero fiel (2001), en la que sus diatribas fueron dirigidas contra los grandes laboratorios o El hombre más buscado (2008), en la que habló sobre el drama de la inmigración ilegal. En Una verdad delicada, novela publicada en inglés en 2013, es decir escrita a los 81 años, sus preocupaciones tienen que ver con el tráfico de influencias en el poder y cómo los intereses públicos se “confunden” con los privados. Y también, desde este plano, se preocupa por mostrar de qué forma los poderosos usufructúan los bienes estatales con pocos escrúpulos, mucho silencio y muchísima más complicidad.

terrorista muy buscado. Un militar británico, joven, terco, experto, de nombre Jeb, tampoco parece sentirse cómodo con la operación, reclama más precisiones que, desde la lejanía donde está situado el comando central, no terminan de entregarle. Pese a todo, el propósito de la captura del peligroso sujeto finalmente se cumple, al menos es lo que le cuentan a Kit-Paul unos personajes salidos de la nada, como una tal Kirsty, que le asegura que todo ha terminado muy bien: “Ha sido un éxito”. Y Probyn debe aceptarlo, porque así se lo han asegurado esos personajes que, al segundo no más, ya no están a su lado. Tres años más tarde. Ya retirado y viviendo en la paz de Cornualles, Probyn tiene un inesperado encuentro con Jeb, quien a su vez ha dejado el Ejército y se dedica a hacer trabajos con cueros. El ex soldado, que parece no estar totalmente en sus cabales, lo ha buscado para comunicarle que lo ocurrido en Gibraltar fue un montaje, con el penoso resultado de personas inocentes asesinadas. Probyn intentará conocer la verdad, tarea en la que por su parte y riesgo –y sin tener noticias el uno del otro- emprenderá Toby Bell, quien fuera secretario privado del funcionario que había organizado la expedición a Gibraltar, y sobre la que no tuvo, en su momento, ninguna información. Probyn, Jef, Toby (y más tarde la hija del primero), tropezarán con verdaderos muros de silencio, de información falsa, de mentiras que deben ser tomadas como verdades que conforman la historia oficial. Y la historia oficial seguirá insistiendo en que la operación denominada “Fauna” fue eficaz y que nada más se debe decir sobre ella. Cada uno de los personajes insistirá en la búsqueda de la verdad (la verdad delicada del título), sobre la que sería mejor no insistir. Ni, menos, intentar hacer público lo que en realidad ocurrió. Por sus insistencias pagarán altos

Todo comenzó en el Peñón. La novela se inicia con un episodio clandestino que se registra en 2008 el Peñón de Gibraltar y que tiene como protagonista a Christopher “Kit” Probyn, un diplomático veterano al que se le asigna el nombre de Paul y que debe ir transmitiendo a un alto funcionario británico (el subsecretario Fergus Quinn, del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair), los hechos a medida que se vayan produciendo. Paul está dispuesto a cumplir con la misión que se le ha encomendado, pero todo le resulta confuso, como si viera entre tinieblas. Porque no cuenta con la información necesaria y porque no termina de comprender qué es lo que debe hacer, cómo encarar su papel. Adrede, Le Carré explica poco, confunde, porque quiere que el lector “vea” como mal “ve” Kit. Éste no termina de saber bien qué están haciendo esos hombres que, escondidos, van tras un objetivo, al parecer la caza de un Cultura de VeracruZ

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precios, pero persistirán, porque como los buenos personajes de Le Carré ellos también son Quijotes de nuestro tiempo, dispuestos a desfacer entuertos… Hay exceso de diálogos en esta novela de John Le Carré, una prosa excesivamente ligada a los clichés del género, un relato que alguna vez leímos antes, pero entonces mejor escrito. Ahora, también hay sabiduría para dibujar personajes y situaciones, para contarnos una nueva historia de espías, de arrepentidos, de “buenos” y de traidores. Y hay, además, el inesperado condimento del final, que en gran parte redime a su novela vigésima segunda, “Un traidor como los nuestros”.

De eso justamente habla en Un traidor como los nuestros, de las intenciones de un sector “sano” de la inteligencia británica de recibir al ruso Dima, un hombre involucrado con la mafia de su país, porque está dispuesto a contar cuanto sabe a cambio de protección y una nueva vida para él y su familia en Inglaterra. Un camino forzado. Para ese fin, Le Carré toma un camino sinuoso, arriesgado si se quiere desde el punto de vista de la verosimilitud, puesto que Dima para conseguir su objetivo toma como mensajeros al profesor Peregrine (Perry) Makepiece y a su pareja, la abogada Gail Perkins, a quienes conoce en la caribeña y paradisíaca isla de Antigua. Lo particular, y forzado, es que Perry y Gail son por completo ajenos al mundo del espionaje. El hecho es que –pese a ese “detalle”- logran la conexión requerida y así ingresan a sus vidas, y a la novela, dos gastados integrantes de los servicios secretos, Hector (sin acento) y Luke, quienes intentarán por todos sus medios ayudar a Dima, y a sus familiares, entre los que sobresale su joven hija Natasha, bella, equivocada, embarazada por accidente, que se volverá problema personal para Gail. Este involucrarse de Perry y Gail en situaciones desconocidas –porque Dima sólo confía en ellos y no pueden limitarse por consiguiente a ser simples correos- debería haber desembocado en situaciones confusas, en errores, en los equívocos que habitualmente provoca la inexperiencia pero –extraño- Le Carré deja de lado esa alternativa y los muestra decididos, jugados, como personajes propios de una mala película. O de una mediocre novela. Más entusiasmado en denunciar que en trabajar en lo que ha sido tan propio de él, es decir la sutileza, la ambigüedad, las zonas de “irresolución”, Le Carré hace que Un traidor entre nosotros se desarrolle casi a los tropezones, basándose en diálogos excesivos, en aclaraciones innecesarias y reiterativas y (eso es

Se sabe. Desde que cayó el Muro de Berlín –y desde un poco antes- Le Carré ha venido incursionando en nuevos escenarios, en nuevas historias. Han quedado atrás George Smiley y los espías grises de El Círculo, su lucha contra su par soviético, Karla, y en fin, ese mundo preinformático en la que emergían las pasiones humanas, a las que inútilmente se intentaba desterrar. Cada vez más enojado, más enconado contra el mundo manejado por los financistas que todo lo atropellan, ya Le Carré había expresado en las diversas novelas que ha venido escribiendo en este último tiempo, su rabia por lo que ocurre, ya se tratara de las acciones terroríficas de los laboratorios (El jardinero fiel) o la actual situación de los inmigrantes en la cerrada Europa de nuestros días (El hombre más buscado) o la –para él- malsana guerra de Irak (Amigos absolutos), entre otros temas que atormentan nuestros días. El dinero, le dijo el autor a Iker Seisdedos, de “El País”, de España, “hoy apesta a tráfico de drogas, de armas, asesinatos a sueldo, a opresión y a enorme corrupción”. Y cree que los bancos “son en gran parte responsables del blanqueo internacional del dinero”. Septiembre / Octubre 2016

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Soderling en el final del Roland Garros. Lo que sitúa a la novela en junio del 2009, dado que ese partido se disputó el domingo 7 de junio del año referido. Que es lo que le lleva a informar que los Campos Elíseos se encontraban cerrados porque “Michelle Obama y sus hijos están en la ciudad”. Todo eso indica que Le Carré sentía entonces la responsabilidad de escribir de la manera que lo hizo, casi como testigo, casi como periodista. ”Es mi obligación, muchacho”, le expresa al periodista de “El País”. Ocurre que así planteadas las cosas la novela se ve teñida de crónica. Y no siempre salen bien paradas esas experiencias de escritura… No obstante nuestros reparos, estamos de nuevo sumergidos en el universo de Le Carré. Sabemos que algo va a pasar, y que no será de nuestro gusto. Aquí y allá, como marcas de identidad, habrá desfallecimientos emocionales, nadie será totalmente como hubiéramos querido. Y la melancolía también teñirá estas páginas, así como el sino trágico que nos espera a la vuelta de cualquier página. Es un nuevo tómelo o déjelo de Le Carré. Claro está, hubiéramos querido al escritor de otros tiempos. Pero, como tantas otras cosas, eso parece irrepetible.

muy evidente) en retratos que terminan siendo caricaturescos, especialmente el de Dima, un ruso “malo” tan estereotipado que parece remedar al Telly Savalas de “Kojak”, calva incluida. Con todo, Le Carré ha tomado a Dima de la vida real, más concretamente es su versión de un mafioso ruso que conoció en 1991 y que lo introdujo en el mundo de los criminales “a gran escala”. Y que, de paso, le hizo certificar algo que –sostiene- ya sabía: “La conexión entre las mafias y los servicios secretos es siempre estrecha”. Tan contemporáneo… Hasta tal punto el autor de El honorable colegial quiere narrarnos el hoy, que el mismísimo Roger Federer se hace presente en esta novela, manteniendo su duelo contra el sueco Robert Cultura de VeracruZ

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