Director
INDICE
Raúl Hernández Viveros Subdirector Alberto Hernández Vásquez Administrador Mario Hernández Vázquez
2 Guillermo Landa, Dos autores universales 7 Uriel Martínez, Mujeres en vilo 10 Carlos Roberto Morán, Lo difícil que es partir de Buenavista, de José Gabriel Ceballos 11 Guillermo Martínez, Una felicidad repulsiva 14 Indra Haritza Murillo Flores, El libro nacido de la arena 19 Guillermo Martínez, Una felicidad repulsiva 29 Antonio Rodríguez Jiménez, La poesía de Rafael Soto Vergés 33 Enrique Jaramillo Levi, ¿Para qué sirve hoy la literatura? 36 Fernando N. Winfield Reyes, La lluvia viene a tu encuentro 38 Irving Ramírez, La novela nihilista: ¡Oh qué barbaridad¡ 39 Raúl Hernández Viveros, La vida querida de Alice Munro
REVISTA Cultura de VeracruZ, Año XVII, No. 81, Septiembre / Octubre de 2013, es una publicación bimestral. Tel. 012288172809. www.nuevaepoca.blogspot.com / culturadeveracruz@yahoo.com.mx Editor responsable: Alberto Hernández Vásquez. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo 04-2010-081613030000-102, ISSN, en trámite. Licitud de Título: (en trámite). Número de Licitud de Contenido (en trámite). Impresa por Ediciones Cultura de VeracruZ, Altamirano No. 35, Col. Centro, C.P. 91000, Xalapa, Ver. Este número se terminó de imprimir el 27 de septiembre de 2013, con un tiraje de 1000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor. Consejo Editorial Edgar Aguilar, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Marco Antonio Acosta, Mario Calderón, Celina Márquez, Mauro MamaniMacedo, Omar Piña, Silvia Tomasa Rivera, Vicente Francisco Torres, Juan Ventura Sandoval. Ejemplar: $50.00, suscripción: 500 pesos. En el extranjero Dls. 30 € Septiembre / Octubre 2013
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HOMENAJE A OCTAVIO CASTRO LÓPEZ
A
l celebrar la vigorosa personalidad cultural del Maestro Octavio Castro López con las sesiones de trabajo dedicadas a su trayectoria académica, no sólo se encarece su labor, cuya trascendencia se ha granjeado nuestra gratitud y el disfrute de general encomio y elogio, sino que se reconoce, al cobijo de su investidura magisterial, la presencia del humanismo. Mayormente, se refrenda su práctica cultural en nuestros claustros universitarios. Como diría José Ernesto Renán : Le pur humanisme, c’est-à dire le culte de tout ce qui est de l’homme. Porque con este género de actos se hace alto en la marcha imparable de la edad multimedia, que forma la doxa en detrimento y aún con desprecio de la epistème, para volver al homo sapiens que multiplica el propio saber. En esta privilegiada circunstancia no quisiera dejarme llevar por la actitud de regocijo que impele a toda celebración, pero la ocasión es propicia para que mi entusiasmo acuda a robustecer la alta estima y la admiración que nos profesamos. Simpatía y reconocimiento que hemos cultivado solidariamente pues somos amigos, no de muchos años, sino de toda la vida. La raíz de nuestro nexo amistoso, oportuno es decirlo, tiene sus nódulos afectivos en el demos de nuestros padres y trasabuelos asentados en Huatusco, donde, como se sabe, participa, una comunidad de agrónomos cultivadores y ganaderos desde la última década del siglo XIX, del nivel urbano de vida y de una mediana elevación cultural. Allí, con el mutuo conocimiento de sus pobladores, empezamos a laborar nuestra existencia. En la escuela parroquial “La Corregidora de Querétaro”, la educación primaria mimaba nuestra infancia estimulando simpatías y diferencias. Su
Guillermo Landa
Dos autores universales Cultura de VeracruZ
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directora, la exmonja Jovita Lara Estrada, con sus probadas dotes pedagógicas, lo mismo nos enseñaba el lenguaje del Trisagio, que nos imponía el ejercicio Palmer para las letras manuscritas, despertando en la parvulez educanda las visiones beatíficas o las vocaciones librescas, y aún literarias. A poco andar juntos por nuestra biografía aldeana, hubimos de trasponer los mojones de nuestro burgo rural mudándonos a las aulas capitaleñas para diplomarnos de bachilleres y togarnos de abogados y catedráticos. Octavio en Xalapa y yo en el Distrito Federal. A pesar de las fronteras federales subsistieron entre nosotros las tutorías intelectuales de Librado Basilio, nuestro profesor de Arte Métrica y Stilistica linguae latinae, y de los discípulos de Ortega y Gasset, Don José Gaos y Luis Recasens Siches. Después vinieron los años de mi itinerancia diplomática por varias capitales de Europa y algunas de América Central y del Sur, sin que nuestro huatusqueño ilustre dejara de atestiguar mi trabajo literario. Así es como la ley de la estricta continuidad no permitió que se rompiera el lazo sutil de nuestra relación. Hay lapsos gratamente recordables. Hace cuarenta años el Maestro Octavio Castro, entonces estudiante de Filosofía y Catedrático de Latín, me incluía entre sus colaboradores de El buscapiés (abril de 1963), Revista de los alumnos de la Facultad de Pedagogía, Letras y Ciencias de la Universidad Veracruzana, con El y su trigo, un poema precoz que alentó mi oficio de versador. Siempre atento al vocado de mi inclinación poética, al año siguiente, 1964, ya como administrador de la publicación literaria El Caracol Marino, escribe una reseña sobre Este mar que yo soy, mi primer libro de poemas. En dicho comentario ya se revela con los títulos de filósofo y crítico literario, que seguirá ostentando hasta nuestros días. Todavía en agosto del 2000 presidió y reseñó la presentación de mi poema Frutero y yo en el auditorio Alberto Beltrán de Xalapa. Y en agosto Septiembre / Octubre 2013
del 2001 me acompañó, haciendo mi semblanza, durante el homenaje que me rindiera el H. Ayuntamiento Constitucional de Huatusco. ¡Octavio Castro siempre fiel! Aquella revista fundada y dirigida por Librado Basilio, que durante treinta y tres años con su emblemático Strombus gigas, réplica del pectoral de nuestro señor y divo Quetzalcoatl, salió a dialogar con “ese interlocutor silencioso”, que somos todo lector, también anunció la aparición del traductor de lengua francesa Octavio Castro. Desde entonces su bilingüismo comenzó a mostrarse con la versión transparente de un poeta lituano de expresión francesa y cultura polaca, políglota y traductor él mismo, Oscar Vladislao de Lubicz-Milosz, nacido en Czésereia, Bielorrusia en 1877 y muerto en Fontainebleau en 1939. (Vide ficha bibliográfica). Por aquella época, 1964, los lectores nos enfrentábamos al desdén cultural por la traducción que caracterizaba a la Francia “Literaria”, a pesar de la renovación mundial de la teoría de la traducción por la lingüística, que justamente había fallado en teorizar la traducción de textos, según la constatación transcrita, hecha por Henri Meschonnic en su Pour la poètique II. Octavio Paz, en su conferencia cantabrigense de 1970, Literatura y literalidad, sostenía que: “En los últimos años, debido al imperialismo de la lingüística, se tiende a minimizar la naturaleza eminentemente literaria de la traducción. No, no hay ni puede haber una ciencia de la traducción, aunque ésta puede y debe estudiarse científicamente. Del mismo modo que la literatura es una función especializada del lenguaje, la traducción es una función especializada de la literatura”. Habida cuenta que traducir un texto es una actividad translingüística como la propia actividad escritural de un texto, aquella no puede ser teorizada por la lingüística del enunciado, ni por la poética formal de Jakobson. 3
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agradece las quince ediciones de sus libros en versiones al alemán. Por su parte, Octavio Paz impugna la condena que también ha recaído sobre la posibilidad de la traducción de la poesía. Con la elegante bizarría de un poeta-traductor, que ya había demostrado, a pesar de la ignorancia del idioma, traduciendo Oku no Hosomichi junto con su amigo Eikichi Hayashiya, afirma: “La paradoja de la poesía consiste en que es universal y, al mismo tiempo, intraducible. La paradoja se disipa apenas se piensa que si efectivamente la traducción es imposible no lo es su recreación en otra lengua”. Canon que, en plena posesión del francés, aplicaría para regalarnos sus pulcras versiones de Mallarmé, Nerval, Appolinaire, etc. En todo caso, la traducción “humana” (por oposición a la traducción “automática”) así como su versión oral, la interpretación, es antigua como el mundo o, para usar la metáfora que trata de dar solución al enigma de la dispersión de las lenguas, vetusta como el derrumbe del zigurat de Nemrod, rey de Babel. “A partir del momento en que los hombres dejaron de entenderse, hubo necesidad de acudir a los políglotas, sobre quienes recayó la necesidad de la comunicación”, según la hipótesis mencionada por Jean-Paul Vinay. Haciendo a un lado la versión que da el autor del Génesis XI, 1-9, sobre la condición lingüística del linaje humano destrizada por el tumulto de las lenguas discordantes, debemos admitir que la traducción es una función lingüística de todos los tiempos, que si bien no se ocupa de restaurar el desastre de Babel, sí hace posible el traslado de una lengua a otra. Es en esta materia, como he señalado en mis apuntamientos anteriores sobre la poética de la traducción, donde han contendido traductores, poetas, lingüistas y filósofos del lenguaje, filólogos, intérpretes y aún lexicógrafos, debatiendo sobre la posibilidad o imposibilidad de la traducción. Ludwig Wittgenstein acude a la palestra con la
En una poética estructural formal sin teoría del sujeto, el animador del Círculo lingüístico de Praga escribe: “En poesía las ecuaciones verbales son promovidas al rango de principio constructivo del texto *…+ la paronomasia reina sobre el arte poético; cuan absoluta o limitada sea esta dominación, la poesía, por definición es intraducible. Solo es posible la transposición creativa”. Esta transposición es dejada a la mitología de la creación subjetiva, comenta Meschonnic. No me detendré en las requisitorias, los sistemas de refutación, las querellas en contra de traducibilidad, que han dictaminado su reprobación. Aunque no faltan las actitudes intermedias, por no decir ambiguas. Ortega y Gasset no se queda en zaga cuando reconoce que la traducción es “imposible” en su Miseria y esplendor de la traducción. Título que anuncia lo paradójico de su causerie, pues tan pronto opina sobre la inexorabilidad del francés, como lengua que menos facilita la tarea de traducir, que Cultura de VeracruZ
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Stylistique comparée du français et de l’anglais: el préstamo, la imitación servil, la traducción literal, la transposición, la modulación, la equivalencia, la adaptación. Todos estos procedimientos se aplican para superar los obstáculos del léxico, de la sintaxis, de la cultura, de la metalinguística, y establecer un texto en lengua corriente. También se utilizan en la lengua literaria, pero ésta con su mensaje semántico-lingüístico y elementos que le son propios, debe ser traducida necesariamente. Si los pasos del traductor deben encaminarse, en primer término, a asegurar en su texto una perfecta transparencia, éste debe también explorar el original para volver sensible aquello que en el autor es sobrentendido o ha sido dejado en el rincón sombroso del alma: de este modo la traducción juega siempre el papel de un descubrimiento. En el desarrollo de las ideas presurosamente expuestas en esta disertación podrán encontrar fundamento los motivos para traducir las obras literarias, que lleven a los hipotéticos lectores lo más cerca posible del verdadero punto de partida, en vez de alejarlo. Estos motivos proceden de la práctica cultural que procura salir al encuentro de las lenguas ajenas dilatando la conciencia humanística. Sabiendo que la experiencia poética en idioma extranjero, cuando aparece como hecho literario, no es otra cosa que la revelación de lo distinto que se presenta con atuendo estético a nuestra percepción, su reconocimiento, para quien no sabe leer textos foráneos, sólo se logra a través de la faena traductora.
proposición 3.343 de su Tractatus logicophilosophicus diciendo con firme contundencia: “Definiciones son reglas de traducción de un lenguaje a otro. Cualquier lenguaje sígnico correcto ha de resultar traducible a cualquier otro de acuerdo con tales reglas: esto es todo lo que todos ellos tienen en común”. Y en Zettel, citado por George Steiner (Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción) dice: “Traducir de una lengua a otra es una tarea matemática, y la traducción de un poema lírico, por ejemplo, a una lengua extranjera, es bastante similar a un problema matemático. Pues se podría abordar así el problema: ‘¿Cómo traducir (esto es, reemplazar) esta broma, por ejemplo, por otra broma en otra lengua?’ y el problema puede ser resuelto; pero no hay ningún método sistemático para hacerlo”. Como se sabe, hay diferentes métodos de traducción. Menciono, sin analizarlos, aquellos propuestos en el manual de Vinay y Darbelnet,
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agradecer la presencia atenta de ustedes con la lectura de estos textos.
Ficha bibliográfica de Oscar Vladislao de Lubicz-Milosz (O. V. de L.) Poeta y escritor de expresión francesa y cultura polaca (nació en Czésereia, Bielorrusia en 1877 y murió en Fontainebleau en 1939). Después de un largo periplo europeo, la mayor parte de su existencia transcurrió en Francia donde hizo sus estudios y donde hubo de representar a su país, en calidad de encargado de negocios, ante el gobierno francés (1919-1925). Bajo la influencia del simbolismo publicó su primer libro los Poemas de las decadencias (1899); pero después de una iluminación mística (1919) hubo de orientar su vida y sus pensamientos hacia la indagación del absoluto. La búsqueda de lo divino ya se manifiesta sensible en una novela La amorosa iniciación (1910) y en un drama, Miguel Manara (1913) donde revive la figura solitaria y atormentada de Don Juan. Pero es en obras de inspiración mística: Epístola a Storge (1917), la Confesión de Lemuel (1922), Ars Magna (1924), Arcanos (1927), que alcanza las cumbres de una experiencia poética que se volvió modo de conocimiento y solo acceso a la única realidad que importa al poeta para arrancarlo de una soledad desesperada. En lo sucesivo, Milosz, convertido al catolicismo (1927) se consagró al estudio de los textos sagrados, sin renunciar, no obstante, a advertir a la humanidad sobre los peligros inminentes que la amenazan: El Apocalipsis de San Juan descifrado (1933), La Llave del Apocalipsis (1938). El es también el autor de muchas traducciones de poetas: Obras maestras líricas del Norte (1912), Daïnos (1928), Cuentos y fábulas de la envejecida Lituania (1930)
Pues bien, estas reflexiones de mi disertación han sido alentadas por la lectura de los dos poemas franceses de Milosz: Une rose pour… y Aux sons d’une musique…, vertidos en nuestra lengua materna por el Maestro Octavio Castro López en 1964 y 1965. El sentido de total fidelidad a la prosodia y al texto fue cumplido de manera óptima y sobresaliente. Aunque recurrió en algunos versos a la literalidad, expresión que revela el reconocimiento de una coincidencia formal, donde las palabras son las mismas, o las estructuras son paralelas, incluso exactamente comparables, no desembocó en un galimatías. Por vía de ejemplo: O noble nuit de fête au palais de max vie / Oh noble noche de fiesta en el palacio de mi vida; Aux sons d’une musique endormie et molle / Con los sonidos de una música adormecida y muelle. En otros, usó de la modulación penetrando en las profundidades del mensaje, gracias a un cambio de punto de vista, de esclarecimiento, así, al traducir Le battement de mon coeur por el flujo y reflujo de mi corazón, no se detuvo en el golpeteo ocasionado por la circulación de la sangre en nuestro vital músculo hueco y carnoso, sino hizo poner en movimiento la metáfora de los sentimientos cordiales. Podría seguir mencionando otras formas oblicuas empleadas por nuestro traductor; pero prefiero, para terminar mi intervención,
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El buzón Coge una esfera decorada
Uriel Martínez
pero le estalla en las manos: le detectaron el mal en el pecho. Decide que la escarcha de utilería irá junto a la estrella,
MUJERES
pero la saca en llamas del empaque: hace días la diagnosticaron.
EN VILO
Busca el acetato de villancicos que le regalaron hace tiempo, pero el fonógrafo perdió movimiento, extravió el paso.
Con la duda reproducida en cejas,
En el buzón le espera una tarjeta
la boca seca al plantearse cosas
decembrina, otra de crédito,
vuelve a su vida una certeza:
el recibo del cable
el amado no llega este día
y una amenaza anónima.
ni el siguiente, ni el otro, ni ningún otro.
Antes del anochecer los vecinos no escucharán la detonación pues optó por el discreto raticida.
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María de los Árboles
La cita
Ese invierno María de los Árboles
Le extirparon un pecho
supo que un día habría de sucumbir
hace meses y desde entonces
como un día abdicó ciega de pasión.
duerme con la luz encendida.
En su camino nunca escuchó el canto
Cree que en cualquier momento
de aquella lechuza negra que oyó
cundirá el aviso de que el mal
siendo niña detrás de las puertas.
avanza como el viento en el césped.
Ni apreció un cielo encapotado
A menudo la sorprende la mañana
ni gatos de color sombrío
con la tele encendida y las cortinas
ni un número cabalístico que le dijeran.
envueltas en llamas.
Simplemente pidió un amuleto
Espera sin ansias la cita concertada
cubano, un colibrí en bolsita roja
y jura que nunca más irá al dentista
y una moneda con el busto de Octavio Paz.
al estadio a la escuela al infierno.
Luego se sentó a esperar el día
De tarde en tarde recibe visitas
ansiosa como cuando bebe café negro
que la tratan desde siempre
con los dedos en la mesa y las primeras
y con ellas repasa fotos deslavadas.
gotas en los cristales.
En la mesa de noche tiene medicamentos
Ese enero quiso María de los Árboles
prescritos con el horario de ingestión
volverlo verano, ver a los micos descender
pero no cree en nadie.
por el tronco, más abajo del ombligo.
Cuando la luna de azogue le refleja
Sabía que el amuleto de Cuba un día
el miedo supone que éste le fue heredado
pendería de su pecho, luego de rodear
igual que las huellas que lleva consigo.
la nuca firme, donde descansan los cimientos de sus deseos. Hasta que la venció el sueño.
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María de la Manada
María de la Noche
Cuando sintió en la epidermis
No sabes con certeza cuándo
la estampida de búfalos, María de la Manada
pero el cielo se oscureció
se arrebujó entre cojines de seda.
luego que un viento frío
Aunque sólo conocía ese animal
invadió las partes altas.
del desierto en paredes technicolor,
La ciudad no se estremece
sabía de su fuerza en libros y estampas.
ni sus fantasmas de cantera
Incluso de niña había echado un par
se guarecen, es sólo que los niños
en el arca bíblica a modo de ilustración
de bronquios rojos desaparecieron.
para una clase de catecismo.
Los columpios, los árboles,
Los pintó robustos como King Kong
las carriolas, las bancas y los diarios
y de color café como un Cadillac
fueron abandonados pronto,
que viera en el Museo del Automóvil.
como tú, a su suerte.
En un sueño que tuvo pronto
Pero nada será en balde,
se vio a sí misma con bufanda
dice María de la Noche,
como un día vio a Isadora.
mientras expone en la mesa
Fue tanta su desolación cuando imaginó
los naipes ciegos, la baraja nueva.
la nave de Noé que se iba
Una a una voltea cada pieza
a pique, hundida por sirenas.
en orden vertical descendente
Pero no fue así la embestida
y con la yema señala
de animales salvajes, fue peor
heridas presagios medias lunas.
de lo que imaginara nunca en pantalla,
Con la duda reproducida en cejas,
en el catecismo y a la hora de la siesta.
la boca seca al plantearse cosas vuelve a su vida una certeza: el amado no llega este día ni el siguiente, ni el otro, ni ningún otro.
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Carlos Roberto
“
Supongo que si no inventaba Buenavista no hubiera podido seguir escribiendo”, confiesa el argentino José Gabriel Ceballos. Se refiere a un territorio mítico, personal, que creó poco después de afincarse en Alvear, población fronteriza con Brasil. Una pequeña ciudad con connotaciones propias, que Ceballos exasperó hasta volverla una región personal, con potentes personajes y extrañas situaciones, totalmente alejado de la crónica y del costumbrismo. Luego de escribir varios libros con Buenavista como territorio de exploración y síntesis, en el que todo era posible, Ceballos se alejó de esa experiencia de escritura e incursionó en otros textos, especialmente en novelas, de temas e intereses muy diversos. Ahora, luego de varios años, regresa a la región personal, pero con una visión un tanto más apocalíptica, si el término vale.
Morán Lo difícil que es partir de Buenavista*, de José Gabriel Ceballos. El lugar donde todo es posible. (Entrevista)
*
ConTexto Editorial, Resistencia, Argentina, 2013, 127 páginas. Cultura de VeracruZ
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Aunque, como bien advierte en el título de su flamante libro, es difícil dejar la región. Quien lo intenta puede encontrarse con lagunas hediondas, maizales que esconden lodazales, túneles inundados de inmensas ratas, en fin, múltiples obstáculos difíciles de vencer para quien ose abandonar el pueblo de manera definitiva. En tanto, a los que se queden les aguardan situaciones de excepción: muertos que no terminan de morir, obscenidades de prostíbulos, asesinatos, la extraña mutación de un bailarín observada por un tal doctor Kafka, un escritor asediado por viviendas que guardan insólitas historias (que lo aguardan para que las narre). Y así de continuo… La complicidad del lector “Buenavista existe –señala Ceballos en la entrevista que puede leerse más adelante- por una complicidad del lector que ya está familiarizado con ella por lecturas anteriores”. El territorio “nació” en los ’80 del siglo pasado y ya sus huellas pueden advertirse en los relatos de El oidor y otros cuentos (de 1985). El relato que da título a ese libro, lleva a la reflexión expresada por la escritora Olga Zamboni, cuando presentó “Lo difícil que es partir de Buenavista”: “El escritor es un oidor – señaló la escritora-. Siempre está presente el sentido del oído. El gran tema aquí es el escritor y la creación literaria. El escritor que escucha su entorno. El escritor escucha las voces de su pueblo Buenavista”. “Oidor”, en todo caso, de un mundo particular ganado por el absurdo, por las situaciones extremas, por personajes estrambóticos, y por lo que parece ser un mundo a punto de extinguirse. Respecto de esto último, hay una admisión explícita por parte del autor: “Al potenciar ciertas características de Buenavista (el delirio, lo grotesco, lo monstruoso), es como si estuviera haciendo una catarsis acelerada, para irme más Septiembre / Octubre 2013
rápido de allí. Alguien me dijo que en eso hay como la intención de dinamitar el pueblo. Una observación muy certera”. Aunque lo mejor es detenerse Pero conviene no hacerle tanto caso a Ceballos, y detenerse en estos relatos, meterse en ellos. Para disfrutarlos. Y celebrarlos. Porque nos encontramos con textos de gran calidad narrativa, como es el caso de “Perfume fatal”, un cuento en el que se dan cita el juego, la íntima soledad y la muerte, en una danza macabra que contrasta con la diafanidad del momento. Los “ejercicios nocturnos” que practican viejos habitantes buenavistenses para tratar de huir, alguna vez, del pueblo, o los muertos que se dan cita en el cuento que da título al libro, la execrable figura del Tato Figueroa, el “exquisito” vituperador de Radio Liberty o el encuentro con un segundo tipejo: el detective Rufino Vergara… El listado es extenso, pero en cada caso hay una historia que conviene conocer. El humor socarrón de Ceballos y la excelencia al momento de narrar potencian los 11
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relatos, los vuelve interesantes (cuando no importantes), logra llevar al lector con buenas artes por los extraños caminos, las raras circunstancias que afectan a los habitantes de un pueblo que es al mismo tiempo fantasmal y concreto. Y, en todos los casos, profundamente contradictorio. Aunque en la reciente presentación del libro efectuada en la ciudad de Corrientes, Argentina, Ceballos insistió en que quiere alejarse definitivamente del ámbito de Buenavista para dedicarse a una novela, de temática y ambientes muy diferentes, también aceptó que “los tipos” (los habitantes de la región ficticia) “insistieron” hasta que apareció el libro que lo ha dejado conforme. Conformidad, y algo más, que compartimos respecto de este libro inquietante con textos, como bien los definió Zamboni, “furiosos, pero siempre verosímiles”. “Sólo veríamos la superficie uniforme que refleja la determinación de arribar a su casa, redactar la carta y liquidarse. Si se planteara esta pregunta, contestaría que el coraje ya no importa”.
“Entre Eros y Tánatos”, los tres ajenos a Buenavista. Pero mientras trabajaba con este otro material, el yacimiento aldeano continuó funcionando. -¿Considera a Buenavista una suerte de territorio mítico, personal, al estilo de los creados por Faulkner, García Márquez u Onetti? -Bueno, sin duda, y salvando las distancias siderales con esos casos mencionados en la pregunta, es un espacio establecido. Pero por lo pronto sólo existe en cuentos, y no fue algo del todo premeditado, sino que se formó casi espontáneamente. Cuando me volví a radicar aquí, en Alvear, me di cuenta de que debía ambientar mis historias en este microclima pueblerino, para trabajar con más facilidad; hasta ahí lo premeditado. Pero después fui repitiendo personajes, los personajes migraban de un texto a otro sin importarles de qué se trataba cada argumento. Un cura que había estado en una historia de la guerra provincial entre caudillos aparecía lo más fresco en otra que pertenecía a la posmodernidad, por ejemplo. Un usurero que había aparecido en el primer peronismo saltaba sin mutaciones a un texto más bien de ciencia ficción. Y etcétera. En realidad, Buenavista existe por una complicidad con el lector que ya está familiarizado con ella por lecturas anteriores, sea de un libro o de los primeros textos del mismo libro. -No es novedad, para quienes leímos sus anteriores historias, que en Buenavista puede pasar “de todo” (y, de hecho, pasa). Pero en esta nueva selección se advierte la presencia de una mayor dosis de delirio, de riesgo narrativo. ¿Es una visión muy subjetiva o usted comparte esa apreciación? -La comparto. Y tal vez por eso tenga que ver con mi deseo de alejarme por fin de ese espacio ficcional (de ahí el título del libro). Como si, al potenciar ciertas características de Buenavista (el delirio, lo grotesco, lo monstruoso, etc.), estuviera haciendo una catarsis acelerada, para irme más rápido de allí.
Alejarme por fin de ese espacio ficcional. -Buenavista ha sido el territorio en el que se desarrolló la mayoría de sus cuentos. Sin embargo, lo dejó de lado hace ya tiempo, pero ahora sorpresivamente ha regresado a esa, su región literaria, dedicándole todo un libro. -¿Puede hablarnos sobre el por qué de de la “ida” y del “regreso”? -Es que no hubo un apartamiento. Esos cuentos no dejaron de surgir desde el período, digamos, fundacional. Lo que perdió frecuencia fue su publicación, y ocurrió así por unos premios que tuve la suerte de ganar en España. Entre Relator deportivo y el libro que salió ahora, me editaron la nouvelle Confesiones de un demiurgo, la novela En la resaca y los relatos Cultura de VeracruZ
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Alguien me dijo que en eso hay como la intención de dinamitar el pueblo. Una observación muy certera. -¿Por qué motivo, finalmente, Buenavista aparece en sus cuentos y no en sus distintas novelas? -Porque cuando nació yo sólo escribía cuentos.
que no tenga nada que ver con la que no está construyendo en ese momento. -Bioy Casares decía que, una vez que se le presentaba una historia, antes de encararla “sabía” si se trataba de un cuento o una novela, ¿cómo se le plantea a usted esa especie de enigma previo, si es que se le presenta como tal? -Sí, es cierto. Cada idea ya se muestra con su formato. Pero no siempre resulta sencillo precisarlo. -¿Qué es para usted el cuento? -Un relámpago. Después uno puede administrar eso en dos o en cuarenta páginas, pero todo empieza con un relámpago y, en lo esencial, esa intensidad debe mantenerse en cada página, en cada párrafo. -¿Y la novela? -Unas ráfagas de viento más o menos continuas que lo van envolviendo a uno, creciendo siempre. Tal vez lleguen a hacerse un temporal; tal vez se queden en puro viento y el autor compruebe que empeñó mucha energía en nada. Si se arma un temporal, seguramente habrá allí más de un relámpago esporádico, pero nunca será uno tan determinante como el del cuento.
Cada idea ya se muestra con su formato. -¿Cómo encara sus textos, cómo los escribe? -Como puedo. O no los encaro, por lo menos no hasta que la idea me gobierna casi por completo, dejándome el estrecho margen que necesito para escribir el proyecto, para darle una estética. Digamos que las historias me encaran a mí. Sostengo la hipótesis de que las historias literarias son como fantasmas acollarados por acontecimientos comunes, por una trama elemental. Y que, como los fantasmas individuales, estos fantasmas reunidos en grupo se le aparecen a uno sin previo aviso, y se apoderan del escritor. -¿Qué lo “acompaña” cuando escribe? ¿Otros textos, alguna música, conversaciones con determinadas personas? -Lectura. La mucha lectura de textos ajenos ayuda para el oficio, no sólo antes y después de escribir sino también mientras uno trabaja un cuento o una novela, y para este trabajo puntual. Por seguridad, hay que leer entonces literatura Septiembre / Octubre 2013
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Nunca había leído a Luis Arturo Ramos, y ahora que lo hice sé que no hubo mejor manera de conocerlo que llegando a sentir simpatía por uno de sus libros, por su narrativa y por la muerte. Pero Luis Arturo Ramos no está muerto, nació en Minatitlán, Veracruz, el nueve de noviembre de 1947. Estudió letras españolas en la Universidad Veracruzana y ejerce como maestro, fue director de publicaciones de la Universidad Veracruzana, y colaborador en varias revistas. Se destaca por su narrativa, aunque también ha publicado ensayos y cuentos infantiles. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas de 1989 y el Premio Nacional de Narrativa Colima para Obra Publicada, en 1980, entre otros. Entre sus creaciones se encuentran títulos como VioletaPerú, Intramuros y Los viejos asesinos, siendo esta última la obra que nos interesa. Los viejos asesinos es una obra que está con nosotros desde su primera edición, en 1983. Este libro se vale de menos de 100 páginas para contarnos siete historias, mismas que están repartidas en primera, segunda y tercera parte. Estos relatos parecen independientes unos de otros, pero en este ensayo analizaré el hilo con el que están tejidos, el hilo que los une, el hilo de la muerte. ¿Qué es la muerte? Todos creemos aceptar la muerte como la trayectoria común que nos concierne como seres humanos, bien sabemos que la muerte nos rodea y nos espera, que no existe un cuerpo inmortal y que tal vez ahora estemos respirando el que será nuestro último aliento, sin embargo, nuestra mentalidad no llega a percatarse de este suceso de manera correcta, ya que en nuestro inconsciente nunca vamos a morir. Pasamos los días como si fueran páginas, pensando que nunca veremos el final de nuestro libro llamado vida y cuando nos topamos con un suceso que nos recuerda nuestra propia fragilidad, más que reflexionar sobre nosotros mismo preferimos concentrarnos
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en las circunstancias, en el cómo, cuándo y dónde. En Los viejos asesinos, lo último que Ramos nos presenta es una reflexión filosófica sobre lo que es la muerte en sí. Lo que este libro no ofrece es lo que antes mencionaba: el cómo, cuándo y dónde. Expresa de manera acertada la relación con la muerte como lo que es para nosotros; la muerte como un suceso inesperado, fuera de nuestro rango de visión, comprensible solo en el momento en que nos abraza, suceso muchas veces superfluo para quien muere pero con gran significado para quienes le rodean. A continuación presentare dos modos de pensar que se adaptan perfectamente a esta idea de la muerte como experiencia de angustia subjetiva. 1.- Realidad interna y externa, o “todos pueden morir excepto yo” Ramos maneja en su libro situaciones que comienzan o finalizan con el suceso luctuoso, los personajes se desenvuelven alrededor de este acontecimiento poniendo un evidente desinterés en el tema, aunque claro, cual es nuestra sorpresa al enterarnos de que muchas veces no estamos en los zapatos del asesino, sino de la víctima, o que la muerte ya hizo su aparición por la historia provocando que los personajes cumplieran los deseos del destino o sucumbieran ante él, lo que revela que en la mayoría de los casos el concepto de muerte lo originamos sólo nosotros mismos. Esto remarca la idea del “yo”, la idea de uno mismo como protagonista y no como personaje secundario y mortal, como bien sucede en “Lo mejor de Acerina”, cuarto relato de Los viejos asesinos, en el que nos encontramos con un protagonista escéptico que decide dejar su oficio demasiado tarde, un protagonista que, como se narra, “se da cuenta de que ha estado siempre aquí y no allá, entre la ramazón de gente que se aprieta cerca de la puerta de salida; porque no hay salida. Porque el miedo que lo hizo inventarse otra vez no será Septiembre / Octubre 2013
suficiente para hacerlo desaparecer o modificar las cosas”. Este relato es de los que más me agradó, no por su inesperado final, sino porque en mi opinión, refleja como las personas viven en su concepto del único “yo” y solo son capaces de quitarse la venda que cubre sus ojos cuando ya están a punto de quedar cegados para siempre. En una entrevista acerca de las grandes preguntas que han acechado a la humanidad (¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?), el psicólogo Fernando Jiménez del Oso reflexiona sobre el concepto del “yo” respecto a la muerte diciendo lo siguiente, “El “yo he de morir” implica un protagonismo que nos produce angustia, porque a nivel vivencial, ignoramos todo lo que la muerte significa, lo de fuera solo existe en tanto yo soy consciente de ello, si yo no estoy, el mundo no está”. Esto es algo que yo asocio perfectamente al relato de Ramos, sería como decir que si no nos interesa la muerte, esta nunca llegara para nosotros. Sé que esto último podría sonar como una idea egoísta, pero las mismas personas viven en el egoísmo día a día, así que no sería extraño que de manera egoísta vieran a la muerte, como en el séptimo relato del libro, titulado “Cartas para Julia”, en el que la muerte poco o nada le llega a interesar al protagonista, el cual narra lo siguiente; “Aunque lo mejor es no involucrarme. Qué carajos me importa Julia Villareal y su 15
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suicidio y su hijo y sus misivas”. A lo que yo me pregunto: ¿Por qué? ¿Por qué le huimos a las situaciones donde la muerte ha dejado su firma? ¿Será que solo nos involucramos con la muerte cuando no tenemos de otra, cuando fallece un familiar, cuando sentimos que solo debemos involucrarnos por cortesía u obligación? ¿O es solo una manera de evadir nuestra incomodidad personal? Mientras que nuestros antepasados convivían con la muerte de manera cotidiana, parecieran que cada vez se le niega más la mirada y tratamos de poner en terreno ajeno el hecho de que un día el fallecimiento llegara a estrecharnos de la mano. Como dice Jiménez del Oso, “a nivel personal, poco importa que tras la muerte nuestro cuerpo se transforme en otros elementos, se disgregue en sus componentes y se integre al entorno, si no somos conscientes de ello”. Al ser nuestra propia consciencia el punto de fuga, parecería que la vida depende completamente de nosotros, pero ¿y la muerte? Tendríamos entonces que navegar en territorio del solipsismo. El solipsismo es la postura filosófica que plantea que la realidad externa es solo comprensible por medio del ya famoso “yo”, sencillamente propone que lo único que existe es la mente propia y que la realidad que aparentemente nos rodea es una ilusión creada por nuestros propios estados mentales. Si aceptamos esta postura, diríamos que la muerte nos embosca solo cuando dejamos de creer que el mundo en el que vivimos existe. En mi opinión, Los viejos asesinos también baila con esta teoría, si bien no se tocan de manera directa si se mueven al unísono, se percibe que las circunstancias de la historia podrían existir solo en la mente de los personajes, cayendo en una trampa dispuesta por el propio pensamiento, estas circunstancias desorientadoras que se manifiestan por ejemplo, en el quinto relato, titulado “Bajo el agua”, que narra como un grupo de buenos Cultura de VeracruZ
amigos se divierten jugando en un río hasta que uno de ellos desaparece, a partir de ese momento la historia se desarrolla paralelamente dentro y fuera del río, mismos espacios donde el tiempo parece transcurrir de manera independiente al narrar lo siguiente: “Raúl estaba seguro de que avanzaba muy despacio (…) Nada podría decirle que se hubiera movido. Sin embargo, sus pulmones rebosaban oxígeno, y esa era una prueba contundente de que el tiempo no había transcurrido con la celeridad que él pretendía”. Este relato es sin duda el que más llamó mi atención al leerlo por primera vez, ya que llegas a desconocer incluso la realidad en la que te encuentras y ni siquiera sabes en que momento la muerte hizo su aparición, algo que deja un sabor similar al de la película Los otros, claro, sin tanto drama y sin Nicole Kidman. Volviendo con Jiménez del Oso, el psicólogo también declara que la realidad del universo está claramente dividida en dos conceptos, dice así: “Un concepto es el externo, cuya existencia percibo a través de mis sentidos; otro es el eterno e inseparable del “yo” o del “mi”, y en él está toda mi experiencia, mis conocimientos, mis sensaciones y mis sentimientos” Y esto es algo que yo considero muy importante ya que, ¿Cómo vive el ser humano si no es por medio de experiencia, conocimientos, sensaciones y sentimientos?, por lo que no sería raro que Ramos sumergiera en su libro situaciones en las que se llega a cuestionar incluso el mundo en el que se desarrollan las historias, como en el cuento antes mencionado de “Bajo el agua”. 2.- La visión de Epicuro, o “después de todo, morir no es tan malo” En Los viejos asesinos se maneja mucho la percepción de la muerte como un suceso complementario, a mi parecer la muerte, que algunas veces se viste de asesinato, funciona solamente como la chispa que da pie a la explosión, en este caso, a la historia principal, la cual nos lleva a familiarizarnos con la idea de la mortandad como 16
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Estas ideas se complementan con el pensamiento de Epicuro, este filosofo en su Carta a Meneceo trata de persuadir sobre el aspecto tan negativo que se tiene sobre la muerte, su objetivo es convencer de que no hay por qué temerle a perder la vida si se llega a reflexionar correctamente sobre esto. Dice Epicuro: “No hay nada terrible en la vida para quien está realmente persuadido de que tampoco se encuentra nada terrible en el no vivir”, y esto es algo que considero de los más acertado, si no tememos vivir no deberíamos tener miedo a morir, ya mucho hemos escuchado que la muerte es parte de la vida, y si nunca llegamos a morir: ¿Cómo podemos decir que alguna vez llegamos a vivir? En la obra de Ramos también se narran sucesos anteriores al fallecimiento, como en “El visitante”, segundo relato de Los viejos asesinos. Aquí nos encontramos con un pequeño pueblo, un hombre que llega por motivos misteriosos y un doctor que al parecer viene esperando su hora desde hace mucho tiempo, y esto, vivir solo con el propósito de esperar la muerte, es algo que Epicuro considera desdichado al declarar: “De manera que es un necio el que dice que teme la muerte, no porque haga sufrir al presentarse, sino porque hace sufrir en su espera”, y yo considero que es algo lógico, muchas veces quien teme a la muerte es porque la espera con ojos temerosos, y la espera siempre implicará perdida, en el mejor de los casos, de tiempo, pero en el panorama más triste la espera implica una pérdida de nosotros mismos. La espera es algo presente en el tercer relato del libro de Ramos, “La escalera”, en este la protagonista tuvo que esperar a que pasaran años para poder así descubrir la verdad detrás del sueño que la acosaba con frecuencia. Aquí la muerte me parece más bien una sombra que anuncia su proximidad, se percibe oculta entre los párrafos al ser vislumbrada en el texto de la siguiente manera: “Comenzó a subir la escalera,
algo secundario, el suceso luctuoso llega a pasar desapercibido al concentrarnos en las circunstancias anteriores o posteriores, como en el primer relato del libro, el cual se titula “Medico y medicinas”, mismo que nos presenta la historia de un médico y su paciente, los cuales comparte un singular pasado, esto también se hace presente en el sexto relato: “El segundo viaje”, en el que un marinero y una mujer parecen compartir también rebanadas de un pasado misterioso al narrar lo siguiente: “Le confesó que muchas veces lo había visto caminar la estrecha calle de arena y maderas en busca de tripulantes borrachos. Le dijo que ya conocía su historia. El hombre no contestó”. Estos relatos son para mí el ejemplo perfecto de que el asesinato es solo un recurso para hacerle una autopsia al tiempo y escudriñar en las entrañas del recuerdo, algo que nos encanta hacer, sobre todo por las noches. El asesinato pudo ser o no ser, pero el pasado definitivamente fue. Y es que tal vez no debamos percibir a la muerte como un acompañante terrible e incómodo al que llenamos de atención negativa, sino como un suceso que nos sirva para meditar sobre nuestro pasado y presente. Septiembre / Octubre 2013
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lentamente, con piernas de barro. Pero ella sólo mira la mano en el barandal una mano que sube y sube como si ya conociera el camino”. Este relato también nos revela que aunque el libro se titule Los viejos asesinos, los protagonistas son de lo más variados, viejos, adultos, jóvenes, hombres o mujeres, y aquí encuentro otra pieza clave: si la muerte no hace discriminación de raza y género, mucho menos de edad. La muerte llega cuando tiene que llegar. Muchas veces cuando alguien joven muere se dice que “aún le quedaba mucho por vivir”, pero, ¿Cómo nos consta que esto es cierto? ¿Será que de verdad podemos decir que alguien que pasa más tiempo con vida es alguien que aprovecha y aprende más de la vida misma? Y en cuanto a la edad, en la Carta a Meneceo, Epicuro maneja más que nada el impartir al más joven su visión acerca de la muerte, ver con sabiduría el hecho de que el joven viva bien y que el viejo muera bien, considera importante ver a la muerte con ojos serenos más que con ojos de ansiedad, miedo y angustia y, aunque Epicuro alienta por sobre la muerte la idea de vivir, también propone como válido negarse a la vida, presentando así su opinión sobre el suicidio: “Y mucho peor el que dice que es mejor no haber nacido, pero una vez nacido, atravesar cuanto antes las puertas del Hades. Pues si lo dice convencido ¿Por qué no abandona la vida? A su alcance está el hacerlo, si es que lo ha meditado con firmeza. “ Así pues, a lo que me remite este pensamiento de Epicuro es a lo que anota Rosario Castellanos acerca Los viejos asesinos, ella dice así “El mundo es simplemente un hecho, como un objeto cualquiera: el suicidio de uno de los personajes, por ejemplo, es visto con una frialdad desconcertantes”, y es cierto, en Los viejos asesinos, podemos encontrar un trato distinto hacia la muerte, aquí no hay funerales o ríos de lágrimas, sino historias que ofrecen un panorama distinto sobre el antes y después de morir y en esta frase de Rosario Castellanos está Cultura de VeracruZ
la vena que he ido recorriendo; lo desconcertante no es el suicidio, sino la forma en que es presentado. Lo que me lleva a pensar que para las personas, lo más común es poner el peso en las circunstancias de la mortandad que en lo que significa para nosotros la mortandad misma, excluyendo la oportunidad de que se convierta en lo que para algunas culturas sigue siendo: un símbolo de la vida misma. Y hablando de símbolos de vida, la portada de Los viejos asesinos es algo que debo mencionar antes de concluir. ¿Quién diría que un libro de cuentos donde siempre hay alguien que mata o muere tendría una portada que puede parecer muy contradictoria? En la primera edición en Lecturas Mexicanas de 1986, la portada de esta obra de Ramos se nos presenta llena de coloridas flores. Flores, símbolo casi universal de vida y belleza, pero si lo analizamos más a fondo ¿no representan también la fragilidad de la vida misma? Las flores están atadas a una corta vida de belleza efímera, impotentes ante su destino que las lleva a marchitarse, a morir. Lo que me dicen estas flores en la portada de Los viejos asesinos es: Fragilidad de la vida, muerte inevitable. Por lo que entonces la portada ya no parece tan contradictoria ¿verdad? Y sí, lo que hay detrás de la portada de flores es una obra donde se habla de la muerte, pero por consiguiente, de la vida, porque vida y muerte parecen rivales eternas, pero como buenos rivales se aman y no pueden existir por sí mismas, se necesitan, se reúnen para caminar de la mano y de la arena en que dejan marcadas sus huellas está hecho este libro, de Luis Arturo Ramos: Los viejos asesinos. Bibliografía Luis Arturo Ramos, Los viejos asesinos, Lecturas Mexicanas, 1986. Epicuro, Carta a Meneceo. http://www.xtec.cat/~jortiz15/d.meneceu.pdf Revista AÑO CERO, Especial número 100, Editorial América Ibérica.1998
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Leo a Flaubert. Tres condiciones se requieren para ser feliz: ser imbécil, ser egoísta, y gozar de buena salud. De acuerdo; pero aun así, y como cada vez que alguien afirma, como un axioma, “la dicha perfecta no existe”, no puedo evitar recordar la felicidad serena, extendida, imperturbable, verdaderamente repulsiva, de la familia M. La precaución por omitir el apellido, lo sé, es absurda, un pequeño pudor inútil, el uso de la anamorfosis, como me aconsejaba mi padre para atenuar mi vocación suicida por la verdad, desde que la publicación de uno de mis cuentos acabó para siempre con las simpáticas reuniones de fin de año en mi familia. En la ciudad donde nací ya todos saben de quiénes hablo y fuera de esta ciudad nadie los conocería, porque a su reinado tenue y distraído le convenían la discreción y las dimensiones locales. Les bastaban en realidad los límites todavía más sobrios del club de tenis exclusivo donde se jugaba el Torneo Mayor. Porque la familia M era a primera vista, sí, una familia de tenistas. Yo había oído hablar de ellos a los diez años, en el modesto club de barrio de dos canchas donde di contra un frontón mis primeros raquetazos. Pero recién los vi dos años después, cuando mi juego progresó lo suficiente como para que mis padres, en deliberaciones prolongadas y secretas, decidieran el gasto de asociarme al club de ellos. Con mi única raqueta y mis zapatillas demasiado raídas traspuse la arcada imponente de la entrada y di un rodeo a la mansión inglesa de la sede social que ocultaba las canchas. En el silencio de la tarde empecé a escuchar, cada vez más vibrante y potente, el cruce de pelotazos, y cuando me asomé al final del camino de lajas, detrás del alambrado, nítidos, magníficos, reales, allí estaban. Entendí al verlos, mejor que con cualquier otro ejemplo, lo que me había explicado mi padre sobre los arquetipos platónicos. El viejo M jugaba con Freddy, el hijo mayor, en esa cancha algo separada de las demás que -supe después- estaba reservada de lunes a viernes para ellos. Eran, minuciosamente, perfectos. El golpe de derecha del viejo M resonaba como el mandoble en la batalla de un rey menguante, pero todavía embravecido y resuelto. Su revés era sibilante y astuto, siempre con slice,
Guillermo Martínez Una felicidad repulsiva
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como si fingiera una debilidad para atraer allí los golpes. Y cuanto más violento era el ataque de su hijo sobre ese costado, más rasante e insidiosamente baja volvía la pelota. Eran altos, atléticos, iguales. De la misma especie. El viejo tenía un mechón blanco en un pelo de color curioso, entre rubio y pelirrojo, con un tono caramelo. Parecían vagamente extranjeros y al contar en voz alta los tantos el viejo pronunciaba las palabras en un castellano demasiado educado, con la inflexión de un acento. Vistos uno junto al otro, en el cambio de lados, el hijo era quizá un poco más alto. Tenía un saque poderoso y un juego explosivo de ataque. Todo en él era de un ímpetu arrollador, vertiginoso, temerario, una carrera permanente, a veces desbocada, por alcanzar la red. Su volea era temible, con una cualidad espectacular de acróbata para cortar los passing-shots hirientes de su padre. Cada vez que volvía a su lugar para sacar, se echaba hacia atrás en un gesto brusco un flequillo que le caía sobre la frente y resoplaba con el pie junto a la línea como un corredor a duras penas contenido. Apenas los vi supe, con esa desazón de lo verdadero y lo irreparable, que nunca llegaría a jugar como ellos.
reposado tejía un pulóver blanco y alzaba cada tanto los ojos con una mirada entre risueña y maternal para seguir las alternativas de un peloteo. En una de las canchas de atrás cuatro chicas que no llegaban a los doce años, todas muy parecidas entre sí, reían y ensayaban un partido de dobles. Cuando el viejo M salió de la cancha la mujer del banco se incorporó y el viejo la rodeó con un brazo mientras ella le mostraba el avance del pulóver. Dieron un grito alegre de aviso hacia el sector de atrás, y las hijas guardaron las raquetas en sus fundas y se unieron obedientemente al grupo familiar. El viejo M subió con Alex a una camioneta y las chicas siguieron a la madre en un segundo auto grande y reluciente, de una marca importada que yo nunca había visto. Freddy, que había salido del vestuario con el pelo mojado y peinado hacia atrás, se adelantó y dejó atrás a la pequeña comitiva en una moto como una cabalgadura, alta y rugiente. Supe esa misma noche, durante la cena, algo más de ellos. Cuando le conté a mi padre que los había visto jugar y le pregunté si los conocía, asintió de inmediato. --Claro que los conozco: compraron hace unos años uno de los campos vecinos al nuestro.
Era un set de entrenamiento y cuando terminaron Freddy se fue hacia los vestuarios y el viejo M llamó a la cancha a su hijo menor, Alex. Lo vi pasar junto a mí, el pelo del mismo color que su padre, y con un bolso alargado por el que asomaban los cabos de cuatro raquetas. Era quizá apenas un año mayor que yo, pero ya se veía despuntar en él, con la irrupción de la adolescencia, el cuerpo largo y espigado de su hermano. Y si el viejo M era la Sabiduría y probablemente la Astucia, y si su hijo mayor era la Fuerza, Alex ya era en ciernes la Elegancia. Nunca había visto hasta entonces alguien que se perfilara de manera tan impecable, ni que se desplazara por la cancha con esa serena anticipación para golpear, como si estuviera posando para un manual.
Lo miré con incredulidad. En nuestro campo, muy apartado de la ciudad, nunca llovía, vivíamos de crédito en crédito, y mi padre, fuera de la máquina de escribir, se consideraba a sí mismo un campesino arruinado que salía a la terraza a otear sin esperanzas el cielo, leía a Hegel y a Marx y redactaba, también sin esperanzas, el programa de reforma agraria de un partido comunista. Pero cómo era posible entonces, pregunté, que los M tuvieran esa cantidad de raquetas, esas motos y autos.
--Y una casa inmensa en el barrio Palihue -agregó mi madre.
No era yo el único que los miraba. Desde uno de los bancos frente a la cancha una mujer de aspecto Cultura de VeracruZ
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--¿No estudiaste acaso en la escuela la división de las pampas? -me preguntó mi padre-. La línea divisoria de la Pampa húmeda pasa justo por el alambre de púas entre nuestros campos.
servilleta para proteger el mantel debajo de mi plato.
--¿Por qué no existe? –protesté yo-. Yo creo que sí existe: a los M se los ve muy felices.
Como siempre, me costaba saber si mi padre hablaba en serio, pero me dio permiso para levantarme de la mesa y traer el Manual del Alumno Bonaerense.
--La felicidad es como el arco iris, no se ve nunca sobre la casa propia, sino sólo sobre la ajena –dijo mi abuela.
--Aquí está –dijo mi padre, casi orgulloso de su mala suerte-; el campo de ellos: Montes de Oca, el último de la Pampa húmeda; el campo nuestro: Algarrobo, el primero de la Pampa seca.
--¡Doña! –dijo mi padre, admirado-: no sabía que también era poeta.
--Es un antiguo proverbio ídish –dijo con modestia mi abuela.
--Seca, estreñida -dijo mi abuela en un rapto analógico, mientras se rascaba filosóficamente su codo con psoriasis.
--La felicidad perfecta no existe –dijo mi madre-; y los M también tendrán sus cosas, como todas las familias.
--Así es, doña: setenta hectáreas y ninguna flor. Y usted que pensó que tendría un yerno potentado.
--Yo creo que sí puede existir una familia completamente feliz. No la nuestra –dijo mi hermana con resignación-, pero otra, en algún lado.
Mi abuela rió con un cloqueo y se agitaron los pliegues del cuello y sus mejillas blandas.
--Tu padre, siempre el mismo y lo único que quería es que fueran felices.
--Sí, como los habitantes de otros planetas –dijo mi padre-: tan lejos que nunca los conoceremos.
--¡Felices! ¡Nada menos! -exclamó mi padre y mi abuela volvió a reír, con sus ojos como grandes charcos azules, como si le hubieran hecho cosquillas en la papada.
Mi hermano mayor empezó a temblar y vimos vibrar la punta de su tenedor, detenido en alto, como si estuviera por estallar en una crisis de llanto. Era la primera vez, desde su regreso de la clínica, que intentaba comer con nosotros. Mi padre le hizo una seña a mi madre para que le diera su pastilla y lo vimos retirarse de la mesa hacia su cuarto, arrastrando las pantuflas, como un fantasma derrotado. Yo insistí, para quebrar el silencio.
--La felicidad completa posiblemente no existe, pero que alguna vez no vuelquen la sopa ayudaría bastante –dijo mi madre, mientras extendía su Septiembre / Octubre 2013
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abrazaron junto a la red, a la espera de que los fotografiaran, como si fuera parte de un ritual sonriente que repetían, ya sin tanta sorpresa ni efusión, desde hacía años.
--¿Pero de verdad papá pensás que no puede haber alguien totalmente feliz?
Mi padre pareció dudar, trató de recobrar su tono irónico de siempre y me apuntó con un dedo.
--Si quieres ser feliz, como me dices,… no analices, muchacho, no analices.
Empecé a prestar atención, en una segunda ampliación del círculo, a cualquier noticia que me llegara de ellos sobre sus vidas fuera de las canchas. No me defraudaron. Supe que los dos varones iban al colegio Don Bosco y las cuatro chicas, a La Inmaculada. Freddy y Alex eran excelentes alumnos, aunque no tanto como para que les impidiera estar a la vez entre los más “populares”: con su barra ruidosa de amigos atronaban la avenida Alem el sábado por la noche en los autos de sus padres. Juntos, además, los hermanos eran imbatibles en los Intercolegiales y tuvieron, en una sucesión fulgurante, sus primeras novias lindísimas de otras familias también intachables. Cada tanto, a la noche, veía al padre por el Paseo de las Estatuas; caminaba del brazo con su mujer, con la pacífica laxitud de dos antiguos enamorados y a veces, cuando me cruzaba con ellos, la madre inclinaba hacia mí la cabeza con una sonrisa plácida, educada, como si quisiera decirme “Sí, somos felices, absolutamente felices, podés mirar tan de cerca como quieras: no hay fallas”.
lanco)
Desde ese mismo día me propuse vigilar, como si fuera una nueva especie, frágil y exótica, descubierta sólo por mí, la felicidad de la familia M. Los estudié primero en su territorio: pegado al alambrado los seguí en los entrenamientos y luego en los partidos del Torneo Mayor, que empezaba a disputarse. Los espiaba tan de cerca como me era posible. Los vi desnudos en el vestuario bajo la ducha, enjabonándose con despreocupación y cruzando bromas con otros de los mejores tenistas de la ciudad, como si no tuvieran nada que ocultar. Trataba de escuchar cada conversación y de sorprender en un descuido un gesto de mal modo, de enojo reprimido, el menor signo de una desavenencia, algún rencor o celos entre los hermanos. Supongo que mi presencia les empezó a resultar familiar: me saludaban brevemente y el viejo M cada tanto me sonreía, divertido con mi persistencia, quizá porque creía que yo sólo trataba de copiar algún golpe. Cuando Freddy y el viejo M llegaron, como todos anticipaban, a la final del torneo, me senté desde muy temprano en las primeras gradas. Esperaba que un pique cerca de la línea, o un saque demasiado rápido, fuera de la vista del umpire, pudiera encender un brote de discordia, un reproche, una pequeña mezquindad. Pero en cada pelota dudosa, como si se tratara sólo de otro entrenamiento, los dos se apresuraban a pedir que se repitiera el tanto. Lucharon con ferocidad punto por punto, pero sin tirar la raqueta ni gritar una sola vez. El viejo se quedó finalmente con la copa y se Cultura de VeracruZ
Cuando llegaba el verano, el reinado sigiloso de la familia M se trasladaba al balneario de Monte Hermoso, con buena parte de la ciudad. Supe que tenían una gran casa frente al mar y, aunque no había allí campeonato de tenis, el padre y los dos hijos eran el equipo invariablemente campeón en los torneos de voley de playa. Regresaban a fines de febrero, bronceados, alegres, todavía más felices, si 22
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eso fuera posible, impacientes por volver a las canchas y empezar la nueva temporada.
--Al fin y al cabo no es la primera ni será la última –dijo mi madre, casi desafiante-. Y en todas las familias se cuecen habas…
(blanco) --En todas las familias no –observé yo-. No creo que las chicas M…
Pasaron tres o cuatro años. Mi hermano mayor intentó suicidarse por segunda vez. Mi hermana cumplió dieciséis y quedó embarazada. En reuniones tensas y crispadas con la otra parte llegó a circular, como un escalofrío, la palabra que empieza con A. Pero las aguas bajaron y se discutieron finalmente las condiciones de un casamiento pactado.
--Y dale con la familia M –bufó mi madre irritada-. ¿No sabés acaso que las apariencias engañan? Ya quisiera ver cómo son los M puertas adentro.
--Eso no es tan difícil –dijo mi padre-. Después de todo tenemos a nuestro correo secreto del Zar, la fámula ubiqua: Miguela puede contarnos todo.
--El casamiento no es nada, la ollita es la condenada –dijo mi abuela por lo bajo.
Mi hermana rompió a llorar y se retiró de la mesa.
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Miguela era la posesión más preciada de mi madre: de rasgos araucanos, silenciosa, infatigable, limpiaba en nuestra casa tres veces por semana. Mi madre, que la había descubierto primero, recién llegada de su provincia, sufría en silencio por no poder contratarla también los demás días y vivía en la perpetua zozobra de que otra familia pudiera arrebatársela. Yo, que creía saberlo todo sobre los M, ni siquiera me había enterado de que también ellos, desde hacía un tiempo, se la disputaban. Todo un mundo se abría de pronto, una conexión insospechada a lo más íntimo de la familia M: la suciedad de los recovecos, el tesoro de indicios del tacho de la basura, los signos reveladores del cambio de sábanas. Miguela lo había visto y oído todo y traía quizá ahora mismo, en la suela de las alpargatas, algo de tierra del jardín con pileta de los M.
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Era uno de los días en que se quedaba hasta tarde: todavía estaba en su cuartito cambiándose la ropa. Mi madre la llamó y Miguela compareció con la cartera ya bajo el brazo y su pañuelo de colores anudado al cuello.
--Hasta donde yo puedo ver, sí señor: felices de verdad.
--Pero me va a decir, Miguela, que nunca los oyó discutir, que nunca vio una pelea, o alguien que llorara… –intervino mi madre con incredulidad.
--Tenemos aquí una discusión –dijo mi padre- en la que sólo usted puede ayudarnos. Miguela giró la cabeza hacia ella por un instante. --Sí señor, con mucho gusto en lo que pueda. --No, señora, nunca. Entre ellos jamás. Miguela tenía una admiración reverencial por mi padre y no se animaba a embestir con su plumero en el fabuloso desorden de carpetas y libros de su biblioteca.
--Entre ellos… ¿qué quiere decir? –retomó el interrogatorio mi padre-. ¿Acaso entre ellos no, pero con usted sí tuvieron un maltrato?
--Sabemos que empezó a trabajar desde hace un tiempo en casa de la familia M. Sin pedirle ninguna infidencia: ¿diría usted que es una familia feliz?
--No señor, maltrato nunca –dijo Miguela alarmada-. Pero uno de los primeros días vi que el señor podía enojarse. Creyó que había desaparecido un pote de pomada del botiquín. Pero era sólo que al limpiar yo lo había cambiado de lugar.
Miguela lo miró, algo sorprendida.
--Sí señor, muy felices se los ve.
--Y entonces –dijo mi padre, desconcertado-, ¿la retó por esto?
--Ahora queremos que se detenga a pensarlo un poco más: se los ve felices, sí, ¿pero diría usted que son verdaderamente felices?
--No, solamente me dijo que no tocara nunca más ese pote. Pero parecía enojado.
--Felices sin una nube, felices sin un dolor –entonó distraída mi abuela.
--¿Y qué clase de pomada era? –dijo mi padre.
--No sé, señor –dijo Miguela-: una pomada blanca. Me dijeron que no tocara y yo no volví a tocar nunca más.
Miguela trató de ponerse a la altura del modo grave que había adoptado mi padre y del silencio que se había hecho a la espera de su respuesta.
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--En definitiva –dijo mi padre-, lo más cercano a la infelicidad que vio en casa de los M fue un rapto de malhumor por un pote cambiado de lugar.
el jadeo y los estertores de su respiración, la vida que poco a poco la dejaba. Una noche me desperté y vi que mi hermano no estaba durmiendo a mi lado. Lo encontré en la puerta del cuartito, con los ojos fijos en la boca abierta de mi abuela, por donde salía aquel gorgoteo entrecortado. Fui a buscarle su pastilla y lo llevé otra vez como un sonámbulo de regreso a su cama. Cuando mi abuela por fin murió me tocó en el entierro sujetar una de las manijas del ataúd. Después de que la dejamos al borde del foso y mientras los demás se repartían en los autos, quise quedarme un poco más en el cementerio. Recorrí las lápidas y las calles abrumadas de cruces sin encontrar ninguna que tuviera el apellido M. A mi regreso le pregunté a mi padre si esto no le parecía intrigante.
Miguela asintió con la cabeza, algo avergonzada, como si sintiera que había decepcionado a mis padres.
--Habrá que darle entonces la razón a mi hijo – dijo mi padre-. Quizá nos fue dado conocer en esta vida a la más rara avis: una familia feliz.
--Disimulan -dijo mi madre sin dar el brazo a torcer-; delante de los demás disimulan. Pero ya quisiera verlos a solas… algo deben tener.
--Es que los M no tienen familia aquí –dijo-, habrán llegado a la ciudad hace no más de diez años... ¿Pero miraste acaso las tumbas una por una? -me preguntó algo alarmado, como si el que empezara a preocuparle fuera yo.
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Ese año Freddy le ganó por primera vez al viejo M en la final del Torneo Mayor, en un tercer set memorable que se extendió a un 13-11. Todos nos preguntábamos si había empezado la declinación, si el rey habría muerto, pero al año siguiente el viejo volvió por sus fueros y le dio una paliza en dos sets. A su vez, Alex se convirtió en la nueva revelación y llegó a los torneos de primera categoría. Mi juego, en cambio, se había estancado, pero no había dejado de ir al club y de prestar atención a las noticias que cada tanto escuchaba de los M, como un reflejo que con el paso del tiempo se hubiera hecho automático. Las chicas M fueron cumpliendo a su tiempo los quince años, con fiestas que aparecían anunciadas en la sección Sociales del diario. Mi abuela se quebró la cadera en una caída y mi madre la trasladó definitivamente a nuestra casa, donde se precipitó a una agonía aterrada. Su cama estaba en un cuartito vecino al nuestro y mi hermano y yo oímos por largas noches Septiembre / Octubre 2013
Cuando terminé el secundario me fui a estudiar a Buenos Aires. No me extrañó que tanto Freddy como después Alex hubieran preferido quedarse en la ciudad y estudiar en la universidad local (ambos eligieron Agronomía). No era sólo que en la vasta dispersión de Buenos Aires perderían el halo de príncipes. O que ya no ganarían torneos. Era antes que nada, intuía yo, que esa familia no podía separarse, que ellos eran, en el fondo, todos uno, un clan misteriosamente unido y sellado, por algo que una y otra vez se me escapaba.
En mi nueva vida los olvidé al principio casi por completo. De tanto en tanto un comentario al pasar en alguna carta de mi familia los volvía a traer, como un eco lejano de algo que me había importado alguna vez y que ahora se empequeñecía con el tiempo y la distancia. Mi hermana, por 25
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ejemplo, no se olvidaba de consignar cuál de ellos ganaba el Torneo Mayor cada año: la alternancia entre la Sabiduría, la Fuerza y la Elegancia se mantenía imperturbable, como si nuestra ciudad no pudiera dar un tenista que pudiera derrotarlos. En el último año de mi carrera me enteré de que el viejo había ganado otra vez la final. ¿Pero cuántos años tiene ya?, le escribí a mi hermana, ¿no debería estar hecho una ruina?
Le escribí entonces, y era la primera vez que se lo confiaba a alguien, lo que en realidad pensaba de la familia M. En su carta siguiente me dijo que la había hecho reír y me preguntó si era el argumento de un nuevo cuento. El tiempo pasa para todos, y también pasará para ellos. Es la única ley pareja de la vida. Freddy debe estar por cumplir treinta. Ya hizo también su master, tiene un buen trabajo y una novia que es la que más le duró de todas: ahora le toca casarse y echar pancita. Pero en todo caso, será fácil saber: sólo hay que dejar que pasen los años. Yo voy a estar acá vigilando: ya te contaré.
Lo vi hace poco por la calle, me contestó ella, y está exactamente igual, quizá con el pelo un poco más blanco. El que está cada vez peor es papá. Apenas puede respirar por el enfisema. Ahora tiene que dormir sentado. Y del resto, mejor ni hablar.
En mi respuesta no me animé a insistir: todavía recordaba la cara alarmada de mi padre cuando le había hablado de las tumbas. Tampoco quise decirle que había dejado de escribir, y que me estaba convirtiendo insensiblemente, de monografía en congreso, en aquello de lo que me había reído tantas veces: un ratón de biblioteca, un scholar, un profesor de literatura.
En las pocas veces que volví a la ciudad durante esos años no me decidí a ir hasta el club y ver. Creo que temía tanto que de verdad estuvieran iguales como que hubieran cambiado, que algo en la superficie brillante y pulida sutilmente se hubiera agrietado y ahora pudiera descubrirlo.
Unos seis meses después, en otra de sus cartas, mi hermana me dio la gran noticia: los M dejaban la ciudad. El viejo ya había vendido el campo, en una fortuna. Se lo ofreció primero a papá, ni siquiera estaba enterado de que nos deshicimos de todo. Nadie sabe demasiado, sólo que se va la familia entera. Así que Freddy, supongo, dejará a su novia. Creo que planean viajar por el mundo un tiempo. O quizá no quieren decir adónde irán. Todo es muy misterioso. Capaz que vos tenías razón y alguien más empezaba a darse cuenta. Sea como sea, nos jodieron: ahora ya no sabremos nunca.
(blan Al terminar la licenciatura me fui a Inglaterra con una beca para estudiar Literaturas Comparadas. Al cabo del segundo año pedí una renovación por tres años más para terminar un doctorado. En mi quinto año allá recibí una carta de mi hermana, con los lamentos habituales. Mi padre había puesto en venta el campo y habían decidido internar otra vez a mi hermano. Se habían mudado nuevos dueños a la planta alta. Tenían perros, pero no los sacaban a pasear. Orinaban directamente en la terraza y por una filtración de las junturas el pis se escurría desde las vigas del techo a las paredes de nuestra casa. Así que ahora estamos meados por los perros stricto sensu, como dice papá. En la posdata decía: Adiviná qué. El viejo M volvió a ganar el Torneo Mayor este año. ¿No es increíble? Me lo crucé en el supermercado el otro día. Tiene ahora el pelo totalmente blanco, pero fuera de eso está idéntico.
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(blanco) Pasaron algunos años más. ¿Cuántos? Los suficientes como para que las cartas de mi hermana, con su letra redonda y consoladora, se convirtieran en mensajes de e-mail, cada vez más cortos, como si le avergonzara tener sólo malas noticias. Habían iniciado un juicio contra la gente de arriba, que se arrastraba en los tribunales sin avanzar un paso. En represalia, la mujer de la planta alta dejaba durante horas abierta la canilla de la terraza, con una manguera sobre la grieta, y el agua ya caía ahora en 26
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cascadas dentro de nuestra casa. Mi hermana sospechaba que la mujer también orinaba junto con sus perros en la rejilla. Y algo más que no puedo contarte porque no me creerías. En otro e-mail le pregunté por los daños en la casa. Hay hongos en todas las paredes y estamos aterrados de que el techo se nos caiga encima. Papá y mamá tuvieron que mudarse al que era tu cuarto, el único al que no llega el agua. La humedad literalmente está matando a papá. Cada vez está peor de su enfisema. En fin, la ruina de la casa Usher.
vida. Les agradecí como pude y cuando me preguntaron si había algo que yo pudiera extrañar, no se me cruzó, curiosamente, el Londres que estaba por abandonar, sino un recuerdo mucho más lejano, y les dije que me gustaría volver a jugar al tenis. Se miraron entre sí, sonrientes, y me contestaron que la temporada de deportes al aire libre era muy corta, salvo el de sacar con pala la nieve de los porches, y que quizá yo debiera pensar en cambiarme al squash. (blanco)
A fin de ese año viajé a Canadá, para presentarme a un cargo de profesor, en una universidad pequeña que prometía tenure a corto plazo. En el aeropuerto de Quebec, mientras esperaba para hacer la conexión, escuché mi nombre por los altoparlantes. Pensé que había un problema con la reserva, pero cuando me acerqué al mostrador el empleado me extendió un teléfono. Del otro lado del mundo escuché la voz de mi hermana, en un tono desconocido, estrangulado por el llanto: había muerto mi padre. Puedo suspender esto, le dije, y tomar el primer avión que encuentre. Igual, no llegarías para el entierro, dijo mi hermana. Seguí mi viaje y cuatro horas después, delante de tres profesores de caras impasibles, me escuché hablar sobre Borges y la literatura inglesa con una seguridad sin fallas y recité largas citas de memoria, como si fuera un prodigio mecánico que todavía pudiera funcionar con las piezas rotas. Y dos horas más tarde estaba cenando con ellos en un restaurante mexicano -elegido, supuse, como un gesto entre condescendiente y cordial por la resonancia latina de mi apellido- para la parte más importante de la prueba: la conversación en la mesa, los modales durante la comida, el test de la carta de vinos. Cuando llegó el café, como si se hubieran puesto de acuerdo con una seña, los tres me estrecharon la mano para felicitarme y decirme que estaban encantados de que fuera a pudrirme junto con ellos en esa ciudad perdida, sepultada por la nieve, y de compartir conmigo la alta tarea de enseñarles literatura a las legiones de bestias de caras atontadas por la cerveza y deditos siempre ocupados en el celular, que la institución no dejaría de servirme semestre a semestre, por el resto de mi Septiembre / Octubre 2013
Pasaron todavía más años. ¿Cuántos? Los suficientes como para que mi propio pelo se volviera totalmente blanco y para que un día me encontrara frente al espejo del baño con un diente caído y a medias pulverizado en la mano, mirando el agujero negro de la encía, como un pozo abrupto y vertiginoso. Apenas me llegaban ahora noticias de mi familia. Desde la muerte de mi padre, mi madre había decidido no salir de la cama. En mensajes lacónicos mi hermana me daba los partes del deterioro progresivo, de su descenso a los pañales, a las escaras, a la demencia senil, del tragicómico desfile de enfermeras, del goteo silencioso del último dinero familiar. Me había pedido que no volviera a verlas. No nos reconocerías, y tampoco a la casa. ¿Para qué vas a volver?
Cuando llegó el invierno viajé a un congreso en Jacksonville, en la parte más cálida de Florida, donde me había inscripto sólo para escapar de las primeras nevadas. Tuve durante mi exposición un vahído súbito, como si de pronto me hubiera quedado sin respiración y la próxima bocanada se me negara una y otra vez. Logré aferrarme al pizarrón, pero no pude evitar caer desplomado. Me desperté en un hospital cercano al campus, donde estuve en observación varias horas. Me hicieron pasar finalmente a una salita donde un médico extendió frente a una lámpara mi radiografía de tórax, me mostró la perforación del pulmón, como una quemadura, y me dio su dictamen, que ya presentía: la herencia más temida de mi padre.
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Salí con el gran sobre de la radiografía bajo el brazo y tuve que mentirles un poco a los dos colegas que me esperaban afuera para que me dejaran caminar solo de regreso al hotel. Era una tarde quieta y pacífica, sin una brisa, con un sol indolente entre los árboles. En el boulevard por donde avanzaba, yo era la única persona a pie y sólo me cruzaba cada tanto con estudiantes en bicicleta. Al doblar por una de las calles que indicaba el mapita del congreso escuché de pronto, vibrante, inconfundible, el sonido de un partido de tenis lejano. Dejé que el ruido de pelotazos me guiara y entré a un club casi escondido entre ligustros. Cuando me asomé al final del camino de lajas, detrás del alambrado, nítidos, magníficos, reales, allí estaban. ¿Eran ellos? Mi vista ya no era tan buena como antes, pero sabía que sí. El viejo M jugaba con Freddy y su golpe de derecha resonaba como el mandoble en la batalla de un rey. Su pelo, enteramente de color caramelo, no necesitaba todavía del lento disimulo de la pomada blanca. En un banco junto a la cancha una mujer tejía a la sombra y cada tanto alzaba la mirada para seguir las alternativas de un peloteo. ¿Era ella? Me acerqué un poco más, y al oír el ruido de mis pasos se dio vuelta hacia mí, con una mirada amable y algo intrigada. No había en esa mirada ni la menor señal de reconocimiento. Pero ¿cómo hubiera podido reconocerme? Habían pasado casi cuarenta años, calculé. Di un paso más y algo en su expresión se retrajo, como una señal de alarma, quizá por la fijeza con que yo la miraba. Me detuve, para tranquilizarla.
-Sólo quiero saber –repetí en inglés- si son felices. Felices. La mujer abrió los ojos, como si hubiera por fin comprendido y estuviera agradecida por mi preocupación. Quizá me confundió con un empleado de la ciudad que se ocupaba de censar extranjeros, o dar la bienvenida a los recién llegados. Me pregunté cuántas otras mudanzas habrían tenido en esos años.
-Claro que sí –me dijo, con una gran sonrisa y un leve acento que no reconocí-: perfectamente felices. El peloteo en la cancha se había interrumpido y vi que el viejo se acercaba al alambrado y me miraba por un momento. Me di cuenta, con un estremecimiento, de que era ahora mucho más joven que yo. Ella le dijo una frase rápida por lo bajo para tranquilizarlo, en un idioma de palabras cortas y sonoras que yo nunca había escuchado, quizá el verdadero idioma de la especie. El viejo asintió, me miró por última vez y volvió a la línea de saque. Y yo también me di vuelta y sin mirar atrás caminé de regreso por el camino de lajas, hacia este poco que me queda de vida. Una felicidad repulsiva, Planeta, Argentina, 2013
-Sólo quiero saber –dije- si son verdaderamente felices. Se lo había dicho, sin pensar, en castellano, y ella hizo un gesto de incomprensión. -Perdone: no hablo español –dijo con gran esfuerzo, como si tratara de recordar palabra por palabra una lección olvidada. Por supuesto, pensé. Por supuesto. Debían perder el idioma en cada migración. Debían olvidarlo todo de cada existencia anterior. Cultura de VeracruZ
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Rafael Soto Vergés es un poeta profundo, rico, misterioso, imaginativo y con un don expresivo sobresaliente. En palabras de Carlos Bousoño este escritor posee entre sus características más notables una gran “complejidad espiritual”1. En él, lo verdaderamente trascendente es el temblor de su voz, que se percibe “en toda su entereza”. El propio Soto Vergés manifiesta en una declaración de principios creativos que su poesía no trabaja, normalmente, con los escasos datos de la realidad superficial sino, contrariamente, con los que subyacen en aquella infrahistoria que constituye la materia mítica: los miedos y misterios populares, las recurrencias cosmogónicas, los dolores, oscuridades y carencias arquetípicas; todos los elementos que, informando la sensibilidad existencial, componen el consciente colectivo, la sustancia más íntima del pueblo. Dice que con su “poesía solamente intenté desvelar su sentido, iluminarla”. Reconoce el escritor que sus libros “son desgarradoramente autobiográficos”. Rafael Soto Vergés nació en Cádiz en 1936 y murió en Madrid en 2004. Estudió Ciencias Empresariales y Filosofía y Letras. Es uno de los componentes más destacados de la denominada Generación de los 60 y está considerado como un poeta de la transición entre las generaciones del 50 y 60, a la vez que un renovador y anticipador de corrientes líricas posteriores, como señalaron en su día críticos como Carlos Bousoño, Víctor García de la Concha o Gabrielle Morelli. El académico y profesor Ricardo Gullón sostiene que Soto Vergés es “un poeta cuya breve obra es una de las primeras en anticipar, mediante la potenciación simbólica,
Antonio Rodríguez Jiménez
La poesía de
Rafael Soto Vergés
1
Carlos Bousoño, “Poeta, pues, profundo, rico, misterioso, imaginativo, y con un don expresivo sobresaliente”. (Conferencia en el International Institute de Madrid, 1961, y Prólogo del libro Antología Mágica, Madrid, 1987). Septiembre / Octubre 2013
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fórmulas renovadoras del realismo vigente a finales de los años 50"2. Rafael Soto Vergés es autor de libros como La agorera (1959); Epopeya sin héroe (1967); El reñidero (1970); El gallo ciego (1975); Viento oscuro lejano (1987); Antología Mágica (1987); El discurso de yerba (1994); Rimado bajo el piélago (1994). Soto es autor, igualmente, de obras de ensayo como La realidad y la expresión (1971) y Andalousie (1985). También ha escrito teatro y narrativa, como El recovero de Uclés (1963) y Manifiesto español o una antología de narradores (1973). Su obra está incluida en numerosas antologías. Entre los galardones obtenidos a lo largo de su vida, destacan el Premio Adonais (1958); el Premio Internacional Ciudad de Cáceres (1993) y el Premio Andalucía de la Crítica en 1994. La agorera3, popular personaje de mercado, es un libro rico en vocabulario, donde el poeta se mueve como un aire sutil por arboledas, cosechas y mercados, en el que abunda la emoción salpicada a través de ricas imágenes. El propio Soto dice que al escribir este libro intentó dibujar los matices de la mediumnidad sacrificada, de lo sagrado no accesible. El gallo ciego4 muestra una existencia oscura, conflictiva y confusa. Dice Rafael Soto Vergés que con su poesía intenta desvelar su sentido, iluminarla. El libro remite a un mito antiquísimo y se inscribe en la esfera de las alegorías exhaustivas. Se trata de una sustancia mítica humanizada, que ha sido protagonizada por el poeta. Epopeya sin héroe es posiblemente
un libro amargo, melancólico, donde resuena un canto a la vida, a lo que el poeta ve, sueña o siente. En Viento oscuro lejano se observa la fermentación de la muerte y el maleficio de una soledad indescifrable. Se trata de uno de los libros más hondos y mejor tramados de Soto Vergés. Estos versos arrastran la fuerza de lo barroco y poseen un profundo significado a través de manifiestos significantes. Ofrece una visión caótica y dramática de la vida. El poeta aparece como un hombre marcado por la muerte, la tristeza y la soledad. En su obra hay constantes primordiales marcadas por una propuesta simbólica y épica, que se refleja en Viento oscuro lejano5. Aparecen la muerte, la magia, lo oscuro, la infancia como obsesiones temáticas que se ubican en un escenario concreto, puntual y que se reitera con variantes: un escenario rural y vagamente mítico. Rara vez sus versos se acercan a los parajes urbanos, aunque sí se aferran a paisajes de sarmientos, gansos, alacranes, aldeas, establos en donde se entremezclan con hebras de la propia biografía del poeta, presente a lo largo de toda su obra. Uno de sus poemarios más importantes es El discurso de yerba6, con el que obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica en 1994. Se trata de una apasionante elegía por un tiempo que se ha transcendido en otra dimensión, en la otra edad de paisajes abismados presididos por la premonición de la muerte. Afirma Pedro Rodríguez Pacheco que en este poemario Soto Vergés nos vuelve a demostrar que la diferencia andaluza existe y que, existiendo, la ejerce. Se trata de la metáfora, la alegoría de la yerba, la entonación elegíaca de la yerba si sustentó el esplendor de la juventud, de la gracia y dones de los mejores años de la existencia, lejos, aún, de la idea de lo fugaz y transitorio; pero sin olvidar
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Ricardo Gullón, “Un poeta cuya breve obra es una de las primeras en anticipar (mediante la potenciación simbólica) fórmulas renovadoras del realismo vigente a finales de los años cincuenta”, Diccionario de literatura española e hispanoamericana, ficha de A.S.Z., Madrid, Alianza Editorial, 1993. 3 Rafael Soto Vergés, La agorera, Madrid, Ediciones Rialp, colección Adonais, 1958. 4 Rafael Soto Vergés, El gallo ciego, Barcelona, Barral Editores, Colec. Ocnos, 1975. Cultura de VeracruZ
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Rafael Soto Vergés, Viento oscuro lejano, Madrid, Ediciones Libertarias, 1987. 6 Rafael Soto Vergés, El discurso de yerba, Madrid, Ediciones Libertarias, 1994.
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las dos caras de la metáfora. En este libro logra Soto Vergés el retorno a los inicios y una poesía consternada de tanta humanidad. El mundo rural, el paisaje no profanado, configuran el tiempo del poeta en este libro. Aparecen, como en el resto de su obra, el sentido misterioso y la alta tensión moral del poeta. Aquí el poeta se enfrenta con la muerte. La muerte es la única certidumbre, la sola amante que no traiciona y cuyo abrazo es seguro al final del camino. El poeta ha vuelto a Bornos, su paraíso perdido, su infancia, su universo mágico. Bornos representa la naturaleza, la yerba del título, y convoca a todos sus fantasmas como camino para conocer el misterio de la muerte. “Para morir aquí, he vuelto, Bornos,/ cabeza de ataúd, madre de imágenes/ entre la incertidumbre de los lirios/ y la esfera mortal del heno en llamas./ Para llorar aquí, regreso, patria,/ ermitaña del fin de mi existencia,/ carro de yerbas hortel anas, mijo/ de luz brizada por el aire de oro/ entre las narraciones de la infancia./ Para callar aquí, retorno ahora,/ y para devolverte tu palabra efímera,/ tu molino de agua entre las zarzas/ y tu oscuro licor de brumas moras./ Todo lo que diste, el aire mágico/ de oscuridad mojada por la yerba;/ el pecho libre, colocado y puro/ en las destilerías del romero,/ te entrego ahora, herido mortalmente/ por los verdes fragores de la grama./ Y por la triste lágrima que cae/ sobre la yerba última del pasto,/ aullante bajo el cielo, condenada”. Bornos es el lugar mítico al que regresa el poeta con la acumulada experiencia de la vida. Se trata de un viaje de regreso a la muerte, pero también un traslado al país de la infancia, el único lugar que el poeta identifica con certeza, sin titubeos, sin dudas. Posiblemente el poeta sigue el viejo camino por el que, desde siempre, han transitado los grandes autores de la literatura. Rafael Soto Vergés, transeúnte que marcha de regreso a su Ítaca va reconquistando en cada punto de su itinerario los puntos más recónditos de su vida interior. El poeta recupera paulatinamente sus Septiembre / Octubre 2013
íntimas emociones empujado por una especie de conciencia de una muerte contra la que lucha. Gabriele Morelli afirma en el prólogo a este libro que “el expresionismo verbal de Soto Vergés y su tendencia a la acumulación barroca proviene de una concepción que tiende a representar la realidad del mundo en una dimensión agónica: perceptible y existente sólo en los extremos de su vitalismo externo”7. Asegura el hispanista italiano que “estamos hablando de un libro de un poeta que se confirma como una personalidad extraordinaria, dotada de grandes recursos imaginativos y lingüísticos, si es que no parece arbitrario considerarle ya un clásico de la poesía española moderna”. Manuel Alvar manifestó al referirse a este libro que más allá de las palabras, lo que hay tras el vicioso verde de la hierba fresca es el propio “dolor y una ausencia eterna”, o dicho con palabras del propio Soto Vergés más transparentes: “Contradicción y muerte son mi vida”8. “Iban los caballeros de la yerba. / Iban las aves por el junio húmedo. / Pendón ajedrezado, sol y sombra, / bajo la cruz alquímica. ¡Leyenda!” Los caballeros de la yerba simbolizan la existencia y galopan a la búsqueda del mítico Santo Grial (“¿Dónde estará la copa de la vida?”), por lo que se establecen tensiones dinámicas de significados que discurren a lo largo de todo el poema. El poeta es consciente de que todos esos elementos forman parte del contenido mitológico –y en cierto modo religioso— del viaje del hombre que va desde la sombra hacia la luz, desde la muerte hacia la vida, desde la yerba hasta el Grial. Soto Vergés es consciente de que las leyendas son muy importantes a la hora de configurar la cosmología del poeta, así como los
7
Rafael Soto Vergés, El discurso de yerba, Prólogo de Gabriel Morelli, Madrid, Ediciones Libertarias, 1994. 8 Manuel Alvar, Cauda. Leer para el recuerdo, Universidad de Murcia, 2000, pág. 174.
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educación religiosa—, jugaba y se maravillaba en las huertas y mieses de aquel excelso pueblecito blanco. En el poema “Ocaso en Bornos (Imitación de Marlowe)” prefigura la prosopopeya de un estado de ánimo, porque la Andalucía que el poeta ama y canta jamás conocerá ningún ocaso: “¡Al bajo olivo, corazón de yerba! / Aquí ha llorado Cristo. No hay memoria, / ni Andalucía, ni cielo en esta hora. / Como la yerba, cuando verde, el mundo / ondula su existencia en oleante / y en rumorosa música de musgos. / Un vaivén que tiene algo de cuna / o de sollozo, entre la avena local, / acompasa la víscera al paisaje / como una fruta disgregada y rota. / Pero tu zumo es la tiniebla. Pecho / sombrío y taciturno que el ocaso / entrega su sopor, entre los sapos, / a la fugacidad de las estrellas / y a la menta caída del verbasco, / ¡Muere, deambula verde en la vereda / del olivar ahogado! Muere y calla / tu discurso de yerba. ¡Mira cómo / la sangre de los frutos corre ahora / por el enrojecido firmamento!” En Rimado bajo el piélago9, publicado en 1994, con el que obtuvo el Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad, Soto Vergés se aleja del tono vitalista del anterior poemario y deja que la sombra se asome. Ahora el agua es el origen y el caos inicial, pero también un símbolo de la propia existencia, concebida como viaje o asumida como zozobra. Aparece el deseo del poeta de orquestar, organizar, esa profunda incertidumbre representada en el piélago. En relación al estilo de Rafael Soto Vergés, señaló en una aproximación crítica a su obra, publicada en Cuadernos Hispanoamericanos por Jorge Rodríguez Padrón10, que la escritura de Soto Vergés se basa en la cuidada selección de
arquetipos en el contexto de su obra. Ellas son el soporte de la mitificación de la memoria. Para el poeta gaditano el poema se convierte en un producto de su historia íntima, desvanecida, que constituye también una leyenda. Para él, en los procesos de la realidad, todo lo que no es historia, o es olvido, o es leyenda y mítica. En realidad Bornos es la tierra de sus veraneos, el pueblo de la aventura donde aprendió los signos de la tierra y el lenguaje de los campos. Es el espacio que condiciona su palabra poética y su sentido inaugural de la naturaleza, por eso lo considera su “lugar poético”, su ámbito de imágenes y su paraíso perdido. Dice una y otra vez que desearía que cuando muera lo entierren en Bornos. El pueblo mágico de su infancia se convierte en el lugar donde anhela enraizar su poesía, pero la más imaginativa, simbólica, reveladora y visionaria, como cuando se forjó su vida en aquel lugar de libertad en el que reía –rebelándose contra su Cultura de VeracruZ
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Rafael Soto Vergés, Rimado bajo el piélago, Madrid, Edición del Ayuntamiento de Cáceres, 1994. 10 Jorge Rodríguez Padrón, Claves para una aproximación a la poesía de Rafael Soto Vergés, separata Rev. Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, 1976.
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adjetivos y en la matizada utilización de los sustantivos. Se basa en una capacidad excepcional para definir y valorar los recursos primarios, sonoros, sensoriales, de la palabra y en las posibilidades de manipulación de la sintaxis, sobre todo por cuanto se refiere a los nexos preposicionales, que posibilitan la ruptura de la frase y especialmente la sorpresa de nuevas relaciones y nuevos ordenamientos del discurso. Explica Rodríguez Padrón que “el verbo se esquematiza y sólo apoya la acción detenida del mirar porque la voz enunciadora es la que hace nacer el poema, y hasta concentra el tiempo en el instante de la creación. Por ello, la escritura atomiza y disgrega las imágenes, establece una sintaxis objetual diferente, a partir de la cual empezamos a descubrir que nos encontramos en un mundo distinto, diverso, y hasta confuso, porque la palabra poética nos ha abierto las inquietantes galerías del misterio de lo cotidiano, ocultas tras la convención y el hábito”. Lo mágico --así como su expresionismo bucólico-- aparece a lo largo de toda la poesía de Rafael Soto Vergés. La magia se revela con su carácter envolvente. Frente a diversas formaciones de la lírica castellana, la poesía andaluza de Soto Vergés no es mística, sino mágica, puesto que engloba a la totalidad de aquellas relaciones no lógicas entre el “yo” y el “no yo”. Soto Vergés afirma que el poeta que hay en él sondea su propia condición antropológica (los signos de las relaciones religiosas, de la vida y la muerte, del amor y el dolor, de esos “elementales” tan remotos que cada hombre contemporáneo soporta sobre sí, escasamente domeñados por los procesos culturales de los que, obviamente, forman parte también todas esas poéticas históricas que precedieron a la suya). Así, partiendo de sí mismo hacia los otros seres, de su dolor y asombro ante la vida, hacia la conflictiva realidad de los demás, es como desea sumar su poesía a la común tarea de los conocimientos sensibles. Septiembre / Octubre 2013
Enrique Jaramillo Levi ¿PARA QUÉ SIRVE HOY LA LITERATURA?
E
scribo este artículo confiado en que, al no haber ocurrido “el fin del mundo” el 21 de diciembre, pueda ser publicado más adelante y holgadamente leído y disfrutado. En esta oportunidad mi tema es la literatura nacional, la cual disfruta desde hace algunos años de un auténtico renacimiento. Una floración liderada desde hace varias décadas por cuentistas y poetas, tanto por los que ya ostentan una respetable trayectoria hecha de obras meritorias y reconocimientos, como por autores talentosos que llegan a las letras con ideas y sentimientos con un grado apreciable de originalidad, y con el debido oficio en la escritura para expresarlos, los cuales como es natural desean compartir con los lectores. 33
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Pero todavía hay gente que ignora para qué sirve la literatura, la que escriben los buenos novelistas, cuentistas, poetas, ensayistas y dramaturgos. No es que haya respuestas fáciles ni tajantes, ni que los propios escritores y críticos estén de acuerdo siempre al respecto. Porque igual que ocurre con cualquier arte, la creación literaria no es más que una aproximación al conocimiento de la vida, una suerte de acercamiento a sus interioridades individuales y colectivas. Una mirada subjetiva a sus problemas y bondades, a la complejidad que la caracteriza; a la trascendencia de gestos y miradas de seres que gozan y sufren, desean y abominan; a sus contradicciones y absurdos; a sus complacencias y esperanzas expresadas en acciones, pero sobre todo en sus relaciones. Una novela o un cuento no es, por supuesto, la vida misma, sino su recreación artística, su interpretación necesariamente sesgada por la visión de mundo de quien escribe. En la literatura siempre hay, en mayor o menor grado, reflexión y representación, estructuras armónicas pero también contrasentidos en la composición de tramas y en la construcción de personajes a los que a veces podemos reconocer y hasta identificarnos con ellos, pero que en otras ocasiones sólo son compatibles consigo mismos debido a una muy particular lógica interna o a cierta inmanente dinámica del acto creativo.
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Por otra parte, el paciente y sabio manejo del lenguaje del que echa mano quien escribe sin veleidades “bestselleristas” propias de la manipulación de los mercados editoriales, es también una pieza fundamental de la creación literaria bien entendida. Y es que las palabras combinadas de cierta manera, elegidas debido a determinadas connotaciones o denotaciones dentro de contextos muy particulares, son capaces de comunicar propuestas de singular significación cuando quien escribe es un diestro artífice del idioma, un auténtico creador. Sin embargo, en la novela y en el cuento es la experiencia humana, junto con los personajes que interactúan en determinados escenarios insertos en una cierta ambientación, lo que fundamentalmente comunica vivencias susceptibles de ser compartidas por el lector. En cambio en la poesía, suele ser la fuerza y sentido profundo de la emoción, aunque a veces también las ideas que subyacen, lo que logra conquistar el ánimo del lector haciendo que se identifique con lo expresado por el poema. En cuanto al ensayo, género literario propenso a la reflexión y el análisis, la transmisión de ideas llega al lector como una propuesta unitaria que, debidamente articulada y sustentada, debe poder convencer por la fuerza de las convicciones de quien escribe. En cambio, el texto teatral, ya sea dramático o de 34
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otra índole, busca poder representar en un escenario, mediante actores guiados por un diestro director, lo más significativo de una o varias situaciones personales o sociales que, al ser actuadas con eficiencia y talento frente a un público sensible, logran comunicar suspenso y emoción. En resumen, ¿para que sirve hoy la literatura? Simplificando mucho podría decirse que para lo que ha servido Septiembre / Octubre 2013
siempre, a lo largo de los siglos: para que el lector sea más imaginativo, más reflexivo, más sensible, más humano frente a su experiencia de vida. Y antes, para que el escritor, al crear, vuelque su alma y expanda su imaginación para comunicar artísticamente su visión de mundo, para compartirlo. Ni más ni menos. Panamá, 19 de diciembre de 2012
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La lluvia viene a tu encuentro. En el asombro, percibes la naturaleza infinita y sedante del agua que corre por doquier. Abres un poco la ventana: todo rezuma humedad entre ese rítmico golpeteo de algo que cae desde bien arriba. La noche queda quieta, con la certidumbre de la proximidad. La intimidad te llama. Eres agua con el aire que se muda en sordo temporal. Abres tu mente y cierras los ojos: una lucecita apenas perceptible brilla allá en el fondo de la lluvia. Eres dichoso al final del día y en el anuncio del inicio de la próxima semana. Este domingo hermoso y pleno se retira pero promete volver. Te invita a reflexionar y agradecer. Te recuerda con determinación los límites de la voluntad de lo humano. Sin grandes aspavientos, sin grandes expectativas, desde una ilusión simple y acaso verdadera. Dependerá de ti. Apenas hace un rato te has despedido de David en su cama, le has deseado que descanse y se mejore, y que la semana que sigue esté llena de vivencias y experiencias bonitas, éxito en su escuela y sus exámenes, éxito en los entrenamientos de futbol y disfrute en sus horas escasas de juego. Acaricias sus cabellos y bendices esa su casa para siempre.
Fernando N. Winfield Reyes
En la distancia que te recorre la lenta nostalgia, piensas en Fernando, acaso inmerso en las tareas que anticipan una semana azarosa de estudio y entrenamientos de basket, de esa dorada nota de juventud con que anima su vida desde hace unos meses.
La lluvia viene
a tu encuentro Cultura de VeracruZ
Tus hijos son la potestad que te reencuentra siempre con la maravilla y el asombro del mundo y de la vida. 36
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levas las camisas que la Hormiga lavó y planchó con amorosa alegría a su nuevo sitio en el armario. Prendes la luz y comes algo con el gusto del viajero de este día… El espacio de los sueños describe un teatro que cada noche reconstruyes. Las horas son insuficientes, te dices, para tantos viajes y tantas coincidencias. Cuando te sumerges en la húmeda síntesis del benéfico cansancio (como quien se interna a la ribera de un mar de sábanas quietas) cierras los ojos y emprendes el tránsito al interior. Entonces la fábrica de los sueños adopta a la lluvia como corresponsal de la memoria que se transforma en una especie de salmo.
Manejas sin prisa por la ciudad anegada. Las luces se desparraman con la pereza de contornos que las retienen con lentitud. Llegas al centro de la ciudad bajo la insistente lluvia y, unas cuadras más adelante, a tu refugio de cada día. Bajas unas cuantas cosas del auto, que queda montado sobre la plataforma roja de metal que se va llenando de un cauce de agua y de las guías de lodo líquido que le imprimen las llantas. Traes contigo la humedad al interior. Piensas en silencio. Septiembre / Octubre 2013
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una respuesta de los más sensibles, y esta se revela como una catarsis. El hecho de diseccionar cada instante, cada espacio, cada actitud con la criba de la ironía, es un signo, y luego la pasión critica que desentraña los atavismos, las simulaciones, los errores que esgrimen los procesos civilizatorios. La edad de la razón, incuba su negación al demostrar la decadencia, tanto de valores, como de ideologías, de religiones, de sistemas políticos, de formas de organización social. Los novelistas que desde el siglo XIX, con Dostoievski, y sus Memorias del subsuelo, y Hermann Melville con Bartleby el escribiente, hasta el siglo XX con Viaje al fin de la noche de Celine, La Caída de Camus, Salto Mortal de Luigi Malerba, La conjura de los necios de John Kennedy Toole, El Pozo de Onetti, Al Margen de Andre Pieyre de Mandiargues, Desesperación de Nabokov, y Molloy de Beckett, han compuesto esta tradición que se remonta hasta Jonathan Swift, Rabelais, Diderot, Sterne, tienen esa virulencia feroz y sin resquemores de quienes leen la época de manera profunda. Su idea del hombre es la de Nietzsche: el hombre es algo que debe ser superado, puesto que todos los males del planeta incluso para sí mismo, son engendrados por el homo quien sabe si sapiens. Ergo, la llaga del mundo se le debe a él. Schopenhauer, otro gran nihilista les llamaba bípedos, y este ser que se instauró como el rey de la creación y devastó el paisaje, los ecosistemas, masacró especies, destruyo su hábitat por siglos, y a sí mismo, se ha reducido a nivel de lamentable espécimen frágil, más allá de la fragilidad original: violento, inconsciente, hasta suicida, es el personaje de esta novela, que no exenta de ironía y humor negro, arrasa con todo. Su inteligencia se basa en el humor. Es tan absurdo el accionar de los héroes Bardamu del Voyage, Ingatius de La Conjura de los necios, Molloy de Beckett tan reflexivos, este último siempre chupando una piedra de río por
Irving Ramírez La novela nihilista: ¡OH QUE BARBARIDAD¡
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n primer lugar los autores que escriben libros de este tipo, tienen un espíritu filosófico. Es decir, ven una realidad otra más extensa y rica que cualquiera y sueltan ideas originales durante la trama; en segundo lugar, el nihilismo no es más que un reclamo a la época, y a la humanidad. Generalmente, estos actos de negación surgen al contacto con tiempos de dureza, destrucción apremio y decadencia. Hay Cultura de VeracruZ
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ansiedad. El de salto mortal que desencadena lo ilógico con tiradas lógicas, que elucubra obviedades y que las resalta para remarcar su ridículo, es fascinante. O, como el personaje de Molloy dice: ”no le guardo rencor a mi madre, sé que hizo lo posible para que yo no naciera”, jua. Por supuesto, sin lamentaciones. O Bardamu desertando del ejército francés en la primera guerra mundial porque decía, no mataría a uno que nada le había hecho, y decide que mejor cobarde y vivo, que valiente y muerto. Luigi Malerba es prodigioso y cáustico: “las moscas carecen de toda humanidad”, “yo no siento mi alma” “es decir pareciera que no tuviera nada adentro”. “Todos los hombres se parecen, especialmente los muertos, entre sí”. Y en esta tradición, donde lo que queda es que solo rebelándose a un orden, y subvirtiéndolo con la ironía se es capaz de soportarlo. Los filósofos de la negación como Cioran, Nietzsche, Schopenhauer, inoculan de esta mirada corrosiva a estos novelistas, que establecen la diferencia. Uno no puede sino reír de ese espejo deformante que nos devuelve la circunstancia de nosotros mismos en un mundo decadente. El personaje de Memorias del subsuelo de Dostoievski que prefigura el existencialismo, comienza su novela: “soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable… Estoy enfermo del hígado ¡Me alegro¡ Y si me pongo peor, me alegraré más todavía!” y estos anatemas que no son lamentaciones, ni muchos menos. Tampoco signos de autocompasión, se presentan más como auto ironía, como una descripción paradigmática del hombre de hoy. Es hilarante el retrato cínico, y desnudo de estos personajes. Una novela profunda y reflexiva que merece ser leída.
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Raúl Hernández Viveros
La vida querida de Alice Munro
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uando uno tiene la fortuna de encontrarse en la lectura con un tesoro siempre desea guardarlo con demasiada veneración. Quisiera además compartir estos instantes de dicha por saber que existe todavía la posibilidad de escapar de tanta humillación y sometimiento a cargo del control masivo de la mansedumbre. Sin embargo, la literatura tiene el don sagrado de permitirnos la trasmisión del conocimiento, de los valores de la vida y principalmente el respeto por todos y cada uno de nosotros. Desde hace tiempo, yo pensaba dedicar un ensayo para explicarme la trascendencia de la creación literaria de Alice Munro, pero en nuestro medio de marginación social y cultural 39
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palabra, hasta en nuestra propia casa. Relatos extraordinarios con una fuerza expresiva memorable e inmensa rodeada de sentimientos. Es la literatura perfecta y ambigua que acaba por convencernos que todavía se puede seguir adelante, a pesar de los desastres personales y generales, debido a la crisis económica y al abandono social. En las paginas de “La vista desde Castle Rock”, el lector aprende de lo que es capaz cualquier persona a fuerza de la memoria. Entre la etnográfica, el árbol genealógico y la escritura tersa o poética, Alice Munro nos cuenta su propio pasado y presente. Libro maravilloso y mágico lleno de fabulas, mitos usos y costumbres. Impresionante por el recorrido hacia los escondites de la historia personal y verdadera de una emigrante que llega con sus antepasados a colonizar Canadá. Existe una recreación de hechos y acontecimientos que son rescatados por la escritura de la narradora. Sin preámbulos o divagaciones nos cuenta cada parte o fragmento de su vida. Sobre los primeros colonos que llegaron a conquistar las montañas y lagos de Canadá. Detalles tan directos como apuntes de una libreta de notas de trabajo de campo. La cría de zorros para vender sus pieles, la construcción de carreteras y el ferrocarril, además la aparición de sus ciudades con sus supermercados y nuevas tradiciones. Como si de la nada hubiera brotado todo, Alice Munro llega a describir los sistemas de parentesco y el inicio en la lectura con el nacimiento por el amor a la literatura. Muchas cosas pueden aprenderse de la lectura de sus libros, lo más complicado es superar su estilo personal de narrar los detalles con el punto de vista femenino frente al universo total de “descubrir el tremendo latido de mi propia sangre”, que es el poderío de la literatura y el deseo por dejar algunas líneas semejantes de personas, pasajes e historias tristes, melancólicas y de enorme interés por defender la vida. De que
resulta difícil nada más la adquisición de sus libros magistrales en nuestro idioma. El más reciente apenas si lo conocen en las librerías. En la revista Cultura de VeracruZ, Carlos Roberto Morán compartió hace algunas semanas sus reflexiones sobre Mi vida querida, editorial Lumen, 2013. No obstante nuestro amigo y colega argentino que recomendaba la lectura de su obra, en México no tenemos posibilidad de ubicar hasta ahora el registro de las principales obras de Alice Munro. De todas maneras, estoy muy contento por este premio que obtiene porque va a permitir su amplia divulgación. Ahora recuerdo, a vuelo de pluma, algunos textos magistrales de Alice Munro que me han permitido e impulsado en mi carrera de escritor. No puedo olvidar la pieza maestra “El amor de una mujer amorosa” de su libro con el mismo nombre. Porque desde el principio logra cautivar al contar una historia trivial de algo que puede suceder en cualquier parte del mundo. El ser humano enfrentado a sus demonios, obsesiones y sueños. La búsqueda de ser por lo menos reconocido y aceptado por alguien. Tal vez por aquel desconocido que apenas cotidianamente nos atrevemos a dirigirnos la Cultura de VeracruZ
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estuvimos, fuimos y somos testigos de nuestro tiempo. La captación a través de la escritura de le eternidad. Para ser hay que pensar y escribir sobre uno mismo, como una revelación o imagen de cada cosa. Saber descubrir lo que no ha visto y llegar a enfrentarse al descubrimiento de las profundidades de cada persona. A pesar de su avanzada edad, Alice Munro prosigue construyendo su espacio narrativo para dejar constancia de su presencia en las letras universales. Carlos Roberto Morán recogió en su comentario el final de: “Mi vida querida”, el texto que da título al libro: “No volví a casa la última vez que mi madre cayó enferma, ni para su funeral. Tenía dos hijos pequeños, y a nadie en Vancouver con quien dejarlos. No estábamos para gastar dinero en viajes, y mi marido despreciaba las formalidades. Aunque ¿por qué achacárselo a él, de todos modos? Yo sentía lo mismo. Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo lo hacemos, lo hacemos a todas horas”. Esta es la razón esencial del amor por la literatura. Gracias querida Alice Munro, por este Premio Nobel. Desde cualquier punto de la lectura, Alice Munroe construyó su narrativa bastante apegada al titulo de su reciente libro Mi vida querida, Lumen, México, 2013. En cada uno de sus relatos profundiza sobre el interior del ser humano, particularmente desde la perspectiva femenina. Aunque también en sus libros anteriores describió las raíces profundas del árbol genealógico de sus antepasados hasta llegar a sus propias y unicas experiencias existenciales. No obstante, las estructuras narrativas de los relatos que se enlazan las páginas de Mi vida querida, trasciende la escritura autobiográfica de una narrativa magistral que despierta pasiones y deslumbra por el desarrollo de sus historias con sus finales abiertos, sorprendentes y extraordinarios. Los calificativos resultan insignificantes frente a cada relato. “Llegar a Septiembre / Octubre 2013
Japón”, demuestra la ilusión por unos instantes de escapar de la realidad que es la vida en toda su dimensión. Se encuentra la busqueda de una posible tabla de salvación que pueda sacar adelante el fracaso personal ante la incertidumbre o la resignacion de las lineas finales: “No hizo ademán de huir sólo se quedó a la espera de lo que tuviera pasar a continuación. “Amundsen” rinde el homenaje merecido a las letras rusas con la mención de la novela Guerra y paz de León Tolstói, y también a La montaña mágica, de Thomas Mann. Delante de la fragilidad de las relaciones sentimentales, una mujer se extravía en las reflexiones sobre: “que en el amor nada cambia demasiado.” Sin embargo Alice Munroe desciende hasta las profundidades de las miserias humanas en el relato “irse de Marseley. Como si cada uno de sus personajes enfrentara a su propio y único destino, o màs bien al vacío de sus escondidas y oscuras existencias. En la escritura de “Grava”, trasciende la caída dentro de un foso en donde las obsesiones de la crisis existencial, se pierden entre las redes de la conciencia que pretende organizar los recuerdos terribles.” “Santuario” prosigue con las indagaciones que intentan aclarar siquiera un poco algunos fragmentos del pasado. Desde la primera línea de “orgullo”, se planeta al dilema: “hay gente que lo entiende al revés”. Entonces el lector tiene que aguantar la respiración para conocer el final de una vida. En “Corrie” la soledad provoca circunstancias adversas sobre un romance con un hombre casado que extorsiona a la amante para llevar a su familia a conocer España. “Tren” es el relato de la intensa huida de un personaje que no tiene siquiera un asidero en la vida y que viaja sin sentido y con la necesidad de no dejar huellas que le recuerden vestigios pasados. “A la vista del lago” revisa la cuestión del envejecimiento, con sus enfermedades entre los ancianos de un asilo. 41
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Alice Munro, obtuvo el Premio Nobel de Literatura este año. A los 82 años le resulta bastante complicado atravesar los continentes y mares. Por lo tanto reconoció que únicamente casi al final de su carrera literaria “nada en la vida me podría haber hecho más feliz”, al recibir la noticia. Por fortuna su libro Mi vida querida permanece como un testimonio de la narrativa trascendental y exacta de valiosos fragmentos de su autobiografía, y particularmente de su vocación literaria. Pocas veces se reconoce la importancia del cuento, y en esta ocasión se rinde la apertura al reconocimiento mundial de este género literario. Aunque, Alice Munro declaró que su obra reciente representa su más importante esfuerzo literario. Hay que destacar que a través de la lectura de cada uno de sus libros, constantemente brota la fascinación por el encuentro y superación de su fuente inspiradora que fue y es el encuentro con la obra narrativa de Anton Chéjov. Desde el empleo del monólogo que influyó en los relatos de Alice Munro, para estructurar las preguntas sobre nuestra existencia. Dichas dudas prosiguen libremente con el empleo de frases tan naturales que llevan a formar parte de nuestro pensamiento, y a impulsar la imaginación con el respaldo de los sentimientos, el respeto y veneración por el lugar a que tenemos derecho en la vida.
“Dolly”, insiste con la descripción de una crisis emocional en la pareja que enfrenta unos momentos la idea de la separación. Después de estos relatos extraordinarios, por sus profundas meditaciones acerca de la vida y la llegada de la muerte Alice Munroe da a conocer algunos apuntes trascendentales sobre su vida. Estas páginas autobiográficas parten de la infancia y llegan a la adolescencia. Como si se tratara de la educación sentimental brotan los recuerdos sobre sus padres, y el excelente cierre de este libro magistral con “Vida querida”, que forma parte de una serie de obras escritas con el corazón, el hígado y la pasión de la verdadera creación literaria, en donde la interacción involucra la totalidad expresiva y emotiva que definitivamente marca y destaca en las obras de arte. Cultura de VeracruZ
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