2 el primer venado

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El primer venado, el mejor venado Alberto Tapia Landeros Serie Cultura Cinegética Número 2, 2017 Esta historia fue publicada originalmente en el diario La Voz de la Frontera de la ciudad de Mexicali, B.C., el domingo 1 de agosto de 1982. Pertenece a un archivo construido a lo largo de varias décadas de practicar la caza, y tiene por objeto dejar constancia de cómo se desarrollaba en la segunda mitad del siglo XX, esta práctica cultural reconocida globalmente como caza deportiva.

En el año de 1972 Arroyo Grande no era tan famoso como llegó a ser en la década siguiente. Entonces muy pocos cazadores lo conocíamos. Fue a partir de 1974, cuando inició formalmente el Programa Federal de Borrego Cimarrón, que Arroyo Grande apareció en el mapa cinegético internacional. Aquel diciembre de 1972 mi padre, hermano y amigos decidieron hacer la última cacería del año en su lugar favorito: El arroyo del Palo Fierro, tributario de Arroyo Grande, Baja California. Siempre he dicho que el mejor venado es el primer venado, porque su recuerdo jamás se olvida. En el caso del Mandy, (mi hermano menor Armando Tapia Landeros), fue además, su mejor venado en la vida. Al escribir esto, 29 años después (45 años para esta segunda edición) , Armando no ha cazado una pieza mejor y quizá no la cace debido a las restricciones y complejidad que se imponen al mexicano para cazar en su tierra. Debido a que la nueva Ley General de Vida Silvestre, acabó con el ideal de la caza: “Un hombre libre, en un campo libre, tras un animal libre”. La tarde del 28 de diciembre Armando portaba un .270 Winchester modelo 70 pre 641, influencia notoria de Jack O´Connor en los jóvenes de mi generación. Al oscurecer divisó un venado, pero mi padre no dejó que lo siguiera solo. Entonces el Mandy tenía apenas 15 años, pero con mucha experiencia al habernos acompañado a mi padre y a mí desde que pudo caminar. 4 Fabricado antes de 1964, estos rifles de cerrojo fueron construidos y ensamblados a mano. Posteriormente a 1964, el Winchester modelo 70 es un rifle menos apreciado por los rifleros del mundo.

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Mis dos primeros venados los cacé con un rifle marca Ruger modelo 77, en .243 Winchester. Yo lo había ordenado a la fábrica en .244 o 6 mm Remington, pero llegó en .243 y decidí no esperar a la devolución. Una mañana de viento muy frío me atreví a disparar a un borrego a más de 400 metros y ni siquiera vi en donde pegó la bala. “Esas balitas (de 100 granos) se las lleva el viento”, dijo mi padre que siempre usó .270. Entonces decidí conseguirme un .270. Un buen día mi amigo Mario Ruanova Zárate de Ensenada, B.C., me mostró algunas armas que habían quedado cuando el gobierno clausuró todas las armerías después de la Matanza de Tlaltelolco en 1968. Su armería no fue la excepción. Pero a Mario le gustaba una escopeta española muy ligera que yo tenía y decidimos cambiar estas armas entre nosotros. Así me hice de aquel modelo 70 pre 64 en el clásico calibre .270, el favorito de O’Connor, el rifle que el Mandy llevaba consigo. Amaneció muy frío el 29 de diciembre. Después de tomar café y echar unos tacos en la mochila, padre e hijo empezaron a subir la vereda que viene de Arroyo Grande y va hasta Jaquejel. En cuanto se encumbra la primera loma, el paisaje es hermoso, sobre todo si empieza a salir el sol. Se ve el inmenso lomerío que caracteriza a la zona de transición entre el bosque de piñonero y huata de Sierra de Juárez y los llanos desérticos del Desierto de San Felipe.

Foto del autor.

Lomeríos plagados de agave del desierto, biznaga, ocotillo, chamizo cenizo, y cholla. Casi todos los fines de año el Witiñam, (también “Witi”) o Cerro de la Noche en lengua kiliwa (N 31°28’‐ O 115°29’), está blanco de nieve. Fue en este cerro que Meltí‐ipá puso al cuarto 3


borrego, el del Norte, modelado con la carne de sus pantorrillas según la mitología de esta etnia bajacaliforniana. Es la parte más elevada que se ve desde este tramo de la vereda mencionada, El Witi tiene 2, 152 metros de altitud sobre el nivel del mar. La intención de los cazadores era explorar tierra nunca antes pisada por ellos, al menos por este grupo que encabezaba mi padre. Después de cruzar dos barrancos rumbo a “Las Capillas”2, lugar netamente borreguero, la pareja se detuvo a observar la ladera de la loma de enfrente. Armando inmediatamente distinguió un venado que ya los observaba desde la falda. Mi padre no lo pudo ver, y el Mandy se apoyó en una piedra para observarlo a través del telescopio Redfield de 4 poderes modelo Widefield. Armando no podía creer lo que veía, ¡ el venado más grande que había visto vivo o muerto en su vida! Se le hizo un gran vacío en el estómago pero mi padre lo calmó y se cercioró que se “mampostara”3 muy bien en la piedra. Como el ciervo estaba de frente, Armando sólo podía ver su cara, pecho y manos. Pensando que tal vez estaría a más de 300 metros, apuntó a la frente para compensar la caída de la bala Silvertip de 130 granos. Luego pensó que si estaba a sólo 200 metros la bala destruiría la cabeza y los cuernos. Con sangre fría calculaba todo esto, mientras que el venado no se movía en absoluto. Quizá al verse sorprendido decidió inmovilizarse hasta ver pasado el peligro, quizá entró en shock por el miedo o quizá era el destino que ya lo había reservado para mi hermano. Y mientras todo esto pasaba, mi padre se desesperaba más y más al no poder ver, lo que el Mandy estaba viendo. Por fin se decidió y colocó la cruz de la retícula del telescopio a medio cuello y disparó. Ni se vio el impacto de la bala, ni el animal se movió. Al disparo por fin, mi padre localizó al ciervo y apresuró a su hijo a repetir el tiro. Armando disparó otra y ¡ otra vez!, sin que el animal diera signos de estar vivo, pero no dejaba de observarlos con sus grandes orejas echadas hacia enfrente. Esto debido a que quizá nunca le habían disparado antes. Al saber que solamente le quedaba un cartucho en el arma decidió apuntar a la cara. Al trueno el ciervo dio un gran salto en el aire y desapareció entre el monte de agaves. Con los corazones acelerados bajaron el barranco y subieron la falda de enfrente hasta llegar al lugar y encontrar al hermoso ciervo. Tenía un solo disparo en el centro del pecho, confirmando que estaba a más de 300 metros.

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En este lugar en 1974 se encontró en una cueva un esqueleto de borrego cimarrón cuya cornamenta midió 202 puntos Boone & Crockett. Página # 61 de mi libro Homo-ovis. El borrego cimarrón en México. UABC. 2008. 3 “Mampostar” significa en el argot cinegético apoyarse en algo para disparar.

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El 16 puntas en el lugar en donde cayó. Foto Alberto Tapia Yáñez.

Sus cuernos tenían ¡ 16 puntas ¡, algo muy raro en un ciervo peninsular. Sus astas palmeadas en parte, tenían una abertura interna de 18 pulgadas, la externa de 25 y su cuello de 23 pulgadas de circunferencia debajo de las quijadas que lo colocaban en un lugar privilegiado entre los trofeos bajacalifornianos. Ya en casa, las astas midieron 119 puntos Boone & Crockett4, y con otras mediciones que ya teníamos, iniciamos la práctica de medir y registrar astas de ciervos peninsulares, de 1971 a 1994. Sin embargo en esta cornamenta en particular, de tantas puntas, la puntuación final de 119 no refleja con justicia el tamaño de sus astas. Al ser asimétrica, las diferencias entre largo y circunferencia de las astas se restan del total como castigos. Sus medidas brutas fueron 140 puntos, menos 21 del total de las diferencias dan un pobre 119, su puntuación final que aparece subrayada con amarillo en el Registro de Trofeos al final de este artículo. (Véase también Las astas de los venados de Baja California, en Issuu.com) Esta cacería es típica de la suerte del novato. Su primer venado el mejor venado. Y aunque es todo un trofeo, no fue una cacería de trofeo, por trofeo. Así pues, el que caza un trofeo no es necesariamente un cazador de trofeos. Un cazador de trofeos es aquel que elige, que deja pasar animales sin dispararles, hasta encontrar el de mayor cornamenta pero... ¡ en Baja California nadie puede darse ese lujo ¡ Tal vez se deje pasar un “alesnillo” o un “horquetillo”, pero nunca un seis u ocho puntas 4

Institución encargada de llevar el registro de trofeos cinegéticos en Norte América.

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para buscar el de diez. En Baja California dejar pasar un seis u ocho, puede significar perder la oportunidad de la vida. Puede que nunca vuelva a ver uno de ese tamaño.

Mi padre muestra el perfil izquierdo del trofeo. Él también porta un Winchester modelo 70 pre‐64 y también en calibre .270 Win. Foto Armando Tapia Landeros.

Como puede apreciarse en las fotos, no se notan las 16 puntas ya que casi todas eran cortas, de apenas los 2.5 centímetros de largo o una pulgada, tamaño legal de una punta. Además las fotos no fueron tomadas mostrando esta característica. Pero fue tan relevante su cobro, que en todo el proyecto de 23 años, no aparecieron astas de más puntas que ésta. También puede apreciarse el descomunal tamaño del cuerpo del venado en la foto donde aparece arriba del jeep. Pero como el objeto de mi estudio era conocer el tamaño de las astas, no registré pesos y medidas de los animales. Además que en la gran mayoría de los ciervos registrados solamente tuve acceso a las astas, y no podría haber contado con el peso y el tamaño del animal. Las medidas de la cabeza y cuello las obtuve de aquellos ejemplares que me llevaron para ser disecados.

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Al pie del vetusto palo fierro con el venado arriba del Jeep, desde la izquierda, mi padre, Raúl Quiróz Moranda, su ayudante no identificado y don Pablo Martínez Gálvez. Foto Armando Tapia Landeros.

Armando y este narrador 45 años después en el mismo palo fierro en el cual ambos colgamos nuestros mejores venados cazados en Baja California. Foto Víctor Beltrán Corona.

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Otro ángulo para apreciar mejor esta cornamenta. Foto Armando Tapia Landeros.

En abril de 1973 estuvimos pescando en San Luis Gonzaga, B.C. En la pared del restaurant de Gorgonio “Pápa” Fernández (QPD), había colgada una cornamenta de cola prieta. Los Fernández me dijeron que fue cazado el año anterior en Las Arrastras de Arreola, lugar 25 kilómetros al sur de San Luis Gonzaga, ya en la mágica zona de cirios. Tres años después regresé a San Luis y pregunté por las astas con la intención de comprarlas para esta investigación y una colección que pretendía hacer entonces. Me contestaron que la habían regalado en 1975. Estas astas de 14 puntas deben medir alrededor de 145 puntos, confirmando nuestra sospecha entonces, de que en Baja California había venados de mayor puntuación que el venado del Mandy. Infortunadamente, esta y otra cornamenta localizada en Bahía de los Ángeles, de la que hablaré en otra ocasión, nunca fueron medidas; pero afortunadamente tomé fotografía de ambas que sirven al lector para apreciar el tamaño de las astas de los verdaderos trofeos de venado bura cola prieta de Baja California. La hazaña del Mandy de ir a lugares remotos y encontrar venados viejos con astas originales y únicas despertó el interés de muchos cazadores que antes se conformaban con caminar alrededor del campamento solamente. Es sabido que en los venados después de alcanzar su clímax de desarrollo corporal y madurez sexual, sus astas empiezan a deformarse y a crecer picos no típicos ni simétricos. Y si bien sus puntuaciones no son altas, su valor decorativo y originalidad era al menos, durante el siglo pasado, muy bien apreciada y recibida por cualquier cazador, sobre todo en aquellos que no buscaban medir ni comparar sus astas trofeo. Eso motivó a que guardafaunas del Programa Federal de Borrego Cimarrón buscaran esa clase de animales en sus días de asueto.

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Don Jorge Belloc con un 11 puntas de astas cortas y deformes de 108 1/8 puntos Boone and Crockett, que cazó Manuel Cerda en la falda de El Witi en 1978. Esta cabeza fue robada del negocio de José Tapia Betancourt, lugar que fuera la gasolinera y taller Unión de mi padre. Foto Manuel Cerda Solórzano.

En algunos de sus días de descanso, Jorge Belloc, Jefe de Inspección y Vigilancia del mencionado programa, fue guía de sus compañeros, Manuel Cerda, Modesto Gastélum y otros, y se fueron a la Cañada de Rancho Nuevo, que nace del Witiñam en donde se ubica el vetusto palo fierro que fuera nuestra casa muchas veces. Pero ellos “mochilearon” desde ahí hasta la ramada con paredes que aún hay al pie de El Witi y durmieron en ese sitio. La luz del nuevo día los encontró “gemeleando” (uso de binoculares) para todos lados. Belloc vio unos venados hasta los que se acercaron con la intensión que Modesto cobrara su trofeo. Pero al momento de disparar no pudo estabilizar su rifle y Manuel disparó derribando al ciervo anciano. La foto habla mejor de su edad avanzada. Encontrar animales viejos es síntoma de un sub aprovechamiento, es decir, que los ciervos no son cazados y llegan a morir de viejos. Pero también pudiese ocurrir que estos individuos resulten más astutos que el resto de su generación, y se refugien en lugares solitarios e inaccesibles, al menos para el cazador promedio. Enseguida, nuestro Registro de Trofeos indicando con un sub rayado amarilla, la ubicación de estos dos ejemplares de venado bura de Baja California. 9


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La fuente es el capítulo “El venado bura que persiste”, en mi libro Baja California. Uso y abuso de su biodiversidad. Porrúa‐UABC. 2006. En esta Serie Cultura Cinegética acudiremos en repetidas ocasiones a este Registro de Trofeos que hicimos durante 23 años, de 1971 a 1994, y que alguien interesado en esta estadística que es fundamental para la apropiada administración del recurso natural, continuara para bien de la Historia y Cultura Cinegética.

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