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Un diez puntas en los montes del Sásabe Alberto Tapia Landeros Serie Cultura Cinegética Número 4, 2017 Esta historia fue publicada originalmente en el diario La Voz de la Frontera de la ciudad de Mexicali, B.C., el domingo 17 de enero de 1982. Pertenece a un archivo construido a lo largo de varias décadas de practicar la caza, y tiene por objeto dejar constancia de cómo se desarrollaba esta práctica cultural reconocida globalmente como caza deportiva, en la segunda mitad del siglo XX.
En mi búsqueda de un venado cola blanca de Sonora con astas de 10 puntas o más, probamos suerte en varias ocasiones en la Sierra del Humo, entre la ciudad de Caborca y El Sásabe, Sonora. En el Humo vimos hembras, aleznillos y cuatro puntas. Solamente en dos ocasiones, en tres años avisté venados maduros, entre seis y ocho puntas, pero que no me dieron tiempo de disparar. Su conducta era francamente “matrera”, como dice el sonorense al venado macho arisco y desconfiado, seguramente por ser víctima de un asedio constante por parte del cazador, legal o furtivo. Entonces enfilamos al norte de esta curiosa sierra desértica norteña sonorense. Curiosa porque en medio del desierto poblado de palo fierro, mezquite, palo verde, saguaro, cholla y biznaga, tiene en sus partes altas encinares propios de la Sierra Madre, manzanita y solamente le falta el zumbido del vuelo del cócono para ser Madre también. Varias veces la hemos visto cubierta de nieve y los hijos del “Chacho” Cepeda han encontrado viejos y retorcidos cuernos de cimarrón en sus riscos. El nombre le viene del siglo XIX cuando algunos mezcaleros tatemaban cabezas de agave para destilar bacanora o sotol. Al ser más húmeda y elevada que el desierto que la rodea le produce alguna neblina que la empaña y caracteriza algunas mañanas invernales. ¿O fue el humo de los mezcaleros lo que le dio su nombre? 2
La población fronteriza de El Sásabe, Son., no contaba con carretera asfaltada para llegar a ella ni para cruzar a Arizona, y su apariencia era la de un viejo pueblo del oeste. Por su aduana iban y venían cuatreros y asalta bancos desde finales el siglo XVIII. Hoy van y vienen libremente narcotraficantes y traficantes de humanos. Es de esos pueblos sonorenses huraños en los que el forastero entra y no ve a nadie, pero si voltea de repente verá gente asomándose por las ventanas y puertas entre abiertas, que al ser descubiertos se encierran cual contaminados por la mirada del fuereño. En el rancho “La Nopalera”, propiedad de Arcadio Valenzuela, entonces dueño de Banco del Atlántico, vivía y administraba la ganadería el arizoniano Thomas Usted, así es, el gringo se apellidaba Usted. Gracias a la influencia de los Monreal de Caborca pudimos entrar a cazar en La Nopalera, pero como en muchos otros ranchos en los que supuestamente se cuidaban los venados, pronto descubrimos que no éramos los únicos privilegiados.
Desde la izquierda, Manuel Cerda, Armando Caballero le pone cuernos a Jesús “Pelón” Félix, un invitado de éste, mi padre brindando con un bote de cerveza, Mr. Wooly, un funcionario de la Aduana de Calexico invitado por Caballero con una tasa de café, Alejandro Coria, Bernardo Hernández y el autor. Festejando y destazando en la casa de La Nopalera, un venado que cazó Caballero. Foto Armando Tapia Landeros. 3
De cualquier manera, en los primeros viajes nuestro grupo cobró buenos ocho puntas en el rango de los 80 puntos y jóvenes cuatro puntas. Una mañana que cazaba solo como casi siempre en ese entonces, ya que mi hermano Armando acompañaba a mi padre, me detuve en la sombra de un fresco arroyo antes que me diera el sol de la mañana y gemeleé la ladera de un cerro truncado, oscuro y volcánico, con una meseta muy plana en su cima (en imagen de Google en la portada de este artículo). Entonces ya había aprendido que caminar por caminar a ver qué venado espantaba, no me serviría si quería un buen animal, ya que a éstos es difícil sorprenderlos de esa manera, en virtud de que sus sentidos están lo suficientemente desarrollados para sobrevivir a esos esfuerzos nuestros. Con esta experiencia, observaba cuidadosamente la falda del cerro que los primeros rayos de luz iban iluminando. Di un sobresalto al distinguir la forma de un animal entre el monte. Era una venada y su cría comiendo apaciblemente. A unos cincuenta metros de ellos, otro movimiento me hizo centrarme en él. Era un bonito venado macho con cuernos altos. Pero este cérvido no comía, caminaba nervioso rodeando el cerro olfateando el aire. Quedé inmóvil al tenerlo fuera de distancia. Pronto se perdió del otro lado del cerro. Con suma cautela y en silencio fui rodeando el cerro desde su base, listo para tirar en todo momento, pero no lo encontré. Decidí dejarlo en paz, en lugar de espantarlo y se fuera del lugar, el cual seguramente era su territorio. Esa noche al calor de la vieja estufa de leña discutimos el asunto. Decidí volver a intentar solo pero más temprano. El sol me sorprendió viendo el lugar del avistamiento anterior, pero el trofeo ya no regresó. Decidí subir el cerro ya que al estar truncado, como dije, era casi plano en su cima. Empecé a subir con mucho cuidado y cuando iba a la mitad escuché tronar de ramas y vi como a 100 metros a mi venado saltar entre el monte y desaparecer, ¡sin tener la oportunidad de disparar! Sus astas que eran más altas que en el promedio de los de su subespecie, lo distinguían. Sus cuernos eran definitivamente más grandes, sobre todo del seis y siete puntas que mis compañeros ya tenían en el rancho. Imagínese mi frustración y angustia, después de 3 años de buscarlo y ahora haberlo visto dos días seguidos. Esa noche debatimos la estrategia a seguir el día siguiente pues sería domingo, día de regreso lo cual deberíamos hacer temprano dado el largo camino a casa. Por lo menos ahora conocía su escondite y podría intentar tenderle una emboscada. Los venados son criaturas de costumbres rutinarias lo cual utilizamos a nuestro favor. 4
Muy oscuro todavía emprendí la caminata buscando llegar al otro lado del cerro y esconderme cerca de su ruta de escape. Mi padre y hermano Armando seguirían mi ruta de los días anteriores para arrearlo. Mis compadres Miguel Valencia y Manuel Cerda rodearían el cerro por el otro lado en caso de que el animal escapara por ese flanco. Aquella madrugada dominical de diciembre de 1977 caminé dos horas casi en total oscuridad, tropezando con ramas y piedras hasta encontrar un mezquite a media falda y me tendí bajo sus ramas y el frío me hizo ajustarme la gorra amarilla de estambre sobre mis orejas. Metí un cartucho en la recámara del 308 Winchester y trabé el seguro. Los cartuchos recargados traían 47 granos de pólvora número 4064 con bala Sierra de 150 granos de punta blanda. Afortunadamente no tuve que esperar mucho, pues a la media hora escuché rodar piedras y mi adrenalina se fue hasta arriba. Luego ruido de ramas y pronto vi la silueta de un bulto moviéndose entre el monte en mi dirección, quité el seguro pero no subí el arma, pensando en tantos accidentes entre cazadores en estas circunstancias. La silueta dejó de recortarse contra el horizonte que se aclaraba minuto a minuto, pero afortunadamente hubo suficiente luz para distinguir a un venado acercándose con su cabeza baja. Con las manos sudorosas a pesar del frío encaré el rifle y lo vi en el telescopio. De pronto salió a un claro como a cincuenta metros y disparé. En vez de caer, corrió hacia mí sin dar muestras de estar herido. Accioné el cerrojo y volví a disparar y esta vez el ciervo rodó casi hasta mis pies.
El escenario en una imagen de Google. 5
El trofeo en donde cayó, al pie de una nolina o sotol, entre rocas volcánicas. Sostengo el .308 Winchester y atrás mi gorra y backpak básico, con una cantimplora y una bolsa de lona para la cámara, película, granola, mini tripié, cerillos, cuerda, etc. Una autofoto.
¡Ahí estaba el casi invencible Rey del Sásabe! Me acerqué a admirarlo con las piernas temblorosas por el climax y el desenlace. Era un hermoso Coues1 de 10 puntas. Saqué mi cámara Olympus compacta de 35 mm y un pequeño tripié para auto retratarme.
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Es el nombre de esta subespecie de cérvido americano: Odocoileus virginianus couesi.
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Luego llegaron mi padre y hermano orientados por los disparos y juntos celebramos ese solitario triunfo de todo cazador, que jamás tiene público que le aplauda ni lo busca. Sus astas midieron 98 puntos ByC y un octavo. Suficiente para estar al lado del buro y el cola prieta también de 10 puntas cuyas cacerías han sido ya relatadas en los números 1 y 3 de esta Serie Cultura Cinegética. El hecho natural de que para cualquier cazador un Coues de 98 puntos sea considerado trofeo, da una idea del tamaño de las astas de esta subespecie. Recordemos que para el venado bura de Baja California aceptamos como trofeo solamente aquellas astas que superaron los 100 puntos. Un buro sonorense debe tener más de 160 puntos para que el vulgo lo califique como trofeo. Y 162 puntos fue el récord para el ciervo bajacaliforniano.
En el arroyo a donde lo bajamos ya eviscerado para cargarlo a la camioneta Ram Charger. Aquí las astas lucen en toda su dimensión, pero no se alcanzan a ver dos de sus puntas. Foto Armando Tapia Landeros. 7
Siempre me quedó la certeza que para el cola blanca Coues 80 puntos serían el mínimo para considerarlo trofeo de caza. Todo esto se aclaró y asentó estadísticamente al comparar los resultados al final del estudio sobre las astas de los venados norte americanos2. Pero mi fiebre de venado no bajó con ese trofeo. Continué mi peregrinar por el norte sonorense y para mi fortuna, encontré y cobré un Coues con astas de mayor tamaño que las de este de los montes de El Sásabe, Sonora. (Véase el número 5 de esta serie).
Como ilustración al párrafo anterior, un fragmento del estudio en cuestión, en donde se aprecian las puntuaciones relativas ByC entre los distintos récords de venados norte americanos a finales del siglo XX.
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Véase Las astas de los venados de Baja California en www.issuu.com/albertotapialanderos
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Entre mis dos compadres, Manuel Cerda a mi diestra y Miguel Valencia a mi siniestra, comparamos mi trofeo con otro venado cola blanca de ocho puntas, el promedio de esta subespecie. Foto Alberto Tapia Yáñez.
Dos representaciones artísticas de este trofeo: Izquierda, mi montaje en taxidermia en la que sí se aprecian las 10 puntas. Derecha, un dibujo de Armando Tapia Landeros.
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