El mejor coues

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El mejor Coues Alberto Tapia Landeros Serie Cultura Cinegética Número 5, 2017 Esta historia fue publicada originalmente en la Revista SAFARI, año 2, número 12, de noviembre‐diciembre de 1997. Pertenece a un archivo construido a lo largo de varias décadas de practicar la caza, y tiene por objeto dejar constancia de cómo se desarrollaba esta práctica cultural reconocida globalmente como caza deportiva, en la segunda mitad del siglo XX.

El venado cola blanca es el ciervo más abundante de América. Habita en todo México excepto la península de Baja California1. Los venados cola blanca que tenemos más cerca los cazadores californianos son los del Estado de Sonora. A fines del siglo pasado un sargento de la infantería de los Estados Unidos de América, EUA, de nombre Elliot Coues, descubrió que los cola blanca del sur de Arizona, Sonora y Chihuahua eran un tanto diferentes al resto de los cola blanca americanos y, al estar aislados de ellos constituían una nueva especie. Así, el cola blanca prototipo bautizado en el Estado de Virginia, EUA, llamado científicamente Odocoileus virginianus, tuvo su primer primo mexicano que se llamó Odocoileus virginianus couesii, en honor a su descubridor. El “coues” o “cauis” como lo llaman algunos sonorenses, es en opinión de celebridades cinegéticas como lo fue el siempre recordado Jack O´Connor, el más famoso escritor cazador del siglo pasado en los EUA, que calificó a este pequeño ciervo como el más difícil de cazar cuando se busca un verdadero trofeo para el Libro de Récords. Además, le atribuyó la inteligencia para ejecutar actos de escapismo imposibles hasta para el Gran Houdini.

Después de esta introducción necesaria y aclaratoria, la narrativa de cómo cacé mi mejor coues. 1

Mayor información sobre este sub especie en la monografía El venado cola blanca desde la perspectiva de un cazador bajacaliforniano, en preparación.

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Después de “escopetear”, como llamamos algunos cazadores a la práctica de la caza de aves con escopeta, palomas, codornices, faisanes y patos, me fijé la meta de cobrar los tres ciervos regionales, estos son: el venado bura de Baja California que llamamos “cola prieta”, y en el Estado de Sonora el venado bura y el venado cola blanca. Cuando cacé el primero, un venadito joven en La Rumorosa, B.C., me di cuenta que no bastaba la meta propuesta, había que agregarle una condición: que todos los ciervos tuviesen cuando menos 10 puntas en sus astas. Al cuarto año de intensa búsqueda por el Norte serrano de Baja California cobré en 1974 el venado cola prieta de 10 puntas en Arroyo Grande (Véase El primer diez puntas, número 3 de esta serie). El cuál resultó a la postre ser el mejor venado de la sub especie Odocoileus hemionus fuliginatus de mi carrera como cazador de venado. Entonces apunté mis miras al vecino Estado de Sonora, en busca de los diez puntas de cola blanca y de bura. A principio de los años ochenta logré el primer coues de 10 puntas y su cacería aparece en el número 4 de esta serie con el nombre de Un diez puntas en los montes del Sásabe. Sus astas midieron 98 puntos Boone y Crockett, ByC, y el Récord Mundial para esta sub especie mide 143 puntos ByC, o sea del tamaño de un bura trofeo bajacaliforniano. La puntuación mínima para inscribir un coues en el Libro de Récords del ByC es de 110 puntos. Mi primo Héctor Morán Tapia abogado residente de Hermosillo, Sonora, era el apoderado legal de la Asociación Ganadera del Estado y me consiguió uno de los mejores ranchos “colablanqueros” de la región, para que superara la marca de los 98 puntos ya logrados en El Sásabe. Y fuimos mi padre y Yo a La Cieneguita, un rancho enclavado en la sierra sonorense al Sur de Arizpe, Sonora. Este lugar comparte el bello paisaje del famoso Cerro Colorado, de don Diego Redo y en donde el ex presidente de los EUA Ronald Reagan se accidentó en 1989 al caer de un caballo. En un helicóptero militar fue llevado de emergencia al Fuerte Huachuca, una base militar vecina de Tucson, Arizona. Reagan y Redo fueron buenos amigos.

Algunos trofeos de coues cobrados por Ríos Aguilera en La Cieneguita. Fotos Alberto Tapia Yáñez.

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El abogado Miguel Ríos Aguilera de Hermosillo, Sonora, tenía varios coues increíbles cazados allí. Algunos de los más grandes seguramente entraban al Libro de Récords, pues les estimamos más de los 120 puntos ByC, cuando el mínimo para entrar a este “salón de la fama” de la cultura cinegética para esta sub especie es de 110 puntos ByC como ya se dijo. Para dar una idea de lo productivo de este rancho también conocido como La Cieneguita de Serrano, les diré que el señor Roy Miller, cuando fue Presidente Municipal de Arizpe, Sonora, y me invitó a cazar guajolote en su rancho, me dijo que él en una ocasión llegó a ver 40 coues trofeo, colgados en el largo pórtico de este rancho, ¡en un solo fin de semana¡ Nos acompañó en su propio pick up mi primo Héctor y sus dos entonces pequeños, Héctor y Ricardo Morán Ochoa. Antes de llegar a Arizpe, dejamos la carretera hacia el Oeste. Y tuvimos que abrir para cruzar cuatro puertas con candado, para los que Héctor llevaba las llaves. Antes que apareciera la figura jurídica de la UMA en 2000, ya había ganaderos que cuidaban celosamente su fauna silvestre. En el camino al rancho vimos varios venados, uno bueno de ocho puntas, pero Héctor de dijo: “espérate, ya verás uno grande”. Acampamos en un hermoso valle rodeado de encinos de hoja plateada (Quercus hypoleucoides) y hermosos alisos arizonianos (Platanus wrightii), con un arroyo serpenteando por en medio, rodeado de colinas de dorados pastizales y la enorme casa del racho de fondo, con su largo porche y trancas para amarrar los caballos. Bello paisaje del Sonora de la alta montaña. Durante la noche oímos llegar a varios carros de cazadores a la casa, lo cual confirmamos al amanecer. A pesar de lo exclusivo, a La Cieneguita iba mucha gente, ignoro cuál sea ahora su situación.

Esta región montañosa sonorense, tiene cumbres que se nievan en invierno, y cañadas pobladas de encino y aliso con arroyos corriendo, magnífico hábitat para el coues. Foto Google.

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Como acostumbraba cazar entonces, solo, ya que mi hermano Armando estudiaba en

Guadalajara, Jal., dejé el campamento antes de salir el Sol. Al ir subiendo la primera loma cubierta de pasto dorado, aparecieron los primeros rayos del amanecer. Durante la noche había caído bastante rocío, así que el suelo estaba blando y permitía caminar sin hacer mucho ruido. A media falda escuché el romper de ramas en el filo de la loma e inmediatamente me senté en cuclillas. Dos venadas trotaban con sus colas muy en alto cual blancas banderas. Me quedé quieto y apareció un machito tras ellas. Con los binoculares 8X30 pude ver que se trataba de un venado joven de seis puntas. Recordé la recomendación de Héctor y ni siquiera alcé el Husqvarna calibre 7X57 milímetros. Llegué hasta el filo de la loma y caminé hacia el Norte. Bandadas de cuervos volaban en círculos indicando quizá la muerte de una res, o la presencia de un venado herido. Al cruzar un pastizal en un puerto, un estruendo de alas me asustó. Era una parvada de codornices de Moctezuma (Cyrtonix montezumae), o codorniz alrequín, llamada así por las pinturas de su hermoso plumaje. El sonorense la llama simplemente perdiz. Me volaron prácticamente de las botas. Mentalmente me dije: “Con una escopeta cuata medida 20 con cañones de 26 pulgadas modificado y cilindro mejorado y cartuchos de 7/8 de onza de munición número 9, pensando en la herramienta ideal para cazar estas aves.

Codorniz de Moctezuma. Imagen de Internet. El filo de la loma remataba en un promontorio alto y rocoso, casi cubierto por matorrales. Intenté llegar a él sigilosamente, para observar desde ese punto ventajoso ambas faldas o pendientes de la loma, pero un estruendo de ramas y piedras rodando descubrieron a una manada de venados que salían del matorral del promontorio. Me encaré el rifle y pude ver por su telescopio cuatro o cinco hembras corriendo hacia el barranco del otro lado. En cuanto bajé el arma vi que las seguía un venadote. Lo metí al telescopio Leopold compacto de 4X y vi unas astas abiertas cuando menos de ocho puntas. Cuando lo seguí para decidir el disparo desapareció. Corrí hasta el borde del barranco pero solamente escuché la tropelada, sin lograr verlos otra vez. Pensé: ¡Aquí si hay venados! Ya no tenía caso seguir hasta la cumbre del promontorio y regresé rumbo al Sur y en favor del aire, faldeando el barranco en donde se 4


metieron los venados. Caminé lo más sigiloso que pude, eligiendo cada lugar en donde poner el pie, siempre con el viento en la cara. Ya eran alrededor de las nueve de la mañana y a pesar de lo radiante del Sol, las sombras aún estaban frescas. Al incursionar entre varios encinos chaparros (Quercus oblongifolia), escuché pisadas. Pero al detenerme provoqué una estampida, varios venados saltaron frente a mí. Tras ellos, iba un aleznillo adulto de sólo dos largas puntas o leznas, de ahí su apodo. Lo seguí con el telescopio del rifle, ya que todo ranchero siempre solicita al cazador cazar estos raros especímenes, ya que propagan sus genes y luego escasean los venados de muchas puntas. Cuando iba a disparar, apareció otro venado en escena, un ocho puntas de astas cerradas y altas pero no me dio tiempo de apuntarle. Cabe aquí comentar la teoría de los administradores de cotos de caza de entonces, “umeros” ahora, al no tener horquetas en sus astas los aleznillos, en los combates por las hembras, hunden con facilidad sus leznas en sus contendientes y ganan la pelea. Pero nadie quiere tener aleznillos en sus campos de caza, sencillamente no tienen valor cinegético, que es el que se impone a cualquier otro valor en estos días. Con el corazón acelerado y un tanto contrariado decidí sentarme por primera vez aquella mañana. Bebí agua y comí una manzana y una barra de granola. Este barranco lleno de venados continuaba por varios kilómetros pero igual de enmontado. Seguir esta estrategia sería seguir espantando ciervos, así que decidí regresar al campamento, en donde mi padre me esperaba con unos frijoles maneados, café recién hecho y huevos revueltos con chorizo. Mis sobrinos hacían sus pininos con una escopetita calibre .410 que les había llevado de regalo. Los cazadores que llegaron la noche anterior fueron a saludarnos y a compartir un ceviche de venado (carne cruda cocida sólo con jugo de limón), producto de la “cabrería” de un ocho puntas. El sonorense llama así a los lomos internos que corren paralelos al espinazo. Al no tener movimiento, ofrecen la carne más blanda y tierna de un ungulado. El Sol se ocultó pronto en el valle del rancho. Con la noche llegó un vaquero que ya se había desocupado al haber cobrado los otros cazadores. No recuerdo su nombre pero le apodaban el “cara de niño”. Vivía en la primera casita a la derecha llegando a Arizpe desde Cananea. Me ofreció un caballo y acompañarme al día siguiente. “A pie no va a ver toros”, me dijo, refiriéndose al venado macho trofeo, acepté la oferta. Muy temprano llego “cara de niño” con dos corceles ensillados. Como no llevaba funda para montura me tercié el rifle en la espalda. Este, como todos los que he tenido para cazar en la montaña, era muy ligero. Su cañón tenía sólo 21 pulgadas de largo y muy delgado. Con balas Sierra de 140 granos2 y 47 granos de pólvora IMR 4350 me daba una precisión aceptable. Cazar a caballo es toda una experiencia pues se cubre mucho terreno. En medio 2

Grano: medida inglesa de peso. Una onza equivale a 437.5 granos o a 28 gramos.

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día recuerdo haber desmontado precipitadamente cuando menos 18 veces al explotar a la vista grupos de ciervos. Contamos 96 animales ese día. De ellos sólo unos seis fueron machos adultos pero ninguno realmente “toro”, esto es, de más de 100 puntos ByC. Nos sentamos en el filo de una loma para gemelear el barranco de enfrente. El vaquero dijo que al no haber helado todavía ese invierno, los machos aún no corrían, es decir, no entraban en celo, por eso no los veíamos, de día permanecían metidos en el breñal y salían a comer después de metido el Sol. En el fondo del barranco, quizá a unos 400 metros, vi movimiento. Me quedé fijamente observando el punto hasta que distinguí el lomo de un venado. Eran dos hembras que se guarecían del Sol. Continué escudriñando la ladera desde este punto ventajoso. Comimos unos sándwiches y seguí gemeleando. Luego advertí que las dos hembras salían cautelosamente de las ramas, quizá por habernos escuchado. Tan pronto salieron a lo limpio se detuvieron y voltearon hacia el monte que dejaron. Entonces me tiré pecho a tierra, pues su conducta me decía que otro animal había quedado de donde salieron. Lentamente fue saliendo un venado macho con el cuello estirado y bajo con sus orejas tendidas hacia atrás. Seguía el olor de una de las hembras la que quizá iniciaba el celo. En voz baja, “cara de niño” dijo: “Ahí está el toro, solamente tras las refregadas pelonas calientes sale de su escondite”. El sonorense llama “pelona” a la hembra por no tener astas. A esa distancia podía apreciar en el macho unas astas muy abiertas y de más de ocho puntas. El ciervo siguió embelesado el estimulante olor del celo. Me recreaba admirándolo por el telescopio del rifle cuando el vaquero dijo: “Está muy lejos”. Efectivamente, el animal se alejaba lentamente en línea recta y casi perpendicular a mi posición, es decir, de arriba abajo, casi a plomo. Cuando se dispara de arriba abajo o viceversa, se tiene que apuntar abajo del blanco. Me revoloteaba esto en la cabeza cuando decidí disparar. La cruz del telescopio la llevaba puesta entre las paletas, en el espinazo. Me sentí bien mamposteado y suavemente presioné el gatillo…!PUM!, tronó el 7X57. Puedo asegurarles que sentí lo que tardó la bala en llegar, la cual no vimos “polvear”. El venado se sentó en sus cuartos traseros y lentamente rodó hacia atrás, sobre su propio lomo. Hasta este momento me di cuenta que los tres ciervos subían una ladera. Sus cuernos se trabaron en unos varejones y quedó con sus patas colgando. Cara de niño dijo: “Estaba lejos, muy lejos…!qué tiro señor!” Pero si a él le parecía una hazaña aquel disparo, a mí me lo parecía aún más. Tardamos una hora en bajar los caballos hasta la presa abatida, pues el barranco estaba muy enmontado. Por fin llegamos hasta él para admirarlo, tenía 10 puntas y era más grande que el cobrado en El Sásabe. El impacto entró detrás de las costillas impactando su hígado y causándole una muerte instantánea. 6


Mi mejor coues y el arma que utilicé. Astas abiertas, altas pero delgadas. Aun así, el vaquero lo calificó como “toro”. Foto Alberto Tapia Yáñez.

Apenas llegamos al campamento y lo medimos, dio 101 puntos ByC. Nada extraordinario pero mi primo cumplió, mejoré mi marca anterior en este rancho. El clima caliente de aquel invierno en la alta montaña sonorense ocasionó que la carne se echara a perder, apenas pude salvar la copina, o piel de la cabeza y busto. Quizá algún lector de este siglo XXI prefiera un cartucho más potente que el 7X57 mm con el pequeño telescopio que utilicé. Pero en nuestra experiencia, los más potentes y populares, el .270 y el 30‐06, destruyen carne innecesariamente, y nosotros también íbamos por carne, particularmente mi padre, que nos enseñó a cazar para comer. Y por supuesto, para nosotros, ni hablar de los magnums para abatir a esta pequeña sub especie de venado cola blanca. Mis otros rifles para cazar en la montaña fueron el calibre .243 en un rifle Ruger modelo 77, un .308 Win. en un Featherweight modelo 70 pre‐64 Winchester, y el 6.5 MM Remington Magnum, prácticamente un .264 recortado, en una carabina Remington modelo 660. Todos ellos pesaron menos de 7.5 libras equipados, con telescopio, monturas y portafusil. Probé también con rifles más livianos aún, pero se me dificultaba apuntar sobre todo tirando a pulso a blancos en movimiento. Pasaron los años, cambió el siglo, y este venado fue mi mejor coues. 7


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