El primer diez puntas

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El primer diez puntas Alberto Tapia Landeros Serie Cultura Cinegética Número 3, 2017 Esta historia fue publicada originalmente en el diario La Voz de la Frontera de la ciudad de Mexicali, B.C., el domingo 18 de diciembre de 1983. Pertenece a un archivo construido a lo largo de varias décadas de practicar la caza, y tiene por objeto dejar constancia de cómo se desarrollaba esta práctica cultural reconocida globalmente como caza deportiva, en la segunda mitad del siglo XX,

La experiencia de mi hermano estimuló mi búsqueda de venados con astas grandes (Véase el número 2 de esta serie). “El venado del Mandy” como se le recuerda aún hoy, y las cornamentas de las bahías de San Luis Gonzaga y de Los Ángeles, además de ser pruebas de que en Baja California había algo más que horquetillos y seis puntas, abría la posibilidad de que también hubiera venados con astas similares a las de los buros sonorenses. ¿Pero qué tanto más grandes? Esta pregunta también tenía su límite: los 226 4/8 puntos del récord mundial. Así, entre 119 (Mandy) y 226 debería andar el récord bajacaliforniano. Cabe comentar que en 1973 no había medido aún ninguna cornamenta de Sonora, el dato de 226 4/8 puntos, provenía de la 13ava edición del Libro de Récords del Club Boone y Crockett, y correspondía a un venado1 cazado por Doug Burris Jr., el año anterior (1972), en el Condado de Dolores, Estado de Colorado, EUA, y al reescribir esta segunda edición de este texto, este trofeo es propiedad de Cabela’s, Inc. Enseguida una copia de la página número 225 del libro mencionado. Este es el Récord Mundial de venado bura, especie prototipo, Odocoileus hemionus hemionus. Es un par de astas típicas y simétricas de “largas velas” como se dice en el argot cinegético cuando las horquetas tienen sus puntas muy largas. El fondo de la foto es la hoja de trabajo, el borrador de la medición oficial. 1

Este trofeo pertenece a la especie prototipo, el Odocoileus hemionus hemionus, un venado bura de mayor tamaño que los mexicanos.

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Seguimos cazando cada invierno en el norte del estado, y en el verano recorríamos la sierra en busca de lugares prospecto para el invierno. Fue en uno de esos viajes veraniegos, en 1976, que encontré en el pórtico de un rancho ganadero en La Rumorosa, una enorme cornamenta, su tamaño lo veremos más adelante, para seguir la cronología natural de los eventos narrados. El invierno de 1973-1974 probamos en varios lugares sin tener suerte. Al finalizar la temporada, volvimos al lugar del “Venado del Mandy”, al pie del viejo palo fierro. Llegamos muy tarde el 5 de enero, debido a una fuga de gasolina de la vieja Jeep Wagoneer. Nos llovió aquella noche muy fría, pero nos tapamos con lonas. El grupo estaba integrado por mi padre, el Mandy, Manuel Cerda, Rafael Lara (QPD), mi primo Edmundo Landeros y este escribano. A pesar del cansancio y angustia al tener que reparar la fuga de gasolina y llegar hasta el cazadero para probar suerte solamente el domingo, no pude conciliar el sueño. Pensaba en mi rifle (el utilizado por el Mandy en el artículo anterior, número 2), me preocupaba su peso de unas 9 libras con todo y telescopio. Casi dos libras más pesado que el Ruger modelo 77 en .243 que había dejado “para los coyotes”. En un intento por aligerarlo, se me ocurrió cambiarle la caja o culata. Mandé traer a la desaparecida casa Herter’s (recién resucitada) una semi acabada en nogal inglés, caracterizado por su color claro, 3


que supuestamente pesa menos que el tradicional nogal negro americano. Con esmero tallé y pulí la nueva pieza a mis medidas, como un sastre confecciona un traje nuevo. Rafael Lara le hizo un remate de ébano en la punta del pasa mano y yo le instalé un remate de acero con mis iniciales en la empuñadura. Estaba muy orgulloso de mi nuevo rifle, pero aún no cazaba nada con él. De todos modos me seguía pareciendo muy pesado. Esa noche tan corta pensé mucho en el venadote del Mandy, bien podría andar otro por ahí. Mi rifle estaba apuntado o alineado con el telescopio, para pegar al centro a los 250 metros con balas de 130 granos Winchester Silvertip. A cien metros pegaba una pulgada y media arriba del centro. A 300 metros 4 ó 5 abajo. A 400 tenía que apuntar a romper el espinazo, para poder dar en el codillo. A 500... bueno, mejor sería que el venado me saliera a cien metros. “¡Arriba mi chingón!” resonó la voz de Rafael Lara en el arroyo, todavía oscuro. Levanté la cabeza y topé con la lona blanca por la escarcha. ¡qué trabajo cuesta dejar la tibia bolsa de dormir! Al pararnos Rafa ya tenía lista una enorme cafetera. “Ya se limpió, no va a llover”, dijo Rafael. “¡El cerro de la noche (Witi) está blanco de nieve mi chingón!, continuó Rafael que ya había echado una oteada alrededor. Rafael había sido cazador de siempre y era muy bueno para caminar, aunque ya le empezaban a flaquear sus rodillas. Tenía fama de caminante. Se contaba que en una ocasión se había trepado a la Sierra Cucapá en el cerro de El Centinela, y se había bajado en el Cerro El Mayor. ¡cincuenta kilómetros de caminata! Empezamos a caminar antes de salir el sol. Manuel y Edmundo enfilaron rumbo al Cerro Colorado. Don Alberto y el Mandy hacia donde cazaron el 16 puntas. Rafael y yo seguimos un arroyo ascendente hacia el llamado “cordón de la vereda” que no nos permitía dominar mucho terreno. Solamente podíamos ver hacia arriba ya que las laderas aún estaban oscuras. A pocos minutos de andar Rafa se detuvo bruscamente y me señaló con su índice derecho hacia arriba de la loma: “Ahí está uno chingón, mi chingón” dijo en voz baja. Recortado contra el claro del cielo amaneciendo, vi la silueta de un venado comiendo como a unos 150 metros. ¡Sus astas se veían grandes! “Tírale tu primero, mi chingón” me dijo Rafa. Me mamposté (apoyarse) con dificultad entre unos agaves del desierto que algunos llaman lechuguilla o mezcal, y descansé el pasa mano sobre una piedra, protegiendo mi obra de arte 4


con el pasa montaña rojo de estambre, cuidando no ensartarme con las largas hojas que en los agaves terminan en bravas espinas. Rafael cogió con su mano izquierda la rama gruesa de un ocotillo y apuntó también con su Remington modelo 721 en calibre .270. Centré la cruz de la retícula en donde quedaría la paleta del ciervo ya que todo era una silueta oscura contra el claro del amanecer, y disparé. Al trueno siguió el disparo de Rafael. “Cayó, cayó, mi chingón” dijo Rafa. El venado se desplomó como abatido por un rayo. Empezamos a subir la loma con los corazones latiendo muy fuerte. “Rafa, otro venado, otro venado”, grité mientras veía botar entre los agaves a otro ciervo como de 6 puntas. Para cuando Rafael pudo verlo el animal estaba a punto de desaparecer, sin poder dispararle. Era compañero del que acababa de caer. Por fin en el filo de la loma, entre agaves, jojobas, biznagas y ocotillos yacía un ciervo majestuoso. Corrijo, unas astas majestuosas. Lo primero que advertí fueron sus 10 puntas en una cornamenta amarilla y típica de un bura: dos horquetas a cada lado con sus respectivos guardaojos. ¡Unas astas casi perfectas en su simetría!, un venadazo para Baja California.

A la izquierda, sombreado por una nube, El Pedregoso. En el horizonte El Witi nevado. En el esternón, el ciervo tenía una llaga. Foto Rafael Lara Rochín.

Tenía el balazo mortal en la paleta. ¡Pero tenía un solo balazo! “Usted tiró primero, es suyo”, dijo Rafael en un gesto de nobleza y compañerismo. 5


Además él se consideraba guía, otra razón para ceder ante cualquier duda. Para este día de Reyes algunos ciervos norpeninsulares ya han corrido, o pasado su época de celo, por lo cual el diez puntas lucía maltrecho. Flaco, de pelambre rala y reseca y cuello delgado. Las glándulas de sus corvas amarillas excretando almizcle de olor muy fuerte. Con heridas de cornadas en cara y cuello. Tenía una llaga en el esternón y garrapatas por todas partes. Por eso la corrección de ciervo a astas majestuosas. En noviembre de 1973 este venado debió haber lucido mucho mejor, quizá como el del Mandy. Por muchos años confirmamos la duración y efectos de “la corrida”. La excepción fue el venado del Mandy, que cobrado también al final del celo, no acusó sus efectos. Algunos viejos vaqueros y cazadores opinaron que ese ciervo no corría, por eso andaba solo y en perfecto estado físico. Al tener algunas puntas rotas, opinaron se debía a que durante algunos años no tiró o mudó esa cornamenta, quizá debido a algún problema genital. “Este era un venado capón”, dijo Policarpio, mejor conocido como “El indio Poli”, refiriéndose a que al tener uno o sus dos testículos atrofiados, se detuvo el proceso de muda de astas. Sin embargo ese ciervo tenía sus dos testículos, aunque pequeños, sin colgarse como en los venados en celo. Policarpio fue quien hirió de muerte al majestuoso borrego 202 que aparece en mi libro “Cimarrón” y del cual Manuel Pérez Gómez del D.F., ha reconstruido su historia. De hecho, el venado del Mandy cayó a cientos de metros de la cueva en donde fue encontrado el legendario cimarrón a fines de 1974.

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Desde la izquierda, don Alberto Tapia Yáñez, Policarpio Álvarez Romero, Rafael Lara Rochín y Armando sentado. Atrás, el primer diez puntas colgado en el mismo palo fierro donde colgamos el venado del Mandy dos años atrás. En el suelo las lonas que por carpa usábamos. Foto del autor.

Por muchos motivos el venado del Mandy fue y sigue siendo un misterio. Para colmo, se le rompieron algunas puntas al momento de ser abatido y, durante un temblor se cayó de la pared quebrándose otras. Hoy quedan sólo restos de él, pero gracias a la fotografía conservamos imágenes de su apariencia original. Después de 4 años de búsqueda y haber cobrado dos venaditos, mi fiebre de venado bajaba de intensidad con mi primer diez puntas. Ha sido el venado cobrado más cerca del campo, el que menos esfuerzo me costó y sin duda, el mejor cola prieta de mi carrera cinegética. Lo admiro todos los días en mi pequeño estudio, y recuerdo al gran amigo que fue don Rafael Lara Rochín.

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Con Rafael y nuestro trofeo. El impacto en la paleta izquierda es visible. Foto Armando Tapia Landeros.

Ya en casa, con toda tranquilidad medimos sus astas: dieron 136 puntos y dos octavos (1/4). Aunque menos espectacular que el 16 puntas del Mandy, su simetría casi perfecta le hicieron llegar a esa puntuación. Entonces fue el récord estatal, sencillamente porque era de mayor puntuación de los dos únicos asentados en nuestro libro de récords, del otro registrado era el 119 de Armando. Quedó en el noveno lugar del Registro de Trofeos. (Véase este documento en el artículo anterior, el número 2). Mi primer diez puntas me dio confianza y me llevó a imponerme otra meta: cazar también un diez puntas cola blanca y un diez puntas buro, ambos en Sonora, estas cacerías las comentaremos en otros números de esta serie. Por esta razón los siguientes años dedicamos más tiempo al vecino estado que al propio. Pero de vez en cuando tuvimos registros en nuestro libro de récords. Por ejemplo, en 1976 Rómulo Méndez Higuera, un viejo amigo muy conocedor de venados y borregos, el mismo e inolvidable personaje con el que construimos aguajes para la fauna silvestre detallados en “Cimarrón”, obra ya citada, cazó un venado de excelente cornamenta en la Tierra del Venado, un lugar contiguo 8


a Arroyo Grande. Unas astas típicas, muy parecidas a las de mi primer diez puntas, pero grandes. Las astas midieron 142 puntos y seis octavos (3/4). El trofeo de Rómulo desbancó a los venados de los Tapia. Aún hoy, después de la última actualización en 2001 al registro, estas astas se ubican en el quinto lugar para Baja California. Véase en el número anterior (2), el Registro de Trofeos de venado bura para Baja California. Como otros cazadores, Rómulo, que en paz descanse, siempre me dijo que ese no había sido su mejor venado. Que había cazado más grandes pero había tirado los cuernos. “Estos se los traje porque usted anda investigando y midiendo cuernos”, me dijo. Y agregó, “Es más, se los regalo”. Por eso aparecen en el registro como de mi propiedad. Curiosamente, jamás he montado esas astas a pesar de haber tenido buenas copinas (piel de la cabeza) de cola prieta para hacerlo. Esta experiencia con Rómulo plantea inquietudes. ¿En verdad cazó más grandes? Históricamente, desde la prehistoria, el cazador humano ha conservado aquellas cornamentas excepcionales. En Baja California eso explica el por qué había en una carreta en un rancho al sur de Ensenada, B.C., la cornamenta récord mundial de borrego del desierto. (“Cimarrón”, obra citada). El por qué Antero Díaz tenía aquel 14 puntas en su restaurante. El por qué Gorgonio Fernández conservaba otro 14 puntas en su también restaurante de San Luis Gonzaga. Ambos estaban ahí para que los admirara la mayor cantidad de gente posible. Estaban en un lugar de honor, no arriba del techo o en la basura. Por estas razones dudo hoy en día, que Rómulo hubiera cazado otro venado de mayor cornamenta que él que me regaló. En cambio Rafael Lara siempre me dijo que mi primer diez puntas era el mejor venado de Baja California que había visto en toda su vida de cazador.

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El 14 puntas de Bahía de Los Ángeles

El 14 puntas de Bahía de San Luis Gonzaga

Otro célebre guía, Pablo Martínez Gálvez, protagonista de “Cimarrón” ya multicitada, me confesó que había visto vivo, corriendo entre ocotillos y sin oportunidad de disparo, a un venado más grande que mi primer diez puntas, entre el Cerro del Borrego y Arroyo Grande a finales de la década de 1960. El ciervo llevaba en su huida la dirección a la Tierra del Venado, sitio mencionado párrafos arriba. Esa vez llevaba a dos distinguidos cazadores mexicalenses: Mario Hernández Maytorena e Ignacio Arturo Guajardo Esquer. Todas estas experiencias me hacían pensar que quizá, los venados bajacalifornianos no llegarían a los 160 puntos Boone y Crockett, los cuales por casualidad, son apenas el promedio de los enormes buros sonorenses. Por casualidades del destino, este primer diez puntas también fue mi mejor venado… ¡Igual que el del Mandy!

Foto del autor.

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