predador al predador El predador mata animales silvestres para comer. El hombre domesticó animales silvestres también para comerlos. Pero el hombre siguió cazando animales silvestres para comerlos o por diversión. Al faltar presas silvestres, el predador atacó a los animales domesticados por el hombre. El hombre para salvaguardar su economía, depredó a los predadores silvestres. Estas líneas sintetizan la relación hombre-fiera en el transcurso de milenios. Cuando los humanos todavía estábamos en África, hace más de 100 mil años, el leopardo era el principal predador del homo. Su agilidad, fuerza y astucia se imponían a aquella humanidad vegetariana, recolectora, tímida y angustiada. El leopardo se comía al que quería. Su capacidad craneal superior le permitía ser la especie dominante de la sabana. El paso del tiempo le permitió al hombre desarrollar su órgano más prometedor, el cerebro, que lo llevó a dominar el fuego, asociarse y especializar el trabajo de grupo, inventar herramientas, cazar y pescar para comer proteína animal, hasta que su primitiva capacidad craneal superó la de su predador, el leopardo, el cual dejó de ser su especie dominante. Al iniciar el siglo XXI, la fiera ha caído en peligro de extinción en algunos lugares de su hábitat, amenazada por su antigua presa: El hombre. Este vuelco en la historia ambiental es paralela a la historia misma de la sedentarización humana, al nacimiento de la agricultura y ganadería, al surgimiento de la economía. El hombre ya no se preocupó por vivir al día, sino trascender en el futuro. Así mismo, aquellos insectos de los que se alimentaba en su etapa primitiva, de haber sido su sustento, la agricultura los convirtió en sus enemigos y al atacarlos, ha envenenado su entorno, incluidos los mares. La economía agrícola no es posible sin los insecticidas, pesticidas y fertilizantes.
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Matamos predadores por varios motivos. Para comerlos, en el caso del mero, atún y tiburón; para proteger el ganado y por diversión, en los casos del puma y el lobo, y para salvaguardar vidas humanas en el caso de las fieras devoradoras de humanos, tigres y leopardos, en la India, osos en Alaska, pumas en California. ¿ Tienen todos estos casos la misma justificación? Con o sin ella, matar predadores ha sido práctica cultural en todo el planeta. Evoquemos al elefante de la India transportando “cazadores blancos” ingleses armados con rifles de cañones yuxtapuestos Holland & Holland , calibre .375 mágnum, ayudados de batidores indios a pie, arreando a la fiera hasta ponerla a tiro de los europeos y sus poderosas armas de fuego. La escena descrita, producto del colonialismo, llegó a ser considerada una noble tradición inglesa, hasta que llevaron a los tigres a la desaparición en casi todo su hábitat natural y al peligro de extinción en el planeta. ¿Podemos imaginar a batidores blancos y cazadores negros? Difícil. Nuestro marco referencial nos dice que “el cazador” es blanco y el negro es furtivo. Esta concepción se trasladó luego a África (sin elefantes) para cazar de todo, y a sur América, en la práctica de la caza del jaguar. En América el puma (Puma concolor) y el jaguar (Panthera onca) han sido perseguidos por comer ganado hasta poner en peligro de extinción al segundo. El puma, el predador mayor en América del norte, donde el jaguar ya no representa una amenaza, se ha adaptado al hombre tan bien, que no está en peligro de desaparecer hasta ahora, por lo menos en áreas remotas. La trampa de quijada que utilizó el señor César Cepeda en Sonora para defender su patrimonio —el ganado— siempre tuvo un trozo de cadena que el gato arrastró hasta quedar exhausto. Si se ancla la trampa, el gato puede dejar su mano o pata en ella en su fiero afán por zafarse y huir manco. En los 17 años que visité El Represito de Cepeda, cayeron 21 pumas en esta misma trampa y mismo lugar. La trampa estaba colocada en un puerto, o paso más bajo entre dos cerros. Instalada en una angostura, que obligaba a los gatos a pasar por ese lugar, al pie de un escalón de piedra. El felino tenía forzosamente que bajar el escalón con una de sus manos. La estadística que llevaba Cepeda, indicaba que de los 21 predadores, 19 habían sido “zurdos”, en otras palabras, fueron atrapados de su mano izquierda y, sólo un puma cayó atrapado de una de
sus patas. Dos fueron hembras y 19 machos, que son los que se aventuran en busca de nuevos territorios, cuando la especie está en expansión. Los pumas de la sierra del Humo parecen ser zurdos y machos por añadidura. Para los ganaderos americanos, si no se mantiene al puma controlado matándolo con armas, trampas y venenos, la ganadería no es redituable, como no lo es la agricultura sin insecticidas, pesticidas y fertilizantes. El puma prefiere comer venado, borrego cimarrón, pecarí (excepto en Baja California) liebres, conejos y hasta coyotes y zorras. Pero cuando escasean sus presas naturales, el felino mata potrillos, cabras, borrego doméstico, becerros y hasta cachorros de perro. En muchos ranchos ganaderos sonorenses prohíben estrictamente cazar venado, cola blanca o bura. Los rancheros dicen que si faltan venados, el puma se come al ganado. Es posible por lógico. Ver figura 3).
Figura 1. Jaguar joven cazado con escopeta en Sinaloa. Foto: Anónima, “Red de informadores ambientales”1. Figura 2. El señor César Cepeda (c. 1978) instalando una trampa de quijada para puma en su rancho El Represito, sierra del Humo, Sonora. Un trozo de bolsa de papel arrugada servirá para esconder la trampa, con un poco de tierra fina encima. Al pisar el predador el disco del centro, las poderosas quijadas se cierran atrapando la mano o pata de la fiera. Foto del autor. 1
La “Red de informadores ambientales” nació en la década de los años ochenta para proporcionar al autor información sobre el borrego cimarrón. Ver Homo-ovis, el borrego cimarrón en México. UABC, en imprenta.
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Figura 3. Este puma fue cazado en un rancho ganadero de la sierra de La Asamblea, Baja California, durante la década de los años noventa. El tamaño de este macho ilustra su proporción con relación al hombre. Foto: Héctor Laguna.
El oso gris (Ursus horribilis) fue el primer predador erradicado de las praderas ganaderas americanas, posiblemente incluidas las bajacalifornianas (Starker, 1965)2, el lobo (Canis lupus) el segundo. En México ambos predadores ya no existen en estado silvestre. Pero recientemente el canino mayor, el lobo, nos ha dado una lección de ecología. En el Parque Nacional de Yellowstone, EUA, han estado desapareciendo los castores y uno de sus alimentos favoritos, los álamos (sub corteza). Un estudio reveló que desde 1930 los álamos dejaron de reproducirse. Se intentó explicar esta realidad mediante los incendios forestales, la tala y el cambio climático. Pero álamos siguieron creciendo fuera del parque y habiendo castores fuera de él. Aquel año 30 del pasado siglo coincidió con el año en que fueron extirpados los lobos de Yellowstone. ¿Qué tienen que ver los lobos con los álamos y con los castores? Algunos investigadores concluyeron que los lobos cazaban principalmente alces (Cervus canadensis). Al matar a este gran herbívoro, los lobos se comían la carne dejando el cadáver para una infinidad de otras especies, hasta biodegradarse los despojos fertilizando la tierra, que beneficiaba a los álamos jóvenes. Debido a lo difícil de cazar alces en el bosque, los lobos lo hacían en los valles, que en este primer Parque Nacional del mundo todos tienen ríos y arroyos corriendo en sus depresiones. Sin lobos, ya no hubo la fertilización de sus cadáveres y el exceso de alces se comió retoños de álamos, sin álamos ya no hubo castores. La fertilización proporcionada por despojos de los alces cazados por los lobos permitía
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una masa vegetal riparia que impedía la erosión de ríos y arroyos, manteniendo cauces angostos con velocidad del agua suficientemente oxigenada para albergar truchas y diques de castores. Sin la vegetación riparia, la erosión ensanchó los cauces impactando negativamente el ambiente al llevarse los nutrientes del suelo ripario; sus aguas se volvieron lentas y con menos oxígeno, sin profundidad para que los castores nadaran y huyeran de sus enemigos. Así, la extirpación de los lobos causó en sólo 70 años una degradación ambiental que ni los peores incendios forestales causaron en el pasado. Esto nos lleva a repensar la importancia del predador no sólo en un ecosistema dado, sino en la salud general del planeta. Aldo Leopold (Leopold, 1949) filósofo ambiental y ecólogo estadounidense del siglo XX, decía que: La bestia es parte de la montaña y ésta lo sabe muy bien y por mucho tiempo. Al extinguirse la bestia, se extingue parte de ella. El vaquero que limpia su campo de lobos, no se da cuenta que está anulando el trabajo de recortar el rebaño de venados para que quepan en el hábitat. Él no ha aprendido a pensar como montaña. Como resultado tenemos polvaredas y ríos erosionando el futuro hacia el mar.
Parte del valor e importancia de su pensamiento es que se dio medio siglo antes de conocer el efecto de la desaparición del lobo. Al ser Yellowstone un área natural protegida, vigilada y estudiada, fue fácil advertir las consecuencias de la ausencia del lobo, lo cual se descubrió comparando fotos aéreas de sus ríos y arroyos tomadas a principios del siglo XX, con otras de finales del mismo. Pero en áreas no protegidas resulta más difícil advertir la ausencia de predadores. Lo sucedido en Yellowstone echa por tierra la propuesta simplista de algunos cazadores que consideran que el cazador moderno puede sustituir al predador natural, “recortando el rebaño de venados”. En 1978 yo mismo pensaba así y hasta llegué a proponer un programa de trampeo para reducir la población de pumas en la zona borreguera bajacaliforniana (Tapia, 1997). El razonamiento proviene del manejo de ungulados silvestres en EUA. En Anza-Borrego State Park, California, 2
En la página 474 del libro de Starker aparece el noroeste de Baja California como lugar de avistamiento de osos grises a finales del siglo XIX.
los pumas estaban acabando con los últimos borregos cimarrones peninsulares (Ovis canadensis cremnobates) y al no poder cazar a los predadores por estar protegidos en ese estado, se les capturó y llevó a otro lugar sin borregos. Y me salta la pregunta: ¿Es ambientalmente ético eliminar al predador, que es abundante, para proteger a su presa que está al borde de la extinción? En la primera mitad del siglo XX se extirpó al lobo y oso gris mexicanos de su último reducto, que es la Sierra Madre Occidental, y principalmente en los estados de Sonora y Chihuahua. ¿Cuál ha sido el impacto ambiental de su desaparición? Quizá nadie lo sepa o se interese, pero bien puede estar relacionado con la deforestación y degradación ambiental de esa serranía. Alguna vez alguien me preguntó, ¿qué consecuencias tuvo la desaparición del cóndor de California por 65 años (1937-2002) de la sierra de San Pedro Mártir? No lo sabemos aún. El período es semejante al de la ausencia del lobo de Yellowstone que fue de 70 años, ya que el canino ha sido reintroducido a este popular Parque Nacional estadounidense a principios del siglo XXI. En el caso del cóndor, aparentemente nadie se preocupó de investigar su ausencia, que aunque no es un predador, es el carroñero mayor en el ecosistema y su función saneadora es indispensable para la salud y equilibrio de toda la región, ya que los cóndores de San Pedro vuelan hasta ambas costas peninsulares. Pero la extirpación de predadores no es exclusiva de los ecosistemas terrestres, que son aparentemente más frágiles que los marinos. Lo que sucede es que la biomasa piscícola, por ejemplo, es incomparablemente superior a la terrestre, en cuanto a la relación predador-presa se refiere. Nos identificamos más, nos afecta más saber que extirpamos al oso y lobo gris mexicano —y que pudiera seguir ese camino el borrego cimarrón— que considerar siquiera que pudiera estar sucediendo lo mismo en los mares. Esta afectación es reconocida por Ernesto Henkerlin (Henkerlin, 2002), como valor de existencia: Para algunas personas es importante saber que existe un recurso o una especie, (la ballena por ejemplo) y le asignan un valor que no es tangible pero es real. Tal vez nunca conocerán a la ballena, tal vez nunca la irán a visitar, pero el solo hecho de saber que existe esta especie les produce una satisfacción o, en el caso de saber que se encuentra amenazada, una desilusión.
Los océanos tienen predadores que los humanos no estamos entendiendo bien. Principalmente por ignorar su papel en el ecosistema oceánico. Al evocar a los predadores marinos nos viene a la mente la orca, el tiburón y el lobo marino. Pero también son predadores muy importantes otras especies que los humanos no desaprovechamos la oportunidad de capturarlos. En aguas superficiales, el atún (Thunnus, spp.); en los fondos, el mero (Epinephelus itajara) y la pescada (Stereolepis gigas). Ambos realizan la misma función de mantener equilibrado el ecosistema, eliminando a los inviables biológicamente. Ambos llegan, o llegaban a vivir, más de tres cuartos de siglo. Pero son también las presas más codiciadas por el pescador comercial y deportivo y el mejor platillo en el restaurante. Pero meros y pescadas son, antes que nada, predadores de la costa rocosa y arrecifes. Su lento desarrollo y expectativa de vida de casi un siglo, los hace irremplazables en el tiempo del hombre. Para colmo de estos gigantes, el advenimiento de la pesca al buceo con pistola de fisga o arpón, los tomó desprevenidos ya que no esperan a que su nuevo predador, el buzo, llegue hasta sus cuevas y los ensarte con su flecha. Este tipo de pesca de meros y pescadas, ya no se practica en países de avanzada cultura ambiental. Pero pescadores extranjeros, sobre todo estadounidenses, vienen a nuestras costas a capturarlos de esa manera, y aquí los aplaudimos. Hace años que se prohibió la captura de pescada en California debido a la sobrepesca. Quien lo haga se
Figura 4. Mero capturado en Mulegé, B.C.S., 1957. (Kira, 1999).
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expone a pagar una multa de 1 000 dólares y estar tras las rejas seis meses3. Existe un mero que se está haciendo famoso en Cabo Pulmo, BCS, que ya pesa más de media tonelada y quizá llegue al centenario, cuya fotografía ha sido divulgada por varios buzos ambientalistas y que no dicen el domicilio del gigante para protegerlo. Deberíamos poner mayor atención, entender mejor a estos predadores. El atún, “el pez maravilloso” (Cháirez, 1996) , bautizado así por José Cháirez, que llega a todas las mesas, el que mueve a la industria de pesca deportiva mayor de California, el que desencadena la nueva práctica industrial conocida como “ranchos atuneros”, el que acarrea miles de turistas a Los Cabos e Ixtapa, por citar solo dos destinos mexicanos del océano Pacífico. Para decirlo más fácil, el que contribuye considerablemente a mantener viva a Ensenada, B.C., tal es su importancia, me pregunto, ¿lo estamos pensando como predador también? O como en el caso del borrego cimarrón, que se piensa solamente en los dólares, postura del gobierno federal durante todo el siglo XX.
El cuadro 1 muestra la captura de túnidos durante 14 años consecutivos, nos dice a simple vista que a pesar de la alta tecnología y eficiencia de la pesca industrial moderna, la pesca de ésta, quizá la más importante familia de peces para la economía mexicana de la costa del océano Pacífico, acusa tendencia a la baja. La fluctuación de 1996, de 47 099 toneladas comparadas con las 10 624 de 2004, representa una caída de 77.45%. Ignoramos el esfuerzo pesquero, que de haber sido el mismo, o peor aún, superior, las 10 624 toneladas de 2004 deberían representar un foco rojo para la conservación de estos importantes predadores marinos. Importantes económica y ecológicamente. ¿Los estamos pensando también ecológicamente? Los predadores tienen la función de ser parte de la selección natural, eliminando a los débiles, sordos, cojos, tuertos, lentos, sin olfato, confiados, incautos, etcétera. Los predadores perfeccionan a sus víctimas al escapar de ellos los especimenes más aptos que mantienen fuerte a una especie, según el evolucionismo darwinista. En este sentido, al leopardo le debemos gran parte de nuestras virtudes.
Cuadro 1. Fuente: Secretaría de Desarrollo Económico, Gobierno del Estado de Baja California, con datos de SIAP, Conapesca y Sagarpa. De 1993 a 2003 se consideró el rubro estadístico “túnidos”. De 2004 a 2006 se sumaron los renglones de atún de aleta amarilla, de aleta azul, barrilete y bonito, por ser todos ellos túnidos. 3
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Goodson Gar. Fishes of the Pacific coast. 1988. Stanford University Press, EE.UU. Pág. 3.
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¡Bendito el predador que nos hizo sobrevivir ¡Esta expresión es ya repensar al predador! El tremendo predador atlántico, el atún de aleta azul, ha sido sobrepescado industrialmente para satisfacer el antojo por el sushi, que en oriente y en Europa cada vez tiene más adeptos. Una simple cultura culinaria irrazonable está llevando al borde de la extinción a estos, gigantes del Atlántico y Mediterráneo. Como el antojo de “caldo de buche de totoaba” (Conal, 1993), llevó al estado de peligro de extinción a otro gran predador marino del alto golfo de California: La totoaba. ¿Acaso no podría vivir el hombre sin antojos biológicamente inviables? Y me surgen otras preguntas: ¿Podemos vivir con los grandes predadores? ¿Podemos vivir sin ellos? Cuando se acabó la oferta de vejigas natatorias (buche) de totoaba, ¿acaso alguien sufrió, o murió por dejar de sorber tal caldo? No. Pronto el paladar
Figura 5. Atún de aleta azul del Atlántico, de 1 065 libras de peso, pescado con caña y carrete.
humano se habitúa a otros sabores; en cambio, el daño inflingido a las especies puede ser irreversible. Que la lección del atún del Atlántico y Mediterráneo sirva para no hacer lo mismo con el atún de aleta amarilla (Thunnus albacares) y túnidos menores ( Thunnus spp.) de nuestros mares. Los tiburones son los predadores del mar más conocidos por la sociedad. La película Jaws (1975) sacudió al cinéfilo global sobre su temida conducta predadora que incluye al hombre. El gran tiburón blanco (Carcharodon carcharias), protagonista de la citada cinta, ya ha sido incluido en la Norma Oficial Mexicana 059 como especie “amenazada”. Pero los tiburones se siguen pescando en todo el planeta a pesar de la notable reducción de sus poblaciones. La práctica de pescarlos, cortarles la aleta dorsal y regresarlos heridos de muerte al mar para ser devorados por sus iguales, ya fue prohibida a los pescadores estadounidenses y en aguas de ese país.
Figura 6. La totoaba fue capturada muchos años con caña y carrete, llegando a pesar más de 100 kilogramos si permitimos que alcance su tamaño potencial. Foto: IIO, UABC.
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Hace tiempo que la Organización de las Naciones Unidas intenta aplicar una veda mundial a la pesca de estos predadores marinos, que técnicamente no son peces. Pero los tiburones representan mejor que los peces mencionados, el papel del predador, la función de eliminar a los inviables en su basto ecosistema. En México ya tenemos una “norma tiburonera”, que merece comentario aparte. Pero seguimos permitiendo y hasta fomentando la pesca con palangre. Esta técnica pesquera, prohibida ya en otros países, consiste en sujetar con boyas en el océano y a la deriva, cables kilométricos con miles de anzuelos cebados. En ellos se ensartan y mueren lobos marinos, pelícanos, tortugas, atunes, pero también peces reservados para la pesca deportiva, como dorados, marlines, espadas y velas. Por supuesto, además de violar la ley y su reglamento al capturar y comercializar estas especies deportivas y en peligro de extinción, las palangres matan miles de tiburones de diferentes especies, al menos ocho especies oceánicas según consta en el Diario Oficial de la Federación, en sus instrucciones depredadoras “Palangres para tiburones oceánicos y pelágicos mayores del Pacífico” (Sagarpa, 2004). Los predadores mantienen la salud del planeta. ¿Podemos vivir con ellos? ¿Podemos vivir sin ellos? En los últimos 50 años hemos perdido 90% de los peces grandes del planeta. No a las especies, sino a sus ejemplares que antes de la depredación industrial podían llegar a viejos, creciendo de los tamaños ejemplificados aquí por el mero y el atún. “Es posible que muchas especies hayan disminuido casi en 90% desde 1900” (National Geographic, 2007). Declaro que ver al predador solamente como enemigo o presa, constituye un rasgo de incultura ambiental. Deberíamos repensar a los marinos, considerando que sin ellos, los peces herbívoros podrían explotar demográficamente, destruyendo la vegetación de sus entornos, degradando costas y arrecifes, contribuyendo a la enfermedad antropoplanetaria que ya le inflingimos a nuestro único hábitat: La Tierra. Para terminar, reflexionemos sobre los siguiente: “Gracias a Dios, los peces no son tan inteligentes como los que los pescamos. Pero sí son más nobles y más capaces”. Ernest Hemingway.
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Alberto Tapia Landeros Centro de Investigaciones Culturales-Museo , UABC, Mexicali.