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IV. La comprobación psicolingüística

este caso, la hipótesis de Whorf (de que el hombre, en su manera de ver el mundo, está condicionado por los códigos culturales que regulan la comunicación), es válida, por más que sea útil reducir toda comunicación a las constantes, presuntas y probables, bio-neuropsicológicas, que las orientan.

Naturalmente, la investigación semiótica debe distinguir entre varios estratos de códigos: algunos de ellos, que reposan sobre constantes biológicas (pensemos en el código de la percepción), que con frecuencia permiten negligir su naturaleza de hecho cultural para admitirlas como simples manifestaciones naturales; otras, que son claramente culturales, pero tan enraizadas en las costumbres y en la memoria de la especie o de los grupos, en algunas ocasiones se pueden aceptar como motivadas y no arbitrarias (por ejemplo, el posible código icónico); y por fin, otras que son claramente sociales e históricas, se individualizan como tales y a veces se denuncian incluso antes de invocar la caída del «dogma saussuriano de la arbitrariedad del signo».

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IV. La comprobación psicolingüística

IV.1. La negación de la objetividad de la cadena significante, la insistencia en la función de los códigos de destino y la actitud empírica respecto a los universales de la comunicación, implican otro problema distinto: el de la psicología de la recepción. Hasta hoy, la tradición semiótica y estructuralista había centrado su atención en el mensaje y en los códigos. El problema de la recepción quedaba relegado como una debilidad psicológica, de la misma manera que el del emisor se dejaba con alivio en manos de la filología, la sociología y para las preocupaciones románticas sobre el proceso creativo. Bastaba la sospecha de que uno se interesaba por la estructura de la fruición en lugar de la estructura del código o de la del mensaje, para ser reo de toda clase de excomunicaciones.

Esta falacia existe también en el origen de los análisis del contenido, que llegan a determinar como constituyentes objetivos del mensaje los significados que introduce el investigador, con todas las implicaciones culturales y clasistas que comporta su formación.

En cambio, toda nuestra argumentación ha intentado poner de relieve la importancia del polo-destinatario y sus códigos, el peso de la circunstancia comunicativa y de la ideología del destinatario.

Por esta razón, hoy en día, toda discusión sobre la comunicación tropieza siempre con el problema de la psicolingüística.

IV.2. Si, como hemos repetido varias veces, la semiótica no puede explicar lo que le sucede al mensaje una vez recibido, en cambio, la psicolingüística, en unas situaciones experimentales dadas, puede decirnos lo que el destinatario vierte en el mensaje; facilitando así a la semiótica los datos necesarios para individualizar los códigos de destino; permite elaborar una casuística de circunstancias, prever las formulaciones del mensaje (con todas sus variantes entre redundancia e información), determinar las variaciones de la recepción. Y ello como disciplina experimental que «trata directamente del proceso de codificación y descodificación en cuanto éste relaciona los estados del mensaje con los estados de los comunicantes» [Osgood y Sebeok, 1965, pág. 4]. La psicolingüística también está relacionada con las investigaciones paralingüísticas; revela la función del contexto del mensaje en la determinación de la reacción interpretativa; induce a examinar de nuevo el problema de la afectividad, del impacto de las disposiciones psicofísicas del destinatario (fatiga, tristeza, etc.) y obliga a incluir en la rúbrica «circunstancias» unos acontecimientos que teóricamente la semiótica no podía prever. Se comprende que la experiencia psicolingüística (y a partir de ahora hablaremos de psicosemiótica en general) intervenga para aclarar los procesos de comunicación estética, emotiva, de contacto, etc.

El problema de la connotación depende de ella porque para individualizar las oposiciones connotativas posibles es preciso referirse a la experiencia psicolingüística que las ha revelado, como en el caso de los estudios de Osgood sobre el diferencial semántico [Osgood, 1957].

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