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II. Estructura y proceso

resulta muy claro el sentido que tiene esta eliminación: reducir su investigación a una individualización de códigos culturales, con los cuales se puede estudiar la articulación de cada mensaje (redundante o informativa), y las variaciones que el intercambio de mensajes en el tiempo y en el espacio, mediante juegos de códigos diferentes, produce en los propios sistemas de las convenciones culturales.

Para estudiar esta dialéctica, como hemos visto, la semiótica establece la hipótesis de unos códigos como modelos estructurales para los posibles cambios comunicativos. Estas proposiciones hipotéticas tienen un carácter prospectivo, son parciales, circunstanciales, en una palabra, son «históricas». Pero al decir que son históricas implicamos una doble serie de problemas. Porque, si por un lado hemos de definir el sentido en que su historicidad no les afecta, a los fines de un razonamiento general sobre la comunicación, por otro lado, hemos de ver si, aun siendo históricas y a la vez aspirando a una generalidad de empleo, consiguen explicar la misma historicidad de los procesos de comunicación.

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II. Estructura y proceso

II.1. Volvemos a la cadena de la comunicación que ya hemos examinado en A.l.II. Esta cadena implica que el mensaje significante, en el momento en que llegue al destinatario, esté vacío. Pero su vacuidad es la disponibilidad de un aparato significante aún no aclarado por los códigos.

II.2. La vacuidad del mensaje no se debe a una cualidad suya: su «ausencia» (hablando claramente en metáfora) se debe a la presencia agobiante de las convenciones que se superponen. El mensaje no es transparente, por el hecho de estar ausente: de golpe, no revela nada; es opaco, porque se enfrenta con unos códigos que probablemente no son suyos. Mi primera inclinación de fidelidad puede consistir en una serie de intentos para descubrir los códigos de origen y ver si funcionan como tales los que proponemos. Las posibilidades de los códigos propuestos se regulan por una lógica de los significantes: pero ya hemos visto que incluso la lógica de los significantes, el reconocimiento de unos significantes en el mensaje, y

no otros, es el resultado de un primer proceso de descodificación. Un ritmo, una progresión geométrica o aritmética que regula ciertas formas e impide que se les puedan atribuir significados contradictorios, ya queda individualizada al presumir la estructura. Por ejemplo, en la serie «2, 4, 6, 8» la lógica de los significantes puede hacer previsible la aparición sucesiva del «10», en el caso de superponer a la serie la hipótesis (acreditada por la costumbre) de una progresión «dos a dos». En la sucesión «3, 7, 10» solamente existe una lógica de la serie si se establece la regla-código: «el número mediano da el siguiente por adición del precedente», con lo cual, el número siguiente debería ser «17». Pero si el código se refiriera a la serie de números que tiene connotaciones sagradas (la trinidad, los pecados capitales, los mandamientos), la serie podría continuarse con números distintos, el último de los cuales probablemente será setenta veces siete.58

Por ello, cuando exaltamos la «lógica de los significantes», en realidad la aceptamos como consecuencia de los códigos constatados. Cuando apreciamos el vacío generador de sentido, de hecho nos referimos a la riqueza histórico-social de los códigos que se baten contra el mensaje determinando su vida por mucho tiempo. Y su duración puede depender de la «apertura» prevista en el mensaje o bien de una disposición casual. En todo caso, la cadena comunicativa implica la dimensión histórica y la explica, a la vez que se funda en

58 Véase un texto como “Les chats” de Charles Baudelaire, de R. JAKOBSON y C. LÉVISTRAUSS (en L’Homme, enero-abril 1962). que debería ser un análisis estructural “objetivo” modelo. No hay duda de que el análisis sea estructural pero, ¿qué quiere decir objetivo? Si la poesía alcanza la dignidad de “objeto absoluto” es precisamente porque el análisis de un nivel remite a otro y en conjunto, todos se sostienen entre sí (y se comprueba la noción de idiolecto estético de que hablábamos en otro lugar). Ahora bien, en apariencia, la atribución de una estructura fonológica y sintáctica puede parecer un simple reconocimiento objetivo, pero, ¿qué podemos decir cuando los autores admiten que “estos fenómenos de distribución formal tienen un fundamento semántico”? Ya hemos llegado a la lectura connotativa de ciertos elementos semánticos a la luz de determinados códigos culturales (por ejemplo, la relación Erebo-tinieblas) y en este punto el mismo reconocimiento de correspondencias significantes ya sigue el camino de las correspondencias significadas, como es lógico. El objeto absoluto lo es porque se explica como el mecanismo que permite diversas lecturas, pero es absoluto en el sentido de que representa el máximo de objetividad posible dentro de una determinada perspectiva histórica, que es la de sus lectores —objetividad que es favorecida por el hecho de que la proximidad histórica permitía a los lectores deducir con bastante tranquilidad los códigos del autor, las modalidades de la pronunciación de Baudelaire, que son iguales a las del francés moderno, y basándose en las cuales se constituyen las rimas, etc.

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