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VII. Lógica estructural y lógica dialéctica

no se opone a la «buena forma» como se opondría lo informe no perceptible a lo que efectivamente es percibido y perceptible.

En un ámbito de estímulos, el sujeto individualiza la forma más redundante cuando le mueven unas intenciones concretas, pero a la vez puede no renunciar a otras posibles operaciones de coordinación que permanecen en la sombra. Ombredane cree operativamente («y también tipológicamente») que se podrían distinguir varios métodos de exploración del ámbito estimulante:

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“Se podría distinguir al individuo que observa su exploración y decide utilizar una estructura advertida antes de haber captado todos los elementos de información que pudo recoger; el individuo que prolonga su operación y se prohíbe a sí mismo adoptar las estructuras que se le aparecen; el individuo que concilia las dos actitudes, ya sea para confrontar un mayor número de opciones posibles, ya sea para integrarlas mejor en una percepción unitaria constituida progresivamente. Podría añadirse el individuo que pasa de una estructura a otra sin darse cuenta de la incompatibilidad que pueden tener entre ellas, como sucede en el caso de onirismo. Si la percepción es un compromiso, hay maneras distintas de comprometerse o de negarse a comprometer, en una búsqueda de informaciones útiles”.

Observaciones como éstas nos recuerdan lo que Merleau-Ponty oponía al isomorfismo gestáltico, cuando definía la forma (la estructura) no como un elemento del mundo, sino como un límite hacia el cual tiende el conocimiento físico y que él misino define [Merleau-Ponty, 1942].

Pero aquí nos interesa subrayar que, en la medida en que la actividad estructurante se presenta libre tentativa (queremos decir: inventiva) a nivel de la percepción y de la inteligencia, con mayor razón debe admitirse como tal a nivel de la elaboración de modelos epistemológicos aptos para formalizar el universo de los productos culturales.

VII. Lógica estructural y lógica dialéctica

VII.1. ¿Aceptar una noción de estructura como instrumento prognóstico elimina verdaderamente el presupuesto de la existencia de comportamientos constantes de la mente?

Cuando la investigación semiótica (véanse por ejemplo las investigaciones de sémiologie du récit que parecen individualizar tan

exactamente el hecho de la recurrencia de estructuras constantes de la narratividad) nos sugiere la presencia de constantes, no podemos dejar de aceptar esta sugerencia y valorarla en lo que vale, avanzando aún más en la comprobación. En realidad, el funcionamiento constante de la mente humana es un presupuesto muy fecundo para toda clase de investigaciones semióticas.

VII.2. Elaborar un modelo hipotético y tentativo, no excluye la confianza en el hecho de que los fenómenos concretos puestos en forma de hecho presenten las relaciones evidenciadas. Pero se puede tener confianza absoluta en la realidad de las conexiones descubiertas por un modelo estructural, sin que por ello se niegue que puedan haber otras capaces de aparecer, solamente si se miran desde otro punto de vista. Ni que en el momento en que el modelo propuesto funciona operativamente, no sabré cuáles y cuántas otras relaciones posibles ha dejado en la sombra mi operación.

Mientras fijo la realidad en modelos (y para captar lo real no puedo hacer otra cosa) sé que la realidad me presenta también y no solo los perfiles que individualizo. El resultado de mi operación (que se realiza llevando los hechos a otro nivel de comprensibilidad y por ello enriqueciendo mi poder de captación sobre las cosas y contribuyendo así a modificar el mundo) no me ha de llevar a concluir que la realidad se reduce tan sólo a aquellos perfiles.

En conclusión, la falacia ontológica de la predicación estructural no consiste en intentar elaborar modelos constantes para profundizar luego las diferenciaciones situacionales (que a su vez pueden provocar la duda sobre las constantes). Consiste en elegir las presuntas constantes como objeto único y fin último de la investigación, punto de llegada y no de partida para nuevas contestaciones. Tener a mano una hipótesis sobre lo idéntico para profundizar en el estudio unificado de lo diverso no es en absoluto ninguna falacia. En cambio, sí que es una falacia ontológica saquear el almacén de lo diverso para descubrir siempre, en seguida y con certeza absoluta, lo idéntico.

VII.3. Para comprender este problema es preciso volver una vez mas a lo que en A.2.XII. hemos llamado el modelo Q. Visto como modelo del universo el modelo Q es la epifanía de la Estructura

Ausente. Es un campo de juego. En este campo combinatorio de entropía muy alta, la cultura interviene superponiendo códigos y estructuras. Pero el campo global (según las leyes de la semiótica no se puede investigar, y de momento todavía es el tema de una investigación metafísica) permite que la cultura lo organice por medio de varios códigos. La semiótica debe estudiar la existencia y las condiciones de organización de estos códigos que son fatalmente históricos.

Con todo, por su misma naturaleza hipotética, el modelo Q, en el momento en que viene regulado por un código ya contiene la posibilidad de que este código esté minado por una contradicción. En otras palabras, si una unidad cultural, por recorridos como los estudiados en el árbol KF, se liga con otra unidad (creando los ejes α vs. β o la equivalencia s1 = α1 = β1), el modelo Q contiene las condiciones para que tanto la oposición como las cadenas de equivalencias se contradigan (y se produzca α vs. γ, o bien s1 = α2 = β3). El cambio de estas relaciones (la diferente magnetización de las bolitas, para usar la metáfora conocida) depende de una serie de variables, la mayoría de las cuales no son puramente semióticas. Una procesualidad diacrónica se inserta de hecho para estructurar y reestructurar los códigos semióticos, que se han de formalizar y describir como sincrónicos.

Definir las relaciones entre estos dos momentos quiere decir definir las relaciones entre una lógica estructural y una lógica dialéctica. Sin en el modelo Q, por definición, se puede insertar la contradicción, la descripción semiótica de los códigos es la descripción siempre provisional de asentamientos sincrónicos que continuamente son minados por la contradicción que los hace vivir.

VII.4. Existen algunas hipótesis de cómo se articula esta contradicción. Según Sève [1967], las formas descritas y realizadas estructuralmente solamente son una configuración transitoria del «movimiento de lo real»; por lo tanto, la lógica estructural solamente es una lógica de los segmentos internodales de las contradicciones dialécticas; la lógica estructural es una «razón analítica» que tiene un conocimiento incompleto, aunque sea útil y necesario, del proceso dialéctico. Esta tesis recoge algunos temas tratados por Lévi-Strauss [ 1962] en el ensayo final de La Pensée Sauvage, en el que confronta

estructuralismo e historia, pero parece reducir la tarea de la lógica estructural. Con todo, le asigna una función que podría ser más que suficiente. Más que conocer mal, o intuitivamente, o por medio de una oscura noción de «globalidad», el movimiento real, es mejor saberlo individualizar por medio de configuraciones provisionales pero descriptibles. La tentación metafísica de estas descripciones sería la de considerarlas como absolutas, no como una imagen momentánea del proceso, sino la imagen de las razones metahistóricas del proceso (véase toda la crítica a Lévi-Strauss y en particular, D.3.).

VII.5. Para Godelier [1966] es posible individualizar diversas formas de contradicción; dentro de cada estructura y entre estructuras. Este segundo tipo de contradicción explicaría los procesos históricos: «.L’apparition d’une contradiction serait en fait l’apparition d’une limite, d’un seuil pour les conditions d’invariance d’une structure. Au delà de cette limite un changement de structure s’imposerait. Dans cette perspective la notion de contradiction que nous présentons intéresserait peut-être la cybernétique.» Esta posición recuerda la manera cómo en A.2. hemos intentado ver la posibilidad de reestructuraciones de un campo semántico, cuando se pasa de campos complementarios a campos contradictorios en virtud de la aparición de un mensaje que altera algunos aparejamientos connotativos (véase el ejemplo del azúcar vs. ciclamato en A.2.VI.). Sève critica esta posición (la estructura es interna pero el motor del desarrollo es externo) y recuerda que estas explosiones de estructuras no se producen por un resultado automático de lógica estructural sino por la intervención de aquella modificación activa que es la lucha de clases (si quisiéramos volver a nuestro ejemplo del azúcar y de los ciclamatos, la destrucción de algunas relaciones connotativas nace de una decisión práctica tomada «revolucionariamente» por un científico, al revelar que los ciclamatos producen el cáncer). Pero esta objeción podría provocar ya una aceptación, ya una nueva objeción: por un lado nos parece legítimo decir, como siempre hemos dicho, en este libro, que toda reestructuración de códigos se produce por obra de nuevos mensajes, nuevos juicios factuales o nuevos juicios semióticos [cfr. A.2.XVI.] que obligan al código a enriquecerse o a entrar en crisis. Por otro lado, es preciso recordar que un mensaje, por nuevo que sea, ha sido posible por la existencia de códigos precedentes; en otras palabras, es posible

reestructurar los códigos pero solamente porque se partí de códigos. Y una lectura en clave del materialismo dialéctico nos mostraría que también la lucha de clases y el acto revolucionario son acontecimientos permitidos y prometidos por una cierta estructura de la sociedad (y recordemos que la estructura marxista como «base económica» puede ser leída como sistema de oposiciones y diferencias en sentido estructuralista) [cfr. Althusser, 1965; Lefèbre, 1966; Godelier, 1966]. Si la lucha de clases, en una perspectiva marxista, se ha de producir para que se creen las condiciones necesarias para la misma, en tal caso, también el mensaje «lucha de clases» tiene sus matrices generativas en las estructuras sociales. La relectura en este sentido del ensayo de Mao Tse-tung, Sobre la contradicción nos permitiría delinear una descripción estructural de una matriz generativa del movimiento histórico. El ensayo de Mao, con su visión opositiva y binaria de los principios orientales del Yin y del Yang, a nuestro parecer traduce la dialéctica hegeliana en un modelo que puede ser leído en clave semióticoestructural.

VI1.6. Así se llega a una tercera posibilidad, prefigurada en la frase de Godelier que asigna un parentesco entre la noción de contradicción y la cibernética. Bajo este punto de vista ha meditado un escrito, sin duda demasiado sintético y repleto de analogías temerarias, pero susceptible de un desarrollo más riguroso, de Leo Apostel [I960] en el que se intenta construir un modelo cibernético de la contradicción dialéctica. Y algunas ideas fecundas sobre esta posibilidad nos las ofrece un pensador hacia el cual, como se habrá visto en párrafos anteriores, hemos contraído una gran deuda, Jean Piaget. En su ensayo sobre el estructuralismo, ya citado, insiste sobre la noción de estructura como generadora de continuas transformaciones: cada estructura nos remite a las estructuras precedentes, pero también a algunos mecanismos operativos que trabajan por debajo de éstas: «L’idée de la structure comme système de transformation devient ainsi solidaire d’un constructivisme de la formation continue [pág. 31], en donde no se individualizan nunca estructuras últimas o «naturales» (como sucedía con Lévi-Strauss) y «les frontières de la formalisation sont donc mobiles ou vicariantes» [pág. 31], en el sentido de que «n’existe pas de forme en soi ni du contenu en soi, tout élément (des actions sensorimotrices aux opérations, ou de celles-ci aux

théories, etc.) jouant simultanément le rôle de forme par rapport aux contenus qu’il subsume et du contenu par rapport aux formes supérieures». Lo que constituye un envío (quizá del todo casual, pero precisamente por esto más interesante) a la teoría de la semiosis ilimitada y de la cadena infinita de los interpretantes (que hemos definido en lo que se ha llamado el modelo Q). En una palabra, no es casual que estas páginas de Piaget discutan unas páginas de Goedel dedicadas a sus investigaciones matemáticas; las estructuras contienen una contradicción interna y esta contradicción se hace evidente y eventualmente soluble cuando se perfila una nueva estructura. Se crea así una especie de pirámide en cuya base están los fundamentos, siempre contradicha, en la que, en su continua apertura y progresión hacia el vértice, se transforma la pirámide en una espiral (si es que queremos recurrir a un gráfico como metáfora útil) de volutas cada vez más grandes, a medida que se progresa hacia lo alto.

«Une structure une fois construite, on en nie l’un des caractères nui paraissait essentiel, ou au moins nécessaire... Dans le domaine des structures logico-mathématiques, c’est presque devenu une méthode que, une structure étant donnée, de chercher par un système de négations à construire les systèmes complémentaires ou différents que l’on pourra ensuite réunir en une structure complexe totale» [pág. 104].

El mismo Piaget liga estos problemas con los de una interpretación estructural de la lógica dialéctica y al menos nos indica la dirección en la que avanzan estos estudios. En todo caso, en esta perspectiva, se impone una condición: que las estructuras individualizadas no se definan nunca como últimas, objetivas, naturales o independientes del punto de vista desde el que se construye la hipótesis. En este sentido, individualizada esta penúltima base de la semiótica, hemos de subrayar el hecho de que también en esta frontera, la cultura y la historia pueden ser consideradas fenómenos de comunicación, relaciones entre mensajes y códigos que los hacen posibles, sin conferir a los instrumentos estructurales un valor ontológico. Decidir si es posible o no una conciliación entre la lógica estructural y la lógica dialéctica quiere decir decidir también si la semiótica niega la vida misma de la comunicación por amor de la coherencia estructural o se permite un conocimiento de la misma más profundo e independiente.

El último umbral de la semiótica continúa siendo el de definir el punto en que el conocimiento se nutre y transforma por la práctica,

precisamente (como decíamos en D.4.II.4.) en que para conocer el gusto de una pera es preciso transformarla comiéndola.

CONCLUSIÓN

I. Llegados a este punto, se podría pensar que la utopía semiótica al oscilar entre una exigencia de rigor y de formalización y una apertura hacia el proceso histórico concreto, desemboca en una contradicción que la inutiliza.

En el curso de este libro se han desarrollado de hecho dos líneas de razonamiento: a) Por un lado, se ha tendido a la descripción de cada sistema semiótico como si fuera un sistema «cerrado», rigurosamente estructurado y visto en un corte sincrónico. b) Por otro, la proposición del modelo comunicativo de un proceso «abierto», en el que el mensaje varía según los códigos, los códigos entran en acción según las ideologías y las circunstancias, y todo el sistema de signos se va reestructurando continuamente sobre la base de la experiencia de descodificación que el proceso instituye como «semiosis in progress».

En realidad, los dos aspectos no se oponen como una opción científica concreta contra una opción filosófica genérica, sino que el uno implica al otro y lo instituye en su propia validez. No podemos ignorar el carácter procesual de los fenómenos de comunicación; ya lo hemos dicho, ignorarlos significa caer en utopías elegantes, pero ingenuas. Es inútil creer en la estabilidad de las estructuras y en la objetividad de las series significantes que las encabezan, si al definir estas series estamos dentro del proceso e individualizamos como definitiva una fase del mismo. Definir el modelo comunicativo de un proceso abierto implica una perspectiva total que considere —en un universo visto sub specie commnnicationis— incluso aquellos elementos

que se interfieren con la comunicación, pero que no son reducibles a comunicación, aunque determinen las modalidades de la misma.

Pero esta perspectiva no va más allá de una definición general de las condiciones de la totalidad. Y todo razonamiento que implique la totalidad de las perspectivas corre el riesgo de limitarse a declaraciones generales por temor a descender a análisis particulares que fragmenten la homogeneidad del panorama. Así pues, la totalidad queda solamente «afirmada» y la filosofía perpetra uno de sus delitos más habituales, que consiste en no decir nada por la prisa de decirlo todo. Si se quiere saber qué sucede en realidad en esta perspectiva de totalidad del proceso, es preciso descender al análisis de sus fases. En tal caso, la totalidad del proceso se descompone —de perspectiva «abierta» que era— en los universales «cerrados» de los sistemas semióticos que individualiza. El proceso se afirma, pero no se comprueba. Los sistemas semióticos que entran en el proceso, analizados en un momento dado de su constitución, son comprobados, pero no «afirmados»: es decir, no se proclaman como definitivos, precisamente porque la perspectiva del proceso, en el fondo de la investigación, advierte al investigador de los pasajes filosóficamente peligrosos (y tan ingenuos como los de quienes querían afirmar la totalidad y no comprobar las fases).

Así pues, a la organización de universos cerrados corresponde la conciencia de la apertura del proceso que los engloba y los reestructura; pero este proceso puede individualizarse solamente como una sucesión de universos cerrados y formalizados.

II. Recordemos que la labor descriptiva que lleva a las hipótesis de los códigos (y de ahí a los sistemas de convenciones integradas sobre las cuales se rige una sociedad) no obliga a considerar la investigación como una justificación del statu quo. Los estudios sobre los usos lingüísticos han sido considerados como una manera de reducir el pensamiento a una sola dirección, la de la comprensibilidad unívoca, para eliminar lo ambiguo, lo no dicho, lo que se dejó en la sombra y que podía ser dicho, lo posible y lo contradictorio. Con este sentido, el análisis comunicativo que da valor privilegiado a la llaneza y a la inconfundibilidad del uso común puede constituir (aunque la ilación sea temeraria y excesivamente genérica) una especie de técnica pacificadora y conservadora.

Pero ya hemos dicho que la investigación sobre los códigos no intenta definir las condiciones óptimas de integración, sino que intenta descubrir las condiciones de una sociedad de comunicantes en un momento dado.

La cadena comunicativa implica una dialéctica código mensaje, que la investigación semiótica no solamente justifica, sino que —en la medida en que difunde el conocimiento del proceso— promueve continuamente. Por esto, la semiótica, erigiendo pequeños «sistemas» no puede constituirse en el Sistema. Porque demostrar que una solución comunicativa ya está codificada (y refleja un universo ideológico ya constituido) es abrir el camino para una nueva tentativa de comunicación que obliga a reestructurar el código. El procedimiento operativo de la investigación semiótica no se resuelve fatalmente en la ideología del operativismo, según la cual los nombres se reducen a un significado único, que corresponde a la única operación posible y actuable en cosas que solamente se pueden dominar de una sola manera y con un solo fin. Si «con todo su explorar, revelar y aclarar ambigüedades y oscuridades, el neopositivismo no se interesa por la gran oscuridad y ambigüedad general del universo establecido por la experiencia» [Marcuse], la perspectiva semiótica que proponemos intenta precisamente fundar las posibilidades de existencia de esta procesualidad de los sentidos y definir la manera de incrementarla y promoverla, en donde resulte productiva (como la sospecha fecunda de que todo puede ser distinto de como aparece y de lo que se dice), aunque también pueda ser útil el procedimiento inverso de aclarar los instrumentos para reducir la ambigüedad, en donde sea técnica de dominio, confusión mixtificadora.

Una investigación semiótica que tome en cuenta la dialéctica códigomensaje, el décalage continuo de los códigos, la conexión entre universo retórico y universo ideológico, la presencia masiva de las circunstancias reales que orientan la selección de los códigos y la lectura de los mensajes, fatalmente se convierte —y nunca hemos pensado en ocultarlo— una investigación motivada, prospectiva, no objetiva (si la objetividad es la transparencia absoluta de una verdad masiva que la precede), y se cumple una función terapéutica.

III. Al someter los sistemas semióticos cerrados a la procesualidad del modelo abierto, habíamos resaltado (cada vez más, a medida que avanzaban los capítulos del libro, integrándose y aclarándose los unos con los otros) un elemento extrasemiótico como es la circunstancia [A.2.XIV.].

Lo que normalmente se llama «contexto» (real, externo —no el contexto formal del mensaje) se distingue en ideologías, como se ha dicho ya, y en circunstancias de comunicación. Las ideologías se resuelven en signos o no se comunican (y por lo tanto, no existen). Pero no, todas las circunstancias se resuelven en signo. Hay un margen último de la circunstancia, en el que ésta se sustrae al torbellino de los códigos y de los mensajes y se escapa. Es cuando el mensaje (con todas las connotaciones que le permiten englobar ideologías y circunstancias de origen) va a caer en una circunstancia de destino no prevista. Hasta que esta caída del mensaje no se convierta en norma —y en tal caso la circunstancia implicará convencionalmente unos códigos de recepción reconocibles y homologables— la circunstancia irrumpirá para estorbar la vida a los signos, y se presentará como residuo sin resolver.

En este sentido, en nuestro razonamiento la circunstancia se ha ido configurando como un complejo de factores biológicos y económicos, de hechos e interferencias externas que se modelan como un marco imprescindible de toda relación comunicativa. Casi como la presencia de la «realidad» (si se nos permite esta locución ambigua), que flexiona y modela los movimientos no autónomos de los procesos de significación. Cuando Alicia pregunta: «La cuestión es la de saber si tú puedes conseguir que las cosas signifiquen las cosas más diversas», la respuesta de Humpty-Dumpty es: «La cuestión está en saber quién ha de ser el amo».

Una vez aceptada esta perspectiva, podríamos preguntarnos si el proceso de comunicación es capaz de dominar las circunstancias en que se produce.

La experiencia de la comunicación, que es experiencia de la cultura, nos permite contestar afirmativamente, al menos en la medida en que la circunstancia, entendida como base «real» de la comunicación, se convierte continuamente en un universo de signos, con los que va siendo individualizada, valorada, discutida, mientras que por su parte la comunicación, en su dimensión pragmática, va produciendo comportamientos que van contribuyendo a cambiar las circunstancias.

IV. Pero hay un aspecto semióticamente más interesante, y por el cual la circunstancia puede llegar a ser elemento intencional de la comunicación. Si la circunstancia ayuda a individualizar los códigos mediante los cuales actúa la descodificación de los mensajes, en tal caso la semiótica puede enseñarnos que, en lugar de modificar los mensajes o de controlar las fuentes de emisión, se puede alterar un proceso de comunicación actuando sobre las circunstancias en que va a ser recibido el mensaje.

Éste es un aspecto revolucionario de la conciencia semiótica, y tanto más importante cuando (en una era en la que las comunicaciones de masa se presentan con frecuencia como la manifestación de un dominio que controla lo social por medio de la planificación de la transmisión de mensajes), donde no sea posible alterar las modalidades de la emisión o la forma de los mensajes, sigue siendo posible (como una «guerrilla» semiótica ideal) cambiar las circunstancias a la luz de las cuales los destinatarios han de seleccionar sus propios códigos de lectura.

La vida de los signos es frágil, sometida a la corrosión de las denotaciones y de las connotaciones, bajo el impulso de circunstancias que debilitan la potencia significativa original; pensemos en un signo visual tan provocativo como la señal del movimiento para el desarme atómico, tan escandaloso cuando aparecía en los primeros ojales de los que protestaban por la lógica de la escalada, y que luego fue sometido gradualmente a nuevas codificaciones connotativas a la vez que el símbolo era comercializado en las boutiques, hasta que se convirtió en el eslogan en broma de una cadena de supermercados (con la idea de consumo: «haced compras, no la guerra»). Esto no quiere decir que ha bastado que en unas circunstancias dadas el signo apareciera de nuevo en unos carteles en los que se intentaba impedir el reclutamiento de soldados para la guerra del Vietnam y, al menos en aquella circunstancia (y en otras análogas) el signo ya no apareció ni neutro ni neutralizado, sino que adquirió de nuevo las connotaciones más ultrajantes y temibles.

Contra una ingeniería de la comunicación que se ingenia para hacer redundantes los mensajes, para asegurar su recepción según planes preestablecidos, se perfila la posibilidad de una táctica de descodificación que instituya circunstancias diversas para diversas

descodificaciones, permaneciendo inalterado el mensaje como forma significante (pero esto no nos debe inducir a «optimismo: el mismo procedimiento sirve para la contestación como para el restablecimiento del dominio).

Si esta energía pragmática de la conciencia semiótica demuestra que incluso una disciplina descriptiva puede convertirse en proyecto activo también nos ha de inducir a la sospecha de que el mundo visto sub specie communicationis no sea todo el mundo, y el temor de que el universo de la comunicación no sea sino la frágil superestructura de algo que sucede a las espaldas de la comunicación. Pero esta superestructura frágil queda instituida hasta tal punto en todo nuestro comportamiento, que no es empresa fácil intencionarla como modalidad de nuestro ser-en-la-circunstancia. La comunicación engloba a todos los actos de la praxis, en el sentido de que toda la praxis es comunicación global, es institución de cultura, y por lo tanto, de relaciones sociales. El hombre se apropia del mundo y hace que la naturaleza se transforme continuamente en cultura. Pero los sistemas de acción se pueden interpretar como sistemas de signos, con tal de que cada sistema de signos se inserte en el contexto global de los sistemas de acción; cada uno como uno de los capítulos (que nunca es el único ni el más importante) de la praxis como comunicación.

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