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DAMARIS CASTRO OSPINO
DAMARIS CASTRO OSPINO
SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA, COLOMBIA
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Lucidez
No imaginas cuántas páginas quedaron en ese libro de [cuentos.
Ya no queda nada las luciérnagas se apagaron las chicharras silenciaron el mugir del ganado es escaso los arroyos cambiaron su rumbo los gatos no esperan la noche el búho no canta Y los amores fraternos del alma se fueron a la tumba.
Apenas queda el verdor de las montañas Una paz inventada Una reconciliación acomodada Un olvido encasillado que a veces deambula Tocando las puertas Para mojarte la cara.
No tengo los sentidos cerrados Creo que con el hecho de adaptarme a una nueva vida amasando con sencillez lo desconocido alcanzo la coherencia que parece dormida.
Silenció mi canto
La lumbrera mayor Tragaba las ansias de un sueño incierto La ansiedad del sudor ¡Resistía!
Gritaba sin aliento el vendedor, con su carrera ¡Cinco plátanos por mil pesos! Desde la azotea un canario perdió su canto Por el eco de voces imperfectas de la complicidad
El abuelo con hambre Leía las cartas de un mundo encapsulado Decía: - ¿A quién le creo? - ¿Será la élite reunida? - ¿O una nueva forma de desafiante de la herencia de piratas?
Me pintaré los labios
Las nubes se juntaron Para despedirte La lumbrera mayor Cedió el permiso.
Las almas desnudas Empañaban las miradas Labios atados Sin pronunciar quebranto.
Una distancia nos tenía tan cerca, con un mismo dolor Y sin poder sentir, eso tan poderoso, que se llama: ¡Abrazo!
Como diría Emily Dickinson, en su poema Ensueño “El alma en el transporte de su sueño Se nutre sólo de silencio y paz”
Hoy, voy a pintar mis labios de rojo Para borrar las cenizas.