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La singularidad No. 4

El dormir

De Patricio Ventosa Rodríguez

Sin lugar a dudas, una estrella y media de cinco. Hay pocas cosas que deteste yo tanto como dormir. Y más que eso, la necesidad de hacerlo. Yo entiendo que, en el mundo real, es importante. Es un oasis fresco y libre de la sobreestimulación cotidiana. Es consecuencia directa sobre nuestra decisión por estar vivos y, además, pensar. Perder un tercio de nuestra vida en la vulnerabilidad de la inconsciencia es el castigo divino que recibimos por la consciencia misma. En otras palabras, nos cansamos y es horrible.

Detesto dormir porque (atreviendo a proyectarme), no tenemos una onza de control sobre lo que sucede. Solo me llego a dormir porque mi cuerpo me convence de que eso quiero. No solo no me quería dormir para empezar, pero ¿después resulta que no me quiero despertar? El sueño induce incongruencia y todo se siente como si fuera en contra de mi voluntad. No controlamos cuánto sueño tenemos, cuándo nos dormimos, cuándo nos despertamos y mucho menos lo que soñamos.

Hace no mucho, soñé que me desperté, de la nada, completamente jorobado. Fui al cuarto de mi mamá como si aún viviera con ella y le pedí ayuda. Mi mamá respondió “Uy, no. Eso ya no se quita ¿Ya ves? Por estar cargando tanto”. Díganme ustedes quién querría soñar eso. En fin.

Biológicamente, el cerebro necesita entrar en modo reposo. Sea para descansar, consolidar memo rias o soñar con temitas que merecen seguir dormidos en tu subconsciente. Sin sorprender a nadie, confie so que vivo en un perpetuo estado de guerra en contra del insomnio desde hace muchos, muchos años. A pe sar de tener rachas mejores y peores, inevitablemente desarrollé miedo a la simple idea de ir a dormir. Saber que podría quedarme dormido en diez minutos o verme obligado a ver el alba me regala energía para trabajar bajo la luna. Que, además, es el mejor momento para trabajar.

Dormimos durante el momento más interesante del día. El silencio exponencia la intención detrás de cada movimiento nocturno. Un coche de noche señala, tal vez, a alguien volviendo de un evento. El pip-pup del cruce peatonal se escucha por sobre todo lo demás, guiando al caminante nocturno como lo solían hacer las estrellas. Esas que ya no se ven en la ciudad.

Volviendo al deleznable acto humano de inconsciencia, si eres como yo, a diario ganas batallas solo para perderlas. Ganas porque no te dormiste, pierdes porque no te dormiste y lo contrario. A pesar de la exhaustión de la guerra, el proceso de caer en el sueño es igual de tortuoso. Frecuentemente me encuentro despertando porque me di cuenta de que me estaba quedando dormido.

Lo cierto es que me da coraje. Pienso en todo lo que podríamos hacer si el acto de dormir simplemente no existiera. Si pudiéramos descansar de la misma forma a través de silencios cómodos, rompecabezas y risas. O cursilerías similares. Lo dije desde un inicio y lo volveré a decir: dormir no merece más de una estrella y media

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