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En Alemania no se dala guanábana

Por Carlos Guineo

Federico recuerda la primera vez que despertó sabiendo que estaba vivo. Lo recuerda casi a diario, poco se habla de lo cinematográfico que puede ser el adquirir consciencia. Cierra los ojos y se convierte en esa cámara que caía en picada hasta un grupo de casas, como cuando agarras el muñequito de Google maps y lo dejas caer sobre donde vives.

Por Carlos Guineo

¿Será que es diferente para cada persona? Es difícil creer que tu primer recuerdo vívido esté en lenguaje onírico.

—Mi primer recuerdo es un sueño —dijo Federico.

—¿Ese sueño es el motivo de la consulta de hoy? — contestó la doctora.

—No, es este dolor de espalda que no me deja trabajar.

—¿Está comiendo bien?

—Sí.

—¿Hace ejercicio?

—A veces.

—¿Cómo está durmiendo?

—Terrible, el dolor de espalda no me deja.

—¿Y que fue primero? ¿el dolor o el insomnio?

—¿Qué fue primero?

Federico vuelve a sus pensamientos. Ahora recuerda con mayor certeza todas las casas y edificios del mapita de su sueño, todas eran de color amarillo. A medida que se acercaba al golpe final, las casitas iban adquiriendo una textura parecida a la tempera seca.

—No sabría decirle, doctora —vuelve al consultorio.

—¿Toma medicamentos?

—Solo vitamina D.

—¿Ya había tomado antes?

Recuerda que cuando se pegó el estrellón abrió los ojos por primera vez. O bueno, por primera vez tuvo consciencia de que los estaba abriendo. Fue consciente de su despertar.

¿Primera vez? —preguntó la doctora, sacando a Federico de sus pensamientos.

Si, doctora. Fue preciosa. Recuerdo a mi madre sentada en una mecedora de mimbre, la recuerdo con su pelo ondulado color castaño. La veo sacándole las pepas a una guanábana, seguro era para el jugo del almuerzo. Al lado tiene un pocillo vacío. Recuerdo el olor a baldosa limpia, el árbol de navidad en la sala, una bicicleta azul con rueditas...

—Que si primera vez tomando vitamina D —interrumpió la doctora.

—Ah, sí.

—¿Nada más? ¿Seguro?

—Pues hace varias semanas que dejé las pastillas para dormir. Quería saber si usted me podía recetar más —dijo Federico mientras observaba el cabello castaño y ondulado de la doctora.

—¿Desde cuándo las toma?

—Desde navidad.

—¿De este año?

—No sé, ¿este año me regalaste una bicicleta azul?

El consultorio en el que se encontraban empieza a convertirse en trazos de crayolas, solo Federico y la doctora mantienen su silueta de carne, piel y huesos.

—Esa bicicleta te la di cuando tenías tres años, ¿todavía te acuerdas de eso?

—Sí, mami. Me acuerdo que la sacaba por el parqueadero del conjunto de las casitas amarillas.

—Y yo me sentaba a tomar café y a sacarle las pepas a la guanábana, ¿Te acuerdas de eso?

—Sí mami, ese es mi primer recuerdo.

Federico se quedó mirando a su mamá, la observó con cuidado de no perderse ningún detalle. Intentó subirse a la bicicleta azul, quitarle las rueditas. Varias veces quiso ver la hora, pero no podía reconocer ningún número, se borraban apenas su vista los tocaba. Acomodó el pesebre y puso el camello al lado del dinosaurio, cambió de lugar a los reyes magos y puso al niño Jesús a mirar el río.

—¡Ve, niño! ¡Pon ese Jesucristo en su puesto y vente pa’ acá!

Como si un corrientazo le hubiese recorrido la columna, el niño Federico corrió a sentarse en las piernas de su mamá para que le mostrase como es que se le sacan las pepas a una guanábana. Aprovechó que podía arrecostarse en las piernas de su madre. Hace años que no puede comprar un tiquete de avión para ir a verla. Cuando Federico abrió los ojos, sintió que solo un jugo de guanábana podía quitarle de entre los huesos el ardor nostálgico que causa el recuerdo de su madre y de su región fecunda en frutos tropicales. Sensación con la que se enfrenta todas las mañanas al recordar, después de despertar, que en Alemania no se da la guanábana.

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