EL CLIMA COMO EXPERIMENTO URBANO Elda Luyando
L
os humanos somos contradictorios cuando observamos la naturaleza. Quedamos embelesados ante imágenes de extrañas formas de vida marina, de insondables selvas de verde imposible, de ríos, de lagos helados, de macro y micro fauna, preciosa en su diversidad. Momentáneamente creamos conciencia y nos enojamos y levantamos una débil voz ante las atrocidades que amenazan con la desaparición de ese idílico mundo que tantas veces vemos sólo en calendarios, videos o fondos de pantalla. Sin embargo, a pesar de nuestro origen y enternecimiento fugaz, cuánto esfuerzo, cuánto trabajo nos cuesta dar un paso fuera de la alfombra. Unas vacaciones ideales, hasta para los más ansiosos por conectarse con la naturaleza, implican, incluso por sobrevivencia, el uso de aditamentos, herramientas y diversos instrumentos producto de siglos de civilización. ¡Nos lo hemos ganado! Siglos de desarrollo tecnológico, desde el palo que nuestros pulgares opuestos nos permitieron blandir para defendernos, hasta lo último en refrigeradores con internet, instrumental médico y autos inteligentes, nos atan a un conglomerado humano bien establecido. Sí, los humanos encontramos que vivir en un lugar fijo, con las necesidades cubiertas, con la compañía de otros seres semejantes y complementarios en sus actividades, era más cómodo y seguro que deambular por el mundo persiguiendo la cena y el cobijo en una lucha perpetua contra los embates de la naturaleza. Somos entes sociales, ante todo, y las ciudades nos han proporcionado esa seguridad, o al menos un espejismo de ella.
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