Antilha nº15

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Antilha

REVISTA LATINOAMERICANA DE HISTORIA, ARTE Y LITERATURA

año. 5

n° 15

Septiembre-diciembre 2016


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Antilha REVISTA LATINOAMERICANA DE HISTORIA, ARTE Y LITERATURA

Editores

América Malbrán Porto Enrique Méndez Torres Ana Igareta

Diseño editorial

Itzel Orozco Moreno

El contenido de los artículos y opiniones expresadas en Antilha son responsabilidad exclusiva de sus autores. Antilha es una publicación cuatrimestral editada y publicada por el Centro de Estudios Sociales y Universitarios Americanos S.C. (CESUA)

Certificado de reserva de derecho al uso exclusivo del título Dirección General de Derechos de Autor, Secretaría de Educación Pública, número (en trámite). Certificados de licitud de título y de contenido, Comisión Certificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas, Secretaría de Gobernación, números (en trámite), ISSN (en trámite)

Portada: Mujer orando, Itzel Orozco Moreno, Guatemala, 2016.


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Antilha REVISTA LATINOAMERICANA DE HISTORIA, ARTE Y LITERATURA

Comité Editorial Dr. Jorge Angulo Villaseñor

DEA-INAH,México.

Dra. María Elena Ruiz Gallut

IIE-UNAM, México.

Dr. Enrique Tovar Esquivel Dra. Lourdes Budar Jiménez Dr. Daniel Schávelzon Dra. Ana Igareta Mtra. América Malbrán Porto

INAH, México. Universidad Veracruzana,México CAU-UBA, Argentina UNLP, Argentina. FFyL-UNAM/CESUA, México.

Mtro. Alfredo Feria Cuevas

INAH-México.

Antrop. Alejandra Gómez Colorado

INAH, México.

Arqlgo. Enrique Méndez Torres

CESUA, México.

Arqlga. Ivon Cristina Encinas Hernández

Universidad del Tepeyac A.C.

Arqlga. Lizeth Azucena Cervantes Reyes

Cesua, Mèxico


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contenido Editorial

P.5

En una nuez Genaro Gómez

P.6

El patrimonio arqueológico Guatemalteco: ¿identidad o ausencia de memoria? Anaité Galeotti.

P.18

La Deidad Solar en la Historia Jorge Angulo Villaseñor

P.31

El Metztlapohualli y los Nueve Señores de la Noche: computo de 252 días David Wood Cano y Ofelia Márquez Huitzil

P.47


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Editorial C

on éste, nuestro número 15, finalizamos el quinto año de vida de Antilha, que se va consolidando cada vez más como un medio para los investigadores latinoamericanos, lo cual nos llena de orgullo y satisfacción pues con el paso del tiempo éste puerto de conocimiento sigue ampliando sus horizontes, idea que nació con el primer número, y esperamos continúe de esta manera. No nos pudimos resistir a un cambio de imagen para terminar el 2016, gracias a que se nos une la joven emprendedora Itzel Orozco Moreno para auxiliarnos en la labor editorial ¡Bienvenida! En esta ocasión nuestra revista se compone de cuatro artículos que esperamos sean de su interés y una serie de dibujos del caricaturista Ramón Ojeda. Solo nos resta desearle a todos nuestros lectores un excelente año 2017, lleno de éxitos y logros. ¡Felicidades!

Los editores


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En una nuez Genaro Gómez Filiberto había dejado su pueblo natal hacía casi veinte años. Su padre siempre insistió que la única forma de que se labrara un futuro era irse a la capital, no a la del estado, sino a la mera capital del país en donde sus oportunidades serían mayores y podría estudiar una carrera: ir a la preparatoria, después a la universidad, graduarse y lograr el éxito que en su pueblo no era más que una ilusión, y una ilusión bastante rara, porque las expectativas de los habitantes de San Andrés no eran muchas, es más, quien sabe si alguien tuviera alguna esperanza que rebasara las cuestiones más elementales como comer, ver crecer a sus hijos, que estos se casaran y vivieran como lo habían hecho las generaciones pasadas. ¿Para qué desear más sin con eso alcanzaba? En el pueblo de San Andrés—cientos de pueblos se llamaban así en un país en el que la originalidad en la nomenclatura pueblerina era algo inexistente y aumentaba la confusión por la dificultad frecuente de ubicar un pueblo entre decenas que

tenían el mismo nombre—había una primaria rural unigrado en la que la división por niveles se daba por la ubicación en el salón: los de primer año hasta adelante, los de segundo, tercero y cuarto en medio y los más grandotes de quinto y sexto hasta atrás. Si alguien terminaba la primaria y tenía ganas de continuar—casos extremadamente raros—tenía que ir al municipio contiguo, distante a dos horas en camión, para ir a la secundaria. El maestro, Don José Villagómez había llegado a San Andrés muy joven, recién egresado de la escuela normal del estado y, por una mezcla de vocación, ingenuidad y lástima, fundó la escuela que había contribuido a alfabetizar a una parte muy reducida del pueblo, sobre todo por la insistencia de Don José y su férrea voluntad de llevar algo de luz a ese pueblo que sólo conocía la del día y la de las velas y las veladoras de la pequeña iglesia que había sido construida por unos franciscanos en el siglo XVII, una joya arquitectónica abandonada, desconocida y has-


7 ta desdeñada por autoridades del Instituto de Antropología quienes la consideraban un montón de ruinas que no valían la pena conservar. La iglesia era uno de los cientos, tal vez miles, de vestigios de la evangelización, aunque a juzgar por sus características, los constructores tomaron lo que tenían a la mano—que no era mucho— y la dejaron a medias, sin retablos, imágenes o decorados llamativos. Desde su edificación el recinto había quedado como obra negra, aunque ello no fue obstáculo para los cultos y la preservación de la fe. La iglesia pudo haber sido una manifestación muy concreta de la humildad y pobreza de los franciscanos, pero en realidad mostraba las carencias de la región y hasta cierto punto, las menguadas habilidades de planeación, arquitectura y destreza de sus constructores. En todo caso podía inferirse que lo único que se buscaba con una construcción tan sencilla, era dejar en claro que por ahí habían pasado los defensores de la fe, cuya intención no era únicamente evangelizadora, sino convencer a los naturales de abandonar sus prácticas paganas y anticristianas. Esa evangelización había devastado los centros urbanos prehispánicos al destruir sus pirámides y santuarios y con las piedras que antes los sostenían se habían construido iglesias, cuyos ci-

mientos alguna vez fueron templos igualmente sagrados: un símbolo sobrepuesto al otro. Filiberto fue uno de los pocos que, por insistencia de su padre, el maestro de la primaria, continuó hasta concluir el nivel y se incorporó a la secundaria en San Felipe Tepetlán, el municipio más cercano a San Andrés. Al concluir la secundaria al joven estudiante se le daba la posibilidad de incorporarse a la preparatoria y al nivel superior. A don José, padre y maestro, no le fue fácil convencer a Filiberto de abandonar el pueblo para irse a la gran ciudad. Ahí tendría todas las facilidades para estudiar y por el hospedaje no habría ningún problema pues su compadre Don Armando Correa, amigo de la infancia, pondría a su disposición su casa y todo el apoyo necesario para enfrentarse a ese nuevo mundo de concreto en el que habría de forjarse un futuro mejor, según el discurso reiterado de Don José. Doña Felícitas, madre de Filiberto y nacida en San Andrés, de donde nunca había salido, hecha un mar de lágrimas, pasó revista a todos los consejos que sabía y que a ella le habían dado sus padres; “cuídate mucho, tú ya sabes lo que es bueno y lo que es malo, tápate bien, no te desveles, come bien, no te juntes con gente extraña, obedece a Don


8 Armando en todo lo que te diga, ayuda en el quehacer, acomídete, da las gracias, gasta sólo en lo necesario, duérmete temprano, no hagas tiradero, ve a misa el domingo...” Filiberto oía sin poner mucha atención, más preocupado por la incertidumbre de la aventura que por los ruegos de su madre, contestando mecánicamente, sí mamá, no tenga cuidado, ya lo sé, usted no se angustie, más con el ánimo de que ya no le dijera nada pues ello le hacía más pesada la partida. El día que Filiberto dejó el pueblo una gran cantidad de parientes fueron a despedirlo a la estación del tren, una vieja estación que estaba a hora y media caminando desde el pueblo. Ninguno de sus acompañantes resintieron el largo trayecto, acostumbrados a caminar. Aquello parecía peregrinación y era una mezcla de fiesta y funeral pues mientras los primos corrían, gritaban y reían, su madre, sus tías y algunas de sus primas entre caras largas y lágrimas, le daban bendiciones, abrazos y deseos de toda índole: dios te bendiga, la virgen te ampare y te proteja, no nos olvides, vuelve pronto, te esperamos con los brazos abiertos, escríbenos, que te vaya bien... En medio de tantos parientes y abrumado por la mezcla de senti-

mientos de toda índole, sonó a lo lejos el silbato del tren, aumentando con ello el sufrimiento de las mujeres, que fue interrumpido por Don José: -A ver, a ver, ya párenle, porque este muchacho ya se va y lo mejor es que se quede con una buena impresión y son mejores las sonrisas que las lágrimas. Tan pronto se detuvo el tren en la estación, Filiberto subió rápidamente, se sentó, se asomó a la ventana e hizo grandes esfuerzos para no llorar. Al iniciar el tren su avance, Filiberto sacó la mano y les dio, moviendo el brazo de derecha a izquierda, un largo adiós que fue perdiéndose en el horizonte conforme se alejaba el tren de la estación. A lo lejos apenas se distinguía el numeroso grupo de parientes que formaban un conjunto compacto y que parecían un islote en un vasto mar árido en el que los cerros en la lejanía parecían enormes olas congeladas que, de seguir su curso, se hubieran tragado el pueblo con todo y sus habitantes. Esa última imagen de la estación del tren había de acompañarlo por espacio de muchos años y, aunque, como una foto añeja que el tiempo va borrando, sólo le quedaba una ligera impresión vaga; a veces Filiberto recordaba con un dejo de nos-


9 talgia a ese grupo de gente a la que le guardaba un entrañable cariño. El tiempo pasó y Filiberto se adaptó muy pronto a la vida en la ciudad. En poco tiempo, y gracias a los consejos de Don Armando, se volvió un citadino más. Se movía como pez en el agua, conocía la ciudad por las grandes distancias que tenía que recorrer desde el centro hasta la universidad y porque disfrutaba ir de un lado a otro en sus ratos libres. Sin olvidar su pueblo, pero sin la menor intención de regresar en el corto o mediano plazo, Filiberto concluyó su carrera, graduándose con honores y avisando por correo a sus padres de sus éxitos y el deseo de volver tan pronto como sus— ahora— múltiples ocupaciones se lo permitieran. Dos décadas pasaron desde la conclusión de sus estudios sin que su familia supiera de él más que por el correo y uno que otro telegrama en el que mandaba alguna felicitación por un cumpleaños o por las fiestas navideñas. Las últimas cartas enviadas a sus padres parecían ajustarse a un machote en el que comenzaba con los saludos, insistía que estaba bien, continuaba con los buenos deseos para todos y prometía que pronto habría de visitarlos para pasar una larga temporada con ellos. Un día, quién sabe si por el hartaz-

go que comenzó a producirle la ciudad o el vacío que a veces sentía en la gran urbe, o la nostalgia o simplemente el sentimiento de culpa que se le presentaba de repente por no haber vuelto ni una vez desde su partida, le dieron unas ganas incontrolables por regresar y de manera intempestiva fue a la central camionera, tomó un autobús con dirección a San Luis Potosí para llegar ese mismo día a su pueblo, así nomás, sin avisar a nadie de su regreso. Hacía ya algunos años que la idea le daba vueltas en la cabeza y siempre encontraba una razón para no ir: el trabajo, la falta de dinero o las aglomeraciones en la central de autobuses en la temporada vacacional en la que parecía que todos querían viajar y comprar un boleto se convertía en un vía crucis, aunque esto último era un vulgar pretexto más porque desde hacía diez años que tenía automóvil y podría ahorrarse esas molestias. A veces se decía a sí mismo que viajar por carretera era poco seguro, sobre todo por algunos tramos en los que el camino era tan recto que muchos automóviles rebasaban la velocidad límite y eso lo ponía nervioso, aunque también se decía que sería conveniente perderle el miedo a la carretera, viajar a una velocidad segura, disfrutar del paisaje y volver a su pueblo donde tenía tantos parientes que


10 seguramente ya se habían multiplicado después de tanto tiempo y que seguramente lo conocían sólo por vagas referencias. Finalmente estaba decidido a ir y no avisó a nadie de su llegada pues quería darles una sorpresa. Le hubiera gustado llegar en tren, pero hacía muchos años que el servicio ferroviario había dejado de funcionar, según le habían comentado en una de las cartas. Muy a su pesar por la frustración de no poder llegar en tren se dirigió a la estación de autobuses. Esperó pacientemente en la fila para adquirir un boleto y, para su sorpresa, había poca gente. Compró el boleto, pagó con un billete de quinientos pesos, recibió su cambio, salió de la fila y se dirigió a la sala de espera. El autobús partiría a las 9:30 de la mañana; miró su reloj y marcaba las 8 con 55 minutos, tiempo suficiente para comprar un café e ir a un puesto de periódicos, porque quería ir leyendo durante el viaje. Así lo hizo. Una vez con el café en una mano, el periódico bajo el brazo izquierdo y su mochila en la espalda, se dirigió al andén y se sentó en la sala de espera. Los minutos pasaron despacio, tal vez porque ahora que había tomado la decisión de regresar, las ansías por llegar eran inmensas.

En medio del bullicio de la sala de espera escuchó el sonido proveniente de los altavoces que anunciaban la partida de los autobuses, una voz humana, cuyo mensaje era muy difícil de entender, incluso para cualquier filólogo, foniatra o terapista del lenguaje: “pasajeros con destin al iudd de oslags fvor de abrodr el utobus nmero ticinco” Filiberto, evidentemente no entendió, por lo que se levantó de su asiento, se dirigió a la puerta del andén, preguntó a una joven que mascaba un chicle y ella, sin mirarlo, le contestó mecánicamente: en el diez, a su derecha, por favor. Entró al andén y se dirigió al pilar marcado con el número diez. Después de esperar por diez minutos llegó un autobús marcado con el número veinticinco y cuyo letrero rezaba San Luis Potosí. Ese era su autobús. Tomó su mochila que había dejado momentáneamente en el piso y se dirigió a la puerta del autobús, haciendo una fila en la que el personal de seguridad revisaba los boletos y a cada pasajero. Subió al autobús y buscó el número del asiento, el 24 que daba a la ventana. Ahora disfrutaría del paisaje y el trayecto sería, seguramente fascinante, tal vez más por la emoción de llegar y ver otra vez a sus seres queridos.


11 El itinerario incluía la llegada a San Luis Potosí, de ahí se iría al centro a tomar otro camión que lo dejara en San Felipe, donde había estudiado la secundaria y ahí podría llegar en otro camión que se iría por un largo camino de terracería que lo conduciría a la parada en la que tendría que caminar una hora parar llegar a su pueblo natal. Ocasionalmente había burreros que conducían el equipaje de los viajeros que llegaban al pueblo, pero lo más seguro era llegar a pie. Después de varias horas de viaje durante el cual disfrutó como pocas veces el paisaje, se imaginó las caras de sus padres y demás parientes y lo que les diría. Llegó por fin a San Luis Potosí. La central camionera no había cambiado tanto y no se detuvo mucho por las ansias de llegar a su pueblo ya que aún le quedaban algunas horas más de recorrido. Salió de la central de autobuses, caminó con dirección al centro y llegó al paradero de autobuses con dirección a San Felipe. Dos horas más incrementaron sus ganas por ver a sus seres queridos. Cuando llegó a San Felipe el sol casi se había ocultado y apenas alcanzó el último camión hacia la parada San Andrés. “Mejor tome el de las cinco de la mañana joven, le dijo el despachador, lo va a agarrar la

noche por allá”. No importa, señor, soy de San Andrés, todos me conocen y ya me urge ver a mi familia. “Pues como usté quiera”, respondió el despachador. Eran casi las diez de la noche cuando Filiberto se bajó en la parada de San Andrés. El paradero era una simple banca de cemento techada y un anuncio con el nombre del pueblo, construcción que el gobierno estatal había dejado como constancia de las obras de remozamiento y modernización de los caminos del estado. En medio de la noche oscura Filiberto sólo acertó a sentarse en la fría banca; alrededor no se veía nada pues el camión con su partida se llevó la última luz disponible. Apenas y unas cuantas estrellas intentaban infructuosamente llevar su luz, pero sólo se reducían a unos diminutos destellos en el vasto cielo nocturno. Lo mejor era quedarse ahí e iniciar la marcha hasta que el nuevo día, con los primeros rayos de luz, mismos que pudiesen darle el norte para llegar al pueblo. Filiberto se quedó sentado disfrutando de cielo azul negro en el que diminutas estrellas parpadeaban; sintió el fresco de la noche y aspiró el aire, percibiendo el olor a tierra y con los ojos cerrados comenzó a recordar sus


12 días de infancia. El canto de los grillos mezclado con el suave sonido del aire le daban a esa noche un aspecto especial, casi mágico. Filiberto comenzó a cabecear y se acostó en la fría banca de cemento hasta quedarse profundamente dormido disfrutando de esa sinfonía que la naturaleza ejecutaba para él solo. Luego de varias horas, Filiberto entreabrió los ojos y los tenues rayos de luz que anunciaban el amanecer lo despertaron; se incorporó, estiró los brazos y luego de un largo bostezo se levantó de la banca para iniciar su camino al pueblo. La vereda que conducía a San Andrés comenzaba a notarse y en poco tiempo se vería el largo camino a su destino; con su mochila en la espalda, Filiberto tenía la mirada fija en el horizonte con la certeza que, luego de una hora aproximadamente, vería los techos de las casas que formaban una hilera y que conducían al centro del pueblito donde estaba la pequeña plaza con su kiosco y al frente una pequeña iglesia de una torre. Filiberto se regodeaba la vista contemplando el paisaje: árboles tupidos al fondo el cerro del venado, punto de referencia para ubicar San Andrés. Por instantes se detenía a disfrutar del paisaje y de los indescriptibles aromas de la mañana que

lo regresaban a sus primeros años, aromas que la ciudad no tenía y que al tenerlos nuevamente en la nariz le producían múltiples sensaciones, todas placenteras. Luego de caminar por casi dos horas le pareció que el camino era muy largo, tal vez por tanto tiempo fuera del pueblo, sin embargo ya estaba a unos tres kilómetros de las faldas del cerro del venado y no alcanzaba a ver la torre de la iglesia. Media hora después estaba en las faldas del cerro y le extrañó no ver el pueblo. Pensó que tal vez había errado el camino y estaba del otro lado del cerro, pero la referencia era inconfundible: de la parada del camión, una vereda conducía al camino que llevaba al pueblo. Se detuvo un momento y luego subió unos cuantos metros al cerro para ver mejor, pero no encontraba nada que le indicara que por ahí estaba el pueblo. Recordó que al amanecer había visto el letrero que decía San Andrés y no podía haberse equivocado. Cierto que habían pasado muchos años, pero no podía haberse confundido. Comenzó a rodear el cerro y no había ni una señal, aunque recordó que del otro lado había un lago. Esa referencia era definitiva. Si no estaba el lago, seguramente no estaba en San Andrés. Una hora después vio con sorpresa que estaba El lago


13 de las ánimas como era conocido por esos rumbos. Volvió a recordar el trayecto: de la central de autobuses del norte eran ocho horas hasta San Luis, de ahí a San Andrés otras dos horas, de la parada dos horas más a pie y el lago quedaba a una hora y media del centro del pueblo. Era casi el mismo tiempo y sería demasiada coincidencia. Estaba en los rumbos de San Andrés pero algo había pasado. ¿Se habrían ido los habitantes a otro lugar? En ese caso no se llevarían las casas, el kiosco, la plaza o la iglesia, lo cual era completamente absurdo, incluso pensarlo. Algo había pasado pero no encontraba ninguna explicación lógica. ¿Y si había ocurrido una catástrofe, algo así como un terremoto o que el pueblo hubiera sido arrasado por la erupción de un volcán como había pasado con el Paricutín allá por los años cuarenta? Pero se habría enterado por las noticias. Luego de caminar y dar muchas vueltas, Filiberto se sentó en una piedra, cansado y desconcertado por la situación difícil de explicar. Cerca del mediodía el sol comenzó a pegar muy fuerte y Filiberto buscó la sombra de un árbol. Caminando cabizbajo llamó su atención algo que se movía en el suelo. Creyó que eran unas hormigas, pero al acercarse se dio cuenta de algo extraño. Buscó en su mochila una

lupa que había comprado para regalársela a su padre y al acercarla al suelo vio con sorpresa que lo que parecían insectos en realidad eran personas. Sí, personas que corrían con dirección a un claro entre el zacate y al acercarse más vio algo que lo dejó paralizado por un instante: un pueblo en miniatura que no era más grande que un comal. Luego de salir de su momentánea estupefacción, Filiberto se arrodilló para observar detenidamente el microscópico espectáculo. No había duda. Era San Andrés en miniatura. Ahí estaba el kiosko, la plaza, la iglesia, las casas, la escuela y como en un hormiguero al que se le han arrojado unos granos de azúcar, la agitación era enorme. Todos corriendo por todas partes ante la visión de un Gulliver que parecía dispuesto a aplastarlos. Filiberto, en medio de ese absurdo, buscó inmediatamente la casa de sus padres que estaba del otro lado de la escuela. Una vez que la ubicó, buscó a sus padres, pensando al momento en la absoluta irracionalidad de la situación. Quiso hablar, pero no acertaba a articular palabras. Por un largo rato vio con sorpresa como la gente iba recuperando la calma pues al parecer lo habían reconocido y algunos agitaban las manos como en señal de saludo. Luego de un instante observó que alguien subía a la torre de


14 la iglesia y le hacía una señal para que se acercara. Era Don Sidonio, el panteonero. Lo poco que alcanzó a entender fue que el pueblo se había ido empequeñeciendo paulatinamente y según parecía eso iba seguir hasta que desapareciera de la faz de la tierra… Filiberto regresó a la ciudad y no volvió más al pueblo. Se lo llevó en el corazón y en la mochila. Ahora vive solo, en un departamento de esos que forman parte de las grandes edificaciones en las que una persona, dos o más y hasta familias, se pierden en la monotonía de una arquitectura urbana que no recuerda a nada más que a cajas apiladas. En su departamento, ubicado en el octavo piso, alcanza a ver gran parte de la ciudad, sobre todo cuando la nata de contaminantes que flotan en el aire no cubre la visión del panorama. En las noches, cuando por fortuna alcanza a ver la luna o algunas estrellas, pasa largos momentos contemplando el cielo. Cuando no es posible ver nada porque el cielo se torna gris oscuro y las estrellas no se ven, Filiberto va a su recámara y con sumo cuidado toma una cáscara de nuez que está colocada sobre un pequeño librero. Coloca la nuez sobre una mesita que sirve a veces de buró, saca una lupa y pasa horas observando un peque-

ño universo y cuya contemplación le produce una sonrisa y no pocas veces algunas lágrimas. Cuando piensa en lo que pasó, recuerda las palabras, apenas audibles de Don Sidonio, quién, desde la azotea de su casa le dijo al oído; “algunos dijeron que tal vez fue el agua que contenía muchas sales, otros dijeron quesque fue el calentamiento global o algo así que no entendí y no faltó quién dijo que fue una maldición, pero a mí me late que fue más bien el olvido porque cuando eso pasa como que las cosas se van haciendo chiquitas hasta que desaparecen. Muchos ya se fueron de este mundo, pero se quedaron aquí en el pueblo y están en el panteón, otros que ya no volvieron se olvidaron de nosotros y mira lo que ha quedado”. Filiberto deja que los recuerdos no terminen de extinguir lo que queda del pueblo que lo vio nacer, ahora, en el fondo de una cáscara de nuez.


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Círculo cerrado

Autor: Ramón Ojeda Técnica: Lápiz sobre papel


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Trilogía I

Autor: Ramón Ojeda Técnica: Lápiz sobre papel


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Inspiración

Autor: Ramón Ojeda Técnica: Lápiz sobre papel


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EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO GUATEMALTECO: ¿IDENTIDAD O AUSENCIA DE MEMORIA? Anaité Galeotti1 Este articulo tiene como finalidad demostrar a partir de dos casos paradigmáticos: México y Guatemala, cómo en el primero, el Estado mexicano ha utilizado la Arqueología como instrumento político para perfilar lo que constituye el proyecto identitario mexicano, o como lo define Antonio de Pedro, la Mexicanidad. Y cómo en el segundo caso, un Estado débil y desorganizado casi desde su fundación, que no ha podido apuntalar una identidad, pese a contar con fundamentales sitios arqueológicos, manteniendo una ruptura constante con el pasado, no contribuye en ningún caso, a perfilar la Guatemaltequidad. 1. Arqueóloga de profesión e Historiadora del Arte por vocación. Sus publicaciones hablan del mundo maya actual y del pasado y su relación con el Estado-nación guatemalteco. Escuela de Historia. Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC). agaleotti2015@gmail.com

En el caso de México, tanto espacios abiertos como cerrados, en este caso los museos, operan como pantallas públicas dedicadas a que la comunidad conviva con formas omnipresentes de ese pasado prehispánico, en donde las poblaciones nativas, sobre todo la población mexica, son referentes prototípicos del mexicano antiguo, por demás, soberbio, triunfante y creador. En México, el Estado -desde la segunda mitad del siglo XIX- creó un sentimiento nacionalista de exaltación hacia lo “indígena”, sobre todo a partir de lo azteca, esto puede notarse en la estatuaria pública que forma parte de las avenidas principales de la Metrópoli, incluyendo avenidas de menor importancia en las capitales estatales e incluso en pueblos menores. Al preguntársele a la gente común mexicana, qué representan para ellos dichas estatuas, inmediatamente responden: -Son nuestros


19 antepasados-. Respuesta que evidencia de manera clara cómo la escuela, el Estado y sus instituciones ha permeado la conciencia colectiva de millones de mexicanos. Sean estos mestizos o indígenas. Pero esto no es casual, se inserta en el modo de ver el mundo del mexicano de finales del siglo XIX, quien bajo el aspecto de un humanismo ilustrado, respondía a un proyecto nacionalista, en donde cabía una institución museística que alojase las primeras colecciones para ser presentadas al público. Y será hasta 1882, en que los llamados “monolitos aztecas” van a ser presentados como símbolos representativos de la cultura prehispánica. Indudablemente que tanto para los investigadores del Museo como para los visitantes, aceptar que la Coatlicue y el mal llamado Calendario Azteca formaban parte indisoluble del patrimonio de un pueblo, al que se le había relacionado con formas bárbaras de civilización, debió ser difícil. Era esto parte del reto de aceptar al indio del pasado con cultura y riqueza propias, y eso oficialmente, no se toleraba de buen grado. No obstante, el Estado mexicano, ostentado una lucidez de la que en muchas

épocas, sus homólogos en el Continente han carecido, logró que esto permeara en numerosas generaciones de ciudadanos mexicanos. Rompiendo con prejuicios y esquemas establecidos, el Museo Nacional vino a convertirse en el contenedor oficial de la historia patria. Una historia a diferencia de otros países -que no comenzaba con la gesta independentista o aún más lejos, con el llamado “descubrimiento de América”-, sino que recorría con interés y compromiso, la historia completa de la nación mexicana, atravesando el periodo colonial y llegando hasta sus albores, dos o tres mil años antes de Cristo. Pese a vivir en una dictadura, México tuvo una élite intelectual destacada durante el Porfiriato, la que contribuyó con sus estudios, publicaciones e investigaciones a reafirmar este sentido mexicano de ser dueños del tiempo y sus logros, y que hizo del “nacionalismo” mexicano, un paradigma. Todo ello se concretó en el montaje y presentación de la llamada Galería de Monolitos, lugar que pronto se convirtió en uno emblemático en donde se anclaba la intención política del régimen, de afirmar su identidad como la potencia azteca


20 que fue en el pasado y como país entrado ya en la modernidad. En dicha Galería destacaron dos piezas importantes. La Coatlicue y el famoso “Calendario Solar” o “Calendario Azteca”, entre otras también importantes. Siendo la Coatlicue una impactante muestra de la concepción mexica respecto a la existencia de contrarios- complementarios, en donde los opuestos: vida-muerte, frío-calor, sublime-terrorífico, energizan la existencia toda, Beatriz de la Fuente afirma sobre que: “Los pueblos que nos han precedido, (y) las manifestaciones de su pasado, están imbuidas del espíritu de lo extraordinario, manteniendo el contacto del ayer, del hoy y del mañana de manera atemporal y siempre vigente” (De la Fuente, 2005:25). Se puede advertir en las fotografías de los interiores del antiguo museo de la ciudad de México, que aún se conservan, que aunque no hay todavía una rigurosidad clasificatoria científica, sino que priva una intención didáctica, el efecto sobre la gente va creando consciencia del pasado glorioso que se ha tenido. Una museología de tipo historicista -como bien afirma de De Pedro

(2014:145) que se esforzaba en “conseguir” piezas con la finalidad de aprovecharlas para dar a conocerlas en el medio diplomático, político y seguramente académico. Entre tanto, en Guatemala, el primer esfuerzo en tal dirección va a ser encabezado, no por el Estado, sino por un colectivo de personas pertenecientes al más rancio núcleo oligárquico de nuestra sociedad. Este primer museo arqueológico de Guatemala se inaugura el 7 de enero de 1886, e inicialmente se va a constituir con préstamos y en menor grado, donaciones, de la Sociedad Económica de Amigos del País. Los donantes forman parte del cerrado grupo de acaudalados terratenientes y prominentes comerciantes, que gracias a su próspera situación económica, pueden darse el lujo de tener colecciones personales de objetos arqueológicos, muchos de ellos extraídos de sus fincas o propiedades, pero lamentablemente, la mayoría fuera de contexto arqueológico o no documentado. Estas personas, en su mayoría gente culta, discuten, leen y en ocasiones escriben, sobre el patrimonio arqueológico y los descubrimientos más recientes. Están al tanto de ha-


21 llazgos en Egipto y en Asia Menor, y muchos de ellos, por razones de negocios, visitan la Ciudad de los Palacios, conociendo la valiosa colección del Museo mexicano. Por tal razón y considerando que es parte importante de toda sociedad culta, poseer museos, donan en los corredores de su edificio, el de la Sociedad Económica de Amigos del País, espacio para colocar el material que contendrá inicialmente el futuro Museo Nacional de Guatemala. Esta Sociedad Económica es suprimida por decreto gubernativo en 1881, de tal manera que sus colecciones van a pasar a formar parte del Museo de Historia Natural de la Universidad de San Carlos, mezclándose con objetos etnológicos y elementos de botánica, zoología y mineralogía. Años después, en 1898, se ordena la creación del segundo Museo Nacional, ello para celebrar con toda pompa, el XXVII aniversario de la llamada Revolución Liberal de 1871. Es bueno mencionar aquí, que con tal motivo, se había construido un elegante palacio, llamado de la Reforma, ubicado al final del Boulevard 30 de junio (actual final de la Avenida de La Reforma).

Este fue decorado totalmente por el escultor italiano Andrés Galeotti Barattini, quien en su exterior colocó numerosas estatuas neoclásicas y copias de originales grecorromanas. El palacio también mostraba en el frente, bellos jardines y fuentes de agua, y en el interior, protegidas en vitrinas de caoba, se podían apreciar varias colecciones cerámicas, sellos, pintaderas, piezas talladas de lítica e incluso restos óseos hallados en excavaciones accidentales. Lamentablemente esta construcción fue destruida casi completamente por los terremotos de 191718. Luego de permanecer abandonado el material arqueológico por casi tres años, debido a la catástrofe telúrica y a la indiferencia gubernamental, las colecciones que se pudieron rescatar del sismo se trasladaron a la antigua Iglesia del Calvario (Fig. 1), situada en un cerrito al final de la llamada Calle Real (actual sexta avenida y dieciocho calle, de la zona 1), lugar que según testimonio de varios habitantes contemporáneos a esas fechas, permanecía casi todo el tiempo cerrado, lo cual dificultaba el apreciar el material arqueológico. Este se hallaba dispuesto en las


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Fig. 1. Sede del segundo Museo Nacional de Arqueología en la antigua iglesia del Calvario. Ciudad de Guatemala. Foto antigua 1940. Tomada de Alvarez Arévalo, 2015.

escasas vitrinas que se pudieron salvar y ordenadas sin mayores criterios museológicos. Por ejemplo, en el caso del material cerámico, los criterios de ordenamiento se hicieron a partir de ser piezas de barro, sin tomar en cuenta el estilo o la función. La exposición del material arqueológico duró en este lugar de 1921 a 1926, año en que se cerró totalmente al público. Al inaugurarse el parque Manuel Estrada Cabrera2 en la llamada Fin2. Nombre del tirano que gobernó Guatemala 22 años.

ca La Aurora, al sur de la ciudad, se inauguró un Salón para eventos de la “alta sociedad”, llamado La Casa del Te (Fig. 2), construcción fuera de contexto pero de factura contemporánea para la época, localizado al centro del parque zoológico La Aurora. Es a este Salón, en 1931, que se traslada buena parte del material desde la antigua Iglesia del Calvario, poniéndose en exhibición las piezas cerámicas y óseas en nuevas vitrinas mejor acondicionadas, al interior de la instalación, en tanto las piezas líticas permanecerían a la


23 intemperie, sobre el pasto de los jardines del zoológico, para “decorar” los ambientes exteriores, por largos veinticinco años. Ya en este local se procede a exhibir material de excavaciones controladas realizadas en diversas partes del país en esos años, entre ellas las de Carlos Villacorta (Villacorta Calderón y Villacorta Vielman, 1927, 1930, 1938) y Manuel Gamio (1926) en Kaminaljuyú Nuevamente y debido a una remodelación que sufre la Casa de Té, el material se traslada en 1947 a su sede actual, el llamado Salón 5 de la Finca La Aurora. El dictador Manuel Estrada Cabrera, al diseñar “Ciudad Estrada Ca-

brera”, hizo seis salones para exposiciones, de los cuales únicamente sobreviven cuatro de ellos. El salón Nº 3 donde se va a depositar la “basura” arqueológica de todos los proyectos arqueológicos desde 1962, el salón Nº 2, vieja sede del Museo de Historia Natural, el que aun en pie puede apreciarse en la parte posterior del actual Museo de Historia Natural, y los salones Nº 5 y Nº 6, donde actualmente están el Museo Nacional de Arqueología y Etnología y el Museo de Arte Moderno Carlos Mérida, respectivamente. Esta reubicación, siempre en el perímetro de lo que fue Ciudad Estrada Cabrera y que posteriormente fueran las instalaciones para la

Fig.2. Casa del Té en el Zoológico La Aurora. Foto de Anaité Galeotti


24 Feria de Noviembre que realizaba el presidente Jorge Ubico3, va a tardar dos años, tras la cual se abre finalmente al público en septiembre de 1948, ya durante el gobierno de Juan José Arévalo, o sea la década conocida históricamente como la “Primavera Democrática”4 . Resulta ilustrativo mencionar aquí, que durante el gobierno de Ubico, y aprovechando la estricta disciplina que existía en las estructuras gubernamentales a causa de la dictadura, a partir de 1937 se inicia el acopio de la valiosa colección etnográfica que posee el Museo, aprovechando las Jefaturas Políticas y las Intendencias locales en todos los municipios del interior del país. Este acopio se hizo bajo la forma de disposiciones presidenciales, de tal manera que al llegar el telegrama con el requerimiento, los empleados menores no podían menos que ponerse en movimiento y conseguir como fuese los huipiles, cortes5, pie3. Otro dictador que gobernó Guatemala como si fuese su hacienda, durante 14 años. 4. Periodo en el que gobernaron los únicos dos gobernantes democráticos en toda la historia de Guatemala. Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Arbenz (1955), gobierno democrático interrumpido por la intervención de la CIA en Guatemala. 5. Corte: parte de la indumentaria maya

zas de joyería y otros aditamentos indígenas, que se pedían por parte del Ejecutivo. De tal forma que puede afirmarse que tanto el museo mexicano como el guatemalteco, pese a albergar objetos de indiscutible valor histórico, arqueológico y patrimonial, tienen génesis muy diferentes. En el caso de México, los bienes exhibidos van a contribuir a exaltar el concepto de nación y territorio, entendiéndolos como valores patrimoniales civilizatorios. En el caso de Guatemala, la ruptura con el pasado, que se ha mantenido de manera permanente, tanto en las políticas públicas como en los planes de educación, no permiten desde ese tiempo, establecer un umbilical directo con nuestros ancestros. México se autodefine como mestizo, pero heredero de la gran civilización mexica, Guatemala se autodefine como blanca, ladina, mestiza…o no se define, Y lo que es más: las raíces indígenas mayas no son reconocidas como propias por la gran mayoría de su población. Otro elemento que marca la difefemenina que correspondería a la falda en la indumentaria occidental.


25 rencia es el haber tenido México, un proceso revolucionario que tuvo epopeyas, en donde la población campesina indígena fue actora de sus acontecimientos e irrumpió de manera vigorosa en la escena política nacional, y en donde -de alguna manera-, el ideario popular se vio representado en medidas, leyes e instituciones que respondían a las reivindicaciones campesinas, como la Reforma Agraria, la nacionalización del petróleo y otras. Guatemala en cambio, ya entrado el siglo XX y en pleno final de la Segunda Guerra Mundial, tiene un proceso pequeño-burgués, de características democrático-urbanas, una especie de alzamiento de las clases medias en donde las masas indígenas no jugaron ningún papel determinante. Eso contribuye más a esa desidentificación. Si a eso le añadimos la escasez de pensadores nacionalistas como José Vasconcelos (1882-1959), Manuel Gamio (1883-1960) el reconocido padre de la antropología en México, y otros igualmente visionarios, a lo que se puede añadir la presencia de un gobierno nacionalista como el de Lázaro Cárdenas, más la contribución indudable que hizo el muralismo mexicano al afirmar esa conciencia, pintando en los

muros que observaba el pueblo, su pasado glorioso, podemos comenzar a explicarnos porque la arqueología en Guatemala débilmente juega un papel concientizador. Parafraseando a Guillermo Bonfil Batalla (1991), el antropólogo mexicano, se puede afirmar que hay dos Guatemalas: la vital, materializada en su cultura, y la imaginaria, no porque no exista, sino porque busca referentes fuera de nuestras fronteras y por lo tanto ajenos y débiles. La historia reciente de Guatemala, es decir, la de los últimos cincuenta años, es una historia de desgarramientos y permanentes enfrentamientos entre los que han intentado “modernizar” el país enfocándolo hacia un proyecto de civilización occidental completamente, y los que han resistido gracias a sus formas de vida mesoamericanas. La presencia de la cultura maya en nuestro país es innegable, vemos a los mayas en las más diversas y variopintas ocupaciones. Su presencia en las ciudades es indiscutible y los vemos en todos lugares. Pero además su presencia también se vuelve tangible, en museos, colecciones, exposiciones, excavaciones, publicaciones, en fin, en todos los frentes culturales que recorren la arqueología y la antropología.


26 También los vemos y sentimos en nuestras propias costumbres sociales, culturales e incluso gastronómicas, mestizas. Mucho de lo que se llama patrimonio cultural intangible, está lleno de ello: tradiciones orales, creencias, mitos, costumbres religiosas y procesionales, celebraciones religiosas e incluso laicas. Ahí está nuestra riqueza como mestizos: la procedente del mundo maya, tan cotidiana y presente, que ya ni la pensamos. Y la cual, muy escasamente, algunos intelectuales guatemaltecos la señalan y reparan en su profundo significado, fruto de un proceso histórico de resistencias y asimilaciones que se hace vida cotidiana en sectores de la sociedad guatemalteca que se identifica como mestiza. De tal manera, que nosotros, mestizos, tendremos que reconocer algún día esa mitad de nuestro corazón y nuestro ser. Y esa identificación, como bien lo expresa Bonfil Batalla, tiene que pasar por lo filosófico, lo ontológico y sobre todo, por lo espiritual. En este inicio de milenio, es de esperarse que esta contribución del mundo indígena a todo un continente, sirva para encontrar nuevas razones a la existencia de una so-

ciedad más justa y más humana. Y en el camino de lo puramente científico, el patrimonio arqueológico guatemalteco, constituya un útil instrumento, para anclar ese glorioso pasado en la memoria de las actuales y venideras generaciones. Porque de lo contrario, ¿de qué manera se va a formar en los guatemaltecos una conciencia que contribuya a la defensa y conservación del patrimonio cultural, si la mayoría no sabe a qué se refieren las palabras “patrimonio cultural”? Esa conciencia pasa por saber, por conocer, por distinguir y por defender. En tal sentido, los sectores populares de nuestra sociedad no saben distinguir por falta de educación oficial, respecto a lo valioso o no que pueda ser una pieza, la que se transforma únicamente en una mercancía vendible. Y en alguna medida contribuyen al expolio de nuestro patrimonio. Igualmente, los sectores acaudalados tampoco conocen o no saben distinguir entre lo que es el saqueo indiscriminado y la responsabilidad social que conlleva una excavación controlada, y para ellos también la pieza arqueológica se transforma igualmente en mercancía adquirible. Contribuyendo de


27 igual manera al expolio de nuestro patrimonio. De tal manera que es factible preguntarse: ¿En cuáles sectores de la población guatemalteca encontramos la necesaria actitud de defender nuestro patrimonio arqueológico? Lamentablemente tiene que decirse que en ninguno. Y ello se debe, a nuestro modo de ver, a varias razones: • Las investigaciones arqueológicas permanecen ajenas a los intereses de la población y buena parte de ello se debe a que los proyectos arqueológicos en su mayoría son extranjeros. Excavan, sistematizan la información y se la llevan a sus universidades, publican en sus idiomas y tampoco el IDAEH6 les exige publicaciones en español, al menos para sus colegas guatemaltecos. En pocas palabras: saben más de los mayas antiguos, los extranjeros, que los mismos guatemaltecos. • De igual forma, los escasos 6 Instituto de Antropología e Historia, IDAEH de Guatemala.

proyectos arqueológicos nacionales tampoco tienen fondos para divulgación, ni buscan vías alternas para compartir los hallazgos y conocimientos adquiridos. Con la honrosa excepción del Proyecto Nacional Abaj Takalik, en donde los directores del proyecto han tenido siempre la responsabilidad de formar guías locales con los jóvenes maestros y estudiantes de la población de El Asintal, en Retalhuleu.7 • La educación nacional todavía continúa repitiendo los conocimientos arqueológicos de los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Incluso aún hay profesores universitarios que todavía hablan de Nuevo y Viejo Imperio, como clasificaban los primeros arqueólogos mayistas a los periodos culturales de los antiguos mayas. • La búsqueda arqueológica en Guatemala no se encamina a contribuir a forjar nacionalidad. 7 En donde don José Luis Ralda (QEPD), donó el 80 % del terreno que era de su propiedad-, al mencionado Proyecto.


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La actividad arqueológica carece de criterios nacionalistas. Y la profesión en sí, está volcada a responder a las necesidades investigativas de las universidades extranjeras o bien, a sobrevivir de ellas, sin mayores expectativas. No existe a nivel profesional la inquietud por presentar un razonable panorama cultural que abarque desde los 3,000 a.C. hasta el presente, en donde haya un hilo conductor entre la población maya del pasado y del presente. Se afirma coloquialmente que los mayas antiguos no son los ancestros de los mayas actuales, yendo a contrapelo con los avances de la lingüística, la genética y la misma arqueología. Por lo que pese a que se sabe por parte del Estado y la Academia, que el patrimonio arqueológico guatemalteco es un elemento estratégico para anclar nuestro glorioso pasado en la memoria colectiva actual, eso no se da a conocer. Y si no sabemos, no conocemos, no distinguimos ¿Cómo lo valoramos y como lo defendemos?

¿De tal manera que la Arqueología sirve únicamente para nutrir colecciones privadas y fomentar el trasiego y mercado negro de joyas arqueológicas? Naturalmente que no. Esta Ciencia anclada en el pasado, y avanzando en el presente, tiene que jugar otro papel. Y para ello sería bueno imitar a nuestros vecinos del norte. Contribuir a restaurar los hilos de nuestra historia, pasa también por un mecenazgo ético que contribuya a saber, conocer, distinguir y defender lo que nos legaron varios cientos de generaciones en esta tierra, en este aire, en este espacio donde nos tocó nacer. Sin intentar despojar a nuestras precarias instituciones de su objetos más preciados. Y por nuestro lado, ser guatemaltecos en el siglo XXI significa una responsabilidad heredada de nuestros ancestros desde hace más de un dos milenios, responsabilidad que para muchos de nosotros se concreta en la transmisión de sabiduría, conocimientos y en proteger y compartir las riquezas culturales que ellos nos dejaron. Significa también que este pequeño país, contribuya de manera consciente al patrimonio de la humanidad en su conjunto, con lo que heredamos de nuestros abuelos mayas.


29 Bibliografía Álvarez Arévalo, Miguel 2015 Fotos antiguas de Guatemala, Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, El Calvario”. Facebook. Cronista de la Ciudad de Guatemala, Guatemala. Disponible en: https://www.facebook.com/ groups/fotosantiguasdeguatemala/?fref=ts Consultado el 6 de abril de 2015. Bonfil Batalla, Guillermo 1991 Pensar nuestra Cultura. Colección Estudios. Alianza Editorial. México. De la Fuente, Beatriz 2005 La obra de arte, conservar el pasado para fundamentar el presente, Arqueología Mexicana. Vol. XIII, No. 74. P.25. México. De Pedro, Antonio E. 2014 [en línea] Identidad y Nación en exhibición.

La ciudad de México, siglos XIX y XX. Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC) https://www. google.com.gt/?gws_ rd=ssl#q=de+la+%09Identidad+y+Naci% C3%B3n+en+exhibici%C3%B3n.+La+ciudad+de+M%C3%A9xico%2C+siglos+XIX+y+XX. (Consulta: 22 de agosto de 2014). Gamio, Manuel 1926 “Cultural Evolution in Guatemala and Its Geographic and Historic Handicaps” en Art and Archaeology: An Illustrated Monthly Magazine. Vol.22, Nº6. Archaeological Society of Washington, Art and Archaeology Press, Inc., Washington, D.C. Pp.203222. Villacorta Calderón, José Antonio y Carlos Augusto Villacorta Vielman


30 1927 “Arqueología

guatemalte-

ca: región de los cúes entre Guatemala y Mixco” en Anales de la Sociedad de Geografía e Historia Vol.3. Guatemala. Pp.376392. 1930 Arqueología guatemalteca, Tipografía Nacional. Guatemala. 1938 “Piezas encontradas en Kaminaljuyú” en Anales de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala Vol.15 Guatemala. Pp.279285.

v


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LA DEIDAD SOLAR EN LA HISTORIA Jorge Angulo Villaseñor1

Es posible que a los astrónomos, arqueo-astrónomos y a un gran número de personas que trabajan en el campo, les parezca redundante, repetitivo y hasta obsoleta la primera parte de este trabajo en el que se señala que el calendario que rige nuestra vida diaria, está basado en el aparente desplazamiento del astro solar, observable sobre los horizontes oriente y poniente marcando la salida y la puesta del Sol respectivamente, a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días y casi 6 horas que lleva de ida y vuelta al mismo punto de partida. Sin embargo, para otro gran porcentaje de personas que viven en las ciudades y concentraciones urbanas, rigiéndose por calendarios o agendas calendáricas impresas o digitales, en 1 Profesor investigador emérito. Dirección de Estudios Arqueológicos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

las que señalan domingos, días de fiesta, vacaciones, onomásticos, ceremonias y otros eventos cívicos o religiosos establecidos y solo se preocupan por saber los días de la semana o el mes, manteniendo una lejana conciencia de la estación en que se encuentran, este apartado puede resultar de gran interés. Además debemos reconocer que las cuatro estaciones en que se dice, se divide el año, varían diametralmente en el hemisferio Norte de las del hemisferio Sur, además de estar relacionadas con la latitud en la que se encuentren las poblaciones respecto a la cercanía o lejanía del Ecuador y de las franjas de los trópicos de Cáncer y Capricornio (Fig.1). No hay plena seguridad acerca de las fechas propuestas sobre sitios con Menhires, Dólmenes y las diversas estructuras megalíticas que algunos arqueólogos y as-


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Fig.1. Paralelos terrestres. Tomado de Clavijo, 2012.

trónomos tratan de demostrar corresponden al periodo Paleolítico, cuando las tribus nómadas o clanes familiares deambulaban de lugar en lugar buscando comida en presas de caza y abrigo en refugios o cuevas ni, de la etapa Mesolítica, cuando vivían estacionados en campamentos de verano cercanos a los cuerpos de agua que aprovechaban para surtirse de la pesca o de la caza de los animales pequeños que se acercaban para abrevar a sus orillas (Cornwell, 2009; Pearson, 2013).

En cambio, hay mucho más claras y precisas evidencias de que a partir del periodo Neolítico, cuando las culturas comenzaron a vivir de la agricultura y a establecerse en sitios fijos como Stonehenge, el referido desplazamiento del tan importante astro, considerado como dador de la vida entre muchas de las culturas iniciáticas o prístinas, pudo ser observado desde un punto fijo a lo largo de su aparente movimiento a lo largo de todo el año, sobre el horizonte oriente, tanto como el horizonte poniente.


33 Se podría decir, a manera de un resumen parcial, que desde las primeras sociedades humanas, se aprendió a medir el tiempo y sus cambios climáticos a través del movimiento cíclico del Sol en su trayectoria celeste. Una observación que creó la necesidad de que todas las sociedades humanas se relacionaran, sino es que se subordinaran a las fuerzas cósmicas o energías celestes que se manifiestan en los fenómenos que ocurren en la naturaleza, conduciendo al ser humano a estar consciente de su propia dimensión, dentro la natura. El Sol conceptuado franca o disimuladamente como la deidad principal Este aparente movimiento solar, fácilmente registrado sobre los horizontes oriente y poniente, fue observado inicialmente por casi todos los grupos con religiones politeístas, cuyas historias míticas relatan que lo consideraban como aun dios. Es notable que la adoración a esta deidad haya trascendido hasta las religiones monoteístas, que de alguna manera lo comparan, ya en forma humanizada con su mesías. Se podría decir que estos conceptos o creencias, basados en un sistema

armónico del movimiento cósmico, con sus variantes cíclicas de cortos y largos periodos que existen por naturaleza, han tratado de ser descifradas con diferentes planteamientos filosófico-cosmogónicos regionales que, después de repetirse en forma incansable por generaciones, se fueron convirtiendo en credos religiosos con dogmas, supersticiones, liturgias y hasta en los evangelios que las religiones monoteístas utilizan como libros sagrados para controlar a sus fieles. No hace falta señalar que entre las tácticas que el cuerpo sacerdotal manipula para mantener la devoción de su rebaño, se utilizan inimaginables miedos al castigo eterno que sufrirán las almas que desobedezcan las liturgias establecidas por el cuerpo sacerdotal de la religión de que se trate. Aunque en algunas religiones, para compensar tales miedos al castigo después de la muerte, hay conceptos extrapolados con promesas de una vida eterna en un paraíso reservado a quienes sigan fielmente los ritos y ceremonias de alabanza, crean en los llamados misterios o en las leyendas mítico-metafóricas elaboradas en supuestos pactos hechos por el hombre con el dios o


34 los dioses que moran el ámbito celeste (espacio donde circula el Sol), para que los “pueblos escogidos” de cada religión, pudieran entrar al paraíso celestial correspondiente. Sin embargo, esa promesa que los sacerdotes repiten sin cansancio y que periódicamente modifican para actualizar la “verdad” sobre la deidad vigente, o sobre el hijo que tuvo con la joven pura que escogió para engendrarlo como el hombre-dios que trasmitiera sus enseñanzas al pueblo escogido, a cambio de alabarlo, obedecer las liturgias sacerdotales y hasta ofrecerle los sacrificios físicos y económicos que le aseguren al creyente, su entrada a un utópico paraíso que cambia de fisionomía según la religión que lo prescriba. Correlaciones astronómicas con los datos arqueológico-antropológicos En las últimas décadas del siglo XX los astrónomos y arqueo-astrónomos han revitalizado viejas teorías sobre una serie de observaciones relacionadas con la mítica y la importancia del movimiento de los planetas, de la Luna y sobre todo del llamado Astro Rey, manifiesto en las orientaciones arquitectónicas

de algunas ciudades prehispánicas, en cuyas estructuras se encuentran observatorios en los que se registra el movimiento del Sol, como sucede en Chichen Itzá, o en la alineación de las pirámides dedicadas a este astro, cuyo eje central de la escalinata viendo al poniente, se alinea con la puesta del Sol durante el cenit, mientras que las cabezas de serpiente sobre el final de las alfardas que delimitan la escalera señalan, desde el primer cuerpo de la pirámide, los puntos extremos del mismo movimiento solar al momento de alcanzar los solsticios de invierno y de verano (Fig.2). Un fenómeno que todavía puede observarse en la pirámide de Tenayuca, en la reconstruida Santa Cecilia y que pudiera comprobarse en Templo Mayor de Tenochtitlan o de la cima de la pirámide del Sol de Teotihuacan, desde donde puede detectarse el movimiento solar y registrar el momento en el que el astro parece detenerse durante los solsticios y equinoccios sobre algunos puntos de las sinuosidades del paisaje en el horizonte oriente, tanto como sobre el horizonte poniente (Fig.3), como lo observara Rubén Morante (1996; 2005). El énfasis que en este ensayo se le


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Fig.2. Pirámide, El Castillo en Chichén Itzá, durante el equinoccio se aprecia el juego de luces y sombras que pareciera formar una serpiente que se alinea con las cabezas que se encuentran en la parte inferior de las alfardas. Foto, América Malbrán Porto, 2016.

da a la observación del movimiento solar sobre el perfil del horizonte, radica en el ritmo del aparente desplazamiento con que “se mueve el sol” entre los equinoccios y los solsticios en los que, conforme se acerca más al límite solsticial, el camino es más y más lento, ya que parecen pasar uno o dos días de estancamiento o con un movimiento apenas perceptible rumbo al extremo final donde parece quedar fijo, paralizado o muerto por otro día, antes de iniciar su camino de regreso por el mismo

horizonte hasta el otro solsticio, en el que vuelven a pasar tres días sin que se note algún movimiento. En concreto, en cada meta solsticial, especialmente la del invierno que ocurre en el hemisferio norte entre el 21 y el 23 de diciembre (según la cercanía al año bisiesto) (Fig.4), entre las culturas antiguas y aún entre algunos grupos contemporáneos, se encuentran relatos sobre las ceremonias de sacrifico que se efectuaban en honor al Sol muerto, durante los tres o cinco días


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Fig.3. Perfil Poniente observado desde la pirรกmide del Sol, donde se observan los puntos de solsticios y equinoccios. Dibujo, Jorge Angulo V.


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Fig.4. Solsticio de invierno en el horizonte Teotihuacano.

que tarda en iniciar nuevamente su movimiento de regreso, aduciendo que resucitaba o volvía a nacer, trayendo los buenos augurios que se efectuarían a lo largo de su camino hacia el otro extremo de su trayectoria, propiciando otro tipo de celebración equinoccial, cenital y solsticial. Esto explica el porqué entre las religiones iniciáticas, por lo regular politeístas que acumularon una serie de observaciones de los fenómenos naturales que rigen sobre los ámbitos terrestres, tanto como en los movimientos astrales y estelares, con sus efectos en el paisa-

je geográfico, fisiográfico y en las variantes climáticas que ocurren cíclicamente, pudieron relacionar y atribuirles a estas fuerzas o energías de la naturaleza, facultades divinizadas cuyos efectos sobre los grupos humanos formaban parte de los designios de una armonía cosmogónica. Una concepción de aceptación e integración a los fenómenos de la naturaleza compartidos por varias religiones politeístas, con ideas naturalistas y prístinas, de las que por ahora solo se señalan algunas coincidencias o préstamo de conceptos


38 antropogénicos homotaxiales, sino es el efecto de las simbiosis de credos que se observan en culturas que, aunque florecieran separadas por siglos y hasta por milenios en continentes diferentes o a grandes distancias entre sí, coinciden en el mismo tipo de mitos sobre la creación y conducta de sus deidades. Razón por la que conviene remontarnos a algunos conceptos heredados que se aplican sin saber su origen ni significado original, como se ejemplifica adelante. Hazañas de los dioses creadores originando las deidades solares En muchas de las culturas prístinas o primarias, se conceptuaba a las deidades creadoras y destructoras como receptoras de los diversos y muy variados atributos asociados a las fuerzas y a los elementos de la naturaleza. Tal como sucedió en el Egipto Predinástico (3,500 a.n.e.), donde sobresale el mito de Osiris, Señor del tiempo, dios de la sabiduría, de las aguas subterráneas y, por ser el regenerador del Nilo, deidad de la fertilidad, la vida y, en la sequía, la muerte (Griffiths, 1980; Hart, 2005). Su hermana Isis, era considerada como la diosa de la tierra, la medicina, la magia y de la fer-

tilidad también, ya que enseñó a su pueblo a aprovecharse de la capa de limo que Osiris, el regenerador del Nilo, derramaba anualmente durante el llamado creciente fértil, en el que se producían abundantes cosechas de trigo, mijo y otros cereales que propiciaron el desarrollo de esta impresionante cultura (Hart, Op.cit.). Relatos de la misma leyenda mencionan que, después de varios trucos para tomar el lugar de Osiris, su celoso y envidioso hermano Seth, lo descuartiza y arroja sus desmembradas partes a lo largo de toda la rivera del Nilo. Isis, la devota y fiel enamorada de su hermano Osiris, se da a la tarea de recoger todas las desperdigadas partes del cuerpo de su hermano entre las sargas del Nilo, en donde encuentra todos sus miembros excepto uno, que talla en oro. Al restregarse con la parte de oro que faltaba, Isis queda preñada y engendra a Horus, quien se convertirá en una de las deidades solares egipcias, representado por un hombre con cabeza de Halcón, sosteniendo al Sol (Ídem.). Durante varias generaciones de faraones que formaron el Imperio Medio y el principio del Imperio Nuevo (1,371 a.n.e.), Akenatón pretende cambiar las creencias politeístas al


39 proclamar a Ra o el Sol, como deidad única. Un culto que duró hasta poco después de su muerte, cuando todo volvió a la normalidad y continuaron tratando de seguir las reglas de una moral regida por “las confesiones negativas” (Libro de los Muertos, 2003:194-199) que debían presentarse ante las deidades que juzgaban su entrada a la vida eterna o lo enviaban al monstruo de los avernos. …Es así que yo traigo en mi Corazón la Verdad y la Justicia, porque he sacado de él todo el Mal… Yo no he hecho mal a los hombres. Yo no empleé la violencia con mis parientes. Yo no reemplacé por la Injusticia a la Justicia. Yo no frecuenté a los malos. Yo no cometí crímenes. Yo no hice trabajar para mi beneficio con exceso. Yo no intrigué por ambición. Yo no di malos tratos a mis servidores. Yo no blasfemé de los dioses. Yo no privé al pobre de su ali-

mento. No cometí actos execrados por los dioses. Yo no permití que un amo maltratase a su sirviente. Yo no hice sufrir a otro. Yo no provoqué el hambre. No hice llorar a los hombres, mis semejantes. Yo no maté ni ordené matar. Yo no provoqué enfermedades entre los hombres. Yo no sustraje las ofrendas de los templos… (Ibíd.:194). Coincidencias o herencias míticas sobre la deidad solar y sus avatares En la Mesopotamia de la mitad del cuarto milenio anterior a la nuestra era y durante el Imperio Sumerio y Acadio (3400 a.n.e.), surge la figura de Marduk, proclamado como profeta de “el sol naciente”, quien iconográficamente representaba su poder, en la figura de un cuerpo de león con alas de águila ensambladas, cabeza humana con grandes cuernos de carnero (Bergua, 1960). Dentro de ese mismo imperio mesopotámico se encuentra la leyenda del Rey Sargón, (2,340 a.n.e.), cuya traducción relata:


40 “Sargón, el poderoso rey, rey de Agadé, soy yo. Mi madre fue una cambiante, a mi padre no lo conocí. Los hermano(s) de mi padre amaron las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, la cual está ubicada en los márgenes del Eúfrates. Mi cambiante madre me concibió, en secreto me dio a luz. Ella me puso en una canasta de juncos, con betún selló mi tapa. Ella me echó en el río, el cual no se elevó sobre mí. El río me sostuvo y me condujo hasta Akki, el depositario del agua, Akki, el depositario del agua, me levantó cuando él sumergió su jarro, Akki, el depositario del agua, [él me tomó] como su hijo (y) me apoyó. Akki, el depositario del agua, me designó su jardinero. Mientras yo fui su jardinero, Ishtar me concedió su amor, y por cuatro y [...] años yo ejercí el reinado. El [pueblo de] cabezas negras yo dirigí, yo gob[erné]; Poderosas [mon]tañas con hachas de bronce yo conquisté. Las zonas altas yo escalé. Las zonas bajas yo [atra]vesé” (Andiñach,1993:109). La historia bíblica relata lo parecido de la vida de Moisés, copiada o

retomada de la del Rey Sargón de Acadia, cuando se relata que la madre de Moisés lo deposita en una canasta de bejuco sobre las aguas del Nilo que los llevan hasta las sargas de la orilla del gran río, en donde una princesa de la corte del Faraón lo encuentra y lo educa como hijo adoptivo del Faraón (Fig.5). Cuando ya adulto y aprovechando la confianza que el faraón le había otorgado a lo largo de su estancia en el templo-palacio, Moisés saquea los tesoros en ese acervo y huye, con un gran grupo de israelitas esclavizados hacia la península del Sinaí, cruzando un bajo por el estrecho Golfo de Suez que sirve de entrada al Mar Rojo, poco antes de que se originara una especie de Tsunami. Se dice que en una de las montañas de esa península, Moisés extracta del “Libro de los Muertos”, los “Diez Mandamientos” que han servido de base moral a las religiones judeo-cristianas que pululan entre las culturas occidentales. Coincidencias, simbiosis o préstamos de conceptos No queriendo abundar demasiado en los detalles de las coincidencias, simbiosis o préstamos de conceptos que se encuentran en todas las religiones politeístas y monoteístas,


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Fig.5. Moisés siendo rescatado de las aguas del Nilo. Grabado de Bartolomeo Biscaino,Tomado de National Gallery of Art, Washington

a continuación se sintetiza el concepto sobre las trilogías que existen como símbolo de poder político-religioso atribuidos a las deidades y a los gobernantes divinizados: • La Triada de Abydos en Egipto, compuesta por Osiris, Isis y Horus. • El Trimurti Hindú, compuesto por Brahma, Vishnú y Shiva • Las deidades de Zeus, Venus Afrodita y Apolo en el mundo griego.

• Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, en el cristianismo. • Maya: Kin Kak Mo, G I (Sol); Chaac, G II (tierra-agua) y Señor del Xibalba, GIII representado por el Balam Ahau. • Mexicas: Tonatiuh (Sol); Tlaloc-Chalchiuhtlicue (Agua) y Tlaltecuhtli-Mictalntecuhtli (Señor (a) de la Tierra y el Señor que rige bajo la tierra o el llamado inframundo).


42 Diosas o vírgenes como madres de héroes culturales. Un aspecto más de coincidencias o repetitivos préstamos de conceptos, queda manifiesto en la maternidad virginal que da vida a los héroes culturales deificados, aunque se deben de considerar las siguientes observaciones Remontándonos a las culturas agrícolas que homotaxialmente florecieron durante el periodo Neolítico en todo el mundo, se puede decir que en aquella etapa cultural se conceptuaba a las jóvenes en plena pubertad como vírgenes en vísperas de ser asociadas a la fertilidad de la tierra y a la preservación reproductiva del grupo. Una consideración aunada al concepto de que, dentro de esas culturas agrícolas, las jóvenes vírgenes tenían que participar en el corte y la pisca de la cosecha que se efectuaba en agosto y septiembre, de cada año, coincidiendo con las fechas del signo zodiacal de virgo que regía en todos los países europeos y curiosamente con el día del santo de la Virgen María (Ash, 2011:61). En Xochimilcatzingo y Tetelcingo, Morelos, durante esos mismos meses, las adolescentes se tiñen el cabello de verde para participar en la

danza del “Jilote”, en la que mueven cuerpo y cabeza con el pelo suelto, emulando el hecho de sacar los cabellos de la mazorca, como parte de la celebración del momento cuando la Madre Tierra da vida a nuestro Señor el maíz. El concepto de virginidad y maternidad asociado a la fertilidad de la tierra. En Egipto la diosa virgen Isis procrea a Horus como deidad solar. En China, Lao Tse es engendrado después que un rayo de sol penetra por la boca abierta de una doncella virgen mientras dormía (Wu, 1993). La religión católica y otras sectas cristianas proclaman que el niño Jesús nació de la virgen María. Entre los mexicas existía la creencia que al estar barriendo uno de los templos, la diosa Coatlicue, puso una borla de plumas bajo su quexquemitl y quedó preñada de Huitzilopochtli, conocido como el dios solar y de la guerra que nació durante el mes de Panquetzaliztli, coincidente con el Solsticio de invierno. …Y esta Coatlicue allí hacía penitencia, barría, tenía a su cargo el barrer, así hacía penitencia, en Coatepec, la Montaña de la


43 Serpiente, y una vez, cuando barría Coatlicue, sobre ella bajó un plumaje, como una bola de plumas finas. En seguida lo recogió Coatlicue, lo colocó en su seno. Cuando terminó de barrer, buscó la pluma, que había colocado en su seno. pero nada vio allí. En ese momento Coatlicue quedó encinta… (Fernández,1963) El nacimiento de los dioses durante los equinoccios y solsticios Según la mítica egipcia, Horus nació en el equinoccio de verano, cuando el Sol parece detenerse en el extremo norte del horizonte, convertido en deidad solar, y “solo tres días” después de su nacimiento se enfrenta a la lucha contra el asesino de su padre (Fernández, 1963; Ash, Op.cit.:60). Reseñas babilónicas mencionan que “tres días después de la muerte del Sol viejo, (Solsticio de Invierno) nació Mitra quien rigió como el nuevo Sol o nuevo dios en la religión mesopotámica (Campos Méndez, 2006; Ash, Ibíd.:61). En el credo cristiano, Jesús nació el

25 de diciembre (Solsticio de Invierno), y se inició una nueva era que se desligó parcialmente de la religión judía. De la conocida leyenda del Quinto Sol de los mexicas, aquí solo se resume lo básico del texto que señala que al quedarse el Sol sin movimiento, los dioses tuvieron que ofrecer un sacrificio para que volviera a brillar y reiniciar su trayectoria para que nuevamente iluminara al mundo. En esta, forma, la leyenda menciona que pasaron cuatro días de angustia en la que el Sol quedó inmóvil y parecía haber muerto, hasta que el sacrificio de un dios pobre y enfermo se arrojó al fuego para salvar a los sacerdotes dirigentes de la nueva era (Cualquier parecido a la aprobación de los nuevos impuestos que el gobierno incrementa al IVA y al predial, “para favorecer a los pobres y a los enfermos”, es pura coincidencia, sin contar que se exime a las grandes compañías de pagar impuestos para que la economía “se restablezca” y se vuelva a beneficiar a los dirigentes político-religiosos que incrementan sus sueldos). IV cuatro días no se movió; se estuvo quieto. Dijeron los dioses: “¿Por qué no se mueve?” En-


44 viaron luego a Itztlotli (el gavilán de obsidiana), que fue a hablar y preguntar al Sol. Le habla “Dicen los dioses: pregúntale por qué no se mueve.” Respondió el Sol: “Porque pido su sangre y su reino.” Se consultaron los dioses y se enojó Tlahuizcalpanteuctli, que dijo: “¿Por qué no le flecho? Ojalá no se detuviera.” Le disparó y no le acertó. ¡Ah! ¡Ah! le dispara y flecha el Sol a Tlahuizcalpanteuctli con sus saetas de cañones de plumas rojas, y en seguida le tapó la cara con los nueve cielos juntos. Porque Tlahuizcalpanteuctli es el cielo. Se hizo la junta por los dioses Titlacahuan y Huitzilopochtli y las mujeres Xochiquetzal, Yapaliicue y Nochpaliicue; e inmediatamente hubo mortandad de dioses ¡ah! ¡ah! en Teotihuacan (Códice Chimalpopoca, 1992:122). No creo necesario enfatizar que dentro de la gran franja entre los trópicos, y en especial en el hemisferio norte, durante y a partir del solsticio de invierno (22 a 24 de diciembre), el Sol se desplaza desde el punto más al sur del horizonte oriental, en el que se observa su salida. Un punto en el que se puede registrar

su camino que llega al extremo norte del mismo perfil oriente, hasta el otro punto que determina el solsticio de verano (junio 21 a 23), en donde aparentemente se estaciona por tres o cinco días más, antes de reiniciar su trayectoria de regreso. Bibliografía Andiñach, Pablo R. 1993 “La leyenda acadia de Sargón” en Revista Bíblica, Año 55, Nº 50. Editorial San Benito. España. Pp. 103114. Ash, Milton 2011 La Biblia ante la Biblia, la Historia, la ciencia y la mitología, Tomo V. ArtGerust, España. Bergua, J.B. 1960 Mitología Universal. 2 vols. Madrid, España. Campos Méndez, Israel 2006 El dios Mitra. Los orígenes de su culto anterior al mitraísmo romano. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Gran Canaria, España.


45 Clavijo, Gladys 2012 “Ubicándonos en el Planeta” en Geografía, disponible en: http://uruyhue.blogspot. mx/2012/03/ubicandonos-en-el-planeta.html Códice Chimalpopoca 1992 Anales de Cuauhtitlan y Leyenda de los Soles. Primera serie Prehispánica Nº1, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México. México. Cornwell, Bernard 2009 Stonehenge, Edhasa, Barcelona, España. Fernández, Justino 1963 “Una aproximación a Coyolxauhqui” en Estudios de Cultura Náhuatl, Vol. IV, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México. México. Pp. 37-53. Griffiths, J. Gwyn 1980 The Origins of Osiris and His Cult, E.J. Brill. Leiden.

Hart, George 2005 The Routledge Dictionary of Egyptian Gods and Goddesses. Routledge. Londres, Nueva York. Libro de los Muertos 2003 Primera versión poética según el texto jeroglífico publicado por Wallis Budge, prólogo y notas A. Laurent, Editorial Aseri S.A. España. Morante López, Rubén 1996 Evidencias del conocimiento astronómico en Teotihuacan. Tesis Doctoral. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, México. 2005 “Origen astronómico del asentamiento de Teotihuacan: la hipótesis de la Pirámide de la Luna”, en Arquitectura y urbanismo: pasado y presente de los espacios en Teotihuacan. Memoria de la Tercera Mesa Redonda de Teotihuacan. Ruiz Gallut, María


46 Elena y Jesús Torres Peralta (Coords.), Instituto Nacional de Antropología e Historia, México. pp. 639-655. Pearson, Mike Parker 2013 Stonehenge. Exploring the Greatest Stone Age Mystery. Simon & Schuster. New York. Wu, John C.H. 1993 Lao Tse. Tao Te King, Editorial Edaf, Arca de sabiduría. Madrid.


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El Metztlapohualli y los Nueve Señores de la Noche: cómputo de 252 días David Wood Cano1 Ofelia Márquez Huitzil2 Introducción Así como varios investigadores han señalado la importancia de dividir en 4 sectores de 65 días al Tonalpohualli, y han identificado dichas secuencias en varios códices como el Dresde (Eric Thompson, 1988), el Borgia (Seler, 1903; Bricker, 1988), en donde 65 x 4 = 260, por constituir el periodo de 65 días 5 x 13 (trecenas), llamado también Cocijo en el área zapoteca (Córdoba, 1886), aquí proponemos que las secuencias de 7 y 9 días se integraron en el importante periodo de 63 (9 x 7) días, que identificamos primero en el área maya, ya sea involucrado en la arquitectura y orientación del Castillo en Chichen Itzá (Wood, 1 Licenciatura en la UAM del área de ciencias sociales y humanidades. Integrante del Seminario de Arqueoastronomía ENAHUNAM. Ha realizado investigaciones calendáricas y sobre arqueoastronomía. 2 Doctora en Estudios Mesoamericanos por la UNAM, Maestría de Artes Visuales, UNAM, licenciada en Diseño por l’École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs de París. Integrante del Seminario de Arqueoastronomía ENAH-UNAM.

Galindo, Montero, 2014) como también en las lecturas epigráficas relacionadas con las ceremonias del taladrado de fuego y la deidad “N” Tlacuache o Zarigüeya (demostración realizada por el epigrafista y mayista Guillermo Bernal, 2014:6671). En consecuencia, pensamos que las secuencias de 9 x 9 = 81 + 7 x 7 = 49, integran medio Tonalpohualli (130 días) que al duplicarse en las mismas secciones, se cierra en 260, tal y como se observa en las láminas 1 a 8 del Códice Borgia y en las láminas 1 a 8 también del Cospi, en donde, siendo la diferencia entre 260 y 252, de 8 días, proponemos que estos 8 días pueden corresponder al periodo de invisibilidad venusina tras la conjunción inferior, puesto que, hemos identificado una nueva secuencia del ciclo venusino de 81, 252, 8 y 243. Es decir que, resumiendo las propuestas anteriores y la nuestra: 65 x 4 = 260 – 8 = 252 = 63 x 4. Esto partiendo de las tablas de las láminas 46 a


48 50 del Códice de Dresde. Por otra parte, tomamos en cuenta, la presencia de los 9 Señores de la Noche o Novenos que ha sido largamente documentada en fuentes como La historia general de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún (1992, [1570]), en la Historia de las indias de la Nueva España de fray Diego Durán (1969, [1580]), y definida en términos calendárico-astronómicos desde 1929 por Eric S. Thompson en “Maya Chronology: the Correlation Question” (1935:84-85), donde estos conceptos son ampliamente fundamentados. Por otro lado, el concepto de los 7 Señores de la segunda creación se encuentra referido en el Popol Vuh, así como a la existencia de los dioses de la agricultura en el Altiplano central que caracterizan sus nombres con el número 7, siendo señores de la Tierra, de donde podemos inferir la importancia del número 63 que constituye al ciclo de 252 días, pudiendo tratarse también de años, como lo demostró Elżbieta Siarkiewicz en sus tablas de las páginas 87 a 98 de su libro: El tiempo en el Tonalámatl (1995).

El Metztlapohualli y el ciclo completo de la Luna El Metztlapohualli, como tal no había sido detectado hasta ahora y en este trabajo desglosamos su importancia y sus particularidades, basándonos en los datos que nos aportan los números que se desprenden de la cuenta de los Nueve Señores de la Noche mencionados ya, en los testimonios de las fuentes históricas. Una de las primeras menciones, del siglo XVI, que hemos encontrado de esta cuenta, aparece en Cristóbal del Castillo (León y Gama, 1832)3: Una curiosa divergencia a lo que la mayoría de las fuentes nos dicen, aparece en Cristóbal del Castillo, éste menciona que existían dos cuentas diferentes la del Sol y la de la Luna; a la primera la denomina el Tonalpohualli refiriendo que constaba, de 20 meses de 13 días siendo en total 260, y la otra, el Metztlapohualli, con la que sin duda, los mexi3 En una nota Antonio de León y Gama (1892:31), señala que el abad Francisco Xavier Clavijero describió a Cristóbal del Castillo como indio noble, natural del pueblo de Texcoco, descendiente de los reyes Nezahualcóyotl y Nezahualpilli, y quien escribió en mexicano muy elegante y pulido, su Historia de la que se sirvió en su libro.


49 canos recurrían a la Luna para medir el tiempo contando, de una aparición a otra [subrayado nuestro], y que en su lengua llamaban a este periodo Meztli (González Torres, 1979:99). Al respecto, encontramos en el siglo XVIII, que Antonio de León y Gama, ilustre coleccionista e historiador de documentos originales muy antiguos, procedentes de la Biblioteca de Carlos de Sigüenza y Góngora, y de la Colección de Lorenzo Boturini que albergó valiosos códices y documentos antiguos, dio cuenta de todo ello en su libro Descripción histórica y cronológica de las dos piedras. En referencia a la cuenta de la Luna, señala: Tenían estos indios varios calendarios, el primero que contenía 18 meses de 20 días y que llamaban Cempohualli, el segundo de 20 meses de 13 días llamado Tonalpohualli en su lengua, siendo estas cuentas del Sol, y una tercera, a la que nombraban Metzpohualli y que correspondía al movimiento visto de la Luna [subrayado nuestro] y usaban de ella para sus adivinaciones y de otros usos supersticiosos ocultos (León y Gama, Op.cit.:45). La Archicofradía Universal de Santa

María de Guadalupe conserva en la Biblioteca de la Basílica de Guadalupe, un documento invaluable, de 1675 que publicó recientemente (2001), en edición facsimilar: Felicidad de México, en donde, su autor el bachiller Luis Becerra Tanco (2001 [1675]), primer catedrático de astronomía, matemáticas y lengua náhuatl, de la Real y Pontificia Universidad de México, señaló al hablar del calendario prehispánico que: “Tenían los naturales de estas tierras una cuenta de una aparición a otra de la Luna [subrayado nuestro], la cual identificaban en su lengua con el nombre de Metztlapohualli, siendo su raíz la palabra Meztli, que es Luna, y esta cuenta era diferente a la que se componía de 18 meses de 20 días cada uno” (Ibíd., sección “Pruébase la tradición”). Por último hacemos referencia al documento original de Cristóbal del Castillo (2001), es decir, su Historia de la venida de los mexicanos y de otros pueblos e historia de la conquista, en donde dice textualmente: Ca yehuatl in yuhquin ma metztlapohualli, iz cecempohualilhuitl inic ilhuichihuaya, ca amo no quipohuaya in Metzli iotlatoquiliz, ihuan in yancuican i nemanaliz, in noce itlacatiliz in Meztli…


50 Primeramente asentamos que su libro del Tonalpohualli era con el que seguían las fiestas de las veintenas con las que seguían esta cuenta, y no era con ella con la que seguían la marcha de la Luna, porque para esto tenían su cuenta Metztlapohualli y con ésta, veían cuando se levanta por primera vez, su nacimiento, su crecimiento, hasta que está todo entero su resplandor y hasta el debilitamiento de su brillo y como va perdiendo su resplandor y desaparece la que llamaron Meztli, la Luna… (Trad. Federico Navarrete Linares, 2001:163) De esta manera, podemos comprobar que los ciclos lunares no son aquéllos de 20 días que se consideraban conforme a los 20 signos de los días del Tonalpohualli, y a los 20 días de los 18 meses del año de 365 días Xiuhpohualli, sino que es necesario tomar en cuenta que tanto Cristóbal del Castillo (2001 [1599]), como Luis Becerra Tanco (2001 [1675]) e incluso Lorenzo Boturini (1948 [1746]), hablaban ya de una tercera cuenta, luego de hacer mención del Cempohualli (los 20 días de los meses del año solar) y del Tonalpohualli (los 20 signos combinados con las trecenas en el ciclo de 260 días) siendo esta ter-

cera cuenta la de la Luna en sí, el Metztlapohualli, a base de secuencias de 28 días, pero siempre, con el ritmo que marcan las novenas, ya que, 28 x 9 o, 9 x 28 = 252, por lo tanto, los documentos señalados, son un importante testimonio que acreditan y explican que las cuentas lunares se hacían conforme a los ciclos completos de la Luna, de una aparición a otra tomando en cuenta todas sus fases, por lo cual es evidente que dicha cuenta sólo podría situarse entre los 27 y 29.5 días. Los 8 periodos de 21 días identificados en las láminas 46 a 39 del Códice Laud. Con respecto a la lectura de las láminas 46 a 39 (según la clasificación de páginas de la Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies, Inc.) del Códice Laud4, 4 El Códice Laud o Liber Hieroglyphicorum Aegytorum, parece haber llegado a Inglaterra a través del Príncipe de Gales, el futuro Carlos I y del Duque de Buckingham en 1623 luego de su visita a España para concertar el posible matrimonio del príncipe. El códice fue un regalo para el canciller de la Universidad de Oxford, el arzobispo William Laud. En 1636, el arzobispo legó su colección de manuscritos a la Biblioteca Bodleiana, fundada por Sir Thomas Bodley en 1602. Mide un total de 3.98 m de largo por 15.7 cm de altura.


51 Elżbieta Siawkiewicz (1995:39-40) argumenta que la distancia en días entre los miembros de cada grupo es de 45 (4 +6 + 6 + 4 + 6 + 6 + 5 + 8), y que la suma de esos intervalos en todas las páginas es de 225. De esta manera, los signos y puntos que aparecen en las siguientes 7 láminas se integran directamente a esta cuenta. Este orden de ideas los vemos ejemplificado en la Fig. 1. Consta de 24 folios, de los cuales, 46 páginas están pintadas. El formato de cada lámina es de 15.7 x 16.5 cm. Está pintado sobre piel de venado con una imprimatura de estuco (Alcina Franch, 1992:172-173). El Laud es mencionado por Francisco del Paso y Troncoso en su estudio para el XI Congreso Internacional de Americanistas en México de 1895 (Del Paso y Troncoso en Alcina Franch). Lehmann, habla de la historia del documento en su estudio Les peintures mixteco-zapotèques et quelques documents apparentés de 1905. Cottie A. Burland, también habla del Laud en sus notas descriptivas para el Congreso Internacional de Americanistas de 1947. En 1961 Carlos Martínez Marín hace la Introducción, selección y notas para la edición del códice, por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. En el mismo año, Nowotny lo incluye en su Tlacuilolli. Anders, Jansen y Reyes García en 1992, le llaman La pintura de la muerte y de los destinos, libro explicativo del llamado Códice Laud, que se edita en México, por el Fondo de Cultura Económica.

Específicamente, este orden de lectura seriá: 1 Cipactli + 45 = 7 Miquiztli; 7 Miquiztli + 45 = 13 Ozomatli; 13 Ozomatli + 45 = 6 Cozcacuauhtli; 6 Cozcacuauhtli + 45 = 12 Cipactli, y así en consecuencia llegando nuevamente a 1 Cipactli. Por lo que Siarkiewicz (1995:40) elaboró la siguiente tabla (Fig. 2): Esta tabla proporciona a la investigadora, la totalidad de 2340 días, ya que la distancia entre cuadretes es de un total de 180 días, de una columna a otra. Debemos de señalar que el 2340, equivale a 9 Tonalpohuallis (9 x 260), lo que es congruente con nuestra investigación, en torno a múltiplos de 9, presididos por los Nueve Señores de la Noche. Cabe añadir, que, como lo señala Sarkiewicz, estos 9 ciclos del Tonalpohualli, refieren 80 lunaciones ya que: 9 x 260 = 2340 días = 80 lunaciones = 117 días (4 lunaciones) x 20 Cottie A. Burland (en Martínez Marín, 1961:17-25) propone, por otra parte, que estas láminas proporcionan un cómputo de 360 días. Su orden de lectura es el de Siarkiewicz, empezando en 1 Cipactli, al que le siguen los 3 puntos de la parte superior, mismos que corres-


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Fig .1. Lรกminas 39 a 46 (de derecha a izquierda) del Cรณdice Laud, con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


Fig.2. Tabla que muestra la Y como variante +45 dĂ­as de arriba hacia abajo, y variante +180 de izquierda a derecha, tomada de Siarkiewicz, 1995:40.

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54 ponderían a los signos (Ehécatl, Calli y Cuetzpalin) para continuar con Cóatl en la siguiente lámina, seguir con los 5 puntos de la parte superior (Miquiztli, Mázatl, Tochtli, Atl, Izcuintli) continuar con Ozomatli de la siguiente lámina, los siguientes 5 puntos (Malinalli, Ácatl, Océlotl, Cuauhtli, Cozcacuauhtli), Ollin en la siguiente lámina continuando con 3 puntos que llevan al signo Cipactli en la siguiente lámina, seguido por 5 puntos que llevan al signo Mázatl, al que le siguen 5 puntos que llevan a Ácatl, luego, 4 puntos llevan a Técpatl seguido de 7 puntos que cierran la sección y que llevarán al signo Miquiztli, segundo signo en la parte inferior de la primera lámina de esta sección, con lo que se llevará a cabo otra cuenta como la anterior, pero a partir de Miquiztli, y que terminará en Itzcuintli en la última lámina, para continuar en la primera con el signo Ozomatli y así hasta terminar los 7 puntos que siguen al signo Ácatl, y que concluyen en Xóchitl, completando 180 días5. Esto no contradice nuestra propuesta, pues refiere ciclos calendáricos de 5 Burland (1961) señala además un error de transposición errónea en entre los signos Calli y Tochtli de la lámina 46 y Ollin y Ehécatl de la lámina 44, con lo cual estamos de acuerdo.

40 novenas (40 x 9) = 360, de manera que, 360 – 252 = 108, misma cantidad de días que integran a nuestro Metztlapohualli con el ciclo computacional de 364, siendo que, 108 + 252 = 364 y, 108 = 12 x 9, es decir 1 novena antes de cerrar el ciclo de 117 días = 13 x 9, que hemos identificado perfectamente en otros trabajos para las secuencias calendáricas implícitas en la Piedra de los Soles (Martz y Wood, 2016). Burland reinicia su cuenta de nuevo en el primer día de la primera lámina, Cipactli, llegando al último de los 7 puntos luego de Técpatl de la última lámina (45 días más), con lo que completa 225 días, pero continúa su lectura para terminar finalmente en el signo posterior a los 7 puntos que le siguen a Ácatl en la última lámina, en Xóchitl, lo que le da dos ciclos de 180 días, es decir, 360 días (8 x 45). Con la idea de que habrá una secuencia que: …se repetirá continuamente y nunca incluirá otra vez los primeros iniciales de las series; haciendo empezar las series con 360 días y continuando en una serie recurrente de 315 días. Esto podrá aparecer como poco natural e incongruente en el Códice por lo que debemos concluir que la


55 cuenta después del día 360 debe retornar al primer día Cipactli, y repetir eso continuamente cada 360 días (Burland, 1961:19). Nosotros pensamos que Burland visualiza correctamente la diferencia entre la serie de 360 días y una serie recurrente de 315 días, existiendo una diferencia entre una y otra de 45 días. Los mismos que sí, los agregáramos, nos darían un total de 9 x 45= 405, sin embargo, y puesto que, es poco natural e incongruente, como el mismo Burland lo señala, no es factible continuar el ciclo de novenas hasta 360, ya que, para retornar al primer día Cipactli, tendríamos que movernos forzosamente en el ámbito del Tonalpohualli de 260 días, lo cual, como proponemos en este trabajo, al tener una diferencia de 8 días con el Metzpohualli, tendría que armonizarse con el Ciclo de Venus. Si nosotros seguimos la secuencia de 252 días, entonces calibraríamos nuestra diferencia tan sólo con 8 novenas más, es decir, 8 x 9 = 72, ya que: 9 x 260 = 2340 y 2340 -72 días es igual a 2268 o 252 novenas (9 x 252) armonizando así la cuenta de novenas, propiamente, del Metztlapohualli, con la cuenta de trecenas que inicia en 1 Cipactli y que es el Tonalpohualli, sin alterar

la cuenta de 360 + 5 = 365, llamada Xiuhpohualli. Cabe mencionar que el trabajo de Burland va a poner de relieve, la congruencia de esta sección del Códice Laud, con la cuenta maya Tun de 360 días. Para Siarkiewicz (Op. cit.:39), Burland cierra un ciclo de 360 en 360 x 13 = 4680 días, lo que iguala a 18 Tonalpohuallis: 18 x 260 = 4680. No obstante, Siarkiewicz añade que esta sección cierra un ciclo menor, el de 2340 días que corresponde a 9 x 260 (9 Tonalpohuallis), igual a 45 x 52, es decir, 52 periodos de 45 días, además de que la ausencia de numerales facilita el uso del código de signos, lo que es coherente con nuestra propuesta, pues en las cuentas lunares en base a los Señores de la Noche, su propio orden progresivo hace innecesaria la presencia de numerales. Anders, Jansen y Reyes García (1992:155 -160) han interpretado y clasificado dichas láminas como la 25 a la 42, y las han llamado “El dominio de la muerte”. Distribuyendo las trecenas del Tonalpohualli en 65 columnas de 4 signos en lugar de las 52 columnas de 5 signos que aparecen en los códices Borgia, Vaticano B y Laud, en las primeras


56 ocho láminas de cada uno de éstos. La organización del Tonalpohualli en 65 columnas o 5 trecenas en una misma línea, a las que superpondrán otras 3 líneas más de 5 trecenas, dando un total de columnas de 4 signos cada una, para obtener un Tonalpohualli completo. Dicha organización tendría como resultado una primera columna de 4 signos con los signos Lagarto, Muerte, Mono y Zopilote de abajo hacia arriba, como vemos en la lámina 46 del Laud que corresponde a la 25 según la clasificación de estos investigadores. Así, el signo Lagarto que aparece al final de los 4 signos mencionados, sería repetición de la misma combinación, y los numerales colocados en la parte superior de cada lámina representarían las siguientes columnas, uno por columna, marcando la diferencia entre cada lámina. No obstante, con esta distribución del Tonalpohualli, harían falta 4 láminas más a esta sección para completarlo. En torno a estos estudios y a la coherencia que demuestran, podemos concluir que existen diferentes lecturas que no se oponen, simplemente muestran la riqueza del contenido de esta sección en el Códice Laud, misma en la que se inserta

nuestra propuesta, de la que trataremos a continuación. Lectura de facto para la numeración en las láminas 46 a 39 del Códice Laud de 21 días Nuestra propuesta de lectura, en grupos de 21 días para cada lámina, argumenta que la lectura de las láminas 46 a 39 del Códice Laud, es una lectura de facto, ya que los signos expresados sin numeral implican un orden que integra los signos aparentemente ausentes (Fig.3). Fundamentamos esto, en el orden de lectura que presenta una sección, del Códice Borgia, la de las láminas 47-48, en donde el dios Macuiilxóchitl, 5 Flor, aparece plenamente identificado desde Seler (1980:63-83), de manera irrefutable, con respecto a la lectura numérica de facto, y que presenta una trecena completa en donde se señala el 5° día, como 5 Flor con su signo completo, de manera coherente, de acuerdo con su propia intención de lectura, diferente de otras secciones. El mismo hecho lo encontramos ejemplificado, en las páginas 30 a 32 del Códice Borgia, sintetizado por el orden posicional de los signos que no aparecen representados gráficamente, y se in-


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Fig. 3. Lรกminas 39 a 46 (de derecha a izquierda) del Cรณdice Laud, con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


58 fieren fácilmente. Así, es necesario tomar en cuenta, la presencia de varios niveles de lectura dados por la organización semiótica. En las otras interpretaciones de lectura, la presencia del signo Pedernal continuaba siendo una incógnita en las argumentacio nes anteriores. Por otra parte, coincidiendo con el análisis de Siarkiewicz, antes citado, hemos identificado en las láminas 46 a 39 del Códice Laud el ciclo lunar, pero para nosotros, con respecto a 168 días en función de 8 periodos de 21 días. De ahí que, como aquí se propone, el ciclo de 63 días se encuentre compuesto por 3 periodos de 21 (=63), y los 105 días restantes se compongan de 21 x 5 = 105. Es importante destacar que este periodo de 105 días es complementario del Tonalpohualli en el ciclo anual en donde, 365 – 260 (un Tonalpohualli completo) = 105, pero aquí el 105 se muestra como complementario del 63 en el ciclo lunar de 168 días. El mismo tipo de lectura que identificamos a base de secuencias de 7 y de 9; y la importancia de los periodos de 21, 63, 84, 105 y 168 que encontramos en el Códice Laud, lo encontramos también en el Códice Cospi, láminas 21 a 29, llegando a 105 únicamente. Estructural en la

clásica forma 260/105 configurando el ciclo de 365, la cual por primera vez contrastamos aquí con nuestra propuesta que estructura la forma 252/108 configurando el ciclo computacional de 364 días. Este ciclo lunar de 168 días, denota la existencia de 6 secuencias de 28 días, y ha sido ubicado por investigadores como Iwaniszewski, quien señaló la notación 8.8 en cuenta larga, de la banda celeste de la lámina 23 del Códice Paris, en donde 8.8 = 8 x 20 + 8 = 168 = 6 X 286; Aveni 7(1991: 228-229), en las secuencias de 168 días en dinteles de Las Monjas y de Chichen Itzá, en las láminas 21 a 24 del Códice Paris y en un estuco de Acancéh que representa la división del cielo en 13 secciones recorridas por la Luna cada 28 días, hasta completar el ciclo computacional de 1820 días, usado por los mayas, en donde 11 x 168 = 1848 – 28 = 1820; Love (2008:66-73), quien también 6 Así como observamos la utilización de ciclos lunares en los periodos de 168 y 364 días, también podemos destacar el uso del ciclo de 378 días que es la revolución sinódica de Saturno, compuesta por 6 ciclos de 63 días y que se integran, como lo señaló el Dr. Iwanisziewski en un periodo mayor de 546 días, en donde: 6 x 28 = 168, y 168 + 378 (6 x 63) = 546. Con gráficas agregadas. 7 Ponencia sobre el sistema computacional de 364 días, 4 de febrero de 2015, en el Seminario de Arquoastronomía, ENAH


Fig.4. Notación 8.8 de la banda celeste de la lámina 23 del Códice Paris, en donde 8.8 = 8 x 20 + 8 = 168 = 6 X 28. S. Iwaniszewski, ponencia el Ciclo Computacional de 364 días 4 febrero 2015.

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Fig.5. Interpretación de Aveni acerca de las secuencias de 168 días en el tablero de las Monjas, Chichen Itzá, 1991:228-229. Con gráficas agregadas por Wood y Márquez para este trabajo.


61 encuentra 65 secuencias de 28 días en una tabla compuesta por 5 hileras de 364 días ó 7 ciclos de 260 días que suman en total 1820 días en las mismas láminas del Códice Paris. Aquí lo identificamos en base a 8 secuencias de 21 días. De ahí que: 6 x 28 = 168 y 8 x 21 = 168 (Figs. 4, 5 y 6). La lectura secuencial en las láminas del Laud comienza en el extremo inferior derecho de la lámina 21, con el primer signo de los días Lagarto. El orden de los 20 signos de los días es siempre el mismo:

Lagarto, Viento, Casa, Lagartija, Serpiente, Muerte, Venado, Conejo, Agua, Perro, Mono, Hierba seca, Caña o Carrizo, Jaguar, Águila, Buitre, Movimiento, Pedernal, Lluvia y Flor. De manera que una primera secuencia de 20 días empezaría en Lagarto y terminaría en Flor, pero si nuestra primera lámina nos muestra un inicio en Lagarto y un término en Lagarto, esto quiere decir que a nuestros primeros 20 días, debemos de agregarles 1 día más, por lo que contaremos 21 días en total. Si en esta lámina sólo aparecen

Fig. 6. Láminas 21, 22, 23 y 24 del Códice París, Bruce Love, 2008:66-73.


62 representados los signos Lagarto, Muerte, Mono, Buitre y Lagarto nuevamente, es porque existe una diferencia de 4 días entre los signos presentados, ya que entre Lagarto y Muerte tendremos los signos Viento, Casa, Lagartija y Serpiente, así como entre Muerte y Mono tendremos Venado, Conejo, Agua y Perro; entre Mono y Buitre son Hierba seca, Caña o Carrizo, Jaguar y Águila; y entre Buitre y Lagarto tenemos Movimiento, Pedernal, Lluvia y Flor. Lo mismo sucederá en las siguientes 7 láminas en las que comenzaremos nuestras sumas de 21 días con otros signos pero terminando en los mismos, pero con las respectivas diferencias secuenciales entre sí. Respecto a los puntos de la parte superior en cada lámina, éstos marcarán la diferencia de días en secuencia entre los días iniciales. Por ejemplo, entre el último día de la primera lámina, Lagarto, y el primer día de la segunda lámina, Serpiente, los puntos reemplazarán a los días Viento, Casa y Lagartija (Fig. 7). Por otra parte, podemos asumir que por su configuración, esta serie de puntos involucran una suma aparte,

que resultaría en un total de 45, número lunar, ya que 9 x 5 = 45. El 168 involucra de tal manera al número 7, que 7 x 24 = 168. Como decíamos, el número 105 complementario del Tonalpohualli de 260 días para el ciclo solar de 365, se muestra aquí como complementario del 63, para el número lunar 168, ya que esta diferenciación se evidencia en la lámina 44, pues el corte vinculado con el parto del niño, sobre el cordón que cubre la estera a manera de cuarto menguante lunar; el agave como elemento lunar vinculado con los totochtin o conejos, seres asociados con la luna y el pulque, los 20 elementos del pistilo que pueden hacer alusión a la veintena, que en muchos textos fue sinónimo de mes, con la aclaración de que éste sería el mes solar: 18 x 20, más no el lunar de 28 días que nosotros proponemos aquí: 9 x 28 (Fig .8). Lo mismo sucede en la lámina 40 del Laud, en donde el ciclo de 84 días, es decir, 4 láminas de 21 días, se termina cuando el dios de la Muerte, quien tira del cordón de un bulto mortuorio. Este ciclo inicia en la lámina 43 (Fig. 9), en donde 84 - 21 = 63.


Consultado el 23 de agosto de 2008. Con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.

Fig. 7. Lectura de las lรกminas 39, 40 y parte de la 41 en detalle, del Cรณdice Laud, de acuerdo con nuestro anรกlisis.

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Fig. 8. Lรกminas 39 a 46 (de derecha a izquierda) del Cรณdice Laud. Con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


Fig. 9. Lรกminas 41 a 46 (de derecha a izquierda) del Cรณdice Laud. Con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.

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66 El número 63 (cuarto del 252) en variantes de eclipses lunares Para abordar las secuencias del Códice Borgia y del Códice Cospi, de 9 x 9 + 7 x 7 + 9 x 9 + 7 x 7, que mencionamos en un principio, en las láminas 1 a 8 de cada uno, Siarkiewicz elaboró 3 variantes básicas a partir de los números 85 y 84, de las cuales es la variante No. 3 la que tomamos como ejemplo en esta investigación. Siarkiewicz muestra esto al descontar de un ciclo saros de eclipses, 85 días: 6585 días (ciclo saros) – 85 = 6500 días (260 tonalpohuallis x 25), como vemos en la tabla de la fig. 10. Así en la Variante 3 encontramos que: (Ver Fig. 10) Uso del intervalo 21 y 63 en los ciclos paralelos de la Luna, Venus, Saturno, con presencia del 252 En las láminas 13 y 14 del Códice Fejérváry-Mayer (Fig.11), se identifica a Tlahuizcalpantecuhtli por el quincunce de su rostro, el Señor de la Casa del Amanecer, planeta Venus, en una secuencia de presentación de ofrendas con Yohualtecuhtli-Pahtécatl (Totochtin), el Señor de las Noches, quien exhala una voluta de humo rodeada de ojos estelares, además de la lengua

de humo que sale de su frente, junto a la pequeña efigie de rostro humano que lo vincula con la Luna como dios del pulque y con el planeta Saturno por el total de la cuenta registrada en la parte inferior de 378 días en base a seis periodos de 63 días (21 x 3).

El concepto de Tonalpohualli se

ha manejado desde hace mucho tiempo como la cuenta de los días, en atención a la lengua náhuatl de la que podríamos traducir estrictamente tonalli = luz, calor, día y, pohua = cuenta o el conteo secuencial en este caso de días. Por otro lado, hemos identificado la palabra yohualli para referirse a la noche y siendo que, existía en varias fuentes una cuenta especial para los Señores de la Noche o Novenos (Yohualtecuhtin), así como la expresión yohualitqui tlachia, observar el transcurrir de la noche: “…in youalli mitoia: Cualcouh inioualtecutli iniaca uiztli, auh quen onuetziz in intequiuh.” (Sahagún, Códice Florentino, Libro II, apéndice V). “…saludaban a la noche diciendo: El Señor de la Noche que se llama Yohualtecuhtli ya ha salido, no sabemos cómo hará su oficio o su curso.” (Tezozómoc, 1987:574) Escasos son los testimo-


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Fig.10. Tabla que muestra la variante 85 de Siakiewicz, con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


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Fig. 11. Láminas 13 y 14 del Códice Fejérváry-Mayer.


69 nios iconográficos de esta cuenta simultánea, pero diferenciada, no obstante, hemos encontrado en algunos de los signos de los días del Tonalámatl Aubin, tonallis representados por numerales rojos, y muy probablemente, tonallis-yohuallis, día y noche representados simultáneamente por numerales negros, ya que siguen formando parte de la cuenta de tonallis. Ejemplo de ello son los de los signos de la lámina 8, de los que presentamos un detalle (Fig 12).

Fig 12. Detalle, lámina 8 del Tonalámatl Aubin.

De manera que, parece lógica e irrefutable, la existencia de una cuenta secuencial de las noches, que identificamos aquí como Metztlapohualli (Yohualpohualli), y que constaría de 28 series de 9 días, un total de 252 noches (correspondientes a sus respectivos días). Lo cual encontramos representado e integrado al Tonalpohualli de 260 días (20 x 13) en varios códices del Altiplano. Por otra parte, el Metztlapohualli se enlazaría, con la constante 63, al ciclo de Saturno de 378 días, como vemos en la tabla de la Fig. 13: Respecto de la cuenta 252 = 28 x 9 días, tenemos un antecedente muy interesante en el artículo de Iwanieszewski (1991:269-290), en el que presenta el análisis de un marcador punteado con forma de cruz maltesa (TEO2) que posee un total de 252 puntos en su exterior repartidos en cuadrantes respecto de los cuales apunta la posibilidad de que contengan 63 o 62 y 64 puntos cada uno, representativos de días, aunque también, se inclina a la posibilidad de que la cruz exterior poseía originalmente 260 puntos divididos en 4 cuadrantes iguales. Esto siguiendo a Aveni et al. (1978), pero declarando al final, que le es difícil decidir entre las dos opciones. A


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Fig.13. Tabla en la que se muestra la correspondencia entre los componentes numéricos básicos del Tonalpohualli y del Metztlapohualli. Elaborada por Wood y Márquez para este trabajo.


71 este respecto la lámina 1 del Códice Fejérváry-Mayer muestra la representación gráfica del cosmos con la misma forma, además de que dentro de este esquema se desplazan los 9 Señores de la Noche (Fig. 14). El manejo del intervalo 63 días se identifica tanto en las cuentas calendáricas que se conmensuran con los periodos astronómicos: 6 x 63 = 378, revolución sinódica de Saturno o 4 x 63 = 252 Venus como estrella vespertina, tal y como aparece escrito en las láminas 46 a 50 del Códice de Dresde, y sobre todo,

por la distancia en días entre los pasos cenitales del Sol y los equinoccios temporales en Chichen Itzá, así como en su concepción arquitectónica, cuyos 9 cuerpos forman 7 triángulos de luz (Fig. 15). También lo encontramos entre los solsticios y algunos alineamientos en diferentes estructuras, por ejemplo: el Cuadrángulo 1 del Grupo del Arroyo de Mitla, medido por el Dr. Jesús Galindo (2008:313) a lo largo del dintel Norte en forma rasante en fechas 19 de abril y 23 de agosto, con un azimut de 280° 56’ y una

Fig. 15. Templo de Kukulkán (Castillo Chichen Itzá) 9 cuerpos forman 7 triángulos de luz, 9 x 7 = 63. Fotografía David Wood Cano, 22 de marzo 1999.


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Fig. 14. Lámina 1 del Códice Fejérváry-Mayer.

Con gráfica agregada. Esquema de Stanislaw Iwanieszewski, 1991:269-290.


73 altura de horizonte de 3° 40’, publicado en La pintura mural prehispánica en México, además de muchos otros ejemplos ilustrativos como los que presentamos en otros trabajos (Martz y Wood, 2014), y que ilustramos nuevamente, con otro formato, en las figuras 16, 17 y 18. Respecto de la iconografía, la presencia del 7 y del 9 combinatorios, la encontramos en múltiples ocasiones. Por dar algunos ejemplos, en la lámina 36 del Códice Borgia (Fig. 19) con respecto a las 9 serpientes del viento, a los 9 sacerdotes de Ehécatl-Quetzalcóatl y a los 7 ojos estelares. Por otra parte, la misma lámina 36 del Borgia forma parte de un conjunto que llega hasta la lámina 38 a donde desemboca la serpiente de humo que emerge de la 36. A lo largo de esta sección, se contabilizan 7 sacerdotes de Ehécatl-Quetzalcoatl, pero en estado de trance (Fig. 20). En la lámina 43 del Borgia (lámina 21), con una temática vinculada con el maíz, vemos que la combinatoria es todavía más compleja con 27 mazorcas que implican al número 9 (9 x 3); el 243, número de las salidas heliacas de Venus, implicado nuevamente por el 9 (9 x 27); el 81 (9 x 9), número regular de la con-

junción superior de Venus, siendo este mismo número el que aparece combinado con el 49 (7 x 7) en los tonalpohuallis desplegados de las primeras 8 láminas de los códices Borgia y Cospi, señaladas por pequeñas huellas de pie. En la lámina 45 del mismo códice (Fig. 22), vemos con respecto a la temática venusina que predomina en ella, la presencia de Venus-Tlahuizcalpantecuhtli, descarnado, guerrero, con el quincunce en el rostro y con ojos trilobulares, es irrefutable, así como la representación de 7 cráneos y 9 cabezas de Venus. En la lámina 46 del Borgia (Fig. 23), tenemos en torno a la inmolación del sacerdote de Venus en un brasero, 4 serpientes de fuego de 7 trapecios cada una, lo que nos proporciona el número 28. El 28 multiplicado por 13, lleva al número 364 del Ciclo Computacional, lunar, que como ya mencionamos, ha sido estudiado por Iwaniszewski (4 de febrero de 2015). También el 28 multiplicado por 6, proporciona el 168, divisible en 105 y 63. Identificación iconográfica Venus-Patécatl Iconográficamente, la asimilación de Venus, Tlahuizcalpantecuhtli, con Patécatl, el dios del pulque, y


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Fig. 18. Modelo calendárico que incluye los días de paso cenital del Sol para la latitud de Tenochtitlán 19° 26’ 03’’ y para los momentos de culminación a la media noche por la meridiana en latitudes similares de grupos estelares como Pléyades, Orión y Vía Láctea en las fechas de anticenit cultural equivalentes. Además de la orientación Oeste del Conjunto Arquitectónico del Templo del Fuego Nuevo en Cerro de la Estrella respecto del Cerro Malinche medido por Iván Šprajc (2001 ) que coincide con la de Hans Martz de la Vega y Rafael Ángeles (2013) . El intervalo que se destaca de este modelo calendárico además de 28 días utilizado para el área maya es el importante periodo de 35 días (35=7x5) identificado por primera vez por la Dra. Broda, 2002:153.


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Fig.19. Lรกmina 36 del Cรณdice Borgia. Con notas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


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Fig. 20. Secciรณn de las lรกminas 36 a 38 (de derecha a izquierda) del Cรณdice Borgia. Con notas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


Con notas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.

Fig. 21. Lรกmina 43 del Cรณdice Borgia.

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Fig. 22. Lรกmina 45 del Cรณdice Borgia. Con notas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


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Fig. 23. Lรกmina 46 del Cรณdice Borgia. Con notas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


82 con la Luna, es múltiple. Patécatl porta, en la lámina 13 del Códice Borgia, como nariguera el yacameztli o creciente lunar. También lleva el penacho que caracteriza a Quetzalcóatl (Quetzalcóatl se convierte en Venus luego de inmolarse, como refieren los Anales de Cuauhtitlán), aunque semi-plegado. En la cabeza porta el xiuhuitzolli, o corona azteca de piel blanca, ya sea de venado blanco o de conejo, y como pectoral tiene la forma axial del caracol, sin olvida que el caracol cortado transversalmente, es el que porta Quetzalcóatl (Fig. 24). En la lámina 11 del Tonalámatl Aubin (Fig. 25), el dios no sólo tiene las características antes mencionadas, sino que su rostro está dividido longitudinalmente en dos zonas de color, una roja, al frente, y negra a los lados. Frente al dios aparece un disco dividido también, pero de modo horizontal. En la mitad superior vemos medio disco solar, y en la mitad inferior medio disco de oscuridad con puntos blancos que representa la noche. También vemos a un águila y a un jaguar, ambos representantes del día y de la noche, y ambos portando banderolas blancas, amapámitl, que los designan como cautivos destinados al sacrificio.

En el folio 261v de los Primeros Memoriales de Sahagún (1958) (Fig. 26), vemos que el dios del pulque, aquí denominado dentro del concepto: Totochtin (Conejos), hace clara referencia al pulque, pues se consideraba que el que se embriagaba estaba poseído por los 400 conejos, ya que, como señala Gruzinski (1979:7-36) los mexicas distinguían tres formas de ebriedad: una era la ebriedad ritual o tlauana; otra, la ebriedad fatal, para aquellos nacidos bajo el signo ome tochtli; y una tercera, la ebriedad completamente reprobable, de desfasamiento de las normas u ochtilia tochyah, de posesión por los conejos, sintetizada en la expresión macuilloctli el quinto pulque que trasgredía la dosis autorizada. Citando a Sahagún (1992:228) vemos que: “…decían que el vino se llama centzontotochtin que quiere decir ‘400 conejos’, porque tiene muchas y diversas maneras de borrachería.”. Aparte del yacameztli, el dios porta el creciente lunar en su escudo, cuyo fondo ocupan los colores rojo y negro, como los colores de plumas de arará rojo y de cormorán o de faisán que componen el penacho de Quetzalcóatl. En la Leyenda de los soles, Papáz-


Fig.24. Patécatl en la lámina 13 del Códice Borgia. Con notas agregadas por Wood y Márquez para este trabajo.

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Fig. 26. SahagĂşn, Primeros Memoriales, 1558, folio 261v. Con texto agregado de LeĂłn Portilla, 1958

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86 tac, el menor de los dioses del pulque, golpea el rostro de la Luna con un conejo (Tena, 2002:185). Son muchas las imágenes en las que se representa a la luna con un conejo en su interior, como en las láminas: 10, 55, 71 del Códice Borgia, 29 del Códice Vaticano B, por mencionar sólo algunas. De la misma manera, el Tochtilmatli o tilma de la Luna o del conejo se representa con un creciente lunar en la lámina 4v Códice Magliabecchi, y en la lámina 5r del mismo códice, Ometochtilmatli, es la tilma del dios del pulque, que lleva la representación de 30 barras rojas alternadas de otras tantas barras negras, colores del penacho de Quetzalcóatl (Fig. 27).

Fig. 27. Ometochtimatli. Tilma dos conejo, del dios del pulque. Lámina 5r Códice Magliabecchi.

Periodo 546 Así como observamos la utilización de ciclos lunares en los periodos de 168 y 364 días, también podemos destacar el uso del ciclo de 378 días que es la revolución sinódica de Saturno, compuesta por 6 ciclos de 63 días y que se integran, como lo señaló Iwanisziewski en un periodo mayor de 546 días, como vemos en la tabla de la Fig. 28, en donde: Como ya habíamos mencionado, el modelo calendárico del Templo Mayor de Tenochtitlan es desde nuestro punto de vista, ilustrativo de nuestro modelo y un buen ejemplo del manejo calendárico de estos intervalos, puesto que, las mediciones arqueoastronómicas de (Iván Sprajc, Jesús Galindo, etc.). Ahora bien, estas mediciones nos muestran la salida del sol vista desde el

Fig. 28. Tabla en donde se muestra la conmensuración del Ciclo de 168 días, respecto de la Revolución Sinódica de Saturno en función del Ciclo de 546 días, según Iwaniszewski en la Ponencia del 4 de febrero de 2015.


87 Huey Teocalli sobre la cúspide del Cerro Tláloc al amanecer del 14 de marzo y 28 de septiembre (Fig. 29). Las fechas anteriormente señaladas, están separadas por 168 días (21 x 8) y, a 84 días respectivamente, del solsticio de invierno, siendo que 84 – 21 = 63 (Fig. 30). Proponemos aquí la relación arqueoastronómica entre los alineamientos que ocurren en las fechas 22 de febrero y 19 de octubre, tomando en cuenta que esas salidas del Sol, tienen lugar, desde el Templo de Ehécatl en Tlatelolco sobre Cerro Telapón, emblemático emplazamiento que señala el intervalo de 63 días. Medición que, como proponemos, fue contemplado en los códices, por constituir una secuencia de 3 x 21, como hemos mostrado se ilustra en las láminas 39 a 46 del Códice Laud. Inserción de los 8 días de la conjunción de Venus en el ciclo de los Novenos En la lámina 14 del Códice Borgia, tenemos en una lectura que comienza en el extremo inferior derecho, la presencia de los 9 Señores de la Noche o Novenos, y que el primero de ellos es el dios Xiuhtecuhtli, Señor de la turquesa o anciano del Fuego, Huehuetéotl (Fig. 31). Éste

no es un hecho fortuito. Xiuhtecuhtli comparte con Venus-Tlahuizcalpantecuhtli varias de sus características: La pintura facial con la franja negra transversal a la altura del ojo y otra franja de las mismas características, a la altura de la comisura de la boca, como podemos constatar en detalles de las láminas 50 y 53 del mismo códice (Fig. 32). Por lo que podemos deducir que Venus-Fuego sería la figura de arranque de esta secuencia.v Además de la pintura facial Venus comparte también con Xiuhtecuhtli los implementos de guerra: el conjunto de armas yaóyotl, el átlatl o lanzadardos, el conjunto de flechas tlacochtli, como vemos en la lámina 1 del Códice Fejérváry-Mayer y en un detalle de la misma lámina 53 del

Fig. 31. Lámina 14 del Códice Borgia.


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Fig.29. Salida del Sol sobre el Cerro TlĂĄloc, desde el Templo Mayor de Tenochtitlan. FotografĂ­as David Wood Cano, 14 de marzo de 2001.


Fig. 30. Esquema de interconexión entre los ciclos de 63, 21 84 días y múltiplos de 7, que integran el periodo de 168 días. Gráfica elaborada por Wood y Márquez para este trabajo

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Fig. 32. Venus como figura de arranque: Xiuhtecuhtli en la cuenta de los Novenos. Detalles de las láminas 50 y 53 del Códice Borgia. Modificado por Wood y Márquez para este trabajo.

Fig. 33. Detalle de la lámina 1 del Códice Fejérváry-Mayer y detalle de la lámina 53 del Códice Borgia.


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Códice Borgia (Fig. 33). En la secuencia de los Novenos Señores dentro del Tonalpohualli se inscribe el ciclo de 63 días, en 63 x 4, al término de dicha secuencia con el marcador de término Tláloc, en los días: 1 Calli, primer bloque de 63 días 9 Miquiztli, segundo bloque en 126 días 7 Atl, tercer bloque 189 días 5 Malinalli, cuarto bloque 252 días. Restando solamente 8 días para completar el Tonalpohualli y que corresponden a los 8 días de la desaparición venusina tras la conjunción inferior. De manera que el ciclo de 63 días, corresponde a un cuarto del Metztlapohualli, de la misma

manera que el de 65 días, corresponde al cuarto de Tonalpohualli, como vemos en la tabla de la Fig. 34. De manera que, el ciclo del Tonalpohualli de 260 días se expresa en trecenas, conmensurándose con el ciclo venusino de 252 días en novenas, siendo la clave de enlace entre los dos ciclos, el importantísimo periodo de 8 días, en que Venus desaparece tras la conjunción inferior e inicia el nuevo ciclo con su orto heliaco. Metztlapohualli o cuenta de los Nueve Señores, Yohualtecuhtin, como vemos en la conmensuración de la Fig. 35. Por otra parte, en la lámina 98v del Códice Tudela, vemos inscrita, junto al dios Xiuhtecuhtli, con quien inicia la cuenta de los Novenos, en el lugar que correspondería a Iztli-Tez-


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Fig. 35. Tabla que muestra la integración de los 8 días de la conjunción inferior de Venus en el Tonalpohualli y a su vez, en el ciclo venusino de 584 días: 243 + 81 + 252 + 8. Cálculo elaborado por Wood y Márquez para el presente trabajo.

catlipoca, Espejo humeante-cuchillo de obsidiana, la denominación en caracteres occidentales de Tlahuizcalpantecuhtli (Venus) (Fig. 36), que podemos leer literalmente, lo que, aunque no se encuentra en la misma posición, muestra su vínculo secuencial con respecto de Xiuhtecuhtli. El Códice Tudela (1553) junto con el Códice Ixtlixóchitl (1600) y el Códice Magliabecchi (1553), éste último, copia de un documento original más antiguo conocido como Proto-Magliabecchi (1528) copia a

su vez, de otro mucho más antiguo heredado a Fernando de Alba Ixtlixóchitl, por parte de sus ancestros en línea directa, entre los que se incluye a Fernando Cortés Ixtlixóchitl hijo de Nezahualpilli y nieto de Nezahualcóyotl, heredero a su vez de toda la biblioteca de Texcoco, que remonta a sus antepasados, al jefe tolteca-chichimeca Xólotl, refiere, o refieren dichos códices, testimonios documentales generados antes del año 1000, y que probablemente, fue de lo poco que se conservó tras la diáspora tolteca posterior a la caída de Tula y del gran sabio Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl (Elizabeth Boone en Geert Bastian van Doesbourg, 1996:16-38). Lo anterior fundamenta históricamente, el hecho de que el Tudela contiene información original muy valiosa, ya que demuestra el uso de una cuenta de 252 constituida por 28 novenas (Fig. 37), en donde Tláloc aparece como marcador de novena, y Xiuhtecuhtli como primero de los Novenos. Esta secuencia no incluye el ajuste que encontramos en códices posteriores como el Borbónico, en los que se asimila incongruentemente, el último Noveno Señor de la Noche, en un solo cuadro del Tonalpohualli con el octavo


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Fig.36. Detalle de la lámina 98v del Códice Tudela.

para totalizar 261 días, número que rebasa el Tonalpohualli natural, para alcanzar a ser múltiplo de 9, rompiendo así la estructura calendárica de 20 x 13. Dentro de la secuencia del Tudela, hemos insertado las cuentas de 9 x 9 y 7 x 7 → 9 x 9 y 7 x 7, representadas por huellas de pie que aparecen en el Tonalpohualli desplegado de las primeras 8 láminas de los códices Borgia y Cospi. Cuentas que, según Siarkiewicz (1986:7984) siguen un orden vinculado con la predicción de eclipses. Al cabo de la lectura paralela de múltiplos de 9 a partir del primer signo del Tonalpohualli, 1 Lagarto, que señala a los Novenos, y la lectura de las huellas de pie a partir del cuarto signo 4 Lagartija, vemos coincidencias o correlaciones significativas, como la del 85° día, Chicome Cóatl o 7 Serpiente, día del que toma su Cen-

téotl; la del 99° día en que termina un ciclo de Novenos en Tláloc, en el día Chicueye Quiáhuitl, 8 Lluvia; la del 134° día, en Nahui Océlotl, 4 Jaguar, coincidente con el octavo Noveno, Tepeyolotli, Corazón de la Montaña, representado muchas veces, como un jaguar; la del 243° día, en que se completa otro ciclo de los Novenos en Tláloc, el día Chicnahui Calli, o 9 Casa; así como el día 252° en que se cierra el Metztlapohualli con Tláloc el día 5 Malinalli, y finalmente, en el 5° día de los 8 días intercalados que vinculan el Metztlapohualli con el Tonalpohualli, y que corresponden al día Matlactli Ollin, 10 Movimiento, en el que Mictlantecuhtli es el 5° Noveno Señor, signo contrastante que parece marcar el punto de intersección entre los dos ciclos. Matlactli Ollin, 10 Movimiento, vinculado con la Muerte y con Venus, lo podemos ver en la lámina 54 del Códice Borgia, en donde el mismo Tlahuizcapantecuhtli o Venus, aparece con rostro descarnado (Fig. 38) También vemos que, el 10 Ollin (Movimiento) de la lámina 25 del Borgia, forma un conjunto gráfico con la lámina 26 del mismo códice, cuyo centro temático gira en torno del signo Muerte, sintetizado en un cráneo, rodeado de 4 huesos de la


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Fig. 37. Lรกminas 98v a 124r del Cรณdice Tudela. Lectura en franjas del extremo superior izquierdo, a extremo inferior

derecho. Con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


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Fig. 38. Detalle de la lรกmina 54 del Cรณdice Borgia. Con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


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Fig.39. Lรกminas 25 y 26 (de derecha a izquierda) del Cรณdice Borgia. Con grรกficas agregadas por Wood y Mรกrquez para este trabajo.


97 cadera, con los que forma un quincunce, y simultáneamente, el número 5 (Fig. 39). Estas coincidencias parecen ser determinantes en algunas designaciones de los nombres numéricos de los dioses. Así tenemos como ejemplo la designación de Chicome Cóatl o 7 Serpiente con respecto al 85° día de la cuenta del Tonalpohualli, en el que precisamente comienzan los múltiplos de 7 x 7 marcados por las huellas de pie, que preside además el dios del Maíz, Centéotl (Fig. 40). Revolución Sinódica de Saturno, ciclo de 378 días personificado por el dios Tlacuache. El ciclo o revolución sinódica de Saturno es otra forma de probar la existencia del Meztlapohualli dividido en cuartos de 63 días, en la sección de las láminas 38 a 42 del Códice Fejérváry-Mayer. En estas láminas la presencia del dios Tlacuache es innegable (Fig. 41). Aquí el ciclo de 378 se distribuye en 6 intervalos de 63 días que lo integran. En la figura 41 observamos al sacerdote que personifica a la deidad Tlacuache sosteniendo un sartal de 6 cuentas verdes, probablemente chalchihuites. Las primeras 4 cuentas se separan de

las dos últimas, por un hueso. Éste, semejando a un fémur, se ha considerado como sinónimo de la Luna, Meztli, de manera que, 6 x 63 = 378, que es el ciclo de Saturno, se contrasta con el Metztlapohualli a través de dos cuentas de 63 días = 126 (252 + 126 =378), recordando que, 63 días son un cuarto del Metztlapohualli (Fig. 42). Conclusiones Debemos de mencionar que, las herramientas de cómputo básicas que utilizamos en esta investigación han sido, por un lado, los ciclos calendáricos y números sagrados derivados de las fuentes documentales y elementos arqueológicos referentes al mundo prehispánico y por otro lado, los ciclos astronómicos derivados de la observación, así como los valores que actualmente obtenemos en función de los cálculos realizados con los instrumentos modernos de que disponemos (incluyendo las mediciones arqueoastronómicas de las estructuras prehispánicas existentes). El método para contrastar los valores obtenidos ha sido, por un lado, la rotación de los ciclos calendáricos conocidos hasta la fecha, y la respectiva conmensuración y equivalencia armónica y simétrica en algu-


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Fig. 40. Láminas 110 y 111 del Códice Tudela. Inicio de la secuencia de séptimas. Cambio de 9 del Inframundo al 7 Solar con el surgimiento del maíz. Centéotl como señor de la Noche. De aquí sale el nombre de Chicome Cóatl, como nacimiento del maíz. Con gráficas agregadas por Wood y Márquez para este trabajo.


Fig. 41. Láminas 38 a 42 (de derecha a izquierda) del Códice Fejérváry-Mayer.

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Fig. 42. Lámina 41 del Códice Fejérváry-Mayer. Con gráficas agregadas por Wood y Márquez para este trabajo.

nas ocasiones y por aproximación en otras tantas. Algunos ejemplos que nuestro número calendárico-astronómico 63, nodal del Metztlapohualli: 63 x 4 = 252, nos ofrece al ser conmensurado y por nosotros detectado para su análisis en posteriores investigaciones, son: A) 6 x 13 = 78 Días, que es una nueva familia calendárica de orientaciones en Mesoamérica como lo señalamos en otros trabajos (Martz,

Pérez Negrete y Wood, 2014), por ubicar 8 fechas a 78 días de distancia, antes y después de los solsticios y los equinoccios temporales prehispánicos (5 de abril, 7 de septiembre, 4 de octubre, 9 de marzo) y que poseen la relación 260/105, con los pivotes solsticiales y a su vez, la relación 78/13 en un conteo corto y directo con los mismos. De manera que, si el intervalo 78 es probadamente trascendental en la calendárica mesoamericana, de ahí obtenemos que 13 x 378 (Rev. Si-


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Fig. 43. Conmensuración de la fórmula Tonalpohualli y Xiuhpohualli respecto de la fórmula Metztlapohualli y ciclo venusino, elaborada por Wood y Márquez para este trabajo.

nódica de Saturno) = 4914 días = 63 x 78. B) 52 x 63 = 3276 Que son también 9 ciclos computacionales de 364 días, ó 4 estaciones mayas de 819 días, pero también 13 metztlapohuallis de 252 días. C) 63 x 65 (Ciclo Cocijo de 5 trecenas) = 4095 que según proponemos aquí, les permitió, usando trecenas, 45 x 13 = 585, conmensurar el ciclo venusino de manera aceptable al multiplicar 7 x 585 = 4095, 4095- 7 = 4088 = 7 x 584 (Rev. Sinódica de Venus). D) 63 x 39 = 2457 = 21 Ciclos mercurianos de 117 días o 84 x 29.25 (ciclos lunares). Como los ejemplos anteriores hemos detectado una gran cantidad de éstos, al poner en uso nuestra tabla de múltiplos de 63, así como otros números sagrados utilizados por las culturas prehispánicas, pero queremos concluir este trabajo con la fórmula siguiente, que nos pare-

ce, fue de excepcional utilidad por usar magistralmente el ciclo venusino de 584 días como piedra angular para conmensurar los ciclos astronómicos y los relacionados con el ser humano y la naturaleza en el ámbito ritual referente al conteo de los 13 Señores de los Días, y los 9 Señores de las Noches, que aquí propusimos identificar con el concepto y expresión “Metztlapohualli”. Conmensuración en la Fig. 43. E) Finalmente, una de las conclusiones más importantes del presente trabajo, es que, el descubrimiento del ciclo de 252 días propuesto aquí como la cuenta lunar Metztlapohualli, y que es la misma de los Nueve Señores de la Noche o Novenos, a ritmo de 28 x 9, cuando ésta es integrada a la cuenta de 260 días conocida como Tonalpohualli, obtenemos un total de 512 días, mismo que, al agregar el ciclo de 73 días nos lleva al número 585, éste sí, divisible en trecenas y comúnmente


102 utilizado por los mayas, para conmensurar la revolución sinódica de Venus en términos de trecenas 13 x 45 ó 9 x 65 periodo Cocijo (13 x 5); y puesto que, el intervalo 73 como es por todos sabido, constituye la piedra angular de la correlación Venus-solar, en donde 73 x 5 = 365, y 73 x 8 = 584, es decir, que 8 años de la Tierra corresponden a 5 ciclos de Venus, es evidente, que si 73 más la unión del Tonalpohualli y el Metztlapohualli, investigado aquí, nos lleva a 585 como el número venusino expresado en trecenas, entonces la cuenta lunar de 252 días, integra junto con el 260 y el 73, un cálculo ritual sumamente importante simbólico y emblemático, que por alguna razón permaneció oculto y fue muy poco mencionado en las fuentes, pero, ahí estuvo siempre formando parte del maravilloso engranaje calendárico mesoamericano. Bibliografía Alcina Franch, José 1992 Códices mexicanos, Editorial Mapfre. Madrid. Anders, Ferdinand; Maarten; Jansen y Luis Reyes-García. La pintura de la muerte y de destinos, libro explicativo

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