ESCALERA
DE MUERTE ANTONIO CARRILLO CERDA
ESCALERA
DE MUERTE
Junio de 1998. 12:00 pm Hacía mucho calor, estar bajo las tejas de la casa vieja nos llevaba al delirio del aburrimiento. Nos pusimos el calzado de montaña y salimos a caminar a la calle sin avisar a nadie. Encontramos a los chicos de la cuadra jugando a la pelota “vamos todos a la presa”. Diciembre de 2015. 15:00 pm —Mira, él es Armando, tu salvavidas. Lo miré de reojo, rápidamente lo reconocí, ha cambiado un montón. El bigote tupido lo hace ver mayor, se casó con Esperanza, una mujer blanca y gordita que conoció en la Hierbabuena, un día que fue a tapar hoyos a la carretera, a causa de un deslave; la miró en la parte trasera de una camioneta Ford color verde que levantaba una densa polvareda “ta' bonita”. Desde aquel día no volvió a desear más mujer. Tuvieron dos hijas. Él trabaja ahora en una ferretería. Puedo asegurar que es feliz, lo sé porque, a diferencia de los demás lugareños, él no migró. Se contentó con las tierras de sus padres “siempre hay algo qué comer”.
Aprendió a hacer de todo, cuando hay oportunidad es media cuchara; en la fábrica le enseñaron a hacer queso Oaxaca y por su cuenta sabe pastorear ganado y reparar cerraduras. Casi por instinto y también porque suelo ser bastante expresivo le ofrecí un abrazo amistoso luego de veinte años. Correspondió mi gesto con una sonrisa. El abrazo duró apenas unos segundos pero mi mente tuvo oportunidad de reconstruir el recuerdo que nos hermanó. Pensé en los chicos saltando al agua desde la compuerta; en mi primo y su pecho blanco de güero de rancho. Recordé mi piel enrojecida por el sol. Me vi caminando por el borde de la presa con el agua cerca del cuello, me decía “en cuanto me llegue a la cabeza me doy la vuelta”; no había concluido ese pensamiento cuando dejé de sentir el suelo, intenté nadar hacia la orilla pero la corriente me arrastró. El agua era marrón en la supercie pero, si abría los ojos, por debajo todo era ocre. Logré otar unos segundos y pedí auxilio “se está haciendo el muertito” “él sabe nadar ni le crean” “está jugando”. Nadie me ayudaba.
Entonces comencé a subir la escalera de la muerte, esa invisible que trepan los que se están ahogando, perdía fuerza al bracear y patalear. Con cada inmersión me desanimaba más y más. Abrí los ojos mientras me hundía, vi el círculo solar a través del agua turbia, me dio calma. Comencé a sentir mi pecho descansar de la respiración de años y algo parecido al sueño me llevó de la histeria lentamente a la tranquilidad. El tiempo espesó hasta cuajar como una gelatina. Pensé en mi padre “todo quedará mal”. De pronto una pequeña mano me sujetó del brazo y por un instante imaginé que esta vez no me aferraría a la vida, ahora sí estaba preparado para la renuncia “no quiero seguir”. Deseé soltarme, quizá la lucha por la subsistencia debería terminar justo aquí, podría ser que mi muerte adolescente me diera algún grado de inmortalidad en la genética familiar, sería yo la historia que contaran a los niños para que no fueran sin permiso a la presa: el fuereño se creyó que estaba bajito, contarían.
Me habría librado de los ojos rabiosos de mi padre; no tendría en mi mente el rostro del niño mulero que se extravió en el desierto intentando cruzar diez kilos de cocaína; no comprendería los conceptos de traición ni de estafa; no me habría enamorado de una sonrisa y de un aroma prohibidos que me rompieron el corazón; no recordaría su cuerpo desfallecido y mis lágrimas de impotencia al pensarla muerta, no recordaría cuando… Durante el abrazo le dije con discreción al oído: —Cabrón por tu culpa he sufrido muchísimo.
Toluca, Estado de México
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Ed. La pluma en la piedra (2016) Ed. del Autor, 2017
Escalera de muerte ©Todos los derechos reservados Antonio Carrillo Cerda antonio_carrillo_cerda@hotmail.com
Corrección de estilo: Marco A. M. Medina
#RetodeescrituraLapluma2016 DĂa 1. Viajes en el tiempo